—¿No habías dicho que no inventabas? No creo que a nadie le guste que le inventen quién es —me reprochás.
—¿Y si no lo sabés? ¿Qué te pensás que hacen con todos los huérfanos? ¿Creés que salen a investigar de dónde vinieron, qué nombre eligieron sus padres, qué lengua hablaban?
—Sí, claro. Igual los bebés no tienen historia.
—Todos tienen un pasado.
—¿Por qué esa manía con el pasado? Todo el tiempo hablando de lo que ya pasó.
Te miro y me quedo en silencio, desconcertada.
—Vos me pediste que te contara mi historia… —digo.
—¿Yo? ¿No fuiste vos quien empezó a hablar…?
Se me llenan los ojos de lágrimas de bronca, pero no voy a llorar, yo no lloro, y te doy la espalda. No entiendo esta pelea repentina.
Vos te acercás, me abrazás desde atrás.
—Perdón, perdón —pedís—, a veces no sé lo que digo, como si no recordara cómo mantener una conversación. ¿Me vas a seguir contando?