En la nota de autor que escribió para Visitando a Mrs Nabokov, su colección de crónicas y piezas periodísticas, Martin Amis escribe: «Lo único que puedo prometer al lector es que, aunque mucho se ha incluido, mucho se ha dejado por fuera». Todo escritor que pretenda infligir a los lectores una colección de textos ya publicados debería, me parece, incluir un acto de contrición semejante, y si es posible ante notario: demasiadas veces estos libros resultan el recurso último para que los grafómanos puedan limpiar sus escritorios. Pues bien, sí: mucho ha quedado por fuera de El arte de la distorsión. Y lo que ha quedado dentro es más resultado de varios azares que de cualquier programa o sistema. Repasando los que he incluido, me sorprende no haber tratado a tres de los escritores que más han ocupado mi tiempo: Shakespeare, Joyce y Borges. Pero el ensayo suele ser el género del que no sabe: escribimos ensayos para descubrir nuestras propias opiniones, y los mejores ensayos suelen ser intentos desesperados por justificar una insolencia inicial. Como habrá visto el lector, las dudas o las insolencias de este libro giran alrededor de ficciones literarias. Sólo hay una excepción: «Hiroshima o la mentira atómica». Sería ocioso ponerme a inventar justificaciones distintas de mi interés por el gran libro de Hersey, pero me gusta pensar que puesto allí, en el último lugar del Índice, el texto sea para los lectores una puerta de salida a la realidad, un pasaje que comunique el mundo cruelmente arbitrario de la ficción con el mundo arbitrariamente cruel de nuestra Historia.
El escritor de ficciones, metido como está en el mundo autosuficiente y neurótico de la invención, suele agradecer cualquier posibilidad de salir de ese mundo sin apartarse demasiado: el ensayo, y en particular el ensayo por encargo, es una extraordinaria manera de subir a la superficie y tomar aire en medio de la escritura de un cuento o de una novela. Por eso quiero agradecer y dar crédito aquí a los editores o incitadores de estos textos, igual que a los que, sin haberlos incitado o encargado, les abrieron las páginas de sus publicaciones.
Escribí «La seriedad del juego» en casa de Gregor von Rezzori y Beatrice Monti, y lo hice por invitación de Guillermo Altares y Winston Manrique. El texto se publicó en Babelia (Madrid, 2008). En octubre del mismo año, la UAM invitó a varios escritores latinoamericanos a un homenaje a Carlos Fuentes; la consigna era, precisamente, no escribir sobre él. «Los hijos del licenciado» fue el texto que leí entonces. «El arte de la distorsión» también fue originalmente una lectura, hecha en 2006, en El Escorial y por invitación de Fernando Iwasaki. Luego la publicaron Ramón González Férriz (Letras Libres, Madrid), Mario Jursich (El Malpensante, Bogotá) y Courrier International (París). «Ver en la oscuridad», prólogo a una nueva y cuidada edición de El corazón de las tinieblas de Conrad, fue un encargo de Andreu Jaume, editor de Lumen (Barcelona, 2009). «Malentendidos alrededor de García Márquez» fue una lectura que hice en una biblioteca de Barcelona por invitación de Antonio Ramírez, el capitán de una de las mejores librerías del mundo: La Central de Barcelona. Se publicó en Letras Libres y El Malpensante en 2006. Leí «Apología de las tortugas» en un encuentro en Oviedo, en octubre de 2001; la revista Lateral de Barcelona, donde trabajaba entonces con Mihály Dés, lo publicó al año siguiente, y dos años más tarde el escritor Andrés García Londoño, de la Revista de la Universidad de Antioquia, lo incluyó en un dossier. En 2007 Jordi Carrión me invitó a dar una charla sobre cuentos latinoamericanos en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Leí «Diario de un diario» y luego el texto apareció en Quimera en Barcelona y en El Malpensante en Bogotá. Leí «El tiro en el concierto» en la Casa de América de Madrid, por invitación de Anna María Rodríguez; el texto es inédito. «Las máscaras de Philip Roth» es la reescritura de tres textos parciales alrededor del mismo tema, y se publicó entre 2006 y 2008 en las revistas Piedepágina y Arcadia, de Bogotá, y Letras Libres, de Madrid: los responsables respectivos son Alejandro Martín, Marianne Ponsford y Ramón González. «La paradoja de don Álvaro Tarfe» hizo parte de la antología Autores del Quijote, publicada por la Universidad Javeriana en 2005, y agradezco a Sarah Mujica la invitación a participar en ella. «La memoria de los dos Sebald» no fue un encargo, pero el poeta Juan Malpartida, editor en 2004 de los Cuadernos hispanoamericanos de Madrid, aceptó el ensayo. Pere Sureda, editor de Belacqva en Barcelona, me invitó a prologar Nostromo, de Joseph Conrad, para celebrar los ciento cincuenta años de su nacimiento (el de Conrad, no el de Sureda). El resultado es «Viaje a Costaguana». «La reseña en conflicto» y «La historia que ya existe» son ambas lecturas hechas en Casa de América y luego publicadas en El Malpensante, la una en 2004 y la otra en 2008, aunque la primera también apareció en Lateral. Leí la primera versión de «Literatura de inquilinos» en la Feria del Libro de Bogotá, en abril 2004; leí la segunda versión en el ICCI de Barcelona, seis meses más tarde; y publiqué la quinta versión en Revuelta de México en 2007. «Historia de un malentendido: lecturas anglosajonas del Quijote» fue una lectura hecha en Barcelona, en el marco de unas celebraciones por los cuatrocientos años de la novela que organizó Caja Madrid, y al año siguiente se publicó en Cuadernos hispanoamericanos y El Malpensante. Finalmente: en 2002, Mario Jursich me pidió que escribiera un artículo sobre la experiencia que había sido traducir Hiroshima, de John Hersey; el texto se me fue por otra parte, y el resultado es «Hiroshima y la mentira atómica» (El Malpensante, Bogotá), que también publicó después Ricardo Cayuela (Letras Libres, Madrid, 2002).
J. G. V.
Barcelona, enero de 2009