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En realidad los westerns siempre trataban sobre asesinatos en serie.
MARK SELTZER, Serial Killers:
Death and Life in America’s Wound Culture
Estados Unidos no fue inmune al asesinato en serie durante los siglos XVIII y XIX. Igual que en Europa, muchos de los asesinos en serie estadounidenses conocidos anteriores a la época de Jack el Destripador eran envenenadoras en serie patológicas o hedonistas en busca de beneficios —como Lydia Sherman, la Borgia estadounidense (10 víctimas: 1864-1871), Sarah Jane Robinson, la criatura venenosa (8 víctimas: 1881-1886), y Jane Toppan, la alegre Jane (31 víctimas: 1885-1901)— o asesinos por beneficios ilegales que se cebaban en los colonos de la frontera y en los viajeros, como los hermanos Harpe de Tennessee, en la década de 1790, o la familia Bender y su «posada de la muerte» en Kansas, 1869-1872.1
La vida en la frontera era violenta y muchas veces poco civilizada. Si bien las películas estadounidenses del género western exageran y glorifican de diversas maneras la realidad de los «pistoleros», el crítico social Mark Seltzer no exageraba cuando hablaba de nuestra fascinación con la violencia fronteriza: «El asesinato en serie y sus representaciones últimamente han reemplazado al western como el género de ficción sobre violencia corporal más popular en nuestra cultura [...] en realidad los westerns siempre trataban sobre asesinatos en serie».2
En la literatura sobre asesinos en serie siempre se ha percibido a Estados Unidos como el «hábitat natural» de estos criminales, especialmente durante las décadas de 1970 y 1980, que fue cuando constituyeron el 76% de todos los asesinos en serie del mundo.3 Hoy, de todos los asesinos en serie conocidos en el mundo entre 1900 y 2010, catalogados en el estudio de asesinos en serie de la Universidad de Radford/FGCU, la cuota de Estados Unidos ha bajado hasta el 67% (2.743 de 4.068), seguido en orden de magnitud por Gran Bretaña, Sudáfrica, Canadá, Italia, Japón, Alemania, Australia, Rusia e India.
Quién se considere el «primer» asesino en serie estadounidense depende de lo que en ese momento sea más popular en literatura, cine y otros medios. Mientras escribo esto, es Herman Webster Mudgett, conocido también como doctor Henry Howard Holmes, o sencillamente H. H. Holmes, el que suele llamarse «el primer asesino en serie moderno» de Estados Unidos. Una búsqueda en Google bajo «primer asesino en serie» nos da su nombre, junto con el de Jack el Destripador, como primer resultado.4 Recientemente el director Martin Scorsese anunció que estaba rodando una película con Leonardo DiCaprio como Holmes, basada en el superventas de Erik Larson El diablo en la Ciudad Blanca: asesinato, magia y locura en la feria que transformó los Estados Unidos.5 La maquinaria publicitaria de Hollywood entró en acción para «vender» a Holmes como «el primer asesino en serie de Estados Unidos» como preludio a la inminente película, y el canal Historia pasó una serie «documental de fantasía», American Ripper, que de forma harto ridícula afirma que H. H. Holmes fue no solamente el primer asesino en serie de Estados Unidos sino posiblemente también Jack el Destripador en persona.
Primero bosquejaré el caso de H. H. Holmes, y luego mencionaré a cinco asesinos en serie sexuales anteriores a él que actuaron en Estados Unidos. La mayor parte de estos casos tuvieron lugar antes de Jack el Destripador (1888) en tanto que otros, incluido Holmes, atrajeron la atención de las autoridades y de los medios poco después. (Holmes fue detenido en 1895, siete años después de los asesinatos de Whitechapel, pero confesó que venía asesinando desde mucho antes.)
HERMAN WEBSTER MUDGETT O H. H. HOLMES: CHICAGO–FILADELFIA, 1895
Contemporáneo de Jack el Destripador pero habitante de Chicago, este médico rebelde, bígamo y artista del fraude fue condenado en Filadelfia, en 1895, por un solo asesinato, el de su empleado y compañero de fraude a aseguradoras Benjamin F. Pitezel, pero existen fuertes pruebas de que Holmes se hizo cargo de tres de los hijos de Pitezel y más tarde los mató a ellos también.6
Aparte de esos cuatro asesinatos, la historia de Holmes es muy confusa.
Después de su condena Holmes confesó haber asesinado a por lo menos 27 personas —entre hombres, mujeres y niños— por motivos diversos, como vender los cadáveres a médicos como muestras anatómicas, fraude a las aseguradoras, fraude a empresas de hipotecas y préstamos, robo de propiedades, amantes molestas, celos y quizá incluso por motivos patológicos (era un conocido mujeriego).
En el centro del caso Holmes encontramos el célebre «castillo» (el Holmes Castle), un extraño edificio de pisos victoriano de 744 metros cuadrados y tres plantas con escaparates en la planta baja. Holmes había mandado construir esa estructura en 1888 en el distrito de Englewood, al sur de Chicago, en la esquina de la calle 63 Oeste con la avenida Wallace, y ahí tenía su oficina. Después de la detención de Holmes se dijo que en el edificio se habían descubierto habitaciones «secretas» insonorizadas, algunas recubiertas de amianto, un sistema de tuberías de gas que se controlaba desde la oficina de Holmes, rampas ocultas, pozos llenos de ácido, y lo que parecían ser mesas de disección y cámaras de gas herméticas. En el sótano los investigadores encontraron restos de huesos humanos mezclados con huesos de animales y mechones de cabello humano.
La mala fama de todo el caso se vio aumentada por declaraciones de que Holmes había convertido el castillo en un hotel durante la Exposición de 1893 (la Exposición Universal Colombina), con el propósito de asesinar a los turistas que visitaran la ciudad.
Después de la detención de Holmes el castillo estuvo a punto de convertirse en atracción turística pero en agosto de 1895 se incendió. Volvieron a levantarse plantas nuevas encima de la planta baja y los cimientos, y el nuevo edificio permaneció en pie hasta finales de la década de 1930, en que se demolió para construir un paso de ferrocarril elevado y una oficina de correos, para lo que se arrasó aquella sección de la avenida Wallace. En la oficina de correos hay un túnel para servicios que parece haber sido excavado a través de los cimientos de ladrillo del siglo XIX que, con toda probabilidad, son los cimientos originales del castillo de Holmes.7
Pero como afirma una historia reciente del caso: «Muchas de las narraciones sobre él [Holmes] y su castillo son pura ficción. Jamás, ni un solo día, el castillo funcionó como hotel y la cantidad real de turistas que visitaron la Exposición Universal y que se supone que él mató allí sigue siendo la misma que en 1895: una única mujer, Nannie Williams. Es más probable que los cuartos “secretos” fueran para guardar muebles robados que para destruir cuerpos».8 Es más, la mayoría de las habitaciones, aunque estaban escondidas, no eran en absoluto «secretas», ya que los empleados las conocían y en ocasiones incluso dormían en ellas.
Al final «solo» se pudieron comprobar nueve de los 27 asesinatos confesados por Holmes, y de ellos solo cuatro se pudieron relacionar incontestablemente con él. Se lo declaró culpable y se lo condenó a muerte por uno solo de ellos, el de Pitezel. Existen pocas dudas de que también mató a tres de los hijos de Pitezel, de manera que Holmes realmente fue un asesino en serie, pero ¿a qué escala y de qué magnitud?
