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Suplementos

Pastillas. Pastillas de todo tipo. Todos queremos la píldora mágica antienvejecimiento que nos otorgue una larga vida. Se nos ofrecen más y más pastillas a modo de suplementos. Existen tiendas dedicadas exclusivamente a la vent­a de vitaminas que ofrecen panaceas salidas directamente de un libro de Harry Potter. En las farmacias podemos encontrar estantes llenos de suplementos que no precisan receta. En las tiendas de productos naturales vemos grandes secciones dedicadas a los tratamientos homeopáticos y a los suplementos (la que se encuentra en mi barrio neoyorquino dispone de una sección anexa de pastillas para incluirlos todos). Los anuncios sobre dietas y píldoras milagrosas abundan en las revistas y en la red. Todo ello me confunde. Me tienta. Sé que muchas de estas pociones mágicas no benefician demasiado y que muchas incluso pueden perjudicar.

Si practicas lo que he estado aconsejando, básicamente medicina preventiva, y si sigues una dieta equilibrada, variada y saludable, ¿por qué habrías de necesitar más cantidad de algo que la naturaleza ya te proporciona? Puede que, con la edad, necesites algo, pero ¿qué?

Lo mejor que puedes hacer al respecto a partir de los cincuenta (si no antes) es pedir al médico que te prescriba un análisis de sangre que incluya una larga lista de vitaminas y minerales. Si se descubre que tienes alguna deficiencia, el primer paso debería consistir en modificar un poquito tus hábitos alimentarios. ¿Tienes el magnesio un poco bajo? ¿Y si añades a tu dieta un plátano (que aporta este mineral) dos veces a la semana antes de apresurarte a ingerir un complejo vitamínico o un suplemento de magnesio?

SUPLEMENTOS VITAMÍNICOS Y MINERALES

De acuerdo, es probable que un complejo vitamínico en dosis bajas no te perjudique y puede que incluso te beneficie, especialmente si es de la variedad ideada especialmente para las mujeres de cierta edad. Ahora bien, los estudios clínicos siguen sin aportar pruebas de que tomar complejos vitamínicos mejore la salud de una persona. Desde luego, no curan ninguna de las enfermedades principales.

Pero lo más alarmante es que los estudios sí han demostrado que las sobredosis resultan realmente peligrosas. Pueden provocar todo tipo de efectos adversos, y las dosis excesivas de vitamina A, D, E y K, por ejemplo, interactúan negativamente con algunos fármacos que precisan receta.

Si lees los prospectos de algunos suplementos vitamínicos y minerales, verás que suelen incluir las cantidades diarias recomendadas por un gobierno o un centro de investigación. Después aparece el porcentaje de esa cantidad recomendada que contiene la pastilla o el preparado. Y hay porcentajes del 250%, del 500% e incluso del 1.000%. A ver, ¿quién dijo que diez veces la cantidad recomendada es diez veces más beneficioso... o siquiera dos veces más beneficioso? Nadie, ni tan siquiera las empresas que los producen, y no lo dicen porque no es verdad, y existen poquísimas pruebas que respalden cualquier afirmación de que estarás más sano si los tomas.

Piensa también en la leche, el pan, la pasta y los cereales enriquecidos que consumimos. Seguramente ya nos aportan más de la cantidad diaria recomendada de diversos minerales y vitaminas. ¿Hay que añadir a eso un complejo megavitamínico? Podrías llegar a ingerir diariamente el 2.000% de la cantidad recomendada. ¿Y por qué todo tiene que ser «mega» en nuestro mundo extragrande? Como has oído que el aceite omega-3 es bueno para ti y que contribuye a reducir el riesgo de infarto, aumentas la cantidad de pescado azul que consumes. ¿Habría que añadir a eso pastillas de aceite de pescado, cuyos beneficios aún no se han demostrado? ¿Y quizá también unas hierbas de las que has oído hablar, procedentes de un lugar y de una planta totalmente desconocidos para ti, y de una empresa de la que no sabes nada, para obtener cierta protección (o acaso cura) para cualquier otra cosa?

