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Cómo pateaba, mordía y arañaba. La asfixié hasta matarla y luego la corté en trozos pequeños para poder llevar la carne a mis habitaciones, cocinarla y comerla.
El asesino de niños y caníbal
ALBERT FISH en una carta anónima
a la madre de una víctima, 1934
Todo lo que una chica podría desear.
Doctor J. PAUL DE RIVER,
psiquiatra forense del LAPD,
sobre el «sádico refinado» en serie
En la época en que Joseph Vacher cayó en manos de la justicia ya sabíamos sobre los asesinos en serie casi tanto como sabemos hoy, pero lo olvidábamos todo el tiempo. La investigación y el juicio de Vacher en 1897-1898 se llevaron a cabo de forma muy similar a la de como se llevarían cientos de casos de asesinos en serie en el siglo XX: la conexión de la firma entre casos; si había suerte, huellas dactilares y otras pruebas forenses. Pero durante más de un siglo fue el éxito de la entrevista con el sospechoso, y la confesión resultante, lo que constituyó la clave para la condena.
El repertorio de técnicas forenses de investigación fue ampliándose lentamente a lo largo del siglo: las huellas dactilares y la identificación de marcas de mordeduras, el contenido de la sangre y el análisis de los patrones de las salpicaduras, los análisis químicos, la identificación de cabellos y de fibras. Pero las causas básicas de los asesinatos en serie continuaban confundiendo a criminólogos y a psicólogos.
En Estados Unidos las ciencias forenses avanzaron con retraso, probablemente debido a la predilección del país por la aplicación de la ley a tiros, al estilo de los antiguos sheriffs, que se oponía al método europeo de los magistrados investigadores. Los científicos forenses estadounidenses no son tan célebres como Alexandre Lacassagne o Edmond Locard. Por ejemplo, hace muy poco tiempo que se identificó a uno de los pioneros de las ciencias forenses en Estados Unidos, el Detective X: era el doctor Wilmer Souder de la Oficina Nacional de Normas, del Departamento de Comercio de Estados Unidos (actualmente se denomina National Institute of Standards and Technology, [Instituto Nacional de Normas y Tecnología], NIST). Souder ayudó al FBI a montar su laboratorio criminalístico en la década de 1930 y realizó análisis forenses para varias agencias federales desde los años 20 hasta que se retiró, en la década de 1950. Fue para proteger a su familia que se lo conocía únicamente como «Detective X».1
EL INCREMENTO GLOBAL DE LOS ASESINOS EN SERIE
En mi primer libro, Serial Killers: The Method and Madness of Monsters, me centré en el aumento de los asesinos en serie de principios a mediados del siglo XX y en especial en algunos de los casos más famosos. En este capítulo actualizo e insisto sobre ese tema, y me ocupo de los casos más notorios de forma más abreviada.
En el siglo XX siguieron apareciendo en Europa asesinos en serie, de los cuales el punto culminante fueron los asesinos por lujuria más célebres en medio del caos y la degradación de la Alemania de después de la Primera Guerra Mundial. Uno de los primeros asesinos en serie gais conocidos fue Fritz Haarmann, de 45 años cuando su detención, que violó y asesinó a 27 hombres jóvenes en Hannover entre 1918 y 1924. Peter Kürten, el vampiro de Düsseldorf, apuñaló, estranguló y mató a golpes a por lo menos nueve (posiblemente 30) mujeres y niñas entre 1913 y 1930.
Así como los casos de Kürten y Haarmann están bien documentados porque ambos fueron a juicio, hubo otros casos en Alemania y en el mismo período que permanecen en las tinieblas. Se cree que en Berlín, Georg Karl Grossman mató hasta 50 personas entre 1913 y 1920 y vendió la carne en una parada de perritos calientes de su propiedad, en una estación de ferrocarril. Grossman fue acusado de un solo asesinato y se suicidó la víspera de su ejecución. En Silesia, en 1924, la policía encontró los restos de por lo menos 30 hombres y mujeres puestos en conserva en frascos en la cocina de la posada que tenía el asesino en serie Karl Denke. Sospechoso de haber matado al menos a 42 personas, Denke se suicidó en las instalaciones de la policía antes de que comenzara el juicio.
