Capítulo 3. Resurrección

 

Hoy es tres de Agosto, es el día de mi llegada a Leganés, el día de mi llegada a mi nuevo hogar, al hogar de Carlos.

Todo era nuevo para mí, el lugar, el piso, la gente, todo.

Una vida conjunta con alguien que acababa de conocer era un gran reto, pero era la única salida, la forma de salir de las profundidades, él era mi apoyo y lo único que me quedaba.

El viaje desde Huesca a Leganés se hizo algo más corto de lo que esperaba, estuve todo el rato intentando imaginarme el piso de Carlos, intentando ocupar mi mente para no pensar, para no llorar.

Llegamos sobre las cuatro y diez, paramos poco en el viaje para llegar pronto, ya que en el mes de Agosto, el calor era insoportable. Cruzamos varias calles, observé todo lo que íbamos dejando atrás, comercios, colegios, edificios, intentando averiguar cuál de todos ellos iba a ser mi hogar, dónde iba a vivir con Carlos y dónde iba a intentar ser feliz.

El coche frenó lentamente y giramos a la izquierda, comenzando así a ver un conjunto de árboles con sus hojas aún amarillentas debido al calor, rodeado de arbustos que casi tapaban los bancos de madera situados a las sombras de dichos árboles.

- Este es el parque del que te hablé, ya estamos cerca de casa.

- Es precioso, ¿sueles venir aquí?

- La verdad es que no mucho pero si te apetece podemos pasear por él cuando baje el calor.

- Está bien, me vendrá bien conocer un poco todo esto.

- Bueno ya casi hemos llegado.

Giró de nuevo a la izquierda, dando a una calle situada entre dos edificios de color blanco y gris, su aspecto era bueno aunque algo antiguo.

- Bueno, ya estamos aquí – su voz sonó relajada, feliz de llegar a casa – ¿dispuesta a conocer tu nuevo hogar?

- Lo cierto es que estoy algo nerviosa, no sé, todo esto está yendo muy deprisa. Es un cambio muy grande y no sé si va a salir bien.

- Todo va ir bien, Estela, confía en mí.

- Si no es por ti, soy yo la que falla en esta historia, soy yo la que te está complicando todo, soy yo la que tiene dudas.

- ¿Te arrepientes de venir conmigo?

Sus palabras me dejaron helada, no sabía qué contestar, no sabía por qué me decía eso.

- ¿Te arrepientes de estar aquí, conmigo? ¿No confías en mí?

- Estoy muy confundida, no sé como debo actuar, no sé que debo decir, todo es nuevo para mí, jamás había estado sin mis padres, jamás había estado sola – estas últimas palabras quemaron mi interior y las lágrimas volvieron a mis ojos – Perdóname, perdón por todo esto, siento haberte complicado así la vida.

- Tú no me has complicado nada – tomó mi rostro con sus dos manos – mírame Estela, esta ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida, estoy seguro de que todo va a ir bien, estoy convencido. Solo quiero que seas feliz y que te des una nueva oportunidad para continuar – su rostro triste y desolado volvió a mirarme –. Mira, yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que seas feliz, voy a cuidar de ti para que no te falte de nada. En el momento que no quieras estar a mi lado yo te dejaré marchar, pero antes déjame que lo intente, déjame cuidarte. No sé que es, pero siento algo muy fuerte por ti y jamás me perdonaría que te ocurriese algo.

- Yo no sé si puedo darte lo que tu quieres, no sé si estoy preparada.

- Yo solo quiero que me dejes estar a tu lado, que me dejes cuidarte, no quiero nada más.

- Prométeme algo.

- Lo que sea.

- En el momento que te canses de mí, en el momento que suponga un estorbo para ti, dímelo por favor.

- Pero ¿qué dices?

- Promételo.

- Está bien, te lo prometo, aunque jamás me cansaré de ti – besó mi frente con dulzura, limpió mis lágrimas y me sonrió – Bueno ahora sí, vamos a subir, ¿de acuerdo?

