Capítulo 7

 

La respuesta masculina, una honda risa, fue profundamente sensual, como sirope caliente sobre un gofre húmedo y delicioso…

–No lo creo en absoluto… pero ¿y tú, Megan? ¿Te ha satisfecho algún hombre?

«Durante diez largos años, no», pensó ella, pero no se atrevió a decirlo. Sentía que el suelo se le hundía y que se ahogaba en la mirada de un hombre que le hacía desear rogarle que le hiciese el amor.

–Yo no– no… quiero decir… lo que quiero es usar el cuarto de baño, si puedo –dijo, dando unos pasos hacia él maldiciendo para sí la cojera que le robaba toda dignidad.

No era lógico que el la desease. Un hombre como aquel podía tener cualquier mujer que quisiese. Era guapo, inteligente y talentoso. También tenía dinero, eso estaba claro. ¿Qué podía darle ella salvo un cuerpo dañado y un corazón desilusionado y herido?

–Claro. Te mostraré dónde está –dijo él.

Antes de que ella cerrase la puerta del elegante cuarto de baño con su masculino perfume a jabón y colonia, Kyle le tomó la mano.

–Espera un momento. Necesitarás ropa seca.

Kyle le recorrió el cuerpo con la mirada con evidente ansia, tanto que Megan contuvo el aliento. Pero, de repente, se dio la vuelta y se marchó, rompiendo el hechizo.

Megan se apoyó contra la pared y lanzó un áspero suspiro.

Kyle volvió enseguida y le dio una camiseta gris y un par de pantalones de chándal negros. Su mirada seguía ardiente, pero con una especie de distancia que no le había notado antes.

Megan recibió la ropa con cortesía, cerró la puerta tras la espalda masculina que se alejaba y se dejó caer en la silla negra con un suspiro de alivio. Apoyó la ropa sobre un mueble junto a ella y alargó la mano para agarrar una esponjosa toalla blanca con que secarse.

Lo único en que podía pensar era en que él le había pedido que pasase la noche con él. Nunca nada le había parecido tan tentador y aterrador a la vez. Cerró los ojos un instante.

Cuando los volvió a abrir, se encontró mirando una hermosa acuarela que no había visto antes. Se trataba de una voluptuosa joven saliendo de una bañera antigua. El rubio y largo cabello le enmarcaba el rostro de rosadas mejillas, las manos sujetaban una toalla contra el pecho. Había algo muy sensual y erótico en aquel cuadro, que hizo que Megan se sintiese casi como una mirona.

¿Lo habría pintado Kyle? ¿Quién sería la voluptuosa modelo? ¿La que le había regalado los dulces? ¿Dónde estaría ahora? Sintió el aguijonazo de los celos. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? ¿Por qué ella tenía tanto miedo cuando alguien como la joven modelo de Kyle podía desvestirse con confianza, hacer el amor y dejarse pintar por su amante como si ello fuese lo más natural del mundo?

Pero se estaba engañando si imaginaba que una noche con Kyle sería bastante. ¿Y si se enamoraba? Todo tenía un precio en la vida, ¿no? Y buen precio que había pagado al comprometerse con Nick. Haz una elección y cambias el futuro. El problema era que con la única persona con que se había acostado en su vida era Nick y él había acabado convenciéndola de que era frígida. Cuando algo se oye con frecuencia, se acaba por creerlo…

–¿Megan? ¿Te encuentras bien?

Al oír su voz preocupada del otro lado de la puerta, Megan se enderezó e hizo un esfuerzo por responder con calma. Los latidos de su corazón apenas le permitían oírse.

–Estoy bien, gracias. Enseguida voy.

–Estaré en la cocina haciendo café. Ven cuando acabes.

–De acuerdo –dijo.

Sabía que tenía que vestirse, pero no pudo. Sus ojos, reflejados en el espejo art déco se veían desorbitados por el miedo y la excitación. Hacía tanto tiempo que había sentido verdadero deseo que quizá se lo había imaginado. ¿Podría satisfacer a un hombre como Kyle? La respuesta tenía que ser «no». Se acabaría de secar, se vestiría y le diría con calma que no aceptaba su oferta de pasar la noche con él. Él lo comprendería. Un hombre como aquel se encogería de hombros y seguiría con su vida. Nunca faltan mujeres dispuestas, Megan estaba segura de ello.

