Estas cuatro entrevistas reflejan, creo, el intenso momento que se estaba viviendo antes de las elecciones presidenciales de noviembre del 2008. No he modificado nada. Así fueron publicadas. Algunas cosas, desde luego, ya son anacrónicas. Pero sí retratan un instante en particular de la campaña y el conocimiento (o falta de él) de los candidatos respecto a los latinos, a la inmigración y a América Latina.
Denver, Colorado. Barack Obama llegó sin prisa y con la absoluta convicción de que puede convertirse en el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos.
Lo había conocido en dos ocasiones anteriores, durante los debates presidenciales y, por lo tanto, ya no me sorprendió su altura, flacura y lentitud de sus elegantes movimientos. Pero en esta ocasión lo sentí imperturbable, centrado, con un balance interior que sólo se puede describir como espiritual.
No me lo pude imaginar gritando ni enojado. Siempre da la impresión que piensa todo, una fracción de segundo más que el resto de los políticos, antes de hablar.
Hay políticos que esconden sus debilidades y pretenden aparecer más fuertes de lo que son. Obama no. Se acepta vulnerable. Es esa cualidad la que le permite conectar con la gente y con los votantes, sobre todo con los más jóvenes.
Cuando le pregunté si su esposa Michelle creía que él corría algún peligro en la campaña electoral, reconoció sin ningún titubeo el dominio que ella tiene sobre él. “Obviamente me hubiera vetado y no me hubiera dejado entrar en esta contienda por la presidencia”, me dijo. “Pienso que todos tenían preocupaciones en un principio, pero creo que la protección del Servicio Secreto es excelente”.
El objetivo de esta entrevista de veinte minutos con el candidato era ver qué tanto sabía sobre los hispanos en Estados Unidos y respecto a América Latina. Y sin duda había hecho su tarea.
La senadora Hillary Clinton obtuvo más votos de latinos que él durante las votaciones primarias en los cincuenta estados y Puerto Rico. Algunos creen que es por la tensión que por décadas ha existido entre afroamericanos y latinos. Pero otros apuntan al poco, ineficiente e improvisado esfuerzo de la campaña de Barack Obama entre los votantes hispanos.
“Creo que sólo tiene que ver con el hecho de que los latinos me conocen menos a mí que a la senadora Clinton”, me dijo a manera de explicación. No saben, añadió, que ha trabajado con la comunidad latina de Chicago, que apoyó los esfuerzos de legalizar a los indocumentados y de mejorar los programas educativos. Pero lo que muchos sí saben es que, como senador, votó a favor de construir 700 millas de un muro en la frontera con México.
“Si llega a ser presidente”, le pregunté, “¿pararía la construcción del muro?”
“Quiero saber primero qué es lo que funciona …”, respondió
“¿Pero un muro funciona?” “No lo sé todavía”.
“Pero usted ya votó para construir el muro”.
“Bueno, lo entiendo. Yo voté para iniciar la construcción del muro en ciertas áreas de la frontera. Creo que hay algunas zonas en las que sí tiene sentido y puede salvar vidas si prevenimos que la gente cruce áreas desérticas que son muy peligrosas. Alrededor de 400 personas mueren en esa frontera cada año.
“Otro asunto que también revisaría como presidente sería el de las redadas y deportaciones de indocumentados. No creo que sea la manera norteamericana de hacer las cosas el arrestar a una madre, separarla de su hijo y deportarla, sin medir las consecuencias”, me dijo.
Obama no se quiso comprometer, como propuso la senadora Clinton, a enviar una reforma migratoria al Congreso durantes sus primeros cien días en la Casa Blanca. No era una respuesta realista cuando tiene que resolver primero la guerra en Iraq y la actual crisis económica. Sin embargo, dijo que “lo que sí puedo garantizar es un propuesta de reforma migratoria durante el primer año”.
Barack Obama nunca ha viajado a América Latina en sus cuarenta y seis años de edad. No apoya el Tratado de Libre Comercio que en el presente negocian los gobiernos de Estados Unidos y Colombia. Y quizás suspendería o renegociaría el tratado comercial que existe desde 1994 con México. Pero su política exterior para la región va mucho más allá. “Hay una conexión natural entre Estados Unidos y América Latina”.
