Capítulo 11

 

Te duele la pierna? –le preguntó Kyle a Megan, haciéndola detenerse mientras se dirigían al puerto por la escurridiza calle adoquinada y mirándole con preocupación el rostro empapado por la lluvia.

–No, estoy bien –dijo ella. Los ojos delineados con kohl le brillaban como dos oscuras joyas al mirarlo–. Qué hermoso lugar, Kyle. Me alegra tanto que me hayas traído…

Y lo estaba, pensó Megan con apasionamiento al ver el mar turbulento con olas que golpeaban los famosos muros grises del puerto de Cobb. La temperatura había bajado, pero el cambio era vigorizante, justo lo que necesitaba para despejarse.

Tomando una bocanada de aire, Megan sonrió con cariño al hombre que la miraba con tanta intensidad, deseando poder demostrarle la profundidad de sus sentimientos. Sin poder evitarlo, alargó la mano para tocarle un rizo mojado que le caía sobre la frente. Inmediatamente, él se la tomó prisionera y tiró de ella, estrechándola contra sí. Del cuello para abajo estaba apretada contra su cazadora y el aroma del cuero se mezclaba provocadoramente con el de la lluvia. La urgencia de él fue evidente de inmediato, el bulto duro bajo la bragueta abotonada de sus vaqueros apretándose contra el abdomen de ella, causándole un anhelo que la hizo suspirar.

–¿Has hecho el amor en la lluvia alguna vez? –le preguntó él con voz ronca. Su mirada, una llama ardiente, le recorrió el rostro con ansia. Antes de que ella pudiese responder, le acarició el labio con la yema del dedo, arrancándole una exclamación de sorpresa y placer–. ¿Me deseas, Megan? –le dijo suavemente–. Porque yo te deseo. ¿Te entregarás a mí?

–Siempre.

Sus labios se unieron en un choque urgente de dientes y lenguas, pero Kyle pronto tomó la iniciativa y arrasó el húmedo paisaje interno de la boca femenina con besos apasionados que sabían a lluvia y viento, a sal y mar, a calor y deseo. Mientras ella se entregaba a aquellos besos, la mano de él se deslizó por debajo de su camiseta y le tomó un pecho, rozándole con el ansioso pulgar el profundo y rígido anhelo de su excitado pezón.

–¡Kyle! –exclamó ella, en desgarrado ruego mientras miraba por detrás de él. Al asegurarse de que estaban solos en el turbulento paisaje, dejó que él la llevase contra el muro del puerto.

No hubo necesidad de palabras. Protegidos por la oscuridad que se cernía sobre ellos y por la pared de piedra, escudados por el mismo cuerpo de Kyle, se entregaron a su pasión arrolladora. Kyle la empujó, levantándola contra el muro, y le alzó la falda. Luego, le rompió los lados de las braguitas con dos poderosos tirones. Tomando el trocito de tela, se lo guardó en el bolsillo.

La lluvia caía sin cesar, deslizándose por sus rostros, pero a ellos no les importó. Un calor primitivo y profundo les latía en las venas, haciéndolos inconscientes de todo excepto ellos dos. El deseo conquistaba lo que encontraba a su paso, exigía la rendición y lo único que ellos tenían que hacer era dejarse llevar para que los arrastrase en su incesante marea.

Megan contuvo el aliento al sentir que el dedo de Kyle le penetraba su esencia. Cuando un segundo dedo se unió al primero, una luz estalló dentro de ella y al retirarse él, un incontenible gemido, casi un quejido, se escapó de sus labios. Se aferró a los acerados músculos cuando él le levantó las caderas. En el rostro masculino se entremezclaron el profundo deseo y un hondo respeto por la mujer que tenía en los brazos.

Megan cerró los ojos, abrazándole la pelvis con las piernas mientras él la penetraba totalmente con un profundo empellón de su terso miembro. Ella no le hizo caso al dolor de su pierna herida al verse invadida por el calor y las sensaciones, apretándolo posesivamente con sus músculos. Él se retiró casi totalmente para volver a penetrarla con fuerza. Su posesión fue más profunda esta vez, tan profunda que ella conoció cada poderoso centímetro de él, sus cuerpos fundidos en uno, ambos ebrios de placer y buscando todavía más. La besó con fuerza mientras sus movimientos se hacían más y más intensos. Megan se aferró a los fuertes brazos y de repente se desintegró en ellos, temblando y gritando su nombre al experimentar el incandescente calor dentro de sí y sentir que él la penetraba más profundamente y luego se quedaba quieto. Su respiración era ásperas nubes de vapor en el frío aire nocturno mientras se estremecía de la emoción, la mirada oscura, ligeramente aturdida mientras Megan se aferraba a él trémula después de lo que había sucedido.