–Hola.

–Kyle se dio la vuelta al oírla. Estaba picando pimientos para hacer una tortilla. La radio se oía suavemente, algo clásico, probablemente Schubert. Una mirada a Megan, con su enorme camiseta y sus pantalones hizo que todo pensamiento coherente se le fuese de la cabeza.

Dejó el cuchillo ruidosamente sobre la tabla de picar, agarró un paño a cuadros y se secó las manos; luego la dejó sobre la encimera.

La ropa grande, en vez de restársela, parecía acentuar su feminidad. Se notaba que no llevaba sujetador y la camiseta le marcaba los pechos llenos y erguidos, haciendo que con solo mirarla se sintiese excitado. Tan duro y excitado que era una agonía estar allí frente a ella como si no pasase nada.

–¿Mejor?

–Al menos, estoy seca –dijo ella, dirigiéndose inquieta hacia él. De repente, al ver el anhelo en los ojos masculinos, la sangre se le aceleró en las venas y la idea de quedarse a pasar la noche le pareció tan natural como respirar.

Kyle alargó los brazos antes de que ella llegase y la estrechó contra su pecho con fuerza, de modo que los pechos de ella se aplastaron contra la firme pared de su torso. Sus sentidos se vieron invadidos por el calor y la dureza masculina, por el contacto de piel contra piel, por el indiscutible magnetismo que él exudaba como colonia.

«Oh, Dios, cómo necesitaba esto». Se derritió cuando las manos de él se deslizaron suavemente por su cintura y descendieron para recorrerle el trasero. Con una suave imprecación, la boca masculina encontró la de ella, recibiendo una respuesta casi inmediata. Cuando el calor masculino la invadió, todos los sentidos en el cuerpo de Megan se rindieron a su exigencia tan urgentemente como cuando un imán atrae a otro. Sus pechos se endurecieron y un anhelo desesperado y ardiente la invadió con tanta fuerza que lanzó una hambrienta exclamación ahogada en la boca de él. Sus suaves espacios secretos absorbieron la erótica danza de la lengua masculina con otro gemido y arqueó su cuerpo contra el de él sintiendo, con una mezcla de miedo e ilusión, la rígida presión de la erección contra su abdomen.

Arrancando sus labios de los de ella con un ronco gruñido gutural, Kyle le tomó el rostro entre las manos y le clavó la mirada con un fuego que indicaba que estaba a punto de perder el control.

–Tengo que estar seguro… de que esto es lo que quieres.

Con el pulso acelerado, Kyle se hundió en las profundidades de los aterciopelados ojos castaños y supo que estaba irremediablemente perdido. La idea lo hizo estremecerse y sonreír, porque Dios sabía que lo hacía con gusto. Ya sus labios extrañaban el contacto con los de ella, el deseo lo recorría como la corriente irrefrenable de los rápidos. Podría amarla sin parar. Darse cuenta de ello fue como recibir el total impacto de la marea.

–Estoy segura –susurró ella.

Aquello era lo que Kyle necesitaba oír. La levantó en sus brazos y la llevó al dormitorio, depositándola cuidadosamente sobre la enorme cama de bronce.

Mientras él se movía por la habitación bajando las persianas, ella lo siguió con una especie de ansia descontrolada que nunca pensó que sentiría, devorándolo cuando él volvió a la cama lentamente. Kyle se quitó la camisa y luego la dejó caer en un movimiento fluido mientras ella devoraba con los ojos el magnífico torso bronceado. Seguro, confiado y perfectamente dueño de la situación, se montó con cuidado a horcajadas sobre ella y luego se inclinó para apoyarle las manos en los pechos. Fue como si la hubiese atravesado un rayo. La pelvis femenina se arqueó hacia él mientras cerraba los ojos y emitía un profundo gemido. Luego, los pulgares de él comenzaron su magia en los sensibles y tiesos pezones bajo la tela de la camiseta y ella volvió a abrir los ojos para encontrarse mirándola con una pasión intensamente erótica.

–Quítate la ropa.

El barniz de la cortesía había desaparecido. En su lugar había un deseo tan primitivo y salvaje que sacudió a Megan hasta las raíces. Ya no volvería a ser la misma. De lo único que era consciente era del calor que le corría por las venas como el inicio de una fiebre.