En la Alemania nazi hubo dos asesinos en serie que se hicieron famosos. Se cree que Bruno Ludke mató a 51 mujeres entre finales de la década de 1920 y 1943, cuando se lo detuvo por estrangular a una mujer cerca de su casa. Ludke apuñalaba o estrangulaba a todas sus víctimas y después practicaba el sexo con los cadáveres. Se lo declaró no culpable por insania y se lo entregó a las SS para que hicieran experimentos médicos con él, en el curso de los cuales murió el 8 de abril de 1944. Paul Ogorzov era empleado de los ferrocarriles y miembro de las tropas de asalto del partido nazi, los «camisas pardas» (las SA), en Berlín; violó y asesinó a ocho mujeres, golpeándolas con un trozo de cable de ferrocarril y a algunas de ellas las arrojó desde trenes en movimiento. Fue condenado por los asesinatos y ejecutado en 1941.
En la Gran Bretaña de Jack el Destripador, entre 1910 y 1914, George Smith mató a tres de sus siete esposas. Durante el blitz de Londres, en 1942, Gordon Frederick Cummins, el asesino del apagón, asesinó y mutiló a cuatro mujeres al estilo del Destripador y al amparo de la oscuridad obligada por los bombardeos. En Francia, Henri Désiré Landru (Barbazul), mató a 11 de sus «novias» entre 1915 y 1922. El doctor Marcel Petiot, de París, mató al menos a 63 refugiadas judías que se escondían de los nazis entre 1941 y 1944 y se quedó con sus pertenencias. El motivo de estos últimos asesinatos en serie fue la codicia.
Solo podemos imaginar la cantidad de periódicos no digitalizados de Holanda, Bélgica, Grecia, Turquía, Noruega, Suecia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Polonia, Portugal, Rusia, etc., que deben de contener informes de casos ya olvidados de asesinatos en serie de los siglos XIX y XX. Los de Alemania, Italia y Francia están bien documentados gracias a su robusta tradición forense, igual que los de Gran Bretaña.
No obstante, no hay motivo para suponer que las tasas de homicidios en serie en África, Asia y América del Sur y Central no fueran comparables a las europeas. Por ejemplo, los periódicos de 1906 notificaban la ejecución de un asesino en serie en Marruecos, Hadj Mohammed Mesfewi, por la muerte de 36 mujeres.2 Francisco Guerrero Pérez, el Chalequero, un «destripador» mexicano, asesinó a 21 mujeres entre 1880 y 1908. También en México, el estudiante de química Gregorio «Goyo» Cárdenas Hernández, de 27 años, atrajo a su «laboratorio» y estranguló a tres prostitutas y a su propia novia, hija de un prominente abogado mexicano, entre agosto y septiembre de 1942. En las escenas de los crímenes se encontraron pruebas de tortura, necrofilia, magia negra e incluso experimentos del estilo de un «científico loco». Durante su estancia en la cárcel, Cárdenas se convirtió en una celebridad y la niña bonita de los psicólogos, que afirmaban que era posible reformarlo. En 1976 se lo declaró rehabilitado y fue perdonado por el presidente de México. Se dedicó a la abogacía en Ciudad de México y en 1992 se querelló (y ganó) contra el director teatral Raúl Quintanilla por malinterpretar su vida en una obra de teatro. Cárdenas murió en 1999.3
La base de datos sobre asesinos en serie de la Universidad de Radford/FGCU relaciona 126 asesinos en serie fuera de Estados Unidos entre 1900 y 1950, pero es muy probable que esta cifra sea baja y sin duda, a medida que se digitalicen periódicos en idiomas menos conocidos, las búsquedas revelarán muchos casos de asesinos en serie que se olvidaron, o no se reconocieron, o sobre los que sencillamente no se informó.4
EL ASESINATO EN SERIE EN ESTADOS UNIDOS, 1900-1950
Entre 1900 y 1950 la incidencia de los asesinatos en serie notificados en Estados Unidos aumentaba de forma lenta pero constante. Si incluimos a las mujeres asesinas y a los asesinos por codicia, a lo largo de esos 50 años aparecieron 171 asesinos en serie, es decir, un promedio de unos tres (exactamente 3,4) por año. Pero ese promedio forma un ominoso crescendo: la cantidad aumentó de unos 20 asesinos en serie por decenio en la década de 1910 a unos 40 en los años 30 y 40 (pocos aún en comparación con los decenios de «epidemia»: en la década de 1970 aparecieron 534 asesinos en serie nuevos, en años 80 fueron 692 y en los 90 se conocieron 614).5
