Capítulo 7

 

En serio?

–En serio. Para serte sincera, podría haberlo arreglado todo sin necesidad de venir aquí, pero…

–Pero no has podido resistir la tentación de disfrutar viéndome.

–No, eso no es todo. Y resulta grosero que hables así de ti. Hace que parezcas un egoísta… cosa que por supuesto eres.

James apartó la mirada y Sara vio que quería sonreír. Aquel pequeño destello de humor hizo que su corazón se encogiera.

–De manera que soy grosero, egoísta… No entiendo cómo has podido perder el tiempo viniendo a Londres para ver a alguien con tantos defectos de personalidad.

–Quería hablar contigo, James. Pensaba que habría sido absurdo romper por completo la comunicación cuando vamos a estar topándonos inevitablemente el uno con el otro. Y puede que seas grosero y egoísta, pero también eres interesante y bastante divertido.

–Bastante divertido. Vaya, estamos ascendiendo en la escala de los cumplidos. Ahora que me has dicho lo que piensas de mí, creo que es justo que te diga lo que pienso de ti.

Un estremecimiento de aprensión recorrió la espalda de Sara. No quería que James le dijera nada. No necesitaba más mentiras.

–Pareces preocupada –murmuró él a la vez que deslizaba la mirada hacia la boca de Sara, hacia sus pechos–. Creo que eres una mujer muy compleja, además de un completo misterio. Un momento me estás sermoneando como si fueras un cura, y al siguiente coqueteas conmigo y me invitas de vuelta a tu cama. No creo que eso tenga sentido.

–¿Tiene que tenerlo? –Sara rio y echó atrás la cabeza. Nunca había hecho aquel gesto en su vida, y le sorprendió la naturalidad con que surgió–. Las mujeres tenemos permiso para ser imprevisibles, ¿no? –increíblemente, estaba disfrutando con aquello–. Creía que a los hombres les gustaba. Además, si soy misteriosa y compleja, también debo ser imprevisible. Son cosas que van de la mano.

–No a todos los hombres les gusta lo imprevisible –a James no le gustaba. Pero parecía que Sara era la excepción porque, tal y como lo estaba mirando en aquellos momentos, estaba logrando que la cabeza le diera vueltas.

–¿Quieres decir que a ti no te gusta?

–Quiero decir que debería pedir la cuenta y…

–¿Y?

Sara pudo sentir la cautelosa inquietud de James y, siguiendo un impulso, apoyó por un momento su mano en la de él, el tiempo justo para acariciarle el interior del pulgar con el dedo.

–Estás patinando sobre hielo muy fino –James se pasó la mano por el pelo, pero sin dejar de mirarla.

–¿Qué quieres decir?

–¿Y si decido aceptar tu generosa oferta? ¿De verdad crees que vas a cambiar de opinión si volvemos a acostarnos? ¿No me convertiré en el lobo malo que debes mantener alejado de tu puerta?

–Todo es cuestión de elecciones, ¿no?

–¿Elecciones?

–Puedo elegir prever las dificultades y marcharme antes de que surjan, o puedo lanzarme de lleno y comprender que la experiencia, sea cual sea el resultado, cuenta mucho –demasiada charla y demasiadas verdades. Sara sonrió seductoramente. Otro pequeño talento que no sabía que poseía. Aquel hombre era único para hacer aflorar cosas en ella–. Elijo lo último.

¿Quién era él para hablar de estar patinando sobre hielo fino cuando apenas podía pensar con claridad con aquellos ojos felinos mirándolo? James tuvo que contenerse para no deslizarse en el asiento e introducir el muslo bajo la falda de Sara para sentir la suavidad de su entrepierna contra la dureza de su rodilla. Cuánto la deseaba…

–Pero no creo que este sea un sitio adecuado para mantener una conversación prolongada… –Sara no era consciente de que su actitud estaba resultando tan erótica como un striptease para James.

–¿Y dónde sugieres que vayamos? –se oyó preguntar él.

Sara se encogió de hombros mientras deslizaba la punta de un dedo por el borde del vaso.

–¿Tienes tú alguna sugerencia?

«Varias», pensó James, e hizo una seña para llamar al camarero.

Sara pudo ver las dudas que sentía reflejadas en su rostro. Pero sus dudas no importaban. Iba a pagar pasando por alto los postres y el café, y eso solo podía significar una cosa. Iba a irse con ella. Sintió una intensa satisfacción y, de inmediato, un arrebato de anhelo.