Con dedos trémulos comenzó a obedecerlo, forcejeando con la camiseta. Pero consciente de los poderosos muslos a ambos lados de los suyos, el plano estómago y el vello oscuro que nacía en el ombligo masculino y desaparecía provocativamente bajo la cinturilla de sus vaqueros, le resultó casi imposible lograr que sus dedos hiciesen lo que ella quería.

–Deja que te ayude.

En menos de un segundo le había quitado la camiseta y la tiraba al suelo. Su mirada hambrienta se dio un banquete con la visión de sus pechos llenos y redondos con los sensuales pezones oscuros y el glorioso cabello color ébano cayéndole por los hombros. Era todavía más hermosa de lo que la había imaginado y deseó poseerla con cada fibra de su ser.

Con un gruñido de aprobación, la dejó nuevamente sobre la cama y se inclinó sobre ella para adueñarse de uno de sus pechos, chupándolo y lamiéndolo mientras le acariciaba el otro con la mano.

Reprimiendo un grito, Megan onduló las caderas bajo él y con ronco susurro expresó su deseo.

–Por favor…

Él levantó la cabeza, le apoyó las manos en las caderas y le tiró de los pantalones, dejando al descubierto el triángulo negro de tela que apenas la cubría y mostraba el plano vientre y los suaves muslos.

Luego, antes de que Megan se diese cuenta de lo que pretendía, él le separó las piernas, hizo a un lado la delgada barrera de tela y le metió el dedo en el cálido y húmedo centro de su feminidad. Con las pupilas dilatadas por la sorpresa, sus músculos apretaron con fuerza la súbita y erótica invasión y sus manos se aferraron a los bíceps masculinos como si de ello dependiese su vida.

–¡Kyle!

Al sentir el urgente ruego de su nombre, Kyle se irguió, se quitó los vaqueros y la ropa interior y luego le arrancó a Megan el resto de la ropa. Ante la sorpresa femenina, puso la cálida seda de su sexo a la entrada de ella y empujó con fuerza.

Ambos se quedaron quietos ante la urgencia y la profundidad de la posesión de Kyle. Megan experimentó un deseo tan profundo que los ojos se le llenaron de lágrimas, la emoción largamente reprimida penetrándola hasta su esencia. Luego, Kyle comenzó a moverse dentro de ella, penetrándola más y más hasta que Megan se agarró desesperadamente a sus hombros y tiró de él hacia ella para besarlo.

Estaba ahogándose en el erótico sabor de su boca, emitiendo desesperados gemidos de deseo que nunca había pronunciado en su vida, subida a una cresta de pasión y deseo, cuando le llegó el momento. La sorprendió como una ola, llevándola de la seguridad de la costa, golpeándola con la fuerza de un torrente, exigiéndole una entrega total hasta dejarla trémula y llorosa tras su rendición y la fuerza de sus emociones.

Encima de ella, Kyle se quedó quieto y Megan se dio cuenta del esfuerzo que él hacía por contenerse.

–Estoy bien –le susurró, con los ojos arrasados en lágrimas–. No pares.

–Cariño –dijo él con voz ronca–. No podría aunque lo quisiera.

La volvió a penetrar hasta el fondo, la fuerza de su posesión haciendo que Megan menease sus caderas y apretase los párpados mientras sentía el calor líquido derramarse dentro de ella. Un alarido de guerrero surgió de los labios masculinos cuando su pasión llegó a su cenit.

Luego, con un profundo estremecimiento, él se dejó caer suavemente sobre ella, aplastándola contra la cama con su peso y su fuerza. Sus largas piernas velludas se enredaron en las de ella y su aliento entrecortado le sonó en el oído.

Megan cerró los ojos un instante. Necesitaba de aquellos preciosos momentos para comprender la magnitud de lo que acababa de sentir, para maravillarse de haber tenido tan poco sentido común como para entregarse a un hombre que probablemente consideraría su relación sexual como algo totalmente fugaz. Estaba segura de que él supondría que ella lo consideraría de la misma forma. Después de todo, ella era una chica moderna, ¿verdad? Estaba clarísimo que Kyle esperaría una actitud moderna. No importaba que su corazón dijese lo contrario; no importaba que ella ansiase algo mucho más duradero y permanente…

–¿Te encuentras bien? ¿No te hice daño? No era mi intención que la primera vez acabase tan rápido –sonrió él en la semioscuridad, como si su ego pudiese soportar una broma incluso en un momento tan crítico.

