2
Vestirse con estilo y actitud positiva
«Quelle coquette!» es un bonito cumplido que una mujer puede recibir de un hombre o de otra mujer. Es difícil de traducir, ya que en francés la entonación con que se dice es muy importante, pero básicamente significa que a alguien le preocupa su aspecto, en sentido positivo, que sabe ir a la moda pero que también desea ganarse la admiración de los demás, gustarles, flirtear o seducir, o todas esas cosas a la vez según las circunstancias. Cuando se hace de cierto modo, lo que para mí conlleva que una mujer se sienta cómoda consigo misma y se conozca, se nota. Y también se nota si es forzado. Balzac lo describió a la perfección: «La coquetterie ne va bien qu’à une femme heureuse.» (La coquetería solo le sienta bien a una mujer feliz.)
He acabado deduciendo que el estilo es la manifestación de una actitud, y que un estilo personal es una suma de muchas cosas, todas ellas relacionadas con la actitud que se tiene ante una misma y lo que la rodea.
El estilo va de la mano de la coquetería si nos vestimos para impresionar. En Francia, la palabra utilizada es seduction, ya que en el país las interacciones sociales se han basado, y se basan, en el arte de la seducción. Y ser coquette forma parte del juego. Las francesas se visten para seducir, pero no en el sentido de intentar atraer a alguien a la cama (o al menos no siempre en este sentido). Es, además, una costumbre que jamás se les ocurriría abandonar al llegar a una edad avanzada, ya que les infunde vida... a ellas, a lo que llevan puesto, a lo que dicen, a lo que piensan y a lo que son. Mírate en el espejo. Si no te ves coquette, pregúntate por qué. Algunas amigas mías dirían: «Vive, no mueras.»
En un momento de mi trayectoria empresarial tuve que presentar personalmente informes semestrales sobre resultados y previsiones de negocios a Bernard Arnault, presidente de LVMH y en la actualidad la persona más rica de Francia. Recuerdo claramente la primera vez que me reuní con él para una de estas presentaciones.
Es un hombre callado y reservado, aunque puede mostrarse sumamente directo, y es famoso por combinar su capacidad como ingeniero y su precisión con una aguda inteligencia y un elevado sentido estético, especialmente en lo que a arte, música y estilo se refiere. Y, además, es francés.
Cuando me saludó por primera vez, como francés que es me repasó, descaradamente y a cámara lenta, de arriba abajo y de abajo arriba. Me pareció interminable. Como se diría habitualmente en francés, me desnudó con la mirada. Me pregunté qué estaría pensando. Nunca lo sabré, pero recuerdo que me asaltaron algunas de mis absurdas inseguridades. Recuerdo haber pensado que el conjunto que llevaba no era de Dior (es el propietario de Dior). También iba con un portafolios de Bottega Veneta y no de Louis Vuitton. ¡Ay! Me estrechó la mano y me dijo: «Bonjour, madame Guiliano.» Buenos días, nada más. Eso fue todo... por el momento.
No hay duda de que juzgamos a las personas por su aspecto. Nuestro aspecto es una declaración rotunda acerca de quiénes somos. Evidentemente, el señor Arnaud sabía cosas de mí antes de nuestra primera reunión, como, por supuesto, que mi equipo estaba obteniendo unos resultados excelentes, pero no me conocía personalmente.
¿Qué le dijo mi aspecto? ¿Qué les dice a quienes me encuentro hoy en día en un avión, en el mercado o en una fiesta? ¿Qué dice tu aspecto? Depende, por supuesto, de lo que llevas puesto y de aquello que transmiten tu rostro y tu cuerpo. Y estas son cosas que cualquiera puede controlar. Todo es cuestión de estilo.
¿NUESTRO MAYOR TEMOR?
Con la edad, podría decirse que el mayor temor de las mujeres es perder nuestro atractivo, nuestra presencia. Empiezan a preocuparnos las arrugas, la pérdida de cabello, el ensanchamiento de la cintura y, oh, los pechos caídos. Y la cosa no mejora. Es una cruz llevar audífonos (aunque afortunadamente su tamaño se ha reducido hasta hacerlos casi invisibles), pero también nos hemos encogido unos centímetros... y empezamos a adoptar la temida postura encorvada de los ancianos. En resumen, tememos vernos viejas.
