Capítulo 1. Las vacaciones

 

Como cada año mi padre pide las vacaciones la segunda quincena de Julio, por una extraña razón él y mi madre se ponen siempre de acuerdo en el lugar de nuestras vacaciones, Zambujeira do Mar, en Portugal.

La historia es que ellos dos se escaparon a este lugar mágico situado en la parte sur de Portugal, y cuando digo “escaparon” lo digo literalmente. Sus vidas se unieron nada más conocerse. Mi padre nunca conoció a sus padres, le abandonaron nada más nacer, por algún motivo que ni él ni nosotros hemos logrado averiguar. El caso es que terminó en el orfanato donde conoció a mi madre. Ella terminó allí después de que su padre se suicidará tras perder a su esposa en el parto, mi madre no lo culpa pues cree que amaba tanto a su madre que no aguantó la pérdida, esa no es mi opinión pero ella es feliz creyendo eso y nadie le va a llevar la contraria. En el orfanato comenzaron su relación y decidieron que fuera de él serían mucho más felices.

La noche se hizo más corta de lo normal, el despertador sonó a las cinco y media de la mañana. Mi madre ya se encontraba en la puerta de mi habitación cuando sonó el estridente sonido.

- Vamos cariño, es la hora de levantarse, salimos en un ratito y aún estas acostada.

- ¡¡Jo!! Estoy muy cansada, un poco más - repliqué aún dormida.

- Vamos cariño o papá se va a impacientar y nos quedaremos aquí el resto de las vacaciones.

- Está bien ya voy.

Sin más quejas tiré las sábanas al suelo y comencé a estirar mi cuerpo como si en ello me fuera la vida. Después de crecer varios centímetros, me agache para sacar las zapatillas de debajo de mi cama y seguir hasta el baño, donde ya se encontraba el pequeñuelo medio dormido mientras mamá le peinaba. Lavé mi cara e intenté arreglar la maraña de mi pelo.

Después de mi pequeña jornada en el baño baje las escaleras hacia la cocina donde papá estaba terminando el desayuno.

- ¡Buenos días, princesita! - le había dicho a papá mil veces que con dieciséis años, eso de “princesita” estaba un poco pasado, pero él seguía a su bola - ¿Qué vas a querer para desayunar?

- La verdad que no tengo mucho apetito, tomaré un zumo de naranja.

- Está bien, luego pararemos para desayunar algo más por el camino.

Tenía esa sonrisa tan reluciente como cada año llegado el tiempo de las vacaciones. La mirada de mi madre y él llegada la temporada de Julio empezaba a cambiar, sus miradas eran mucho más cómplices de lo que ya eran a diario, cosa que parecía imposible pero la idea de marcharnos a Portugal era para ellos como la vuelta al inicio, empezar su amor, una forma de renovarlo año tras año.

El plan de marcharnos a Zambujeira do Mar no es que me disgustase, pero la verdad tampoco me importaba mucho, ya que permanecería sola como cada año, iría con mis padres de un sitio a otro y recordaríamos lo bonito y especial del lugar.

No había más, mi timidez jugaba en mi contra a la hora de hacer amigos, ni siquiera en el colegio tenía amigos, solo chicas que cuando no sabían algo de clase me preguntaban. Digamos que era el bicho raro de clase, no es que mi aspecto fuera muy desagradable a la vista pero la gente solía tomar mi timidez como estupidez. No los culpo por ello, quizás si yo fuese una de esas chicas tan simpáticas, esas que hablan por los codos con todo el mundo, también pensaría así, pensaría que mi reputación se echaría a perder si intentaba hacerme amiga de un bicho raro como yo.

Es algo que no me preocupaba o quizás algo en lo que intentaba no pensar, aunque mi madre se pasaba el día intentando hacerme entrar en razón para que buscase algún grupo de amigas con las cuales salir y divertirme, pero me sentía estúpida intentando buscar amigas, idiota cuando tenía que reírme de chistes que no entendía, con lo cual renuncié a esa idea.

Las maletas ya estaban todas dentro del coche, mi padre esperaba impacientado en la puerta de casa para salir pitando lo antes posible, nos quedaba un largo camino por recorrer. La salida de nuestra preciosa casita construida con piedras amarillentas, con sus ventanitas y con su techo picudo con cuatro vertientes, fue extraña, sentí una añoranza que no entendía, en realidad nos marchábamos para quince días, era fácil de superar.

Carennac está ubicado en uno de los márgenes del río Dordoña, en Francia. Está considerado uno de los pueblos más bellos de Francia, su población es pequeña pero su tranquilidad inmensa. Me encantaba el lugar donde vivía aunque claro, el hecho de viajar por España, donde pertenecían mis padres, era una idea que no se podía despreciar.

En nuestro viaje hasta Zambujeira siempre descansábamos en varios lugares españoles, como Molina de Aragón cuya naturaleza era digna de admiración, sus piscinas naturales con esa agua casi helada y el Parque del Alto Tajo donde siempre nos deteníamos a contemplar su belleza. Otro lugar de indiscutible belleza era Extremadura, nuestro último alto antes de llegar a Zambujeira, en ella se respiraba tranquilidad y se notaba la calidez de sus pueblos. Cáceres, la belleza de la noche en su plaza mayor, la acogida de sus habitantes y la magia de sus calles. También estaba Mérida, un lugar que te trasladaba cientos de años atrás, en el que los hombres vestían armaduras y viajaban en caballos, con su teatro donde se cuentan historias que vuelven a darle vida.