Según el historiador Philip Jenkins, autor de Using Murder: The Social Construction of Serial Homicide, la «epidemia» de asesinos en serie de la década de 1980 fue precedida en la primera mitad del siglo por dos «epidemias» más pequeñas. Jenkins identificó dos surgimientos anteriores de homicidios en serie en Estados Unidos: 1911-1915 y 1935-1941.6
El primer surgimiento del asesinato en serie en Estados Unidos, 1911-1915
Rebuscando en números antiguos del New York Times Jenkins encontró informes sobre 17 asesinos en serie en solo cinco años, entre 1911 y 1915. Henry Lee Moore, por ejemplo, fue un asesino viajero que mató a más de 23 personas, entre ellas familias enteras. Pero es muy poco conocido, solo una nota a pie de página. En septiembre de 1911, empleando un hacha, Moore mató a seis víctimas en Colorado Springs: un hombre, dos mujeres y cuatro niños. En octubre mató a tres en Monmouth, Illinois, y luego asesinó a una familia compuesta por cinco personas en Ellsworth, Kansas, el mismo mes. En junio de 1912 mató a una pareja en Paola, Kansas, y algunos días más tarde liquidó a las ocho personas de una misma familia, entre los cuales había cuatro niños, en Villisca, Iowa. Después Moore volvió a su casa en Columbia, Misuri, donde asesinó a su madre y a su abuela. Por estas muertes fue detenido y acusado en diciembre de 1912. Pero no se lo relacionó inmediatamente con los crímenes anteriores hasta que un agente federal que investigaba los asesinatos de Villisca recibió información de su padre, guardia en la penitenciaría de Leavenworth con contactos en todo el sistema carcelario, sobre la naturaleza de los asesinatos de Moore en Misuri. Otro ejemplo típico de «ceguera a las conexiones».
En otro caso, 20 mujeres negras mestizas o de piel muy clara fueron asesinadas en las calles de Atlanta, y mutiladas de forma muy semejante a como lo hacía Jack el Destripador. Entre el 20 de mayo y el 1 de julio de 1911, el desconocido asesino mató a sus primeras siete víctimas con la precisión de un reloj: una cada sábado por la noche.
En Denver y en Colorado Springs, en 1911 y 1912, un delincuente desconocido golpeó a siete mujeres hasta la muerte.
Entre enero de 1911 y abril de 1912 se produjeron 49 muertes por asesinato con hacha en Texas y Luisiana que quedaron sin resolver. De manera muy similar a los asesinatos de Moore, se liquidó a familias enteras: una madre y sus tres hijos muertos a hachazos en sus camas en Rayne, Luisiana, en enero de 1911; a 15 kilómetros de allí, en Crowley, Luisiana, tres integrantes de la familia Byers, en febrero de 1911; dos semanas más tarde, una familia de cuatro personas en Lafayette. En el mes de abril el asesino actuó en San Antonio, Texas, y masacró a una familia de cinco personas. Fue por la noche, todas las víctimas estaban en sus camas y no se robó nada de la casa. En noviembre de 1911 el criminal volvió a Lafayette y mató a una familia compuesta por seis personas; en enero de 1912, en Crowley, a una mujer y sus tres hijos. Dos días más tarde, en Lake Charles, una familia de cinco personas perdió la vida mientras dormía. En febrero de 1912 el asesino mató a una mujer y sus tres hijos en Beaumont, Texas. En marzo, un hombre, una mujer y sus cuatro hijos recibieron hachazos hasta morir en Glidden, Texas, mientras dormían. En abril, otra vez en San Antonio, cayó una familia de cinco personas y dos noches más tarde morían tres en Hempstead, Texas. Los asesinatos no se aclararon nunca y el caso se examinó hace poco tiempo en un libro escrito por Todd C. Elliot, The Axes of Evil: The True Story of the Ax-Men Murders.
