—Mis padres se casaron en Madrid…
Y muestra la foto a los viejos del pueblo de la sierra. Una foto ajada.
Y cuenta:
—Un vasco y una irlandesa, durante la guerra…
Y explica:
—No, yo mexicano…
Y luego vaga por callejuelas empedradas tratando le encontrar cosas que no están por ahí; porque si algo tiene la memoria ajena es que es acróbata y se le esconde al que la pierde, se le hurta al que no la tiene.
El pueblo se había vuelto un reducto de veraneantes madrileños, y por lo tanto un desierto invernal. Por aquí y allá pululaban viejos, que deberían ser cuidadores de los chalets y jardineros de ocasión.
El granero donde su madre dio un concierto ya no existía, había una alberca en su lugar. El aire helado lo carcomía. Estuvo a punto de meterse en uno de los muchos bares por los que pasó a tomarse dos coñacs. Terminó escapándose de aquel cementerio de fantasmas.