Mientras esperaba su ejecución, Holmes confesó esos 27 asesinatos en una autobiografía por la que los periódicos de Hearst le pagaron 7.500 dólares (el equivalente a 213.330 dólares actuales).9 Resultó que algunas de las víctimas que Holmes dijo haber matado estaban vivas, de manera que es posible que esa confesión fuese su última jactancia antes de ir al patíbulo. La víspera de su ejecución, el 16 de mayo de 1896, Holmes se retractó y dijo haber matado solo a dos personas, cifra también poco creíble. Muchas personas que habían tenido tratos o negocios con el encantador y afable doctor Holmes desaparecieron sin dejar rastro, lo cual apunta a la posibilidad de que hubiera matado a tantas como 200 personas, lo cual, ciertamente, lo elevaría al panteón de los asesinos en serie más prolíficos. Pero nunca se descubrieron pruebas que confirmaran que a esas personas desaparecidas las hubiera matado Holmes.
En la década de 1990 el interés por Holmes y la fascinación por su personaje revivieron gracias al libro del historiador de crímenes reales Harold Schechter Depraved: The Shocking True Story of America’s First Serial Killer (1994). En ediciones posteriores Schechter cambió el subtítulo a The Definitive True Story of H.H. Holmes, Whose Grotesque Crimes Shattered Turn-of-the-Century Chicago. Últimamente el cineasta independiente de Chicago John Borowski ha rodado un premiado documental titulado H. H. Holmes: America’s First Serial Killer,10 y el superventas de Erik Larson El diablo en la Ciudad Blanca, situado en los alrededores de la Exposición Universal de Chicago de 1893, se centra en dos arquitectos: Daniel Hudson Burnham, que diseñó los pabellones Ciudad Blanca de la exposición, y H. H. Holmes y su castillo.
Más recientemente, el historiador de Chicago Adam Selzer ha emprendido la tarea de desmontar el mito en su libro de 2017 H. H. Holmes: The True History of the White City Devil, en el que afirma que aunque se confirma que Holmes mató por lo menos a cuatro víctimas, la mayor parte de lo que se dice de él es leyenda y mito.
El folclore en torno a H. H. Holmes se ha unido al culto de la destripología para sostener que fue Holmes quien cometió los asesinatos de Jack el Destripador en un viaje a Londres durante el verano de 188811 (véase más sobre Jack el Destripador y la destripología en el capítulo 10). Pero ¡cielos!, no existe la menor prueba de que H. H. Holmes hubiese hecho un viaje al extranjero, ni en 1888 ni en ninguna otra fecha. Por una parte, ese año lo pasó en Chicago supervisando la compleja construcción del castillo con sus pasadizos secretos y sus habitaciones ocultas (y aparentemente despidiendo a trabajadores y contratistas cada pocas semanas de tal modo que nadie pudiese tener una idea completa acerca de la arquitectura y sus siniestros objetivos). En el verano de 1888, mientras Jack el Destripador estaba cometiendo sus asesinatos, los registros históricos demuestran que Holmes se encontraba en medio de un juicio por deudas relativas a la construcción del castillo y que corría el riesgo de perder la propiedad.12 Es sumamente improbable que saliera de viaje hacia Inglaterra en mitad de la complicada y accidentada construcción del castillo.
Es más: no hay absolutamente ninguna similitud de firma entre los intrincados asesinatos de que se acusa a Holmes de cometer (discretamente, de puertas para adentro, utilizando gas, veneno, golpes o estrangulamiento con las víctimas, con las que previamente había estado relacionado, sea personalmente o por asuntos de finanzas) y los brutales ataques por sorpresa en las calles de Londres, con evisceración de las víctimas. No es necesario ser un científico conductual del FBI para advertir que entre ambos asesinos en serie no existe absolutamente ningún parecido.
Para complicar más aún la cronología, en su confesión a los periódicos de Hearst, Holmes dijo que, junto con un cómplice, asesinó a alguien llamado Rodgers en Virginia durante una excursión de pesca a finales del verano de 1888 (el mismo período en que Jack comenzaba a matar en Londres). Holmes confesó que había golpeado a la víctima en la cabeza con uno de los remos de la barca y que había presentado el caso como un ahogamiento accidental.
Investigué los diarios estadounidenses de aquel período y no encontré ningún informe sobre ahogamiento de alguien llamado Rodgers en Virginia ese verano, pero como es típico del misterioso modo de actuar de Holmes, sí hay una denuncia de un ahogamiento, del 18 de agosto de 1888, de un tal Joseph Seymour Rodgers en las montañas de Catskill del estado de Nueva York. Un diario local señala que el señor Rodgers se hallaba en compañía de «un tal señor Webster y su hijo» cuando se ahogó tras sufrir lo que pareció ser un ataque al corazón mientras nadaba.13 Es curioso que el nombre real, de nacimiento, de Holmes fuera Herman Webster Mudgett. Aparte de esto, en el informe no aparece ningún detalle más sobre la muerte ni sobre «un señor Webster y su hijo».
No importa lo que diga Hollywood ni el canal Historia: de ninguna manera H. H. Holmes fue «el primer asesino en serie estadounidense», de la misma manera que Jack el Destripador no fue «el primer asesino en serie moderno».14 Holmes podría haber sido el primer asesino en serie de «cifras importantes» si es que vamos a creer sus confesiones al periódico, pero antes de él hubo varios casos que encajan con la patología «tradicional» del asesinato sexual-por lujuria y eso los hace mejores candidatos a ser «el primer asesino en serie de Estados Unidos».
JESSE POMEROY, «EL ENEMIGO DE LOS CHICOS»: BOSTON, 1874
Si aceptamos la nueva definición de asesino en serie del FBI: «como mínimo dos víctimas», entonces podemos decir que el primer asesino en serie sexual patológico moderno registrado en Estados Unidos, y quizá el más joven, fue Jesse Pomeroy, de 14 años, detenido en Boston en 1874 por el asesinato de dos niños. Este caso precede a H. H. Holmes en 21 años.
Pomeroy nació en Charlestown, Massachusetts, el 29 de noviembre de 1859, el segundo de dos hijos varones. Su madre era modista y su padre jornalero.15
Por lo que se sabe Jesse fue un niño enfermizo, escuálido y frágil. También tenía la córnea de un ojo nublada, lo que hacía que los otros niños lo ridiculizaran diciendo que tenía un «ojo demoníaco» (y que más tarde ayudó a su identificación). Incluso su padre decía de él que era «un maldito tuerto».
Nada lo describe como un niño que atacase violentamente a los otros niños, ni que cometiera los típicos actos de piromanía o de crueldad hacia los animales (aparte de un relato apócrifo que lo describe apuñalando a un gato y arrojándolo a un río cuando solo tenía cinco años, y otro de que había retorcido el pescuezo a dos canarios). Pero lo que sí parece cierto es que su padre solía azotar a menudo a Jesse con su cinturón, hasta que un día, después de una paliza especialmente fuerte, la madre echó al padre de casa blandiendo un cuchillo de cocina. El padre nunca regresó.
Bajo la supervisión protectora de la madre, Jesse creció solitario y apartado de los otros chicos: era inteligente y le gustaba leer novelas de a 10 céntimos, que los críticos sociales denunciaron tras del caso Pomeroy de la misma forma en que acusaban a los cómics, en la década de 1950, de favorecer la delincuencia juvenil. Jesse rara vez jugaba con otros niños, salvo a juegos de indios y vaqueros en los que Jesse prefería desempeñar el personaje del indio «villano» siempre y cuando ello implicara sesiones de torturas infligidas a los «cautivos».
Como alumno era bueno, pero raro. Un profesor dijo que era «especial, de trato difícil, no malo, sino difícil de comprender». De adolescente, Pomeroy fue particularmente holgazán y al menos en una ocasión lo mandaron a casa porque aterrorizaba a los niños más pequeños de la escuela al acercarse sigilosamente a ellos mientras ponía caras monstruosas. En otra ocasión se lo denunció por echar petardos encendidos a un grupo de niños durante el recreo.
