El martes 4 de noviembre de 2008 salieron a votar 9,7 millones de latinos.1 Fue un extraordinario aumento respecto a los 7,6 millones2 de que votaron en el 2004.
Efectivamente, muchos de los que marcharon en el 2006 en ciudades como Los Ángeles y Chicago exigiendo mejor trato a los inmigrantes y la legalización de los indocumentados, se convirtieron en nuevos votantes. El grito de “hoy marchamos, mañana votamos”, más que una amenaza o advertencia, despertó al llamado “gigante dormido”.
Tuvieron éxito las campañas de varias organizaciones latinas destinadas a, primero, convertir en ciudadanos norteamericanos a residentes, segundo, registrarlos para votar y, tercero, que salieran a hacerlo el 4 de noviembre.
NALEO reportó que uno de cada seis electores latinos (15 por ciento) votó por primera vez en su vida en una elección presidencial. Y el nivel de compromiso fue altísimo; el 92 por ciento de los latinos registrados para votar, lo hicieron.3
La única pena en todo este proceso es que había, potencialmente, 17 millones de latinos —ciudadanos norteamericanos, mayores de dieciocho años— listos para votar. Y sólo 9,7 millones lo hicieron. Es decir, se desperdiciaron 7,3 millones de votos latinos. Nuestra influencia política hubiera sido mucho mayor con su voto.
Como quiera que sea, gracias al voto hispano, Barack Obama obtuvo estados como la Florida, Nevada, Nuevo México y Colorado que cuatro años antes habían caído en manos de los republicanos.
El candidato demócrata, Barack Obama, obtuvo el 67 por ciento del voto latino frente al 31 por ciento del republicano, John McCain.
No sólo eso: Obama ganó ampliamente el voto latino en los siguientes estados: Nueva Jersey (78 por ciento), Nevada (76 por ciento), California (74 por ciento), Illinois (72 por ciento), Nuevo México (69 por ciento), Texas (63 por ciento), Colorado (61 por ciento), Florida (57 por ciento) y Arizona (56 por ciento).4
No queda la menor duda que el voto latino fue un enorme apoyo para Obama, aunque no decisivo debido al grandísimo margen de victoria que obtuvo sobre John McCain. Al final, Obama obtuvo 365 votos electorales frente a 173 de McCain.
Es necesario reconocer que la terrible crisis económica que vivía el país en el momento de la votación —la peor desde 1929— y la impopularidad del saliente presidente George W. Bush (22 por ciento en enero de 2009)5 fueron los factores predominantes que decidieron la elección.
Pero las minorías tuvieron un papel esencial. Si sólo los blancos anglosajones hubieran votado en la elección del 2008, McCain sería el presidente. Un 55 por ciento de los blancos votó por McCain y sólo un 43 por ciento lo hizo por Obama.6
McCain vino de abajo pero se quedó corto. Las primeras encuestas lo ponían apenas con un 23 por ciento del voto hispano a finales del 2007.7 Y llegó hasta el 31 por ciento. Pero no fue suficiente. Desde 1980, con Ronald Reagan, ningún candidato presidencial republicano que no haya sobrepasado un tercio del voto hispano ha perdido.
El reto de McCain con los hispanos era monumental. Una encuesta realizada en el 2005 por The Latino Coalition ya pronosticaba serios problemas para los republicanos entre la comunidad hispana.
“Hay un peligro real de que se repita la era de Pete Wilson —el ex gobernador de California que atacó duramente a los inmigrantes hispanos— y que aleje a los hispanos del partido republicano por años”, dijo el presidente de The Latino Coalition, Roberto de Posada. “El liderazgo republicano en el Congreso ha fallado terriblemente en mantener los avances logrados por el presidente Bush con los votantes latinos”.8
El estado de la Florida fue un caso interesante. Los republicanos lo habían ganado en el 2000 y en el 2004. Sin embargo, la población cubana estaba perdiendo su tradicional fuerza entre los votantes hispanos. El analista y encuestador Sergio Bendixen advirtió en una entrevista con el diario The New York Times que el porcentaje de votantes cubanos entre los hispanos de la Florida había bajado del 75 por ciento en el 2000 a tan sólo el 45 por ciento en el 2008.9
Ante este dramático cambio demográfico, era un error de los republicanos el concentrar su campaña en la Florida en su oposición al régimen castrista de La Habana. Ese era un tema que no movía a los hispanos no cubanos de la Florida.