La actitud francesa ante este temor es algo así como: «Me veo en el espejo tal como soy. Lo acepto, y me conformo con ello; pero haré cuanto esté en mi mano para gestionar el mensaje que transmito. Y no me preocupará lo que la gente crea. Me cuidaré y cultivaré una imagen que sea la mejor versión de cómo soy ahora y me mantendré conectada con el mundo.» Esta es la esencia del estilo y el envejecimiento franceses. Es una actitud innata para sentirte bien con tu aspecto y verte como un individuo independiente, es decir, una persona con claro estilo interior y exterior que es a la vez cómodo de «llevar» y distintivo. Y si hay algo por lo que destacan las francesas es la forma individualista que tienen de presentarse. Su envoltorio exterior está impregnado de estilo y belleza interiores, de una actitud que indica que no les importa nada (lo que es verdad la mitad de las veces, pero igualmente cuidan su imagen para ir a comprar el pan por la mañana).
Curiosamente, lo que considero una actitud estadounidense que se ha globalizado es más bien una forma de autoengaño (como verse en el espejo como se era antes), o una evaluación abiertamente crítica merced a la cual al mirarse en el espejo se ven todos los defectos. Hay mujeres que no parecen saber hablar de otra cosa que de lo mucho que detestan sus patas de gallo, su papada, su ropa y lo mal que están en general. Es casi una competición para ver cuál de ellas es más dura consigo misma y se señala más defectos. ¿Por qué no hay un punto medio? Tendemos a dejar de aceptarnos y a mentirnos sobre nuestro aspecto o a menospreciarnos. A las francesas les importa un comino la perfección (lo que no solo se aplica a combinar la ropa, sino a muchos otros aspectos de la vida).
LOS INDICADORES
Cuando el señor Arnault estaba haciéndome aquella especie de radiografía, no me cabe la menor duda de que los dos «indicadores» que mejor revelaban mi «identidad» eran mi peinado y mis zapatos. ¿Te enseñó eso tu madre como hizo la mía conmigo?
Un buen peinado contribuye mucho a verte más sana, quizá más joven, y desde luego más atractiva. Y por muy elegantemente que vistas (con lujo o no), tus zapatos siguen diciéndolo todo. Llevar ropa cara con unos zapatos inadecuados o baratos puede causar una impresión poco favorable. (Ahora bien, una ropa menos cara con unos buenos zapatos, podría entenderse como un signo de estilo.)
Al evaluar tu estilo y tu marca personal a medida que envejeces, puedes empezar por los zapatos y el peinado. El peinado tiene que ver con la forma de arreglarse, que analizaremos más adelante, pero los zapatos... Los zapatos constituyen un indicador clave de tu estilo. ¿Cuál es tu estilo? ¿Qué significa tu estilo? ¿Qué clase de zapatos llevas? ¿Unos Birkenstock? Es fácil distinguir a las turistas estadounidenses de cierta edad en cualquier parte. ¿Te haces una idea? ¿Qué calzan? Me encanta la comodidad, pero ¿significa eso tener que renunciar al atractivo o a la identidad? No, no y no. Controlamos la comodidad, y podemos lograrla sin renunciar al atractivo y a un estilo personal.
¿No son sexis, seductores y sensuales los tacones altos? Lo son en la vida y en el arte. ¿Son para las mujeres de todas las edades? Piensa en los tacones de aguja, paradigma de la seducción y del sexo. Mi amiga Aurélie los llama «porno blando».
EL ESTILO Y LOS TACONES DE AGUJA
Sin duda, los tacones de aguja de diez centímetros que hicieron famosos las películas italianas a principios de los cincuenta (y ahora los tacones de doce centímetros) hacen que nos sintamos y veamos más altas, y que nuestros pies parezcan más pequeños. Son símbolos eróticos. Hay quien los considera fetiches. Provocan una postura erguida, realzan las nalgas y las caderas, hacen que se relajen los músculos de las pantorrillas, por no mencionar la forma de andar a la que inducen.
Sin embargo, nuestro cuerpo no está pensado para que llevemos tacones altos. ¿Cuándo deberíamos decidir dejar de llevarlos? En parte, depende de nuestro sentido del equilibrio y nuestro tono muscular, que menguan década a década. No tiene sentido arriesgarse a una caída (algo que tememos a medida que envejecemos y perdemos equilibrio, musculatura y tono muscular). Pero no nos desesperemos. Juju, mi profesora de danza, se refiere a los zapatos de tacón de aguja como el calzado que las mujeres solo deberían llevar a la hora de cenar. ¡La mujer más adicta que conozco a los zapatos de tacón de aguja puede enfrentarse con ellos a lo que le echen porque se desplaza a todas partes en taxi o limusina! Sentarse es la mejor venganza. Olvídate de correr calle abajo o de bailar a la edad que sea. Llévalos a fiestas que no acaben demasiado tarde por la noche. ¿Te has fijado en que a las mujeres de cualquier edad que asistimos con zapatos de tacón de aguja a una fiesta o un acto social nos falta tiempo, después o durante el mismo, para quitárnoslos? Y a pesar de ello, los llevamos.
