5
Son conscientes del placer que experimentan cuando, como lobos…
JEAN BODIN, De la démonomanie des sorciers, 1580
Species non mutatur.
[La especie no cambia.]
CLAUDE PRIEUR, Dialogue sur la lycanthropie, 1596
Desde antes de la industrialización, las matanzas en serie no eran prerrogativa de los aristócratas ricos, como se ha llegado a pensar: en realidad, había multitud de tenderos, artesanos, agricultores y vagabundos comunes que también eran asesinos en serie. Y a pesar de la teoría de la urbanización, veremos que los casos de asesinato en serie se daban tanto en entornos ciudadanos como rurales.
Mil años antes de Jack el Destripador, el poema épico anglosajón Beowulf tenía un asesino en serie como antagonista, según el ensayo de Brian Meehan «Son of Cain or Son of Sam? The Monster as Serial Killer in Beowulf». Meehan afirma que el sceadugenga («caminante en las sombras», «caminante oscuro», «acosador de los páramos» o «viajero nocturno») de Beowulf, llamado Grendel, es un asesino en serie que busca guerreros vulnerables que hayan perdido el sentido de tanto beber.
Como las estudiantes confiadas, como las prostitutas que suben a coches de desconocidos, estos guerreros tienen una debilidad, una vulnerabilidad que los asesinos saben explotar. Cada noche beben de manera insaciable y cuando llega Grendel los encuentra tan pasivos ante él como alguna de las víctimas de Richard Ramírez o como los jóvenes esposados por John Wayne Gacy. Es más, Grendel mata solo por matar [...] Cuando asesina disfruta infligiendo humillación y dolor y profana el cuerpo humano destripándolo y comiéndoselo; como Jeffrey Dahmer y su hermano de ficción Hannibal Lecter [...] Como Albert DeSalvo, siente una extraña reverencia por las personas que asesina y las coloca en el sitio en el que las mata.1
Pese a todo, los asesinos en serie reconocibles son escasos en los registros hasta llegar a mediados del siglo XV. Fue durante el Renacimiento cuando comenzaron a aparecer en las actas judiciales, a un índice de detención anual casi comparable al índice per cápita de los asesinos en serie en Estados Unidos actualmente. En los 200 años transcurridos entre 1450 y 1650 en Europa se juzgó a 300 asesinos en serie.2 (Como comparación, cabe decir que en Estados Unidos hubo 431 asesinos en serie en los 204 años transcurridos entre 1800 y 2004, según los datos de Eric Hickey.)3 Solo que en aquella época no se los llamaba asesinos en serie. Los asesinos eran detenidos, acusados y juzgados como hombres lobo o licántropos, en aquellos tiempos un nuevo delito eclesiástico que se castigaba con la muerte.
Para entender mejor una parte de la dinámica sociohistórica de cómo llegamos a definir a los asesinos en serie en la época moderna y el misterio de su aparición y florecimiento durante la llamada epidemia de asesinos en serie de las décadas de 1970 y 1980 —al mismo tiempo que aparecía la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI, el ViCAP y cierta «industria» de la captura de asesinos en serie— debemos contemplar más de cerca el surgimiento de la «epidemia de hombres lobo en serie» y su «industria» relacionada, la caza de brujas entre 1450 y 1650, que en algunos aspectos augura la epidemia de asesinos en serie reciente.
EL HOMBRE LOBO O LICÁNTROPO
Licántropo proviene del griego lykánthropos (lykos, «lobo», y anthrōpos, «hombre»). En inglés, hombre lobo es werewolf. Wer es un antiguo término anglosajón para hombre (del latín vir, que significa «macho» [de ahí la palabra viril]); wolf, como se sabe, es «lobo» y la unión de los dos términos forma werewolf. El empleo más antiguo de esta palabra en el mundo anglosajón se remonta al año 1000 d. C., como sinónimo de demonio en las Ordenanzas Eclesiásticas del rey Canuto.4
La idea de que los animales pueden volverse malvados o poseídos por un espíritu maligno o por el demonio, y que a su vez estos espíritus animales malvados pueden poseer a los seres humanos con solo morderlos, o que los seres humanos voluntariamente y por medio de algunos rituales, pactos con el diablo o ciertos tipos de magia, o involuntariamente, como objeto de un maleficio, pueden transformarse o cambiar su aspecto por el de un animal salvaje o un monstruo depredador, es común a diferentes culturas y se ha visto muchas veces en el curso de la historia.5 En la antigua Grecia los hombres lobo se conocían como veykolakas («lobo despellejado») y en la antigua Roma el término era versipellis, que significa «piel girada». Más tarde, en Francia, al hombre lobo se llamó loup garou; en Italia, lupo mannaro; en Portugal, lob omen; en España, como ya sabemos, hombre lobo; en Alemania, werewolf; en Rusia, volkolak («lobo despellejado»); en Polonia, wilkolak y en los Balcanes, wukodlak, y finalmente, en árabe, al-qutrub (el cucubuth de Avicena). En las regiones donde no había lobos, estos se sustituyeron con otros animales: los hombres tigre en la India, hombres leopardo, hombres león, hombres hiena y hombres chacal en África, hombres zorro en China y Japón.6 La creencia en los hombres lobo entre los navajos se describe hasta la década de 1940.7
La historia de la creencia en hombres lobo y su relación con actos de violación, mutilación, asesinato y canibalismo es larga y circular: se remonta a los antiguos mitos griegos de Licaón, rey de Arcadia, que fue transformado en lobo vagabundo como castigo por intentar dar de comer carne humana, secretamente, al dios Zeus. Los mitos griegos cuentan la historia de los habitantes de Parnaso, a quienes guio una manada de lobos aulladores hasta la cima de una montaña donde fundaron una nueva ciudad, Lycorea. Según el mito, los parnasianos practicaban la «Abominación de Licaón», ritual que consistía en sacrificar un niño y con su intestino cocinar un guiso que se comían los pastores, uno de los cuales se convertiría luego en un hombre lobo condenado a vagabundear durante ocho años y que solo recobraba su humanidad si se abstenía de comer carne humana.8 (Contrariamente al mito popular, el término licántropo no proviene del mítico rey Licaón, sino de lykos y la similitud de los nombres no es más que una coincidencia que da lugar a confusiones.)9
En su libro sobre la naturaleza del sadismo Man into Wolf: An Anthropological Interpretation of Sadism, Masochism and Lycanthropy (1948, en el que se encuentra uno de los primeros empleos en inglés del término asesinatos en serie), Robert Eisler afirmaba que los antiguos mitos del hombre lobo, junto con los fenómenos del sadismo y el canibalismo en los asesinatos en serie por lujuria, son artefactos de la memoria primordial que existen en nuestro cerebro triuno y que permanecen allí desde la transformación de los seres humanos de su estado original de vegetarianos al estado carnívoro, que tuvo lugar quizá durante la última glaciación, que se retiró totalmente hace entre 15.000 y 22.000 años.10
La teoría es interesante. Es cierto que hoy contamos con una serie de pruebas convincentes de que, fisiológicamente, los seres humanos no estamos naturalmente equipados para cazar y comer carne, puesto que no tenemos dientes caninos (solo los llamamos así) y nuestras manos no son garras, por lo que son más propias de recolectores de frutos o de vegetales que de alguien que derrota, mata y desmembra animales salvajes. Los humanos tenemos un intestino muy largo, a diferencia del intestino corto de los animales carnívoros, que expulsan rápidamente la «carne podrida» de su tubo digestivo.11 Todo esto sugiere que no somos comedores omnívoros de carne por naturaleza, y según Eisler, hoy esto nos tortura el cerebro. En el capítulo 2 vimos cómo en épocas de hambruna y crisis, los homínidos vegetarianos primitivos, desde el Homo erectus al Homo neanderthalensis y al Homo sapiens, recurrieron a la caza y a comer carne, e incluso al canibalismo cuando era necesario (no pasamos a la agricultura hasta hace entre 10.000 y 15.000 años).
Eisler afirmó que antes de que retrocediera la última glaciación, los seres humanos de climas fríos y sin la suficiente vegetación y bayas que recolectar y comer se hicieron carnívoros depredadores, se vistieron con pieles de animales para estar abrigados, y a veces se comían entre sí cuando no encontraban bastantes presas animales. Finalmente, estos depredadores humanos envueltos en pieles migraron hacia el sur, hacia zonas más templadas, y su aspecto era el de unos monstruos peludos —hombres lobo o versipellis de piel girada—, donde se encontraron con seres humanos amables y aún vegetarianos, y los atacaron, los violaron, los mataron y a veces se los comieron. Estos asesinos peludos tampoco eran machos de modo exclusivo. Eisler escribe acerca del tema de la imagen erótica de la «Venus en pieles» de la literatura y el arte occidentales como
[...] la ménade desnuda y cubierta de sangre o «mujer delirante», envuelta en pieles de oso, de lince o de zorro, corriendo junto a sus compañeros masculinos como una manada de Cazadores Salvajes por los bosques primigenios, rivalizando con ellos en sed de sangre cuando «derribaban al animal» y finalmente saciando en un abrazo salvaje su común y furiosa emoción después de la orgía omofágica, de disfrutar de la carne viva, sangrienta y cruda de la presa.12
Eisler insinuó que el sadismo en los seres humanos es una herramienta del impulso cazador por la supervivencia, y lo compara con los gatos que a veces juegan y maltratan al pájaro o al ratón que han capturado sin necesariamente comérselo después. El estudio del FBI El homicidio sexual: pautas y motivos confirma que algunos asesinos en serie sádicos se sentían impulsados y excitados a atacar y matar indiscriminadamente a sus víctimas solo al verlas intentando huir.13 Un ejemplo: el asesino en serie Robert Christian Hansen, el panadero carnicero, que mató entre 17 y 21 mujeres en Alaska entre 1972 y 1983, solía llevar a sus víctimas femeninas en su avioneta hasta una remota cabaña en calidad de «invitadas», para luego obligarlas a correr desnudas por los bosques mientras él las perseguía y las cazaba de forma sádica. Era mayor el placer de la caza que el de la matanza.