El voto de la población puertorriqueña en el centro de la Florida fue fundamental para explicar la derrota de McCain en ese estado. Para ellos la economía y el retiro de los soldados norteamericanos de la guerra en Iraq eran asuntos más importantes que los hermanos Castro.
Barack Obama, en cambio, tenía un reto distinto. Tenía que vencer las sospechas de los que decían que los latinos que votaron en las elecciones primarias por Hillary Clinton no lo harían por él. También, las tensiones históricas entre hispanos y afroamericanos serían una interrogante en la campaña de Obama. ¿Votarían los hispanos en altos números por un afroamericano?
Al final, Obama ganó de manera convincente, en parte, por los 20 millones de dólares invertidos para llegar al votante latino y, además, porque adecuó su mensaje a las preocupaciones reales de la comunidad hispana.
Por definición, los votantes latinos ya tienen resuelto su problema migratorio: nacieron en Estados Unidos o se convirtieron en ciudadanos norteamericanos. Por eso no es de extrañar que dos terceras partes de los votantes latinos (67 por ciento) dijeron a los encuestadores de NALEO que arreglar la situación económica era el tema fundamental para ellos.
Sin embargo, un altísimo 73 por ciento de los votantes hispanos dijo apoyar algún tipo de reforma migratoria que legalizaría a millones de indocumentados.10
El tema migratorio no fue prioridad para los votantes latinos (sólo un 6 por ciento, según la encuesta de NALEO, lo consideraron el asunto más importante en el 2008) pero sí tuvo un enorme peso simbólico para saber qué candidato se acercaba y entendía mejor a los hispanos. Es decir, su posición respecto al tema migratorio y a la legalización de millones de indocumentados era sólo una prueba a los candidatos para saber quién era amigo de los latinos y quién no lo era.
La nueva regla de la política norteamericana es que nadie puede llegar a la Casa Blanca sin el voto de los latinos y sin antes pasar por los medios de comunicación en español. Nadie.
Todavía recuerdo que cuando era reportero de televisión en Los Ángeles en 1984 y 1985 casi ningún político hablaba español ni le interesaba darnos entrevistas para el Canal 34, el único que transmitía en castellano en esa época.
Quizás los políticos anglosajones tenían a algún asistente que hablaba español. O nos decían, medio en broma, que su chofer o su jardinero sí hablaban español. Pero nadie nos tomaba en serio.
Las cosas han cambiado radicalmente.
Ningún político puede ser elegido a un puesto local en el sur de California sin darse a conocer en la media docena de canales locales que transmiten en español. No es necesario hablar español, pero ayuda. La razón es sencilla: los noticieros en español son los más vistos en Los Ángeles.
Esto fue un factor importante para que el 17 de mayo de 2005 Antonio Villaraigosa se convirtiera en el primer alcalde latino de Los Ángeles en 133 años. El último alcalde hispano había sido Cristóbal Aguilar, quien dejó su puesto en 1872.
Desde entonces muchas cosas han pasado en esta ciudad. La más importante es que Los Ángeles se ha latinizado. La Oficina del Censo contó en el año 2000 que cuarenta y seis de cada cien habitantes eran hispanos; hoy más de la mitad de los bebés que nacen tienen apellidos latinos. Esta ciudad alguna vez se llamó Los Ángeles, México —tal y como lo escribieron en un billboard o cartel gigante que promovía a una estación local de televisión en español y que causó mucha controversia. Los Ángeles —o para ser más exactos, El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles Porciúncula, como la nombró un descubridor español en 1769— primero fue parte de los territorios del norte de México. Y a partir de la guerra de 1848 se convirtió por la fuerza en una de las comunidades más diversas, pujantes y creativas de Estados Unidos.
Hoy Los Ángeles marca el destino de este país. Es, sin duda, una de las ciudades más multiculturales del mundo y, con su mayoría hispana, nos permite ver cómo se verá Estados Unidos a finales de siglo.