Ha llegado el momento de enfrentarse a otra realidad: es más seguro obtener las vitaminas y los minerales, así como los antioxidantes y demás agentes beneficiosos, de la fruta, la verdura, los frutos secos, los granos, los productos lácteos, el pescado y la carne.

Pero, dado que con la edad uno de los temores es la fractura de los huesos y la osteoporosis, especialmente en las mujeres, ¿son los suplementos de calcio una buena opción? Por lo menos, eso es lo que me pregunto cuando debería hacer­le la pregunta a un médico, especialmente a la nueva clase de médicos, los gerontólogos, que están muy bien in­forma­dos sobre las necesidades y las últimas prácticas relacionadas con los pacientes de más de cincuenta años. No cabe duda de que es importante ingerir diariamente la cantidad adecuada de calcio para que nuestros huesos se mantengan fuertes, entre otras cosas. Por lo que he leído, el calcio de los alimentos contribuye a reducir el riesgo de infarto; el de los suplementos, no. Ahora bien, es igual de importante no excederse en la dosis de calcio. De hecho, en un estudio reciente se descubrió que las mujeres que consumían 1.400 miligramos de calcio o más al día tenían más del doble de riesgo de morir de una cardiopatía, y por si eso no bastara, el exceso de calcio aumenta el riesgo de formación de cálculos renales. Genial. Comprueba primero tu densidad ósea y consulta a tu médico. Puede que no necesites más calcio y, por tanto, tampoco suplementos.

Si las excepciones confirman la regla, permíteme que vuelva a hablar sobre la vitamina D. No me importa confesar de nuevo que cada pocos meses aparece un nuevo estudio donde se afirma que determinado alimento o vitamina es fundamental para nuestra salud, y eso me confunde. Los medios de comunicación tampoco facilitan las cosas, puesto que cada pequeño estudio que propone una vitamina, un nutriente o una pastilla milagrosos que prometen mejorar la salud consigue sus quince minutos de gloria. Pero al final, regreso a la vitamina D, tal vez el único suplemento que habría que plantearse y replantearse.

Se ha hablado mucho de esta vitamina para afirmar que muchísimas mujeres presentan deficiencia de ella. Una vez más, para una persona media, una dieta con las raciones correctas que incluya gran variedad de alimentos integrales (que son alimentos naturales, ricos en nutrientes) satisfará la mayoría de necesidades nutricionales del organismo. Y si sales todos los días al aire libre y te da el sol, la producción de vitamina D debería elevarse. Aunque tal vez solo la mitad de lo que crees. Sí, el contacto de los rayos ultravioleta del sol en la piel provoca una reacción química que le indica a nuestro organismo que produzca vitamina D. Pero si usas protección solar (como es debido) o vives en una región septentrional donde no se ve el sol todos los días, lamentablemente la capacidad de tu cuerpo de producir la vitamina se verá mermada.

Mantengo lo que siempre he dicho y los franceses han seguido toda la vida: todo con moderación. Pero puede que un poco más de vitamina D sea una excepción porque es posible que más sea simplemente suficiente. La razón es la siguiente: aunque nuestro cuerpo suele ser bastante eficaz a la hora de extraer lo que necesitamos de los alimentos, la realidad es que no absorbemos adecuadamente suficiente calcio, nutriente fundamental para producir masa ósea y conservar sanos los huesos y los dientes. Es ahí donde interviene la vitamina D, que facilita la absorción de calcio.

Las mujeres sabemos desde hace años que, con la edad, nos enfrentamos a un riesgo mucho más alto de osteoporosis, con el consiguiente aumento de la fragilidad de los huesos, especialmente si nos comparamos con los hombres. Para contrarrestarlo, pasados los cuarenta muchas de nosotras tomamos entre 500 y 600 miligramos de calcio dos veces al día, es decir, un total de entre 1.000 y 1.200 miligramos (nuestro organismo es incapaz de absorber los 1.200 mg de golpe). (Una vez más, una gran parte de esta cantidad es excesiva, y conlleva peligros reales.) Pero aquí interviene decisivamente la vitamina D: ¡Aunque seas diligente en el consumo de calcio, tu cuerpo no obtendrá sus beneficios si careces de los medios para absorber los nutrientes!