Con devastadora ternura, Kyle la apoyó luego sobre sus pies, dejando que los pliegues de su falda larga descendiesen hasta sus tobillos antes de cerrarle la mojada chaqueta de tela vaquera sobre la empapada camiseta. Con una mano helada, le apartó con delicadeza los mechones del rostro antes de acomodarse la ropa, echarse el cabello hacia atrás y tomarla de la mano.

–Lo que necesitas es una buena ducha caliente para quitarte el frío.

–Olvídalo –le dijo él, lanzándole una mirada tan apasionada, que, por primera vez Megan se dio cuenta de que él se había mostrado ante ella en toda su vulnerabilidad–. Lo que ambos necesitamos es una buena ducha caliente… juntos.

 

 

–¿Puedo pasar?

–¡No! –replicó Kyle tajantemente cuando Christa llamó a la puerta.

Un frustrado suspiro se le escapó de los labios al ver que Megan agarraba la toalla blanca con la que se había cubierto estratégicamente de cintura para abajo y salía disparada como un cervatillo hacia el cuarto de baño. Con molesta resignación, tiró el bloc de dibujo sobre la inmaculada colcha blanca y se levantó para abrir la puerta.

–Perdona la interrupción –dijo Christa, lanzando una más que furtiva mirada por encima del hombro de Kyle, pero Megan no estaba visible. Esbozó una sonrisa, los dientes increíblemente blancos contra el estridente carmín rojo–. Estabas trabajando.

–Obviamente –dijo Kyle, esbozando una sonrisa también para suavizar su brusca respuesta.

–Quería cerciorarme de que todo estuviese bien –dijo ella, volviendo a mirar por encima del hombro masculino–. E invitaros a que tomaseis una copa conmigo antes de iros a dormir. Tengo un poco de ese brandy alemán que tanto te gustaba.

Porque él era un hombre muy atractivo y ella una coqueta aunque estuviese casada, Christa se inclinó un poco hacia él, asegurándose de que le viese el generoso escote que la blusa blanca le permitía lucir.

–No, esta noche no, Christa –sonrió él apreciativamente, aunque negó con la cabeza– Creo que lo que Megan necesita es un buen descanso.

–¿Por qué no bajas tú, entonces, para hablar de los viejos tiempos?

–¿Cuándo dijiste que volvía Justin? –dijo Kyle sin alterarse en lo más mínimo.

–De acuerdo, mensaje recibido –dijo la rubia, lanzando un suspiro–. Veo que esta va en serio, pero no me puedes culpar por intentarlo. Es una chica con suerte, espero que lo sepa.

–Te equivocas –dijo Kyle antes de cerrar la puerta–. Yo soy el que tiene suerte.

 

 

Megan se desconocía cada vez más. Sonrió a su imagen en el amplio espejo del cuarto de baño y se ajustó el cinturón de la bata.

Desde luego que no se arrepentía en absoluto de lo que sucedía entre ella y Kyle. Y hacía unos minutos había mostrado otra faceta contradictoria de su naturaleza al acceder a posar prácticamente desnuda para él. Sabía que pronto él la convencería de que se quitase del todo la toalla con que se cubría el trasero, pero era tonto ser remilgada cuando por todos lados modelos como Christa posaban desnudas para los alumnos en las clases de dibujo.

Christa. Por la forma en que miraba a Kyle, con los ojos brillantes y ávidos, Megan estaba segura de que habían sido amantes. Contuvo el aliento y lanzó el aire lentamente. El hecho de que lo hubiesen sido no quería decir que tuviesen que revivir nada ahora, ¿no? Además, Christa estaba casada… «¡Basta Megan! No sigas por ese camino!».

Se dio la vuelta al oír que se cerraba la puerta de la habitación y rápidamente se acomodó unos mechones de forma más favorecedora alrededor del rostro. Abriendo la puerta, espió. Kyle hojeaba su bloc de dibujo con expresión pensativa y el lápiz sujeto entre los dientes.

Megan empujó la puerta, que chirrió, haciendo que Kyle levantase la cabeza. Quitándose el lápiz de la boca, le sonrió. Su sonrisa parecía decir: « A ti es a quien quiero, solamente a ti». No podía mirar a Megan de aquella manera y desear a Christa a la vez, ¿no?