Antonio Villaraigosa fue uno de los pocos políticos a los que llamó Barack Obama para una reunión de emergencia a finales del 2008 para buscar soluciones a la crisis económica. Todavía no tomaba posesión como presidente, pero ya Obama entendía perfectamente que necesitaba el apoyo de Villaraigosa y de los hispanos para gobernar.
Lo que primero ocurrió en Los Ángeles empezó a permear en el resto del país. Y por lo tanto no sorprendió a nadie que casi todos los precandidatos republicanos y demócratas buscaran el voto latino a través de los medios de comunicación en español.
Por primera vez en la historia, la mayoría de los precandidatos presidenciales de ambos partidos decidieron participar en dos foros organizados por la cadena Univision que fueron transmitidos en español a nivel nacional.
El formato era complejo y se enfrentaba a una multitud de retos técnicos. Los candidatos hablarían en inglés y serían traducidos simultáneamente al español. María Elena Salinas y yo, presentadores del Noticiero Univision, haríamos las preguntas en español y los precandidatos, con un pequeño aparato en su oído, las escucharían en inglés. Al final, el sistema funcionó a la perfección.
Pero había un problema que no tenía nada que ver con la cuestión técnica. El gobernador de Nuevo México y primer candidato presidencial hispano en la historia del Partido Demócrata, Bill Richardson, quería hablar en español. El senador Christopher Dodd, quien aprendió español haciendo su servicio social en República Dominicana, también estaba dispuesto a hacerlo.
Sin embargo, los otros candidatos —la senadora Hillary Clinton, el senador Joseph Biden, el senador Barack Obama, los ex senadores John Edwards y Mike Gravel y el congresista Dennis Kucinich— se sintieron en desventaja y sólo querían participar si todos hablaban solamente inglés y eran, después, traducidos al español.
Y así fue. Todos los candidatos aceptaron las reglas del juego y, al final, el único que no asistió fue el senador Biden por un viaje que tenía pendiente a Iraq.
El debate se realizó en la Universidad de Miami el domingo 9 de septiembre de 2007 y fue la noticia del día. Se presentaron cientos de periodistas de todo el mundo para cubrir el evento.
Y yo, de vez en cuando, entre pregunta y pregunta, me ponía a pensar que lo que estábamos viviendo esa noche de domingo era un cambio radical en la vida de Estados Unidos. Todos estábamos ahí hablando en español o siendo traducidos al español.
El español, no quedaba duda, se estaba convirtiendo en el segundo idioma nacional de Estados Unidos. La mayoría de las campañas presidenciales de ambos partidos tenían a gente especializada para promover a su candidato en los medios de comunicación en español.
A George W. Bush ya se le olvidó el español. Pero a mí no se me olvida que llegó a la presidencia champurreando el español.
“Yo puedo hablar español más bueno que ellos”, dijo Bush en castellano en el 2000, refiriéndose a los demócratas y a su candidato Al Gore. Y tenía razón. Gore sólo podía decir “sí se puede”. Y así Gore no pudo.
Bush cortejó a los hispanos en español, en espanglish y en palabras ininteligibles. Le funcionó: obtuvo el 31 por ciento del voto latino en el 2000 y un sorprendente 44 por ciento en el 2004. Y con eso llegó dos veces a la Casa Blanca.
Es cierto que los votantes hispanos que fueron a las urnas en noviembre del 2008 querían mucho más que sólo unas palabritas en español. Lo que había hecho Bush ocho años antes ya no era suficiente.
Pero el hechizo no había desparecido del todo. Tratar de hablar en español (o dejarse traducir) en un foro a nivel nacional, como el de Univision, demostraba interés. Así de simple. Por eso los precandidatos presidenciales habían aceptado participar en el foro.
Como dice el empresario cubanoamericano José Cancela, a los hispanos les gusta que les hablen en el idoma en que hacen el amor. Y ese es el español.
Es, también, una cuestión de identidad. Incluso los que no lo hablan o entienden bien, suelen soltar algunas frases en español —“¿cómo estás?”, “pásalo bien” o el típico “buenos días”— para hacerle saber a otros hispanos que ellos también son parte del grupo. Es un código.