Asentí y respiré hondo, aquí comenzaba mi nueva vida, aquí volvería a renacer intentando guardar mi pasado en lo más profundo de mi corazón para que no doliese tanto.

Subimos por las escaleras hasta la segunda planta, ya que el edificio no tenía ascensor. Carlos cargó con casi todo el equipaje, aún así tuvimos que volver a bajar a por lo que quedaba en el coche. Cuando todas las maletas estaban en la puerta, Carlos tomó las llaves de su bolsillo y abrió. Yo estaba muy nerviosa, no sabía cómo iban a ir las cosas, me daba miedo empezar de nuevo, pánico a quedarme sola. Abrió la puerta y el olor a hogar que desprendía me hizo sonreír, me hizo pensar que todo podría ir bien, me dio esperanza.

Giré mi cara para mirar a Carlos y su rostro estaba iluminado y sonriente, hasta ese momento no me había dado cuenta que estaba mirándome esperando mi respuesta. Después de nuestra conversación se había quedado bastante preocupado pero ahora en su rostro no existía ninguna preocupación.

- Me alegra mucho ver de nuevo tu sonrisa, ya la echaba de menos. Entra, estás en tu casa.

- Gracias – entré tímidamente y observando cada detalle – Es preciosa, no me la imaginaba así.

- ¿Cómo te la imaginabas?

- No sé, algo más antigua.

- Ja, ja, ja. Digamos que me gusta más lo juvenil que lo antiguo.

- No te rías de mí – dije avergonzada – como me dijiste que el piso era de tu abuela pues me lo imaginaba más viejo.

- Bueno poco a poco lo he ido reformando.

- Pues te ha quedado muy bien.

- Bueno entremos y te lo enseño.

- Vamos.

Entramos en mi nuevo hogar, Carlos me enseñó cada rincón del piso, todo estaba a juego, colorido y con mucha luminosidad, era pequeñito solo dos habitaciones, un baño y una cocina pequeñita pero muy bien amueblada. Todo era precioso y muy acogedor, todo parecía perfecto y en ello tenía mucho que ver Carlos, estando él a mi lado todo parecía mejor, me hacía sentir segura y más tranquila.

Me enseñó su habitación, sus muebles eran de madera en color nogal, estaba decorada con varios cuadros, a los pies de la cama había una cómoda donde se encontraban varias fotos, las observé unos segundos porque no quería incomodar a Carlos.

- Son de mi familia – dijo con la voz entrecortada – éstos son mis padres y mi hermano pequeño, ésta es de mi abuela y bueno por ahí también hay algunas de mis amigos.

- ¿Te gusta tenerlos cerca?

- Sí, hace años que pasó y aunque me ha costado mucho superarlo, aquí estoy. El tiempo va curando las heridas, nunca te olvidas de lo que pasó y siempre te duele recordar, pero acabas acostumbrándote a ese dolor.

- ¿Crees que algún día podré acostumbrarme al dolor? ¿Crees que podré superarlo?

- Estoy seguro de que sí, yo te ayudaré a superar todo.

Después de enseñarme toda la casa me preguntó dónde quería quedarme, le contesté sinceramente, aunque no quería estar sola la realidad es que estaría más cómoda en la otra habitación. Ya era demasiado el entrar así en su vida, como para también ocupar su espacio.

Carlos entró mis maletas en la otra habitación y preparó algo para comer, después colocamos todas mis cosas en mi nueva habitación.

- Poco a poco iremos comprando cosas para decorar la habitación a tu gusto, quiero que te sientas bien en ella.

- No te preocupes, está perfecta, no le falta ningún detalle.

- Bueno, yo diría que faltan cosillas pero ya las iremos viendo, por hoy está bien. Vamos a tener que bajar a comprar algo de comida porque las reservas andan bajas.

- Está bien.

Accedí a ir a comprar aunque en realidad estaba deseando echarme a dormir, la pastilla de anoche me había tenido todo el día medio grogui y después de colocar todo me sentía muy cansada pero no me apetecía quedarme sola.