–¿Por qué saliste corriendo? –le preguntó él.

–No quería… No me siento cómoda con la idea de que alguien me vea desnuda.

–¿Qué quieres esconder? Tienes uno de los cuerpos más hermosos que he visto en mi vida.

–Tu opinión no es objetiva –dijo Megan, mirándolo a los ojos para ver si le estaba tomando el pelo, pero él la miraba con total seriedad.

–Eso no es verdad. No te olvides que te miro con ojos de artista y digo lo que veo.

–¿Christa era la chica del cuadro? Me refiero al de tu cuarto de baño.

–Sí. Era Christa –dijo él sin que se le reflejase ninguna emoción en el rostro–. Era una buena modelo. Tú también podrías serlo, pero la idea de que poses para alguien más me vuelve loco.

–¿Te acostaste con ella? –la pregunta se le escapó sin que pudiese contenerla.

–No. ¿Adónde quieres llegar con este interrogatorio? –preguntó él con un relámpago de irritación en los ojos.

Decidida, ella se concentró en su respiración para tranquilizarse.

–Es una mujer hermosa.

–Pero no tuvimos relaciones sexuales. Próxima pregunta.

–¿Ganarás… supongo que ganarás algo razonable con tu trabajo?

Sentándose en la cama, Megan rogó que sus preguntas no lo enfadasen, pero la estaba volviendo loca saber tan poco de su vida. De él. Y, desde luego, su trabajo era una de las partes más importantes de su vida.

Kyle dejó el lápiz y el bloc sobre la cama y se cruzó de brazos, resignado.

–Gano un buen dinero… algunos dirían que gano una cantidad desorbitada. Mi trabajo ha sido exhibido en galerías de todo el mundo y en el mundo del arte mi nombre no es precisamente desconocido. ¿Eso es lo que querías saber, Megan?

–¿Quieres decir que eres famoso? –preguntó ella con expresión dolorida. Reconoció la sensación de ineptitud que amenazaba con ahogarla. Y pensar que ella creía estar finalmente resolviendo las frustraciones de su pasado.

–¿Y qué pasa si lo soy? –preguntó él, apoyándose las manos en las caderas–. ¿Crees que me importa que sepas quién soy? ¿Te imaginas lo harto que estoy de que la gente quiera conocerme porque he conseguido algún grado de reconocimiento?

–¡Podrías habérmelo dicho! –dijo Megan, mirándolo con ojos mortificados–. Hay tanto de ti que no conozco. ¿Cómo crees que me hace sentir eso? Yo te he dado acceso a las partes más íntimas de mi vida y la tuya es un libro cerrado para mí.

–Tienes que aprender a confiar en mí, Megan. Viniste a mí buscando ayuda, ¿recuerdas? No te dije quién era porque temía que no pudieses enfrentarte a ello. Mirándote la expresión ahora, veo que tenía razón al preocuparme.

Con el pulso acelerado, Megan reconoció silenciosamente que él tenía razón. ¿Cómo podía siquiera pensar en tener una relación con un hombre cuya vida era pública? No le gustaría que la analizasen y hablasen de ella como un bicho bajo el microscopio solo porque se relacionaba con él.

–Confío en ti, Kyle.

–¿Pero…? –él supo instintivamente que había un «pero». Uno grande. La opresión en el pecho casi no lo dejaba respirar.

–Pero te equivocaste al no decirme quién eres en realidad. Me engañaste, manteniendo en secreto algo tan importante. ¿Y si me hubiese enterado por accidente? ¿Y si hubiese visto una foto tuya en el periódico? ¿Eh? ¿Te habrías inventado alguna historia para distraerme, para hacerme sentir mejor porque habías llegado a la conclusión de que no podía con ello? –preguntó Megan.

El corazón le galopaba en el pecho. Estaba diciendo palabras que no quería decir, haciendo acusaciones que no quería hacer, pero no podía negar el colosal dolor que le causaba la noción de que él quizá la considerase demasiado inmadura, demasiado inestable para confiarle la realidad de su vida.

–Pensaba que lo hacía por tu bien. Obviamente, me equivoqué.

–¡Me trataste como una niña! Puede que haya sufrido en el pasado, pero soy lo bastante madura y fuerte como para enfrentarme a la verdad.

–¿De veras? ¿Por eso seguiste casada con un matón infiel y cruel hasta que casi te dejó lisiada de por vida? ¿Porque podías enfrentarte a la verdad?