Aquello iba a ser todo un aprendizaje para ella. No podía ir por la vida eligiendo hombres a los que les daba lo mismo aprovecharse de ella. Iba a endurecerse, y si tenía que ser a costa de James, peor para él. Se merecía todo lo que le pasara.

Sabiendo lo que sabía de él debería haberse tomado todo aquello con total frialdad, pero su cuerpo había reaccionado en cuanto lo había visto, y no pudo evitar sentir que su excitación aumentaba mientras él pagaba la cuenta, a pesar de sus protestas por compartirla.

El silencio entre ellos era eléctrico. Lo mismo que el hecho de que James no la tocara. Una vez fuera del restaurante, metió las manos en los bolsillos. Un momento después sacó una de ellas para llamar a un taxi. Se inclinó, dio al conductor unas señas en Chelsea y cuando entraron en el coche se echó a un lado para poder mirar a Sara.

–Entonces, ¿vas a decirme a qué ha venido este cambio de opinión?

–Ya te lo he dicho. Me he replanteado las cosas y he llegado a la conclusión de que tenías razón. Es absurdo pasar por la vida sintiéndome constantemente afectada por lo que hizo Phillip. Somos adultos y está claro que…

–¿Que nos lo pasamos bien en la cama? ¿Que disfrutaste conmigo como nunca habías disfrutado con otro hombre?

Sara alzó una ceja con expresión divertida.

–Creo que estoy volviendo a oír tu ego.

–Ese no es un comentario muy apropiado, sobre todo teniendo en cuenta de que tú eres la seductora que trata de llevarme de nuevo a la cama.

–Nunca me habían llamado seductora.

–Mmm. Puedo entender por qué. La sinceridad total no es precisamente una de las características de las seductoras.

El tono de James era maliciosamente suave, y Sara se atrevió a alargar una mano y apoyarla en su muslo.

–Achácalo a mi trabajo –murmuró–. Ser total y brutalmente sincero acaba siendo una costumbre con el tiempo. ¿Te asusta? –deslizó la mano más arriba y casi se sintió decepcionada cuando James la cubrió con la suya.

–Oh, yo no me asusto fácilmente. Y tampoco hace falta que utilices otras tretas femeninas para tentarme…

–¿Qué otras tretas?

La respuesta de James fue apartar la mano. Sara pensó que si escuchaba atentamente podría oír el galope de su corazón mientras subía la mano hasta dejarla apoyada contra la palpitante erección de James.

–Si fuéramos en mi coche con mi chófer, tal vez te habría pedido que llevaras un poco más allá tu técnica –James casi podía oler el almizclado aroma de la excitación de Sara, y tuvo que contenerse para no bajarse los pantalones y dejar que apoyara la mano directamente sobre su miembro–. Lamentablemente, estamos en un taxi y ya casi hemos llegado.

Un momento después el conductor redujo la marcha . El pulso de Sara volvió a una relativa normalidad mientras salía y esperaba a que James pagara.

–Esta vez no hay vuelta atrás –dijo él mientras el taxi se alejaba–. Si crees que después vas a sufrir problemas de conciencia, o incluso antes, puedes irte en otro taxi. Esta no va a ser una aventura de una noche.

–¿Te refieres a que quieres una aventura?

–Si quieres llamarla así.

–¿De qué otro modo podríamos llamarla?

–Podemos llamarla como quieras. Después de todo, es solo una cuestión de vocabulario. Pero ambos sabemos de qué estamos hablando.

–¿Qué te parece si decimos que vamos a mantener una relación? –Sara sabía que a James no le gustaría aquella palabra. Una aventura era algo ligero y banal que se esfumaba en el viento como si nada. Una relación era algo más.

–No tengo ningún problema con eso –replicó James, y Sara no pudo evitar que la sorpresa quedara reflejada en su expresión. Él lo notó y comprendió que ella no estaba interesada en una relación. Era evidente que, dijera lo que dijese, aún estaba atrapada por su pasado–. ¿Te empieza a asustar la idea de llegar a conocerme?

Sara alzó levemente la barbilla.

–En absoluto –mintió.

–Bien. En ese caso, subamos al apartamento.

–¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? –preguntó Sara mientras subían en el ascensor.

–Casi seis años. Antes tenía una casa en Richmond, pero esta está situada en una zona mucho más conveniente.