“Cuando se termine la guerra en Iraq podremos volver a enfocar nuestra atención [en Latinoamérica]”, enfatizó. Y luego sacó una larga lista de las cosas que quería hacer para no olvidar la región (como lo hizo el ex presidente George Bush a partir del 11 de septiembre de 2001).
Esto haría Barack Obama en América Latina: “Iniciaría pláticas con nuestros enemigos en Cuba y Venezuela … [levantaría] las restricciones de viaje a quienes tienen familiares en Cuba. Quiero unirme a países como Brasil para buscar formas más limpias de energía. Aprobé el Tratado de Libre Comercio con Perú pero me opongo al de Colombia hasta que tenga la confianza de que no están matando ahí a líderes sindicales … hay que parar este tipo de actividades paramilitares”.
¿Y Hugo Chávez? ¿Es una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y del resto del continente? “Sí, creo que es una amenaza, pero es una amenaza manejable”, me contestó. “Sabemos, por ejemplo, que pudo haber estado involucrado con el apoyo a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y perjudicando a un vecino. Ese no es el tipo de vecino que queremos. Creo que es importante, a través de la Organización de Estados Americanos o de Naciones Unidas, el iniciar sanciones que digan que ese comportamiento no es aceptable. Lo que he dicho es que debemos tener una diplomacia directa con Venezuela& y con todos los países del mundo”.
A pesar de que sus declaraciones sobre Venezuela y Cuba —“dudo que Fidel haya escrito [su último editorial] … Creo que está muy enfermo para hacerlo.”— son las que han generado más noticias, es la relación con México la primera que quiere reparar.
“Es muy importante el acercarse al gobierno mexicano, de una manera en que esta administración [de Bush] no lo ha hecho para descubrir qué necesitan del otro lado de la frontera para promover el desarrollo económico y la creación de empleos”, comentó. Más trabajos allá significan menos indocumentados viniendo a Estados Unidos.
En lo que va del año han muerto más de mil personas en México a consecuencia de la guerra entre los carteles de las drogas. Obama lo sabe y cree que el consumo en Estados Unidos es, también, parte del problema. “No legalizaría la mariguana”, me dijo, “pero sí pienso que tenemos que reducir la cantidad [de drogas] en Estados Unidos”.
Barack Obama estudió español en la escuela preparatoria (high school) y durante dos años en la universidad. “My Spanish used to be OK”, reconoció. Pero ahora lo ha olvidado casi por completo. “Yo hablo un poquito de español pero no es very good”, se atrevió a decir en espanglish.
Durante un reciente discurso sobre Cuba, sólo pronunció en español la palabra “libertad”. Y, con la ayuda de un teleprompter, acaba de grabar un comercial en español para Puerto Rico. En sus presentaciones suele soltar la frase de César Chávez y Dolores Huerta: “Sí, se puede”. Pero él está consciente que champurrear unas palabritas en español no es suficiente para ganar los 10 millones de votantes latinos en las elecciones presidenciales de noviembre y la buena voluntad de 550 millones de latinoamericanos.
Y para tratar de demostrar que él sería un presidente de acciones, no de palabras, quiere hacer muy pronto su primer viaje a América Latina. “Me encantaría ir … antes de noviembre”. Sería su primer paso hacia el Sur.
Colorado Springs. El senador John McCain llegó a tiempo y feliz a su primera entrevista después de ser nominado oficialmente como candidato a la presidencia por el Partido Republicano. Y no podía dejar de hablar de su decisión de escoger a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como candidata a la vicepresidencia. Sin duda, lo considera un gran acierto.
McCain estaba entusiasmado por la reacción. Más gente estaba yendo a sus mítines de campaña. Cerca de 40 millones de personas habían escuchado sus discursos por televisión durante la convención —más de las que escucharon el discurso de Barack Obama o vieron la ceremonia de apertura de las Olimpíadas. Y las encuestas que estaba recibiendo sugerían que existía una posibilidad real de ganar las elecciones presidenciales el martes 4 de noviembre.
“Ella es dura, es fuerte y es una compañera de boleta increíble” me dijo. “Es la gobernadora más popular de todo Estados Unidos; tiene una aprobación del 80 por ciento”.