El motivo de que podamos tener deficiencia de vitamina D es interesante (y convincente): es una vitamina que no se encuentra en la mayoría de alimentos. En muchas partes del mundo, la añadimos a los cereales, la leche y el zumo de naranja, pero estos productos alimentarios no nos permiten alcanzar la cantidad diaria recomendada. Para que te hagas una idea, la mayoría de mujeres necesita alrededor de 1.000 UI de vitamina D al día para satisfacer la recomendación básica. (He visto cifras muy contradictorias al respecto, pero parece que el promedio es de 1.000 UI y la cantidad mínima, de 200 UI.) ¿Qué cantidad contiene tu bol de cereales? Apenas unas 115 UI. La mayoría de frutas, verduras y carnes presentan cantidades modestas, si es que llegan a tener algo. El pescado salvaje, como el salmón rojo u otras variedades del salmón de Alaska, contiene aproximadamente la mitad de la CDR, pero admitámoslo, nadie puede comer salmón dos veces al día todos los días. Aparte del salmón, la leche, el zumo de naranja y los huevos son ricos en vitamina D. No es solo la comida, o la falta de ella, lo que nos impide ingerir suficiente vitamina D, es el estilo de vida del siglo XXI, que nos lleva a estar en espacios cerrados.

Actualmente muchas pastillas de calcio también llevan añadida vitamina D. Asegúrate, pues, de comprar marcas que contengan por lo menos entre 400 UI y 800 UI, y que sea concretamente vitamina D3 (conocida también como colecalciferol), la vitamina D más potente. El resto puedes obtenerlo mediante una dieta equilibrada basada en buenos productos alimentarios y mediante la luz del sol.

Si bien con la edad la absorción de calcio es esencial para las mujeres, no es la única razón por la que nos conviene aumen­tar la ingesta de vitamina D. Muchos estudios médicos han indicado que una cantidad insuficiente de vitamina D puede aumentar el riesgo de cáncer de mama, colon y ovarios. Es un elemento fundamental de nuestro sistema inmunitario, ya que aumenta la salud respiratoria y reduce inflamaciones.

Como gracias a la ciencia moderna vivimos más tiempo, la vitamina D está adquiriendo cada vez más importancia en el proceso de envejecimiento. Su deficiencia puede provocar debilidad muscular, dolores y problemas de equilibrio. ¡De hecho, las probabilidades de que las personas con niveles bajo­s de vitamina D tengan artritis se multiplican por tres!

Así pues, aunque normalmente pasemos del último consejo del día sobre nuestra salud, parece que la combinación vitamina D y calcio podría ser una notable excepción a la que vale la pena prestar atención.

SUPLEMENTOS HORMONALES

Buenas noticias para los miembros de la generación del baby boom. Ser muchos es una ventaja, y el mercado y otras circunstancias harán que cada vez haya más médicos dedicados a ayudarnos y más empresas que investiguen y produzcan productos para facilitarnos las cosas. Algunas ya lo hacen.

El producto más deseado es la píldora de la juventud, pero es más probable que sea una inyección o una crema. Ya hay algunos aspirantes, pero todos ellos presentan peligros considerables.

Estrógeno, progesterona y testosterona

Como todos sabemos, los ovarios de las mujeres producen estrógeno, progesterona y testosterona (solo un diez por ciento, aproximadamente, de la cantidad de los hombres), que alcanzan su máximo nivel cerca de los veinte y hasta entrados los treinta, y después van reduciéndose. Pasados los cuarenta y antes de los sesenta nos llega la menopausia, y con ella, además de los conocidos sudores y sofocaciones, se producen muchos otros cambios: pérdida de la libido, sequedad vaginal y un mayor riesgo de ictus, cardiopatía y lesiones óseas.

