Capítulo 8

 

Kyle se hundió más profundamente en la fresca seda de la almohada, decidido a disfrutar del placer de la duermevela un poquito más. Perezosamente, como un gato, alargó el brazo.

En cuanto sintió el hueco vacío a su lado, abrió los ojos y se sentó de golpe, sus sentidos alerta.

Megan había desaparecido. La camiseta y los pantalones de chándal estaban cuidadosamente doblados sobre la pequeña cómoda china junto a la cama. La desilusión y la rabia le hicieron un nudo en el estómago. ¿Dónde diablos se había metido? Ninguna mujer lo había dejado plantado de aquella manera después de pasar la noche en sus brazos. En el pasado él lo había hecho, pero no se sentía orgulloso de ello.

Lanzando una imprecación, buscó sus calzoncillos de seda y se los puso. Levantó las persianas y la luz de la mañana lo cegó mientras, inmerso en los aromas de la noche, que le hicieron desear a Megan nuevamente, buscaba sus vaqueros. Los encontró al pie de la cama y se los puso mientras se dirigía a la cocina. Allí encontró los pimientos que había picado para la tortilla en un cuenco de cerámica, cubiertos con un papel transparente.

¡Había tenido tiempo para ordenar la cocina pero no para decirle que se iba! Habían pasado toda la tarde y la noche en la cama y se había marchado como si hubiesen sido extraños que intercambiaban un saludo cortés en vez de una pasión tan profunda que Kyle todavía no se había podido recuperar de ella. ¡Se habían dormido abrazados, por el amor de Dios! ¿No contaba eso para nada? En ningún momento le había dicho ella que se marcharía temprano.

Incluso ahora, de pie en medio de su inmaculada cocina, se sentía como un barco a la deriva. Ansiaba tenerla con todos los sentidos: su corazón, su alma, su mente… por no decir su cuerpo. Nunca había tenido una pareja más dispuesta ni sexy en la cama. El paraíso no podría ser más dulce.

¡Rayos! Tenía que ir a buscarla. Exigirle que volviese con él. Se había propuesto pasar el día trabajando con ella en el estudio, a pesar de que su libido dijese lo contrario. Necesitaba demostrarle que, al margen de su relación, él estaba más que dispuesto a ayudarla a forjar su carrera artística. Era una cuestión de honor para él. Un talento como aquel no podía perderse y quería ocuparse personalmente de que ella recibiese toda la tutela y la guía que necesitaba para llegar.

Pero primero tenía que verla y hablar con ella. Ni siquiera se detuvo a preguntarse el porqué. En vez de ello, se dirigió a su armario a buscar algo limpio antes de meterse bajo la ducha.

 

 

La fragancia de Nick, que tantos malos recuerdos le traía, hizo que a Megan se le contrajera el estómago mientras lo miraba nerviosamente, adueñado del sofá de Penny.

Nick parecía tan guapo y confiado como siempre, con su elegante y sobrio traje de marca, aunque un poquito más envejecido. Los mechones canosos la habían sorprendido un poco, pero su cabello seguía tan arreglado como siempre. La expresión casi insolente de su rostro le indicó que nada había cambiado y que él pensaba que era superior a todo el mundo.

Megan tragó convulsivamente, intentando que él no se diese cuenta de lo nerviosa que estaba al verlo. Aquel hombre ya la había dañado lo bastante, no necesitaba darle más munición que usase contra ella. En aquel momento, los insípidos ojos azules de su ex intentaban expresar cariño, cuando ella sabía perfectamente que era un sentimiento del cual él carecía totalmente. Llevaba su alianza de boda en el dedo anular, como burlándose de ella.

¿A qué jugaba? Hacía un año que estaban divorciados. ¿Por qué se había presentado así, sin avisar? Estaría tramando algo, pero ¿qué?

Apenas se había recuperado del sobresalto de encontrárselo en la puerta cinco minutos después de haber llegado de casa de Kyle. Con manos trémulas dejó sobre la mesa la taza de café que, como una imbécil, le había ofrecido. Seguro que otras mujeres le hubieran dado con la puerta en las narices, pero Megan no tenía valor para ello. En presencia de Nick se convertía en una niñita sola y asustada, lo cual le hacía sentir rabia y desprecio por sí misma.

–Gracias, querida. Sigues haciendo el café mejor que nadie.

El cumplido hizo que el estómago le diese un vuelco. Retorciendo las manos sobre a la larga falda india, miró el suelo, intentando reunir coraje. Kyle le había dicho que si se quedaba atascada en los viejos patrones de conducta era por su propia elección.

