En este capítulo nos sumergiremos en una propuesta para una definición de trabajo de un aspecto de la mente entendida como un sistema formado por un flujo de energía y de información. Este sistema está al mismo tiempo dentro del cuerpo y entre nosotros y otras entidades, como otras personas o el entorno en el que vivimos. Es un buen lugar en el que iniciar nuestro viaje a la naturaleza del «qué» de la mente.
BÚSQUEDA DE UNA DEFINICIÓN DE TRABAJO DE LA MENTE (1990-1995)
La década de 1990 recibió el nombre de «década del cerebro».
Estaba muy contento, encantado de entretejer lo que experimentaba con mis pacientes como psiquiatra, por un lado, y las exploraciones de la memoria y de la narración que surgían de la investigación, por otro; me esforzaba sin cesar por relacionarlo con lo que estábamos aprendiendo entonces en la ciencia del cerebro. Mi formación clínica ya había finalizado tras un año de interno en pediatría más una residencia en psiquiatría, primero con adultos y después con niños y adolescentes. Después de haber recibido una beca para investigar en la UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles, concedida por el National Institute of Mental Health para estudiar la influencia de las relaciones paternofiliales en el desarrollo de la mente, la universidad me invitó a dirigir el programa de formación clínica en psiquiatría infantil y adolescente. Me tomé muy en serio aquel rol educativo, pensando cómo podría combinar en alguna clase de currículo troncal para la nueva generación de médicos una visión exhaustiva del desarrollo de la mente con los nuevos conocimientos sobre el cerebro y la ciencia de las relaciones. Al mismo tiempo organicé un grupo de trabajo con otros profesores y colegas del campus para abordar la relación entre mente y cerebro.
A la primera reunión del grupo de trabajo acudieron cuarenta personas. La mayoría de ellas se dedicaban a la investigación, aunque también había algunos médicos clínicos. Estaban representados muchos campos: física, filosofía, biología, informática, psicología, sociología, lingüística y antropología. La pregunta que nos reunió inicialmente fue: ¿cuál es la relación entre mente y cerebro? El grupo pudo definir el cerebro como un conjunto de neuronas y otras células dentro del cráneo que interaccionan con la totalidad del cuerpo y con el entorno. Pero no se obtuvo ninguna definición de la mente aparte de la familiar «actividad cerebral» de los neurocientíficos del grupo, una idea que no era aceptable ni para los antropólogos ni para los lingüistas, que se centraban en la naturaleza social de procesos mentales como la cultura o el lenguaje.
Fotografía de Lars Ohlckers
Mi profesor de narrativa del que he hablado antes, Jerome Bruner, había dicho durante el curso de posgrado al que yo había asistido como investigador asociado que los relatos no se dan dentro de una persona, sino entre personas. Incluso en mi trabajo de curso, donde me preguntaba cómo estaban mediadas las narraciones en el cerebro de personas traumatizadas, me exhortó a no cometer ese «error» y a tener presente la naturaleza social de los relatos. Las historias que relatamos —las narraciones que revelan nuestros recuerdos y los significados de nuestra vida— son procesos mentales esenciales. Entonces yo estaba estudiando las conclusiones de la investigación del apego, que revelaban que la narración de un padre era el mejor predictor del apego entre él y su hijo. Gracias a estudios empíricos muy rigurosos sabíamos que la historia de nuestra vida, que parece algo muy personal, está relacionada de algún modo con las interacciones interpersonales entre padre e hijo que facilitan el crecimiento y el desarrollo del niño en un proceso que llamamos «apego seguro».
Había aprendido que la narración es un proceso social, algo que se da entre personas. Estos relatos eran lo que nos conectaba en las relaciones con otra persona, con la familia y con la comunidad. Me pregunté qué otros elementos de la mente aparte de las narraciones —sentimientos, pensamientos, intenciones, esperanzas, sueños y recuerdos— también eran profundamente relacionales.
Por aquel entonces estaba conociendo a las personas con las que mantendría conversaciones y vínculos que aún perduran y que configurarían la persona en la que me estaba convirtiendo. Los psicólogos Louis Cozolino, Bonnie Goldstein, Allan Schore y Marion Salomon se convirtieron en colegas y amigos íntimos y no me imaginaba entonces que nuestras vidas seguirían conectadas hasta el día de hoy, un cuarto de siglo después, de maneras tan estimulantes y gratificantes. Mis relaciones con ellos y con muchas otras personas a lo largo de este viaje pasaron a formar parte del relato de quién soy yo, pero no sospechaba que aquella década también traería consigo el final de la vida de tres de los principales maestros que habían incidido en mi desarrollo profesional: Robert Stoller, Tom Whitfield y Dennis Cantwell. Formamos conexiones con maestros y colegas, con amigos y familiares, que nos transforman profundamente. Las relaciones son el crisol en el que se despliegan nuestras vidas conformando nuestra historia, moldeando nuestra identidad, dando lugar a la experiencia de quienes somos y liberando —o limitando— quiénes podemos llegar a ser.
Aunque una década antes me habían enseñado en la Facultad de Medicina que el cuerpo era el origen de la enfermedad y el objetivo de nuestras intervenciones, de algún modo parecía que la mente humana iba más allá del cuerpo. Esas lecciones profundas sobre la primacía y la naturaleza social de las narraciones afirmaban que alguna fuente de significado profundamente importante en nuestra vida —los relatos que nos unen mutuamente, que nos ayudan a entender la experiencia y que nos permiten aprender unos de otros— estaba situada en un ámbito inter de nuestra vida relacional.
Sin duda, era probable que estos elementos de la mente también estuvieran relacionados con la función cerebral: esta relación ya la aceptaba la neurología desde hacía más de un siglo, pero gracias a avances recientes en las tecnologías de escaneo cerebral ahora estaba mucho más clara. Aun así, depender del cerebro no significa limitarse solo a él ni quiere decir que mente y actividad cerebral sean lo mismo.
Así pues, al presentar mi trabajo final de curso respondí al profesor Bruner que estaba interesado en saber cómo contribuían a la naturaleza social de la narración los procesos neurales de los cerebros de las personas que forman parte de una relación. Se limitó a hacerme un gesto con las manos acompañado de una mirada de frustración y quizá de confusión. Entonces entendí que tender puentes entre disciplinas —entre lo neural y lo social— no era tan fácil de conseguir.
Más tarde supe que se podría usar el término «consiliencia» para identificar un proceso en el que descubrimos conclusiones universales aplicables a diversas disciplinas independientes (Wilson, 1998). Sin conocer aquel término, parecía que ya iba en busca de consiliencia en la comprensión de la mente.
Pero aunque las disciplinas y sus proponentes humanos no pudieran hallar elementos en común, quizá la realidad misma estuviera llena de esta consiliencia. Quizá lo neural y lo social fueran parte de un proceso fundamental, no de un proceso en el que los estímulos sociales influyeran en el cerebro igual que los estímulos luminosos influyen en el nervio óptico, sino de un proceso formado por un flujo fundamental de algo. Pero ¿qué podía ser ese algo, un algo que facilitara, por ejemplo, una conversación colaborativa entre un neurocientífico y un antropólogo?
En aquella comunidad recién formada de cuarenta personas no hubo acuerdo al respecto. Sin una definición de lo que era realmente la mente, salvo decir que se trataba de «actividad cerebral», era difícil llegar a algún acuerdo sobre la relación entre cerebro y mente y hallar una manera de comunicarnos con eficacia y respeto.
El grupo parecía estar a punto de disolverse.
Dado el peso en aquellos días del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales o DSM, de los modelos de los trastornos mentales basados en la enfermedad, de la importancia creciente de las intervenciones farmacológicas y de la postura científica de que la mente no era más que actividad cerebral, el debate del grupo de trabajo en torno a si la mente solo era actividad cerebral o era algo más fue realmente intenso.
Pero el principal obstáculo para que el grupo avanzara era la ausencia de una idea compartida de lo que era la mente. Como promotor del grupo, había invitado personalmente a todos los asistentes a la reunión y tenía relaciones con cada uno de ellos, y ante aquella situación sentí la necesidad de conseguir que se comunicaran mejor y colaboraran entre sí. Había que hacer algo para conseguir la continuidad del grupo.
Quince años antes había trabajado en un laboratorio de bioquímica buscando la enzima que permitía al salmón hacer la transición de agua dulce a agua salada. Por la noche trabajaba en una línea telefónica de emergencia para la prevención del suicidio. Como estudiante de biología aprendí que las enzimas eran necesarias para la supervivencia, y como voluntario en el área de la salud mental aprendí que la naturaleza de la comunicación emocional entre dos personas durante una crisis podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Si las enzimas y las emociones tenían algo en común, si la supervivencia de los salmones y el suicidio compartían algún mecanismo, me preguntaba si el cerebro y las relaciones no podrían tener también algo en común. En otras palabras, si los procesos moleculares de activación de energía que las enzimas hacían posible permitían que los peces sobrevivieran, y si la comunicación emocional entre dos personas podía mantener viva la esperanza, ¿podría depender la vida misma de algunas transformaciones fundamentales que fueran comunes a la energía de los procesos enzimáticos y a la energía de las conexiones emocionales? ¿Podrían compartir el cerebro y las relaciones alguna base consiliente en su misma esencia? ¿No podrían ser dos aspectos de un mismo sistema? Y esa esencia que vinculara el cerebro y las relaciones, ¿podría revelar la naturaleza de la mente? ¿Podría haber algo en esa esencia que cada miembro del grupo pudiera aceptar para evitar que el grupo implosionara a causa de la tensión y de la falta de entendimiento y respeto mutuos?
Aquella semana, tras la primera reunión del grupo, di un largo paseo por la playa haciéndome preguntas mientras contemplaba las olas de la costa de la bahía de Santa Mónica en la que había crecido. Contemplar aquel lugar donde el mar se encontraba con la tierra y reflexionar sobre la vida que había vivido en aquella costa me llenó de una sensación de continuidad, de algo que unía el entonces y el ahora, el agua y la tierra. Pensé que las olas me señalaban que el cerebro y las relaciones tenían algo en común, unas olas u ondas de energía. Las olas siempre cambian, emergen y se despliegan a cada momento de una manera nueva, y al hacerlo crean pautas dinámicas que se influyen mutuamente.