En la ciudad de Nueva York, un «destripador» mató a una niña de cinco años, Lenora Cohn, dentro del edificio donde vivía el 19 de marzo de 1915. Después de eso la madre de la víctima recibió cartas de burla firmadas por «H. B. Richmond, Jack el Destripador» en las que amenazaba con matar otra vez. Es posible que el 3 de mayo asesinase a un niño de cuatro años que jugaba en un vestíbulo y escondiese su cuerpo bajo una escalera del edificio. Nunca se identificó al perpetrador y tampoco se pudo relacionar los dos casos entre sí.
También en la ciudad de Nueva York se recuperaron los cuerpos de 15 recién nacidos, que se sospecha que tenían algo que ver con una especie de operación de «venta de niños». Ese mismo año se encontraron seis cadáveres con la cabeza machacada escondidos en una granja que iba a ser demolida en Niagara, Dakota del Norte. Las víctimas, que habían arrojado al sótano por medio de una trampilla, eran trabajadores agrícolas contratados por el antiguo propietario de la granja, que había muerto en 1913. Hubo una cantidad de asesinos en serie que actuaban en hospitales y en residencias de ancianos, así como mujeres envenenadoras que completaron el número de asesinos en serie de aquel período.
Estos asesinatos fueron todos espectaculares, algunos de ellos abundantemente cubiertos en su momento, otros no; pero la mayoría ya no se recuerdan. Jack el Destripador, con sus cinco o seis asesinatos, ha quedado inmortalizado, pero el asesino del hacha de Texas y Luisiana mató a 49 personas y está prácticamente olvidado. La diferencia fundamental es que en 1888 Londres era el centro de una enorme y mundial industria periodística en idioma inglés, pero no pasaba lo mismo en Dakota del Norte, Texas y Luisiana. La historia de Jack el Destripador se contó y recontó infinidad de veces hasta que pasó a formar parte de la literatura y la mitología populares, en tanto que el asesino de Texas y Luisiana se desvaneció de la conciencia pública. Como ocurre con el negocio inmobiliario, las «epidemias» de asesinatos en serie tienen tanto que ver con las matanzas como con la localización de estas.
La Base de Datos de Asesinos en Serie Radford/FGCU enumera un total de 34 nuevos asesinos en serie que surgieron en la década de 1910-1919.
El «intervalo» de los asesinatos en serie: 1916-1934
Una vez Estados Unidos entró en guerra, en 1917, pareció haber un período de respiro en los informes de asesinatos en serie por lujuria, pero a cambio aumentaron otras formas de asesinato en serie. Terminada la Primera Guerra Mundial, los adinerados Roaring Twenties (los «locos años veinte») fueron la era del jazz, de los asesinatos en serie por parte de célebres gánsteres, de las avalanchas de secuestros, linchamientos y matanzas sin sentido como el tristemente célebre asesinato de un chico en Chicago, en 1924, por los amigos Leopold y Loeb.
En Estados Unidos el terrorismo interno reemplazó a los asesinatos en serie en las primeras planas de los diarios. En abril de 1919, un oscuro grupo anarquista envió 36 cartas bomba a prominentes políticos y candidatos de todo el país. Los terroristas también hicieron detonar lo que se conoce como el primer «coche bomba», un carro tirado por un caballo, lleno de TNT y de trozos de metal, en Wall Street, en plena Nueva York, a la hora del almuerzo del 16 de septiembre de 1920, matando a 38 personas e hiriendo gravemente a otras 143.
Los asesinatos en general aumentaron en Estados Unidos un 77% entre 1920 y 1933.7 Los asesinatos en serie sexuales continuaban, pero ya no eran noticia de primera página, pese a que se estaban volviendo patológicamente extraños, con un aumento en los informes de necrofilia y canibalismo. Sin embargo, durante este período de «intervalo», tuvieron lugar algunos de los casos más escalofriantes de asesinatos en serie. El necrófilo Earle Leonard Nelson, el asesino gorila (también llamado el «oscuro desconocido»), fue detenido en 1927 después de haber matado a 22 mujeres y haber practicado sexo con sus cadáveres; Gordon Northcott, el asesino del gallinero de Wineville, violó y mató al menos a tres niños en California en 1928, y el infame asesino de niños y caníbal Albert Fish, el hombre lobo de Wisteria u hombre gris, actuó en Nueva York entre 1928 y 1935. En 1928 atrajo a Grace Bodd, de 10 años, que estaba con sus padres, la mató y se la comió, y varios años después cometió la infamia de enviar a su madre una carta en la que describía cómo mató y guisó a su hija. Fish confesó que había matado, mutilado y canibalizado a otros dos niños, aunque se sospechaba que había asesinado de forma similar a cinco más, entre niñas y niños, con edades entre cuatro y 17 años.