–Estoy segura de que no has venido a hacerme cumplidos –le dijo, levantando la barbilla y dirigiendo la mirada a la puerta, como si mentalmente le estuviese diciendo que se fuese–. Un amigo mío viene dentro de unos minutos, así que, por favor, dime a qué has venido y vete.

No le resultó fácil mentir, pero tuvo que decirlo para protegerse. Penny no volvería hasta la noche y Kyle, pues… Kyle…

La mente se le fue momentáneamente a Kyle. ¿Qué habría pensado él cuando encontró que ella se había marchado? ¿Se habría enfadado? ¿Querría volver a hablar con ella alguna vez?

Ella se había sentido abrumada por la vergüenza al despertarse en la cama con él y recordar el desenfreno y la pasión con que se le había entregado. Qué inconsciente. No habían usado preservativos. ¿Y si se quedaba embarazada? «No seas estúpida, Megan». No había ninguna posibilidad de que aquello sucediese, después de lo que el médico le había dicho tras el accidente. Lo único que se le había ocurrido hacer por la mañana era desaparecer lo más rápido posible para no tener que enfrentarse al pesar o la vergüenza de que Kyle manifestase el menor indicio de que había sido un tremendo error…

–Me gusta hacerte cumplidos –dijo Nick, sacándola de sus pensamientos mientras cruzaba lánguidamente la pierna. Le recorrió con la mirada el cuerpo como si tuviese derecho a ello y Megan se alegró de haberse cambiado la camisetita roja por un jersey viejo.

–¡No! –dijo angustiada, recordando el dolor y la desesperación que aquel hombre le había hecho padecer. No tenía derecho a presentarse en el apartamento de Penny e intimidarla con sus halagos paternalistas. Quería que él se fuese. Si conseguía no verlo más en la vida, se pondría de rodillas y le daría gracias a Dios. Los ojos se le llenaron de lágrimas–. Estás jugando conmigo, Nick, y tú lo sabes. La diferencia está en que ahora no tengo por qué soportarlo más. Por si no lo recuerdas, estamos divorciados. Te fuiste a vivir con mi mejor amiga, ¿lo has olvidado?

–Tengo que haber estado loco –dijo Nick y se puso de pie.

Megan, nerviosa, sintió que el sudor le bajaba por la columna. ¿En qué habría estado pensando cuando lo hizo entrar?

–No sé a qué te refieres, Nick, pero…

–Claire es una neurótica. No como tú, Megan. No hay nadie como mi fascinante mujercita. Hasta la llamo por tu nombre cuando hacemos el amor, ¿sabes?

–¡No me interesa! ¡Y no soy tu mujer!

¿Habría estado bebiendo? Subrepticiamente, Megan olfateó el aire, alarmada al darse cuenta de que, además del perfume, Nick olía a whisky. ¿Desde la mañana estaba bebiendo? ¿Cómo no se había dado cuenta de ello antes? ¿Dónde estaba su sentido común, por el amor al Cielo?

–Será mejor que te vayas, Nick –dijo Megan, asombrándose a sí misma tras haber pronunciado las palabras.

La sangre se le heló en las venas cuando vio que Nick sonreía y luego lanzaba una carcajada, como si ella hubiese dicho algo realmente gracioso. Era desagradable. Desagradable y daba miedo.

–No seas boba, cielo. No me iré a ningún sitio hasta que hablemos de mi pequeña propuesta.

–Te pido que te vayas. No, mejor dicho, te exijo que te vayas. ¡No me interesa ninguna propuesta tuya, ni pequeña ni grande! –se dirigió a la puerta y la abrió. «Por favor, Dios Santo», rezó, «Haz que se vaya ahora y te juro que nunca cometeré un error tan estúpido…».

Nick se derrumbó totalmente.

–Eres la única mujer que me ha entendido jamás –dijo, desencajado–. Las demás lo único que hacían era exigirme cosas… nada les venía bien… incluyendo Claire. Me dejó plantado, ¿sabes? Fui un tonto al dejarte ir, Meg. Dame otra oportunidad. A eso he venido.

–¿Otra oportunidad? –dijo Megan, sintiendo que le temblaba el labio inferior y una lágrima le corría por la mejilla–. ¿Estás loco?

La expresión de él se endureció al oírla y un brillo malicioso le iluminó los ojos antes de que lo pudiese disimular. Megan sintió que la mano que sujetaba el picaporte de la puerta se le humedecía de los nervios.

–No fue mi intención tirarte por las escaleras, pero sabes que tú tuviste en parte culpa de ello –dijo él con petulancia.

Megan sintió el salobre gusto de las lágrimas en su labio e intentó controlar el temblor de sus extremidades. Un espasmo de dolor le atravesó la pierna, ardiente, haciendo que se la frotase a través de la falda.