Las oleadas de energía surgen como pautas, como cambios del flujo de energía que aparecen a cada instante. La energía adopta diversas formas: como luz o como sonido, como una gama de frecuencias y una distribución de amplitudes. Incluso el tiempo se puede relacionar con el surgimiento de pautas de energía, como los físicos modernos exploran ahora en su noción incipiente de la naturaleza de la energía y la realidad. En estas ideas nuevas, las ondas fijas de energía del pasado influyen en las ondas que emergen en el presente y conforman las ondas que podrán surgir en un futuro abierto. Ondas fijas, emergentes y abiertas: el tiempo puede suponer cambios de energía a lo largo de un continuo que se extiende entre lo posible y lo real.
Aseguran los físicos que la mejor manera de describir la energía es decir que es un potencial para hacer algo. Este potencial se mide como el movimiento entre lo posible y lo real a lo largo de un abanico de probabilidades, lo que a veces se llama «función de onda» o «curva de distribución de probabilidad». No experimentamos este flujo de energía como algo acientífico, mágico o misterioso, sino como algo fundamental en el mundo en el que vivimos. Como dijo el célebre científico Michael Faraday al descubrir hace dos siglos la electrólisis y el electromagnetismo, puede que no veamos los campos de energía que nos rodean, pero están ahí. Puede que tampoco notemos los orígenes de la energía como un mar de potencial, pero sentimos en nuestra conciencia la transformación de lo posible en lo real. Ese es el flujo de energía, el cambio de esta función de probabilidad. La luz está apagada y ahora está encendida. La sala está en silencio y ahora hablamos. Vemos a alguien que viene hacia nosotros y es un amigo muy querido al que recibimos con un cálido abrazo. Así es la transformación de lo posible en lo real. Así es el flujo de energía que experimentamos en cada momento de la vida.
Parte de ese flujo de energía tiene un valor simbólico cuyo significado va más allá de la pauta de energía misma. Sabía que en el campo de la ciencia cognitiva este significado simbólico puede llamarse «información». Si escribo o digo galimatías, puede que no surja ningún significado, pero si escribo o digo «Coliseo de Roma», voilà, esa energía tiene información, significa algo más que la forma pura de energía que se ha manifestado a partir de un mar de posibilidades en esta realidad concreta. Ahora digo «Torre Eiffel» y de este mar inmenso con un potencial casi infinito surge esta pauta de energía, una información que se manifiesta como el símbolo lingüístico de esta estructura arquitectónica de París.
Pero dado que no todas las pautas de energía tienen información, el elemento común al cerebro y a las relaciones podría ser la energía misma o, precisando más, este elemento común se podría llamar, simplemente, «energía e información». Para muchos científicos, toda información es transportada por ondas o pautas de energía. Para otros, el universo está compuesto fundamentalmente por información y de esta base de la realidad surgen pautas de energía que crean un universo hecho de información. En cada una de estas nociones, la información se expresa en el mundo por medio de transformaciones de energía, de pasar del potencial de hacer algo a un algo real. En pocas palabras, así es la energía. Con cualquiera de estas perspectivas, los dos términos, «energía» e «información», podrían ser una base útil que debería considerarse, sobre todo si se unieran en un solo concepto.
Estas pautas u ondas surgen a medida que la energía cambia en el tiempo, a medida que fluye y se despliega a cada momento en el presente. La noción de flujo parece encajar con nuestra experiencia de una vida mental que surge y cambia continuamente. Aunque sea cierta la propuesta de algunos físicos de que el tiempo no es un proceso unitario, es decir, de que no es una entidad diferenciada que fluya, sino una construcción mental de nuestra conciencia del cambio, todos los científicos coinciden en que la realidad está llena de cambio, si no en el tiempo entonces en el espacio o en la curva de probabilidad. El cambio en la curva de probabilidad se refiere al movimiento de la energía entre el potencial abierto de lo posible y la concreción de lo real. Por lo tanto, podemos usar el término «flujo» para denotar el cambio en el tiempo, en el espacio, en la probabilidad o incluso en algún otro aspecto de la realidad. Fluir significa cambiar. Podemos usar la expresión «fluir en el tiempo» para denotar maneras de seguir este flujo, las diversas dimensiones del cambio en nuestra realidad vivida. Por tanto, la expresión fundamental de este elemento esencial propuesto para la mente podría ser «flujo de energía y de información».
Entonces me parecía —como me parece ahora— que se podría proponer este «flujo de energía y de información» como el elemento central de un sistema que es el origen de la mente.
Pero ¿cuál es este sistema del que surge la mente? ¿Qué es? ¿Cuáles son sus límites y sus características? El elemento básico de este sistema podría ser el flujo de energía y de información, pero ¿dónde tiene lugar?
Paseando por la playa, contemplando las olas, parecía que la orilla fuera creada por la arena y por el mar, no por ninguno de los dos por sí solo.
¿Podría ser que la mente, de algún modo, estuviera «al mismo tiempo» dentro de nosotros y entre nosotros?
La energía y la información fluyen por todo el cuerpo, no solo en el cerebro. También fluyen en pautas de comunicación entre una persona y otra y entre una persona y el entorno en el que vive, como en estas palabras mías que llegan al lector a través de este libro. Podemos decir que el flujo de energía y de información se da entre nuestro cuerpo y los componentes del mundo que no son nuestro cuerpo —el mundo de los «otros» y de nuestro entorno— además de dentro de nosotros, dentro de nuestro cuerpo, incluyendo el cerebro. He resaltado la palabra «otros» para recordarnos que no es más que una palabra: debemos tener presente las nociones de yo y de otro mientras avanzamos en esta exploración.
Pero si resulta que el flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros —intra e inter— es el sistema que origina la mente, ¿qué podría ser la mente en realidad? Sentimientos, pensamientos y recuerdos, podría decir alguien. Sí, son descripciones precisas de los contenidos o las actividades de la mente. Son maneras de describir la realidad subjetiva de la vida mental. Muchos campos ofrecen descripciones como estas de los procesos mentales. Pero ¿qué son en realidad? La verdad es que nadie lo sabe. Como hemos comentado, en el ámbito de la neurociencia nadie sabe cómo puede dar lugar una activación neural a la experiencia sentida subjetivamente de un pensamiento, un recuerdo o una emoción. No lo sabemos.
Algunos años después, durante una reunión de una semana de duración de un grupo de unos ciento cincuenta físicos, el filósofo y físico Michel Bitbol y yo dimos un largo paseo y estuvimos de acuerdo en que puede que la subjetividad sea una especie de elemento «primo» de la mente en el sentido de que no sea reducible a nada más, y pensé que, de ser así, quizá la experiencia subjetiva surgiera del flujo de energía y de información. No sabemos cómo sucede, pero si es algo «primo», no se podrá reducir a nada más o quizá ni siquiera a un solo lugar, como una activación en el cerebro. Con todo, identificar un posible vínculo entre la experiencia subjetiva y el flujo de energía y de información al menos nos ofrece un lugar desde el que profundizar en la comprensión de la mente. Ver el flujo de energía y de información como una parte fundamental de un sistema que da lugar a la mente, incluyendo sus texturas subjetivas de la vida, parece un buen punto de partida para profundizar en nuestra comprensión de la misma.
Aunque tampoco entendemos cómo puede surgir la conciencia de la experiencia subjetiva de la activación del cerebro, ¿podría esta experiencia de conciencia ser también un aspecto «primo» del flujo de energía y de información? En otras palabras, para tener una experiencia subjetiva debemos ser conscientes, por lo que quizá tanto la conciencia como las experiencias subjetivas que la conciencia facilita son aspectos «primos» del flujo de energía y de información. La verdad es que esto no explica en modo alguno cómo surgen estos aspectos tan importantes de la mente, pero al menos pueden ser un indicador de la dirección correcta para nuestro viaje.
También podemos ir más allá de este aspecto «primo» de la subjetividad y quizá de la conciencia misma, y preguntar por el procesamiento de información asociado a pensar, recordar o evaluar nuestra vida emocional. ¿Qué es lo que constituye estas actividades mentales?
Por ejemplo, si pido al lector que diga qué es un pensamiento, puede que le cueste expresar exactamente en qué consiste esta actividad mental tan habitual. Lo mismo podría ocurrir si considerara un sentimiento y tratara de definir qué es. Nadie sabe en realidad qué es una emoción. Hay muchas descripciones publicadas en libros y artículos de lo que sucede en un pensamiento o en un sentimiento, pero aunque tengamos en cuenta esas ideas científicas, filosóficas y contemplativas tan sofisticadas o hablemos de ellas directamente con sus autores, la esencia básica de los pensamientos y los sentimientos sigue siendo, en mi opinión, totalmente inaprensible.
Podríamos ser un poco más concretos si definiéramos la mente como pautas de flujo de energía experimentadas subjetivamente que a veces contienen información. Se trata de un buen punto de partida, porque permite situar el origen de la mente en el flujo de energía y de información y ver que su lugar está dentro del cerebro y también en otros lugares.
Nuestro cerebro está en el cuerpo, es corpóreo. También tenemos relaciones con otras personas y con el planeta en lo que es nuestra realidad relacional. La energía y la información fluyen dentro de nosotros (por los mecanismos del cuerpo, incluyendo el cerebro) y entre nosotros (en la comunicación que existe en nuestras relaciones).
Estupendo. Así que estamos aclarando el elemento básico (flujo de energía y de información) y el lugar (dentro de nosotros y entre nosotros, o intra e inter) de un posible sistema de la mente. Estamos empezando a esclarecer ciertos aspectos del «qué» y el «dónde» de la mente.
Ya sé que esta no es la manera en que la gente suele escribir o hablar de nuestras vidas. La noción de que algo está a la vez dentro de nosotros y entre nosotros, en dos lugares a la vez, puede parecer extraña, ilógica y hasta puede que errónea. Cuando en el otoño del año 1992 me disponía a presentar esta idea al grupo de cuarenta investigadores, estaba nervioso ante la posibilidad de que pudiera parecer extraña e infundada. Pero exploremos algunas implicaciones de estas ideas y veamos a dónde nos llevan.
Si este sistema corpóreo y relacional de flujo de energía y de información es el origen de la mente, ¿qué podría ser la mente dentro de ese sistema? Sí, estamos proponiendo que el sistema está hecho de energía y de información y que las dos cambian en el tiempo, en el espacio, en la distribución de probabilidad o en algún otro aspecto fundamental. Este cambio se llama «flujo». Y estamos proponiendo que este flujo se produce al mismo tiempo dentro de nosotros y entre nosotros; es decir, que es al mismo tiempo intra e inter.