El mito del hombre lobo cubierto de piel quedó impreso en nuestro inconsciente colectivo junto con cierta inclinación a perseguir, dominar, matar, violar y comerse a la presa humana. Este impulso sádico que subsiste aún en los seres humanos es como un error oscuro en una línea en el ADN de nuestro cerebro primitivo, que en las sociedades civilizadas se transforma en un defecto y en algunas personas promueve la liberación de un asesino en serie viral (como pasa con la obesidad, tal como se describe en el capítulo 2).
Los hombres lobo según los antiguos
Damos por sentado que nuestros antecesores eran ignorantes, pensaban que el mundo era plano, que las brujas flotan cuando las arrojan al agua, y que la posesión por el diablo y otros demonios o la transformación en lobos explicaba los actos que parecían ser asesinatos sin motivo. Y es posible que los campesinos analfabetos en general pensaran aquellas cosas. Pero las élites educadas que existían en tiempos de nuestros antepasados no eran tan tontas. Ya en el 500 a. C., 1.000 años antes de Cristóbal Colón, el matemático griego Pitágoras afirmaba que la Tierra no era plana sino esférica.14 De la misma manera, muchos pensadores y académicos de la Antigüedad argumentaban con sensatez que los hombres lobo, los vampiros y otros monstruos eran creaciones de nuestra imaginación, delirios o síntomas de enfermedades o de trastornos orgánicos.
En las etapas más tempranas de los primeros 1.000 años de cristianismo en el mundo occidental, los teólogos rechazaron y condenaron lo que consideraban antiguas creencias paganas, como la del hombre lobo. En su tratado De Anima, uno de los primeros padres de la Iglesia cristiana, Tertuliano (Quintus Tertullianus, c. 155-220), afirmó que era imposible que el alma humana pasase a los animales y que era posible que las personas «se comportaran como animales» pero no que se convirtieran en ellos. San Ambrosio (339-397) insistió en que la idea de la licantropía era un sinsentido y producto de «relatos inventados».15
Según la más antigua teología cristiana, solo Dios tiene el poder de transformar a un hombre en una bestia. El diablo puede, como mucho, engañar a los seres humanos haciéndoles creer que se han convertido en brujos, hombres lobo u otras criaturas monstruosas. En el siglo V, san Agustín explica en La ciudad de Dios:
Los demonios no pueden hacer nada por medio de sus poderes naturales [...] excepto lo que Dios les permita hacer [...] Y sin duda los demonios, si realmente hacen cosas como las que estamos narrando aquí, no crean una sustancia real sino que solo cambian el aspecto de las cosas creadas por el Dios verdadero para hacerlas parecer lo que no son.16
En 787 el emperador Carlomagno decretó que creer en brujas era una superstición estúpida y que la quema de mujeres acusadas de brujería era una costumbre pagana que él prohibía. Quemar una bruja era un delito comparable a un asesinato.17 Hacia el año 1000 de nuestra era los libros de ley canónica cristiana, los Canon Episcopi (Capitulum Episcopi), declaraban que la creencia en hombres lobo, brujas y hechiceros y otros monstruos sobrenaturales no solo era tontería, sino además anticristiana, herejía que se castigaba con una sentencia de 10 días a pan y agua.18 El Canon Episcopi continuaba condenando específicamente como herejes (infieles) a cualquiera que creyese en la existencia literal de hombres lobo, brujas, demonios o monstruos.
Por lo tanto quienquiera que crea que se puede hacer cualquier cosa, o que cualquier criatura puede cambiarse para mejor o para peor o transformarse en otra especie o similitud, excepto por el Creador mismo que lo hizo todo y a través de quien fueron hechas todas las cosas, es, sin ningún lugar a dudas, un infiel.19
En la teología cristiana de la Edad Media, además de engañar y fastidiar a la gente, el diablo no podía hacer nada sin el permiso de Dios. El poder que se atribuía a Satán había quedado tan degradado hacia 1400 que ya no se le consideraba con horror y revulsión, sino que había quedado reducido a la conocida figura de cartón con la cola rizada de las tiras cómicas: como mucho, un embaucador.20
Las autoridades seguían ejecutando gente, tanto mujeres como hombres, por practicar brujería o magia, pero no consideraban que esas personas fueran sobrenaturales o tuvieran superpoderes por sí mismas, como las brujas que volaban montadas en una escoba, y esta distinción era sutil pero importante. El delito se llamaba maleficium —causar el mal utilizando medios ocultos— y se creía que lo cometían hombres y mujeres normales; que era algo así como emplear veneno hoy en día. La palabra significa «delito» o «crimen» y actualmente en el lenguaje legal inglés aparece como «infracción»: acto voluntario que tiene el propósito de causar daño. En otras palabras, era posible practicar brujería y ser castigado por ello sin que uno fuera un brujo sobrenatural. La brujería se consideraba un acto delictivo llevado a cabo por seres humanos normales.21
Por lo que se refiere a los hombres lobo, ya no eran solo los curas, los monjes y los teólogos los que afirmaban que lo de la licantropía eran tonterías: uno tras otro, los médicos bizantinos, desde el siglo V al siglo VII, dijeron que la mera creencia en la licantropía era un trastorno mental delirante diagnosticable, una forma de melancolía o una enfermedad. Pablo de Egina (620-690), por ejemplo, escribió en su tratado Epítome:
Los que sufren de licantropía salen por la noche imitando en todo a los lobos, y merodeando por las tumbas hasta el amanecer. Se puede reconocer a tales personas por estos rasgos: son pálidos, tienen visión débil, los ojos secos, la lengua muy seca y el flujo de saliva detenido. Pero tienen sed y sus rodillas muestran ulceraciones incurables causadas por caídas frecuentes. Esos son los síntomas de la enfermedad. Debéis saber que la licantropía es una forma de melancolía.22
Los términos licantropía clínica, licomanía, insania lupina, manía lupina, síndrome del hombre lobo o insania zooantrópica hoy en día se refieren a un raro trastorno psiquiátrico en el que el sujeto cree que ha sido transformado en lobo o en algún otro animal feroz. La licantropía clínica se diferencia de la licantropía, que se define, esta última, como la creencia oculta en la transformación o la asunción de la forma, de modo sobrenatural, de lobos u otros animales. (Si bien lycos significa claramente «lobo», el término licantropía suele aplicarse en general a la metamorfosis de un ser humano en un animal. El nombre más apropiado para esas metamorfosis generales debería ser zooantropía o bien intermetamorfosis inversa.)
En el siglo XIX y principios del XX hubo una época en que se pensó que la licantropía clínica estaba desapareciendo, ya que era muy poca la gente que seguía creyendo en los hombres lobo, pero al resurgir esta figura en la literatura y el cine modernos se produjo un resurgimiento concomitante de casos de licantropía clínica, que se asocia sintomáticamente a un tipo de trastornos por psicosis esquizofrénica o a la incorrecta identificación del «yo» a causa de delirio.23 (En algunos libros médicos, se relaciona el uso de la droga callejera MDMA —XTC o éxtasis— con una reaparición de la licantropía clínica.)24
Hacia el año 1000 de nuestra era se había racionalizado y medicalizado tanto a los licántropos que se vieron inmersos en un tipo medieval de romanticismo «maldito» en la literatura, donde con frecuencia se los retrató como los héroes atractivos, solitarios, sufrientes, victimizados, sacrificados y caballerescos de relatos de ficción y mitológicos que emergieron durante la era de los «romances del Grial». Los relatos del «hombre lobo caballeresco» suelen presentar a un príncipe o noble que se transforma en hombre lobo para proteger al objeto de su romántico amor, pero mientras está convertido en lobo ella lo traiciona al robarle el dispositivo que le permite transformarse —una poción, un anillo, un cinturón o la ropa— y lo deja atrapado para siempre en su estado de hombre lobo enamorado.25
Durante la Edad Media los occidentales iban bien encaminados a conseguir una visión armoniosamente racional de un mundo devoto sin Satanás ni monstruos, y cuando en el siglo XIV comenzó a surgir el Renacimiento —una vuelta a nacer del conocimiento, la cultura y el humanismo— habría sido de esperar que la Iglesia y la sociedad «renacidas» alcanzaran cotas de conocimiento aún más altas. ¡Hasta llegamos a inventar una imprenta para repartir entre la gente el saber liberador! Lamentablemente la historia nunca hace lo que se espera de ella. El Renacimiento trajo consigo conocimiento y un arte sublime, pero también paranoia, muerte, conflictos, guerras, la gran caza de brujas y la primera epidemia de asesinatos en serie que se registra en forma de resurgimiento de los casos de hombres lobo.
UNIDAD EN LAS CRISIS Y CRIMINALIZACIÓN DEL HOMBRE LOBO
La transformación del «hombre lobo caballeresco» en un monstruo asesino en serie fue en parte resultado de la gran caza de brujas, entre 1450 y 1650, cuando miles de mujeres fueron sistemáticamente torturadas, violadas y asesinadas durante la persecución de la brujería, algo que podemos catalogar sin exagerar como una campaña de asesinatos en serie patrocinada por la Iglesia y por el Estado (véase el capítulo 6).
Las cazas de brujas, ya sea que cacen brujas y hombres lobo o judíos, jacobitas, republicanos, anarquistas, comunistas, gais, inmigrantes ilegales, terroristas islamistas durmientes o incluso asesinos en serie, suelen tener lugar en sociedades en las que las élites están divididas y se sienten inseguras.