Fuimos a un centro comercial que se encontraba a las afueras de la cuidad, Carlos se encargó de comprar todo, aunque me preguntaba por mis gustos culinarios y sobre las cosas que necesitaba. Decía que como no estaba acostumbrado a vivir con chicas no sabía que necesitaban. Yo seguía medio adormecida y contesté con algo de indiferencia.

- No te apetece estar aquí, ¿verdad?

- No es eso, es que la pastilla me tiene un poco grogui, perdona.

- No te preocupes, tardamos poco.

- De acuerdo.

- Hombre Carlos, ya estás por aquí – ambos nos giramos al escuchar esa voz – ya pensé que no volvías.

- Hola Francisco, si ya hemos vuelto – me quedé parada detrás de Carlos mientras él se adelantaba a saludarlo – Por fin estamos en casa.

- ¿Ella es Estela? - ¿Cómo sabía mi nombre? Seguro que Carlos le había contado todo, no supe como reaccionar pero él se acercó – Encantado Estela soy Francisco.

- Igualmente.

- Bueno, ¿te gusta la ciudad?

- No le he podido enseñar mucho, hemos llegado a mediodía – respondió Carlos por mí – en estos días se la enseñaré más tranquilamente, además va a tener tiempo de conocerla bien.

- Bueno pues no os entretengo más, encantado de haberte conocido, espero que todo vaya bien. A ti Carlos te veo el lunes en el trabajo, adiós.

- Vale, gracias.

¿El lunes en el trabajo? ¿Qué día era hoy? Desde el día trágico no me había vuelto a preocupar ni de que día era, solamente dejaba que pasasen lo más rápido posible. Pero ahora había sentido una gran angustia, Carlos no se había separado de mí y no sabía en cuantos días me dejaría para ir a trabajar. Preocupada pregunté qué día era, Carlos contestó que viernes y lo cierto es que mi mundo se vino abajo, en solo dos días estaría sola, sola en una nueva casa y en una nueva ciudad. De camino a casa estuve en silencio, pensando en la situación que me esperaba, pensando como iba a poder sobrevivir a la soledad.

Cuando llegamos a casa me tumbé en el sofá mientras Carlos colocaba toda la compra, estaba muy cansada y necesitaba dormir algo. Cerré mis ojos e intenté dejarme llevar por el cansancio, pero fue inútil, no pude dormir.

- ¿No puedes dormir? – dijo Carlos mientras se sentaba a mi lado - ¿qué te preocupa? ¿es por lo de mi trabajo? Te has quedado muy seria desde entonces. No te preocupes voy a pedir algún tiempo de baja para poder estar contigo.

- No, no, no es por eso. No quiero que pidas bajas, ya me las arreglo yo, tú no te preocupes sigue con tu vida, por favor. No quiero que tengas que cambiar nada por mí.

- ¿Estás segura?

- Por supuesto, ya está cambiando demasiado tu vida como para que la cambies más.

- No me importa cambiar mi vida por ti.

- Pero a mí si me importa que lo hagas, además yo voy a estar bien, en serio.

- Está bien, lo haremos a tu manera.

Mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados pero intentaría por todos los medios que a Carlos le cambiase lo mínimo. Ya había cambiado demasiado desde que tomó la decisión de ser mi tutor legal. Respiré varias veces hondo, necesitaba tomar aire para coger las fuerzas suficientes para comenzar a planear y tomar decisiones sobre mi futuro más cercano, para comenzar a saber que iba a hacer con mi vida.

Carlos quería que fuésemos a ver algún instituto para comenzar las clases de nuevo, yo no estaba muy convencida, tenía algunos ahorros de mis padres pero debería trabajar para poder mantenerme, no quería que Carlos me costease todos mis gastos. Él no quiso hablar mucho del tema del trabajo, se negaba a dejarme trabajar con dieciséis años y sin su consentimiento no podía hacerlo. Al final tuve que darme por vencida aunque el trato conllevaba alguna cláusula en la cual yo me haría cargo de las tareas del hogar, sería una forma de sentirme útil.