Nos hacen sentir jóvenes, sexis, bonitas y diferentes, supongo. Loulou, mi elegante amiga que acaba de cumplir setenta y va a trabajar todos los días con tacones altos, asegura que como los ha llevado toda su vida adulta, los pies se le han adaptado de tal forma que con zapatos planos ya no se siente cómoda. Sin duda, mentalmente no se siente cómoda sin tacones, ya que se han convertido en una parte importantísima de sus señas de identidad. ¿Cuáles son los signos personales de tu estilo y cómo los conservas y los adaptas al paso de los años?
La industria del calzado sabe que muchas de nosotras somos incapaces de resistirnos a los zapatos, y trabaja para ofrecernos continuamente diseños que resulten originales y atractivos. Sirven a las muchas amigas que tengo en todo el mundo que podrían definirse clínicamente como adictas a los zapatos. Todas compramos zapatos que no necesitamos, por supuesto; zapatos que hacen que nos duelan los pies, la espalda, etc. Nos equivocamos una y otra vez comprando zapatos que no se ajustan bien a nuestros pies, y lo hacemos por toda clase de motivos: alimentar la fantasía de lo que queremos ser, quizá satisfacer algún anhelo, necesidad psicológica o impulso (sin duda, algunos de esos zapatos estrafalarios cuya compra obedece a un impulso envían un mensaje sobre quién eres: el mensaje equivocado). No solemos pensar demasiado con qué conjuntaremos nuestros zapatos o siquiera si tenemos algo con qué combinarlos. Muchas veces, los zapatos constituyen un fin en sí mismos, en lugar de lo que tendrían que ser: un accesorio, un complemento, un signo de nuestro estilo personal y, por supuesto, algo que cubra y proteja nuestros pies.
La palabra clave de unos zapatos, y da igual si son planos, de salón o de tacón de aguja, es «comodidad». Para mí, llevar tacones altos no es la norma sino la excepción. Todavía tengo dos pares con un tacón de nueve centímetros para fiestas o recepciones muy importantes, y aunque en mi vida he cometido muchos errores al comprar zapatos, estos dos pares fueron una buena inversión, y me siguen siendo útiles y viéndose nuevos y de moda al cabo de décadas. Hasta he bailado con ellos sin tambalearme. Uno es de Yves Saint Laurent y el otro de Bottega Veneta, ambos confeccionados en Italia, y bien confeccionados, además, lo que para mí representa la regla número uno. Al parecer, tengo los pies italianos. (Por favor, olvídate del dinero por un momento.) Actualmente los más cómodos que tengo son unos zapatos de salón de ante negro de Ferragamo, que me miman los pies como si de zapatillas se tratase y que llevo para andar por la ciudad, para ir en avión y, muchísimas veces, en actos sociales nocturnos. Hace unos años, en Ámsterdam, descubrí United Nude, una marca menos cara (aunque no es que sea barata, por desgracia), cuyos zapatos son de última moda y de lo más cómodos, incluidos los que, al menos para mí, son de tacón alto.
Me doy cuenta de que he mencionado marcas caras, de lujo, pero ilustran muy bien la actitud francesa con respecto a un guardarropa: menos es más. Los franceses de ambos sexos están culturalmente predispuestos a tener menos armarios de ropa pero a llenarlos de prendas clásicas y de calidad que puedan combinar de muchas formas durante bastante tiempo. Añadir un par de zapatos o un conjunto de calidad es una buena inversión. Se incorpora algo nuevo cuando algo viejo está gastado o pasado de moda. Naturalmente, con los años los franceses adquieren y poseen un guardarropa «elaborado» que ha ido creciendo desde la década anterior, pero no demasiado. Gastar las cosas y eliminar las que no se llevan forma parte de un planteamiento minimalista.