Así nos hemos acercado más a aclarar los posibles «qué» y «dónde» básicos de la mente.
Pero ¿qué podría ser la mente dentro de este sistema? Quizá las actividades mentales sean aspectos «primos» del flujo de energía y de información que se despliegan dentro de nosotros y entre nosotros. Así, el sistema sería el origen de la mente misma. Pero más allá de actividades de la mente como sentimientos, pensamientos y conductas, más allá del procesamiento de información, y más allá de la conciencia y su aspecto «primo» de texturas subjetivas sentidas, ¿podría la mente incluir algo más? ¿Se podría formular una definición de la mente como flujo de energía y de información que fuera más allá de estas descripciones habituales?
Para abordar estas preguntas fundamentales debemos examinar la naturaleza de este sistema que estamos proponiendo y que puede dar origen a la mente.
Este sistema de flujo de energía y de información intra e inter presenta tres características: 1) está abierto a influencias externas a él; 2) puede ser caótico, lo que significa, en líneas generales, que su despliegue puede ser aleatorio; y 3) no es lineal, es decir, algunos inputs pequeños pueden dar lugar a resultados importantes y difíciles de prever. Para los matemáticos, estos tres criterios, y sobre todo el tercero, permiten definir un sistema como complejo, es decir, abierto, capaz de caos y no lineal.
Algunas personas oyen la palabra «complejo» y se ponen nerviosas. Quieren más simplicidad en su vida y es comprensible, pero complejo no equivale a complicado. En muchos sentidos, la complejidad es de una elegante simplicidad.
Si el lector piensa en su vida, en su experiencia interior y en sus mundos relacionales, ¿observa la presencia de estas tres características? En aquel paseo por la playa reflexioné sobre mi vida, sobre la experiencia de la mente, e imaginé que había sido abierta, capaz de caos y no lineal. Si el lector siente lo mismo, podrá entender el razonamiento, e incluso el entusiasmo, de poder decir que la mente es un aspecto de un sistema complejo.
Pero esto, ¿qué interés tiene exactamente?
Bien, la importancia de esta idea estriba en las implicaciones que surgen con los hechos que se exponen a continuación y con el razonamiento inductivo. Un sistema está compuesto de elementos básicos en interacción. Una característica de los sistemas complejos es que tienen propiedades emergentes, aspectos del sistema que surgen de la interacción entre elementos del mismo. En el caso del sistema de la mente, los elementos que proponemos como su esencia o sus características básicas son la energía y la información. Las interacciones entre estos elementos se revelan en el flujo de energía y de información. En parte, eso es el «qué» de la mente. ¿Y el «dónde»? El dónde es dentro de nosotros —en el cuerpo como un todo, no solo en la cabeza— y entre nosotros, en las relaciones con otras personas y con el entorno, con el mundo.
De acuerdo, eso es el dónde y una parte del qué, algo que surge de una manera natural del flujo de energía y de información intra e inter.
Fantástico. Analicemos ahora una propiedad emergente de los sistemas complejos que tiene un nombre intrigante: «autoorganización». Extraído directamente de las matemáticas, el proceso de autoorganización se refiere a cómo regula un sistema complejo su «llegar a ser». En otras palabras, hay un proceso que surge del sistema (el aspecto emergente) que, de una manera recursiva y que se autorrefuerza, organiza su propio despliegue (autoorganización).
Si al lector esto le parece ilógico, no es el único. Lo que esto implica es que surge algo que vuelve hacia atrás y regula aquello de lo que ha surgido. Así es el aspecto emergente y autoorganizado de un sistema complejo.
Entonces me pregunté: ¿y si la mente fuera la propiedad de autoorganización del flujo de energía y de información que se despliega dentro de nosotros y entre nosotros? Otros autores ya habían descrito el cerebro como un sistema autoorganizado, pero ¿y si la mente no se limitara solo al cerebro? Algunos autores también habían descrito la mente como corpórea (Varela, Thompson y Rosch, 1991), pero ¿y si la mente no solo fuera plenamente corpórea, sino también plenamente relacional? ¿Y si el sistema entero no estuviera limitado por el cráneo, ni siquiera por la piel? ¿No podría este sistema ser completo, ser un sistema de flujo de energía y de información abierto, capaz de caos y no lineal, y ser al mismo tiempo intra e inter? Y, de ser así, ¿no habría una noción con una base matemática de un proceso emergente autoorganizado que surgiera dentro de nosotros y entre nosotros? En lugar de estar en dos lugares a la vez, el sistema del flujo de energía y de información sería un solo sistema que estaría en un solo lugar, sin estar delimitado por cerebros o cuerpos.
El cráneo y la piel no limitan el flujo de energía y de información.
De alguna manera, abarcar las dimensiones intra e inter de este proceso único de la mente fue, y sigue siendo, algo que los teóricos o los profesionales clínicos no mencionan al hablar de la vida mental. ¿Un solo proceso distribuido dentro de nosotros y entre nosotros? A primera vista no parece que tenga sentido, pero esta era la idea fundamental que bullía en mi interior en medio del mar de nociones de la mente como actividad únicamente cerebral en aquella década del cerebro.
Más allá de la importante cualidad subjetiva de la mente, más allá incluso de la conciencia de esa subjetividad, y quizás incluso a diferencia del procesamiento de información, la idea era esta: ¿podría algún aspecto de la mente considerarse una propiedad emergente y autoorganizada de este sistema complejo, corpóreo y relacional de flujo de energía y de información?
Volví de aquel paseo por la playa y leí más sobre esta cuestión con el fin de prepararme para la reunión de la semana siguiente y me quedé alucinado. No pude encontrar nada en la bibliografía que apoyara la idea de vincular lo corpóreo y lo relacional, aunque parecía ser una inferencia lógica de la matemática de los sistemas complejos y del hecho de reflexionar sobre la mente como parte de un sistema abierto, capaz de caos y no lineal. Si se considerara que el elemento fundamental es el flujo de energía y de información, quizá se podría tender un puente que uniera el trabajo de los neurocientíficos, de los antropólogos y de todos los demás miembros del grupo. En la reunión de la semana siguiente les propuse considerar esta definición de trabajo de un aspecto de la mente: «proceso emergente autoorganizado, corpóreo y relacional que regula el flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros».
Este aspecto autoorganizado de la mente se puede definir brevemente como un «proceso corpóreo y relacional que regula el flujo de energía y de información».
¿«Dónde» ocurre esto? Dentro de nosotros y entre nosotros. ¿«Qué» es? Al menos un aspecto de la mente —no la totalidad de la mente, sino una característica importante de la misma— puede verse como un proceso autoorganizado que surge del flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros y que al mismo tiempo regula ese flujo.
Esta propuesta de un aspecto de la mente como un proceso emergente autoorganizado, corpóreo y relacional del flujo de energía y de información no explica el carácter «primo» de la experiencia subjetiva, pero podría estar relacionada con él de alguna manera que aún no entendemos. O podría ser que la experiencia subjetiva de la vida vivida, aunque quizá sea una propiedad emergente del flujo de energía, sea algo distinto de la autoorganización. Seguiremos explorando esta cuestión a medida que avancemos en nuestro viaje.
Esta noción no explica la conciencia, nuestra capacidad de ser conscientes y de tener una sensación de «conocer». En esta conciencia también tenemos una conciencia de «lo conocido» e incluso una sensación del «conocedor», de quien conoce. Estos aspectos de la conciencia, al igual que la experiencia subjetiva de ser conscientes, también pueden surgir del flujo de energía, pero ser diferentes del aspecto autoorganizado de la mente.
El procesamiento de información también puede ser o no una parte de la autoorganización, aunque de todas estas facetas de la mente parece que la noción de regular el flujo de energía y de información es la que puede estar más relacionada con la autoorganización. Mantendremos una actitud abierta ante las interrelaciones de las cuatro facetas de la mente que hemos nombrado: subjetividad, conciencia, procesamiento de información y autoorganización. Cada una puede ser corpórea y relacional, pero las interrelaciones exactas de estas facetas serán un foco activo de nuestra búsqueda.
También es importante que nos fijemos en que si bien la realidad subjetiva, la conciencia e incluso el procesamiento de información puede que al final se encuentren dentro de nuestro cuerpo, y que incluso predominen en el cerebro, el aspecto autoorganizado de la mente puede estar distribuido en el cuerpo y en las relaciones. Con todo, si consideramos la llamada «informática en la nube» y que unos ordenadores interconectados pueden colaborar procesando información, aunque sea un procesamiento que, al menos en parte, se debe a intenciones humanas, es probable que lo intra y lo inter sea una parte fundamental de la faceta procesadora de información de la mente. Exploraremos más a fondo estas cuestiones, incluyendo la conciencia y su textura sentida de subjetividad, a medida que avancemos.
Esta diferenciación entre las facetas de la mente nos puede ayudar a sumergirnos de una manera más libre y más plena en nuestro intento de definir qué es la mente. Estas distinciones cuidadosas también nos pueden ayudar a reducir parte de la tensión existente entre investigadores de la mente que pueden estar estudiando facetas diferentes de la experiencia mental, sin darse cuenta de que pueden ser aspectos distintos de una sola realidad, la realidad de la mente. El lenguaje y una reflexión cuidadosa quizá permitan potenciar una claridad que pueda fomentar conexiones colaborativas.
Para que quede totalmente claro: esta definición de trabajo de la mente como proceso autoorganizado, corpóreo y relacional no hace suposiciones sobre los orígenes de la realidad subjetiva, la conciencia o el procesamiento de información. Pero lo que sí hace es ofrecer un espacio de trabajo claro desde el que sumergirnos en otros aspectos importantes de la mente. Propone que esta faceta autoorganizada de la mente surge de manera natural del flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros y que también lo regula. Esta noción no solo clarifica el «qué», sino también el «dónde» de este aspecto de la mente.
En las relaciones compartimos energía e información. Los términos «cerebro» o «cerebro corpóreo» se refieren al mecanismo corpóreo del flujo de energía y de información. Esta propuesta plantea que al menos una faceta de la mente es el proceso emergente autoorganizado, corpóreo y relacional que surge del flujo de energía y de información y que lo regula. En otras palabras, el flujo de energía y de información es corpóreo (cerebro corpóreo o, simplemente, cerebro), compartido (relaciones) y regulado (mente).