Así respondía McCain a las críticas de algunos periodistas y opositores de que, a sus cuarenta y cuatro años, Sarah Palin no tenía ninguna experiencia en política exterior y, mucho menos, para reemplazar a McCain (de setenta y dos años de edad) en la presidencia. Alaska, me dijo el senador McCain, provee el 20 por ciento de toda la energía a Estados Unidos y está muy cerca de Rusia. Y cuando le pregunté si la gobernadora Palin estaba lista para ser la comandante en jefe del Ejército de Estados Unidos, contestó: “Claro que sí. Absolutamente”.
Pero Barack Obama es otra cosa, me dijo McCain: se opuso al aumento de tropas en Iraq, cree que Irán es sólo un pequeño problema y tuvo una postura muy tibia cuando Rusia invadió la república de Georgia. “Creo que [Barack Obama] no tiene el juicio necesario ni la experiencia para gobernar al país”, concluyó McCain.
A pesar de que han muerto más de 4.500 soldados norteamericanos y que el gobierno iraquí aún no controla la violencia, McCain cree que Estados Unidos sí está ganando la guerra en Iraq. “Sólo el senador Obama puede creer que no hemos tenido éxito”, apuntó. “Estamos saliendo victoriosos”.
McCain, claramente, ha apoyado la estrategia del ex presidente George W. Bush en Iraq. Sin embargo, ha mantenido su distancia. Durante su discurso de aceptación como candidato, McCain no mencionó al presidente Bush por nombre y, además, ha aprobado un comercial en que asegura que hoy estamos peor que hace cuatro años.
“No hay duda que hay diferencias entre el presidente Bush y yo”, me dijo, rechazando el argumento de la campaña de Barack Obama que una presidencia de McCain sería una continuación de la del impopular presidente Bush (que tiene sólo un 30 por ciento de aprobación, según las encuestas). Pero cuando le digo que, de acuerdo con Obama, él ha votado en el senado el 90 por ciento de las veces en apoyo a políticas del ex presidente Bush, McCain brinca y dice que “todo el mundo conoce mi record” oponiéndose a cabilderos, a proyectos de ley innecesarios y hasta a su propio partido.
Esto es particularmente cierto en el tema migratorio. La plataforma del Partido Republicano estableció en la pasada convención en St. Paul, Minnesota, que el inglés debería convertirse en el idioma oficial de Estados Unidos y que debería prohibirse la educación bilingüe en las escuelas. Cuando le pregunté a McCain si él estaba de acuerdo con esta postura de su partido, contestó con un inequívoco “no”. Pero luego matizó: “Oficial o no, pero [el inglés] es nuestro idioma”.
“Vamos a hablar abiertamente”, me dijo. “¿Nuestro partido ha sido afectado negativamente por el lenguaje que ha usado?” se preguntó. “Sí”, se respondió. “Pero yo soy la persona que enfrentó el tema de la inmigración cuando no era popular hacerlo”.
El plan de McCain es sellar las fronteras antes de retomar el espinoso asunto de la legalización de millones de inmigrantes indocumentados. “Tenemos que asegurar nuestras fronteras, no sólo por la inmigración ilegal, sino también por las drogas”, me dijo. “El presidente [de México, Felipe] Calderón está peleando ahora mismo por el corazón y el alma de su país debido a que los carteles de las drogas están controlando ciudades en México. Nosotros debemos ayudar. Y el plan Mérida”, dijo McCain, “es una forma de hacerlo”.
Contrario a lo que establece la plataforma de su partido, McCain sí estaría dispuesto a ofrecer “un camino hacia la ciudadanía norteamericana” para millones de indocumentados, bajo la condición de que no hayan cometido ningún crimen, paguen una multa y esperen su turno tras los que han solicitado entrar legalmente. “No hay 12 millones de esposas en Estados Unidos” para arrestar y deportar a todos los indocumentados, me dijo el candidato republicano. “Estos son hijos de Dios”.
McCain no desaprovechó la ocasión para criticar a Barack Obama por nunca haber viajado a América Latina, por no apoyar el tratado de libre comercio con Colombia (que aún se está negociando) y por amenazar con suspender o revisar de manera unilateral el tratado de libre comercio entre Estados Unidos, México y Canadá. “Yo estoy a favor del libre comercio, de abrir esos mercados y de mejorar las vidas de la gente en México y en nuestro hemisferio para que no tengan que venir a Estados Unidos”, me dijo. “El senador Obama quiere cerrar esos mercados”.