Por otro lado estaba Zambujeira do Mar, con esas playas donde podías pasar todo el día tumbada sin sentir la necesidad siquiera de alimentarte, el olor a sal, el sol calentando mi cuerpo y la pequeña brisa sobre mi piel, lo hacían el lugar perfecto donde pasar los próximos días.

Tras nuestra pequeña visita por el país de mis padres llegamos a Zambujeira donde nos aguardaban días de calor, tranquilidad, sal y amor, este último en gran dosis, al menos para mis padres.

Después de colocar toda mi ropa en el armario del hotel donde nos alojábamos cada año, me coloqué mi pequeño bikini de color verde agua con la intención de coger todo el sol para mí, de que mi piel blanquecina se volviese de un color tostado que aguantase hasta el próximo verano. Tomé mi reproductor de música, con algún repuesto para su batería y con recopilaciones de las canciones que más me gustaban, todo listo para pasar todo el día tumbada al sol.

- Mamá me marcho a la playa, volveré a la hora de comer.

- ¿Ya te vas? ¿No esperas a que bajemos contigo?

- ¡Mamá! Ya he cumplido dieciséis, ¿es que aún me vais a llevar de la mano?

- ¡No, no! Señorita mayor, ¿ha tomado la crema protectora para no achicharrarse al sol? – dijo en tono irónico.

- Llevo todo lo que voy a necesitar, además no estaré muy lejos y llevo mi móvil por si me quieres vigilar - mi tono sonó algo más enfadado de lo que esperaba, pero convincente.

- Cariño no te enfades, es solo que me preocupa que vayas sola por ahí, pero es cierto que te conoces esto como la palma de tu mano. Bueno, ten cuidado, ¿vale?

- Lo siento mamá, no me he enfadado pero es que me tratáis como si tuviese la edad de Dani y ya soy mayorcita - Dani era mi hermano pequeño, tenía tres años y a veces parecía yo quien tenía esa edad.

- Venga cariño, márchate que vas a perder las mejores horas de sol - me sonrió y me dio un beso en la frente.

- Vale mamá, nos vemos luego.

Me marché a pasos lentos, sintiéndome mal por la contestación pero es que este tema me superaba un poco, menos mal que mi madre entendía la etapa por la que estaba pasando, según ella esta etapa se llamaba “la edad del pavo” aunque yo me negaba a creer en dicha etapa.

Llegué a la playa, me quité las chanclas para notar la suave arena en mis pies, respiré ese suave aroma a sal y continué mi camino. Eran solo las diez de la mañana pero ya había zonas de la playa donde no se cabía, intenté no agobiarme y buscar un sitio con más intimidad. Me paré al llegar a una de sus calas donde solo se encontraban varias parejas, intenté no mirar mucho, no es que el estar sola fuese algo nuevo para mí pero a veces envidiaba esa complicidad que existía entre las parejas, esa compañía, el tener alguien a tu lado para compartir. Pero bueno me tranquilizaba la frase que siempre decía mi madre refiriéndose a la primera vez que vio a mi padre: “Cada alma tiene su compañera, cuando se encuentran nada más te preocupa ni te importa”, aunque a día de hoy no se donde andará la mía pero bueno, al menos sé que la tengo.

Después de colocar mi esterilla y mi toalla, me quité el vestido corto que llevaba, decidida a no dejar ni gota de sol para los demás. Me dejé caer en mi toalla colocándome mis auriculares para perderme en mi música, cerré mis ojos y en cuanto empezó la música mi imaginación comenzó a volar. Me encantaba imaginar sobre las cosas que me aguardaban en la vida.

Cuando más sumida estaba en mis sueños, sentí un golpe seco en el abdomen, me levanté sobresaltada cuando empecé a escuchar las disculpas.

- Desculpe, peço inmensa desculpe, como você está?

- Bien, no se preocupe – intenté abrir mis ojos que no lograban enfocar bien por el sol – estoy bien.

- Lo siento intenté parar el balón pero vino directo.

- No se preocupe, solo me asustó – los ojos solo me dejaron ver una silueta casi perfecta, unida a una voz tan dulce como los pasteles del desayuno – de verdad no es nada.

- De todas formas acepta mis disculpas, me llamo Carlos y por favor no me hables de usted que seré poco mayor que tú – mi aspecto aparentaba algo más de edad de la que tenía – De España, ¿no?

- Bueno en realidad no, vivo en Francia pero mis padres son españoles, casi siempre utilizamos el castellano para hablar – mis ojos descubrieron un joven de piel morena con una sonrisa deslumbrante que hacían que sus ojos castaños se cerrasen levemente – Yo me llamo Estela – también sonreí aunque con una risa algo nerviosa.

- Encantado – sus amigos lo llamaban impacientemente – bueno supongo que nos veremos otro día, hasta pronto.

- Sí, hasta pronto.

No pude pronunciar más palabras, mi boca no respondía y se marchó sonriendo, supongo que de la cara de estúpida que se me quedó al ver su rostro tan perfecto.

Volví a tumbarme intentando no pensar en ello, acababa de hacer el idiota delante del chico más guapo que había visto hace mucho. El caso es que me hizo recordar las palabras de mi madre con respecto a buscar amigas, supongo que no le importaría que fuesen amigos, además el objetivo de estas vacaciones era no tener que pasear de las manos de mis padres todo el tiempo.