Desde hace décadas se ha practicado la sustitución hormonal para mitigar los efectos de la menopausia y recuperar algo más de juventud. Los tratamientos moderados con estrógeno se suelen combinar con la progesterona, una hormona esteroide que contribuye a mantener lubricado el útero y previene la atrofia. Juntas, estas hormonas aumentan la energía y la libido, mejoran el estado de ánimo, la concentración y el sueño, y hasta reducen el riesgo de sufrir ciertas enfermedades como la cardiopatía y la osteoporosis. Ahora bien, el punto de vista sobre esta terapia hormonal ha variado a lo largo de los últimos años, ya que algunos de los riesgos de su uso prolongado (un ligero aumento de las probabilidades de contraer cáncer de mama o de útero, por ejemplo) pueden superar los efectos beneficiosos. Ya no se recomienda la terapia hormonal como prevención de enfermedades, incluido el Alzheimer, pero su uso durante un tiempo breve o prolongado puede seguir siendo aconsejable, ya que sus efectos beneficiosos pueden ser considerables y la relación entre las ventajas y los riesgos resulta positiva para muchas personas.

Dicho esto, en algunos casos aún se está estudiando su conveniencia, especialmente en lo referente a su uso prolongado. Yo no soy médico, así que no quiero dar un consejo, ni tan solo emitir un comentario, sobre todos sus aspectos, riesgos y beneficios. Como mujer de mi generación, he tenido una buena experiencia personal con este «suplemento». Sin embargo, también he vivido los cambios de opinión de los profesionales, y cuando mi ginecólogo se jubiló y acudí a otros, observé posturas muy divergentes entre los médicos que no tenían reparos en expresar su punto de vista. Así pues, averigua y aprende, habla con unos cuantos facultativos y, después, toma una decisión fundamentada.

EL ESTRÓGENO Y YO

A veces, tienes que decidir qué es lo mejor para ti e ir contracorriente. Como diría mi madre: «Ve contracorriente... solo los peces muertos siguen siempre la corriente» o, como dije yo misma en mi libro sobre el trabajo: «No temas asumir riesgos calculados.»

A veces la asunción de riesgos implica valorar mucho los pros y los contras antes de tomar la decisión, ser consciente de los posibles peligros y estar dispuesto a apechugar con las consecuencias. A los cincuenta años, ese infame número mágico que anuncia la «fase de la menopausia», tuve (por lo menos como francesa convencida de que la vida empieza a los cincuenta) que asumir riesgos para mi salud, ¡algo que nunca había hecho y que era bastante distinto de asumir riesgos en los negocios!

Por aquel entonces, era directora general de Clicquot Inc., lo que implicaba jornadas largas seis días a la semana, muchos viajes, jet lag, estrés debido a todas las alegrías y dificultades de impulsar la empresa, y mucho más. No es necesario que te diga que mi primera noche de sofocaciones me desagradó, por decirlo suavemente. Había oído infinidad de historias sobre los padecimientos de mis compañeras, y no estaba preparada para convivir con los inconvenientes físicos de la menopausia, tanto de noche como de día. De momento solo era de noche. Desagradable, en efecto, por decirlo de forma suave. Insupportable (insoportable) para mi yo sensato.

Fui a ver a mi ginecólogo, un profesional de Nueva York que había nacido y se había educado en Grecia. En las primeras consultas empezaba siempre preguntándome cómo iba mi vida sexual, lo cual me intimidaba. No había duda de que se había integrado completamente a Estados Unidos. Algo así es impensable en Francia. Pero él lo había visto y oído todo, y al darse cuenta de que con una simple mirada yo le respondía que aquello no era asunto suyo, comentaba: «Parece una mujer bien dans sa peau... Solo quería asegurarme» (hablaba francés), y a partir de entonces nos hicimos amigos y ya pudimos bromear tranquilamente sobre la vida, sobre las mujeres y, sí, sobre el sexo.