Algunos académicos se quedan horrorizados al oír esta definición porque, como me dijo un profesor, «la energía no es un concepto científico y nunca se debería usar para describir la mente». Ahora bien, si la física es ciencia, aludir a la energía en una propuesta científica es totalmente legítimo. Otro investigador me dijo que esta noción «separa la mente del cerebro» y «hace retroceder la ciencia». Podemos llegar a entender estas inquietudes, pero creo que esta propuesta hace precisamente lo contrario. Une los diversos campos de la ciencia en lugar de separarlos, que es el resultado demasiado frecuente de numerosos enfoques contemporáneos (véase Mesquita, Barrett y Smith, 2010). En realidad, esta propuesta no separa el cerebro de la mente, sino que plantea su profunda interdependencia. De hecho, sitúa en un primer plano un elemento importante de la vida y la mente del ser humano que la ciencia no suele tener en cuenta, pero que es fundamental: las relaciones con los demás y con el mundo en el que vivimos.
Cerebro, relaciones y mente son tres aspectos de una sola realidad: el flujo de energía y de información. Esta perspectiva se puede representar como un triángulo de la experiencia humana. Y, además, es una perspectiva que reconoce la naturaleza interconectada de la realidad y no la divide en partes independientes y separadas.
Las relaciones, el cerebro corpóreo y la mente son tres aspectos de una sola realidad, al igual que una moneda tiene dos caras y un canto. La mente es una parte de un sistema complejo que tiene como elemento fundamental el flujo de energía y de información. La realidad de este único sistema es un flujo de energía y de información compartido, corpóreo y regulado.
El triángulo de la experiencia humana: flujo de energía y de información
Esta definición también aclara algunas de las nociones fundamentales del quién, el qué, el dónde, el cómo y el porqué de la mente. El flujo de energía y de información conforma quienes somos. Somos el compartir, la corporeidad y la regulación de ese flujo. Estamos a la vez en el cuerpo en el que nacemos y en las relaciones que conectan este cuerpo con otras personas y otros lugares, con otras entidades más allá del cuerpo mismo. En el capítulo siguiente analizaremos más a fondo esta afirmación, pero desde esta perspectiva podemos constatar ya que la mente es una propiedad emergente de nuestras dimensiones intra e inter. El porqué es una pregunta profundamente filosófica, pero desde la perspectiva de los sistemas complejos ese porqué puede ser simplemente un resultado del surgimiento de la complejidad, la propiedad de la autoorganización.
¿Y qué decir del «cuándo» de la mente? Nuestra sensación de cuándo se despliega al surgir la energía a cada instante, incluso al reflexionar sobre el pasado o al imaginar el futuro. Este surgimiento sucede ahora, y ahora y ahora. En un grado de la experiencia, el flujo es el despliegue, en el ahora, de lo abierto a lo emergente y a lo fijo en una reformulación constante de las nociones de futuro, presente y pasado. Si, como hemos dicho, el tiempo no existe como una entidad que fluya, podemos considerar que el término «flujo» de nuestra definición significa cambio. Sí, algo puede cambiar en el tiempo, pero el cambio se despliega en el espacio y hasta se puede desplegar en otros aspectos de la energía y la información en forma de movimiento de la posición a lo largo de una curva de distribución de probabilidad. El flujo de energía supone transformaciones en pautas, cambios en distribuciones de probabilidad y alteraciones en muchos aspectos de la energía como la densidad, la amplitud, la frecuencia e incluso la forma.
Así que el ahora es ahora. Y el cambio es casi siempre inevitable. Este cambio puede surgir en lo que llamamos tiempo, si es que existe, y puede darse en el espacio o en una gama de características de la energía misma. El cambio también puede darse en la naturaleza de la información que se esté simbolizando. Por ejemplo, en la ciencia cognitiva se suele decir que la información misma da lugar a más procesamiento de información. La expresión «representación mental» es más parecida a un verbo que a un sustantivo: la representación de, digamos, un recuerdo, su «re-presentación», da lugar a más re-presentaciones, a más remembranza y a más recuerdos, reflexiones, pensamientos y sentimientos. Somos un proceso de flujo de energía y de información que surge sin cesar en los sucesos que se despliegan ahora. Las probabilidades cambian cuando lo potencial se transforma en lo real.
Más adelante nos sumergiremos con mayor profundidad en el misterio y la magia del «cuándo» de la mente, pero, por ahora, podemos considerar que el cuándo de la mente —que surge a cada instante— está dotado de una sensación de inmediatez en el surgimiento de la vida mental del flujo de energía y de información en todas estas innumerables manifestaciones potenciales, en todos los cambios que se dan continuamente en este momento. Este «surgimiento» se despliega cuando hablamos y reflexionamos: al reflexionar sobre un pasado de momentos fijos que recordamos en el ahora, al imaginar un futuro de momentos abiertos y al experimentar la vida como un surgimiento de un ahora, y otro ahora y otro ahora. Continuamente surgen cambios y transformaciones en el ahora.
Por aquel entonces, al principio de la década del cerebro, que apareciese la idea de una mente relacional en aquel grupo de personas de mentalidad tan independiente fue muy estimulante. En la sala se podía palpar el entusiasmo, el despliegue de la comprensión.
En los ahoras que surgen sin cesar en mi mente incluso al reflexionar, nunca olvidaré lo que sucedió aquel día cuando me dirigí al grupo.
Esta definición de trabajo fue aceptada por unanimidad por aquellos cuarenta profesionales de una amplia variedad de disciplinas. Después, durante cuatro años y medio, nos reunimos periódicamente para hablar de las fantásticas ideas que fueron surgiendo sobre la mente y el cerebro.
Fotografías de Madeleine Siegel
EL SISTEMA DE LA MENTE: SISTEMAS COMPLEJOS, SURGIMIENTO Y CAUSALIDAD
Si consideramos que la mente forma parte de un sistema interconectado y en interacción en el que participan el cuerpo y el cerebro, así como el entorno en el que vivimos, lo cual incluye nuestras relaciones sociales, quizá podamos conciliar el hecho de que la mente sea parte de un sistema que parece estar en dos lugares a la vez. Para entender este posible sistema de la mente, a continuación examinaremos la ciencia de los sistemas.
Empecemos por los sistemas en general. Un sistema está compuesto de elementos básicos. Estos elementos cambian y se transforman, interaccionan entre sí y, si el sistema es abierto, interaccionan con el mundo que los rodea. Una nube es un ejemplo de sistema abierto. Los elementos básicos de las nubes son moléculas de agua y de aire. Estas moléculas interaccionan entre sí y cambian alterando su forma y moviéndose en el espacio. Las nubes se consideran sistemas abiertos porque están influenciadas por cosas externas a ellas, como el viento, la luz solar y el agua que se evapora de ríos, lagos y océanos. Las formas de las nubes, influidas por estos factores externos y por las moléculas de aire y de agua, cambian constantemente al surgir en el cielo.
Hay sistemas de todas clases y tamaños: algunos son cerrados y grandes, como el universo, otros son abiertos y de tamaño más limitado, como las nubes del cielo. En el cuerpo humano hay muchos sistemas como el cardiovascular, el respiratorio, el inmunitario o el digestivo. También está el sistema nervioso, otro ejemplo de sistema abierto influido por elementos del resto del cuerpo e incluso por elementos externos al cuerpo en sí, como las palabras que el lector está leyendo ahora mismo. De hecho, las células del sistema nervioso se derivan de la capa exterior —o ectodermo— del feto y, por lo tanto, las neuronas tienen en común con las células de la piel que actúan de interfaz entre el mundo interior y el exterior. Al ser parte del cuerpo, el sistema nervioso existe dentro del sistema más grande del cuerpo en su conjunto. Como sistema abierto, el cuerpo también interacciona con el mundo. Aquí, los términos «interior» y «exterior» se refieren simplemente a las designaciones espaciales de aspectos del sistema único y abierto que se despliega sin cesar en nuestra vida cotidiana.
Podemos abrirnos a la noción de que el sistema de la mente no es solo el aspecto interior del sistema nervioso que hay dentro de la cabeza. El sistema de la mente puede ser algo más, algo que exploraremos y de lo que rara vez se habla, pero que podemos aclarar y quizás hasta definir.
El sistema nervioso tiene un aspecto que se halla dentro del cráneo y al que llamamos, simplemente, «cerebro». La actividad neural dentro del cráneo se distribuye por medio de interconexiones entre áreas separadas del cerebro. Las células individuales, las neuronas y las células gliales que las sustentan también son microsistemas encerrados por membranas, pero incluso los sistemas celulares son abiertos, están interconectados y son interdependientes con otras células del cuerpo próximas y distantes. Unos grupos de células cerebrales llamados núcleos se unen formando centros, y esos centros pueden formar parte de regiones más grandes. Algunas neuronas actúan formando circuitos que conectan entre sí núcleos, centros y regiones. Y estos grupos de neuronas de tamaños diversos se pueden interconectar dentro de las dos mitades del cerebro a las que llamamos hemisferios.
Y así, de lo micro a lo macro, el sistema nervioso está compuesto por capas de componentes en interacción, que a su vez también son subsistemas abiertos cuyas estructuras y funciones pasan a formar parte de un sistema abierto aún mayor. Esta interconectividad, llamada «conectoma», revela que el cerebro mismo es un sistema formado por muchas partes interconectadas que interaccionan entre sí. El cerebro que se halla en la cabeza está conectado con el resto del sistema nervioso y con el cuerpo como un todo. Hoy incluso estamos viendo que las células bacterianas del intestino, nuestro bioma, tienen un impacto directo en la función de las neuronas del cerebro en nuestra vida cotidiana.
Pero sean cuales sean las diversas cosas que conforman la activación neural, ¿en qué consiste realmente la actividad del cerebro? Cuando descendemos al plano celular, ¿qué ocurre cuando se activan las neuronas, lo que para algunos constituye la única base del origen de la mente? ¿Qué hace realmente este subconjunto celular del sistema nervioso, que a su vez es un subconjunto del sistema fisiológico del cuerpo o «sistema corporal»? Actividad neural, dirán algunos. Muy bien. Pero ¿qué significa realmente esta actividad neural?