Como es típico en algunos casos de asesinos en serie, parece que Pomeroy comenzó con sus ataques pocos meses después de recuperarse de un episodio médico serio, una neumonía, en octubre de 1871. El 26 de diciembre de ese año Pomeroy, que entonces tenía 12, atrajo a Billy Paine, de cuatro, a un cobertizo en lo alto de la colina Powder Horn, en el distrito de Chelsea en Boston. Una vez dentro, Pomeroy arrojó una cuerda para que pasase por encima de una viga expuesta, ató las manos del niño y lo suspendió de la viga, como representando una escena de tortura en un calabozo. Luego le azotó gravemente la espalda. Alguien que pasaba vio al pequeño colgando de los brazos donde lo había dejado Pomeroy. Estaba demasiado traumatizado y no pudo dar mucha información a la policía.
El 21 de febrero de 1872 llevó a un niño de siete años, llamado Tracy Hayden, al mismo sitio al que había llevado a Billy diciéndole que iban a ver un desfile de soldados. Encontraron al niño atado de pies y manos, con un pañuelo metido en la boca y suspendido de la viga por medio de cuerdas. No solamente le habían azotado la espalda sino que le habían pegado con ensañamiento en la cara, con el resultado de nariz rota, dos dientes delanteros faltantes, el labio superior abierto y grandes cardenales alrededor de las órbitas oculares. Según el niño, el que le había hecho eso también amenazó con cortarle el pene. La única descripción que Hayden pudo dar sobre su atacante es que era «un muchacho grande de cabello castaño».
El 20 de mayo de 1872 un chico grande de cabello castaño, que iba por la calle, se acercó a Robert Maier, de ocho años, y lo invitó a ir con él al circo. Echaron a andar en dirección a la colina de Powder Horn y cuando estaban cerca el muchacho atacó a Maier y lo arrastró hacia otro cobertizo abandonado, lo suspendió de una viga y le pegó mientras le obligaba a decir obscenidades. Aparentemente el asaltante tuvo un orgasmo y después lo desató y lo dejó ir.
El 22 de julio de 1872 un chico de cabello castaño se aproximó a un niño de siete años, Johnny Balch, que miraba un escaparate con juguetes, y le ofreció dinero para que le hiciera un encargo. También Johnny terminó en el cobertizo de la colina de Powder Horn, suspendido de las vigas por una cuerda y luego golpeado durante aproximadamente 10 minutos en el pecho, el estómago, la espalda, los muslos, las nalgas y finalmente los genitales. Cuando hubo terminado, el atacante bajó la cuerda y la enroscó y advirtió a la víctima que se quedara en el cobertizo, de lo contrario le rajaría la garganta. Alguien que pasaba encontró a Johnny un par de horas después. A esas alturas los periódicos ya habían informado sobre estos ataques y se ofrecieron 500 dólares de recompensa por cualquier información que condujera a la detención del «chico torturador», como llamaba la prensa al desconocido asaltante.
El 2 de agosto de 1872 la familia se mudó al sur de Boston y alquiló una vivienda en West Broadway. La madre alquiló un local justo delante de la casa, donde puso una tienda de ropa y también de pequeños artículos de papelería. El 17 de agosto George Pratt, de siete años, caminaba por una playa en South Boston Bay (el Puerto Viejo), a unos 20 minutos a pie de la tienda y el piso de Pomeroy, cuando se le acercó un muchacho mayor que él y le ofreció dinero a cambio de que le hiciese un recado. Lo llevó hasta una caseta para botes abandonada donde lo golpeó en la cabeza y le metió un pañuelo en la boca. Después de desnudar al chico, Pomeroy le ató las muñecas y los pies con dos trozos de cuerda. Le dijo a Pratt que iba a recibir un «castigo» y lo azotó con la hebilla de su cinturón. Luego le pateó la cabeza, el estómago y las ingles y a continuación le hizo unos profundos surcos con las uñas en el pecho y el estómago. Y finalmente mordió y arrancó un trozo de la mejilla del chico.
Cuando Pratt comenzó a perder el sentido, el atacante lo revivió y le mostró una larga aguja de coser que tenía en la mano, preguntándole:
—¿Sabes lo que te voy a hacer ahora?
Y luego lo torturó con la aguja, clavándosela en el brazo, el pecho, la mejilla herida y entre las piernas. Después intentó torturar al chico en los ojos pero Pratt se las arregló para desviar la cara hasta el suelo para protegerlos y el asaltante no fue capaz de agarrarle los párpados debido a la sangre y el sudor que corrían por la cara del chico. Frustrado, le arrancó con los dientes un trozo de nalga y se marchó. A Pratt lo encontró un pescador que lo llevó corriendo al hospital.
Como suele suceder con los delincuentes en serie, en estos ataques se podía apreciar un arco ascendente. Comenzaron con una paliza propinada con un palo, pero llegaron a la mordedura y al uso de un cinturón y una aguja. Indudablemente había una firma: la manera elaborada de atar a las víctimas y suspenderlas de vigas expuestas (de haberlas) en una situación ritual de «calabozo», quizá inspirada en las novelas de 10 centavos que Pomeroy consumía. Los ataques también se hacían más frecuentes.
Una semana más tarde, el 11 de septiembre, Joseph Kennedy, de siete años, fue llevado a una caseta de botes de South Boston Bay. Su captor le golpeó la cabeza contra las paredes de la caseta, lo desnudó completamente y le dio una terrible paliza, rompiéndole la nariz y los dientes delanteros. Esta fue la primera vez que el asaltante sacó un cuchillo; obligó al pequeño a arrodillarse y mientras le producía cortes en la cara, la espalda y los muslos, le hizo repetir una versión obscena del padrenuestro. Después lo empapó con el agua salada de la bahía.
Seis días después, el 17 de septiembre, encontraron a Robert Gould, de cinco años, desnudo y atado a un poste de telégrafos junto a las vías del ferrocarril en South Boston. Le habían hecho cortes profundos en el cuero cabelludo y la cara, que tenía empapada en sangre, lo mismo que el cabello. Se había acercado a él un chico mayor, de cabello castaño, que lo invitó a ver un desfile de soldados. Una vez en la vía del tren, el chico sacó dos cuchillos, desnudó a Robert y lo ató al poste; le hizo cortes detrás de las orejas, debajo de los ojos y alrededor del cuero cabelludo, posiblemente en un intento de arrancarle el cabello, lo cual hace pensar nuevamente en que el atacante pudo haberse inspirado en las novelas de 10 centavos del Lejano Oeste y las torturas infligidas por los indios. (A propósito, arrancar el cuero cabelludo era una manera de conseguir trofeos de guerra que practicaban tanto los europeos como los pueblos indígenas precolombinos y otras civilizaciones. Los indios de América del Norte no copiaron este proceder de los británicos, como suele creerse.)16 Luego acercó un cuchillo a la garganta del niño y le dijo que iba a matarlo, pero escapó cuando vio acercarse a trabajadores del ferrocarril que venían por la vía. En este caso Robert Gould hizo una identificación importante: le dijo a la policía que su atacante tenía un ojo nublado, como una «lechera» (una canica blanca). Ahora la policía comenzó a llevar a una de las víctimas, Joseph Kennedy, de escuela en escuela tratando de identificar al atacante. En un momento dado entraron en el aula de Jesse, pero el pequeño no localizó a su torturador.
Llevado por algún tipo de compulsión, Jesse Pomeroy volvió a pasar aquella tarde por delante de la comisaría de policía cuando volvía a casa desde el colegio, y se detuvo en la puerta para mirar al oficial y a Kennedy, que estaban dentro. Cuando quiso volver a casa ya era tarde. Había llamado la atención del oficial, que lo puso en custodia y lo llevó ante Kennedy. Esta vez Kennedy identificó a Pomeroy.