En mi primera consulta relativa a la menopausia me aconsejó, acertadamente a mi entender, una combinación de estrógeno y progesterona... tras describirme bien los pros y los contras de tomar suplementos. Así que me decidí a hacerlo, pero enseguida noté que algo andaba mal, a pesar de que las sofocaciones desaparecieron casi al instante. Le pareció que a mi organismo no le sentaba bien la progesterona (lo en­contr­é lógico) y, aunque no suele recomendarse usar solamente estrógeno, eso fue lo que yo elegí. Su respuesta fue: «Adelante, siempre y cuando efectuemos regularmente una ecografía de control.» (Era también tocólogo y podía realizarla en su consultorio como parte de la visita.) A partir de aquel día volví a sentirme fenomenal, tanto física, como emocional y sexualmente.

Pero entonces, como suele ocurrir hoy en día y confunde a tantas mujeres, otro estudio reveló algunos riesgos asociados a la terapia hormonal. Debido a ello, muchos médicos de Estados Unidos temieron que los demandaran o los acusaran de «mala» práctica médica. Así que mi ginecólogo me anunció que tendría que abandonar mi tratamiento con estrógeno. «Imposible», dije, como la francesa testaruda que soy. No en mi caso. Le aseguré que me responsabilizaría de todo y que le firmaría lo que fuera para que él estuviera cubierto, de modo que aceptó seguir recetándome mi pequeña dosis de estrógeno. En mi seudomédica opinión, todavía no comprendo por qué no recibimos todas las mujeres una reducida cantidad de estrógeno pasados los cincuenta, ya que lo necesitamos y dejamos de producirlo, pero a fin de cuentas, ¿qué sé yo? El caso era que jamás me había sentido mejo­r.

Lo curioso es que, al año siguiente, mi ginecólogo me comentó que por lo visto yo había tomado la decisión correcta, porque mi estado de salud era excelente, mientras que muchas de sus pacientes se sentían fatal y querían retomar el tratamiento que habían abandonado debido al estudio. Como yo, estaban dispuestas a asumir los riesgos. Y en todos los años que me visitó, y que tomé estrógeno, solo una vez la ecografía mostró algo (que, pasado un mes sin estrógeno, desapareció). Muchas de sus pacientes y yo misma decidimos elegir lo que nos permitía llevar una vida normal, porque no estábamos dispuestas a soportar (ni a infligir a nadie) la «calidad de vida» que conllevan los síntomas de la menopausia. A mí me parecía que valía la pena pagar el precio que implicaba.

Pero ahí no se acabaron mis males. Mi ginecólogo, que ya tenía sus años, se jubiló. Antes de hacerlo me comentó que me costaría encontrar otro ginecólogo que aceptara seguir recetándome el estrógeno (aunque la dosis se había ido reduciendo y reduciendo de forma que ya se situaba cerca del mínimo), y predijo que al final (¡más pronto que tarde!) tendría que dejarlo. Entonces le conté la historia de mi tía Mireille, que vive en Ardèche, en Francia, y a sus ochenta y cinco años sigue tomando algo de estrógeno... lo que le permite lucir un aspecto más propio de una mujer de cincuenta o sesenta (su hija lo confirma). No le sorprendió, y se limitó a mirarme y a decir: «Ah, las Mireille del mundo, menudas mujeres son», aunque no sé muy bien a qué se refería con eso. Fue la última vez que lo vi. Y que conste que no estoy siendo imprudente.

La ginecóloga que me atiende ahora no es del tipo del doctor Milagro, desde luego. Tras muchas «discusiones», me permite tomar estrógeno, aunque ha ido retocando levemente la reducción anual de la dosis para acabar quitándome, a la larga, el tratamiento, ya que según ella es sobre todo para la osteoporosis, y a estas alturas de mi vida no surte efecto. No la creo, y en el momento de escribir esto, nos encontramos en un punto en el que no estoy dispuesta a renunciar por completo a un poquitín de dosis. ¿Por qué?, te preguntarás. Pues porque me siento de maravilla y lo atribuyo, acertada o erróneamente, a la reducida dosis de estrógeno. Quién sabe cuánto tiempo me dejará seguir tomándolo o si querré cambiar otra vez de médico para encontrar uno que me deje seguir haciéndolo. Además, hace poco consulté a un ginecólogo oncológico que me aseguró que una pizca de estrógeno es habitual y segura, y que ha visto tomarla a una mujer de noventa y cinco años. De modo que, de momento, todo me va bien... yendo contracorriente.