Lo que entendemos en este momento como naturaleza esencial de la actividad neural es que las células básicas, las neuronas, se activan y se conectan entre sí a través del flujo de energía en forma de transformaciones de energía electroquímica. Con independencia de que esto suceda en el plano de la membrana (con algo llamado «potencial de acción») o de que sea algún proceso de energía dentro de los microtúbulos que hay en el interior de las propias neuronas, lo que parece indudable es que en los planos celulares y subcelulares se produce algún cambio en la energía. Un potencial de acción es el movimiento de unas partículas cargadas llamadas «iones» que entran y salen a través de la membrana de la neurona. Cuando este flujo, que equivale a una carga eléctrica, llega al final del axón, se libera una sustancia química llamada «neurotransmisor» en la sinapsis, que es el espacio que hay entre dos neuronas conectadas. Esta molécula actúa como una llave que es recibida por el cerrojo de un receptor en la membrana de la neurona receptora o postsináptica (en una dendrita o en el cuerpo de la célula), para activar o inhibir el inicio de un potencial de acción. Es probable que haya muchos otros procesos que aún estén por estudiar, tanto en la membrana como en los componentes de las neuronas y de otras células, pero en estos momentos, la impresión general es que la actividad del cerebro es alguna forma del flujo de algo que podemos llamar energía electroquímica. Podemos medir esta actividad cerebral e influir en ella mediante campos magnéticos y dispositivos eléctricos. Este flujo de energía es real y mensurable.
Como mínimo podemos decir que la actividad cerebral está relacionada con el flujo de energía.
Cuando esas pautas del flujo de energía simbolizan algo, hablamos de «información». Desde el punto de vista del cerebro, los científicos usan el término «representación neural» para indicar una pauta de activación neural que representa algo distinto de ella misma. Como hemos visto, se trata de una «re-presentación», de algo distinto de lo presentado originalmente. Para la mente usamos la expresión «representación mental». La manera más sencilla de definir de qué está hecha la actividad cerebral es simplemente esta: es un flujo de energía y de información.
Nadie sabe cómo se convierte esta actividad del cerebro, esta activación neural, en la experiencia mental subjetiva. Como hemos dicho, esta es la gran incógnita para nosotros, los seres humanos, una incógnita de la que no se suele hablar. Se supone que un día podremos entender cómo la actividad del cerebro da lugar a la mente, pero por ahora solo podemos especular. Aun así, hay pruebas convincentes de que en esta activación del cerebro hay algo que está conectado de alguna manera con la conciencia y con las experiencias subjetivas de emociones y pensamientos, con el procesamiento de información no consciente que se da por debajo de la conciencia, e incluso con la producción objetiva de lenguaje y de otras conductas visibles externamente.
Puesto que, como acabamos de describir, la actividad cerebral en realidad es flujo de energía, veamos si podemos partir de este descubrimiento científico y razonar de una manera lógica hasta llegar a la propuesta de una noción más amplia de la mente. Supongamos que en el flujo de energía hay algo que ocasiona, origina, permite o facilita el surgimiento de la vida mental. Aunque es mucho suponer, es una creencia habitual y la pondremos a prueba unos instantes para ver qué obtenemos. Esta es la postura de la ciencia moderna. La activación neural conduce a la mente. Seamos claros aun a riesgo de ser redundantes: nadie ha demostrado la relación entre la acción física del flujo de energía y la experiencia subjetiva mental de la vida vivida. Nadie. Muchos investigadores creen que podrán hacerlo y puede que así sea, pero nadie sabe con seguridad cómo sucede. Lo que la ciencia moderna parece estar haciendo es limitar a lo que sucede en la cabeza este proceso por el que la actividad neural da lugar a la mente. Examinemos esta suposición de que la cabeza tiene el monopolio de dar origen a la mente.
Como parte del sistema nervioso más general, la energía y la información no solo fluyen en la cabeza, sino también por todo el cuerpo. El sistema de procesamiento distribuido en paralelo de un conjunto de circuitos neurales interconectados como una tela de araña que hay en el cerebro, está conectado a redes neurales que se distribuyen por todo el cuerpo en el complejo sistema nervioso autónomo y sus ramas simpática y parasimpática, en el sistema nervioso propio del corazón, y quizás incluso en el complejo sistema neural de los intestinos (Mayer, 2011). Por ejemplo, hay estudios que revelan que los intestinos tienen neurotransmisores como la serotonina que, junto con el bioma de organismos que habitan en el tubo digestivo, influyen directamente en la salud y en los estados mentales —pensamientos, sentimientos, intenciones e incluso conductas— igual que lo que comemos (Bauer y otros, 2015; Bharwani y otros, 2016; Dinan y otros, 2015; Moloney y otros, 2015; Perlmutter, 2015).
De una manera natural surge esta pregunta: si el sistema que da lugar a la mente, como proponen muchos científicos modernos, está relacionado (de algún modo) con este flujo distribuido de energía de actividad neural del cerebro, ¿por qué un proceso más amplio y más fundamental de este flujo de energía que diera lugar a la mente no podría implicar a todo el sistema nervioso? Si la mente, de maneras que aún están por determinar, es un producto, una propiedad o un aspecto del flujo de energía, ¿por qué el proceso por el que la mente surge de este flujo habría de limitarse al cráneo o incluso al sistema nervioso si este flujo se da en lugares que están más allá de la cabeza e incluso más allá de las conexiones neurales? ¿Por qué habría de ser la cabeza el único origen de la mente? ¿No podría este flujo de energía que da lugar a la mente incluir la totalidad del sistema nervioso? Y en ese flujo, ¿no podrían intervenir también otras regiones del cuerpo? ¿Por qué este sistema de flujo de energía y de información habría de estar limitado al interior del cráneo?
En otras palabras, si la mente surge de algún modo del flujo de energía, sin duda podría surgir del cerebro que hay en la cabeza. Eso es indiscutible. Pero ¿cómo y por qué estaría limitada la mente al interior del cráneo? Si el flujo de energía y de información es de algún modo el origen de la mente, ese flujo no está limitado al cráneo.
Desde esta perspectiva más amplia, diríamos que la mente es plenamente corpórea, que no se limita solo al cráneo.
Así que, como mínimo, estamos proponiendo que el sistema que da lugar a la mente, el sistema que tiene a la mente como algún aspecto de sí mismo, tiene como elemento básico el flujo de energía. A veces esta energía representa o simboliza algo distinto de sí misma. En este caso decimos que la energía contiene información. Así que en el flujo de energía y de información hay algo que puede ser fundamental para la mente.
Aunque en general no se juzga así, podemos considerar la perspectiva de que la mente puede estar relacionada de una manera fundamental con el flujo de energía y de información. Si además imaginamos que este sistema de la mente se extiende más allá de los límites de la piel, más allá de un solo cráneo e incluso de un solo cuerpo, en una especie de proceso distribuido en el que la mente también surge de las relaciones sociales formadas por un flujo de energía y de información que compartimos con los demás, obtenemos un sentido mucho más amplio de lo que puede ser la esencia de la mente. ¿No podríamos considerar que la mente está integrada en nuestras conexiones con los demás y con el entorno, que la mente no solo es corpórea, sino también relacional? Según esta postura, la mente es un proceso corpóreo y relacional. No es que el cerebro simplemente responda a señales sociales de los demás; lo que proponemos es que la mente surge de esas conexiones igual que surge de las conexiones en el cuerpo propiamente dicho. Estas conexiones sociales y neurales dan origen al flujo de energía y de información y lo conforman.
Desde el punto de vista de los sistemas, el flujo de energía no está limitado por el cráneo ni por la piel.
El flujo de energía y de información corpóreo e integrado —no limitado únicamente al cráneo— revela el sistema más grande que proponemos como origen de la mente. Si esta noción es exacta, podríamos afirmar que la mente es al mismo tiempo corpórea y relacional.
Los sociólogos, los antropólogos, los lingüistas y los filósofos darán fe de que considerar que la mente es relacional no es ninguna novedad. Pero ¿cómo podemos combinar la perspectiva social de la mente con la perspectiva neural? Hoy en día, los neurocientíficos sociales modernos también valoran el poder de las relaciones. Pero incluso en esta división de la neurobiología, que no es sino una rama de la biología, se suele considerar que la mente es actividad cerebral y que el cerebro social se limita a responder a estímulos sociales, igual que el cerebro responde a la luz o al sonido del mundo físico permitiéndonos ver y oír. Según esta noción, el cerebro simplemente reacciona a estímulos externos con independencia de que su origen sea físico o social. Desde esta perspectiva de la neurociencia contemporánea, la actividad cerebral sigue siendo el origen de la mente.
He aquí lo que propongo que el lector y yo consideremos: la mente no es solo lo que hace el cerebro, ni siquiera el cerebro social. La mente puede ser algo que surja de un plano más elevado de funcionamiento de un sistema que no se limite a lo que ocurre dentro del cráneo. El elemento básico de este sistema es el flujo de energía y de información, y este flujo se da dentro de nosotros y entre nosotros, los demás y el mundo.
Y así hemos llegado a una noción en la que el sistema de la mente que conforma nuestra identidad parece que no está limitado por el cráneo ni por la piel. Así pues, la mente sería al mismo tiempo plenamente corpórea y relacional.
El sistema de la mente está compuesto de un flujo de energía dentro de un sistema complejo. Pero ¿cómo se relaciona este surgimiento de sistemas complejos con una sensación de causalidad y con las nociones de libre albedrío, elección y cambio?
Estudiar las relaciones causa-efecto nos permite crear una comprensión nueva y abre la puerta a maneras de funcionar en el mundo también nuevas, incluyendo volar alrededor de este planeta como estoy haciendo ahora mismo en este avión, o abandonar el planeta hacia otros destinos. La rama de la física que se ocupa directamente de la propiedad de la energía, la mecánica cuántica, revela que la realidad está formada por una gama de probabilidades y no por certezas absolutas como en la física clásica o newtoniana. Los estudios en física cuántica de un proceso llamado «no localidad» o «entrelazamiento» revelan que si el comportamiento de una partícula cambia, el comportamiento de otra partícula entrelazada con ella cambia simultáneamente sea cual sea la distancia a la que se encuentre. ¿Esta relación es causal? Algunos dirían que sí, y otros dirían que esta relación, hoy confirmada incluso para la masa, revela que las cosas están interconectadas en un plano muy profundo, aunque no podamos ver sus conexiones. Podemos afirmar que las cosas tienen influencias causales si todas están interconectadas. Influimos en un elemento de aquí, y un elemento de allí recibe la misma influencia.
