—Otra primogénita queriendo matar a su hermana, qué novedad —decís, cínico.
—No, matarla no. Que no naciera, que es muy distinto. Porque… ¿sabés qué pensaba? Dos veces habíamos tenido que dejarlo todo, dos veces papá me había llevado en brazos mientras mamá recogía lo poco que se podía salvar, que a su vez era lo imprescindible. Aunque nada resulta ser imprescindible al final, pero eso lo entendí mucho después. Entonces… si había dos hijas… ¿papá tendría la fuerza suficiente para llevarnos a las dos?
—¿Tu mamá no podía llevar al bebé?
—Sí, pero entonces perderíamos todo lo demás, ya no podríamos llevar ni una foto, ni un juguete… ¡Tenía seis años!
—Está bien… era broma.
—Y además… cuando mamá trajo a Jaz a casa y era tan pequeña y tan callada y tan… tan en su mundo… Por mucho tiempo pensé que yo le había hecho eso. Que tal vez ni siquiera era ella la hija de mamá y papá, que había elegido mal en la maternidad. Que de tan silenciosa era justo la hija que podías olvidar si otra vez había que escapar…