Pomeroy aún tenía 12 años y el 21 de septiembre se lo sentenció rápidamente a seis años de internamiento en un reformatorio juvenil hasta que cumpliera 18. Pero el chico era inteligente y cuando le convenía también era un psicópata encantador. Convenció a un alto oficial de la policía de Boston de que «se había reformado» y eso le valió una «segunda oportunidad». Cuando el reformatorio informó que la conducta de Pomeroy había sido excelente, un inspector de los servicios sociales visitó a su madre y los vio, a ella y a Jesse, trabajar diligentemente en la tienda de ropa; la madre prometió y dio todas las seguridades de que mantendría a Jesse bajo su estricta supervisión. Con el aval del capitán de policía, el 6 de febrero de 1874 se dio la libertad bajo palabra a Jesse Pomeroy para que quedase bajo custodia de su madre, trabajando en la tienda y también repartiendo periódicos a lo largo de la ruta que hasta entonces había realizado su hermano.
Unas seis semanas más tarde, el 18 de marzo de 1874, una escolar de 10 años, Katie Curran, tuvo necesidad de una libreta nueva. Su madre le dio unas monedas y la envió a comprarla en Tobin’s, la tienda del barrio. Cansada, miró el reloj cuando su hija salió de casa: eran las 8.05 de la mañana.
Ese día le tocaba a Jesse abrir la tienda de su madre a las 7.30 y prepararla para el día de trabajo. Más tarde el dependiente de Tobin’s testificó que Katie había llegado a las 8.15 pero que se había marchado sin encontrar una libreta que le gustase.
Rudolph Kohr, un chico de la vecindad que ganaba algún dinero ayudando en la tienda de los Pomeroy, llegó a las 8.00. Posteriormente testificó que se encontraba conversando con Jesse cuando entró una niña que buscaba una libreta. Dijo que Jesse le ofreció una con descuento porque tenía una mancha de tinta en la tapa. Justo en ese momento el gato de los Pomeroy subió desde el sótano maullando para que le dieran de comer, y Jesse pidió a Rudolph que fuera a la carnicería a buscar algunos trozos de carne. Cuando regresó a la tienda la niña ya se había ido y Jesse barría sin mucho entusiasmo.
Katie nunca volvió a casa. Cuando su madre comenzó a buscarla frenéticamente por el vecindario, otra chica le dijo que la había visto entrar en la tienda de Pomeroy. En el barrio todos conocían la historia de Jesse, y la madre de Katie corrió hasta la comisaría de policía, donde la recibió el comisario jefe, el mismo capitán que había dado el visto bueno a la liberación de Jesse. El oficial le aseguró que Jesse se había «reformado» y, además, que su historial anterior había sido de ataques a chicos y no a chicas. Pero para calmar a la madre de Katie le prometió que harían una inspección en la tienda de los Pomeroy. Por lo visto la inspección no arrojó ningún resultado sospechoso: todo estaba en orden.
Se ofreció una recompensa a cambio de información sobre la niña desaparecida y algunas semanas después llegó un testigo diciendo que había visto a Katie cuando la metían en un coche cerrado y se la llevaban. Katie era hija de un matrimonio mixto, de madre protestante y padre católico. En la década de 1870, las tensiones entre las dos iglesias en Estados Unidos no habían cedido y el consenso entre la élite protestante de Boston fue que el padre católico se había llevado por la fuerza a la niña para meterla en un convento.17 El caso se archivó.
Durante las siguientes semanas un chico mayor que ellos se aproximó a varios niños con ofertas, ya de dinero a cambio de un encargo, o de llevarlos a ver un desfile de soldados. Los niños, que ya estaban advertidos, se negaron a ir con él. Ninguno de estos acercamientos se denunció a la policía.
En la mañana del 22 de abril de 1874 su madre permitió a Horace Millen, de cuatro años, ir a la pastelería a comprarse un dulce. Hubo varias personas que vieron cómo el niño compartía el pastel con otro chico mayor en la avenida Dorchester y luego los dos se iban caminando en dirección a la playa de Savin Hill de Boston. Esa tarde se encontró el cadáver de Horace en una zona de la playa para pícnics, rodeado de conchas vacías y de piedras chamuscadas. Estaba semidesnudo, con los pantalones y la ropa interior bajados hasta los tobillos; yacía de espaldas con la cara, las manos y la parte superior de los muslos, así como la camisa, bañados en sangre. Los talones de la víctima habían trazado profundos surcos en la arena cuando trataba de escapar. Los puños apretadamente cerrados debido al dolor que le habían infligido. Las manos lucían heridas de cuchillo, sin duda infligidas cuando intentaba defenderse de las puñaladas. Había dos cortes en la garganta, uno que dejaba a la vista la tráquea y el otro que había afectado a la vena yugular, ambos tan profundos que pese a haberse hecho con un cuchillo pequeño estuvieron a punto de seccionar la cabeza del niño. En el pecho se contaron 18 cuchilladas e incluso lo habían intentado castrar por medio de un corte tan salvaje que uno de los testículos se había desprendido. El ojo izquierdo estaba perforado por una cuchillada que atravesó el párpado.
Con este asesinato, la «ceguera a la conexión» de la policía de Boston llegó rápidamente a su fin. Los investigadores más antiguos recordaron de inmediato los ataques de Jesse Pomeroy y se asombraron al enterarse de que varios meses atrás se había concedido la libertad bajo palabra al chico en el mismo barrio en el que había desaparecido Katie Curran. Esa misma noche detuvieron a Jesse y catalogaron los rasguños y las marcas de su cuerpo. Sus zapatos se relacionaron con los dos pares de huellas encontrados en el trozo de playa que llevaba a la escena del crimen, y el cuchillo utilizado por Pomeroy quedó confiscado como una prueba más.
La policía de Boston utilizó la misma técnica con la que las autoridades de Baviera intentaron provocar la confesión del asesino en serie Andreas Bichel en 1808: llevaron a Pomeroy a la morgue para que viera el cuerpo de su víctima.18 Pomeroy no tardó en confesar estando en el depósito pero más tarde se desdijo, alegando que la policía le había tendido una trampa para que confesara. Mantuvo su inocencia hasta el final. Después de una vista preliminar en la cual Jesse se declaró inocente, se fijó el juicio para el mes de diciembre.
Mientras tanto la madre de Jesse, que insistía en que su hijo era víctima de una encerrona, e incluso llegó a culpar a los padres de las víctimas por permitir a sus hijos ir por las calles sin vigilancia, se hizo acreedora de tanta hostilidad por parte de sus vecinos que tuvo que cerrar la tienda. El 31 de mayo desocupó el local y la tienda de al lado lo compró para ampliarse. El 18 de julio un trabajador se hallaba demoliendo un tabique divisorio en el sótano, cerca de un rincón donde se acumulaba una pila de cenizas y de basura. Al principio no le prestó atención, creyendo que se trataba de trozos de cerámica rotos y descartados, pero su siguiente golpe de pico dejó al descubierto lo que parecía un brazo humano envuelto en una tela mohosa. Anonadado, el hombre volvió a mirar el «trozo de cerámica» redondo del rincón y se dio cuenta de que era parte de un cráneo humano con mechones de pelo aún adheridos a un cuero cabelludo en descomposición. Acababa de descubrir el cuerpo sin vida de Katie Curran.
El caso del «chico asesino» fue un escándalo por lo que respecta a la incompetencia policial no solo por no haber registrado debidamente el local de la tienda, permitiendo así que también se produjera el asesinato de Horace Millen, sino también por el capitán de policía que había permitido a Jesse salir de la cárcel bajo palabra. Las novelas de 10 centavos que leía Pomeroy se presentaron como una influencia funesta sobre los jóvenes. Los sistemas penales judicial y juvenil fueron atacados por sus políticas «tolerantes con el crimen» y hubo exigencias de que Jesse Pomeroy, a la sazón con 14 años, fuera juzgado como adulto y condenado a muerte.