Por cierto, los zapatos baratos no ocultan su condición. Invierte sabiamente. No hace falta que tus zapatos sean italianos y de los más caros. Todos reconocemos unos zapatos bien hechos cuando los vemos y los calzamos, y hay marcas poco conocidas o zapatos de rebajas de excelente calidad. Me han hablado muy bien de una marca llamada Söfft, y al parecer (¿quién iba a decirlo?) J. Crew tiene una gama bonita de calzado femenino no demasiado caro, incluidos muchos modelos confeccionados en Italia. Cole Haan, Ecco y Clarks destacan también como buenas marcas que pueden conseguirse a precios competitivos. Pero tanto si son baratos, moderadamente caros o de lujo, todo se reduce a que los zapatos te vayan bien y resulten cómodos, con independencia de lo elegantes que sean. Y si por mí fuese, en la escuela se enseñaría a comprar zapatos para evitar tener que averiguar, a fuerza de errores, cuáles son los que se ajustan mejor a tus pies.
Descubrí lo de los zapatos que se ajustan bien hace años, después de una sesión de reflexología que me dejó una sensación tan buena en los pies que quise aprender cómo se hacía, así que me compré un libro en el que leí que podemos separar los pies de nuestro cuerpo y nuestra mente. Llámalos «cerebro inferior» si quieres. Fíjate si no en la cara de sufrimiento que pones cuando llevas unos zapatos incómodos. Es parecido a lo que nos pasa con el corsé (actualmente definido como prenda moldeadora adelgazante), y si no observa la alfombra roja de los Oscar y fíjate cómo sufren las mujeres que desfilan por ella... Evidentemente, no es la mejor de las opciones para verse radiante.
¿Qué buscamos en unos zapatos, además de un diseño tentador, sobre todo cuando pasamos la barrera de los cuarenta y los consiguientes cambios físicos reducen ciertos niveles de tolerancia? Prueba la siguiente receta: una mezcla de equilibrio con un buen soporte y movilidad. Muchos zapatos ofrecen justamente esto si quienes los diseñaron saben de anatomía, pero siempre serás tú quien habrá de juzgarlos. Y a continuación encontrarás la lista que no te dieron en el colegio con los puntos que debes comprobar a la hora de decidir invertir tu dinero en un par tentador:
CATHERINE DENEUVE
Si miramos fotos de Coco Chanel, veremos que su ropa, sus zapatos y su maquillaje variaron sutilmente a lo largo de las diversas etapas de su vida. Cada vez que me encuentro con Catherine Deneuve en mi barrio parisino, ya sea comiendo con alguien en un restaurante nada de moda, paseando por los jardines de Luxemburgo o comprando en una discreta tiendecita, recuerdo que todos tenemos que «actualizarnos». Deneuve ya no calza zapatos de tacón de aguja ni se pinta los labios de rojo intenso, y su ropa también ha cambiado, lo mismo que su peinado, más corto y más natural, con un estilo que sigue siendo elegante pero más intemporal y denota más seguridad en sí misma. Bueno, yo ya la veía y admiraba tiempo atrás, cuando yo estudiaba y ella era joven y salía con Marcello Mastroianni, que vivía en esta parte de la ciudad. Los veía andar tomados de la mano o sentados en el pequeño pero famoso Café de la Mairie, al que acudían sobre todo estudiantes e intelectuales de la zona, y su imagen era bastante diferente: pelo más largo, cuerpo más delgado, más maquillaje, tacones más altos, ropa elegante pero muy moderna, a menudo de Yves Saint Laurent. Hoy en día, cuando ves a Catherine Deneuve, no puedes evitar seguir exclamando: «¡Caray!» Está un poquito más rellenita y no le da miedo enseñar el cuello, que delata en parte su edad, pero parece afirmar tranquilamente: «¿Qué más da? Soy el lote completo, no solo un cuello envejecido.» Parte de su rutina consiste en tomar un zumo de limón todos los días a la cinco de la tarde. Es un ejemplo de envejecer bien y de sentirse bien en su propia piel, con estilo y actitud positiva.
LA MARCA PERSONAL
Soy una gran partidaria de que cada una sea su propia marca, de que lleve sus propias iniciales, no las que se compran en una tienda de lujo. Tu marca es tu identidad, lo que te distingue de los demás. Es lo que te define y te hace memorable. Tal vez sea el perfume que siempre llevas lo que contribuye a definir tu marca. Tal vez sea una prenda o una forma característica de vestir. Me cuesta imaginarme a Yoko Ono sin alguna clase de anticuada gorra de repartidor de periódicos.