A pesar de todo lo anterior, McCain no tiene la mayoría del voto hispano. Según un estudio del Pew Hispanic Center, sólo el 11 por ciento de los votantes hispanos cree que McCain sería mejor que Barack Obama para los latinos. Y si McCain no mejora su posición entre los votantes latinos en los próximos dos meses, podría perder Nuevo México, Colorado, Nevada, la Florida y hasta la presidencia. “Sé que aún tengo mucho por hacer”.
Pero él está confiado en que Sarah Palin lo va a ayudar a ganar esos votos, enfatizando la historia de su familia. El hijo mayor de la gobernadora está a punto de ir como soldado a Iraq y el más pequeño de sus cinco hijos —de apenas cuatro meses— sufre del síndrome de Down. “Yo creo que los latinos se van a encariñar con ella y la van a querer tanto como la gente que la conoce bien”, me dijo McCain antes de despedirse.
Iba de prisa. Lo esperaban más de 12 mil personas en un enorme acto de campaña aquí en Colorado. Seguía entusiasmado. Todo parecía cambiar para John con Sarah a su lado …
Greensboro, Carolina del Norte. Barack Obama sonreía, aunque se veía cansado. La noche anterior había debatido, frente a cientos de millones de personas en todo el mundo, ante el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, John McCain, y estaba satisfecho con los análisis de prensa sobre su actuación. Pero cuando le pregunté cuántas horas había dormido, evadió la pregunta con una broma. Estoy seguro que se podían contar con los dedos de su mano izquierda, con la que escribe.
En cambio, Joseph Biden, el candidato demócrata a la vicepresidencia, de sesenta y dos años, se veía fresco con su saco azul marino y estaba dispuesto a torear al más bravo. Hablé con los dos en una vieja estación de trenes. No llevaban corbata pero sí prisa.
Acababan de llegar de Missisippi, habían hecho un acto de campaña en el centro de Greensboro, comieron en menos de un cuarto de hora y se iban a Virginia esa misma tarde. Faltaba poco más de un mes para la elección presidencial y en su equipo de trabajo se notaba la angustia de los que tratan de meter demasiadas cosas en un solo día. o en una sola hora.
La entrevista fue un ping pong.
“¿Está ganando Estados Unidos la guerra en Iraq?” le pregunté al candidato demócrata, de tan sólo cuarenta y siete años de edad. “Yo no hablo en términos de victoria o de ganar porque soy realista; creo que esa es la manera de enfrentar este asunto”, me dijo, citando las palabras del general David Petraeus, quien hasta hace muy poco estuvo al frente del Ejército norteamericano en Iraq. “Una de mis prioridades es terminar la guerra para que podamos enfocarnos en lo que nos permite estar más seguros y ser más fuertes”.
La guerra es algo personal para Joe Biden. Su hijo Beau es miembro de la Guardia Nacional y será enviado a Iraq antes de fin de año. “¿Espera que Barack Obama, como presidente, regrese a su hijo de la guerra?” pregunté. “No”, contestó. “Él va a hacer su deber como cualquier otro norteamericano. [Pero] vamos a terminar con esta guerra. Esta no es una pregunta. Vamos a terminar con esta guerra. ¿Cuándo? El plan es sacar todos los soldados de Iraq para el verano del 2010”.
Una de las grandes frustraciones del primer debate presidencial es que América Latina fue ignorada olímpicamente. Ni Obama ni McCain ni el moderador Jim Lehrer le dedicaron unos segundos. Nada. Igual que el ex presidente George Bush durante casi ocho años, los candidatos presidenciales y el periodista de la cadena pública PBS trataron a la región como si no existiera.
Pero la pregunta sobre si Barack Obama realmente estaría dispuesto a reunirse con los líderes de Irán, Cuba y Venezuela, entre otros, sin condiciones —como lo dijo en julio de 2007— sigue pendiente. Tras la expulsión del embajador norteamericano en Caracas y los más recientes insultos del presidente venezolano contra lo que él llama “el imperio”, ¿todavía está Barack Obama dispuesto a reunirse con Hugo Chávez?
“Mi actitud es que, como presidente, tengo la obligación —tengo el deber— de reunirme con cualquier persona, a la hora y en el lugar que yo decida, si pienso que eso va a ayudar a la seguridad de Estados Unidos”, me dijo Obama. “Ahora, creo que Chávez se ha beneficiado al presentarse como un adversario de Estados Unidos. Y muchas veces, debido a las fallas que hay en su propio país, explotar el sentimiento antinorteamericano le ha ayudado a impulsar su popularidad”.
