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Los efectos de la gravedad
Mi marido ha lucido un bigote rubio toda su vida adulta. Hasta que un día, no hace mucho, se acercó y me dijo: «Oye, tengo el bigote totalmente blanco.» Es verdad, lo tiene, y había tardado unos tres años en darse cuenta.
No sé qué piensa una mosca, si es que piensa algo, cuando se mira en el espejo. Lo que sí sé es que si queremos gestionar el envejecimiento, cuando vamos sumando años y nos miramos en el espejo tenemos que vernos tal como realmente somos, por dentro y por fuera. Muchos nos engañamos. No vemos lo que somos, sino que solemos ver lo que éramos. O nos ciega lo que queremos ser o lo que creemos ser.
Conocernos verdaderamente, sentirnos cómodos con nosotros mismos y tener una actitud saludable, realista y positiva sobre nuestro propio envejecimiento es de la mayor importancia para envejecer bien.
Para envejecer con actitud positiva es fundamental mirarse atenta y periódicamente en el espejo.
¿En qué deberías fijarte? Es imposible leer un libro o una revista, o ver o escuchar un programa sobre envejecimiento sin encontrar los temas más habituales: salud, aspecto, ejercicio físico, nutrición, estilo de vida, milagros médicos (una subcategoría en la que supuestamente se incluye la cirugía estética) y las relaciones.
A todo ello me gustaría añadir como categoría general algo para evaluarse uno mismo y efectuarse posibles modificaciones:
• La actitud.
Más adelante veremos algunas preguntas que puedes formularte al mirarte en el espejo. Pero me gustaría destacar desde el principio el poder de la actitud. Es una píldora milagrosa. Y es probable que la gente haya buscado pociones milagrosas antienvejecimiento desde que el mundo es mundo.
LA ACTITUD DE LAS FRANCESAS
La gravedad es la misma en Francia que en el resto del mundo, especialmente cuando llegas a los sesenta y los setenta, si no antes. Pero las francesas abordan el envejecimiento con una actitud distinta de la que adoptan las mujeres de la mayoría de culturas. En lo que a envejecer se refiere, la principal diferencia entre las francesas y una gran parte de la población femenina no es la forma de arreglarse o de vestir, la nutrición o el cuidado del cutis o de la piel; es la actitud. Para empezar, las francesas tienen una definición diferente de lo que es la vejez. En un estudio multinacional efectuado recientemente, las francesas demostraron ser las mujeres a quienes menos preocupaba envejecer, y una tercera parte de ellas creía que se es «viejo» a partir de los ochenta.
Sin duda, en Francia una mujer de entre cuarenta y sesenta años sigue atrayendo y siendo vista como objeto del deseo, y actúa en consecuencia. Lo siente así y lo demuestra con sus actos, pero no finge no tener edad. Se siente cómoda consigo misma. Se cuida y, por lo general, vigila su peso y su aspecto, pero no intenta parecerse a la que era a los veinte años. La cultura estadounidense, junto con muchas otras, es una cultura de la juventud. No es el caso de Francia. Nombra las principales actrices francesas que te vengan a la cabeza. Es probable que todas ellas transmitan un aire de elegancia y una belleza cautivadora que no constituye una imagen perfecta ni es un reflejo de cómo eran hacia los veinte años. ¿Juliette Binoche? Nació en 1964. ¿Catherine Deneuve, todavía un icono? Nació en 1943. Hasta las de treinta y tantos, como Marion Cotillard, tienen una imagen «madura» que rezuma una atractiva mezcla de honestidad y experiencia.
En las películas francesas aparecen muchas mujeres jóvenes, pero tampoco son un sinfín de «Ángeles de Charlie». Piensa en Amélie (Audrey Tautou), la joven de pecho plano y buen corazón. Las mujeres de cincuenta años en adelante suelen mostrarse como si lo más probable fuera que tuviesen un amante, a veces más joven. Si bien en las películas, y también en la vida real, las francesas pueden ser burócratas (algo típicamente francés) u objetos de un deseo discreto, en su vida personal, fuera de la gran pantalla, adoran ser «intelectuales», tanto a pequeña como a gran escala. Las francesas citan a Rousseau y Descartes de sus años de secundaria y pueden comentar y discutir de todo, desde la comida que tienen en el plato hasta los detalles del último escándalo político. Ser adulto implica haber madurado. Y haber madurado significa perder algunas de las inseguridades de la vida, como preocuparse demasiado por los efectos de la gravedad. Las francesas de cierta edad viven intensamente el momento, y de modo desafiante.