Los siete candidatos demócratas que participaron en el foro en español, sin duda, corrieron un riesgo político. Había electores que creían que en este país únicamente se debe hablar inglés y que aparecer en una cadena de televisión hispana fomentaba la división.
Así, por primera vez en la historia, siete candidatos le hablaron directamente a los hispanos en el idioma de su preferencia en un foro presidencial … y el mundo no se acabó.
A los republicanos les costó más trabajo pero, finalmente, llegaron a la misma decisión que sus colegas demócratas de participar en el debate. Los beneficios de participar en un foro eran muy superiores al riesgo de alienar a algunos de sus posibles votantes.
El foro republicano también se realizó en la Universidad de Miami el domingo 9 de diciembre de 2007 en medio de un marcado clima antiinmigrante. Osama bin Laden no había sido capturado. Pero la indocumentada Elvira Arellano, quien había tomado refugio en una iglesia de Chicago, sí. Poco después fue deportada a México.
Algunos de los candidatos republicanos jugaban a ver quién era el más antiinmigrante. Pero esa competencia se la ganó ampliamente el congresista Tom Tancredo, quien fue el único de los precandidatos republicanos que no asistió al debate en Univision. Se negó a ser traducido al español.
El resto, sin embargo, aceptó el peso de la cambiante realidad en Estados Unidos.
Y esa realidad estaba reflejada en un informe del censo.
Hacia finales del 2007 en Estados Unidos había 858.289 personas de apellido García, 804.240 Rodríguez y 775.072 Martínez. Eran más que los Anderson, los Taylor o los Thomas.
Los Hernández (706.372) eran más que los Moore, Thompson o White. Los López (621.536) eran más que los Lee y los González (597.718) más que los Harris y Clark.11
Por eso, creo, estuvieron en el foro el ex calcalde neoyorquino Rudolph Giuliani, el ex gobernador de Arkansas Mike Huckabee, el congresista Duncan Hunter, el senador John McCain, el congresista Ron Paul, el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney y el ex senador Fred Thompson.
La conclusión era inequívoca: no buscar el apoyo de los votantes hispanos era un suicidio político en unas elecciones generales.
Además, el problema para los republicanos es que, históricamente, los demócratas siempre habían ganado la mayoría del voto latino. Y si a esto le añadíamos la percepción entre muchos hispanos de que los republicanos eran, en parte, responsables del fracaso de la reforma migratoria en el Congreso, entonces el desafío era casi infranqueable.
Tras analizar cuidadosamente la postura de los candidatos republicanos respecto al asunto migratorio, era obvio que no apoyaban una amnistía para los indocumentados y que, antes de hablar de la legalización de 12 millones de personas, querían una frontera segura. Esto chocaba con varias encuestas que indicaban que la mayoría de los hispanos favorecía la legalización de los indocumentados.
Con la excepción de John McCain, ninguno de los candidatos republicanos pudo resolver ese conflicto. Las propuestas migratorias de los republicanos eran muy distintas a las que había defendido George W. Bush ocho años antes.
George W. Bush, el candidato, trató de enamorar a los hispanos hablando español, prometiendo que trataría a los inmigrantes con “compasión”, diciendo que sería el mejor amigo de México y manteniendo una línea dura contra Cuba.
Pero, sobre todo, se dio cuenta de que los valores morales de muchos hispanos coincidían con la agenda conservadora de los republicanos. Republicanos e hispanos —calculó Bush y su asesor político Karl Rove— podían ir de la mano al hablar de la familia, el aborto y la religión.
Quizás el ex gobernador de Texas no tenía las cosas tan claras respecto a Iraq o la economía, pero definitivamente sí supo cómo cortejar a los votantes hispanos.
Los republicanos necesitaban a los hispanos si querían quedarse en la Casa Blanca. Necesitaban repetir las victorias de Bush en la Florida, Colorado, Nuevo México y Nevada. Y el proceso de enamoramiento comenzó en ese foro.
Al final de cuentas, la simple realización de este debate presidencial significó que los hispanos ya habían alcanzado esa “masa crítica” a la que tanto se ha referido el ex secretario de vivienda y uno de los hispanos más influyentes, Henry Cisneros.