Cuando James abrió la puerta del apartamento, Sara se quedó boquiabierta. Aquel lugar era enorme y no encajaba para nada con la descripción de un típico apartamento del centro de Londres. Unos amplios escalones llevaban desde la zona izquierda de la puerta a un maravilloso y espacioso salón. A la derecha había un gran comedor y más allá se veía la cocina, enorme, separada del comedor por una larga encimera de granito negro. En el frente del vestíbulo había varias puertas que llevaban a los dormitorios y los baños.

Era un apartamento elegante pero discreto, como solo los sitios realmente caros solían serlo. Las pinturas que adornaban las paredes era pequeñas, discretas y resultaban vagamente familiares.

–Y yo que pensaba que mi apartamento era lujoso –comentó con ironía mientras bajaba los escalones que llevaban al salón.

–¿Te apetece beber algo?

Aquella pregunta recordó a Sara el motivo por el que estaba allí, y sintió que su estómago se encogía a causa de los nervios.

–Sí, por favor.

–¿Café? ¿Té?

–Una copa de vino, si tienes –Sara siguió a James a la cocina y se sentó en una de las sillas que había junto a la mesa–. Es un apartamento increíble –dijo mientras él servía vino en dos copas antes de ocupar otra silla frente a ella–. ¿Cómo lo encontraste? Un sitio como este es una joya en medio de Londres. Debiste pasar años buscándolo.

–Soy dueño del edificio –James observó con diversión cómo cambiaba la expresión de Sara al oír aquello–. O, más bien, ha estado en manos de la familia desde que puedo recordar. De hecho, poseíamos varios edificios más, pero ha sido necesario ir vendiéndolos para ayudar a cubrir los gastos de nuestro patrimonio en Escocia.

–Oh, comprendo. Todos tenemos que vender algunos de nuestros bienes en Londres para poder mantener nuestras posesiones en el campo.

James sonrió al oír el sarcástico comentario de Sara y ella lamentó haber provocado aquella sonrisa, pues volvió a hacerle consciente de su encanto.

–¿Dónde vivías antes de venir a Londres? –preguntó rápidamente.

–Aquí y allá, poniendo en marcha mis negocios y ocupándome de las inversiones de mi padre. Me gustaba la idea de no echar raíces.

–Creía que seguías sin echarlas.

–Tengo este apartamento y la mansión de Escocia. He echado tantas raíces como cualquier otro hombre.

–No muchos hombres tienen propiedades por todo el planeta.

–Me considero muy afortunado en ese aspecto.

Sara tomó un sorbo de vino.

–Me sorprende que no te hayan atrapado ya –no debía olvidar ni por un momento que se estaba metiendo en aquello con los ojos bien abiertos, y que aquel era un juego carente de emoción. No quería sucumbir al falso encanto de James. Ya había recorrido una vez aquel camino–. Los playboys más cotizados suelen ser los primeros en irse.

–Esa ha sido tu experiencia, ¿no? –James dejó de sonreír–. Y no soy ningún playboy. De hecho, esa descripción resulta insultante. Los playboys van de fiesta en fiesta y se dedican a gastar el dinero de papá y a perseguir a chicas bonitas.

–¿Y tú no persigues a las chicas bonitas? –Sara señaló a su alrededor–. ¿Y no es todo esto de «papá»? ¿Y no asistes a las mejores fiestas? –necesitaba recuperar el enfado interior para seguir adelante con aquello.

James la miró atentamente, como si estuviera debatiendo algo, y luego sonrió.

–Lo cierto es que el edificio nos pertenece a mi madre y a mí, aunque ella apenas viene a Londres, excepto para las carreras de Ascot y para hacer las compras de Navidad. A veces resulta extraño pensar que en otra época fue una famosa modelo que viajaba por todo el mundo.

–¿No echaba de menos todo esto?

–Al principio sí, pero tras unos meses de estancia en Escocia empezó a sentirse más y más a gusto. Y, por supuesto, adoraba a mi padre –James hizo una pausa para beber un poco de vino–. ¿Cómo encuentras la vida en las Highlands? –preguntó con curiosidad, y Sara se puso alerta de inmediato. Aquel era su primer paso, pensó. James no iba a renunciar a su plan de comprarle la casa. Insistiría lenta pero implacablemente hasta conseguir lo que quería.

–Diferente –dijo, y se levantó para estirarse–. ¿Te importa si me quito la chaqueta? –sin darle tiempo a responder, se la quitó y dejó expuesto el top que apenas le llegaba a la cintura.

–¿No vas a seguir? Es una pena –James la miró de arriba abajo–. Me gusta la idea de que mi mujer haga un striptease para mí en la cocina.