Tal vez hayas oído que los cincuenta son los nuevos cuarenta. Yo he escrito que los cincuenta y nueve son a veces los nuevos sesenta. Desafortunadamente, un chiste del New Yorker sugería que los setenta y cinco son los nuevos nada. Espero que no sea cierto, pero sugiere que a los setenta no hay que contenerse... ¿para qué? Ni siquiera a los sesenta ni a los cincuenta a la francesa. Carpe diem.
SENTIRSE FENOMENAL
¿Cuántas veces has oído las máximas «El pensamiento es más poderoso que la materia», «Si no dejas de preocuparte, caerás enferma» o «Perdió el entusiasmo por la vida»? Sin duda, se engloban en la categoría de «nada nuevo bajo el sol».
Ahora bien, lo nuevo, si es que cincuenta años pueden seguir considerándose algo nuevo, es que ahora tenemos pruebas científicas de que la magia no solo funciona, sino que forma parte de la ciencia humana. La especialidad tiene incluso un nombre sofisticado: psiconeuroinmunología. Creer es una poderosa medicina.
¿Recuerdas el efecto placebo? Es un hecho: en muchos casos, cuanto más cree una persona en un tratamiento o un fármaco, más probable es que mejore su salud o comportamiento. Los placebos han contribuido a reducir la ansiedad, el dolor, la depresión y muchísimas alteraciones. Hace unas décadas se demostró científicamente que el sistema inmunitario humano está conectado con el cerebro, que existen comunicaciones complejas entre los neurotransmisores y las hormonas.
Aunque no sea precisamente una píldora antienvejecimiento todo en uno, la creencia consciente y el condicionamiento subliminal pueden controlar procesos corporales como las reacciones inmunitarias y la liberación de hormonas. Cuando se le pone una tirita a un niño, este se calma y se siente mejor sin ninguna razón médica clara. Sabemos que una fuerte red social favorece que la gente sobreviva al cáncer. Puede que no sea estrictamente un placebo, pero representa una prueba evidente del papel que desempeña el cerebro en la salud física y, evidentemente, en la salud mental asociada. La meditación, por supuesto, es un método mental para liberarnos de las falsas ilusiones y del estrés para lograr una forma de paz interior. Algunos métodos de meditación han permitido a la gente reducir la tensión arterial, aliviar el dolor y modificar diversas funciones cerebrales y corporales.
La cuestión es que positivamente disponemos de la capacidad de sentirnos mejor. Asimilemos esta idea. Es una capacidad extraordinaria.
Elaborar proyectos realistas, valorar las opciones y dar después forma a lo que deberíamos hacer durante las diversas etapas más avanzadas de la vida es una poderosa medicina mental capaz de curar algunas de nuestras dolencias y potenciar nuestros placeres a lo largo de la vida. ¿Sentirse fenomenal? Bueno, yo me siento así a veces.
LA OCTOGENARIA YVETTE
Durante mi infancia en la Lorena, al este de Francia, tuve una niñera que prácticamente acabó formando parte de la familia. Los veranos, por ejemplo, solían enviarme a pasar uno o dos meses a la casa de campo de mi abuela, en Alsacia, e Yvette hacía y deshacía el equipaje y mediaba a diario entre mi severa abuela y yo... año tras año. Al final, Yvette se casó y tuvo hijos propios a los que cuidar. Por mi parte, yo me fui a cursar la secundaria cerca de Boston, luego los estudios universitarios en París y finalmente a vivir con mi marido en Nueva York, por lo que nos mantuvimos en contacto básicamente a través de mi madre, aparte de tomar un café juntas cuando nos encontrábamos muy de vez en cuando. A pesar de eso, seguimos estando muy unidas. Por último, cuando mi madre se «jubiló» y se fue a vivir al sur de Francia, recurríamos a Yvette para que fuera a verla, comprobara cómo estaba y nos informara convenientemente. Tras el fallecimiento de su marido, ella también «se jubiló» y se mudó al sur de Francia, en su caso a la ciudad de Toulon, en la Riviera (sede del Airbus). Al parecer, conoció a un compañero maravilloso y, a los ochenta, vive la vida al máximo con él. Hasta tienen una caravana de lujo con la que van a un cámping situado a una media hora de su casa. Todos los veranos viene a verme a mi casa de la Provenza, una visita que siempre espero con ganas.
