Capítulo 12

 

Le pidió un cigarrillo a un joven en la puerta de un pub, se dirigió a un banco del puerto, lo encendió y dio un par de profundas caladas mirando al mar. Hacía años que había dejado de fumar y la sensación en sus pulmones y el ligero mareo hicieron que tirase en cigarrillo enseguida y lo aplastase con el tacón de la bota.

Se puso de pie y comenzó a caminar, entrecerrando los ojos para protegerlos de la lluvia. Era verano pero no lo parecía. El aliento le salía como una pluma de vapor que se disolvía en el frío aire nocturno.

Megan. Nunca se había enamorado tanto de nadie. Nunca había sentido aquel deseo cegador de reclamar a una mujer como suya, ser su amante noche y día, imaginársela como madre de sus hijos, trabajando hombro con hombro compartiendo la misma pasión, en una casa llena de alegría y amor y calidez. No importaba que Megan no pudiese tener niños, adoptarían.

Pero ella lo había abandonado hacía tres meses.

Se preguntó qué haría ella, si habría comenzado a hacer algo sobre el sublime talento que poseía. Esperaba que sí. Aunque nada más saliese de la breve e intensa relación que tuvieron, Kyle rezaba para que ella no abandonase la idea de dedicarse al arte toda su vida.

* * *

–Megan, ¿otra copa?

–Agua tónica con una rodajita de limón, por favor.

–¡Caramba! –arqueó Bárbara Palmer las cejas– ¡Estás tirando la casa por la ventana!

–Le toca conducir esta noche –intervino Penny, sonriendo con dulzura a través de una mesa llena ya de copas vacías y platitos de aceitunas–. Estrenamos cuatro ruedas.

–Ya lo he visto. Un «monovolumen» creo que se llama –dijo Bárbara con una mueca que se convirtió en una amplia sonrisa antes de acabar su cubalibre.

Megan lanzó una carcajada. Le daba igual que le tomasen el pelo. Para ella, su coche era tan emocionante como el más rápido de los deportivos y lo más importante era que era suyo, que ya no dependería ni de autobuses, ni de taxis, ni de la buena voluntad de Penny.

Comprarse un coche había sido un paso más hacia la liberación de los grilletes que habían encadenado a la antigua Megan Brand a una vida sin esperanza. Aquella mujer, gracias a Dios, había desaparecido. Separarse de Kyle quizá fuese la peor decisión que había tomado en su vida, pero al menos la había espoleado por fin a cambiar de vida. Él tenía razón: todo se reducía a tomar decisiones y Megan por fin había tomado la decisión de llevar una vida diferente.

Una vida muy diferente, reflexionó, recorriendo con la mirada el elegante night club de Mayfair. Habían ido allí a celebrar el cumpleaños de Penny, y así lo harían. Pero durante unos segundos Megan recordó la sensación de levantarse todos los días durante los pasados tres meses sabiendo que ya no le correspondía amar al hombre que amaba más que nadie en la vida. Ella se había marchado por miedo a comprometerse, por miedo a sus propios celos, por miedo a no ser capaz de enfrentarse a las exigencias de la fama de él, aunque fuese de prestado. Apretó los ojos un instante con pena.

–Eh, Megan, ¿no es tu ex el que está allí? Al final de la barra con la pelirroja, la de la falda negra con las grandes…

–Ya la veo.

Y también vio a Nick. Apoyado en el bar, con el rostro cerca del generoso escote de la pelirroja, seguía teniendo la actitud fanfarrona que adoptaba como si se tratase de un traje viejo. Al ponerse de pie, Megan se desabrochó dos botones de la chaqueta color coral, permitiendo que se viese el borde de encaje negro de su sujetador y bastante más. Ahora también ella tenía un generoso escote.

–Meg –dijo Penny, tomándola ansiosamente de la muñeca–, Meg, ¿adónde vas?