El propósito de las cazas de brujas es unificar a las élites para que lleven a las masas, de forma homogénea y bajo el disfraz de una amenaza urgente e inmensa, a la abolición de una pluralidad previa de libre pensamiento y de libertad: por ejemplo, después del 11 de septiembre de 2001, el concepto de que era necesario sacrificar algunas de nuestras creencias más arraigadas por lo que respecta a la libertad individual y a la intimidad en pro de la seguridad colectiva contra el terrorismo. No es exagerado comparar nuestro temor actual a los terroristas con nuestro miedo a las brujas en el pasado. Por ejemplo, las posibilidades de que un estadounidense muera a manos de un terrorista son extraordinariamente bajas: 1 contra 20 millones, comparadas con las posibilidades de morir en un accidente de coche (1 contra 19.000), ahogado en la propia bañera (1 contra 800.000) o que nos electrocute un rayo (1 contra 1,5 millones). Sin embargo, la sociedad vive en un perpetuo estado de ansiedad por la «amenaza terrorista».26 No se trata de lógica sino de percepción. Las cazas de brujas tienden a centrarse públicamente en amenazas que no se pueden explicar ni demostrar con facilidad, como sustitutos o desvío de lo que realmente puede estar motivando a las élites.
¿Qué era lo que dividía a las élites educadas en la Europa de 1400? La religión, la unidad de la todopoderosa Iglesia de Roma. En la Europa occidental solo había una Iglesia con el poder de hacer o deshacer reyes: la Iglesia católica. Nadie era rey hasta que el papa bendijera su reinado. Como hacedora de reyes, la Iglesia se enfrentaba a muchos desafíos por parte del poder secular y de los antipapas de varios movimientos alternativos que finalmente culminarían con el nacimiento de la Iglesia protestante en 1517.
Las élites se dividieron según las facciones del cristianismo a las que iban a adherirse e iban a apoyar para obtener la santificación de sus tronos. Con la introducción de la imprenta de Gutenberg en la década de 1450, fenómeno solo comparable a la aparición de internet en la década de 1990, de repente todos esos problemas que dividían a las religiones y sus discusiones se extendieron entre las élites ilustradas. Las élites, a las que se inundó con multitud de hechos y pruebas «alternativos», necesitaban con urgencia que se les pusiese freno y se las reunificase bajo la Iglesia de Roma contra una amenaza interna quizá mayor que la de su propia corrupción: la división.
Fue entonces cuando la Iglesia instó a las élites a unirse a ella para librar una gran guerra —una yihad cristiana o cruzada interna—, una guerra que la Iglesia sostenía que había librado desde siempre contra el diablo y contra la infantería del diablo: células ocultas y durmientes de herejes, brujas, hechiceros, demonios, vampiros y hombres lobo, todos los cuales trabajaban compinchados con el diablo.27 Y de repente al diablo, que no era más que un timador con poca gracia, se le concedieron todas aquellas potestades nuevas y se convirtió en una especie de Osama bin Laden satánico que dirigía las fechorías de las brujas, de lo oculto y de la fabricación de monstruos.
En una bula (decreto) parecida a la Ley Patriótica estadounidense, fechada el 5 de diciembre de 1484, el papa apeló a las autoridades eclesiásticas y civiles de todas partes para que olvidasen sus diferencias y cooperasen con los inquisidores y demonólogos contratados por la Iglesia en su guerra contra las brujas, los monstruos y la herejía, guiados por el inquisidor dominico Heinrich Kramer, autor de un tristemente célebre y misógino manual para cazar brujas titulado Malleus maleficarum (El martillo de las brujas).
Plagado de errores y contradicciones teológicas, el libro explicaba el caos de la disensión religiosa y culpaba de él a los «terroristas» del diablo: las brujas y los hombres lobo. Reimpreso en catorce ediciones entre 1486 y 1520, en algunos sitios de Europa el Malleus maleficarum se convertiría en una guía para inquisidores, fiscales y jueces.28
El Malleus maleficarum aseguraba que, además de las brujas, los hombres lobo existían realmente gracias a pactos con el diablo, a quien, según Kramer, Dios había concedido poderes mucho más grandes que lo que la Iglesia había querido admitir anteriormente. A diferencia de la creencia general de la época, Kramer afirmaba que los seres humanos nunca podían estar seguros de la realidad: cualquier fenómeno podía ser diferente de lo que parecía ser y podía tratarse de una ilusión demoníaca. Contrariamente a lo que se había pensado antes, es decir, negar la realidad de los demonios, Kramer negaba la realidad de la realidad.29 Y ahora, debido a esto, iba a morir muchísima gente.
Con base a estas ambigüedades, Kramer arrolló las proscripciones impuestas por la Iglesia contra la creencia en la licantropía y afirmó que, o bien los hombres lobo eran lobos reales poseídos por demonios, o bien eran seres humanos a quienes el diablo había embrujado y hecho creer que poseían el coraje y la ferocidad de los hombres lobo:
Así, sobre la pregunta de si son lobos verdaderos o demonios en diferentes formas en las que aparecer, uno dice que son lobos reales pero que están poseídos o impelidos por demonios de dos maneras distintas. Una de las maneras es sin participación de los hechiceros [...] Estas cosas suceden a través de una ilusión por parte de los demonios cuando Dios está castigando a alguna nación por causa de sus pecados. La otra manera también es una ilusión por parte de los demonios. Por ejemplo [...] una narración sobre cierto hombre que creía que se convertía en lobo en determinados momentos cuando se hallaba oculto en cuevas. Entraba en esas cuevas en momentos determinados y mientras permanecía quieto ahí imaginaba que se volvía lobo e iba por ahí devorando niños. Y como en realidad no era más que un demonio que tomaba posesión de un lobo que estaba haciendo esto, en su sueño creía falsamente que era él mismo el que vagaba. Permaneció trastornado de este modo hasta que lo encontraron en el bosque, alucinando.30
Algunas autoridades civiles estaban en contra de esta nueva hornada de demonólogos de la Iglesia y arrastraban los pies a la hora de juzgar a personas acusadas de brujería o de licantropía. ¿Acaso el Canon Episcopi no había declarado que creer en criaturas como brujas y hombres lobo era herejía? Kramer escribió que quizá la herejía era negar obstinadamente la existencia de brujas y hombres lobo.31
Puesto que el frenesí de cazar brujas fue el resultado de un cisma en la Iglesia católica, habría sido de esperar que los cismáticos protestantes lo rechazasen. Pero tanto católicos como protestantes se adhirieron a la caza como manera de cultivar la unidad, añadiendo cada uno de ellos la religión del otro a la lista de ofensas en tanto se embarcaban en la guerra de los Treinta Años (1618-1648) durante la cual se masacraron entre ellos, dejando tras de sí por lo menos ocho millones de muertos.
No quisiera insinuar que el estrafalario manual de procedimientos de Heinrich Kramer, el Malleus maleficarum, publicado en 1486 y que definía a las brujas, fuese algo parecido a Sexual Homicide: Patterns and Motives de John Douglas, Robert Ressler y Ann Burgess, que en 1988 definía a los asesinos en serie, pero en cierta manera lo era. Mientras el Malleus es un delirio de un lunático y Sexual Homicide es un estudio serio y erudito (si bien problemático desde el punto de vista estadístico, puesto que tomaba como sujetos solamente a 36 asesinos), ambos funcionaron como «manuales» para explicar fenómenos sociales preexistentes, pandémicamente aberrantes y que no se habían clasificado sistemáticamente ni incorporado a ningún sistema forense hasta su publicación. De la misma forma en que Sexual Homicide se convirtió en un manual de procedimientos para perfilar asesinos en serie, el Malleus se convirtió en un manual de procedimientos para perfilar brujas y hombres lobo. Desde luego, la diferencia consistía en que Sexual Homicide describía un fenómeno que existía en la realidad —los asesinos en serie—, mientras que el Malleus describía un fenómeno de fantasía: las brujas y los licántropos. Históricamente, empero, los dos libros funcionaron de manera similar.
LOS JUICIOS A LOS LICÁNTROPOS EN SERIE
Durante siglos, cada vez que se encontraba a un niño o una mujer mutilados o canibalizados se culpaba tanto a los lobos como a los hombres lobo, pero rara vez se investigó, se persiguió o se juzgó esos casos. A menudo tales episodios tenían lugar en las afueras de los pueblos y las víctimas o iban al mercado o trabajaban los campos a la orilla de los bosques, pero fuera del radio de visión de los pobladores. No había policía que investigase estas muertes ni existía la ciencia forense para identificar la naturaleza de las heridas y de la misma muerte. Cada comunidad o autoridad local feudal se encargaba de los casos a su manera.
Hacia 1450 la Iglesia irrumpió en este laberinto de jurisdicciones y declaró que, contrariamente a lo que había pensado antes, monstruos tales como brujas y hombres lobo no solo existían sino que constituían un delito eclesiástico, y que ahora las autoridades civiles tenían la obligación de declararlos fuera de la ley y castigarlos en nombre de los tribunales inquisitoriales de la Iglesia. Los hombres lobo y las brujas, pues, pasaron a ser legalmente fenómenos existentes que el Malleus maleficarum perfiló y criminalizó como instrumentos del diablo y persiguió, investigó, juzgó y castigó por medio de una combinación de autoridades eclesiásticas y seculares.
Hoy sabemos que los lobos que no están enfermos de rabia rara vez atacan a las personas, y nos resulta fácil imaginar a un asesino en serie migratorio del pasado cayendo sobre sus víctimas aleatoriamente y mutilándolas en una orgía de sangre, quizá incluso en medio de un estado psicótico, convencido de ser un hombre lobo. Estos asesinos en serie psicóticos-esquizofrénicos delirantes (o «visionarios») que padecen una enfermedad mental orgánica existen, como Richard Chase, el vampiro de Sacramento, que asesinó y mutiló de forma grotesca a cinco personas entre 1977 y 1978, o Herbert Mullin, el asesino de la canción de la muerte, que mató y mutiló a 13 personas en Santa Cruz, California, entre 1972 y 1973, convencido de que esos «sacrificios» iban a evitar terremotos.