El verano pasado vino acompañada de su encantador compañero y de su hijo, Claude, que vive en el extremo septentrional de Francia. Mientras tomábamos café con un trozo de tropézienne, la riquísima tarta que debe su nombre a Brigitte Bardot (sí, Yvette y yo seguimos siendo muy golosas, pero ahora con moderación), la conversación se desvió hacia Nueva York, dado que su hijo había estado en esa ciudad con sus tres hijas hacía unos años y todos ellos se habían enamorado de Estados Unidos. Yvette dijo: «¿Sabes qué, Mireille? También he venido para hablar contigo sobre Nueva York, porque me encantaría visitarte para ver cómo vives ahí.» Y después añadió enérgicamente: «Pero me gustaría hacerlo avant de vieillir [antes de ser vieja].» Esta es la frase que dice alguien que envejece con una actitud positiva.
En aquel mismo instante quedamos que me haría una visita de una semana de duración a principios de noviembre, en una demostración de una forma de vivir la vida con placer y en el presente que se adquiere con la edad. Cuando se fue, otra invitada, una mujer de treinta y dos años, dijo que Yvette no aparentaba la edad que tenía y, lo que es más importante, que no se comportaba como alguien de su edad. Y es verdad. Yvette tiene una forma agradable de tratarte y de mirarte, y sus ojos proyectan una luz y un guiño de complicidad que te indican al instante que ama la vida y disfruta cada segundo de ella.
Unos meses después, a fin de organizarlo todo para que la visita le resultase inolvidable, pedí información por correo electrónico a su hijo, quien me confirmó que Yvette está en muy buena forma, plena de vitalidad, dinamismo y curiosidad, y que conserva un excelente sentido del humor. Come de todo, solo que en cantidades más pequeñas que antes, y aunque tal vez podría perder unos kilos, se siente cómoda y sana tal como está. ¿Qué quería hacer, además de ver cómo vivo? Ir a un musical y a la ópera, respondió su hijo. Unas semanas después, ella misma añadió a la lista un partido de baloncesto. Puede que haya algo de cierto en la afirmación de que el Madison Square Garden es el estadio más famoso del mundo (¡y yo que creía que era el Coliseo de Roma!). Pregunté si tenía limitaciones físicas. La respuesta fue que camina muy bien y que lo único que le da algunos problemas son las escaleras. Aleluya. Tranquilicé a su hijo informándole de que para subir al decimoquinto piso en que vivimos disponemos de ascensor.
JACK
Jack superó un cáncer. Era un luchador. Lo conocí en los inicios de mi carrera como relaciones públicas en Nueva York. Era nuestro impresor externo y venía dos veces por semana a trabajar conmigo en diversos proyectos. Jamás le pregunté su edad, pero seguro que por entonces tendría setenta y pico, aunque su actitud era la de un hombre de cuarenta. Un día, mientras me contaba lo mucho que le gustaba Francia, me animé a preguntarle cuál era la «receta» de su optimismo, energía y vitalidad, por no hablar de su constante buena disposición y sentido del humor. Me enteré entonces de que a los cincuenta años había tenido un cáncer y que eso le había cambiado la vida. Como el tratamiento que seguía en Nueva York no estaba dando buenos resultados, probó la medicina alternativa y tratamientos médicos fuera de Estados Unidos. Recuerdo que estuvo en México, entre otros sitios. Pero lo que descubrió fue un estilo de vida y una actitud mental que abarcaba el yoga y la alimentación sana holística. Fue una larga evolución para aquel hombre diminuto, prácticamente calvo, educado en Brooklyn.
¿Cuál era la receta? Su respuesta fue simple: «Hago yoga todas las mañanas y, especialmente, el pino durante veinte minutos... y como sano.» Al ver que lo miraba perpleja, y antes de que me diera cuenta, me dejó boquiabierta haciendo el pino en mi despacho. Una vez se hubo incorporado de nuevo, me explicó: «Desde los cincuenta y tantos como menos. Tomo carne y pescado una vez a la semana, y me alimento principalmente de cereales, huevos, frutas y verduras, y pan del bueno, que horneo los sábados.» (Nada de pan de molde para Jack.) «Preparar pan me relaja, y lo más importante es que tomo muchas sopas con muchas especias y hierbas, y yogur» (el alimento básico por excelencia de las francesas). Él mismo se lo preparaba porque no quería comprar ninguna «mierda» (en palabras suyas) del supermercado. Desde luego, esto era antes de los yogures buenos y naturales que existen hoy en día. Dicho esto, actualmente hay cientos de yogures que Jack y yo catalogaríamos de comida basura porque contienen demasiado azúcar, con ingredientes como el terrible jarabe de maíz, a menudo fruta muy dulce, y conservantes.