Después de meditar como hacer para volver a hablar con él, ya que era difícil que el balón volviese a ayudarme, decidí ponerme en pie e ir hacia donde se había marchado, en tal caso le preguntaría si necesitaban a algún jugador más, ya que el deporte siempre se me dio bastante bien. Pensé en ello casi media hora, tanto que dudé encontrarlos jugando cuando mi cerebro y mi cuerpo se conectasen para moverme. Después de un gran respiro decidí recoger mis cosas y dirigirme a dicho lugar, intentando por todos los medios que mi timidez se quedase tumbada en la arena. Volví a tomar aire y me dirigí con paso firme hacia donde se había marchado Carlos. Cuando dejé atrás la cala donde me encontraba vi al grupo de chicos y chicas, sí, chicas con unos shorts que dejaban a la vista sus esculturales cuerpos. Se estaban divirtiendo mucho y yo procuré, como de costumbre pasar desapercibida.

- ¿Ya te marchas Estela? – sonó esa voz tan dulce - ¿Estela?

- ¡¿Sí?! – Dije espantada después de no funcionar mi intento de escabullirme.

- Decía que si ya te marchabas – repitió como si no le hubiera escuchado.

- Ah, si estoy un poco cansada de estar tumbada, voy a dar un paseo.

- ¿Quieres jugar con nosotros? – preguntó amablemente.

- Creo que no, me están esperando – ¿no iba a dejar nunca de decir lo contrario de lo que pensaba? – quizás otro día.

- Está bien, nos vemos otro día – su rostro seguía tan sonriente como antes.

- De acuerdo, nos vemos – dije de la forma más amable que pude sin dejar doblarse a mis rodillas.

Cuando llegué al hotel aún estaba refunfuñando enfadada conmigo misma por no haberme quedado.

- ¿Ya has llegado cariño?

- Sí mamá, ya estoy aquí.

- ¿No quedaba sol? – dijo mi padre sonriéndome.

- Me he venido porque estaba cansada, no porque no quiera salir sin vosotros, es más, mañana he quedado con unos amigos para jugar al voley – la cara de mi madre se quedó asombrada.

- ¿Amigos? ¿Por fin me estás haciendo caso? ¿Podemos conocerlos?

- ¡Oh, no! Mamá intento hacer amigos, no espantarlos.

- Está bien, está bien, pero espero que tengas cuidado.

- Sí mamá, además es idea tuya eso de tener un grupo de amigos con quien divertirme, ¿no?

- Sí, está bien, diviértete.

Supongo que mamá creía que yo tenía ese sexto sentido para la gente como el que decía tener ella.

Después de darme un baño para quitar la arena que había quedado en mi cuerpo, salimos todos a pasear por los pequeños puestos artesanales situados en una de las calles del pueblo. Poco después fuimos a comer algo a uno de los restaurantes cerca de la playa, desde él se podía ver parte de la playa ya que estaba situado justo al lado de la carretera que bajaba hasta ella.

Antes de entrar intenté buscar al grupo de mis supuestos amigos, pero no conseguí verlos, bueno supongo que también estarían cansados de estar al sol.

Entré en el restaurante con la cabeza todavía girada hacia la playa buscándolos, cuando giré para no tropezar con las sillas casi me da un infarto, no podía creerlo. Detrás de la barra se encontraba Carlos, llevaba una camisa de lino blanca y un delantal negro, aún estaba más hermoso que cuando lo vi en la playa, su rostro se volvió una gran sonrisa cuando nos vio entrar por la puerta.

- Vamos Este deja de sujetar la puerta y vamos a sentarnos – no me di cuenta que me había quedado inmóvil sujetando la puerta.

- Sí mamá – en ese momento sentí un gran calor que subía por todo mi cuerpo hasta situarse en mis mejillas, clavé la vista en mi madre siguiendo sus pasos para no volver la vista hacia la barra.

- Hola Estela, ¿qué tal? ¿ya has descansado? - ¡Oh no! No podía ser otra vez esa voz, volvió otra ola de calor a mis mejillas, parecía que iban a arder de un momento a otro.

- Hola Carlos, si ya he descansado, ¿tú que tal?

- Bien, bien. Trabajando – comenzó a sonreír de nuevo.

- ¿Él es uno de tus nuevos amigos? – dijo mi madre sonriendo y dándome un pequeño codazo en la espalda, mientras lo miraba. Me quedé inmóvil sin poder responder.

- Supongo que sí, ¿qué tal? Soy Carlos - ¡Tierra trágame! No puedo creerlo, ¿no hay ningún otro sitio donde sirvieran comida?, ¿qué iba a pensar de mí?

- Ah, hola Carlos, nosotros somos la familia de Estela. Jorge, Daniel y Alba – dijo señalando a cada uno de los presentes – Bueno ¿nos servirás tú?

- Por supuesto, pueden sentarse en esta mesa – dijo señalando a una mesa al lado de la ventana y sin dejar de sonreír.

Tomó nota de todo lo que queríamos, aunque a mi se me había cerrado por completo el estómago, y contestó a todas las preguntas de mamá con referencia a la comida. Se marchó a la barra sin dejar de sonreír.

No volví a decir una palabra en toda la comida aunque mi madre no paraba de mirarme con esa sonrisita suspicaz en sus labios, cuando yo la miraba ella volvía su mirada a la barra.