–¿Culpa mía? Me dejaste con una lesión que probablemente tenga para el resto de la vida, Nick. ¿Cómo que fue mi culpa? Explícamelo. ¡Desde luego que yo no me tiré por las escaleras!

–A veces puedes ser una hija de perra, Megan… Tuve que darte una lección –dijo, el alcohol haciéndole arrastrar las palabras. Se acercó a ella en actitud amenazadora.

Alerta y asustada, Megan se deslizó fuera y cerró la puerta. Apoyándose en el pasamanos de la escalera, con la mirada fija en el cristal esmerilado de la puerta de entrada, comenzó a bajar lo más rápido que pudo. Detrás, oyó la imprecación de Nick al abrir la puerta y salir en su persecución. Con el corazón en la boca, llegó a la puerta antes que él y lanzó un alarido al abrirla.

Prácticamente en el mismo momento, sintió el ácido aliento de Nick y su mano en el brazo, que él agarró y tiró hacia atrás.

–¿Qué está sucediendo aquí?

Todo sucedió a la vez. Hubo un momento en que Megan estaba casi segura de que Nick la mataría. Un segundo más tarde él estaba aplastado contra la pared de ladrillos del edificio con Kyle sujetándolo por las solapas del elegante traje de marca.

–¡Kyle!

La miró mientras ella se frotaba el brazo que Nick le había tironeado brutalmente, sus ojos avellana llenos de pena y enfado a la vez. Megan nunca había sentido tanto alivio en su vida.

Había poca diferencia entre los dos hombres, pero en la pálida luz de la mañana, Megan vio por primera vez las arrugas de estrés alrededor de los ojos de su ex marido y las señales que el alcohol le estaba dejando en el rostro.

Estaba furiosa con él por asustarla tanto, por volverle a hacer daño. Pero, además de su rabia y dolor, había también pena. Porque a pesar de su actitud de superioridad, Nick era un hombre desorientado, que decididamente necesitaba buscar ayuda antes de hacerle daño a alguna otra mujer, como se lo había hecho a Megan.

–¿Estás bien? –preguntó Kyle, la voz ronca de furia al mirarla. Al verle la palidez del rostro, el dolor en los líquidos ojos castaños, sintió una momentánea debilidad, como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el medio del plexo y lo hubiese dejado sin aire. No esperó respuesta. Su mirada se dirigió al pálido y sudoroso pelele que sujetaba por las solapas.

–Normalmente, actúo antes de pensar –le dijo–, así que supongo que hoy será tu día de suerte, porque si no, ya tendríamos que haber llamado a una ambulancia –como para reforzar sus palabras, le dio un fuerte empujón contra la pared y clavó la mirada en él. Tuvo que apartar el rostro cuando un desagradable aliento a alcohol estuvo a punto de producirle arcadas–. No sé si estaré equivocado, pero supongo que serás el infame ex marido. ¿Me equivoco?

Megan se apoyó contra el vano de la puerta, helada. Con un trémulo suspiro, se cruzó de brazos.

Nick lanzó una maldición.

–¿A ti que mas te da? Quítame las manos de encima, ¿vale? Me estás arrugando el traje.

–¿De veras?

Al ver el músculo que le latía a Kyle en la mejilla, Megan apartó la vista. Nick podría considerarse afortunado si se libraba con solo arrugas en el traje.

–Vete adentro, Megan.

–Déjalo, Kyle, está borracho.

–¡Te he dicho que entres, y quédate dentro! –la gélida mirada que Kyle le dirigió la hizo temblar.

Lanzándole una mirada de pena a Nick, Megan se dio la vuelta para obedecer. Ya era mayorcito. De repente, sintió que no tenía fuerzas para defenderlo más.

Pasaron unos quince minutos antes de que Kyle entrase. Quince minutos en los que Megan se paseó ansiosamente, frotándose la pierna dolorida, aguzando el oído para percibir señales de lucha o forcejeo, los ojos fijos en el teléfono por si tenía que llamar pidiendo asistencia.

Cuando Kyle finalmente apareció en la puerta, con una expresión amenazadora en el masculino rostro, Megan creyó que se desmayaría de alivio. Gracias a Dios, no parecía herido, solo grande y poderoso, dominando la estancia con la fuerza de la energía que parecía chisporrotear a su alrededor. La chaqueta de cuero negra y los ajustados vaqueros hacían que pareciese un oscuro ángel vengador, mientras que sus ojos… sus ojos se comían la distancia que los separaba.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó él.

Megan asintió, los ojos clavados en la alfombra sin ver. No se merecía que él la mirase de aquella forma cuando Nick podría haberlo herido. Solo pensar en ello le daba náuseas. Pero también deseaba saber si Nick se encontraba bien, necesitaba asegurarse de que Kyle no había cometido alguna tontería por defenderla

–No está herido, si eso te preocupa –dijo él, como si le leyera los pensamientos–. Apenas si le puse un dedo encima, no fue necesario –apretaba la mandíbula una y otra vez en un esfuerzo por controlarse.