–Voy a saludar, nada más –dijo, soltándose suavemente, un hoyuelo marcándosele en la comisura de sus brillantes labios color melocotón–. Enseguida vengo.

–Voy contigo –un poco achispada, Penny se bamboleó peligrosamente sobre sus elegantes tacones de aguja.

Bárbara la agarró de la cintura y la hizo volver a sentarse, siguiendo con expresión intrigada en sus ojos azules a Megan, que se enderezó la falda a juego con la chaqueta. Una abertura permitía ver un fascinante trozo de muslo bronceado por el sol, legado del reciente viaje a Rodas con Penny.

–Nick –dijo Megan al acercarse al otro extremo de la barra.

Cuando él se dio la vuelta al oír su nombre, vio con profunda satisfacción femenina que sus ojos la miraron aturdidos. Bien… tenía el elemento sorpresa a su favor.

–Mira qué casualidad –dijo Megan, sonriendo lo más provocativamente que pudo.

La pelirroja le lanzó puñales con los ojos y se agarró del brazo de Nick posesivamente.

–Pues sí que lo es. ¡Qué sorpresa! ¿Qué? ¿Hoy estamos sin novio? ¿No hay nadie que venga al rescate y me estampe contra la pared? –dijo Nick haciendo un gesto exagerado para mirar por encima del hombro de Megan, pero ella no se dejó arredrar, aunque el corazón parecía salírsele del pecho.

–Estoy con unas amigas. Es el cumpleaños de Penny.

–La querida Penny. Dile feliz cumpleaños de parte de un viejo amigo, no te olvides –dijo él con la frente sudorosa y una mueca despectiva en los labios.

Megan reprimió el deseo de borrarle el gesto de una bofetada, pero había aprendido que no era necesario precipitarse.

Tomando un sorbo de su cerveza sin alcohol, Nick le miró el escote con un primitivo gesto de lascivia.

–En fin, tengo que reconocer que estás más guapa que nunca. ¿Qué has estado haciendo?

–Viviendo –replicó ella sin durarlo–. Algo que tendría que haber hecho hace años, cuando, como esposa tuya, apenas sobrevivía.

La firmeza con que lo miraba, sin titubear ni un instante, parecieron desconcertar a Nick totalmente.

–Sí, pues… ya sabes lo que dicen –se acabó la copa–. Ya es agua pasada y todo eso. Recibiste tu dinero, ¿no? No te debo nada.

Megan podría haberse enfrentado a él, pero ¿qué lograría con ello? No se puede poner un precio a una pierna lisiada o un bebé perdido.

–No he venido a pedirte nada, Nick –dijo, sin hacer caso del nudo que se le hizo en estómago. Levantó la barbilla–. Estoy de acuerdo contigo en que ya es agua pasada. Permíteme que te invite a una copa.

–Eso sí que está mejor –aflojándose la corbata, pareció aliviado, casi bravucón. Era el mismo de siempre–. En ese caso, que sea un martini vodka. Y que sea doble.

Megan pidió la copa al guapo barman australiano que las miraba desde que llegaron a festejar el cumpleaños y se volvió hacia Nick con el cocktail. Cuando este alargó la mano para tomarlo, ella bebió un sorbo, sintiendo el embriagador sabor en la lengua, y luego volcó todo el contenido sobre la cabeza a Nick.

–¡Perra! –exclamó él, abalanzándose sobre ella con la bebida chorreándole por el pelo y el rostro, pero Megan ya había retrocedido. El joven barman saltó ágilmente por encima de la barra y lo sujetó, retorciéndole un brazo tras la espalda.

–¿Te está molestando, guapa? Si quieres, hago que se lo lleven de aquí en dos segundos.

Megan recorrió de arriba abajo a Nick con la mirada. La tensión y el resentimiento que había albergado durante tanto tiempo se le filtró por la columna como si una vieja herida finalmente hubiese sido cauterizada y lentamente negó con la cabeza.