- Ya vale mamá, se va a dar cuenta.

- ¡¿Qué?! Yo no estoy haciendo nada – como si no se hubiera dado cuenta todo el bar – bueno parece buen chico, aunque un poco mayor, ¿no?

- Es un poco mayor que yo – dije como si supiese la edad que tenía – además no importa la edad mientras tenga amigos, ¿no?

- Estela te estás portando como una niñita de cinco años – dijo mi padre a favor de mi madre – solo nos preocupa con quien vas, nada más.

- Está bien, pero dejar de agobiarme con el tema, además no creo que quedemos más – después de hoy dudo que quiera volver a verme, además no sé si podré mantener la compostura delante de él.

- ¿Por qué? ¿No te gustan tus nuevos amigos?

- No es eso mamá, pero no sé.

En ese momento apareció Carlos para ver si necesitábamos algo más. Yo agaché la mirada para no encontrarme con la suya.

- ¿Cómo va todo? ¿Necesitáis alguna cosa más?

- No gracias, la cuenta cuando puedas – contestó mi padre.

- ¿Dónde vais a salir esta noche? – Dijo mi madre como quien no quiere la cosa antes de que se marchara. No podía creerlo, de ésta no saldría.

- Pues teníamos pensado ir a la playa con unos amigos – él me miró un poco desconcertado, pero al final se dirigió a mí - También vienes tú, ¿no?

- Sí claro – contestó mi madre antes de poder abrir la boca – sin problema pero cuida de ella.

- No se preocupe la acompañaré hasta donde se alojen. Yo salgo de trabajar a las ocho, ¿te viene bien que te recoja a las ocho y media?

- No – contesté antes de que mi madre siguiera contestando por mi, su cara cambió por completo y continué – yo me paso por aquí.

- De acuerdo, como quieras.

Se dio la vuelta hacia la barra y volvió con la cuenta, sonriendo cada vez que nuestras miradas se encontraban, se despidió con un “nos vemos luego”, yo asentí sin poder pronunciar palabra.

Nos levantamos y marchamos al hotel, no puede evitar dirigir mi última mirada a la barra, él estaba observándonos y me saludó con la mano, yo correspondí su gesto con otra elevación de la mano, y como no con el rosado de mis mejillas.

Mi madre no paró de cuchichear con mi padre, él no estaba muy de acuerdo con mi salida nocturna, pero mi madre como siempre logró convencerlo. Lo que ninguno de los dos sabían es que en poco tiempo estaría de vuelta, en cuanto consiguiese explicarle lo ocurrido a Carlos, intentando quedar lo menos estúpida posible.

En cuanto llegamos al hotel mi madre comenzó a dormir a Dani, sin siesta no había quien lo aguantara. Mientras lo dormía también a mi comenzaron a pesarme los párpados, decidí que lo mejor antes de enfrentarme a la situación en la que mamá me había metido, era dormir un poco.

A las seis, mamá comenzó a merodear por mi habitación haciendo ruiditos extraños con su garganta, supongo que impaciente por saber si iba a acudir a la cita o no, por supuesto al final decidí que no iba a ir.

- Cariño, ¿quieres que veamos tu ropa? – su voz sonaba inocente pero yo sabía por donde iba el tema.

- ¿Para qué? Ya la coloqué cuando llegamos y está bien.

- ¡Ya sé que está bien!, es para ver que te pones, has quedado a las ocho y media, ¿no?

- En realidad no mamá, la verdad es que creo que has quedado tú.

- No seas tonta, a él también le ha parecido buena idea y después de lo que me costó convencer a papá no vas a desperdiciar la noche. ¡Vamos! – esto iba a resultar más duro de lo que pensaba.

- Bueno mamá, iré pero no volveré tarde. Además me pondré cualquier cosa, no voy a tardar.

- ¡¿Cualquier cosa?! No puedo creerlo – me conocía mejor que nadie y se percató que mi intención era no acudir a la cita - Bueno tú sabrás, pero si no vas – hizo una pequeña pausa - puede que mañana le diga a papá que la comida de ese restaurante me gustó bastante.

- ¿No serás capaz? – esto era juego sucio.

- ¡Oh, sí! Sabes que lo haré.

- ¡Mamá! Ya vale.

- Solo quiero que te diviertas, ya sabes, salir con gente de tu edad.

- Está bien, tú ganas, pero no volveremos a ese restaurante.

- Bueno sal y diviértete, la verdad es que me ha gustado mucho la comida – cuando quería interpretaba a la perfección el papel de bruja malvada.

A los ocho decidí salir del hotel, más que nada por deshacerme de mi madre, no había decidido aún que hacer porque la verdad, no me parecía correcto ir a la cita, no después de lo que había hecho mi madre, casi obligó a Carlos a invitarme a salir.

- Definitivamente no voy – vacilé en la puerta del hotel. Daría una vuelta por las calles y volvería al hotel, así mamá no dudaría.

De pronto unas manos sujetaron mi cintura.

- ¡Qué, pensando en darme calabazas! Te he pillado – Dios mío era Carlos.

- ¡Oh! Lo cierto es que estaba dudando, después de la encerrona de mi madre no sabía si estarías allí.

- ¿Qué encerrona? Tu madre fue encantadora, además me echó un cable para invitarte a salir - ¿encantadora? ¿Pero dónde estuvo cuando mi madre hablaba? ¿Había dicho que quería invitarme a salir? – Iba camino del bar, al final terminé antes y fui a cambiarme.