Le dije que debió de ser budista o francés en otra vida. Según él, había sido una mezcla de ambas cosas, y desde que había cumplido los cincuenta y cinco, y el cáncer no se le había reproducido, jamás se había sentido mejor. A menudo lo recuerdo haciendo el pino con el traje y la corbata, y al imaginar lo que habría sucedido si alguien hubiera entrado en aquel momento en mi despacho, me parto de risa. Jack me caía muy bien y siempre esperaba con ansia su visita.
¿Podemos hablar de efecto placebo en el caso de Jack? Quizás en parte, pero el caso es que funciona, y él tuvo la voluntad y la actitud necesarias para vivir. Y, por supuesto, dio con el yoga y con una dieta saludable, los cuales, como se demostraría científicamente poco tiempo después, facilitan una larga vida, como la que él disfrutaba.
DENISE
Admitámoslo: todos conocemos a alguien de quien nos preguntamos en secreto si es consciente de lo que ve cuando se mira en el espejo.
Tengo una antigua compañera de clase, Denise, con quien compartí mucho tiempo entre los veinte y los treinta y pocos años. Ahora puede que la vea una vez al año. Y en cada ocasión me preocupa e inquieta su aspecto. Denise tendría que ser objetiva al mirarse en el espejo. ¿No nos pasa lo mismo a todos? Cuando da la impresión de que vamos disfrazados y aún no ha llegado Halloween, significa que ha llegado la hora de que recapacitemos.
A veces me pregunto si no debería aconsejarla sobre cómo peinarse o maquillarse. Existen muchas cosas que podemos hacer para ayudar a nuestros cuerpos y mentes que envejecen a encaminarse de una forma más saludable y alegre hacia lo inevitable. Debería hacerle amablemente una o dos sugerencias. ¿O es que acaso está satisfecha con su aspecto?
Al parecer, no lo está. De hecho, todo indica que se ha «dado por vencida» sin motivo.
Quizás hayas reparado alguna vez en los indicios de lo que llamo «darse por vencido». Solo viste ropa sosa, negra o de colores muy oscuros. Ha dejado de usar el discreto lápiz de labios y la sombra de ojos con los que realzaba su rostro. Lleva un peinado anticuado, nada favorecedor. Cuando la veo, me viene a la cabeza la imagen de una mujer mayor sacada de una foto europea de los años cuarenta. No quiero pensar así, pero no puedo evitarlo. Y no es vieja, en el sentido de que, de acuerdo con sus antecedentes familiares y sus características genéticas, le quedan décadas de vida.
Me entristece ver cómo, cada año que pasa, se ensancha aún más la brecha que existe entre nuestras «actitudes». Yo prefiero abordar el envejecimiento con una actitud positiva, una meta en el horizonte y autovalorándome. Su decisión, en cambio, consiste más bien en envejecer con apatía.
¿Estoy siendo crítica? Por supuesto, pero también realista, y lo hago para ilustrar un caso negativo de alguien que no tiene una actitud positiva a la hora de verse a sí mismo y no envejece bien. Me he esforzado mucho en conseguir un enfoque mental positivo del envejecimiento y quiero conservarlo. Cuando las mujeres (y los hombres) que nos rodean se dan por vencidas, ¡resulta deprimente estar con ellas!
¿Es posible sacar a mi vieja amiga de su letargo? Unas pocas sugerencias de los capítulos de este libro tendrían sobre ella resultados milagrosos. Tal vez descubra algunos secretos. Pero para ello tendría que dirigir una mirada sincera sobre sí misma, y a algunas mujeres en ocasiones les cuesta enfrentarse con lo que ven en el espejo.
Nuestras amigas son importantes a lo largo de toda la vida, pero con la edad lo es todavía más el rodearnos de personas positivas, que tengan una actitud vital parecida a la nuestra. ¿Recuerdas el viejo adagio según el cual eres tan viejo como te sientes? Rodéate de gente que sea joven de espíritu y que se cuide, tanto física como mentalmente... y observa qué sucede. ¡Te prometo que los resultados te encantarán!
OLVIDA LA ESFINGE
¿Cómo organizar nuestros pensamientos y actos para envejecer con una actitud positiva? Mi consejo: olvida el enigma de la Esfinge, olvida lo de andar a gatas, lo del bastón para andar, olvida lo de clasificar la vejez como la tercera edad del ser humano; es deprimente y desvía la atención sobre lo verdaderamente importante. A efectos de este libro, la clasificación y la trilogía organizativa con la que abordo el envejecimiento con una actitud positiva de dentro hacia fuera es la siguiente: mental, física y exterior (estoy pensando en el aspecto exterior de una persona, en la máscara que nos ponemos, en la cara que adoptamos ante las caras con que coincidimos). ¿Cómo nos vemos, cómo nos mostramos a nosotros mismos y a los demás? ¿Cómo nos sentimos físicamente, de salud y esas cosas? ¿Cómo pensamos y nos sentimos mentalmente?