Luego le pregunté a Biden si le preocupaba que Rusia fuera a realizar ejercicios militares en Venezuela y que estuviera considerando ayudar al gobierno de Chávez a construir plantas de energía atómica. Y, como el jefe del Comité Senatorial de Relaciones Exteriores, me contestó con una fuerte crítica, no a Chávez o a los rusos, sino contra el presidente Bush y el candidato John McCain.
“No hay una política hacia Rusia”, me dijo. “No hay una política hacia América Latina. No hay ninguna política. Ellos no saben qué hacer. Así que sí estoy preocupado que [John McCain y los republicanos] ganen esta elección porque eso sería un problema para la generación de nuestros niños”.
De ahí saltamos al tema de las drogas. La violencia en México parece estar fuera de control debido a la incapacidad del gobierno para detener a los narcotraficantes. Pero el presidente mexicano, Felipe Calderón, ha sugerido que si no se reduce el consumo de drogas en Estados Unidos, la violencia en su país y en el resto de América Latina tampoco se detendrá.
En este punto Barack Obama estuvo de acuerdo. “Lo que es absolutamente cierto es que debemos tener un acuerdo de socios [con México]”, me dijo. “Y eso significa que México tiene que hacer un mejor trabajo para evitar que las drogas fluyan hacia el Norte, y que Estados Unidos tiene que hacer un mejor trabajo para evitar que las pistolas y el dinero vayan al Sur”. Y reconoció, también, la dificultad de enfrentar la corrupción y el narcotráfico, simultáneamente, en México.
Las preocupaciones de Biden, en ese momento, no eran primordialmente geopolíticas. Tenían nombre y apellido: Sarah Palin. Se estaba preparando para el debate con la gobernadora de Alaska y candidata republicana a la vicepresidencia. Según Biden, el asunto central no era si Sarah Palin estaba preparada para estar al frente del país, si fuera necesario, sino por qué las propuestas de gobierno de Obama eran mejor que las de McCain.
Unos días antes Biden había dicho lo siguiente: “Hillary Clinton está tan preparada o más que yo para ser vicepresidenta. Francamente, ella pudo haber sido una mejor decisión que yo”. Y le pregunté al senador de Delaware si realmente creía eso.
Barack Obama nos interrumpió, soltando una carcajada, y dijo que Biden era muy modesto. Biden, sin embargo, repitió que Hillary sí estaba preparada para ser vicepresidenta y luego añadió: “Creo que yo estoy perfectamente preparado para ser vicepresidente. Mira, todavía existe cierto espacio en la política para ser amable”.
Al final se tomaron fotos —muchas—, firmaron libros y Obama, todavía con una sonrisa, fue el primero en marcharse de la estación de trenes, fuertemente custodiada, donde realizamos la entrevista. Biden se quedó unos momentos más. Quería conversar sobre cómo los hispanos podrían definir esta elección presidencial. Pero pronto un asistente se acercó para apurarlo. No había tiempo que perder. La Casa Blanca estaba a la vista y todo estaba programado. Hasta la despedida.
Denver, Colorado. Ahí estaba. Sarah Palin. La mujer que atrae a miles de simpatizantes republicanos a sus mítines de campaña por todo Estados Unidos y, también, las más hirientes críticas de sus adversarios.
El pasado fin de semana fue un ejemplo perfecto de esta figura política que, simultáneamente, jala y repele. La noche del sábado más de 14 millones de personas sintonizaron el programa Saturday Night Live (de la cadena NBC) para verla junto a la actriz, Tina Fey, quien la imita casi a la perfección. Fue un récord de audiencia.
Pero sólo unas horas después, el domingo por la mañana, el ex secretario de estado, Colin Powell, dijo en televisión nacional que él no creía que Sarah Palin estuviera preparada para ser presidenta de Estados Unidos y anunció su apoyo a Barack Obama.
“Estamos muy sorprendidos por ese apoyo [de Powell a Obama]”, reconoció la gobernadora de cuarenta y cuatro años de edad. Y luego me dijo que estaba muy entusiasmada de que John McCain, el candidato republicano a la presidencia, tuviera el apoyo de otros cuatro ex secretarios de estado. “Eso significa mucho”.