–Para que él me moleste tengo que reconocer su existencia y, en lo que a mí concierne, ese hombre dejó de existir como ser humano decente hace mucho tiempo. Solo es un cobarde y un matón. Desperdicié nueve largos años de mi vida con él y no estoy dispuesta a perder ni un segundo más. Me da igual que se quede o no.

Megan volvió a la mesa de sus amigas con la cabeza alta a través de los mirones que se abrieron para que pasase como si fuesen el Mar Rojo.

 

 

El sonido de ruedas que chirriaban y estridente música taladró el silencio que Kyle consideraba su derecho por la mañana temprano. Subió ágilmente la escalinata de su casa con el periódico del domingo bajo el brazo. Tres chicos en un deportivo blanco se encaramaban a los asientos y silbaban y gritaban a una guapa mujer de rojo que cruzaba la calle frente a ellos. A ella se le había salido un zapato e intentaba agarrarlo, la negra melena cubriéndole el rostro cuando se agachó con su ajustada falda roja para ponérselo. Al inclinarse, mostró el sugestivo escote, con una fugaz y fascinante visión de voluptuosa piel bronceada y encaje negro.

Kyle se la quedó mirando. ¿Megan? Por Dios… Los chicos siguieron intentando llamarle a ella la atención y, fascinado, se le aceleró el pulso observando cómo reaccionaba.

Exasperada con el comportamiento de los chavales y con el zapato puesto por fin, Megan se quedó en el medio de la calle con las manos en las caderas y les dijo claramente que tendrían que avergonzarse por comportarse como un puñado de gamberros. ¿Quiénes se creían que eran, causando tal escándalo un domingo por la mañana cuando la gente intentaba descansar?

La Megan que él conocía nunca habría tenido suficiente confianza como para echar semejante sermón. Estupefacto, Kyle observó la escena con una creciente sensación de incredulidad y admiración cuando los desilusionados jóvenes se disculparon avergonzados y luego se alejaron en el coche a regañadientes, lanzándole atrevidos besos mientras Megan seguía su camino hacia él.

Lo primero que le llamó la atención a Kyle fue que la cojera de Megan había desaparecido casi totalmente. Lo segundo… lo segundo era que aquella mujer era simplemente despampanante. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? Estaba bronceada, delgada y maravillosamente sexy, y el traje rojo que llevaba resaltaba todo aquello a la perfección. Una extraña sensación de haber vivido aquello antes lo invadió. Era la chica de la foto otra vez, la que lo había hechizado la primera vez que la vio en su dormitorio.

Todas las noches soñaba con ella y, después de haberse recuperado del golpe inicial de su partida, llevaba tres meses intentando retratarla en un lienzo. Ahora se daba cuenta de que había fracasado miserablemente. Ni las más expertas pinceladas podrían hacer justicia a su incandescente belleza.

–Hola –dijo ella con una tímida sonrisa, rindiendo a Kyle a sus pies.

Había tantas cosas que quería decirle, pero en aquel momento no se le ocurría ni una, excepto la obvia y probablemente la más tonta.

–Hola.

–Quería hablar contigo –dijo ella, una mirada sorprendentemente directa.

–Son tres meses, Megan. ¿Qué ha sido de tu vida? Aparte de detener el tráfico…

Ella se ruborizó. Oh, cómo le gustaba verla ruborizarse.

–He estado pintando. Me apunté en una clase de dibujo del natural y también en una de historia del arte. También he estado en algunas galerías y he visto parte de tu obra, Kyle, ¡es maravillosa!

En aquel momento, a él no le interesaba que ella le comentase su obra. Lo que quería saber era a qué diablos pensaba que estaba jugando, apareciendo sin avisar en su vida un domingo por la mañana como si fuese a buscar el pan. Hacía tres meses que lo había dejado plantado en Lyme Regis con el corazón partido, sin darle siquiera una pista de si pensaba volver con él o no. Había hecho lo correcto al dejarla ir, pero ello no había aliviado su dolor ni un ápice.