- Bueno aún puedes echarte atrás – mi voz sonó muy tímidamente pero no quería que se sintiese obligado a salir conmigo.

- Deja que me lo piense por el camino – dijo con una amplia sonrisa en sus labios.

- Bueno pues vamos, avísame cuando lo hayas decidido, ¿dónde habéis quedado?

- Abajo en la playa – me miró y pronto descubrí que el vestidito que mi madre me había convencido para ponerme no era el más apropiado.

- No voy de lo más adecuado, ¿verdad?

- No, estás perfecta - ¿perfecta? ¿hablaba de mi?- Bueno, ¿bajamos?

- Sí, claro.

Sin duda esa noche fue de lo más divertida, estuvimos con sus amigos y amigas, todos eran muy agradables y encajamos a la perfección, además no se separó de mi lado ni un solo momento. Hicieron una hoguera pequeñita y todos nos sentamos alrededor de ella. No me costó nada hablar con Carlos, las conversaciones eran de lo más fluidas, parecía que mi timidez nunca había existido. Me sentía muy cómoda a su lado, aunque la verdad alguna que otra vez hizo ruborizarme con sus halagos, además no conseguía entender nada, cómo un ser tan perfecto me halagaba a mí, tan insignificante.

Casi llegada la media noche Carlos me recordó que tenía que llevarme pronto al hotel, el tiempo pasó volando. Nos incorporamos y comenzamos la vuelta, el camino fue algo más silencioso, poco antes de llegar a la puerta del hotel me preguntó si quería salir al día siguiente, y cómo no, acepté.

Después de aquella noche, nada volvería a ser igual. La soledad se iba retirando en el fondo de mi corazón para dar paso a otros sentimientos como la amistad, la confianza, complicidad, admiración, ¿amor?

Las mañanas se hacían eternas hasta llegar las tardes, en las que Carlos me esperaba apoyado en la pared del hotel, siempre me recibía con una de sus mejores sonrisas que siempre alteraba mi corazón. Después de una semana terminamos pasando solos la mayor parte del tiempo, nuestros encuentros eran de lo más tranquilos, dejando las fiestas para nuestros amigos.

Las tardes tranquilas nos servían para compartir la mayor parte de la historia de nuestras vidas, aunque de la mía había poco que contar. Carlos era algo mayor que yo, para ser exactos diez años mayor, pero su madurez se había forjado a base de malas pasadas de la vida. Desde su infancia la vida le empezó a tratar mal, a los cinco años un grave accidente de tráfico acabó con su familia. Él fue el único superviviente. Me contó que a veces se sentaba en su cama y pasaba horas y horas intentando recuperar recuerdos que se iban disipando con el paso del tiempo, se negaba a perder los pocos recuerdos que le quedan de su familia. Después de esto se fue a vivir con su abuela, el único pariente que le quedaba de su pequeña familia, sus demás abuelos fallecieron antes de nacer él y no tenía más familia. Vivió con ella hasta los dieciséis años, entonces ella enfermó y esta enfermedad pudo con su vida.

Carlos me contó que con diecisiete años se vio obligado a dejar sus estudios y ponerse a trabajar, a independizarse económicamente ya que se negaba por completo a vivir en ningún lugar que no fuese el piso que le dejó su abuela, en él estaba parte de su vida, de sus recuerdos. Desde entonces vive en Madrid trabajando en la construcción.

En Zambujeira aprovecha el mes de vacaciones que le dan en la empresa de construcción para trabajar en el restaurante. Hace años conoció a Bartolomeu, Filipe, Isaura y Valeria, se hicieron grandes amigos. Estos cuatro trabajaban en el restaurante donde le consiguieron un puesto con el fin de pasar más tiempo juntos.

La historia de su vida nos mantuvo ocupados toda la semana, ya que no me cansaba de escucharle, además ¿qué podía contar yo de mi vida? Mi vida era de lo más monótona, casa, colegio y familia. No había nada más pero aún así insistió hasta que le conté mi vida en Carennac, le conté la historia de mis padres y el porqué salieron de España, mis padres no pasaron una buena infancia que se diga, y decidieron olvidar en cierto modo sus raíces, aunque en nuestras conversaciones siempre terminaban diciendo que deseaban pasar sus últimos años en su país, donde comenzó todo. También le expliqué como era nuestra casa y el pueblo, se mostró de lo más interesado en los deportes que se practicaban en los bosques y el río Dordoña. Aún explicándole todo con detalle, mi historia no ocupó más de dos tardes, aunque él siempre me preguntaba sobre mi vida cuando contaba algo de la suya.

- Tus amigos se van a enfadar conmigo – sonreí.

- ¿Por qué deberían hacer eso? – respondió algo confuso.

- Te he acaparado toda la tarde y parte de la noche – dije tímidamente.

- Bueno, eso podrían pensar también de mi, aunque yo tengo mis motivos para acapararte toda la tarde y parte de la noche – su sonrisa se fue ampliando hasta dejar al descubierto esos perfectos dientes blancos – así eres solo para mí.

- Ah – fue todo lo que conseguí articular, después empecé a notar un calor intenso que se alojaba en mis mejillas, en ese momento sus risas fueron en aumento.

- No te vas a acostumbrar nunca, ¿no? – en ese momento mi timidez paso a mal humor, esta costumbre de halagarme era solo para ver como me moría de vergüenza, ¿no?