El segundo auge de los asesinos en serie estadounidenses, 1935-1950
En la década de 1930 el público estadounidense ya estaba familiarizado tanto con el fenómeno como con las características de los asesinos en serie aunque no se emplease este término aún. El asesino múltiple ya se estaba convirtiendo en un estereotipo que incluso se utilizaba para hacer reír, como en la obra teatral de 1939 Arsénico por compasión, una comedia negra sobre una familia de asesinos en serie en la que destacaban dos encantadoras tías que envenenaban con arsénico a hombres mayores y solitarios, dándoles a beber vino elaborado y envenenado por ellas, y su sobrino, un asesino en serie migratorio que ya había matado a 20 personas por todo el mundo. La obra dio lugar a una película de mucho éxito dirigida por Frank Capra (1944).
Desde los 12 asesinatos de los torsos de Cleveland en que otros tantos indigentes fueron matados y mutilados a mediados de la década de 1930, a los 20 que se sospecha que cometió Joe Ball, el hombre caimán (llamado también el «carnicero de Elmendorf»), en Texas en la década de 1930, a los asesinatos de Jake Bird, el asesino del hacha de Tacoma que mató a 46 víctimas entre 1930 y 1947, Estados Unidos vio aparecer unos 127 asesinos en serie entre 1900 y 1950, es decir: un promedio de cinco asesinos nuevos cada dos años.
DEFINICIÓN DEL SÁDICO REFINADO POSMODERNO AL ESTILO TED BUNDY, 1949
El psiquiatra doctor J. Paul de River, nacido en Nueva Orleans, fue el primer psiquiatra forense contratado de forma permanente por un cuerpo de seguridad de Estados Unidos. El LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles) lo asignó a la Oficina de Delitos Sexuales en 1939: su trabajo sería ayudar a la policía en la perfilación de sospechosos desconocidos y preparar para la fiscalía evaluaciones psiquiátricas de delincuentes acusados a fin de prevenir cualquier intento de defensa por supuesta insania. En 1949 De River publicó The Sexual Criminal: A Psychoanalytical Study, su versión actualizada del Psychopathia sexualis de Krafft-Ebing (1886). En su libro, De River describía recientes delitos sexuales parafílicos en California y revisaba y ampliaba la terminología psiquiátrica, incluyendo el concepto del psicópata con «máscara de cordura» según la descripción de Hervey Milton Cleckley en 1941.
De River dio al traste con la idea de los asesinos en serie vulgares, groseros, hombres lobo y «monstruos» echando espuma por la boca, e introdujo una nueva tipología de delincuente que hoy reconocemos en muchos asesinos en serie posmodernos. De River denominó a esta especie sadist raffiné (sádico refinado) y la describió como sigue:
Es del tipo educado, un «buen chico», y con sus modales mesurados y hablar suave pone a las víctimas de su lado. Puede ser estudioso y algo pedante y a menudo se esfuerza por dar la impresión de ser muy religioso. Su modo gentil y su aspecto escrupuloso, unidos a una personalidad seductora, un mentón con hoyuelo, cabello ondulado, todo ello coronado por unos ojos soñadores y neuropáticos, son todo lo que una chica podría desear.8
Al escribir estas líneas De River podía estar describiendo al asesino en serie necrófilo y sádico Ted Bundy, aunque en aquella época Bundy tenía solo tres años de edad. Esto ya tiene una gran importancia en sí mismo porque Bundy era parte de una nueva generación que aún estaba por llegar, la de los llamados asesinos en serie de «la edad de oro», y la sociedad en la que estaba creciendo tendría mucho que ver, si no todo, con los asesinatos que él iba a perpetrar como adulto en la década de 1970.
Entre 1950 y 2000 iban a aparecer unos 2.065 nuevos asesinos en serie, eclipsando el aumento más reducido pero constante de los asesinatos en serie de las primeras cinco décadas del siglo XX.9