Dos cosas sucedieron en el siglo XV: los hombres lobo, las brujas y otros monstruos fueron definidos y criminalizados por el Malleus maleficarum y apareció una burocracia o «industria» con el objeto de investigar, perseguir, detener, castigar y exterminar a esos monstruos: una especie de «policía». Al mismo tiempo vemos aparecer hombres lobo ante el sistema de justicia encargado ahora de juzgar a esta nueva amenaza para la cristiandad. En los registros jurídicos históricos comenzaron a aparecer cada vez más acusaciones.
Estos juicios a hombres lobo, que hoy reconocemos fácilmente como asesinos en serie sumamente mortales, tuvieron lugar durante el período de la caza de brujas, es decir, entre 1450 y 1650. Yo creo que estos asesinos en serie ya existían antes, pero que o bien muy pocas veces llegaban a un juicio formal, o los registros de esos juicios se han perdido, o, especialmente en la época anterior a la aparición de la imprenta, la narración popular de esos casos ni se originaba ni se distribuía masivamente. Puede que las hazañas de esos asesinos en serie medievales estén guardadas en algún sitio esperando a ser descubiertas entre raros manuscritos de algún monasterio. Hasta que hubo imprenta se conservaban muy pocos y selectos registros históricos.
También, antes del Malleus maleficarum los asesinos en serie no habrían sido juzgados formalmente como hombres lobo, ya que creer en estos constituía herejía. Hasta que comenzó la caza de brujas, en Europa no existió un mecanismo policial proactivo y sistemático. No había departamentos de policía ni agencias fiscalizadoras que manejasen una maquinaria inquisidora organizada y sistemática de caza de brujas que investigase a los sospechosos de herejía, recogiera pruebas y llevara a los acusados ante los tribunales eclesiásticos. En el mundo premoderno, la justicia y la aplicación obligatoria de la ley se ocupaban más que nada de delitos contra el rey y contra la aristocracia terrateniente, alteraciones del orden público, intrusiones que afectaran a los derechos y las propiedades de dicha aristocracia terrateniente y evasión de impuestos.
Los delitos cometidos entre campesinos, como el asesinato y la violación, que no desafiaban a la autoridad ni causaban disturbios públicos ni afectaban a la propiedad ni a la recogida de impuestos, se resolvían dentro de la comunidad en la que ocurrían, a menudo por medio de la justicia popular o de vendettas o de pago de dinero de sangre, o en el mejor de los casos, se dejaba a la autoridad arbitraria del señor feudal. Antes de 1450, si se identificaba y se detenía a los asesinos en serie, lo más probable es que la comunidad se tomase la justicia por su mano y los linchase, sin necesidad de recurrir a procedimientos judiciales.
Pero con la vía libre a la caza de brujas vemos aparecer de repente, en los registros históricos, un aluvión de juicios a asesinos en serie, incluso a los infames aristócratas Gilles de Rais, en 1440, y Elizabeth Báthory, en 1611; ambos juicios se iniciaron con acusaciones de brujería y magia negra y los cargos por asesinatos múltiples solo aparecían como acusaciones secundarias.32 También hubo una importante cantidad de ciudadanos de a pie acusados de estos «crímenes recreativos».
Comparados con los juicios a brujas que se describen en el próximo capítulo, los juicios a hombres lobo eran mucho menos frecuentes, pero los acusados serían perfectamente identificables hoy en día como asesinos en serie. En Europa occidental, entre 1450 y 1650, hubo por lo menos 300 juicios a hombres lobo (contra unos 40.000 a 100.000 juicios a brujas) y aunque no han llegado hasta nosotros todos los registros correspondientes, entre los que sí han llegado la patología que muestran los acusados es notablemente moderna. Aquí, por ejemplo y para comenzar, tenemos el caso relativamente bien conocido (por los historiadores que estudian este tema) de un hombre lobo en la Alemania de 1589 que muy bien podría estar describiendo a un asesino en serie de hoy como John Wayne Gacy.
Peter Stubbe, el hombre lobo de Bedburg: Alemania, 1589
Peter Stubbe (también escrito como Peeter Stübbe, Peter Stumpf o Peter Stump) perpetró 18 asesinatos en serie en Bedburg, Alemania, y mató, violó, mutiló y se comió partes de sus víctimas, todo ello en la misma comunidad en la que vivía. Fue detenido en 1589 y acusado de hacer un trato con el diablo para adquirir los poderes necesarios para transformarse en un hombre lobo a fin de satisfacer su obsesión por la fama y la celebridad, así como su depravada lujuria sexual.
El juicio se dio a conocer en uno de los primeros ejemplos de literatura popular sobre crímenes reales, un panfleto que se imprimió en 1590, se tradujo al inglés y en su momento se distribuyó por toda Europa.33
[Peter Stubbe] [...] desde su juventud sintió gran inclinación hacia el mal y la práctica de artes perversas, ya desde los doce años de edad y hasta los veinte
[...] dio tanto alma como cuerpo al Diablo para siempre, por pequeños placeres carnales en su vida, porque fuera famoso y se hablase de él sobre la tierra.
Por lo visto Stubbe era persona conocida dentro de su comunidad:
Iba por las calles bien vestido, y de forma muy educada, como persona bien conocida de todos los que allí había, y muchas veces recibía el saludo de aquellos amigos a cuyos hijos había matado y despiezado, aunque no sospechaban nada de eso en él [...]
En el transcurso de unos pocos años había asesinado a trece niños pequeños, y a dos mujeres jóvenes notables que iban preñadas con niño, les arrancó a los niños de dentro de la matriz, de la manera más sangrienta y salvaje, y después se comió sus corazones que aún estaban calientes y crudos, que él consideraba bocados refinados y lo que más le apetecía.
Se decía que Stubbe incluso violó y embarazó a su propia hija y luego asesinó y se comió al hijo que tuvo con ella.
Dado que toda narrativa sobre crímenes reales con éxito necesita un motivo, los asesinatos de Stubbe se atribuyeron a un pacto hecho con el diablo, y que este le había dado un cinturón (o faja) mágico que al llevarlo lo transformaría en un hombre lobo, bajo cuya forma Stubbe podría disfrutar de su pasión por la sangre.
Convenientemente, mientras se alejaba de la escena de su último asesinato con los cazadores que iban pisándole los talones, Stubbe…
… se quitó la faja que llevaba, con lo que desapareció el aspecto de lobo y se mostró finalmente en su verdadera forma y aspecto, sosteniendo en la mano un cayado como quien se encamina a la ciudad. Pero los cazadores, cuyos ojos estaban permanentemente fijos en la bestia, viendo que en el mismo sitio se metamorfoseaba contrariamente a lo que ellos esperaban, aquello les maravilló de forma asombrosa; y de no haber sido porque reconocieron al hombre tan pronto lo vieron, sin duda lo habrían tomado por algún demonio que hubiese adoptado la forma humana; porque sabían bien que se trataba de un antiguo habitante de la aldea, se dirigieron hacia él, y llevándoselo consigo, lo llevaron para confirmarlo hasta su propia casa, y seguros ya de que era el hombre mismo y no una alucinación o un concepto fantástico, lo hicieron llevar ante los magistrados para que lo examinaran.
El panfleto finaliza diciendo que Stubbe fue condenado el 18 de octubre de 1589…
… condenado primero a acostar su cuerpo sobre una rueda, y que con pinzas calentadas al rojo vivo le arrancasen la carne de los huesos hasta en diez sitios diferentes; después de eso, romperle brazos y piernas con un hacha o hachuela de madera; después, cercenarle la cabeza separándosela del cuerpo, y que después lo que queda de él sea quemado hasta ser cenizas.
Probablemente este panfleto es el más antiguo informe histórico sin ambigüedades acerca de un asesino en serie «normal» teniendo en cuenta lo que sabemos de ellos hoy. Stubbe vive como un ciudadano prominente y respetable en la comunidad que está masacrando a escondidas, exactamente igual que el asesino en serie John Wayne Gacy, exitoso contratista y «buen vecino» que tuvo el honor de recibir a la primera dama Rosalynn Carter cuando ella visitó Chicago. Como rasgo típico de los asesinos en serie, se informa que Stubbe «tuvo una inclinación hacia el mal» entre los 12 y los 20 años.
Pierre Bourgot y Michel Verdung: Francia, 1521
El informe sobre Pierre Bourgot y Michel Verdung, los hombres lobo de Poligny ejecutados en 1521, es más cuestionable. Se supone que eran un par de licántropos asesinos en serie que, gracias a un pacto con el diablo, se transformaron en bestias homicidas. Ambos mataban al azar, por ejemplo: a una mujer que recogía guisantes en su huerto (en otros relatos era un niño); asesinaron y se comieron a una criatura de cuatro años, mataron a otra y se bebieron su sangre y le devoraron parte del cuello, y asesinaron a una cuarta niña, de ocho o nueve años. Bourgot confesó que él mismo «le rompió el cuello con los dientes porque una vez ella se había negado a darle una limosna, y en cuanto hubo cometido ese horrible acto siguió pidiendo limosna para honrar a Dios».34
Gilles Garnier: Francia, 1574
Gilles Garnier fue condenado por múltiples asesinatos cometidos cuando, se decía, asumía la forma de un hombre lobo en Francia, en 1574. El informe del caso pone:
El dicho Garnier, el día de San Miguel, estando en la forma de un hombre lobo, atrapó a una niña de entre diez y doce años cerca de los bosques de Serre, en el viñedo de Chastenoy, a un cuarto de legua de Dole, y allí la mató y la despiezó, tanto con las manos en forma de garras como con los dientes, y se comió la carne de los muslos y los brazos de la niña, y se llevó un poco para su mujer. Y por haber cogido a otra niña con intención de matarla para comérsela, si no se lo hubieran impedido otras tres personas, tal como él confesó. Y quince días después por haber estrangulado a un niño pequeño de diez años en el viñedo de Gredisans, y comido la carne de los muslos, piernas y barriga. Y desde entonces por haber matado, bajo la forma de un hombre y no de un lobo, a otro chico de doce o trece años en los bosques de la villa de Perouse, con la intención de comérselo, de no haberlo evitado alguien, como confesó sin que le forzaran a ello ni le coaccionaran. Se le condenó a ser quemado vivo, y la sentencia se cumplió.35
El hombre lobo o sastre-demonio de Chalon: Francia, 1598
En el año 1598 se notificó en Chalon, Francia, el caso de un ciudadano que no se nombra y que ejercía de «hombre lobo» en la comunidad en la que vivía, como Peter Stubbe. No han sobrevivido los registros del caso de este asesino en serie del estilo de un Jeffrey Dahmer del siglo XVI, y se dice que las autoridades los destruyeron debido a su contenido obsceno. El nombre del acusado se destruyó junto con las actas del tribunal en un proceso de damnatio memoriae o «condena de los recuerdos», pero algunas fuentes contemporáneas fragmentarias que sí se conservaron hablan del delincuente como un sastre que atraía niños a su tienda, donde los violaba, los degollaba y luego «empolvaba y vestía» los cadáveres y se los comía.