- Pues deberías dejar de hacerlo si sabes que no me voy a acostumbrar – dije poniéndole mala cara, aunque él seguía sonriendo.

- Cuando quieras que deje de hacerlo pídelo y podremos llegar a un acuerdo – su sonrisa se volvió más leve y clavó sus ojos en los míos, algo me decía que no iba a ser tan fácil.

- ¿Acuerdo? ¿qué acuerdo? – pregunté desconfiada.

- Tú pídelo – repitió.

- Déjame que lo piense, no me fío mucho de esos acuerdos tuyos.

Sus risas llegaron a claras carcajadas, mi ceño comenzó a fruncirse hasta salir arruguitas en mi frente.

- ¡Ya vale! – le dije soltando un pequeño codazo en sus costillas.

- ¡Ay! ¡Ay! – se dobló sujetando su costado, con gesto dolorido.

- ¿Estás bien? ¿te he hecho daño? – pensé que no le había dado fuerte.

- Estás encantadora cuando te preocupas por mí – se enderezó rápidamente y volvió a sonreír.

- Déjalo ya – le respondí dando un golpecito en su brazo.

- De acuerdo – su respuesta me sorprendió tanto que mi boca quedó abierta más de dos centímetros – Pero …

- Está claro que no lo vas a dejar así como así, ¿verdad?

- Solo es una pequeña condición.

- Una condición – mi voz sonó a resignación.

- Además no te debes preocupar, si no la aceptas siempre te queda la opción de seguir aguantándome – en este momento sujetó mi mentón elevándolo hasta que sus ojos atraparon a los míos en una intensa mirada.

- Dilo ya – intentaba que sonara algo borde pero los nervios y la inmovilización a la que esos ojos me habían sometido no me dejaron.

- Más que decir es hacer – sus ojos miraron mis labios y se volvieron a clavar en mis ojos, se fue inclinando hasta que sus labios se quedaron a escasos centímetros de mis labios, en ese momento paró bruscamente – pero eso es algo que debes hacer tú, no yo – en ese momento se retiró dejando temblando todo mi cuerpo.

No pude evitarlo, mi cabeza cayó evitando su mirada, él no habló pero noté cierta preocupación por mi reacción.

- ¿Qué te ocurre? – su voz se había apagado y su sonrisa desapareció – Lo siento, quizás me esté sobrepasando, olvídalo.

- No, no te disculpes. Es que me ha sorprendido – y tanto que me había sorprendido, comencé a sonreír y como no a ruborizarme, su rostro cambió y volvió a relajarse.

- Ya pensaba que era yo el único que se estaba enamorando – dijo mientras acariciaba mis mejillas a punto de estallar por el calor.

- No seas tonto.

- ¿Cómo que no sea tonto? Explícate ¿Como he de tomarme esa respuesta?

- Como tú quieras – mi tono fue vacilante, en realidad solo intentaba que abandonase el tema, a mi me gustaba mucho y me sentía muy bien con él, pero no sabía que era enamorarse, no sabía si podía ser eso.

- Bueno en tal caso, lo tomaré como que soy tonto por pensar que tú no te estás enamorando – miró hacia un lado con una sonrisa muy pícara.

- Está bien, me parece correcta tu deducción - ¿qué podía decir? Acertó a la primera, yo sentía algo por él, aunque no podía definirlo, me sentía muy bien a su lado y más de una vez pensé en cómo sería besarlo.

Sonrió y me tomó de la mano, comenzamos a caminar hacia el hotel, era tarde y debía volver. Cada vez que nuestras miradas se encontraban el calor volvía a subir a mis mejillas.

- Está comenzando a refrescar, hace algo de frío, ¿no crees? - ¿frío? Yo estaba a punto de arder, ¿cómo podía tener frío?

- Un poco – no estaba en situación de sentir frío, pero si él lo decía sería por algo.

Soltó mi mano y deslizó la suya a través de mi cintura hasta lograr rodearla con su brazo, entonces me sujetó fuerte contra él. ¿Cómo iba a tener frío así?

Poco a poco me sentí mucho más cómoda entre sus brazos y el calor de mis mejillas comenzó a disiparse.

- Bueno pues ya estamos aquí – la resignación en su voz me dio a entender que el camino también se hizo corto para él.

- Sí, ya hemos llegado.

- Mañana hemos quedado en la playa, nos quedaremos allí hasta el amanecer, ¿vendrás?

- Sí, aunque no creo que me quede hasta el amanecer, no creo que pueda – mi padre no me dejaría que pasase la noche por ahí, eso estaba muy claro.

- No importa, si quieres puedo pasar a recogerte cuando vaya a amanecer.

- ¿Qué tiene de especial esta noche? ¿Por qué os quedáis hasta el amanecer en la playa?

- Es el amanecer de Sirius – se dio cuenta de la cara de duda que puse y comenzó la explicación – La primera noche que conocí a mis amigos nos quedamos toda la noche de fiesta en la playa, ese día no lo entendí muy bien pero ellos me explicaron el significado de este amanecer. No se si sabes que Sirius es la estrella más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra – mi rostro sorprendido siguió la historia con curiosidad, nunca había oído hablar de dicha estrella – en realidad, son dos estrellas que viajan juntas. La historia cuentan que la estrella mayor es Orión un cazador y la pequeña su perro, cuando Orión ascendió al cielo su perro lo siguió porque no podía estar sin él, es la relación de cariño y amistad lo que hizo al perro ascender con él. Bueno pues según mis amigos, como el día 26 de julio la estrella Sirius amanece junto al Sol, es el día más propicio para encontrar a la pareja con la que compartirás toda tu vida.