En esta primera semana visitamos a mi nueva psicóloga, seguía necesitando tratamiento psicológico para pasar el trance de la pérdida de mi familia, Carlos pidió el día libre para acompañarme no quería dejarme sola los primeros días de tratamiento. Esto iba a seguir siendo muy complicado, más pastillas, más horas recordando todo y más complicaciones para Carlos. María, mi nueva psicóloga, era muy agradable, me daba buena impresión.

Por otro lado estuvimos viendo algún que otro instituto, la mayoría cerrados por vacaciones, yo quería ir al más cercano de casa, mis estudios se convalidaban por el mismo curso que estaba realizando en Francia, aún así tenía que realizar algunas pruebas en septiembre antes de comenzar el curso. Esta misma semana buscamos escritorio, libros y accesorios para comenzar a estudiar todas las materias que este instituto había impartido.

Todo estaba resultando bastante bien, aunque me llevaba todo el día ir solucionando problemas. Esto me mantenía lo suficientemente ocupada para no dejar que mi cabeza pensase mucho pero al llegar la noche todo cambiaba, todo volvía a la oscuridad. Las noches se hacían eternas, no conseguí pasar ninguna noche entera en mi cama, terminaba despertándome asustada y llorando. Después de despertarme le pedía a Carlos que me dejase dormir con él, él me abrazaba y todo se pasaba.

Pasé el verano estudiando para pasar las pruebas del instituto, no lograba concentrarme lo suficiente ya que las pastillas que tomaba me tenían un poco atolondrada, además al dormir mal me pasaba todo el día cansada pero no quería defraudar a Carlos, él estaba entusiasmado con la idea de que yo terminase mis estudios. Lo cierto es que le hacía más ilusión que a mí, yo prefería trabajar para echar una mano con los gastos de casa, pero Carlos no quería oír hablar del tema.

Los meses de verano fueron complicados y pasaron lentamente, pero la tormenta se iba calmando, María me estaba ayudando mucho y todo iba siendo más sencillo para mí. A veces ella me recordaba a mi madre, las dos eran igual de positivas, veían el mundo con ojos diferentes, todo tenía un porqué y había que ver el lado bueno de las cosas. Lo cierto es que comencé a ser más fuerte, el dolor seguía en mi corazón pero se alojaba al fondo, logré colocar una foto de mi familia en mi mesilla de noche, logré besarles cada noche sin tener un ataque de ansiedad, logré dormir en mi cama algunas noches, logré comenzar a vivir.

Carlos seguía a mi lado, solía llegar a casa sobre las tres de la tarde y pasábamos juntos el resto de la tarde. Solíamos ver películas, salir a pasear y algún que otro día quedábamos con sus amigos. Ellos no se tomaron mal que Carlos se hiciera cargo de mí, al principio se sorprendieron mucho pero era normal, después de algún tiempo me consideraban como una amiga y también me ayudaron mucho. Ana y Julia me acompañaron a comprar y muchas veces me ayudaban en casa, también con alguna duda que me surgían con los estudios, ellas estaban en la facultad terminando sus carreras.

La llegada de Octubre significaba la llegada de las clases y de ver a Carlos solamente por las noches, su trabajo comenzaba a ser también por las tardes. Lo cierto es que todo comenzaba a rodar solo, ya todo iba siendo más sencillo y aunque jamás olvidaría a mi familia y el dolor nunca desaparecería del todo, me iba acostumbrando a seguir adelante.

El primer día de instituto no fue muy distinto a los inicios en Carennac, la gente me miraba por ser la nueva pero yo seguía igual de tímida. Los profesores estaban muy pendientes de mí, sería por la novedad pero el caso era que me explicaban todas las cosas varias veces como si no lo entendiese bien, esto me hizo ganarme más de un enemigo en clase por ser la “pelota de la clase”.