–Casi no cojea –observó con un nudo en la garganta.

–¿Has visto? Casi ni me lo creo yo misma. Me he estado haciendo reflexología podal y unos masajes de aromaterapia. Y sumado a la pintura, las clases y el pensamiento más positivo… –se ruborizó, como si se avergonzase de su incontenible torrente de palabras–, parece que todo se va acomodando.

–Me alegro. Te lo mereces –¿había ido a decirle las buenas noticias, a demostrarle que su vida había tomado un rumbo mucho más positivo desde dejarlo plantado? ¿A decirle que por favor se olvidase de que le había roto el corazón y que le desease buena suerte? Kyle era fuerte, pero el dolor que sentía en el pecho lo apretaba como una banda de acero. Se golpeó con el periódico en el muslo y luego esbozó una sonrisa reticente–. Sabía que todo se arreglaría algún día, Megan.

–¡Pero sin ti, no habría pasado nada! –exclamó ella, con expresión de dolor en sus hermosos ojos oscuros, como si de repente se diese cuenta de lo que él podía estar pensando–. Me enseñaste mucho. Me hiciste creer que tenía talento, que había más dentro de mí que cualquier dolor o el sufrimiento. Y me ayudaste a ver que podía mejorar a través de mi arte. No tendría que haberte abandonado, Kyle. Créeme, no quería hacerlo. Pero yo también estaba asustada y tan… tan celosa.

–¿Celosa? –se sorprendió él.

–De Christa. ¡De cualquier mujer que hubieses mirado en tu vida! Tenía terror de que te aburrieses de mí, creía que nunca sería suficiente para ti. Especialmente cuando me dijiste que eras famoso. Cuando pensé en lo que ello podría implicar… no… no quise desilusionarte, ni refrenarte de ninguna manera. Tenía tanta inseguridad, Kyle. No estaba preparada para alguien como tú –se interrumpió, mordiéndose el labio, recorriendo con la mirada cada una de las queridas facciones masculinas.

¿Qué le quería decir, exactamente? ¿Que había cometido un error? ¿Que quería volver con él? No se atrevía a tener esa esperanza, y, sin embargo, la esperanza era lo único a lo que se había agarrado durante aquellos tres largos meses sin ella, dispuesto a esperar toda la vida si era necesario.

–¿A pesar de que te dije que te amaba? –le preguntó con voz ronca.

–Necesitaba ordenar algunas cosas en mi vida antes de poder aceptar tu amor –dijo Megan con expresión culpable. Se acomodó un mechón tras la oreja–. Hiciste tanto por mí que quería retribuirte con algo bueno. Quería ser una persona de la que te sintieses orgulloso, no la víctima de un matrimonio terrible, llena de culpas y miedos. El tiempo y la distancia me ayudaron a ver las cosas con más claridad. Me fui de vacaciones a Rhodas con Penny. Me esforcé. En Lindos subí los cientos de escalones que llevan a la acrópolis para dibujarla, y no dejé que mi cojera fuese un impedimento. He aprendido mucho, Kyle, especialmente sobre las limitaciones que nos imponemos nosotros mismos, y todo se debe a ti. ¿Crees… crees que habrá aunque sea una remota posibilidad de que volvamos a intentarlo? Tú me diste a entender que habría…

Durante varios segundos Kyle la miró fijamente, como si estuviese preparando su respuesta. Megan murió cien muertes esperando que hablase. Finalmente, él sonrió y Megan lanzó el aire que contenía, llena de alivio.

–¿Ibas a algún otro lado o quieres pasar a tomar una taza de café? –preguntó él, en tono engañosamente despreocupado.

–Me encantaría pasar, desde luego –respondió Megan, con el pulso acelerado. Dio un paso hacia él–. Pero no a tomar café.