Podemos considerar que la mente ocasiona —causa— que el cerebro se active de determinadas maneras. También podemos considerar que el cerebro puede hacer que la mente se despliegue en una pauta concreta. Mente y cerebro pueden estar interconectados e influirse mutuamente. Como mínimo podemos constatar que mantener una actitud abierta sobre la dirección de la causalidad, y el hecho de que la dirección de esta influencia pueda cambiar, tiene una importancia vital. Las cosas interconectadas se influyen mutuamente.
En el ejemplo de volar en avión podemos ver que la gravedad —que tampoco se entiende por completo— es la causa de fuerzas que hacen que un objeto se mueva hacia un cuerpo más grande como la Tierra. Estoy volando en este avión porque unas fuerzas y unas características estructurales de la forma de las alas hacen que los motores impulsen el avión hacia delante y también hacen que se eleve generando más presión por debajo de las alas que por encima de ellas, por suerte para nosotros. Así es como las presiones diferenciales del aire encima y debajo de las alas tienen influencias causales en que este avión vuele. Es asombroso que la mente humana resolviera todo esto.
La mente humana incluso ha descubierto que la gravedad, al igual que la velocidad, cambia unos procesos relacionales llamados «tiempo». Lo digo en serio. Tanto las fuerzas de la gravedad como la velocidad modifican la naturaleza relativa del tiempo. Esto, de por sí, es asombroso. El hecho de que la curiosidad y el pensamiento creativo de la mente humana sean capaces de unos descubrimientos tan poco intuitivos es impresionante. ¡Qué mentes tan extraordinarias tenemos!
Lo mismo podemos decir de nuestro intelecto, siempre curioso, que ha llegado a entender los sistemas complejos. Pero en el caso de los sistemas complejos puede que no sirva usar la causalidad de una manera lineal como en el caso de la gravedad y la velocidad; por ejemplo, una nube en el cielo es un sistema complejo compuesto por elementos básicos: moléculas de aire y de agua. Una nube es compleja porque satisface los tres criterios de estar abierta a influencias externas, ser capaz de caos y no ser lineal. Las nubes se forman de una manera abierta por la acción del viento, el sol y el agua que se evapora; las moléculas de agua pueden distribuirse al azar; y unos inputs pequeños dan lugar a resultados grandes y difíciles de predecir.
Las formas esplendorosas y en cambio constantes de una nube son el resultado de la propiedad autoorganizada emergente de ese sistema complejo de moléculas de aire y de agua. No hay un programador que cree nubes, no hay una sola fuerza, como la gravedad, que dé lugar a unas formas concretas en unos momentos concretos. El despliegue de las nubes es una propiedad emergente que surge sin cesar. Las moléculas de agua no son totalmente aleatorias ni tampoco se disponen en línea recta.
La complejidad del despliegue de las nubes se debe a una de las propiedades de los sistemas complejos: la autoorganización. Esta autoorganización no depende de un programador ni de un programa. En otras palabras, no está causada por algo concreto; simplemente, surge. La autoorganización es una propiedad emergente de los sistemas complejos que surge como una función de la complejidad. Como proceso autoorganizado, conforma de una manera recursiva aquello de lo que surge.
Ahora bien, si el lector tuviera una inclinación por la noción lineal de la causalidad, podría preguntarme: «Pero, Dan, ¿no es el surgimiento —o “emergencia”— lo que “causa” la autoorganización?». Si conceptualizamos esta «emergencia» como un simple surgir de la realidad de que un sistema es complejo, no haría falta usar la noción de causalidad. Un surgimiento o emergencia es simplemente lo que surge, de una manera natural, de esta clase de sistemas. El sistema no causa la emergencia, porque esta simplemente surge del sistema.
La autoorganización es el proceso natural de los sistemas complejos que tiende a maximizar la complejidad, creando «despliegues» cada vez más intrincados del sistema cuando surge en el tiempo, conformándose a sí mismo de una manera recursiva, cuando momentos abiertos se convierten en emergentes y luego en fijos.
Naturalmente, si el lector prefiere pensar de una manera lineal que implique nociones como «A ha causado B», podría continuar y decir: «Bien, la complejidad del sistema ha causado que su propiedad emergente de autoorganización haya conformado esas nubes de esa manera». Pero si estuviera abierto al pensamiento no lineal, no hablaría ni pensaría así, y aceptaría que la autoorganización surge del sistema. No está causado realmente por el sistema en un sentido lineal de que «A ha causado B». Simplemente es una propiedad de la complejidad.
Con la propiedad emergente de la autoorganización, la característica recursiva, que no es intuitiva, apoya que no usemos la noción que quizás el lector echa en falta, la noción de causalidad. ¿Por qué? Puesto que la energía y la información fluyen, la mente puede surgir de ese flujo como un elemento «primo» y luego, como proceso autoorganizado, volver atrás y regular aquello de lo que ha surgido. Después surge otra vez, se autoorganiza otra vez y así sucesivamente. ¿Qué está causando qué? La autoorganización está conformada por el mismo proceso que conforma. Esta es una característica recursiva de ser, cuando surgimos y conformamos la experiencia misma de surgimiento.
Así es como la mente puede tener una «mente propia». Podemos experimentar la mente y dirigirla, pero no siempre podemos controlarla. Proponemos que la mente es una propiedad emergente autoorganizada del flujo de energía y de información que se da dentro de nosotros y entre nosotros, en nuestro cuerpo y en nuestras conexiones con los demás y con el mundo en el que vivimos.
Como veremos más adelante, las implicaciones de la autoorganización son fascinantes, pero, de momento, invito al lector simplemente a considerar que la primera fase para asimilar estas ideas es relajar la búsqueda de causalidad. La autoorganización simplemente surge. La podemos obstaculizar o la podemos facilitar, pero es un proceso natural que surge de los sistemas complejos a medida que fluyen.
Al profundizar en la idea de la autoorganización de la mente, deberemos de tener presente que, en ocasiones, tendremos que «quitarnos de en medio» para no obstaculizarla. En este sentido, cuando dejamos que las cosas sucedan se produce un surgimiento natural de esta autoorganización que no necesita conductor, programador ni nada que dirija el espectáculo. No hace falta recurrir a un agente causal que esté al mando. No hay necesidad de causar la autoorganización; de hecho, si no estorbamos, el sistema se autoorganizará de una manera natural, emergente. Por eso puede ser útil reflexionar sobre el afán de identificar relaciones causales y dejar de hacerlo, al menos en determinadas ocasiones, para que se despliegue la esencia natural de la autoorganización.
REFLEXIONES E INVITACIONES: AUTOORGANIZACIÓN DEL FLUJO DE ENERGÍA Y DE INFORMACIÓN
Con esta definición de trabajo de un aspecto de la mente multifacética, no solo podíamos colaborar como grupo, sino que yo, como médico clínico, podía sentir la vida de mis pacientes y verla a través de una lente nueva. El objetivo de esta noción no es sustituir la importancia fundamental de la experiencia subjetiva y de cómo la compartimos en las relaciones íntimas: simplemente ofrece otro aspecto de la mente que puede estar relacionado —o no— con la subjetividad. Como veremos, aunque sentimos las texturas subjetivas de la vida vivida en la conciencia, la plenitud de la experiencia de ser conscientes es mayor que la sensación sentida misma. La mente incluye la experiencia subjetiva, la plenitud de la conciencia que nos permite conocer esa sensación subjetiva, y un procesamiento de información, un flujo de información que puede estar en la conciencia o por debajo de ella.
La autoorganización puede estar relacionada —o no— con la conciencia y con su experiencia subjetiva. Como ya hemos comentado, las maneras de pensar y recordar, de conceptualizar el mundo, de solucionar problemas y muchas cosas más, son parte del procesamiento de información. ¿Sería el procesamiento de información una parte de la autoorganización o sería algo diferente? La autoorganización, al menos a primera vista, parece estar alineada, sobre todo, con esta faceta de flujo de información de la mente.
Invito al lector a reflexionar sobre este punto fundamental al que hemos llegado. La mente puede ser una propiedad emergente del flujo de energía y de información. ¿Qué le parece esto al lector? ¿Puede sentir las texturas subjetivas que surgen en su experiencia vivida? Cuando la energía fluye dentro de su cuerpo, ¿puede sentir su movimiento, cómo cambia de un momento a otro? Esta sensación subjetiva de estar vivo puede ser un aspecto emergente del flujo de energía. Cuando ese flujo simboliza algo, cuando se convierte en información, ¿puede sentir que esa pauta de energía está re-presentando algo diferente en su experiencia subjetiva? Puede sentir la energía y la energía como información en su experiencia mental cuando surge a cada instante.
Las propiedades emergentes del flujo de energía pueden incluir la experiencia subjetiva —esa es nuestra propuesta—, pero también suponen el proceso, establecido matemáticamente, de la autoorganización. Si el lector tiene en cuenta su vida, ¿puede sentir que algo parece organizar el flujo de energía y de información a lo largo del día? No hace falta que el lector esté siempre al mando, aunque sienta que lo está. Si una faceta de su mente se autoorganiza, surgirá en su vida de una manera natural. La autoorganización no necesita un director. A veces las cosas se despliegan mejor cuando no estorbamos.
Así pues, en un nivel básico estamos identificando esta esencia de un sistema, el flujo de energía y de información, como posible origen de la mente. Es una propuesta que hemos hecho y ahora nos estamos adentrando en algunas de sus implicaciones fundamentales.
La subjetividad puede surgir como un aspecto «primo» de este flujo de energía y de información. Quizá la conciencia también tenga algo que ver con este flujo, como pronto examinaremos más a fondo. El procesamiento de información es connatural a la noción de flujo de energía y de información. Así pues, estas tres facetas de la mente —flujo de información, conciencia y sensación subjetiva de la vida vivida— pueden surgir del flujo de energía y de información.
Ver estas facetas de la mente como propiedades emergentes del flujo de energía y de información ayuda a conectar los aspectos intra e inter de la mente. La energía y la información están dentro de nosotros y entre nosotros, igual que los procesos emergentes que surgen de ellas. Esta idea de la mente como un proceso corpóreo y relacional nos ha llevado más allá de algunas nociones quizás excesivamente simples y restrictivas de la mente como actividad cerebral, y ha permitido que los antropólogos que estudian la cultura, los sociólogos que estudian los grupos, e incluso los psicólogos —o un psiquiatra como yo— que estudiamos las interacciones familiares y su influencia en el desarrollo del niño, compartamos la noción de que la mente surge tanto de las relaciones como de los procesos fisiológicos y corpóreos incluyendo la actividad cerebral. En otras palabras, la mente, vista así, podría estar al mismo tiempo en lo que parecen ser dos lugares distintos, porque lo intra y lo inter forman parte de un sistema interconectado e indiviso. En realidad no se trata de dos lugares, sino de un sistema de energía y su flujo.