Al final se sentenció a Pomeroy a cadena perpetua. Estuvo 41 años en confinamiento solitario antes de que se lo enviara con el resto de la población penitenciaria en 1917, donde permaneció hasta su muerte en 1932 a la edad de 72 años, después de un total de 54 encerrado.
Jesse Pomeroy es buen candidato no solamente a ser el primer asesino en serie moderno de Estados Unidos, sino el asesino más joven del que se tenga constancia. A escala global, la juventud de este asesino en serie solo queda superada por la asesina en serie británica Mary Bell, de 11 años, que asesinó y mutiló a dos chicos en 1968. (Bell obtuvo la libertad a los 24 años y actualmente es abuela y vive en el anonimato que le concedió y le asegura el tribunal.)19
JOSEPH LAPAGE, EL «MONSTRUO FRANCÉS»: VERMONT, NUEVO HAMPSHIRE, 1875
Joseph LaPage (LaPagette) también es buen candidato al título de primer asesino en serie estadounidense, si bien técnicamente era un ciudadano canadiense que trabajaba como agricultor en Vermont y Nuevo Hampshire. Nacido en 1838, LaPage se casó a los 20 años y tuvo cinco hijos. Parece que intentó violar a sus propias hijas. En 1871, como uno de aquellos hombres lobo medievales, atacó a su cuñada en un prado disfrazado con la piel de un búfalo o un oso. La violó e intentó estrangularla pero ella sobrevivió y LaPage cruzó la frontera hasta Vermont para evitar ser detenido. Un año más tarde regresó a Canadá, donde atacó y golpeó brutalmente a una joven e intentó atraer hacia el bosque a una niña de 14 años antes de volver a huir a Vermont.20
El 24 de julio de 1874 tendió una emboscada a Marietta Ball, una joven maestra; la golpeó en la cabeza con una piedra, la violó y la mutiló de una manera horrorosa. Después de que la policía lo interrogase como sospechoso, LaPage dejó Vermont por Nuevo Hampshire antes de que finalizara la investigación.
LaPage consiguió un empleo como operador de una trilladora en Pembroke, Nuevo Hampshire. Era un poco raro, pero su jefe, un tal señor Fowler, lo consideraba buen trabajador e incluso lo invitó a cenar con su familia. En una de estas ocasiones LaPage vio a la hija adolescente de Fowler, llamada Litia, e inmediatamente se obsesionó con ella. Le preguntó a su hermano qué camino hacía para ir a la escuela y durante los días siguientes al menos un testigo lo vio merodeando entre los arbustos de la carretera de la escuela.
El 4 de octubre de 1875, una compañera de estudios de Litia, Josie Langmaid, de 17 años, salió hacia la escuela, en su habitual caminata de cuatro kilómetros, pero nunca llegó. Un equipo de búsqueda la rastreó y alrededor de las nueve de la noche encontró su cuerpo decapitado a menos de un kilómetro de distancia de la escuela, entre unos arbustos junto a la carretera. Hallaron la cabeza a la mañana siguiente, a unos 400 metros de distancia, envuelta en la capa de hule azul de la chica. Tenía la cara cortada y golpeada y el tacón de la bota del atacante grabado en una mejilla. En las cercanías se halló una barra de madera llena de sangre. La autopsia desveló que Langmaid había sido violada y que tenía la vagina prácticamente extraída.
Las noticias del hallazgo llegaron a Vermont, donde las autoridades advirtieron las similitudes de este ataque con la encerrona-violación-asesinato de la maestra Marietta Ball del año anterior y advirtieron a la policía de Nuevo Hampshire, que procedió a detener a LaPage. En este caso no hubo ceguera a la conexión. LaPage fue detenido, juzgado, condenado y ejecutado en marzo de 1878.
En el sitio de una de las primeras escenas de un asesinato en serie en Estados Unidos, en la Academy Road de Suncook, Nuevo Hampshire, se erigieron un monumento de tres metros de altura y dos hitos de piedra. La inscripción del monumento pone: «La muerte ha caído sobre ella como la intempestiva escarcha sobre la flor más dulce de la pradera.* Cuerpo encontrado a 250 metros al norte, en el hito de piedra; cabeza encontrada a 82 varas al norte, en el hito de piedra». Actualmente es un sitio popular para practicar geocaching.21
THOMAS W. PIPER, EL «ASESINO DEL CAMPANARIO DE BOSTON» O «EL MURCIÉLAGO»: BOSTON, 1875
Mientras el caso de Jesse Pomeroy iba abriéndose paso por los juzgados de Boston, otro asesino en serie sacudió la ciudad. El primer homicidio tuvo lugar el viernes 5 de diciembre de 1873 en el distrito de Uphams Corner. Aproximadamente a las nueve de la noche los trabajadores de una herrería en la esquina de Hancock y Columbia Road oyeron gritos de mujer en la calle. Cuando salieron vieron a una mujer que yacía en un charco de sangre junto a una pared de ladrillos y un hombre vestido con una capa de gala a su lado (la forma en que con frecuencia se retrata a Jack el Destripador). El hombre huyó con la capa flotando tras él como las alas de un murciélago, según los testigos. A la mujer le habían dado un fuerte golpe en la cabeza con un eje de carreta serrado (la estructura en forma de horca que asegura el caballo al carro). El trozo de madera se encontró sobre una pared, cerca de la víctima: aún estaba mojado con su sangre y tenía adheridos cabellos rubios de ella.22 La víctima murió en el lugar como consecuencia de los violentos golpes recibidos, sin poder decir nada.23 Se la identificó como Bridget Landregan, empleada doméstica «de buen carácter», de veintipocos años de edad.
Varios testigos fueron capaces de describir al atacante como un «caballero» joven y bien vestido, también de veintipocos años. Uno advirtió que el hombre corría con «andares de marinero» y que parecía estar corto de aliento, ya que se detenía cada pocos pasos. La descripción del sospechoso de la capa y del arma tuvo enorme difusión. Con Jesse Pomeroy ahora en el reformatorio por una serie de agresiones, este nuevo delito fue el tema de conversación de la ciudad aquel fin de semana.
El lunes, Thomas C. Piper, un próspero carpintero que había llegado hacía muy poco desde Yarmouth, Nueva Escocia, Canadá, para establecerse en Boston con su esposa y sus nueve hijos, acudió a una comisaría de policía con un trozo de eje de carreta que tenía guardado en el sótano de su casa, donde trabajaba, en la calle West Cottage cerca de la avenida Dudley, a unos 12 minutos a pie de la escena del crimen en la dirección en la que se había visto huir al atacante.24 Piper le dijo a la policía que durante el fin de semana se había dado cuenta de que alguien había serrado un trozo de su eje de carreta sin que él se diera cuenta. Cuando la policía comparó el trozo que llevaba Piper con el trozo utilizado para matar a Landregan, ambos concordaron.
Piper contó a la policía que durante el día rara vez cerraba la puerta del sótano que salía al jardín trasero y que recientemente había permitido que los trabajadores que estaban haciendo las cloacas en su calle dejaran allí sus herramientas de trabajo. Pero la policía sospechó porque se había visto al atacante correr en dirección a la casa de Piper. Esa misma semana la policía fue a la casa, la registró y entrevistó a sus habitantes, entre ellos los hijos varones del carpintero.
El registro histórico no menciona por qué la policía sospechó del segundo hijo de Piper, de 24 años, llamado Thomas W. Quizá porque se ajustaba a las descripciones que habían proporcionado varios testigos. Quizá porque Thomas dijo tener una enfermedad renal que le impedía correr, o al menos correr cierta distancia sin detenerse a recobrar el aliento. Quizá porque Thomas acababa de regresar a Boston después de cinco meses de trabajo en un barco que navegaba hacia Liverpool, lo cual podría explicar los «andares de marinero» notificados por otro testigo. Quizá había algo en su comportamiento que alertó a la policía.