Quedaba en los descansos y algunas tardes para hacer los ejercicios o estudiar con unos amigos. Lo cierto es que más que amigos eran compañeros de clase, no existía confianza como para que les contase nada de mí pero al menos estaba acompañada.

Los meses iban pasando y me iba acostumbrando, como me anticipó Carlos, a vivir sin mi familia, el dolor de mi pecho seguía ahí pero mi vida seguía su curso, los extrañaba mucho pero continuaba caminando.

Con la entrada del invierno la Navidad estaba a la vuelta de la esquina, los días lluviosos y el frío, hacían que me sintiese más susceptible y depresiva. Carlos pasaba cada Navidad con sus amigos, en su piso, preparaban la cena y montaban su fiesta. Él me había contado en numerosas ocasiones, mientras cenábamos, sus navidades pasadas, insinuándome que le apetecería celebrarlas así pero no me llegó a preguntármelo nunca directamente. Lo cierto es que después de la pérdida de mi familia no estaba para muchas fiestas, no tenía nada que celebrar, ellos no estaban y la Navidad para mí había desaparecido, no me apetecía celebrarla.

Los días pasaron rápidamente, estábamos a una semana de Navidad, cada vez era más frecuente este tema de conversación en la cena.

- ¿Cómo vamos a pasar las navidades? ¿Te apetece algo en especial? – Carlos me preguntó tímidamente, como temiendo mi respuesta.

- No sé, lo cierto es que estas navidades no me apetece nada en especial.

- ¿No te apetecería cenar con los amigos y eso?

- No sé Carlos.

- ¿Qué hacías antes? ¿Cómo celebrabas las navidades? – estas preguntas fueron el colmo, terminaron de colmar el vaso que se iba llenando cada vez que salía el tema.

- ¿Antes? ¿Crees que esto es como antes? Las navidades son fiestas familiares, y yo no tengo familia alguna, ¿crees que tengo algo que celebrar? – mi enfado lo pilló por sorpresa, su rostro se volvió pálido y no supo que decir – Mira no me apetece seguir con el tema, voy a dormir, estoy cansada y mañana tengo que madrugar.

Él dejó su tenedor en el plato y se retiró de la mesa, fue a su habitación y salió con el abrigo.

- ¿Dónde vas? – comencé a sentirme fatal por lo que había hecho, estaba culpando a Carlos por mi desgracia, cuando lo único que ha hecho es estar a mi lado.

- Vete a dormir, yo llegaré tarde – su voz sonó enfadada, continuó su camino sin mirarme.

- ¡Carlos! – dije en modo de súplica.

- Que descanses – contestó mientras cerraba la puerta.

No pude evitar caer al suelo llorando, era de lo peor, ¿cómo podía haber contestado así a Carlos? Me quedé sola en casa sin poder dormir, pensando en lo mal que me había comportado, no sabía cómo pedirle perdón por todo, él solo pensaba en mí y yo siempre tan egoísta. En estos meses él había estado todo el tiempo a mi lado, ayudándome, intentando que sonriese, haciéndome feliz y yo en cambio respondiendo con indiferencia, caminando de un lado a otro como una zombi. ¿Estaría cansado de mí? Lo cierto es que sería lo más normal, ¿quién podría aguantarme?

El reloj movía sus agujas lentamente, mientras mis lágrimas no paraban de caer por mis mejillas, tumbada en el sofá esperando a que Carlos volviese. Marqué varias veces su móvil pero sin obtener respuesta, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Llamé a varios de sus amigos y ninguno sabía nada, mi última opción era Julia, ella era muy buena amiga de Carlos y supuse que él podría haberla visitado.

- ¿Sí? – contestó Julia seriamente.

- Hola Julia soy Estela, ¿está por ahí Carlos? – me sentía avergonzada.

- Sí, Estela, está aquí pero no creo que pueda ponerse – su voz era firme, parecía algo enfadada.

- ¿Me puedes decir por qué no puede ponerse?

- Sí, es que se ha quedado dormido. Estaba cansado y no me parece bien despertarlo.