Megan sintió que también ella sonreía en respuesta.

–Estoy bien. Estuvo– estuvo bien.

–¿Bien? –exclamó Kyle, sacudiendo su despeinada cabeza con un fiero gruñido. En la tenue luz que se filtraba por las persianas, sus ojos brillaban con incredulidad y deseo–. Cariño, en todos mis años de varón sexualmente activo, no creo que jamás nadie me haya dicho que mi comportamiento haya estado «bien». Me temo que tendrás que pagar por ese comentario tan obviamente injustificado.

–¿Pagar? ¿Cómo?

Megan lanzó una exclamación de sorpresa cuando Kyle la agarró súbitamente de la cintura y se dio la vuelta para ponérsela encima. Se encontró mirando su sonrisa burlona, con el largo cabello rozando el áspero vello del pecho masculino. Su pobre corazón se aceleró locamente ante la perspectiva de lo que podría ser el supuesto «castigo».

–Señorita, sinceramente espero que tenga tanta resistencia como yo, porque el efecto que tiene sobre mí en este momento quizá indique que tendré que seguir toda la noche.

–¿Es eso… posible?

–¿Me estás desafiando?

El rostro súbitamente serio, Kyle le apoyó las manos sobre la suave piel de las caderas, haciéndola deslizarse con cuidado a lo largo de la tersura de su miembro erecto, como si los dos hubiesen sido hechos para aquello solamente. Inmerso en su embrujo, su mirada recorrió ávidamente el rostro femenino, ruborizado por la excitación, con salvaje y primitiva satisfacción masculina, totalmente absorto en la idea de amarla de todas las formas posibles durante el resto de la noche.

Estaba en lo cierto al suponer la pasión que ella guardaba. La primera vez la había poseído con rapidez y dureza, pero Megan había igualado su delirio. Había un desenfreno en ella que encontró su hogar en el feroz deseo de amarla y poseerla.

Megan lanzó un gemido y Kyle dio un empujón hacia arriba, su erección llenándola tan completamente que ella creyó morir de voluptuoso placer. Si aquello era hacer el amor, pensó, mareada, lo que había compartido con Nick aquellos difíciles años no era más que una triste imitación.

Mientas Kyle la guiaba apasionadamente hacia alturas más elevadas de placer con sus manos, su cuerpo duro y cálido y su estupenda boca, Megan supo con súbita certeza que aquellas dañinas acusaciones de su marido no habían sido más que un puñado de crueles mentiras. Recibiendo la voraz posesión de su cuerpo con la misma ansia, se dio cuenta de que no había ni una célula de su cuerpo que fuese ni remotamente frígida. Todo aquel tiempo había estado esperando al hombre apropiado para que despertase la pasión insaciable que era capaz de dar: Kyle.

De repente Megan miró a su amante con sus ojos cálidos y abiertos.

–¿Cuál es tu apellido? –dijo roncamente mientras las manos masculinas le abarcaban los pechos y se los masajeaban.

–¿Qué más da? –gruñó él, dándose la vuelta y llevándola consigo hasta que ella quedó con la espalda nuevamente contra el colchón. Cerrándole las caderas con sus fuertes muslos, le levantó los brazos por encima de la cabeza, aprisionando sus muñecas contra la almohada detrás de ella, para poder deleitarse con su deliciosa desnudez–. ¿Te hago daño?

–¿Te refieres a mi pierna? –preguntó Megan, probando a mover el muslo y bloqueando mentalmente el dolor–. No –replicó, los labios trémulos.

No quería que él se interrumpiese. Lo que le estaba dando era más importante que cualquier dolor y además se sentía como si hubiese estado esperando toda su vida aquel viaje por los sentidos, no estaba dispuesta a interrumpirlo ahora.

–Estoy bien. ¿No te parece que estoy bien? –añadió con descaro y un hoyuelo apareció junto a su generosa boca.

–Cariño, me deslumbras. Un hombre tendría que buscar mucho para encontrar algo tan hermoso –le dijo y sin más preámbulo la penetró de un fuerte empellón, borrando mágicamente todo pensamiento coherente que ella pudiese tener.