Su mujer. Sara sintió un estremecimiento de placer ante aquel término tan posesivo. Posesivo, pero sin sentido. El único camino que tenía una mujer para llegar a aquel hombre era el sexo. Y ella quería llegar a él, ¿no?

Se quitó el top por encima de la cabeza y lo dejó caer en la mesa entre ellos. Sus dedos habían temblado al hacerlo, pero cuando James fijó la mirada en sus pechos, cubiertos por un diminuto sujetador de encaje, sintió su cuerpo recorrido por un intenso arrebato de poder. El silencio reinante, cargado de erotismo, fue momentáneamente roto cuando James apartó la silla de la mesa y estiró las piernas ante sí para seguir mirándola.

En aquel momento, Sara pensó que nunca habría podido hacer lo que estaba haciendo si no se hubiera sentido verdaderamente atraída por él. Quería acariciarlo y que él la acariciara, y lo haría cuando llegara el momento.

Soltó el cierre del sujetador , bajó lentamente las tiras de sus hombros y luego lo dejó caer junto al top.

Sus pechos asomaron orgullosamente ante la atenta mirada de James. Sara oyó que contenía el aliento y sonrió a medias.

Avanzó hasta él, se detuvo a escasos centímetros de sus pies y, sin apartar la mirada de sus ojos, se quitó la falda. Casi estuvo a punto de gritar a causa de la desesperación que sentía porque la tocara. Cuando, finalmente, su cuerpo entró en contacto con el de él, sintió que iba a estallar en mil pedazos.

James había separado las piernas y la tenía justo ante sí. Lentamente, acercó una mano hasta sus braguitas y las apartó a un lado para poder inclinarse y inhalar profundamente el aroma de su feminidad. Una intensa sensación de placer recorrió a Sara cuando le acarició el vello púbico y sopló contra él, preparándola para el delicado contacto de su lengua con la cima de su excitado y sensible clítoris.

Con un gemido apenas reprimido, tomó la cabeza de James entre las manos y se arqueó hacia atrás para poder situarla entre sus piernas.

En determinado momento se oyó a sí misma rogándole que se detuviera. Cuando James se apartó, ella aún estaba temblando a causa del impacto que le había producido su devastador e íntimo beso.

–Siéntate en mi regazo –ordenó él temblorosamente, y ella obedeció.

James le hizo echarse atrás y sometió sus palpitante pechos al mismo tratamiento que había sometido a sus partes más íntimas. Succionó cada pezón y luego jugueteó con ellos con su lengua y sus dientes. Sara sintió que una ráfaga de indescriptible placer alcanzaba una parte de su cuerpo que solo se calmó cuando empezó a frotarse contra el muslo de James

Si seguía haciendo aquello sabía que no podría evitar alcanzar un incontrolable clímax y, como si James también lo hubiera sentido, apartó la boca de sus pechos y le dijo que necesitaba quitarse la ropa de inmediato.

Lo que no le dijo fue que nunca se había sentido tan salvajemente excitado, tan fuera de control.

Apenas tardó unos segundos en desvestirse y, un instante después sus cuerpos se encontraron, carne contra carne. James tomó a Sara por la cintura y le hizo sentarse en su regazo para que lo sintiera directamente. Ella empezó a frotarse rítmicamente contra su endurecido miembro. En aquella ocasión no había braguitas ni pantalones que impidieran la ardiente satisfacción de sentirlo entre sus muslos, y cada uno de sus movimientos fue acompañado de un incoherente gemido.

En determinado momento, James la alzó ligeramente y se metió en ella hasta el fondo. Su cuerpo se estremeció de satisfacción cuando Sara empezó a ondular sus caderas, a moverse arriba y abajo de manera que sus preciosos pechos se agitaban ante él, justo delante de su boca. Y cómo deseaba volver a saborearlos…

Mientras ella seguía moviéndose, James alzó una mano para tomar uno de sus pechos y se llevó a la boca su rosado pezón.

Aquello fue demasiado. ¿Gritó? Sara no lo supo. Tenía los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y el torso hacia delante para adaptar sus pechos a la devastadora boca de James, y de pronto sintió que caía libremente a través del espacio y el tiempo, y sintió que él la acompañaba en aquella electrizante caída.

Sus cuerpos estaban totalmente unidos y Sara sintió que el primer estallido de placer daba paso a una oleada de varios más que la dejaron totalmente lacia cuando finalmente aterrizó.

De algún modo le pareció adecuado que James la rodeara con sus brazos y la atrajera hacia sí. Estaba tan relajada que habría podido quedarse fácilmente dormida.