- Está bien, no pasa nada.

- De acuerdo Estela, hasta mañana.

No me dio tiempo a contestarle, colgó el teléfono sin esperar mi contestación, ella también parecía enfadada. Hasta este momento no me había dado cuenta de lo mal que lo estaba pasando Carlos a mi lado, no me había dado cuenta que había convertido su vida en una pesadilla, que estaba haciendo su vida tan desgraciada como la mía. Ahora todo estaba muy claro, él jamás me diría que estaba cansado de mí, jamás haría nada que me hiciese daño aunque esto conllevase el estar viviendo una vida desgraciada por mi culpa. Colgué el teléfono sin dejar que mis lágrimas volviesen a ahogarme, esto había llegado demasiado lejos y no era justo, no para Carlos.

Tomé mi abrigo y una mochila con las ideas muy claras, recogí lo imprescindible, solo para pasar unos días, solo hasta encontrar algún sitió donde empezar, algún sitio para estar sola, sola sin estropearle la vida a nadie, sola con mi desgracia. Me coloqué mi abrigo, y cerré la mochila antes de ponerla a mi espalda. Dudé en escribirle a Carlos una nota pero al final desistí, solo le dejé mi colgante sobre su mesilla, el me llamaría y algo más calmada podría justificar mi decisión.

El cielo estaba encapotado y el suelo mojado, la tarde pasó bajo la intensa lluvia y no tardaría en volverse a poner a llover. No sabía por donde comenzar mi nueva vida, no sabía hacia dónde dirigirme pero lo único que estaba claro es que no podía seguir allí. Sin pensarlo giré a la derecha en la esquina del edificio donde vivíamos, sin darme cuenta iba en dirección contraria de donde se encontraba Carlos, continué con paso firme y rápido, quizás por miedo a encontrarme con él.

Giré varias calles más, fui de un lado para otro sin saber muy bien donde me encontraba, miré mi reloj y marcaba las dos de la madrugada, todo estaba oscuro y la lluvia volvía a empapar toda la ciudad, incluyéndome a mí. Paré un momento para mirar de un lado a otro, para situarme pero no conocía el lugar, estaba completamente perdida. Caminé unos cuantos metros más hasta que a lo lejos comencé a ver unos edificios, aligeré el paso para albergarme en ellos pero al llegar cerca de uno me di cuenta que esos edificios eran naves industriales, sin duda alguna me encontraba en el polígono industrial.

Sin poder soportarlo me derrumbé y caí al suelo llorando, llevaba caminando varias horas y ahora no sabía como salir de allí. No sabía como hacerlo pero la idea de pedir ayuda a Carlos estaba descartada, ya me había ayudado bastante como para seguir metiéndolo en mis problemas.

Me levanté empapada del suelo, intentando pensar como salir de allí. Comencé a andar de nuevo, dirigiéndome hacia las naves para ver por donde me encontraba. Mi móvil comenzó a sonar, cómo no, era Carlos, dudé en cogerlo porque estaba bastante nerviosa y no sabía como justificarme. Al final descolgué el móvil aunque mis lágrimas me ahogaban y no pude decir ni una palabra.

- ¿Estela? ¿Eres tú? Estela por Dios responde –su voz sonaba desgarrada y mis sollozos llegaron a través del móvil – Cariño dime donde estas, déjame ir por ti, por favor perdóname, por favor dime dónde estás.

- No Carlos, no quiero seguir haciéndote daño.

- Por favor, dime dónde estás y hablamos, por favor – su voz se rompió y comenzó a llorar – Estela por favor, dime dónde.

- Carlos, yo…

- Por favor Estela, por favor.

- No llores por favor – no podía seguir permitiendo esto y desistí por el momento – estoy en el polígono.

- No te muevas de ahí por favor, en diez minutos estoy allí, por favor espérame.

- Estoy bien, no te preocupes, ¿de acuerdo?, estoy bien.