A lo largo de las décadas puedes ir evolucionando sin perder tu identidad. Puedes actualizar tu marca sin renovarla por completo ni intentar convertirte en una nueva persona, lo cual sería un poco como una dieta relámpago, y todas sabemos que esas dietas no funcionan. Pronto volverás a estar como antes. Es mejor hacer pequeños retoques. «Actualizar» no significa «renunciar».
Alice, mi madrina, me enseñó lo del elemento «distintivo», o sello personal, de la marca que eres tú. Para ella eran los sombreros (¡y menuda colección tenía!), que, según decía, eran una prolongación de sí misma. Que fuera alta ayudaba. Tenía un sombrero para cada ocasión y cada estación: para paseos, para la iglesia, para el mercado, para salir de día y de noche, incluso para el jardín. Y con sus sombreros lograba que los hombres se volvieran admirados a su paso. Acompañarla a la sombrerería constituía una experiencia y un aprendizaje. Jamás salía de la tienda sin una sombrerera. Cuando bromeaba con ella sobre esa prenda, me decía: «C’est l’élégance du chapeau» (Es la elegancia del sombrero). A lo que su marido respondía: «No, es que tienes clase y da igual lo que te pongas.» Solían filosofar (hay quien diría discutir) interminablemente (algo muy francés) al respecto. Acabé por comprender que su clase, su estilo y su marca personal procedían de su interior (del «conocerse a uno mismo» que resulta de mirarse en el espejo y sentirse bien con quien se es por dentro y por fuera). Y en su caso, rezumaba seducción y feminidad.
En lo que a la feminidad se refiere, Alice era categórica: ese don aparece y se expresa naturalmente en cuanto te aceptas a ti misma. La adolescencia juega en nuestra contra y «hacerse mujer no es tan sencillo», pero la madurez y la experiencia ayudan. Recuerda las palabras de Simone de Beauvoir: «On ne naît pas femme, on le devient» (No se nace mujer, se llega a serlo). Toda una vida de introspección. Una vez hemos llegado a ser mujeres, no deberíamos renunciar a ello por nuestra edad.
Las joyas son, sin duda, un sello personal de muchas mujeres. Aunque soy de la opinión de que, con la edad, menos es más, si siempre llevaste amuletos en forma de rana colgados del cuello o a modo de broche, o un gran diamante en el dedo, ¿por qué tendrías que dejar de llevarlos? ¿Qué indicaría el que lo hicieses? Ahora bien, a medida que el pelo se te vuelve menos abundante en tus años de «madurez», puede que tengas que replantearte las piezas grandes de bisutería. Mírate en el espejo.
Supongo que los tatuajes son una forma de joya, aunque jamás he entendido lo de pintarse de forma permanente grandes superficies de piel. Sí, una mariposita en el tobillo puede quedar bonita, o cualquier otro símbolo o signo individualizado. Y aunque un tatuaje nuevo en un cuerpo curtido pueda verse como un intento de conservar o recuperar la juventud, los tatuajes existen desde mucho antes que las marcas de diseño.
Fíjate especialmente en tu estilo y en tu marca personal a medida que pasas de una década a otra. Lo que llevas y lo que ello dice de ti es un ejercicio de actitud y de expresión. Disfruta cultivando tu marca personal y haciendo que evolucione con el paso de los años.
SER COQUETTE Y VESTIR CON ESTILO
A menos que seas Sophia Loren, llega un momento en que lucir escote es una mala idea. Para ella representa un sello distintivo de su marca personal. En cuanto a mí, me he deshecho de los bikinis y he vuelto a usar los trajes de baño de una sola pieza. En Estados Unidos existe una expresión para describir a una mujer que a cierta edad ya enseña demasiado: mis amigas crueles y jóvenes lo llaman gross, que podría traducirse por ordinario, de mal gusto, incluso asqueroso. Un pecado más venial y una concesión a la vestimenta a nuestra edad consiste en enseñar los brazos, especialmente la parte superior, donde han perdido un poco el tono muscular, de modo que nuestros bíceps y tríceps son más «bamboleantes» que vitales. ¡Cíñete a los vestidos y las blusas con mangas! Aprende a llevar pañuelos al cuello y chales, y jerséis de manga larga. Y si bien los largos suben y bajan como parte de la renovación y la economía de la moda, hay pocas mujeres de sesenta o setenta años que puedan permitirse llevar la falda más de siete centímetros por encima de la rodilla. Mejor reservarlo para las hijas o las nietas.