Cuando las autoridades entraron en su tienda para registrarla encontraron un barril que contenía los restos parciales de muchas víctimas, a la manera del barril con productos químicos y partes humanas que se halló en el piso de Dahmer en 1991. No está claro que el sastre se describiese a sí mismo como hombre lobo pero sí es cierto que fue apodado el sastre-demonio de Chalon y el hombre lobo de Chalon.36
Jean Grenier: Francia, 1603
El caso de Jean Grenier, sucedido en 1603, un chico de 13 años acusado de asesinatos en serie como hombre lobo en Coultras, cerca de Burdeos, en el noroeste de Francia, es uno de los mejor documentados y de los más influyentes dentro de la «epidemia de licantropía» de Europa y también de los primeros pasos de la ciencia forense.
Según su propia declaración, Jean o huyó de su casa o lo echó de ella su padre una vez hubo comenzado con sus correrías nocturnas como hombre lobo. Grenier dijo que su madrastra lo había visto «vomitar por la garganta patas de perros y las manos de niños pequeños».37 Horrorizada por esa visión, se negó a volver a casa hasta que el padre lo echara.
El chico, careciendo de un hogar, vagabundeaba por las proximidades pidiendo limosna y con frecuencia se acercaba a las chicas que cuidaban de las ovejas en el campo. Atrajo la atención de las autoridades cuando un grupo de chicas notificó un encuentro perturbador con Jean. El informe del caso pone:
El aspecto del muchacho era extraño. Tenía el pelo rojo amarillento y densamente apelmazado, que le caía sobre los hombros y cubría por completo su estrecha frente. Sus diminutos ojos de un gris pálido parpadeaban y miraban con una mirada de salvajismo y astucia horribles desde unas órbitas muy profundas. Su piel era de un color cetrino oscuro; los dientes fuertes y blancos y los caninos sobresalían del labio inferior al cerrar él la boca. Las manos del chico eran grandes y potentes, con uñas negras y puntiagudas como garras de [un] pájaro. Vestía mal y parecía encontrarse en la pobreza más abyecta. Las pocas prendas que llevaba sobre sí eran harapos y a través de sus agujeros era posible ver la extrema delgadez de sus miembros.38
Las chicas declararon que Jean se les había insinuado y prometido que se casaría con la más guapa de ellas, y después les dijo:
Cada lunes, viernes y domingo, y durante una hora al anochecer en días alternos, soy un lobo, un hombre lobo. He matado perros y me he bebido su sangre; pero las niñas pequeñas saben mejor, su carne es tierna y dulce; su sangre, rica y cálida. Me he comido a más de una doncella cuando he salido de cacería con mis nueve compañeros. Si estuviera a punto de ponerse el sol yo caería sobre una de vosotras ¡y esa sería mi cena!
Las chicas huyeron aterrorizadas y su relato del extraño encuentro despertó la curiosidad de las autoridades, ya que durante los últimos meses habían hallado salvajemente asesinados, descuartizados y parcialmente devorados a un bebé y varias niñas de la vecindad. Finalmente una de las chicas identificó al joven: una niña de 13 años llamada Marguerite Poirier, que se había quejado a sus padres de que el chico mendigo había estado asustándola con sus relatos de hombre lobo mientras ella cuidaba las ovejas.
Jean le había dicho muchas veces que se había vendido al Diablo y que había adquirido la capacidad de vagabundear por la campiña después de anochecido, y a veces a pleno día, bajo la forma de un lobo. Le había contado que ya había matado y comido varios perros, pero que encontraba su carne menos apetitosa que la de las niñas pequeñas, que consideraba el colmo del refinamiento. Le había dicho que este tipo de carne lo había probado él con bastante frecuencia, pero solo mencionó dos ejemplos: en uno de ellos había comido todo lo que había podido y había arrojado las sobras a un lobo que se había presentado mientras él comía. En el otro caso había mordido a otra niña hasta matarla, se había bebido su sangre y, como en aquellos momentos tenía mucha hambre, se la había comido toda con excepción de los brazos y los hombros.
Al principio los padres de Marguerite no prestaron atención a las quejas de su hija creyendo que eran simples imaginaciones de una chiquilla. (En un ejemplo similar de escepticismo paterno, Ed Gein, el asesino en serie necrófilo de Psicosis, algunas veces cuidaba a los niños de los vecinos. Mientras jugaban en la casa de Gein, esos niños vieron cabezas humanas reducidas, tazas hechas con cráneos y trajes confeccionados con piel femenina momificada, y se lo contaron a sus padres, que se rieron al oír el relato.) Un día Marguerite llegó a su casa temprano en estado de gran turbación y contó que había golpeado al chico con su cayado de pastora después de que él se transformara en un extraño animal y la atacara. Lo describió como «parecido a un lobo pero más bajo y más gordo, con el pelo rojo y el rabo cortado y la cabeza más pequeña que la de un lobo verdadero». El vagabundo Jean Grenier fue detenido e interrogado y confesó inmediatamente el ataque, afirmando: «La acusación de Marguerite Poirier es correcta. Mi intención era matarla y comérmela pero ella me atacó con un palo. Solo he matado un perro, uno blanco, pero no me bebí su sangre».
Presionado, Grenier confesó que una vez había entrado a una casa que no estaba vigilada, en un pueblo pequeño cuyo nombre no recordaba, y había encontrado un niño dormido en una cuna. Como no había nadie cerca para detenerlo, alzó al niño de su cuna, lo llevó hasta el jardín detrás de la casa, lo mató y comió de él todo lo que quiso para satisfacer su hambre. Dijo haber compartido los restos con un lobo. También confesó haber asesinado a una chica que cuidaba ovejas en la parroquia de Saint-Antoine de Pizon. Recordaba que la chica vestía de negro pero no sabía su nombre. La desgarró con uñas y dientes hasta matarla y luego se la comió. Seis semanas antes de que lo capturasen había atacado a otra niña, cerca de un puente de piedra en la misma parroquia, pero un transeúnte impidió que la matara.
La investigación de las confesiones de Jean fue prolongada y seria: no las aceptaron así como así. Las autoridades buscaron testigos, recabaron testimonios y revisaron con cuidado los detalles de las confesiones a fin de asegurarse de su veracidad. La mutilación y el asesinato de la chica que vestía de negro quedó confirmada y Jean fue acompañado a las escenas de sus crímenes por los jueces, quienes revisaron meticulosamente su conocimiento de primera mano con las víctimas y las circunstancias de las muertes. El tribunal también investigó extensamente la posibilidad de que Grenier lo hubiera inventado todo.39
En su declaración ante el tribunal, el muchacho aseguró que cuando tenía 10 u 11 años se había encontrado con una misteriosa figura negra que según él era «el amo del bosque», que lo «marcó con la uña del dedo índice» y le dio una piel de lobo y un ungüento que al frotárselo en el cuerpo le otorgaba bravura física y el apetito de un lobo.
Para el tribunal de aquellas épocas aquello constituyó una confesión de que Grenier había hecho un pacto con el diablo: era un caso clarísimo de brujería, un delito capital. En junio de 1603 el tribunal sentenció al muchacho a morir ahorcado y a que luego su cuerpo se quemase en la plaza pública. Pero el caso no terminó ahí.
La apelación de Grenier y el informe forense del hombre lobo: «Son conscientes del placer que experimentan siendo lobos»
En el siglo XVII muchas cosas habían cambiado desde los primeros juicios a hombres lobo de los dos siglos anteriores. Solemos dar por sentado que la defensa por insania es un fenómeno moderno que se originó en el famoso caso de Daniel McNaughton en Gran Bretaña en 1843, acusado de asesinar a un hombre al que, en estado de delirio, había confundido con el primer ministro del país, de quien creía que conspiraba contra él. En un juicio que sentó precedente, McNaughton fue absuelto por «motivo de insania» y confinado por el resto de su vida en un asilo-hospital psiquiátrico, donde murió 22 años más tarde.
Hasta el día de hoy los principios de la defensa por insania legal en la jurisprudencia anglo-estadounidense se conocen como las leyes McNaughton (que en ocasiones se escribe M’Naghten), que dicen que la incapacidad para discernir la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal o para percibir o comprender las consecuencias de las propias acciones disminuye la culpabilidad criminal del perpetrador. Pero los principios de insania son más antiguos que esto.