Sarah Palin no cree que su candidatura afecta negativamente a McCain en su intento de llegar a la Casa Blanca. “Creo que le añado algo positivo a la campaña”, me contestó con una sonrisa. Y después me hizo una lista de sus experiencias como alcalde, gobernadora, dueña de un negocio pequeño y de sus esfuerzos para imponer orden y regulaciones a un estado que produce energía para el resto del país.
“La experiencia ejecutiva que tengo es mayor, incluso, que la de Barack Obama”. La candidata reafirmó su acusación de que Barack Obama “ha trabajado junto con un ex terrorista en Estados Unidos”. Y aunque se negó a llamarlo “socialista”, me dijo que entiende por qué algunos votantes podrían pensar eso.
Esto no es nuevo. De hecho, los ataques directos a Barack Obama se han convertido en una constante en casi todos los eventos de campaña de Palin y McCain. Lo que sí es nuevo es escuchar a la gobernadora de Alaska hablar sobre los inmigrantes indocumentados.
“¿Cuántos inmigrantes indocumentados hay en Alaska?” le pregunté. “No lo sé, no lo sé”, me contestó. “Esa es una buena pregunta”.
Palin no está de acuerdo en darle una amnistía a los 12 o 13 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. “No, no estoy de acuerdo, no debe haber amnistía total”, me dijo. Sin embargo, tampoco está de acuerdo en que sean deportados.
“No hay manera de arrestar a todos los indocumentados … Eso es imposible y, además, no es una forma humana de lidiar con este asunto”.
Palin, al igual que McCain, propone reforzar primero la frontera con México para que crucen menos indocumentados. Y una vez que eso se logre, ofrecerle a los indocumentados que no han cometido crímenes la oportunidad de legalizar su situación migratoria.
Sarah Palin ha viajado a México en tres ocasiones. Ha estado en Puerto Vallarta de vacaciones. Pero está convencida de que el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (TLC) no debe ser renegociado, como ha sugerido Barack Obama. “No debemos renegociar el TLC en este momento”, apuntó. “Eso es muy peligroso”.
La gobernadora se reunió recientemente en Nueva York con el presidente colombiano, Álvaro Uribe. Pero cuando le pregunté si se debería retrasar la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Colombia hasta que se detuvieran o disminuyeran las actuales violaciones a los derechos humanos —según reportó Human Rights Watch Americas—, ella no tuvo dudas.
“Apoyo el Tratado de Libre Comercio [con Colombia]”, me dijo. “No deben verse con miedo los tratados de libre comercio. Al contrario, nos hacen trabajar más y la competencia es buena para todos”.
Ella no cree que hay que reunirse con Fidel y Raúl Castro sin condiciones. “Espero poder visitar una Cuba libre”, me explicó. “Lo que los hermanos Castro deben hacer es irse”.
Durante un discurso en Wisconsin, escuché a la candidata llamarle “dictador” a Hugo Chávez. Y le pregunté si ella descartaba el uso de la fuerza militar en contra del actual gobierno de Venezuela. Y me dijo que sí. “La acción militar tiene que ser la última alternativa”, me aseguró la candidata, que es también la madre de un soldado —Track— que actualmente está luchando en Iraq. “Odiamos la guerra. Queremos la paz. A través de negociaciones o sanciones queremos poner presión en un dictador como Hugo Chávez para hacerle saber que no se puede meterse con los Estados Unidos de la manera en que lo ha estado haciendo”.
Sarah Palin, en menos de dos meses, se ha convertido en una parte de la cultura popular de Estados Unidos. Hay muñecas con su nombre y los lentes que usa se han agotado. Y por eso le pregunté al terminar la entrevista, si ella, muy a su pesar, se había convertido en una celebridad.
“Eso no tiene nada que ver conmigo a nivel personal”, concluyó. “Yo sé lo que está pasando aquí. La gente quiere un cambio, quiere una nueva visión, nueva energía, nuevas caras. No tiene nada que ver conmigo, es lo que los norteamericanos quieren”.
Para saber cómo ayudar en la aprobación de una reforma migratoria integral, conéctate a:
www.inmigrante.com
Ahí hay una amplia lista de organizaciones proinmigrantes e hispanas con ideas muy concretas sobre cómo participar en este esfuerzo histórico para hacer de Estados Unidos una tierra de todos y una nación de iguales.