Esto nos lleva a considerar que los límites entre sinapsis y soma, entre el yo y la sociedad, no tienen por qué ser tan artificiales como parecían ser en modelos anteriores, como, por ejemplo, el de las perspectivas «biopsicosociales» que me habían enseñado en la Facultad de Medicina. La mente como una realidad emergente era un modelo que podía resultar convincente; y un aspecto de la mente como proceso emergente y autoorganizado que regulaba ese flujo era extremadamente útil para que pudiéramos colaborar como un grupo aun teniendo formaciones tan distintas. La noción de una autoorganización emergente no se refería a tres realidades diferentes que interactuaban entre sí como solían defender otros modelos, sino a una realidad de flujo de energía y de información.
Este flujo surge tanto dentro de nosotros como entre nosotros.
El flujo de energía y de información surge en las relaciones cuando la energía y la información se comparten; surge dentro de nosotros cuando los procesos fisiológicos, sobre todo del sistema nervioso —incluyendo el cerebro—, median en el mecanismo corpóreo del flujo de energía y de información; y la mente es el proceso emergente, corpóreo y relacional de autoorganización que regula ese flujo.
Ahora bien, esta definición de trabajo de un aspecto de la mente como autoorganización no explicaba experiencias mentales como la conciencia y su textura sentida de la subjetividad de la vida vivida, ni la experiencia de pensar o recordar como parte del procesamiento de información. Quizás un día estos aspectos de la vida mental se vean como una parte de la autoorganización, o quizá no, pero el hecho de que cuarenta científicos pertenecientes a una gran variedad de disciplinas pudieran apoyar aquella afirmación que definía al menos un solo aspecto de la mente, fue una convergencia muy poderosa. La colaboración que surgió de compartir una propuesta de lo que podría ser la mente nos ayudó a colaborar durante muchos años de una manera fructífera.
Imaginar la mente como un aspecto emergente de la fisiología interna del cuerpo incluyendo el cerebro, y de las interconexiones que tenemos con el mundo, sobre todo con el mundo social de otras personas, ¿encaja con las reflexiones del lector sobre su propia experiencia? Para algunas personas, la noción de «surgimiento» puede parecer absurda, incluso extraña. La idea de que algo surge de la interacción entre los elementos de un sistema —como las pautas que surgen cuando las moléculas de agua se mueven en una nube— puede sonar extraña e inaplicable a los sistemas vivos, y menos aún a nuestra propia vida. Puede que el lector se pregunte: «¿Quién manda aquí?». ¿Simplemente surgimos sin ninguna sensación de libre albedrío? ¿No podemos generar una intención que impulse el sistema de nuestro yo y que no surja simplemente de él?
Es probable que estas preguntas y muchas muchas más pueblen nuestra mente a medida que avancemos. Por ahora, si nos centramos en la exploración del aspecto emergente de la mente incluyendo las experiencias conscientes y los elementos no conscientes del flujo de información, del que quizá solo podamos ver las sombras de pensamientos, recuerdos y emociones que más adelante entran en la conciencia, ¿puede el lector sentir una cualidad de surgimiento, de algo que surge sin que él, o quizá nada, «esté al mando»?
Invito al lector a imaginar momentos en los que su mente parezca «tener mente propia». Por ejemplo, si se revela que actividades mentales de procesamiento de información como los pensamientos o las emociones en realidad forman parte del aspecto autoorganizado de la mente, entonces, como procesos emergentes, puede parecer que surgen por sí solos, sin un director ni nada semejante a un «yo» que esté al mando. ¿Le resulta familiar? Así es la sensación de un proceso emergente: simplemente sucede sin que haya un director al mando. En otras palabras, no hay una causalidad lineal. La faceta autoorganizada de la mente surge de sí misma y se regula a sí misma. Esta es la propiedad recursiva que «autorrefuerza» su llegar a ser. Ese es el aspecto autoorganizado de la mente. Se puede describir y sentir como la experiencia de observar el despliegue de la vida dentro de nosotros y en nuestras relaciones, sin tener que ser los directores de la orquesta ni los programadores del ordenador. Así funciona la autoorganización. Podemos sentirla, observarla, percibirla y reconocerla, aunque no intentemos controlarla. Simplemente nos quitamos de en medio y las cosas se organizan solas de manera natural.
Pero ¿ha observado también el lector que en otras ocasiones las cosas salen tan mal que debe imponer alguna clase de control volitivo? Probablemente sea aquí donde intervenga la intención consciente, cuando hacemos que la conciencia y la intención influyan en nuestra experiencia, como veremos en capítulos posteriores.
La intención y el libre albedrío pueden influir en la vida mental, pero quizá no la controlen por completo. En mi caso, esta combinación entre la participación activa, por un lado, y el surgimiento innato, por otro, encaja con la sensación subjetiva de mi vida mental. ¿Cómo encaja con la experiencia del lector?
El aspecto autoorganizado del surgimiento significa que la mente, además de surgir del flujo de energía y de información, vuelve atrás y regula ese flujo. Ahora puede que el lector se pregunte: «¿Y esto qué quiere decir en realidad? ¿Es alguna propuesta metafísica sobre pautas de energía que son difíciles de captar?». La verdad es que no. La energía es un concepto científico, un proceso que existe en el mundo físico, no más allá de él; no es meta-físico.
Para abordar aquí esta importante cuestión invito al lector a explorar, tanto en el marco conceptual como en sus reflexiones personales, cómo se despliega su mente. Le invito a considerar algunas ideas fascinantes sobre la energía que ofrece la física. Cuando examinemos estos puntos de vista, el lector podrá intentar entretejer los conceptos científicos con su experiencia subjetiva de la vida, e incluso con la sensación que tenga en el momento de leer estas ideas. Si encuentra que esta etapa de nuestro viaje conjunto es un poco tortuosa, le recomiendo que se abroche bien el cinturón de seguridad.
Examinemos más a fondo lo que dicen algunos físicos sobre este proceso de flujo de energía y hagámoslo más personal. Como ya hemos visto, la propiedad física de la energía se puede resumir, según muchos físicos, como el potencial para hacer algo (Arthur Zajonc y Menas Kefatos, comunicación personal). La energía puede adoptar una variedad de formas que van de la luz al sonido y de la electricidad a las transformaciones químicas. Se presenta en varias frecuencias, como la gama de ondas de los sonidos de tonos altos o bajos, o el espectro de colores de la luz visible. Las luces que vemos como rojas o amarillas son formas de luz, pero tienen frecuencias diferentes. La energía puede tener una gama de amplitudes, desde un sonido leve y una luz tenue, hasta un sonido estruendoso y una luz muy intensa. Hablar de amplitud e incluso de densidad son maneras de expresar la noción de la cantidad y la cualidad de la intensidad. Y la energía, como la luz o el sonido, también tiene una forma y una textura que se pueden manifestar como pulsaciones, colores y contrastes a los que simplemente podemos denominar por su contorno o perfil.
Así pues, en un determinado ámbito podemos constatar que la energía tiene una serie de características: frecuencia, forma, amplitud, densidad, forma o contorno, e incluso lugar o situación. Podemos tener energía fluyendo por el cerebro, por ciertas partes del cuerpo y entre nuestro yo corporal y otras personas; y ese flujo también puede darse entre el yo corporal y el mundo en el que vivimos.
La energía cambia con el tiempo y en sus diversas dimensiones —por ejemplo, la intensidad o el contorno— al influir en el mundo. Cuando escribo estas palabras la energía se transforma en mi sistema nervioso, activa mis dedos, teclea las palabras, las coloca en un documento y, al final, el lector las recibe en una página, en una pantalla digital o como sonidos en el aire, dependiendo de cómo reciba la energía que ha fluido de mí hacia él. Así es el flujo. Supone cambio: cambio de lugar —de mí al lector— e incluso cambio en diversas características como la forma o la frecuencia.
Como también hemos visto, una forma de entender la información implica que esta supone pautas de energía con valor simbólico. En muchos sentidos, el procesamiento de información de la mente extrae del perfil de cambio de la energía —de sus pautas de flujo— algo que simboliza una cosa distinta de ese perfil. A eso lo llamamos información. Pero desde el punto de vista de la energía como algo fundamental, la información misma parece surgir de la vida mental. La energía tiene una serie de características, un perfil, con o sin valor informativo.
Las pautas del flujo de energía pueden suponer cambios de perfil, lugar, intensidad, frecuencia y forma. Así pues, cuando decimos que podemos regular el flujo de energía y de información estamos diciendo que podemos observar, modular, sentir y conformar el perfil, el lugar, la intensidad, la frecuencia o la forma de la energía.
Podemos regular la energía dentro de nosotros, entre nosotros y otras personas, y entre nosotros y el mundo. Esta regulación supone al mismo tiempo el proceso de sentir y el proceso de conformar, como cuando montamos en bicicleta o conducimos un automóvil. Vemos a dónde vamos y modificamos la velocidad y la dirección del vehículo. Eso es regular el movimiento en el espacio. Cuando regulamos el flujo de energía y de información, estamos observando y modificando la energía en nuestro cuerpo y entre nosotros y el mundo. La regulación de la energía —una faceta fundamental de la función autoorganizadora de la mente— se da dentro de nosotros y entre nosotros.
Hablar de perfil, lugar, intensidad, frecuencia y forma es una manera asequible de conceptualizar la manera en que la mente puede sentir y conformar el flujo de energía en cada momento de la vida.
Aun así, hay otro aspecto de la energía que es un poco más abstracto, aunque igualmente pertinente, para considerar cómo podría emerger la mente del flujo de energía y regularlo.
Como hemos comentado más arriba, la energía también se puede concebir como una distribución de potenciales. Para algunos físicos cuánticos, estas potencialidades son la naturaleza fundamental del universo. Se podría decir que abarcan una gama que va desde un potencial infinito hasta la materialización concreta de una de esas potencialidades. De este modo, y como se ha mencionado antes brevemente, se puede proponer que la realidad del flujo de energía —cómo cambia la energía— es su movimiento de lo posible a lo real, el movimiento de lo potencial a la realización de solo una de esta amplia gama de posibilidades. La energía puede seguir fluyendo porque vuelve a transformarse en potencialidad. Suena abstracto y extraño, ya lo sé (esta es la razón por la que tal vez nos pueda hacer falta apretarnos el cinturón de seguridad), pero para muchos físicos así es la verdadera naturaleza del universo. Cuando exploremos la experiencia de la conciencia más a fondo, recuperaremos esta noción para hablar de posibilidades nuevas y apasionantes de lo que la conciencia misma puede revelar sobre esta visión de un mar de potencial y del surgimiento de realidades.