Esa semana el padre, Thomas W. y algunos de sus hermanos fueron llamados a testificar ante el jurado del forense que investigaba la muerte de Landregan.
Piper hablaba bien y estaba muy seguro de sí mismo. Dijo que la noche del viernes había ido con sus hermanos a un servicio religioso en la iglesia baptista de la calle Dearborn, en dirección opuesta a su casa. Volvió a esta en un tranvía de caballos pero antes de llegar a su casa vio a una multitud que miraba un incendio. Insistió en que bajó del tranvía y se quedó mirando cómo los bomberos luchaban contra el fuego. Lo vieron allí varios conocidos suyos tanto de la iglesia como del vecindario, que podían confirmar su coartada. Dijo que después de eso volvió a casa y se fue a dormir. La policía fue incapaz de desmentir ese relato.
Thomas Piper nació el 22 de abril de 1849 en Yarmouth, Nueva Escocia, donde trabajó como carpintero con su padre y también en una granja familiar.25 Se reunió con su familia en Boston en 1866 y en ocasiones trabajó con su padre, pero aspiraba a algo mejor. Aparentaba ser ilustrado e inteligente y tuvo diversos empleos administrativos, entre ellos investigador para una guía de hombres prominentes de Boston. Era baptista practicante y trabajaba como voluntario en la escuela dominical en varias iglesias de Boston. Pero en él había un incipiente lado oscuro. Cambiaba de trabajo con mucha frecuencia y lo habían despedido de varios empleos por «deshonesto».
Piper también tenía una adicción secreta a la tintura de opio —láudano— que mezclaba con whisky a modo de «tratamiento» por su trastorno renal. Con la potencia de la morfina al 1%, el láudano se vendía en las droguerías sin receta, era absolutamente legal y no estaba regulado. Pero era sumamente adictivo, y mezclado con whisky, potencialmente alucinógeno. Algo que también ignoraba la policía era que Piper cometía compulsivamente actos de piromanía, como el incendio cerca de su casa la noche del asesinato de Bridget Landregan.26
El invierno anterior se había alistado como marinero en un barco y había estado en alta mar hasta su regreso a Boston en agosto. Puesto que un testigo había declarado que el hombre que huía del sitio del asesinato lucía «andares de marinero», la policía comenzó a interesarse en Piper.
En los casos de asesinos en serie actuales es igual de frecuente que en aquella época comprobar que cuando finalmente se detenía a un asesino en serie ya se lo había entrevistado antes como sospechoso o como «persona de interés». Ted Bundy, Peter Sutcliffe, Paul Bernardo y Gary Ridgway son ejemplos especialmente célebres de cómo cuando la policía ya ha cerrado el caso se da cuenta de que había encontrado la aguja en su pajar de sospechosos. Sutcliffe, el destripador de Yorkshire, asesinó a 13 mujeres a lo largo de seis años, y en todo ese tiempo la policía lo interrogó en 12 oportunidades diferentes.27
En la época de Piper, la ciencia de reunir pruebas forenses aún estaba en pañales. La identificación por huellas dactilares no iba a emplearse hasta 1891, cuando en Argentina se logró la primera condena basada en las huellas dactilares recogidas en una escena del crimen.28 Por lo que respecta a la identificación por ADN, tendríamos que esperar hasta 1986, cuando se utilizó por primera vez en un tribunal de Gran Bretaña.29 A pesar de las sospechas, la policía de Boston no pudo hacerse con pruebas suficientes para acusar a Piper, y cuando descubrieron que Landregan tenía un celoso pretendiente que volvió a Irlanda poco después del asesinato, dispuso la detención del hombre y su extradición a Estados Unidos. El proceso iba a durar meses, tiempo en el cual Piper fue olvidado como sospechoso.
Thomas W. Piper era «la tormenta perfecta» de la psicopatía. Por fuera llevaba una máscara: el hijo diligente y trabajador, el joven caballero elegante y agraciado, buen partido, piadoso asiduo de la iglesia y voluntario en las escuelas dominicales. En abril de 1874 lo habían contratado como sacristán, con derecho a llaves, de la iglesia baptista de la avenida Warren, un edificio enorme con un campanario de cinco plantas de altura en el distrito Columbus de Boston (el sitio actual del parque James Hayes, en la avenida Warren con la calle West Canton).
Las obligaciones de Piper comprendían abrir la iglesia por la mañana, encender sus seis estufas, disponer las sillas y los libros para los diferentes acontecimientos y servicios religiosos y ayudar al mantenimiento general del edificio antes de cerrarlo para la noche. Pero detrás de esa máscara de cordura y respetabilidad se escondía un pirómano furioso, consumidor de láudano, ladrón y adicto al sexo. Muchas veces Piper utilizaba las llaves para quedarse a pasar la noche en la iglesia, sobre el sofá de la sacristía, y decía que así le resultaba más fácil encender las estufas por la mañana temprano que tener que desplazarse desde su casa. Asiduo al distrito rojo de Boston, al menos en una ocasión recibió una reprimenda por haber llevado una prostituta a la sacristía, y en su detención definitiva la policía encontró un alijo de whisky, opio y éter escondido en la iglesia.30
El 1 de julio de 1874, Piper cogió un martillo de la iglesia de la avenida Warren y luego contrató los servicios de la prostituta Mary Tynan. Ella lo llevó a su casa, en el 34 de la calle Oxford, y allí pasaron la noche juntos. Por la mañana muy temprano, mientras ella dormía, Piper la golpeó en la cabeza con el martillo y luego salió de la casa por una ventana sin que nadie lo viera. Según su confesión posterior, volvió a la iglesia de la avenida Warren, lavó el martillo, quitó los restos de sangre seca con una navaja y lo enterró en el sótano de la iglesia.31
A Tynan la encontraron en su cama, semiinconsciente y bañada en sangre, y su celoso novio, un ebanista que no supo explicar la desaparición de un martillo de entre sus herramientas, fue detenido por la agresión pero más tarde quedó en libertad. Aunque no murió por causa de las heridas, Tynan quedó en un estado de incoherencia que no le permitía recordar y mucho menos identificar a su atacante. El estado de su cerebro fue empeorando y hubo que internarla en un instituto para enfermos mentales. (En 1889 la encontraron muerta en un hotel de la calle Pitt.)32 Por lo que se sabe, nadie de la policía de Boston pensó en relacionar el ataque con martillo a Tynan con el asesinato de Bridget Landregan el mes de diciembre anterior, especialmente dado que, en ambos casos, la policía había identificado a otro sospechoso. Incluso hoy, teniendo en cuenta que Landregan fue emboscada en la calle por un desconocido, mientras que Tynan fue atacada en su propia vivienda por alguien a quien conocía y a quien llevó consigo, sería posible que los investigadores vacilaran en hacer la conexión.
Casi un año después, el domingo 23 de mayo de 1875, aproximadamente a las dos de la tarde, Augusta Hobbs llevó a su sobrina de cinco años, Mabel Young, una niña precoz y preciosa, a la iglesia baptista de la avenida Warren para su clase dominical. Al llegar a la iglesia Mabel corrió hacia el sacristán, Thomas Piper, en el vestíbulo, y lo saludó muy amistosamente. Augusta vio que el hombre se agachaba y le decía algo al oído a la niña antes de que esta entrase corriendo en la clase.
Con frecuencia la misma Augusta enseñaba en la escuela dominical pero ese día buscó un asiento cerca de Mabel y se sentó a presenciar la clase. Justo antes de comenzar, vio a Piper parado en el umbral mirándolas fijamente a ella y a Mabel. Por dos veces Augusta trató de hablar con Piper pero él se apartó como sin darse cuenta de nada y no le respondió.
La clase finalizó a las tres y media y los niños y sus padres se congregaron en diferentes sitios de la iglesia. Mientras Augusta estaba en el vestíbulo, conversando con otro miembro de la congregación, perdió de vista a Mabel. Cinco minutos después, cuando fue hora de marcharse, fue imposible encontrar a Mabel en parte alguna.