En la Europa continental, donde la ley romana se practicó hasta el siglo XVIII, cuando se reemplazó por el código napoleónico (en oposición a la ley común de Gran Bretaña, donde se juzgó a McNaughton), hubo un principio similar. Además de las pruebas contra el acusado, en todos los casos se evaluaba la culpabilidad legal y mental de este sin necesidad de una petición especial, como pasó en el caso Grenier. Si se podía demostrar la insania, es decir, que los actos criminales se cometieron mientras el acusado no estaba en posesión de todas sus capacidades mentales, el acusado podía resultar absuelto o ver reducida su sentencia. Sin embargo, era la defensa la encargada de demostrar explícitamente que el acusado no fingía dicha insania. Se comenzó a citar cada vez más a médicos en calidad de testigos expertos para testificar sobre las declaraciones de insania de los acusados de ser hombres lobo.40
En 1603 se presentó una de estas apelaciones ante el parlamento provincial de Burdeos pidiendo clemencia para Jean Grenier. Se adelantaron algunos interesantes argumentos forenses para demostrar que el chico jamás se había transformado en lobo: a una de las víctimas le había quitado el vestido dejándolo intacto en vez de desgarrado como lo habría hecho un animal. Esta prueba resultó significativa para la audiencia:
Es notable que haya dicho que fue él quien la desvistió, porque no desgarró el vestido. Esto es algo que hemos observado y que demuestra que los lobos reales desgarran con las garras y los hombres lobo lo hacen con los dientes, y que los hombres saben exactamente cómo quitar los vestidos de las niñas que quieren comerse sin desgarrarlos [...] Pero lo que demuestra que este chico miserable fue completamente entrenado por el Diablo, y convencido y conquistado de acuerdo con el deseo y la intención del Espíritu del Mal, es la crueldad que confesó haber cometido mientras llevaba encima la piel del lobo, es decir, comerse a los niños. Confesó que los había agarrado por la garganta, tal como lo hace un lobo. El Diablo lo había instruido, porque los desvistió sin desgarrar su ropa, una costumbre especial característica de los hombres lobo. Confesó que le gustaba hacerlo: el Diablo despertaba en él ese deseo.
La conclusión del tribunal fue que los hombres lobo no son personas transformadas literalmente en lobos sino gente poseída por el diablo para que se comporten como si se hubieran convertido en hombres lobo. Esta era, en aquellos tiempos, nuestra mejor manera de explicar los asesinos en serie.
Del mismo modo en que más adelante se iba a debatir si los asesinos en serie están legalmente cuerdos —es decir, si se dan cuenta o no de que lo que están haciendo es malo—, los juzgados de primera instancia, al sentenciar originalmente a muerte a Grenier, se guiaban por la doctrina legal sobre hombres lobo formulada por el juez francés Jean Bodin en su tratado de 1580 De la démonomanie des sorciers, en el que afirmaba que mientras que el diablo es capaz de transformar a un hombre en hombre lobo, siendo hombre lobo, el hombre conserva su comprensión humana.
En otras palabras, como nuestro asesino en serie psicópata, un hombre lobo, incluso literalmente transformado en un monstruo por el diablo, es consciente de que está haciendo el mal. Si es así, un hombre lobo no era legalmente insano (es decir, incapaz de discernir la maldad de sus actos) y por lo tanto era culpable de sus delitos. Sin embargo, en lugar de la idea de psicopatía que presenta la psiquiatría, el marco conceptual era la demonología teológica. Manifiesta Bodin:
La forma esencial del hombre —su entendimiento— no cambia en absoluto, solo cambia su cuerpo [en el estado de licantropía] [...] A veces los hombres quedan transformados en bestias pero conservan su entendimiento y su inteligencia humanos [...] Son conscientes del placer que experimentan cuando están en el estado de lobos [...]
La corte de apelaciones también contempló la posibilidad de que Jean Grenier sufriera de la enfermedad de licantropía clínica tal como la habían diagnosticado los antiguos. Esa hubiera sido una eficaz defensa por insania. De acuerdo con el veredicto de la apelación,
Nada se ha pasado por alto en este asunto con el propósito de clarificar la verdad de este delito, puesto que este joven hombre lobo fue visitado por dos médicos que concuerdan en que el joven es de un humor negro y melancólico. Aun así, no le aflige la enfermedad que se llama licantropía, de manera que no estamos ante un caso de metamorfosis imaginaria.
A pesar de todo esto la sentencia de muerte de Grenier se conmutó el 6 de septiembre de 1603 en un acto notable de compasión y sensibilidad por su juventud, sus circunstancias y su estado mental. Las actas del juicio dicen:
Al final, el tribunal tiene en cuenta la juventud y la imbecilidad de este joven, que es tan estúpido y tan discapacitado mentalmente que los niños de siete y ocho años suelen razonar más que él. Este chico está tan mal alimentado y es tan pequeño para su edad que nadie pensaría que tiene ni diez años [...] He aquí a un niño abandonado y echado de casa por su padre, que en vez de madre tiene una madrastra, que vagabundeaba por los campos, sin una guía y sin nadie en el mundo que se ocupase de él, que mendigaba comida, a quien nadie había instruido en el temor a Dios, cuya naturaleza se vio corrompida por la seducción del mal, las necesidades cotidianas y la desesperación, condiciones todas ellas que el Espíritu del Mal explotó. El tribunal no desea contribuir más a la miseria de este niño, a quien el Diablo armó contra otros niños. El tribunal decide después de pensar largamente en todos estos asuntos, incluidas las incoherencias de su testimonio y otros aspectos del juicio, salvar a esta alma para Dios en vez de considerar que debe perderse. Es más, según el informe de los buenos monjes que han comenzado a instruirlo y a animarlo, ya empieza a evidenciar que aborrecía y detestaba sus delitos, como lo muestran sus lágrimas y su arrepentimiento.
El tribunal ha rechazado y rechaza las apelaciones y, según el veredicto resultante del juicio, condenó y condena a Jean Grenier a quedar encerrado por el resto de su vida en uno de los monasterios de la ciudad. Tiene que servir a este monasterio por cuanto le queda de vida. Se le prohíbe abandonarlo so pena de ahorcamiento o estrangulamiento.
Siete años más tarde, a la manera de un agente del FBI de la Unidad de Ciencias de la Conducta que entrevistara a un asesino en serie en la cárcel, el abogado de hombres lobo y brujas Pierre de Lancre, un juez y un consejero especial del rey Enrique IV visitaron a Jean Grenier en el monasterio y lo entrevistaron. Informó Lancre:
Vi que se trataba de un joven de veinte o veintiún años, de estatura mediana, más bien pequeño para su edad, con una mirada salvaje en los ojos, que eran oscuros y los tenía hundidos, y estaba totalmente turbado. Los ojos daban la impresión de que se avergonzaba de su desgracia, que de alguna manera parecía comprender: no se atrevía a mirar a nadie directamente a los ojos. Parecía algo confundido pero no era que no comprendiese lo que oía ni que dejase de hacer prontamente lo que los santos padres le pedían. Más bien era apenas devoto, y no parecía entender con facilidad cosas simples que son de sentido común.
Tenía dientes muy largos y brillantes, y más anchos que lo normal, algo sobresalientes y podridos y medio negros de haberlos usado para desgarrar animales y personas. Sus uñas también eran bastante largas y algunas totalmente negras desde la base hasta la punta, incluso la del pulgar de la mano izquierda, que el Diablo había evitado que se la cortase. Con respecto a las uñas que estaban tan negras, se podía decir que estaban a medias desgastadas y más rotas que las otras, y menos normales, porque las había usado más que a las de los pies. Esto demuestra claramente que había sido un hombre lobo y que utilizaba las manos tanto para correr como para agarrar niños y perros por la garganta.
Tuvo la inteligencia de confesarme que había sido un hombre lobo y que en ese estado había vagado por los campos siguiendo las órdenes del Señor de los Bosques. Esto lo confesó a todo el mundo y no se lo negó a nadie creyendo que evitaría todas las críticas y las desgracias por esta situación al decir que ya no era más un hombre lobo [...]
Observamos que despreciaba enormemente a su padre y que le tenía por responsable de la mala educación que había recibido. Creía, además, que su padre era un hombre lobo, pues había declarado que usó la misma piel de lobo que él. Por eso, cuando llegó a comprender un poco su aflicción, odió a su padre cuando yo se lo hice ver tan claramente. También me confesó, de manera muy sencilla, que aún sentía deseos de comer la carne de niños pequeños, y que encontraba la de las niñas pequeñas especialmente deliciosa. Yo le pregunté si la comería de no habérsele prohibido hacerlo y me contestó con franqueza que sí, que lo haría, y más aún la carne de las niñas que la de los niños, porque era más tierna.41
LA DEFENSA DE LOS LICÁNTROPOS EN SERIE
No todas las élites ilustradas y los científicos que testificaban ante los tribunales en los casos de hombres lobo y brujas creían en la existencia de este tipo de fenómenos sobrenaturales. Al llegar a los tribunales que juzgaban a Grenier, las discusiones forenses acerca de los hombres lobo se centraban en dos preguntas:
• En primer lugar: ¿se transforman algunos seres humanos literalmente en hombres lobo? Estas personas ¿están poseídas por el diablo?
• En segundo lugar: estas personas ¿son engañadas (quizá por el diablo) para creer que se han convertido en hombres lobo?
En otras palabras, se volvía a plantear la antigua pregunta: ¿existían los hombres lobo (y las brujas) o estas personas deliraban en lo que actualmente describiríamos como una psicopatología, una enfermedad mental o un trastorno de conducta?
En aquellas épocas, eran preguntas acuciantes. El debate sobre hombres lobo que tuvo lugar entre demonólogos, cazadores de brujas y médicos durante el Renacimiento eclipsaría las argumentaciones entre teólogos y psiquiatras forenses (alienistas) del siglo XIX sobre lo que denominaban manía homicida o monomanía, e incluso los debates actuales entre perfiladores y criminólogos, sociólogos y psicólogos, sobre la psicopatología básica de los asesinos en serie, los necrofílicos y los caníbales, y lo que representan en términos médicos y psiquiátricos.