Megan levantó la mirada justo a tiempo para ver la feroz expresión de profunda rabia en sus dorados ojos.

–Nick y yo hemos tenido una pequeña conversación –prosiguió él–. Ya no te molestará más. Si llega a acercarse a menos de cinco metros de ti, la próxima vez sí que necesitará de los servicios de una ambulancia.

En vez de tranquilizarla, sus palabras la hicieron montar en cólera.

–¿Así es como los hombres resolvéis todo? ¿Con amenazas de violencia? –exclamó, agarrándose al respaldo de uno de los sillones y lanzándole una mirada furiosa.

–Pues tiene suerte de haberse librado con solo amenazas –dijo Kyle–. Si me hubiese dejado llevar por mis instintos, le habría dado una lección que no se olvidaría fácilmente.

–¿Y qué habrías solucionado con eso? –preguntó Megan apretando y soltando compulsivamente el respaldo del sillón.

–Nada –respondió él con frialdad–, pero al menos me habría dado el gusto de hacerle daño al hijo de perra que te ha lisiado para toda la vida.

De repente, Megan se dio cuenta del riesgo que había corrido. Dio la vuelta al sillón y se dejó caer en él. Nick podría haberla matado. Con su violencia, ya la había herido una vez y podría haber sido peor. Si hubiese caído de otra forma, se podría haber roto el cuello.

–Parece que tú has tomado el hábito de venir a rescatarme –levantando la mirada hasta Kyle, logró esbozar una sonrisa, pero se puso seria casi de inmediato.

–¿Por qué me dejaste plantado esta mañana? –con voz ronca, Kyle se acercó hasta donde ella se sentaba, mirándola con irritación apenas contenida.

–No– no sabía cómo enfrentarme a lo que sucedió entre… entre nosotros –reconoció con los labios trémulos.

Kyle se dejó caer a sus pies, acariciándole los suaves pliegues de la falda que el cubría las rodillas.

–¿Por qué estaba Nick aquí?

–No quiero hablar de Nick –suspiró ella entrecortadamente.

Kyle le apoyó de repente la cabeza en el regazo y comenzó a acariciarle los lados de los muslos de forma sensual y excitante a la vez.

–No tendrías que quedarte a solas con él. Nunca.

–Lo sé –dijo ella, ahogando una exclamación cuando él le metió una mano por debajo de la falda y se la deslizó por la pantorrilla.

–Demasiada ropa –levantó la cabeza con una sonrisa sexy que le quitó el aliento–. Siempre llevas demasiada ropa, Megan. Lo único que quiero cuando te veo es quitártela prenda por prenda. Así.

Hipnotizada por su sonrisa, ella apenas se había dado cuenta de que las manos masculinas se le habían deslizado hasta las braguitas de algodón. Pero una oleada de emociones la invadió cuando él las agarró y se las quitó, descartándolas con un fluido movimiento.

–¡Kyle! –sin pensarlo, le hundió las manos en el cabello y se dejó llevar por el calor que la invadía, haciéndola humedecerse con sorprendente rapidez. Se ruborizó cuando él le levantó la falda y comenzó a besarle la cara interior del muslo.

–Oh, Dios –gritó cuando él comenzó a besarle las cicatrices que le cruzaban la rodilla–. No, por favor.

–No quiero que me escondas nada –le dijo él entrecortadamente, apartando con suavidad la mano con que ella se cubría–. No hay nada en ti que no sea exquisito.

Las lágrimas le nublaron los ojos a Megan. No podía tragar el nudo que se le había hecho en la garganta. Sus miradas se encontraron.

–Quiero estar dentro de ti –dijo Kyle con voz ronca.

–Sí.

Él la depositó suavemente en el suelo y rápidamente se desabrochó los vaqueros para penetrarla.

La mente de Megan explotó con la sensación de calor y aterciopelada dureza dentro de su cuerpo, sus tiernos músculos apretándolo una y otra vez. Él la llenó con su salvaje y ávida posesión, sus dorados ojos clavados en los de ella. Y luego Kyle inclinó la cabeza para que sus labios se uniesen, y la pelvis femenina se tensó al estallarle el deseo y el ansia dentro con un gozo inesperado. Las lágrimas le corrían por el rostro cuando la lengua de Kyle se introdujo en su boca. Mientras él consumía su cuerpo y su alma con su ardiente y devastador beso, Megan pensó que quizá muriese si no tenía aquel placer al menos una vez al día durante el resto de su vida.