Testosterona

Con una historia mucho más corta y una base de usuarias mucho más reducida, añadir testosterona al arsenal antienvejecimiento es algo arriesgado y controvertido. Se trata de otro esteroide hormonal que generalmente proporciona mayor sensación de bienestar y una libido considerablemente mayor. Aumenta los efectos beneficiosos del estrógeno y la progesterona cuando es necesario y puede reducir el riesgo de sufrir determinadas enfermedades, pero posee algunos efectos secundarios no deseados. Y si bien puede resultar inestimable para muchas pacientes, es un fármaco con receta que precisa un estrecho seguimiento médico y análisis regulares de sangre.

Cabe destacar también que la testosterona forma parte de las «curas al estilo de Hollywood» para el envejecimiento, de manera que conviene ir con cuidado con quien aconseja y proporciona información (es decir, famosas). Por otra parte, existe una clase emergente de médicos antienvejecimiento dentro de la gerontología que creen ciegamente en ello, están totalmente convencidos y son agresivos a la hora de hacer recomendaciones (que, por supuesto, coinciden con sus propios intereses económicos). Si vas a ver a un pintor de paredes, te pintará la casa. Si vas a ver a un médico antienvejecimiento, lo más probable es que te recomiende terapia hormonal sustitutiva. No soy médico, y creo que lo mejor es esperar a que se realicen más estudios sobre este suplemento.

Hormona del crecimiento

Llegamos a la última inyección milagrosa de los famosos de cierta edad... y un sueño de eterna juventud. La hormona del crecimiento (GH), ideada como tratamiento para un crecimiento insuficiente y una deficiencia hormonal en la infancia, es un potente esteroide, prohibido en la mayoría de deportes. No está aprobado, ni tampoco se ha estudiado demasiado como tratamiento antienvejecimiento para adultos.

La GH es polémica. Se asegura que reduce la grasa corporal y aumenta el tono y la masa musculares, mejora el rendimiento sexual, reafirma la piel y mejora el estado de ánimo. Y los indicios entre los deportistas y las ventas en el mercado negro lo demuestran hasta cierto punto.

Ahora bien, se sospecha que provoca efectos a largo plazo, entre los que figuran la cardiopatía y la diabetes. Por otra parte, la comunidad médica considera que acarrea riesgos a corto plazo reales y considerables, como síndrome de túnel carpiano, dolor articular y muscular, e hinchazón de brazos y piernas.

Es evidente que, en las próximas décadas, la lista de lo que yo llamaría medicinas rejuvenecedoras se alargará, será más clara y estará mejor definida y detallada. Pero lo que he aprendido a lo largo de los últimos años es que todo tiene su precio.

Envejecer es un proceso natural, y te engañarás a ti misma si crees que simplemente recuperando los niveles hor­monales que tenías a los veinte años lograrás que el aspecto de todo el cuerpo y la salud vuelvan a ser los de tu máximo esplen­dor físico. O si imaginas que no tendrá consecuencias. Yo no me engaño sobre el hecho de recibir una pizca de estrógeno o una dosis periódica de vitamina D. Sigue atenta: solo los avances científicos esclarecerán de manera definitiva la relación entre los riesgos y las ventajas. De momento, cada invierno, seguiré tomando durante seis semanas lo que lleva años funcionándome por recomendación de mi estilista: un suplemento Nutricap (de la empresa estadounidense del mismo nombre con presencia en todo el mundo, especialmente en Inglaterra y Francia), una pastilla que contiene gelatina, aceite de nueces, algarroba y lecitina, y que me va bien para el pelo y las uñas..., hasta que aparezca un estudio definitivo sobre las penosas consecuencias que se habrán observado en ratones.