Colgué el teléfono e intenté entre sollozos llegar a una las entradas del polígono, a un lugar donde pudiera dar pistas a Carlos de donde estaba. Hoy estaría a su lado pero intentaría hablar con él, intentaría que el comprendiese la situación, esto ya había llegado demasiado lejos.

Carlos volvió a llamarme para ver por donde estaba, le conté algunas características de la zona y enseguida lo conoció. En menos de dos minutos unos faros me iluminaron en la oscuridad, abrió rápidamente la puerta del coche y echó a correr hacia mí. Me abrazó sin mediar palabra y los dos rompimos a llorar.

- Lo siento, lo siento mucho – dije entre sollozos.

- No pasa nada cariño, no pasa nada, tranquilízate, por favor. No pasa nada.

- Nos vamos a tener que ir – levanté mi cabeza para ver de donde venía la voz, era Julia, había acompañado a Carlos a buscarme – es tarde y está empapada.

- Sí, llevas razón, vamos a casa, vamos cariño.

Sin oponerme me dejé guiar por Carlos al asiento de atrás donde él no me dejó de abrazar en ningún momento. Cuando llegamos me ayudó a bajar del coche y cogió mi mochila, subimos al piso y me llevó hasta mi habitación.

- ¿Estás bien? – preguntó algo asustado.

- Sí, pero tenemos que hablar.

- Hoy no, por favor dejémoslo para mañana. Estás temblando de frío y estamos muy cansados. Mañana hablamos, ¿de acuerdo?

- Está bien.

- Ahora cámbiate de ropa – tomó mi rostro con sus dos manos, limpió mis lágrimas y besó mi frente.

Se marchó de mi habitación al comedor, allí se encontraba Julia, comenzaron a discutir, por supuesto el tema de discusión era yo. Me apoyé sobre la puerta de mi habitación deslizándome hasta al suelo, desde allí escuché parte de la discusión, hasta este momento Julia siempre me había apoyado pero ahora todo eso había cambiado, me había forjado su enemistad haciendo daño a Carlos. Me levanté y tomé mi pijama, tenía mucho frío y decidí darme un baño caliente para dejar de temblar.

Abrí la puerta de mi habitación y la imagen de Carlos y Julia abrazados rompió parte de mi corazón, no sé porque ni con qué derecho pero me dolió, me sentí mal, sentí estar perdiendo a Carlos y esto era muy doloroso. Crucé el comedor rápidamente con la mirada agachada, Carlos enseguida se separó de ella y limpió sus lágrimas.

- ¿Estás bien Este? – dijo antes de que entrase en el baño.

- Sí, solo quería darme un baño – me paré en la puerta sin darme la vuelta, no quería verlos juntos, no quería.

- Está bien.

Continué mi camino hacia el baño, entré y cerré la puerta para que no me oyesen llorar. Abrí el grifo del agua caliente, me quité la ropa mojada y entré en la ducha, lavé mi cuerpo y mi cabello intentando olvidar la imagen de Carlos y Julia juntos, no sé porque le estaba dando tanta importancia, eran amigos y era lógica su actitud pero me dolía verlos así. Desde el trágico día nosotros dejamos de ser pareja o al menos actuar como tales, desde que llegamos a Leganés nuestros besos y abrazos eran condescendientes.

Terminé de secar mi pelo y después de respirar hondo volví a salir al comedor, me los encontré colocando unas sábanas en el sofá.

- Espero que no te moleste Estela pero me quedo a dormir – su tono sonó desafiante pero intenté contestar relajada.

- No me importa, estás en tu casa – contesté mientras tomaba una botella de agua – Que durmáis bien, hasta mañana.

- Hasta mañana.

Me dirigí a mi habitación sin que Carlos hubiera cruzado una sola palabra conmigo. Lo miré antes de cerrar la puerta de mi habitación, seguía colocando el sofá sin prestarme mucha atención. Cerré la puerta y saqué mis pastillas para dormir, no quería pasar la noche en vela, mis manos temblaban aunque ahora no era de frío. Intenté coger mis pastillas cuando un golpe seco en la puerta me asustó.