Cuando escribo sobre el estilo de vestir francés es evidente que estoy generalizando a partir de una serie de hombres y mujeres que están tradicionalmente afianzados en el pasado y han evolucionado a lo largo de las últimas décadas de su vida. Constituyen la «vieja» Francia, viva y sana hoy en día, sobre todo en el pensamiento y en el corazón de los mayores de treinta y cinco años. Ahora bien, la moda y el estilo se han ido globalizando y homogeneizando cada vez más (y en Francia se ha vuelto multicultural), de modo que no solo hay excepciones, sino que (en la «nueva» Francia) no dejan de surgir nuevas vías, algunas de las cuales, sin duda, no cuajarán. Pero puedo mencionar, sin riesgo a equivocarme, las piezas básicas de un guardarropa francés, como un buen cárdigan de un color neutro. (En Francia muchas chicas llevan uniforme para ir al colegio, el cual incluye el cárdigan obligatorio, algo que sin duda las marca, pues supone un planteamiento minimalista a la hora de abordar el guardarropa.) Otras prendas básicas son, naturalmente, un vestido negro, una blusa blanca, una chaqueta entallada, unos pantalones ajustados de buen corte, un conjunto de viaje elegante pero cómodo, una gabardina clásica y, por supuesto, pañuelos y cinturones para complementar. Es la breve lista que yo siempre reconsidero. En cuanto a la sensualidad de la ropa interior... Cada año las francesas se gastan más dinero que nadie en el mundo en lencería, pero a diario usan prendas básicas buenas y baratas. Ah, un consejo: nadie se fijará en la marca de la etiqueta de tu ropa interior. Yo corto las mías.
Las mujeres de negocios, las mujeres de cierta edad y Hillary Clinton deben muchísimo a Yves Saint Laurent por haber inventado y popularizado el traje pantalón como elemento de moda. Sin duda un vestido ceñido y atractivo es la prenda más favorecedora que puede lucir una mujer, pero un buen traje pantalón oscuro, bien entallado, puede resultar muy favorecedor a cualquier edad, además de ser de lo más cómodo, especialmente pasados los cincuenta. Es la prenda obligatoria de las francesas a quienes gusta la ropa estructurada y refinada, así como una combinación perfecta para las profesionales del siglo XXI. Llevarlo bien exige conocer tu cuerpo para poder jugar con los detalles, desde el corte o los hombros, hasta el cuello y el ancho. Negro (especialmente para la noche), azul marino, gris y granate son los colores que seguimos prefiriendo, por lo menos las que somos pragmáticas.
A menudo una alternativa menos cara y más flexible es la del blazer oscuro o de colores, mágico e intemporal, combinado con un par de pantalones de buen corte y de color más oscuro, lo que nos estiliza. A las francesas nos gusta porque nos da mucho más juego, empezando por la longitud y el color. Nos encanta tener infinitas opciones. Es un poco como ponerte a cocinar y preparar tres platos a partir de una sola base, y casi sin esfuerzo. Solemos preferir las chaquetas entalladas que llegan justo debajo del trasero. Los colores pastel son espléndidos para la época que va de la primavera al otoño, y aportan un toque de delicadeza al aspecto general. Mi marido me lo recordó la vez que la primavera pasada, mientras andábamos cerca de nuestra casa en París, vimos a una mujer (supongo que rondaría los setenta) de nuestro barrio con una chaqueta rosa pálido y unos pantalones púrpura claro que eran increíbles. El diseñador Elie Saab usó estos tonos en su colección, que se basa en el refinamiento y la elegancia discreta. Nuestra gran dama de la margen izquierda calzaba unos mocasines color hueso y llevaba un bolso de mano grande. Estaba despampanante. Lo lucía todo con encanto y elegancia, y proyectaba una delicadeza maravillosa, además de celebrar su edad. Muchas mujeres clásicas se decantarían más bien por un tono azul oscuro, un azul de Ives Klein o un verde esmeralda como elemento destacado, y llevarían todo lo demás en colores más oscuros. Se trata de elegir lo que case con el color de tu pelo y tu tez, tu aspecto general y lo que quieres proyectar. No hay nada como conocerse bien a una misma.
Cuando me retiré de mi vida empresarial, imaginé que nunca más compraría vestidos, ya que tengo debilidad por los trajes pantalón. Pero un día de noviembre de 2011, cuando estaba en París, pasé por delante de la tienda del distrito 6 de mi actual diseñadora favorita, Béatrice Ferrant, y vi un vestido sensacional en el escaparate. Cuando entré, la dependienta le decía a una clienta que todas las prendas estaban rebajadas un cuarenta por ciento porque a final de año echaban el cierre definitivo.