Por supuesto, los elementos físico, mental y externo del envejecimiento no se suceden linealmente como en el caso de la infancia, que nos conduce hasta la edad adulta. A menudo son inseparables. Los cuidados de la piel producen una piel sana y tersa, y un aspecto que hace que te sientas bien. Sin duda, la salud afecta el aspecto y la actitud de una persona, y viceversa.
Cuando a medida que vamos envejeciendo nos miramos en el espejo para evaluarnos, son muchas las preguntas que hemos de hacernos, de lo más general a lo más concreto.
La pregunta más general que debes formularte es la siguiente: «¿Me gusta mi aspecto?» Ahora bien, ¿puedes hacer algo para mejorarlo? ¿Quieres mejorarlo? Algunas cosas, como los efectos de la gravedad, son difíciles de cambiar, aunque es posible atenuarlas. ¿Cómo estás de salud? ¿Puedes hacer algo para mejorarla? ¿Quieres mejorarla? Sigue leyendo. ¿Cuál es tu actitud ante ti misma y el envejecimiento? ¿Puedes hacer algo para mejorarla? Sigue leyendo. Llega un momento en que tienes que descartar el bikini. ¿Ya ha llegado? ¿Y los tacones altos? ¿Y el sexo?
AÑO NUEVO, VIDA NUEVA
Cada año, con la misma certeza de que el sol sale por el este, llega enero junto con las campañas comerciales de «año nuevo, vida nueva» para los programas de autoayuda. Los gimnasios ofrecen cuotas especiales y admiten más personas de las posibles porque, en un par de meses, la mayoría no utilizará las clases ni las máquinas. En las revistas, libros y vídeos abundan las dietas milagrosas. Proliferan los consejos y los anuncios de cursos didácticos y de cambios de profesión.
Sin duda, el principio del año es un momento tan idóneo como clásico para hacerse propósitos de cara al nuevo periodo (naturalmente, cualquier día es igual de bueno para que empieces tu propio plan de doce meses). La realidad de muchos propósitos que se hacen con la mejor de las intenciones es que se abandonan fácilmente porque los planes que los sustentan son poco realistas e insostenibles. Las dietas yoyó que se hacen en enero, en los meses de mayo y junio (antes de la estación que más tiempo pasamos al aire libre) y el mes antes de un gran acontecimiento social, como una boda, son lamentables. Sí, es posible y no cuesta demasiado perder dos o incluso cinco kilos en un mes. Yoyó... ¿Qué probabilidades hay de no recuperar esos kilos antes de un año? Pocas, y esa es la razón de que se fomente una nueva dieta milagrosa cada mes de enero.
Y esa es, también, la razón que me lleva a creer que la clave de las transformaciones es hacerlas poco a poco. Los cambios drásticos no suelen perdurar. Tomarte las cosas con calma implica llegar gradualmente a tu destino, y si te caes por el camino, puedes volver a reemprenderlo. No es ningún fracaso, sino una ligera demora.
También creo en adoptar un planteamiento que haga hincapié en lo positivo, en lo que puedes hacer antes que en lo que no puedes. Sí, puedes comer chocolate y beber una copita de vino sin engordar.
Una actitud positiva mejora tu vida. Envejecer con actitud positiva implica elaborar un plan individualizado para efectuar algunos ajustes mentales, físicos y en nuestro aspecto para los años venideros con la mirada puesta en un horizonte lejano. Si al leer el resto del libro encuentras media docena de ideas que puedas adoptar y llevar a la práctica a lo largo de un año, habrás conseguido añadir años buenos a tu vida y, posiblemente, alargarla varios años también. De acuerdo, podrías adoptar unas cuantas más, pero no intentes demasiadas a la vez o te desconcentrarás y tendrás más fracasos que éxitos.
Es de esperar que algunas de las sugerentes ideas, tanto grandes como pequeñas, de estas páginas te llamen la atención. Si eres como yo y se te olvidan constantemente cosas de las listas que elaboras mentalmente, quizá te vaya bien tomar alguna nota por el camino. Es un comienzo. Sin duda la primera serie de cambios de tu estilo de vida te situará dentro de un año en otro plano saludable y holístico de tu programa antienvejecimiento, tu programa para envejecer con actitud positiva. Entonces estarás preparada para mirarte de nuevo en el espejo y disponerte a desafiar los efectos de la gravedad. Adelante.