Levantó los ojos hacia él y la mirada que le dirigió fue confiada, la mirada directa de una mujer que deseaba a su hombre y no se avergonzaba de demostrarlo.

–Sí que has cambiado –dijo él con aprobación, sintiendo que la sangre se le acumulaba en la ingle.

–Si lo he hecho, es porque te quiero –replicó Megan

Lanzando un profundo suspiro, subió el segundo escalón que la llevó junto a su pecho. Sin decir nada más, apoyó suavemente la cabeza contra el jersey negro de cachemira, sintiendo un instante de terror al pensar que él podría rechazarla. Pero, después de todo lo que había pasado, se jugaba el todo por el todo y le daba igual quién se enterase de ello. Lo amaba. Lo amaba tanto que se arriesgaría a cualquier cosa con tal de demostrárselo. Hasta a la humillación.

Pero Kyle no tenía ninguna intención de rechazarla ni ahora ni nunca. Soltando el periódico, la estrechó entre sus brazos.

–¡Llevo tres meses esperando que digas estas palabras, brujita mía, y cada día ha sido largo como una vida entera!

Hundiéndole los labios en el cabello, murmuró su nombre una y otra vez, buscando a la vez en sus bolsillos la llave como un poseso. Cuando la encontró finalmente, la metió en la cerradura y girándola rápidamente, abrió y empujó a Megan hacia la penumbra de la entrada. Enmarcándole el rostro con las manos, la hizo apoyarse en la pared, su aliento cálido en el rostro femenino.

–¿Y qué otros cambios ha habido? –le preguntó, esbozando una sonrisa.

–Pues… –haciéndose la tímida, Megan bajó la cabeza y comenzó a desabotonarse la llamativa chaqueta roja–. He comenzado a comprarme ropa interior mucho más sexy. ¿Te interesa echar una miradita?

Las manos masculinas ya le estaban quitando la chaqueta de los hombros y los dorados ojos relucieron al posarse en la camisola negra de satén y encaje que ella llevaba debajo.

–Megan –gimió, hundiéndole las manos en el pelo. Inclinó luego la cabeza y la besó con fuerza.

Megan se derritió por dentro. El deseo hizo que la sangre le hirviese cuando él le deslizó las manos por las caderas y tiró bruscamente de ella para acercarla a su pelvis. Contuvo una exclamación al sentir lo excitado que él estaba y supo que no lograrían llegar al dormitorio. Pero ¿para qué estaban las paredes? Con la emoción oprimiéndole el pecho, liberó su boca de los labios masculinos y lo obligó a mirarla.

–Siento haberte dejado. Nunca te dejaré otra vez. ¡Nunca! ¡Oh, Dios, te quiero tanto!

–Fue un gran riesgo dejarte ir… le agradezco a Dios que hayas vuelto –susurró él con áspera voz. Le tomó los brazos y se los apretó, como si quisiese indicar la fuerza de sus sentimientos–. ¿Quieres casarte conmigo, Megan?

–¿Cuándo?

–Ojalá hubiese sido ayer –le dijo, dándole un beso en la sien.

–Sí, quiero –dijo ella, dándole un tímido beso en la comisura de la boca.

–Ahora que eso ha quedado aclarado, me gustaría volver al otro tema que estábamos hablando antes…

–¿Sí? ¿A qué tema te refieres? –dijo Megan, con una provocativa sonrisa.

–El de tu ropa interior, bandida.

–Oh –se ruborizó ella delicadamente.

–¿Lo que llevas debajo hace juego con esta peligrosa cosilla? –preguntó Kyle, bajándole con deliberada lentitud el tirante de la camisola para gozar del generoso pecho, ligeramente bronceado, que se le reveló, con su apretada punta de caramelo.

Conteniendo el aliento, Megan se mordió levemente el labio antes de responder.

–Haría juego si lo llevase puesto –le susurró.