- ¿Y por qué han llegado a esa conclusión?

- Pues porque si al cariño de dos seres, le unes la amistad y el calor que proporciona el sol, es una combinación muy propicia para que una relación sea duradera.

- No había escuchado nunca hablar de Sirius, pero me parece muy interesante esa teoría – lo cierto es que era muy interesante y me había sorprendido mucho la mezcla de sentimientos y su resultado.

- Yo creo que falla un poco – su voz sonó disconforme – conmigo no ha ocurrido.

- Bueno siempre hay una excepción que confirma la regla, ¿no?

- Pues debe de ser eso, porque yo te encontré a ti días antes de este amanecer.

Lo miré y él clavó sus ojos en los míos, tomé tímidamente su cintura y me acerqué a él muy lentamente, sin apartar mis ojos de los suyos. Noté como el calor subía a mis mejillas pero no me detuve, cuando estaba a pocos centímetros de sus labios mis ojos se cerraron y en ese momento noté la presión de sus labios contra los míos, el rodeó mi cintura presionándome contra su cuerpo. Todo mi cuerpo comenzó a temblar pero él me sujetó firmemente hasta que mi cuerpo se acopló perfectamente al suyo dejando de temblar.

Abrimos los ojos a la vez y el brillo de sus ojos me dejó sorprendida, me pregunté si los míos estarían igual, volvió a besarme con más intensidad y después sonrió.

- Creo que deberías subir – dijo mientras rozaba sus labios por mi cuello – sino no voy a poder dejar de besarte.

- No se si quiero subir – se apartó un poco de mi sonriendo, no me había dado cuenta pero mis brazos rodeaban su cuello con fuerza – creo que aún es temprano.

- ¿Temprano? Creo que tus padres me van a matar, prometí que llegarías pronto y mira que hora es – miré mi reloj y eran la una menos cuarto, puse cara de espanto – creo que nos vemos mañana, ¿no?

- Si mañana nos vemos, es muy tarde – bajé mis brazos y cuando me disponía a dar media vuelta me acarició la mejilla y la besó – si no paras no podré subir.

- Estás preciosa con el rosado de tus mejillas – no lo había notado pero estaban ardiendo – hasta mañana, mi estrella.

Sonreí y me dirigí a la puerta del hotel, no sin dedicar mi última mirada hacia él, que seguía apoyado en la pared.

Cuando subí a la habitación mamá se encontraba esperándome.

- Llegas tarde pequeña.

- Sí, me he entretenido un poco, lo siento.

- No te preocupes, papá ya se fue a dormir. Está preocupado por ti.

- ¿Por mí? ¿Por qué? – no lo entendía, yo estaba bien, más que bien, es más, estaba estupendamente.

- Cree que ese chico es muy mayor para ti y no se fía mucho de él, – yo era su niña y no se fiaría de ningún chico – yo creo que exagera un poco pero quiero que tengas cuidado.

- No te preocupes mamá, tendré cuidado pero Carlos es buen chico, en serio.

- Sabes que no me gusta interferir en tus relaciones pero por favor ten cuidado.

- ¿Tú también mamá? – mi madre no solía tener las mismas paranoias que papá – si quieres me paso todo el día en el hotel para que nadie me haga daño.

- Sabes que no es eso lo que quiero – su tono subió algo enfadado.

- Entonces ¿qué queréis mamá? – contesté con el mismo tono.

- Solo que tengas cuidado hija – su tono volvió a ser normal aunque algo entristecido – Nosotros siempre hemos estado ahí donde nos hayas necesitado pero no siempre será así, te haces mayor y todo cambia.

- ¿Qué quieres decir? – me estaba confundiendo, ¿qué quería decir? Ellos y yo estaríamos juntos, yo no pensaba alejarme de ellos – Mamá, yo no voy a hacer nada que me aleje de vosotros.

- Lo sé mi vida, lo sé – su voz seguía triste – solo quiero que te cuides mucho, soy tu madre, es normal ¿no?

- Sí mamá, prometo cuidarme – sonreí intentando suavizar la situación pero ella sonrió muy levemente - ¿He hecho algo mal?

- No, no cariño, es solo que estoy un poco cansada, hace días que no duermo bien y ya sabes lo mal que me sienta – sonrío y se levantó para abrazarme – Te queremos mucho, mucho, mucho. Lo sabes ¿verdad?

- Claro mamá, yo también os quiero mucho, pero dime ¿qué está pasando?

- Nada, de veras – sonó convincente aunque sus ojos mostraban una preocupación que no lograba ver – Descansa, mañana todo irá mejor, ahora duerme, te quiero hija.

- Yo también te quiero, mamá.

Me besó en la frente con otro gran abrazo y se marchó después de dar otro beso a Dani. No entendía la actitud de mamá, no lograba entender que es lo que le preocupaba.

La tristeza de sus ojos no me permitió dormir, los ojos de mamá siempre estaban rebosantes de felicidad, cualquier mañana triste a su lado se volvía de lo más dicharachera, pero hoy esa felicidad había desaparecido de sus ojos.