Megan se estremeció al oírlo, mortificada porque él le hablase de aquella manera, aunque sabía que tenía razón. No le hablaba, le gritaba, furioso.

–Todo… todo ha sucedido tan rápido –al ponerse lentamente de pie, la sorprendió lo débiles que sentía las piernas–. Creo que quizá me haya metido en esta relación sin haber meditado lo suficiente. Quizá necesite un poco de tiempo sola para resolver ciertas cosas. Quizá sea lo mejor para los dos.

–Huyes –la miró Kyle acusador.

–No. Por primera vez en mi vida, creo que estoy siendo sensata. Está claro que tú no consideras que sea capaz de tomar una decisión inteligente y así no es como quiero que funcione otra relación. No me puedo permitir cometer otro error. Sé que lo hiciste para protegerme, pero si yo no me hubiese manifestado tan débil ante ti, no lo habrías hecho. Pues bien, no quiero ser débil más, Kyle. Necesito resolver mi vida desde una posición fuerte.

–Megan, lo siento. No debí haberte gritado ni dicho lo que te dije. Te amo. Creo que te he amado desde el momento en que te vi por primera vez. Todo lo que he deseado ha sido por tu bien. ¡Infiernos! –pasándose los dedos por el pelo, Kyle sacudió la cabeza, desesperado–. Tienes toda la razón del mundo al estar enfadada conmigo. Estuve mal al no decirte la verdad sobre mi mismo, al creer que no serías capaz de enfrentarte a ello. Pero tenía miedo…

–¿Miedo? –incapaz todavía de hacerse a la idea de que él la amaba, le costó creer que el hombre viril y confiado frente a ella tuviese miedo.

–Miedo de perderte, Megan –la mirada que le dirigió le llegó al corazón–. Porque te estoy perdiendo, ¿verdad?

–Eres un hombre bueno, Kyle… el mejor. No necesitas que alguien como yo te complique la vida. Ya tienes todo lo que necesitas.

–No tendré todo lo que necesito si no te tengo a ti –su declaración quedó suspendida en el aire como un enorme yunque a punto de caerles encima y aplastarlos con su peso. Megan no podía tragar el nudo de su garganta.

–Tengo que hacerlo, Kyle –dijo ella, con lágrimas corriéndole por las mejillas–. Tengo que marcharme. Sería tan fácil apoyarme en ti, dejar que tomases las decisiones por mí, que me mostrases el camino… y ya has hecho mucho. Pero tú te mereces algo mejor que eso. Te respeto tanto que no puedo permitir que te conformes con algo que no sea lo mejor. Te lo digo en serio.

Kyle se llevó la mano a la garganta y sus dedos se cerraron alrededor del amuleto de turquesa y plata que Yvette le había regalado al cumplir los dieciocho años. La terrible pena de haberla perdido era infinitamente más soportable que el dolor que sentía ahora al pensar en perder a Megan.

Pero en medio de su agonía, sabía que tenía que dejarla ir. Más que el amor que le tenía, más que su deseo, Megan necesitaba saber que él ponía por delante el bienestar de ella. Y parte de ese bienestar sería que ella se diese cuenta de que era más fuerte de lo que creía. Lo bastante fuerte como para estar sola y labrarse su porvenir. Quizá aquel fuese el mayor regalo que él pudiese darle, dejarla ir con su bendición. Y si estaba escrito que ella volviese, volvería. Si no lo estaba… tendría que aprender a aceptarlo, del mismo modo que había tenido que aprender a aceptar la muerte de su hermana todos aquellos años atrás…

–Ven.

Ella titubeó unos segundos antes de correr a sus brazos. Kyle le acarició tiernamente el pelo e hizo que ella levantase el rostro hacia él para secarle las lágrimas.

–¿Te he dicho alguna vez lo increíble que creo que eres?

Megan le rodeó la cintura posesivamente con sus brazos, triste al pensar que aquella quizá fuese la última vez, sabiendo que ya había puesto en movimiento ruedas que quizá los llevasen lejos, los apartase… quizá para siempre.

–Tú haz lo que tengas que hacer, cariño –le susurró Kyle ahogadamente al oído–. Si alguna vez quieres volver, sabes dónde encontrarme.

Apretando la mejilla femenina contra su pecho, se llenó los brazos de su calor y, con su perfume invadiéndole los sentidos, rogó tener la fuerza para dejarla ir de verdad… pero, por encima de todo, rogó la fuerza para poder superarlo.