- ¿Puedo pasar Estela? – Carlos preguntó antes de entrar.

- Sí, pasa.

- ¿Cómo estás? – preguntó mientras entraba, miró a la mesilla, vio mis pastillas y fijó su mirada en la mía - ¿qué te ocurre?

- Solo quería dormir un poco.

- No puedes tomar tantas pastillas a la vez.

- No tenía pensado tomarme todas – mentí pero que podía hacer – solo necesito dormir.

Acarició mi rostro y se abrazo a mí, yo me abracé fuertemente a él como si fuese la última vez que nos fuésemos a ver. Él notó mi desesperación e intentó tranquilizarme.

- Ya está cariño, ya estamos en casa, todo va a salir bien.

- ¿Cómo va a salir bien? Esto no está funcionando.

- ¿Por qué dices eso? ¿He hecho algo mal? Dímelo por favor, dime que está pasando.

- No eres tú, Carlos. Soy yo, no paro de hacerte daño, estás siendo infeliz por mi culpa.

- ¿Infeliz? ¡No!, es solo que ya no sé qué hacer para que seas feliz, no sé como hacerlo para que vuelvas a ser tú, para que vuelvas a ser la chica que conocí en la playa.

- Lo siento, sé que estás haciendo todo esto por mí pero no se si puedo. Lo estoy intentando, de verdad que lo intento pero los extraño mucho.

- Lo sé, pero tienes que seguir, tenemos que continuar. Déjame hacerte feliz, no quiero perderte.

- Lo siento de verdad, pensé que sin mí serías más feliz.

- No vuelvas a pensar eso jamás, no vuelvas a irte – dijo mientras me besaba en la frente, y me abrazaba – no podría soportarlo.

- No volveré a irme, te quiero.

Estas dos últimas palabras le pillaron por sorpresa, se quedó inmóvil. En ese momento dije lo que sentía, había estado conmigo los últimos cinco meses y era mi gran apoyo, estaba muy agradecida por ello pero mi corazón también había empezando a palpitar por él. Me asusté al no recibir respuesta por su parte, me retiré para verlo.

- ¿No debería haberlo dicho? – pregunté asustada por su reacción.

- Por supuesto que sí, es solo que no me lo esperaba.

- Perdona pero es lo que siento.

- ¿Porque tengo que perdonarte?

- No sé si es buen momento para decirte esto, no se si sientes lo mismo por mí o si lo sientes por otra persona.

- ¿Por otra persona? ¿Aún no te has dado cuenta? Yo llevo sintiendo eso por ti mucho tiempo. Yo también te quiero.

Me eché en sus brazos, me sentía feliz, todo había sido un mal entendido, él me quería y deseaba que estuviese a su lado. Cuando me miró le regalé una de mis mejores sonrisas, todo a su lado se iluminaba, acaricié su rostro y sin pensarlo me acerqué a sus labios y lo besé.

- Te quiero, mi estrella.

- Yo también te quiero.

- Bueno creo que deberíamos dejar algo de conversación para mañana, es tarde y tienes que descansar.

- Está bien, lo cierto es que estoy muy cansada.

- Por cierto, solo una pastilla, ¿vale?

- Vale, pero ¿y si vuelvo a despertarme?

- ¿Quieres que me quede? – dijo mientras volvía a besarme.

- Sí, por favor. No quiero estar sola.

- Dame dos minutos.

Salió fuera para hablar con Julia, lo cierto es que no entendí porque le daba explicaciones a ella. Le pidió que se fuese a su habitación a pasar la noche para que durmiese mejor, a ella no le pareció buena idea el que pasase la noche conmigo pero a partir de hoy todo iba a cambiar, iba a intentar hacer feliz a Carlos, los dos nos merecíamos una oportunidad de ser felices.

Volvió a mi habitación con su pijama, entró en mi cama y pasamos la noche abrazados, en cinco meses fue la única noche que mis pesadillas se retiraron para dar paso a la tranquilidad.