Esa noche me dio para pensar en varias opciones, por un lado estaba el hecho de que yo salía mucho ahora, pasaba toda la tarde y parte de la noche con Carlos, esto podía hacer que ella se entristeciera, ya que ella y yo manteníamos una relación muy estrecha, no nos hacia falta hablar para contarnos todo, puede que se sintiera así por el hecho de que estuviera dejándola un poco al lado por pasar más tiempo con Carlos. Por otro lado mamá tenía mucha intuición, era como un don para predecir el futuro cercano, su instinto suele avisarle cuando existe algún peligro. Al principio papá y yo nos reíamos de sus predicciones, hasta que un día la hicimos enfadar y comenzó a contarnos los sueños que tenía y las interpretaciones de ellos. Era sorprendente la facilidad que tenía para hacerlo y el significado de cada detalle del sueño. Después de varios aciertos mi padre y yo desistimos de las bromas y la comenzamos a tomar más en serio. Pero ¿qué había podido soñar? ¿Carlos me haría daño? ¿Lo pasaría mal cuando nos marchásemos a casa? ¿Qué era? Me estaba volviendo loca sin encontrar respuesta, pero entre pregunta y pregunta mis ojos comenzaron a cerrarse.

Abrí los ojos en la playa, estaba amaneciendo y la playa estaba completamente vacía, me incorporé muy asustada y comencé a gritar llamando a mamá, ella no respondía, corrí de un lado a otro buscando y buscando hasta que conseguí ver a mi familia, ellos me saludaban desde la otra punta de la playa, papá tenía a mamá abrazada y a Dani en sus brazos. Me miraban sonriendo, lo cual me tranquilizó, corrí a su lado pero mis pies se hundían en la arena de la playa y no lograba avanzar. Ellos se giraron y comenzaron a caminar. ¡No, no, esperad! Les grité sofocada. Mamá se giró, su voz sonó muy lejana pero conseguí escuchar como decía: ”Cuídate, te queremos mucho, mucho, mucho”. Me lanzó un beso que sentí sobre mi frente, llenando de un profundo vacío mi corazón, intentaba respirar pero la presión de mi pecho no me dejaba. Cuando intenté tocar mi pecho mis manos tropezaron con unos brazos que me presionaban, me giré rápidamente para ver quien me sujetaba. Era Carlos, él me retenía a su lado con un rostro de tristeza inmensa, no lo entendía, yo quería ir con mi familia pero él no me soltaba. De pronto me sonrió y dijo: “Yo estaré a tu lado”, la tristeza que sentía no me dejaba hablar y apoyé mi cabeza en su pecho. Cuando lo hice me di cuenta de su vestimenta, era un traje de chaqueta negro a juego con su negra corbata.

De repente un llanto repentino me despertó, era Dani, se despertó tan asustado como yo.

- Ya cariño, ya pasó – le dije cariñosamente cogiéndole entre mis brazos – solo ha sido un mal sueño, ya pasó.

- Y tú ¿por qué lloras? – dijo con su vocecita mientras limpiaba mis lágrimas.

- También un mal sueño – lo acurruqué entre mi pecho y volvimos a dormirnos.

A las siete sonó mi móvil, era Carlos, no recordaba que habíamos quedado pero le conté que no había dormido bien y que no iba a bajar. Él lo entendió y quedamos por la noche sobre las nueve, ya que me apetecía pasar el día con la familia.

- ¿Qué ha pasado aquí? – las risas de mis padres lograron despertarnos y sentí un gran alivio, solo un mal sueño - ¡Vamos arriba!

- Ya vamos – contestó el pequeñuelo mientras se ponía de pie en la cama, a mi me costaba algo más despertar – Vamos Este despierta.

- Ya voy – contesté dando media vuelta.

- Vamos a despertarla – se oyó a mi padre dar saltitos hasta llegar a mi cama, los dos se echaron sobre mi haciéndome cosquillas, y al poco se unió mi madre – vamos arriba.

- ¡Ya, ya vale! – dije entre risotadas - ¡Ya me levanto! Pero ¡parad! – ellos seguían riéndose pero sin parar, intenté quitármelos de encima y terminamos todos en el suelo de la habitación riéndonos – Os quiero mucho a los tres pero tenéis que reconocer que sois algo pesados, ¿eh?

Ellos siguieron riéndose y nos unimos en un gran abrazo. El miedo de la noche dio paso a una gran tranquilidad, estábamos juntos y tan felices como siempre. Todo se quedó en un mal sueño y no iba a dejar que esto me preocupase más.

Me levanté como pude y me fui al baño para arreglarme, debíamos bajar a desayunar o cerrarían el comedor. Mamá entro detrás de mí con Dani para arreglarlo también.

- Buenos días cariño – dijo mamá con voz dulce - ¿qué tal has dormido?

- Bien mamá.

- ¿Cómo que estabais juntos? ¿te ha dado mala noche este enanito? - dijo revolviendo el pelo de Dani.

- No mamá – dijo el pequeño – Este lloraba y yo fui a cuidarla.

- ¿Estás bien cariño? – dijo mamá preocupada.

- Sí mamá, solo fue un mal sueño – la cara de mamá cambió, siempre solía preguntarme por mis sueños pero esta vez lo dejó pasar – No es nada, además es solo un sueño.

- Sí, solo un sueño.

Su respuesta me extrañó, ella siempre decía que los sueños eran de suma importancia, pero supongo que entendió que para mí no era así y por ello no quiso darle más vueltas.