Los candidatos republicanos se dieron cuenta de que sin el voto de los García, los Rodríguez y los Martínez no podrían llegar a la Casa Blanca. Y de que ese era uno de los mayores cambios políticos que estaba viviendo el país.
Además de estos dos foros, me tocó participar como uno de los periodistas invitados en un debate copatrocinado por CNN y Univision en la Universidad de Texas en Austin, entre los precandidatos presidenciales demócratas Hillary Clinton y Barack Obama. Ahí acompañé al periodista John King y a Campbell Brown, quien fue la moderadora. (Poco después, los tres seríamos imitados, con mucho humor, en el programa Saturday Night Live.)
El debate, realizado el 21 de febrero de 2008, fue una de las últimas oportunidades de la senadora Clinton para descarrillar el impulso que llevaba el senador Obama antes de las elecciones primarias en Texas.
Una buena parte del debate se concentró en sus distintas propuestas para proporcionar un seguro médico a los norteamericanos, en el asunto migratorio y en la guerra en Iraq. Pero, más que nada, el interés de este debate radicaba en ver si Hillary podría vencer convincentemente a Barack y quitarle esa aura de invencibilidad que comenzaba a crearse a su alrededor.
Cualquiera de ellos dos que llegara a la candidatura del Partido Demócrata haría historia. Sería la primera vez en que una mujer fuera candidata o la primera vez en que un afroamericano estaría tan cerca de la Casa Blanca. Y con una guerra —la de Iraq— y un presidente tan poco populares, las posibilidades de ganar un candidato demócrata, según las encuestas, eran reales.
La senadora intentó presentar a Obama como un gran orador pero con poca experiencia. “Creo que las palabras son importantes”, dijo Clinton en el debate en la Universidad de Texas, “pero las acciones hablan más que las palabras”.12
Obama contraatacó explicando cuáles era sus posiciones más fuertes —particularmente su rechazo inequívoco a la guerra en Iraq— y luego desestimó la premisa de la senadora Clinton al sugerir que era ridículo que sus millones de seguidores estaban “siendo engañados. La implicación es que la gente que ha estado votando por mí o ha estado involucrada en mi campaña no están al tanto de la realidad”.13
Al final de los noventa minutos de debate no hubo un claro ganador. Y eso seguía favoreciendo a Obama. Después de ese debate, ya nada ni nadie podría parar a Obama.
Hillary Clinton esperó hasta el verano para reconocer su derrota. No fue fácil. Hubo enormes presiones para que Obama la escogiera como su candidata a la vicepresidencia. Pero, hábilmente, Obama nombró a una comisión para encargarse del asunto y fue el senador de Delaware, Joseph Biden, el candidato elegido.
Hillary Clinton sería escogida, más tarde, como secretaria de estado.
Tras su designación como el candidato oficial del Partido Demócrata a la presidencia, surgieron algunas dudas de si los hispanos que votaron por Hillary Clinton en las elecciones primarias lo harían en noviembre del 2009 por Barack Obama. Efectivamente, Hillary había obtenido más votos hispanos que Obama y resurgieron viejas teorías sobre las tensiones que han existido históricamente entre las comunidades hispana y afroamericana.
¿Votarían los hispanos por un candidato afroamericano?, se preguntaron muchos comentaristas.
Las elecciones generales esfumaron cualquier sospecha. El voto latino de Hillary se fue con Obama y casi siete de cada diez votantes hispanos lo apoyó.
No deja de sorprenderme la enorme apertura del sistema político norteamericano en el que un inmigrante como yo haya podido participar en el 2008 en tres debates presidenciales y conducir varias entrevistas con los candidatos a la Casa Blanca. Dudo muchísimo que el sistema político y las prácticas periodísticas de cualquier otro país permitan una participación tan amplia como la que tienen los extranjeros en Estados Unidos.
Durante la campaña tuve la oportunidad de entrevistar dos veces a Barack Obama, cuatro a John McCain y una a los candidatos a la vicepresidencia, Sarah Palin y Joe Biden.
Tras cada una de esas entrevistas —que fueron transmitidas por Univision en el noticiero y en el programa político Al Punto— escribí una columna en la que intenté rescatar lo más noticioso de nuestra conversación y reflejar lo poco o mucho que sabían los candidatos sobre los hispanos, los inmigrantes y América Latina. (Las cuatro entrevistas se encuentran al final del libro.)