–Espero que no estés demasiado cansada… –la voz de James fue un ronco susurro junto al oído de Sara, que abrió los ojos y vio que estaba sonriendo.

–No podrías… –su voz surgió tan ronca como la de James, y apenas reconoció la sensual risa que surgió de su propia garganta cuando le informó de que no debería decir cosas que podían suponer un reto para un hombre como él.

–Pero esta vez creo que seremos más convencionales y nos iremos a la cama –James la besó en la punta de la nariz y luego, desnudos y tomados de la mano, fueron al dormitorio.

La frenética urgencia con que habían hecho el amor la primera vez y que los había dejado sin aliento dio paso a una exploración de sus cuerpos mucho más calmada y tierna que la anterior, aunque igualmente satisfactoria. Fue una danza lenta y melodiosa que los elevó a la misma altura, pero por un camino diferente.

Después, con los sentidos flotando apaciblemente en la brumosa calma que seguía a la pasión, Sara se tumbó de costado para poder mirar a James.

–Debería volver a mi hotel –murmuró, y él le apartó un mechón de pelo de la frente.

–No veo por qué.

La mente de Sara trató de aferrar algo muy importante que se estaba escapando a su alcance.

–No soporto la idea de que sigas aferrada a tu pasado, ya lo sabes –dijo James, en un tono tan serio que él mismo decidió aliviarlo con una risa.

–Ya no sigo aferrada a mi pasado.

–Háblame de tu ex. Cuéntame qué fue mal.

–Todo fue mal, y es una historia demasiado larga como para contarla ahora. Larga, tediosa e innecesaria.

–Tenemos tiempo.

–¿Quieres decir que no vas a sugerir que volvamos a…? –preguntó Sara con ligereza para aliviar la tensión, y el truco funcionó. James sonrió. ¿Sabría cuánto rejuvenecía cada vez que sonreía?

–Ya no soy un adolescente –dijo él, porque quería que Sara hablara y el sexo podía esperar.

Volvió a sonreír y aquella fue la clave para ella. ¿Qué mal había en contarle un poco de su vida personal? A fin de cuentas, tampoco era un secreto de estado.

De manera que se encontró hablándole de su pasado, de cómo creció en la zona este de Londres, ayudando a su padre en el puesto que este tenía en un mercado, un puesto muy próspero, pero un puesto al fin y al cabo. Era hija única y pronto demostró que tenía un cerebro despierto y rápido, y sus padres favorecieron gustosos su talento para los estudios. A los nueve años ya podía ocuparse del puesto con tanta eficacia como cualquier adulto, y le gustaba. Aprendió a hacer trueques y empezó a predecir las tendencias del mercado en cuanto a lo que se vendía, cuando se vendía y por qué.

–Nunca imaginé que sería un talento que me llevaría a donde finalmente llegué, pero se me daba bien –suspiró y miró soñadoramente al vacío. Después de haber empezado descubrió que el torrente era imparable. Phillip la conoció en una fiesta, cuando ella empezaba a despuntar en su profesión. Se centró por completo en ella y, tontamente, ella le dejó hacer. Era lista, pero no tanto como para distinguir al esnob que había tras la encantadora fachada de Phillip.

–Así que no me lo pensé dos veces cuando le hablé de mis padres y de dónde había crecido. Se quedó consternado. No es que crea que ese fue el motivo de que todo saliera mal, pero no ayudó, desde luego. Phillip no necesitaba una incipiente estrella del mundo de los negocios con un pasado dudoso. De hecho, tal y como han resultado las cosas, no necesitaba ninguna especie de estrella. Va a casarse con alguien que carece de la más mínima pretensión profesional pero que debe venir de buena familia. No como yo. El embarazo fue la gota que colmó el vaso. Al principio se sintió culpable, porque tampoco es un monstruo, pero pronto empezó a sugerir que, ya que había sido culpa mía, no tenía ningún deber hacia su hijo. De vez en cuando venía de visita, supongo que cuando sentía una de sus punzadas de remordimiento, pero todo terminaba al cabo de unos días. No había querido tener un hijo, especialmente uno de salud delicada –Sara sonrió y logró esbozar una sonrisa–. Y eso es todo.

–Vendedora en un mercado –murmuró James con suavidad, y a continuación la besó en los labios–. Me gusta –añadió, y era así. Aunque si alguien le hubiera preguntado por qué, no habría sabido dar una respuesta adecuada.