Inmediatamente dio comienzo una frenética búsqueda de la niña, tanto en la iglesia como por las calles circundantes.
De repente, los que estaban buscando por la calle oyeron los quejidos de una criatura provenientes del campanario. Entraron corriendo en la iglesia para preguntarle al sacristán qué escaleras llevaban hasta el campanario: algunos lo vieron en ese mismo momento salir a la calle por una puerta lateral, mientras que otras personas testificaron que lo vieron en la cocina, con la jarra del púlpito en la mano, y también hubo otros que lo vieron arreglando sillas en una sala de conferencias. En su frenética búsqueda de la niña, los testigos perdieron la noción del tiempo y de la orientación.
Varias personas corrieron hacia el sacristán y le dijeron que en el campanario había una criatura encerrada que lloraba, pero él rechazó la sugerencia diciendo «es imposible» y agregó que las puertas al campanario no se habían abierto en los últimos seis meses. Varias personas le pidieron que les mostrase la puerta al campanario, cosa que Piper hizo, pero él se quedó retrasado, arrastrando los pies. Cuando la gente trató de abrir la puerta del campanario la encontró cerrada, Piper se quedó detrás de ellos, mirándolos desde un rellano de la escalera. Les dijo que tendría que bajar para buscar las llaves pero regresó inmediatamente diciendo que no las encontraba. A otro testigo que pedía la llave, Piper le dijo que «había otros chicos que guardaban la llave que abre la torre», y que quizá él hubiese dejado la llave en la puerta cuando estuvo allí arriba, hacía poco, para limpiar los excrementos de las palomas, con lo que contradecía su propia afirmación de no haber estado en el campanario desde hacía al menos seis meses. Un cerrajero testificó posteriormente que seis semanas atrás Piper había llevado a su tienda la llave del campanario, pidiéndole una copia.
Aproximadamente quince minutos después de desaparecida la niña, un parroquiano utilizó unas tenazas para quitar las bisagras de la puerta y varios hombres se precipitaron escaleras arriba. En el segundo nivel, el llamado de plataforma de las campanas, una escalera de mano llevaba hasta una trampilla que se abría al «ático de las palomas», en la parte más alta de la torre. Subieron por la escalera, empujaron la trampilla y encontraron a Mabel inconsciente y de espaldas, con una pequeñísima cantidad de sangre en las fosas nasales. Se la llevaron rápidamente hasta un carruaje y en este hasta su casa, y llamaron a los médicos. Todo el mundo supuso que se había caído mientras exploraba la torre.
Mientras llegaba la policía e iban juntándose otros parroquianos conmocionados, fue creciendo un sentimiento general de enfado hacia el sacristán. ¿Por qué fue incapaz de darles la llave de la puerta de la torre? Es más, ¿cómo podía ser que hubieran encontrado a la niña del otro lado de una puerta cerrada con llave?
La partida de búsqueda que se había congregado en la plataforma de las campanas, un nivel por debajo del ático de las palomas donde se encontró a la niña, alzó del suelo una hoja de papel de periódico y descubrió que debajo de ella había casi un palmo de sangre aún húmeda. La parte inferior del diario estaba manchada con sangre, pero no como si hubiese absorbido la sangre del suelo, sino como si se hubiese empleado para limpiar la sangre de un objeto. Entonces fue cuando un policía advirtió un tablón suelto en el suelo. Al levantarlo descubrió un bate de críquet de madera de fresno de 2,65 centímetros de grosor y con un peso de 650 gramos.33 (Por entonces el béisbol estaba en su infancia y el deporte de Boston era el críquet.) Uno de los parroquianos se sorprendió al ver el bate porque tres horas antes había visto un bate de críquet apoyado contra la pared de la biblioteca de la iglesia, oculto tras una puerta. Corrió abajo y se aseguró de que el bate que había visto antes ya no estaba allí. Al mencionarle esto a Piper, el sacristán respondió que por la iglesia había muchos de esos bates, pero no pudo mostrar ninguno.
Mientras tanto la gente había comenzado a darse cuenta de que si la niña se hubiese lastimado al caer, la habrían encontrado en un nivel más bajo y no en la parte más alta del ático de las palomas. Poco a poco, las miradas de todos comenzaron a buscar al sacristán. Varios dirían más tarde que el hombre parecía distante y «desinteresado» por lo que estaba ocurriendo. Se mantuvo apartado de la gente que se arremolinaba, apoyado en silencio contra una puerta cerrada. Al poco llegó a la escena el jefe de policía Savage y no pasó mucho rato antes de que quisiera hablar con la persona que se encargaba del edificio. Cuando le señalaron a Piper, inmediatamente reconoció al joven que había sido sospechoso de golpear a Bridget Landregan el año anterior: Thomas W. Piper. Una admirable coincidencia.
Savage se aproximó a Piper y le arrebató de las manos el anillo con llaves. Luego lo «invitó» a acompañar a la policía a la comisaría, donde le hicieron quitarse la ropa, que pusieron en una bolsa como prueba, y a él lo metieron en un calabozo. Esa misma noche de domingo Savage volvió a la iglesia y comenzó a probar en la puerta de la torre todas las llaves que le había confiscado a Piper. Dos de ellas la abrieron: Piper las había tenido consigo todo el tiempo.
Mientras tanto, el doctor B. E. Cotting, médico de la Facultad de Medicina de Harvard, llegó a casa de Mabel y reconoció a la niña. Su conclusión inmediata fue que sufría por causa de un fuerte traumatismo en la parte trasera de la cabeza. Mabel Young murió temprano a la mañana siguiente sin haber recobrado la consciencia. Cotting iba a llevar a cabo una autopsia histórica (por sus avanzadas técnicas de comparación de las heridas con el arma que las había causado) y dictaminó que la pequeña no se había herido como consecuencia de una caída. Tampoco, como Piper argumentó finalmente, murió accidentalmente cuando él la llevaba a la torre para «ver los pajaritos» y la trampilla, que él había abierto con el bate, se cerró de pronto golpeándole la cabeza.34 Cotting confirmó que las heridas en el cráneo de Mabel se habían producido deliberadamente por medio de un golpe con un objeto de la misma forma que un bate de críquet.
Pese a las pruebas, la condena no iba a resultar fácil. Dos testigos aseguraron que habían visto a un hombre que respondía a la descripción de Piper saliendo por una ventana baja de la torre del campanario, dejándose caer a los terrenos de la iglesia cuatro metros más abajo y volviendo a entrar en la iglesia. Uno de esos testigos tenía abultados antecedentes criminales y el otro era una mujer desde su piso a unos 120 metros de distancia de la iglesia. En el primer juicio no hubo acuerdo entre el jurado, pero en el segundo Piper fue condenado y sentenciado a la horca.
La víspera de su ejecución confesó que desde que había vuelto a Boston experimentaba la compulsión de violar y matar. El 5 de diciembre de 1873, día del asesinato de Bridget Landregan, había ido a la iglesia por la noche con dos de sus hermanos pero se había escapado de ellos, había comprado whisky y láudano y se había colocado. Luego fue a su casa, serró el trozo de eje de carreta y lo escondió fuera, detrás de un seto; después pegó fuego a una tienda cercana y lo contempló todo en un estado de excitación junto a sus hermanos y algunos amigos. Ya estaba en la escalinata de entrada a su casa cuando vio a Bridget Landregan que andaba por la acera opuesta. Entró en la casa y dijo a sus hermanos que estaba cansado y se iba a dormir, luego se escurrió por el sótano detrás de la casa, recogió el trozo de madera, siguió a Landregan y caminó detrás de ella con la intención de dejarla inconsciente y violarla.35 Cuando vio la oportunidad la golpeó pero lo interrumpieron antes de que pudiera cometer la violación.