Me gusta esta diseñadora por la esencia de su línea y por su toque de romanticismo. Sus prendas son elegantes, están bien confeccionadas y son piezas de alta costura cómodas y a precios de prêt-à-porter. Me probé el vestido color ciruela con un pequeño cinturón de cuero y resultó que me quedaba perfecto. Me dije a mí misma que no necesitaba ningún vestido, pero no podía dejarlo escapar. De modo que me hice un regalo de Navidades anticipado (hay que ver cómo racionalizamos a veces los caprichos que nos damos). Unos meses después me lo puse para asistir a una fiesta en Nueva York, y no recuerdo haber recibido tantos cumplidos sobre mi ropa, de hombres y de mujeres por igual, en mucho tiempo. Sorprendí a mi marido, que se quedó pasmado al verme y dijo que debería llevar vestidos más a menudo. Admito que me sentaba bien, y cuando te sientes estupenda con un conjunto, sabes que es así. Los cumplidos solo son una gratificación añadida.
Al final resultó que la tienda no cerró, sino que se convirtió en un punto de venta con cita previa. Hace poco organicé una larga conversación con Béatrice sobre moda, tendencias y lo que las mujeres deberían o no deberían llevar. Es una persona encantadora y está muy ocupada expandiéndose por China, donde asegura que existe una gran necesidad de educación sobre códigos de vestimenta, además de haber muchas mujeres de negocios a quienes les encanta la moda francesa y están ansiosas por aprender. Hasta le está echando el ojo a América. Me entusiasmó. Es una mujer de fuertes convicciones que sabe cómo vestir a las mujeres.
Las ideas de Béatrice proceden de su experiencia laboral en las empresas de grandes diseñadores antes de montar su propio taller, de viajar muchísimo y de observar. Viste a mujeres de dieciocho a ochenta años y cuenta con muchas clientas de entre cincuenta y sesenta años que se dedican a los negocios y a quienes aconseja evitar el negro. Eso me dejó de piedra. Según ella, la mayoría de mujeres tendría que evitarlo. Y ahí estaba yo, vestida de negro de pies a cabeza. Puede que este fuera el único punto en el que estaba en desacuerdo con ella hasta que aseguró que, en mi caso, el negro era uno de los colores que más me favorecían. Gracias. La idea es que, si te sientes bien de negro, sigue llevándolo. Coincido con ella en que pasada cierta edad muchas mujeres parecen mayores de lo que son si visten de negro. Tal vez en Francia se asocie inconscientemente este color a una mujer mayor viuda, aunque la práctica del luto es una tradición en declive. Cuando falleció mi padre, mi madre vistió de negro un solo día: el del funeral. No lo soportaba, y se veía fatal... «agotada», aseguraba. ¿Por qué llevarlo, entonces? Para Béatrice y para muchas francesas, incluida yo misma, el azul marino, el gris marengo, el berenjena, el burdeos y el morado oscuro son el nuevo negro. Resultan más suaves. El color da vida. Úsalo, pero piénsatelo antes de elegir el naranja o el rojo vivo pasados los cincuenta.
Que una mujer madura adopte un aspecto juvenil no es algo que a las francesas les entusiasme. Gracias a las opciones que existen hoy en día, no hay por qué vestir como una vieja a ninguna edad, pero en Francia siempre elegimos la ropa con cierto respeto, lo que no significa que no puedas usarla para expresar tu personalidad o para hacer que se fijen en ti. Los complementos representan una buena alternativa: unas gafas de sol bonitas, un pañuelo de cuello vintage, un cinturón original o un broche en la chaqueta; todas somos capaces de encontrar algo que nos favorezca. Mi amiga Mélanie, una parisina tan entusiasta de la moda que es conocida entre sus amistades como una diseñadora frustrada, a sus casi sesenta años sigue divirtiéndose jugando con detalles como sustituir los botones habituales de un blazer oscuro por botones de perla comprados en el mercado de Saint Pierre de Montmartre, o añadiendo un cuello de puntilla a un viejo vestido negro.
Las texturas y los tejidos también son importantes: por lo general, las francesas prefieren materiales suaves, cálidos y cómodos como el algodón, la lana, la franela (¡algunas crecimos llevando ropa interior de franela de Damart!), el punto, el terciopelo y el cachemir, así como los nuevos tejidos que hacen que la ropa sea asequible, informal y abrigada, como la mezcla de algodón y cachemir, de viscosa y cachemir, de seda y algodón.