En 1596 Claude Prieur, un monje franciscano, negó heréticamente la existencia de los hombres lobo en su tratado Dialogue de la Lycanthropie, ou transformation d’hommes en loups, vulgairement dit loups-garous, et si telle se peut faire. En esta obra Prieur dijo:
Yo no he oído que perdiera su forma humana, sino más bien que hay hombres tan crueles que merecen llamarse bestias brutas en vez de criaturas razonables, que se deleitan en toda clase de impiedades [...] Tenemos tantos ejemplos de ellos que a mí me parece imposible decir lo contrario, esto es, de hombres que volviéndose y cambiándose en una forma extraña, devoren a la gente con la que se encuentran, sobre todo a otras bestias y especialmente a niños pequeños. En cuanto a mí, yo no digo que sean monstruos sino hombres reales, y por naturaleza de la misma especie que ustedes y yo [...] Les concederé que es posible encontrar personas que actúan de tal modo en contra de la naturaleza que atacan cuerpos humanos, vivos o muertos, para devorarlos y comerlos, especialmente niños pequeños, y que podrían tener el aspecto de lobos, lo cual puedo confirmarles con algunos ejemplos muy recientes, como hemos oído recientemente por cartas muy dignas de confianza procedentes de París y fechadas el 20 de agosto, día en el que dos pequeños fueron devorados por aquellos de los que ustedes han oído hablar, y de los cuales se dice que hay diecisiete en el mismo sitio, y otros tantos en las otras ciudades cercanas. Pero nunca aceptaré (como tampoco lo harán los padres de la Iglesia) que esas personas adoptan otra forma a fin de esconder por este medio su forma humana, porque ya hemos demostrado lo contrario a través de esos doctores [...] en pocas palabras, recuerden esta sentencia del filósofo: Species non mutatur, la especie no cambia.42
La gran cantidad de material publicado sobre este tema indica que el problema de los «hombres transformados en bestias» tiene que haber surgido con mucha frecuencia. Leer las anotaciones sobre los casos del siglo XVI es una experiencia frustrante porque uno comienza a darse cuenta de que la gente de aquel entonces no solamente debería haber tenido más conocimiento, sino que efectivamente lo tenía. Desde luego que los hombres lobo no existían, pero entonces ¿qué eran?
Estas preguntas se hicieron y ahora nos parecen tan modernas como las preguntas sobre los asesinos en serie: los hombres lobo ¿eran enfermos o insanos? ¿Sufrían alguna enfermedad de causa orgánica? Esta es una pregunta que los partidarios de la explicación de los asesinos en serie desde un punto de vista bioquímico debaten hasta el día de hoy, afirmando que los rasgos genéticos, la química de la sangre o la orina, la estructura cromosómica, los niveles de testosterona, serotonina, dopamina, norepinefrina, ácido gamma-aminobutírico (GABA) u hormonas, una neurofisiología anormal o trastornos de la conducta como el síndrome de Asperger —un trastorno del espectro autista— podrían ser la clave para la explicación del comportamiento de los asesinos en serie. Este tipo de preguntas se debatían no solo de forma teórica, sino que se plantearon a los tribunales en el curso de algunos de los juicios a hombres lobo, y se llamó a expertos para que dieran su testimonio.
Desde mediados del siglo XVI, los médicos (a pesar de ser una medicina humoral, premoderna) comenzaron a participar, mediante publicaciones académicas y testimonios ante los jueces, en debates sobre el diablo, la brujería y los hombres lobo, que hasta entonces habían sido terreno de los demonólogos, los teólogos, los abogados y los jueces. Los debates no se ceñían únicamente a la insania y la melancolía como explicaciones alternativas para supuestos casos de brujería y de licantropía, sino también a la posibilidad de que el diablo o la brujería causaran enfermedades orgánicas, y en los criterios para distinguir la insania de origen bioquímico (humoral) de una posesión demoníaca. Las primeras agitaciones del pensamiento forense-científico de mediados del siglo XVI llegaron de la mano con el resurgimiento renacentista del diablo, las brujas y los hombres lobo.
La apelación del hombre lobo: Jacques Roulet, 1598
En 1598 Jacques Roulet (o Rollet) resultó cogido prácticamente en flagrante delito justo después de matar, mutilar y comerse a un chico de 15 años cerca de Angers, en Francia. Durante el juicio Roulet confesó haber asesinado y devorado a unos cuantos niños y adultos y dijo que usaba un ungüento para transformarse en hombre lobo. (El tema del uso de ungüentos es recurrente en este tipo de juicios.) En su informe del caso, en 1599, Jean Beauvoys de Chauvincourt afirmó que la declaración de Roulet de ser un hombre lobo no era más que una treta para presentar una defensa por insania. Beauvoys escribió, con bastante desprecio:
Al ver que ya no podía negar lo que había confesado, simuló locura como forma de salvación y admitió haberse comido carretas de hierro, molinos de viento, abogados, fiscales y sargentos, carnes que, debido a su dureza y al no estar bien sazonadas, no había conseguido digerir muy bien [...] Por estas confesiones los jueces de Angers lo condenaron a muerte, sin tomar en consideración la astucia diabólica en la que lo había instruido Satanás, su maestro, esto es, fingir locura…43
Sorprendentemente, la excusa de la insania presentada en la apelación fue aceptada por el Parlamento francés, que después de revisar el caso conmutó la sentencia de muerte por dos años de confinamiento en un asilo para insanos del hospital Saint-Germaine. A la manera de un crítico de televisión que comentase hoy sobre la sentencia emitida por un juez, Beauvoys escribió:
Estoy convencido de que esos Señores del Tribunal interpretan las cosas bien, tal como es su costumbre, considerando la naturaleza rústica del hombre, sus incoherencias, su manera de vivir, su actitud, sus acciones, en suma, todo su comportamiento; al haberlo sentenciado a tan solo dos años en ese lugar, lo han hecho para poder ellos, durante ese tiempo, revisar un peine fino y en sus mínimos detalles su manera de ser y su moral. Porque si después de la observación diaria que van a realizar de sus acciones llegan a advertir aunque sea una pequeñísima parte de su maldad, el hombre no ha escapado y no hace más que colocarse él mismo el collar de la muerte que ellos acabarán por apretar.
LICANTROPÍA-LICOMANÍA CLÍNICA: INSANIA LUPINA
En los registros de los juicios a hombres lobo vemos que los tribunales estaban muy al tanto de la posibilidad de un trastorno orgánico, como la licantropía o licomanía. El erudito inglés Reginald Scot atacó como superstición la idea de las transformaciones sobrenaturales de hombre en lobo tal como las describió el Malleus maleficarum y las propuso Bodin. Publicado en 1584, el libro de Scot, titulado The Discoverie of Witchcraft Wherein the Lewde Dealings of Witches and Witch Mongers is Notablie Detected, ridiculizó a los cazadores de brujas y la idea de la transformación humana.44 Scot se limitó a afirmar: «La licantropía es una enfermedad y no una transformación [...] Una enfermedad que proviene en parte de la melancolía, en la que los maníacos se imaginan ser lobos, o similares bestias feroces. Porque la licantropía es parte de [aquello] que los antiguos médicos llamaban Lupina melancholia o Lupina insania».
Este tema de la licantropía como enfermedad clínica es absorbente, en especial si exploramos la conexión entre lo que fuesen aquellos hombres lobo caníbales y los actuales impulsores de la explicación bioquímica de la conducta de los asesinos en serie. Incluso hoy en día la licantropía clínica nos desconcierta, y los psiquiatras se preguntan si la antigua licantropía descrita por médicos bizantinos y griegos durante casi 2.000 años era la misma enfermedad mental manifestada durante la epidemia de licántropos.
Mil años de descripciones médicas de la licantropía clínica, o licomanía, son completamente coherentes no solo con los informes de hombres lobo, sino también con los de los vampiros. El que la sufre vaga durante la noche y evita el día; hay falta de saliva, acompañada de formaciones costrosas en la boca, ojos rojos y secos, uñas como garras, decoloración de la piel, crecimiento anormal del pelo, llagas en las extremidades inferiores, desfiguración de pies y manos, rasgos faciales grotescamente desfigurados y un comportamiento desordenado y extraño. La literatura médica reciente sobre la licantropía histórica ha descubierto que la enfermedad llamada porfiria congénita tiene rasgos similares a los síntomas físicos y conductuales observados en los acusados de ser hombres lobo.45 La imagen más constante es la del hombre, aunque en ocasiones también mujer o niño, que vagabundea por la noche. Puede proceder de una familia con antecedentes de hombres lobo, y en ese caso la licantropía se considera hereditaria. La piel del hombre lobo es pálida y posee un matiz verdoso o amarillento y muchas escoriaciones. La boca es roja, los ojos inquietos y las partes del cuerpo expuestas lucen pelo.
La porfiria congénita, que en estado avanzado causa extensas lesiones faciales y mutilación de las manos, es una rara enfermedad genética recesiva en la que hay una incapacidad para convertir el porfobilinógeno en porfirina en la médula ósea. Entre las características de esta enfermedad, de especial interés con relación a la sintomatología del hombre lobo, hay una extremada fotosensibilidad acompañada por un eritema vesicular especialmente notable en verano en las regiones montañosas. Las lesiones de la piel presentan tendencia a ulcerarse e infectar cartílagos y huesos, destruyendo por ejemplo la nariz, las orejas, los párpados y los dedos. En las zonas fotosensibles puede aparecer hipertricosis y pigmentación, y los dientes pueden adquirir una coloración rojiza o marrón rojiza. Las manifestaciones nerviosas son más comunes en la variedad intermitente aguda de la enfermedad, pero también las hay en los otros tipos como la porfiria cutánea tardía y el tipo «mixto» de la porfiria hepática.
Una búsqueda en Google de fotografías médicas de pacientes actuales de porfiria revela imágenes de personas con rasgos lobunos como los que se ven en las películas: pelo en la cara, bocas desfiguradas que parecen gruñir, con dientes puntiagudos y rotos, cuerpos velludos cubiertos de llagas y lesiones, dedos de manos y pies desfigurados y que parecen garras.46 Las imágenes de los actuales pacientes de porfiria se ajustan mucho a las descripciones físicas que daban los testigos del hombre lobo Grenier.
