CARTA A UN JOVEN ESCRITOR

(DE CUALQUIER EDAD)

Querido amigo:

Rainer Maria Rilke escribió las Cartas a un joven poeta. Mario Vargas Llosa, unas Cartas a un joven novelista. Ahora caigo en la cuenta de que este libro puede considerarse una Carta a un joven escritor, es decir, dirigida a ti, que sientes fascinación por el mundo de la literatura en abstracto, sin tener todavía una idea clara de si quieres o puedes internarte con éxito en alguno de sus variados territorios. No te lo voy a poner fácil recomendándote cualquier método para aprender a escribir y diciéndote que es cosa de un par de semanas. Tampoco te voy a hablar de poesía ni de novela, sino de algo previo a esas gloriosas especializaciones. Algo grande y arduo. Voy a hablarte de la experiencia literaria. Con ello nos remontamos al origen de la creación, a la capacidad expresiva, al modo como la palabra configura el mundo, lo explora, lo amplía, lo transfigura. No me refiero a un oficio, ni siquiera al ámbito de sentido abierto por la historia de las grandes creaciones literarias, sino a una poderosa teleología, a la tenaz búsqueda de un fin, que se va desgranando en actos concretos. La inteligencia humana siempre parece que va a alguna parte. Cuando un autor se integra en una tradición está al mismo tiempo asimilándola y rechazándola, puesto que aspira a superarla. Para comunicarte la emoción que me produce la «experiencia literaria», voy a servirme de una metáfora bíblica. En el principio de los tiempos, sonó una palabra que decía «Hágase la luz». Y ese Verbo, en efecto, dio a luz la luz, o sea, separó la claridad de la oscuridad, dio forma al caos originario, y lo convirtió en mundo.

Tal como la entiendo, la experiencia literaria se enfrenta al mutismo de la realidad. No hay ningún desdén en esta afirmación, sino la conciencia de nuestra situación. Muchas personas religiosas se quejan del «silencio de Dios». Pues bien, hay otro silencio todavía más profundo: el de la realidad. Esta afirmación puede chocarnos, porque con frecuencia creemos que verdaderamente nos habla. Los científicos lo precisan con su rigor habitual y nos dicen que la naturaleza nos habla en lenguaje matemático. La Biblia afirma que los cielos cantan la gloria de Dios. En su poema Anábasis, Saint John Perse increpa al Sol gritándole: «¡Nos has dicho tantas mentiras!». También desconfía del mentiroso mar «ágil y fuerte bajo la vocación de la elocuencia». Se equivoca en ambas críticas, pues ni el sol ni el mar hablan. Sólo el hombre profiere y da sentido a las cosas. Las hace hablar. Entonces, ¿de dónde nos viene esa idea de que la realidad tiene algo que decirnos? De nosotros mismos, que hemos nacido en un universo ancestralmente empalabrado y que necesitamos hacer habitable la realidad mediante el lenguaje. Vemos las cosas a través de las palabras dichas por otros, y eso puede hacernos olvidar que hemos de decir nuestra propia palabra. Somos seres híbridos y vivimos a la vez en la realidad fisicoquímica, y en la realidad interpretada, generada por la experiencia en general, y por la experiencia literaria en particular. Vivimos en los significados que damos a las cosas. La realidad está ahí, resistiéndome, pero yo la humanizo revistiéndola de sentido. Así funciona incluso la más elemental percepción, la simple contemplación del árbol recortándose contra el cielo. Es nuestra manera de interpretar el silencio ontológico. Y esta tarea se realiza en plenitud con la palabra. Por eso, la creación literaria es el gran símbolo de la naturaleza humana, que es inevitablemente creadora e inevitablemente utópica. Heidegger se pregunta: ¿Para que tiene que haber poetas en tiempos tan precarios? Precisamente para que no olvidemos nuestra grandeza de cuidadores del ser.

El ser humano es, pues, el «profeta» de la realidad, el que va a manifestarla (eso es lo que phainein significa). El que va a humanizarla. Que comprendas esta función es imprescindible para que puedas captar la transcendencia de la escritura. Por eso insisto tanto en ello. Luego, podrás elegir lo que quieres decir, o mejor dicho, lo que quieres hacerle decir. Y también a quién se lo dirás. No sólo vas a dar la palabra a la realidad, sino que se la vas a comunicar a otros. Serás, pues, un intermediario.

En el fondo, esa experiencia literaria no es sólo anterior a la diferencia en géneros, sino incluso a la separación entre lenguajes científicos y no científicos. Las matemáticas son un lenguaje, y la física, y la filosofía, y la poesía y la narrativa, y la autobiografía, y el periodismo. Todos ellos son modos de expresar la realidad para que alguien la entienda o la sienta o la cambie. Heidegger dijo que el lenguaje concede la más alta posibilidad al ser humano. Y mi primer consejo como futuro escritor es que comprendas, clarifiques y ames esa posibilidad. Después podrás entrenar tus energías y elegir tu género preferido.

¿Qué significado vas a dar a la realidad? Ésa es tu tarea. ¿De qué manera vas comunicarlo? Ésa es tu tarea también. Tengo la convicción de que el talento es un largo entrenamiento. Aunque puedes aprender de muchos, nadie te evitará el esfuerzo. Pero alguna vez, en algún lugar, pondrás en alguna página un punto final y dirás satisfecho: «Lo conseguí».

ISMAEL

PD. Si me animo a abrir el Gymnasium literario, te lo haré saber.