El Partido Demócrata recuperó en las elecciones del 2008 el apoyo de los latinos que había perdido en el 2004 ante los republicanos.
Los resultados demuestran que los votantes hispanos se sintieron más cerca de los demócratas en los asuntos esenciales de la guerra y la economía. Y en el importantísimo tema simbólico de la inmigración indocumentada, la mayoría de los votantes latinos consideró que el Partido Demócrata lucharía más por una reforma migratoria que el Partido Republicano.
Y, desde luego, no podemos descontar el factor Obama. Hacía muchas generaciones que Estados Unidos no tenía un líder político tan carismático, tan joven y con una enorme capacidad oratoria como Barack Obama. Es, después de todo, un presidente escritor. Y los hispanos, como millones de votantes de otros grupos étnicos, también respondieron a su mensaje de esperanza y cambio.
Así, los demócratas pasaron del 53 por ciento del voto latino en el 2004 al 67 por ciento en el 2008.
En cambio, los republicanos cayeron del 44 por ciento del voto hispano en el 2004 al 31 por ciento en el 2008. Regresaron exactamente al mismo porcentaje que habían obtenido entre los latinos en el 2000. Los republicanos evaporaron en una sola elección los esfuerzos de ocho años para enamorar al voto hispano.
Por eso, en una editorial, el diario The Wall Street Journal concluyó que “la realidad demográfica es que el Partido Republicano no puede ganar elecciones a nivel nacional mientras pierda una gran parte del apoyo de la minoría étnica de más rápido crecimiento en el país”.14
Y el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, explicó en un discurso cuál podría ser la nueva estrategia de su partido para obtener más votantes hispanos. “Las encuestas sugieren que los votantes hispanos son incluso más conservadores en muchos temas que el promedio de los norteamericanos”, dijo McConnell. “Casi la mitad creen que los recortes de impuestos son la mejor manera de tener crecimiento económico. Casi el 80 por ciento se oponen al aborto. Como dijo [el ex presidente Ronald] Reagan: ‘Los votantes hispanos son republicanos. Pero no lo saben todavía’ ”.15
Si los republicanos no logran aumentar significativamente su presencia entre los hispanos —y estados como Arizona y Texas empiezan a votar por el Partido Demócrata— entonces el futuro estará pintado de azul demócrata.
“El Partido Republicano no volverá a ser el de mayor apoyo si le cede los jóvenes y los hispanos a los demócratas”, escribió el ex asesor presidencial Karl Rove en la revista Newsweek, poco después de la derrota de John McCain. Rove fue el estratega que le permitió a George W. Bush obtener casi la mitad del voto hispano para su reelección.
“Los republicanos deben buscar la manera de promover un control más estricto en las fronteras, establecer un programa de trabajadores temporales y una reforma migratoria que fortalezca nuestra ciudadanía, haga crecer la economía y mantenga la imagen de Estados Unidos como una nación generosa. Es suicida tomar una actitud en contra de los hispanos”,16 concluyó Rove.
Rove no está solo. La editorialista Linda Chávez escribió en el periódico San Diego Tribune que los “republicanos finalmente están preocupados que su fracaso en atraer votantes hispanos en las elecciones [del 2008] signifique problemas, quizás por décadas. Pero no saben qué hacer al respecto. Bueno, lo primero que tienen que hacer los republicanos es contrarrestar la creencia entre muchos hispanos de que no son bienvenidos en el Partido [Republicano], y en el país”.17
No hay que olvidar que los indocumentados de ahora podrían ser, relativamente pronto, futuros votantes. Y esta consideración debe entrar en el cálculo político de ambos partidos. Estamos hablando, realmente, de millones de votos.
Ser antihispano sería ir en contra del futuro.
Y todo esto se explica, simplemente, por la creciente influencia política de los latinos. Y no es que haya tantos en el capitolio en Washington; en el 2008 apenas había veinticinco congresistas y tres senadores. Pero su peso radica en que los hispanos son el voto que decide elecciones muy cerradas y en que, en menos de cien años, habrá más latinos que miembros de cualquier otro grupo étnico en Estados Unidos.
Es la ola latina.