Afirmó hipócritamente que había atacado a la prostituta Mary Tynan con un martillo para recuperar el dinero que le había pagado, y dibujó para la policía un plano de dónde había enterrado el arma asesina en el sótano de la iglesia. La policía la encontró.
En cuanto al caso de Mabel Young, dijo que estaba dominado por la compulsión de matar a un niño, a cualquier niño, y que se hallaba en estado de delirio por haber consumido láudano y whisky la noche anterior y por beber o inhalar éter (los periódicos dijeron «cloroformo»). Explicó que atrajo a la niña a la torre con la oferta de mostrarle polluelos de pájaros y luego la golpeó dos veces con el bate. Desmintiendo a los que dijeron haberlo visto saltar por una ventana, Piper dijo que salió por la puerta de la torre del campanario, cerrándola tras de sí sin que absolutamente nadie lo viera.36
Lo más probable es que Piper hubiera contraído la compulsión necrofílica de practicar sexo con víctimas inconscientes. Había tenido la intención de hacer perder el conocimiento a su primera víctima, Landregan, para luego atacarla sexualmente; de la misma manera violó a la prostituta Mary Tynan después de dejarla inconsciente con el martillo, y probablemente tenía los mismos designios para con Mabel, o bien ocultar su cuerpo en el campanario para regresar esa misma noche y practicar sexo necrofílico con ella. Su plan fracasó cuando no consiguió dejar sin sentido a la niña y ella se quejó y gritó tan fuerte que hasta la gente de la calle pudo oírla.
Algunas historias en periódicos contemporáneos afirman que Piper también confesó la violación con asesinato de una niña de 12 años y la violación de una mujer llamada Minnie Sullivan en la calle Dennis la misma noche en que mató a Bridget Landregan, pero en los informes policiales no aparece ninguno de estos dos incidentes.37
Thomas W. Piper fue ejecutado el 26 de mayo de 1876.
THEODORE «THEO» DURRANT, EL «DEMONIO DEL CAMPANARIO»: SAN FRANCISCO, 1895
A modo de nota al pie, sobrecogedora y simultánea al asesinato del campanario en Boston, 19 años después —algo fuera del orden cronológico aquí, puesto que sucedió después de Jack el Destripador— otro asesino en serie necrófilo nacido en Canadá pero residente en Estados Unidos, Theodore «Theo» Durrant, el demonio del campanario, asesinó y violó a dos mujeres en la iglesia baptista Emanuel de la calle Bartlett, en San Francisco, de la que, igual que Piper en Boston, era el sacristán.
Promisorio estudiante de medicina del Colegio Médico Cooper de esa ciudad, Durrant, de 25 años, además de ser sacristán, daba clases en la escuela dominical. En abril de 1895 atrajo a la iglesia a una cofrade que estaba cortejando, Blanche Lamont, y la asesinó en la biblioteca. Luego la arrastró hasta el campanario (la policía encontró cabellos de la chica atrapados entre astillas de madera de la escalera). Mantuvo el cuerpo desnudo escondido en la plataforma de las campanas de la torre durante dos semanas, la cabeza erguida por medio de unos tacos con los que se sujetaban las cabezas durante las autopsias, cuya misión era ralentizar la descomposición de los cadáveres y que Durrant se llevó del departamento de anatomía de su facultad.38 Más tarde cerca del cuerpo se encontraron ropas de mujer. Es de presumir que Durrant vestía a su víctima como a una muñeca en el curso de sus episodios de sexo necrofílico, mientras al mismo tiempo visitaba a la familia de la chica y participaba en la búsqueda de la desaparecida. El afable y guapo Durrant comentó a la familia que Blanche era inocente e impresionable y que era posible que la hubieran secuestrado los tratantes de blancas.
Cuando después de 10 días la vagina de Blanche Lamont se llenó de gusanos, Durrant perdió el interés en el cadáver. El Viernes Santo llevó a la iglesia a Minnie Flora Williams, de 21 años, otra parroquiana que había estado cortejando, la asesinó y la violó. Al día siguiente, mientras un grupo de voluntarias preparaban la iglesia para la celebración de la Pascua, una de ellas encontró el cuerpo mutilado de Minnie dentro de un armario de la biblioteca de la iglesia. La habían estrangulado y apuñalado, tenía cortes de cuchillo en la cabeza y en la cara y las manos cortadas con tanta profundidad que casi se desprendían de los brazos. Le habían introducido en la garganta una pieza de su propia ropa con ayuda de una vara puntiaguda. Ese descubrimiento llevó al del cuerpo de Lamont en el campanario, que estaba echado sobre su espalda y con las manos cruzadas sobre el pecho.
Algunos testigos afirmaron haber visto a las víctimas con Durrant poco antes de cada asesinato, por lo que el sacristán fue detenido rápidamente, juzgado y condenado por los dos crímenes. Durrant nunca confesó e insistió en su inocencia hasta el final. Después de su detención, varias de sus discípulas de la escuela dominical se presentaron para declarar que antes de los asesinatos Durrant les había hecho proposiciones obscenas: algunas llegaron a afirmar que las «emboscaba» completamente desnudo en la biblioteca. También hubo informes de que Durrant frecuentaba prostitutas y que al hacerlo llevaba consigo bolsas llenas de pájaros vivos cuyas gargantas cortaba para bañarse en su sangre mientras practicaba el sexo.39
Es posible que Durrant inspirase el primer ejemplo conocido de «seguidoras» de los asesinos en serie: una de las varias mujeres enamoradas del asesino en serie «guapo, de una forma un tanto oscura» asistió al juicio llevando un ramillete de guisantes de olor para él. Se la conoció como «la chica de los guisantes de olor».40
Theodore Durrant fue ejecutado el 7 de enero de 1898 en la cárcel de San Quintín.
Su hermana pequeña, Beulah Maude Durrant, fue la célebre actriz, bailarina y coreógrafa Maud Allan (1873-1956).
EL «ANIQUILADOR DE CRIADAS»: AUSTIN, TEXAS, 1885
Un asesino que nunca se pudo identificar mató a siete mujeres (cinco de raza negra y dos de raza blanca) y a un varón negro en Austin, Texas, entre 1884 y 1885. Todas las víctimas fueron atacadas mientras dormían en sus camas. A cinco de las mujeres el asesino las arrastró hasta fuera de la casa mientras estaban inconscientes y las mató allí, mutilando seriamente a tres de ellas. Algunas de las víctimas fueron atacadas sexualmente y se les abrió la cabeza con un hacha. A seis de las víctimas se las expuso con un objeto punzante atravesándoles el cerebro y sobresaliendo por las orejas. Aunque se llamó a estos homicidios «asesinatos de las criadas», dos de las víctimas eran amas de casa, otra fue un hombre y otra un niño. Es probable que la prensa se decidiera por la expresión debido a la frecuencia con que se había asesinado a criadas durante ese siglo. Los asesinatos aterrorizaron a Austin durante todo un año, y después, inexplicablemente, acabaron. Un episodio de History Detectives de la PBS, de 2014, para el que se emplearon técnicas actuales de perfilación psicológica y perfilación geoforense, sugería que el perpetrador era un cocinero negro de 19 años llamado Nathan Elgin, al que la policía mató a tiros en febrero de 1886 durante un atraco a una chica a punta de cuchillo.41 Esta afirmación desató de inmediato las afirmaciones más que entusiastas de que Elgin era «el primer asesino en serie de Estados Unidos».42
Si nos dejamos llevar por la definición de tres o más víctimas, entonces el primer asesino en serie sexual de Estados Unidos fue Piper; si aceptamos la más reciente definición de dos o más víctimas, lo fue Jesse Pomeroy. Tanto H. H. Holmes como el aniquilador de criadas llegaron demasiado tarde como para ser «el primero de Estados Unidos».