Béatrice es contraria a los vaqueros (y lo es vehementemente), a los leggings, o mallas, llevados como pantalones (salvo en casa), a los pantalones con peto, a cualquier prenda de la parte superior que carezca de forma (lo que, por desgracia, es cada vez más habitual dado que hay más mujeres con sobrepeso que creen que una prenda holgada y sin forma oculta esos kilos de más), a las zapatillas deportivas, a los zapatos de plataforma y a las botas de caña alta. Como dije, es una mujer de fuertes convicciones. Se enorgullecía en describirme cómo se viste cuando vuela. Cómoda, sí; informal o desaliñada, no. En un avión, nunca. Y tampoco en la calle. Ni en ninguna parte. Le encantan las faldas de tubo, aunque no por encima de la rodilla después de los cincuenta, y lleva la suya un poco holgada para evitar ir apretada y dejar que tenga caída. También los cárdigans largos por encima de los pantalones. Cree que los cinturones van muy bien para conseguir un segundo conjunto a partir de uno básico. Le encantan los vestidos, y considera que invertir en un abrigo bonito con un corte favorecedor es una sabia elección; no de esos grandes que pronto se pasan de moda, sino de un estilo proporcionado. No diseña prendas para tapar sino para revelar, y le gusta que la miren.
Coco Chanel dijo: «No consigo entender que una mujer salga de casa sin arreglarse un poco, aunque solo sea por educación.» Lo que opinaba mi madre era una variación del mismo tema: «Nunca sabes con quién te vas a encontrar.»
Recuerdo que los sábados por la tarde acompañaba a mi madre al cementerio para llevar flores frescas a las tumbas de la familia. Siempre se cambiaba para la ocasión, aunque para mí ya iba bien y, además, el cementerio estaba a la vuelta de la esquina. Daba igual. Según ella, vestirse correctamente era también una muestra de respeto, a una misma y a los demás. Es importante tener cierto decoro. Muchas veces nos cruzábamos con personas importantes, y mi madre me dirigía entonces una mirada de «te lo dije».
Aun así, es difícil definir el estilo; consiste en ser tu propia marca, pero surge de un talento para la vida o alegría de vivir, y puede ser innato o inconsciente, aunque es fácil reconocerlo. Tiene que ver con la individualidad (tal vez eso explique por qué las francesas, especialmente las parisinas, son individualistas inveteradas), la vivacidad, la pasión, el dinamismo, el entusiasmo y la curiosidad.
A algunas mujeres todo esto les suena banal, ya que consideran que la ropa solo existe en la superficie, pero lo cierto es que esto no es lo mismo que ser superficial. La ropa tiene que ver, al fin y al cabo, con la comunicación entre una persona y todos los que la ven. Yo lo considero más bien como un instinto humano básico, que es universal, además. Todos vamos vestidos y elegimos qué nos ponemos, y nadie tiene el menor escrúpulo a la hora de juzgar la ropa de los demás.
La idea que tenía mi madre sobre la seducción, la belleza, la elegancia o la distinción era que todas estas cuestiones estaban relacionadas entre sí, y su lema era sencillo: «Sé natural, conserva el sentido del humor y haz lo que sea necesario para sentirte bien en tu propia piel sin torturarte.» La belleza, como la edad, es una actitud. Para mí, la elegancia es también una silueta, una mirada, una sonrisa. Cuando existe, la gente la percibe.
Diana Vreeland, la parisina que ha llegado a ser un gran icono de la moda estadounidense, afirmó sobre el estilo y la elegancia: «El estilo lo es todo... El estilo es una forma de vida. Sin él, no eres nada.» Y añadió: «Para tener estilo, tienes que haber nacido en París.» Bueno, eso podría ayudar. En cuanto a la elegancia, Vreeland aseguró: «La única elegancia real es mental; si la tienes, lo demás proviene de ella. La elegancia es innata. Es una actitud que funciona a cualquier edad. Es algo a lo que aferrarse.»
Vestirse con estilo, tener estilo, no guarda relación con la edad; es un cóctel que se prepara con cantidades iguales de sensibilidad, personalidad, audacia (sin llegar al extremo) y algo de clase natural. Puede que esto último sea lo más difícil de conseguir, aunque todos aspiramos a ella (¿acaso no es «¡qué clase!» el mejor cumplido que puede hacer un hombre a una mujer?). El mejor estilo es auténtico, natural, y surge sin esfuerzo. Una mujer puede olvidar que lo tiene, pero cuando se fijan en ella, se lo recuerdan.