Por otra parte, el uso de preparados psicotrópicos para curar el trastorno, o el envenenamiento por cornezuelo del centeno, común en aquella época, causaban alucinaciones o comportamientos erráticos, y a ello apuntan las frecuentes referencias al uso de ungüentos y pociones por los hombres lobo, lo que trae a colación los recientes informes de conexiones entre un resurgimiento de la licantropía clínica y el consumo de la droga callejera éxtasis.47
Los hombres lobo atacaron a una amplia gama de personas, desde niños hasta adolescentes y jóvenes de ambos sexos. Pero gradualmente, en la cultura de la victimización en serie «privada», la mujer promiscua inmoral, especialmente la prostituta, pasa a convertirse en la víctima preferida del hombre lobo, merecedora del castigo salvajemente cruel que su asesino le propina.
LA CAPERUCITA ROJA «MENOS MUERTA»: APARICIÓN
DE LA PROSTITUTA COMO VÍCTIMA PREFERIDA
En el folclore de la época de los hombres lobo vemos que es la mujer promiscua, o la prostituta, la que surge como víctima «menos muerta» preferida del asesino en serie licántropo para su acoso y asesinato, y es este tipo de víctima el que sigue vigente hasta hoy. El extraño relato de la Caperucita Roja y su encuentro con un lobo aparece en la tradición oral de toda Europa precisamente durante la epidemia de hombres lobo de 1450-1650. Así como todos conocemos las versiones del cuento de los hermanos Grimm y de Walt Disney, aptas para los niños, existen unas 30 variantes distintas del relato original que contienen pasajes lascivos, inquietantes y confusos, que describen no solo lobos sino explícitamente hombres lobo, canibalismo, sexo y prostitución.
La primera versión impresa de «Caperucita Roja» la escribió Charles Perrault y apareció en su volumen de 1697 de Los cuentos de mi madre la Oca, junto a otros relatos como «Cenicienta», «El gato con botas», «Barbazul» y «La bella durmiente». Solemos catalogar los cuentos de Perrault como narraciones para niños, pero en realidad son cuentos folclóricos. Las historias de Perrault con frecuencia reflejan temas y acontecimientos históricos oscuros.48 «Barbazul», por ejemplo, se inspiró en el asesino en serie Gilles de Rais, y en su versión Perrault sustituyó los niños que De Rais había matado por esposas, en tanto que «La bella durmiente» fue denunciado muchas veces debido a su necrofilia subyacente.49
En la versión de Perrault de «Caperucita Roja», la niña se desnuda explícitamente ante la mirada del lobo antes de meterse en la cama y bajo las mantas, junto a él, para que ser devorada. En esa versión no existe un final feliz ni cazadores de último minuto. Es una oscura y viciosa historia de terror.50
En el relato oral más antiguo, «La abuela», en el que Perrault basó su cuento escrito, el lobo se describe como un bzou, el término francés para hombre lobo (loup-bzou, loup-brou o loup-garou, según el dialecto hablado en cada región). El bzou se encuentra con la niña que va de camino a casa de su abuela y le pregunta qué senda piensa tomar: «¿La senda de las agujas o la senda de los alfileres?». Caperucita Roja escoge la senda de las agujas. La mayoría de los analistas ignora este extraño pasaje, o lo descarta por ser una tontería, pero Richard Chase, Jr. y David Teasley señalan que era sabido que las prostitutas medievales se identificaban como tales por un puñado de agujas de hacer encaje que llevaban en el hombro.51
El bzou toma la otra senda, llega a la casa de la abuela y la mata antes de que arribe la niña. Después de partir el cuerpo de la abuela en trozos comestibles y drenar su sangre dentro de una botella de vino, la criatura se disfraza de abuela y espera la llegada de la niña, a quien engaña para que se coma a su abuela en una perversión del rito cristiano de la comunión, en el que la carne y la sangre de Cristo se ofrecen en forma de pan y vino. En el cuento original un gato comenta: «¡Qué vergüenza! La ramera se está comiendo la carne de su abuela y bebiendo la sangre de su abuela».52
En algunas versiones del cuento, Caperucita Roja se da perfecta cuenta de que su abuela ha sido sustituida por el lobo. Cuando este la invita a reunirse con él en la cama, ella lleva a cabo primero un elaborado striptease para beneficio de él, quitándose cada prenda de ropa —corpiño, enaguas, vestido, zapatos y calcetines— que el cuento describe meticulosamente, una por una, ante el lobo hambriento y jadeante, y las va arrojando al fuego. Luego se mete en cama con el lobo y después del juego preliminar exploratorio y ritual —«Oh, abuela, qué brazos tan grandes tienes… qué ojos tan grandes… qué dientes tan grandes…»— el lobo la viola, la asesina y se la come.
En otras versiones, Caperucita Roja, de pie y desnuda junto a la cama tras haber realizado el striptease, dice al lobo que antes de acompañarlo bajo las mantas necesita aliviarse. El bzou le invita a «hacerlo» en la cama. La chica insiste: lo que necesita hacer es defecar. El bzou no se da por vencido y le pide que defeque en la cama. La chica le dice que quiere hacerlo fuera y entonces el lobo le ata un cordel y le permite salir. Lejos de la vista del lobo, Caperucita Roja ata el cordel a una rama de un árbol y escapa. En otras versiones la rescata un cazador que pasa por ahí.
Todos conocemos desde la niñez la versión infantil desinfectada de la «Caperucita Roja»; no así la versión depravada, parafílica y caníbal que narraba la gente al inicio de su andanza: eran tiempos brutales, de temor y de odio, de tortura, violación y muerte, de herejía y brujería, de vampiros chupasangres y de hombres lobo feroces y caníbales esperando a la puerta de las casas. Nuestras nociones del pasado son fragmentarias y están emborronadas. Es como mirar hacia atrás a través de un mar ártico lleno de icebergs en movimiento, sin percibir la amenazadora masa de hielo que hay bajo la superficie. Ocasionalmente, monstruos como Peter Stubbe y Jack el Destripador asoman a la superficie para ofrecernos un vistazo al horror, pero la mayoría de ellos acechan a nuestro alrededor, se ocultan a nuestra vista en la oscuridad y bajo esa superficie. En el pasado, como sucede hoy en día, los episodios ocasionales de hombres lobo asesinos en serie nos horrorizaban por su monstruosidad, y no soy el único historiador que ha sugerido que aquellos casos, notificados a veces, sobre hombres lobo y criminales caníbales fueron los precursores de nuestros asesinos en serie modernos.53 Y desde luego la pregunta es: ¿por qué no hay más casos de aquella época, y por qué, teniendo en cuenta los ecos producidos por la clasificación de las prostitutas como «menos muertas» en narraciones como «Caperucita Roja», no existe un registro de casos en los que las principales víctimas eran las prostitutas, como lo fueron las de Jack el Destripador, las del asesino de Green River o las de docenas de otros asesinos en serie modernos que se dedicaron a esas mujeres?
Una de las respuestas podría ser que mientras la prostitución en sí solo hacía arrugar el ceño pero se toleraba como un «mal necesario», y aunque a pesar de la prohibición por la Iglesia de la «fornicación» y de prácticas «pervertidas» como el sexo oral o el anal, en general en el pasado lejano la sexualidad en general era mucho más abierta y aceptada y mucho menos reprimida que lo que iba a ser en el siglo XIX.54 Había menos ansiedad con respecto a la sexualidad; había menos «complejos». Es más, la sexualidad femenina se definía según la noción de la mujer como propiedad, algo que primero pertenece al padre y luego, después de la boda, al marido. La propiedad sobre la mujer era más bien un tema de las clases poseedoras de propiedades que de las masas empobrecidas, para las cuales una hija sin casar se consideraba más una carga que un bien familiar (como actualmente en muchas sociedades del Tercer Mundo). Hasta hace relativamente poco, la violación se consideraba en primer lugar una ofensa contra el honor y los intereses materiales del padre o del marido, y solo en segunda instancia un delito contra la víctima.
Hoy en día la violación y el homicidio en serie están intrínsecamente conectados a una psicopatología cultural de ira y odio hacia las mujeres que se viene cociendo en algunos hombres desde la infancia. En la niñez, los hombres se encuentran a merced de sus madres, y crecer se convierte en un proceso gradual de negociación de la independencia de la figura femenina materna, que se vuelve poco a poco hacia la figura femenina sexual. Pero las mujeres como madres no son infaliblemente perfectas, y dentro de la alquimia de criar a un chico hay muchas cosas que pueden salir mal y que amenacen la autoestima del hombre y dejen frustraciones, resentimientos, traumas e iras profundamente enraizados, así como un sentimiento de falta de control delante de la figura femenina sexual. La sociedad, históricamente dominada por los hombres, está marcada por la aspiración masculina de domar y controlar de alguna manera el desmoralizador poder sexual femenino. De otro modo se sienten infantilizados una vez más por el poder de «Madre» (como suelen llamarla los asesinos en serie en vez de «mi madre»). Las prohibiciones religiosas y morales impuestas a la sexualidad femenina dividen a las mujeres en «buenas» —esposas, madres, hermanas e hijas— y «malas» —putas descontroladas que se niegan a someter su poder sexual a la autoridad y posesión de un solo macho—. El epítome de la ofensa es la prostituta, que comercializa la única cosa preciosa que las mujeres tienen para ofrecer solo a uno, el «mejor hombre», su amante o su esposo. Esta dicotomía entre la virgen/la puta, entre el «amor santo» y la «lujuria profana» que describe John Money en su historia sobre las parafilias, está profundamente asentada hasta hoy no solo en el pensamiento religioso, sino en el discurso político y social, la ley y la cultura popular.
Así como los asesinos en serie licántropos asesinaban y mutilaban patológicamente a mujeres y niños en privado, en el próximo capítulo veremos el sector público, en que la Iglesia y el Estado autorizaban la violación, la tortura y el asesinato en masa judiciales de mujeres en nombre de la supresión de la brujería.