Isa apoyó el paquete en el suelo con un cuidado que no había tenido para con la liebre. Jaz se inclinó sobre él haciendo esos ruiditos que hacía cuando estaba feliz. Yo, en cambio, me espanté.
—No… no vamos a comernos eso.
A Isa se le inflaron los cachetes y soltó el aire con un gesto de fastidio que me pareció muy fuera de lugar.
—Estás loca —exclamó.
—Bueno, estoy loca. Así que llevátelo, no lo podemos tener acá.
—¿A quién se lo llevo?
—A los padres, a… no sé… a quienes lo tenían antes.
—Lo encontré yo, es mío.
Ahí ya no supe cómo retrucar y se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero no era pena por el bebé que nos miraba curioso, tampoco era por quienes lo habían perdido o abandonado o se habían muerto o lo que fuera que habían hecho, luego de dejar al bebé. Era por mí. Por Jaz y por mí, porque necesitábamos seguir nuestro camino livianas de equipaje y sin embargo nos había empezado a crecer una familia, nos brotaban madres y hermanos como apéndices. ¿Pero quién los extirparía? ¿Quién tomaría el bisturí con mano firme y nos los separaría del cuerpo? En esta batalla me sabía derrotada desde la primera embestida, así que solo atiné a quedarme sentada en el suelo, esperando que la próxima visita fuera alguien mayor que se ocupara de mí. Eso fue lo que más deseé en ese momento, entregar el mando, abdicar, que otro decidiera por Jaz, por Isa, por Mamá Pura, por el bebé, por mí.
Mientras yo me hundía Jaz levantaba al bebé, se lo mostraba a Mamá Pura, le olía el pañal relleno con cara de asco, se reía. E Isa buscaba una botella de agua, ¡una de mis botellas de agua!, y le daba sorbitos al recién llegado, que parecía sentirse más cómodo y confiado a cada minuto.
Aquella podría haber sido una escena digna de fotografía que ganara premios mostrando la cara trágica pero sensible de este siempre estar yéndonos. Pero todo lo que yo enfocaba era que se desperdiciaba el agua, que caían gotas sobre las mantas de Mamá Pura que la lana absorbía sedienta. Y claro que no me quedó más remedio que hacerme cargo. Claro que debía convertirme en madre postiza de ese bebé o moriríamos todos de sed o de algo peor, de alguna bacteria encerrada en ese pañal horrendo. Claro que todo esto me tenía que pasar a mí.
El bebé parecía alimentado y calculé que no llegaba al año porque intentaba gatear pero aún no lo lograba. Por un breve tiempo me había dedicado a cuidar niños en el edificio en el que vivíamos y por eso había adquirido cierta práctica. Aunque en verdad no hacía más que cargarlos cuando sus madres trabajaban o andaban agobiadas con un montón de otros hijos. Como pago aceptaba lo que quisieran darme: un pañuelo, una manta, un paquete de arroz, hasta un trozo de elástico me dieron una vez, que mamá usó para arreglarme un pantalón. Teníamos una moneda paralela a la moneda real, que no valía demasiado, que era todo aquello que te sobrara. O que no te sobrara pero de lo que podías prescindir. Todo servía entonces y sirve ahora. Los que no servían tanto, me parecía, eran los bebés.
Luego de limpiarlo como pude, con agua que Isa trajo de algún charco, y de convertir un ejemplar completo de la Divina comedia en pañal, Jaz lo tomó en brazos, lo acunó un momento y luego lo acostó junto a Mamá Pura, lo cual era tierno y tétrico a la vez. Y dijo:
—Hay que contarle a Mamá Pura del bebé.
—Creo que ya lo sabe —contesté.
—Hay que ponerle un nombre —dijo Isa.
Yo miré hacia la mesa, allí estaba la vida completa de Isa, no me había animado a decirle nada y sabía muy bien que podía hacer lo mismo para el bebé, sería más fácil aún y el bebé de verdad lo necesitaba. Pero no lo hice, por lo menos no en ese momento.
—Si le ponemos un nombre ahora y nos acostumbramos a llamarlo así, tal vez luego nos olvidemos de buscar el nombre verdadero —dije, como si fuera a ser sencillo eso de buscar a la familia de un bebé perdido en medio de una tierra de nadie.
—Mamá Pura dice que lo llamemos Bebé —opinó Jaz, y a Isa y a mí nos pareció muy conveniente. Luego le buscaría algún documento para cuando nos fuéramos, para que tuviera algún papel que mostrar a los pedidores de papeles.
Ya estaba pensando en llevármelo… me resistí a la idea, pero no tenía ninguna otra opción. No iba a matarlo, no lo comeríamos, no lo abandonaría, no lo dejaría escondido entre muros, no se convertiría en aquello que no habíamos podido salvar. Sería uno más entre nosotras, tal vez también Isa.
Otra historia que contar.