Solemos vivir en el plano de análisis clásico newtoniano en el que objetos grandes y fuerzas manifiestas, como un vehículo que circula por una autopista o este avión que surca el cielo, conforman nuestro mundo, pero, en otro plano, la mecánica cuántica nos muestra un mundo lleno de posibilidades y probabilidades, no de absolutos. De hecho, gran parte del mundo financiero moderno y de la informática avanzada se basan en la teoría cuántica. Digo todo esto porque si queremos aceptar la propuesta de que la mente es alguna clase de proceso que surge del flujo de energía y lo regula, debemos tener en cuenta qué significa realmente esta idea del flujo de energía.
Los elementos básicos de la mente, la energía y la información son más pequeños que un avión o un camión, más pequeños incluso que un cerebro, incluso más pequeños que una neurona. Así que, si bien me tranquiliza que este avión en el que vuelo ahora «viva» en un conjunto de leyes físicas clásicas newtonianas y puedo confiar, con gran certeza, en que las propiedades de la gravedad y del flujo nos mantendrán en el aire, la mente no acaba de funcionar así. Por ejemplo, esta tarde, al preparar el despegue del avión, un mecánico ha pulsado un botón que no debía y se ha desplegado el tobogán de emergencia. Además del miedo causado por el fuerte ruido que ello ha ocasionado, el retraso del vuelo también ha generado angustia. El enorme tamaño del avión hace que las estructuras externas y los mecanismos internos tengan grados de certeza elevados. Ahora ya estamos en el aire y podemos confiar en que el botón no se pulsará espontáneamente y que, por tanto, no eyectará la puerta ni desplegará el tobogán en pleno vuelo.
Pero la mente del mecánico no es lo mismo que la estructura del avión. Puede que su mente se haya distraído, quizá porque estaba pensando en un desacuerdo con un compañero de trabajo, porque estaba preocupado por uno de sus hijos o por cualquier otro pensamiento o sentimiento de entre un número infinito de pensamientos o sentimientos posibles que, en un momento de distracción, puede haber desviado su atención. La atención —el proceso que dirige el flujo de energía y de información— es fundamental para la mente.
Así pues, la sensación del mecánico de conocer, dentro de su conciencia, lo que estaba haciendo en ese momento, puede que no se haya llenado con la tarea de comprobar correctamente el estado del avión. Al estar distraído y tener su conciencia llena de alguna otra energía e información, su mano ha pulsado un botón automáticamente, sin pensar, el tobogán se ha desplegado por error, nosotros nos hemos asustado y ahora, horas más tarde, estamos en otro avión. Esta es la noción cuántica de una gama de probabilidades. La mente puede tener las probabilidades cuánticas como modo dominante en lugar de las reglas newtonianas. La aplicación de la física clásica a la mente supondría la noción de que una parte de la mente se ha impuesto a otra con unos resultados previsibles y con la certeza que esperamos tenga el avión allí arriba, a ocho kilómetros de altitud. Queremos que el avión sea una máquina que siga las leyes newtonianas de una manera fiable y previsible, pero puede que la mente no actúe de acuerdo con las nociones de la física clásica.
La naturaleza cuántica o probabilística de la realidad se ve con más claridad cuanto más pequeño es un objeto, aunque estamos empezando a descubrir aspectos cuánticos de objetos más grandes, es decir, más grandes que un átomo. Los elementos de la mente del mecánico son más pequeños que el fuselaje del avión y lo improbable se hace posible y el tobogán se despliega. Supongo que podríamos apodarlo el «mecánico cuántico».
La energía es pequeña, pero sus efectos son considerables. En lugar de ver la energía como una fuerza que solo crea una presión en la noción newtoniana clásica, como el aire que eleva este avión, la energía también puede actuar como si surgiera de un plano de potencial formando un conjunto de mesetas de mayor probabilidad y unos picos de certeza que luego vuelven a fundirse en mesetas y después en un plano de posibilidad infinita, un plano de probabilidad muy baja o casi nula. En otras palabras, cuando es posible cualquier cosa de entre un billón, la probabilidad de que surja una cosa concreta es baja. Es un mar de potencial, un plano abierto de posibilidad.
Más adelante, en el capítulo 9, exploraremos cómo se puede aplicar esta idea para entender la conciencia. Cuando nos sumerjamos más en lo que sentimos al realizar un ejercicio llamado «rueda de la conciencia», podremos explorar, de primera mano, hasta qué punto la noción de la energía basada en la probabilidad cuántica nos puede ayudar a comprender a fondo la naturaleza de la mente. Este ejercicio puede favorecer la discusión sobre los posibles solapamientos entre la autoorganización y la experiencia de la conciencia. También exploraremos cómo se pueden relacionar entre sí la experiencia de la mente representada en la mitad superior de la figura del plano de posibilidad y los procesos neurales del cerebro representados en la mitad inferior. De momento examinaremos la vertiente mental de esta propuesta, la mitad superior de la figura, y dejaremos que ello nos lleve a considerar la noción de que la mente simplemente no funciona como los camiones en la carretera o los aviones en el cielo. Puede que las fuerzas newtonianas no sean la noción más útil de la energía cuando se trata de analizar procesos mentales. La mente puede parecerse más a algo pequeño, a algo que, cuando miramos nuestro mundo a gran escala, no podemos ver con los ojos o, en ocasiones, ni siquiera imaginar con la mente conceptual. La vista nos ayuda a ver el mundo de los objetos, pero ver la mente puede requerir una clase de visión muy diferente.
El plano de posibilidad
En este capítulo hemos explorado la noción de que la mente surge de un flujo de energía y de información. Hemos visto que este flujo no está limitado por el cráneo ni por la piel y que la mente es plenamente corpórea y relacional. Como mínimo, el aspecto autoorganizado de la mente tendría esta propiedad emergente, corpórea y relacional. Como hemos expuesto, el procesamiento de información puede ser fundamental para este flujo y la atención sería el proceso que detecta y dirige su movimiento dentro de nosotros y entre nosotros. La conciencia y su sensación subjetiva puede ser también —o no— una propiedad emergente, quizá relacionada con la autoorganización o quizá no. De momento dejaremos esta cuestión totalmente abierta.
Pero si el flujo de energía y de información es el origen de la mente —el origen del yo—, y ese flujo es al mismo tiempo intra e inter, ¿cómo sabemos dónde empieza y dónde acaba el «yo»? En una etapa anterior de este viaje ya hemos reflexionado sobre la cuestión de los límites del yo.
Esta mañana, al alba de este día invernal, he paseado por una playa que daba al Atlántico y he sentido el frío del viento en la cara. Me he dado cuenta de que la sensación del viento conformaba mi experiencia de estar vivo y he empezado a oír preguntas en mi mente sobre dónde acabaría ese flujo de energía... ¿Era el viento parte de mi mente? Si dejara que el flujo de sensaciones del viento me llenara, ¿no podría considerarse esto la experiencia sensorial de mi «yo»? ¿Y esto era un aspecto del flujo de energía de mi mente que hacía que las sensaciones que surgían en mi cuerpo fluyeran a través de mí, de mi mente? De ser así, entonces quizás el posesivo «mi» de «mi mente» se debiera definir o delimitar con más claridad, porque, si no, ¿estamos diciendo que «mi mente» podría abarcarlo todo? ¿Dónde termina el «yo»? ¿Cuáles son los límites de este sistema abierto?
Mis conceptos aprendidos, un resultado del aspecto de procesamiento de información de mi mente que construye ideas y filtra energía convirtiéndola en información, esta sensación de quien creo que soy, lo que construye quien soy, ¿limita la experiencia de mi identidad? En cierto modo, debe convertirse en mi sensación autorrealizadora y autodefinidora de yo. Es un proceso recursivo de autoorganización. Este aprendizaje, ¿autoorganiza recursivamente mi flujo sensorial en percepciones y creencias generadas sobre el «yo», convirtiendo la información del flujo de energía en símbolos de mi «yo» y de quien soy, haciendo que «yo» perciba y crea que estoy separado del viento, separado del mundo?
¿Puedo examinar mis filtros del flujo de información que conceptualizan y limitan para que amplíen mi sensación de quien soy, expandan mi mente y abran mi surgimiento autoorganizado hasta abarcar una sensación mucho mayor de pertenecer a este mundo?
En nuestro viaje, esta cuestión de la energía y sus límites tiene repercusiones profundas para entender la mente y lo que pueda ser la salud mental. Son muchas las restricciones que siguen ocultas a la reflexión consciente, filtros automáticos que influyen en quienes creemos que somos, pero puede que no seamos lo que nuestros pensamientos nos dicen que somos. Limitamos nuestro bienestar si limitamos nuestra sensación de yo a una identidad totalmente separada de los demás y del mundo que nos rodea. Necesitamos conectarnos con algo «más grande que el yo», como han revelado tantos estudios y tantas tradiciones de sabiduría (Vieten y Scammell, 2015). En una reunión reciente con representantes de más de veinte países, hubo un debate muy profundo sobre la naturaleza del yo y la necesidad de expandir la sensación del yo más allá del cuerpo tanto para el bienestar personal como para el bienestar del planeta.
Quizás el yo en realidad sea más grande y nosotros —la sensación interna, personal, privada de nuestra mente— lo hacemos más pequeño. Veremos que incluir el tiempo en las preguntas del «quién» y el «cuándo» de la mente amplía aún más esta discusión, puesto que, en realidad, puede que el tiempo no sea lo que parece ser para nuestra mente. La creación por parte de la mente de las ilusiones de un yo limitado al cuerpo y del concepto del tiempo como algo que fluye hace que nos preocupemos por el pasado personal y por un futuro incierto. Estas ilusiones del yo y del tiempo también podrían limitar nuestra libertad en el presente. Entender esto hace que nos centremos profundamente en el momento presente y en lo que podemos hacer para abarcar la plenitud de su potencial.
Puede que la mente que surge del flujo de energía haga realidad este potencial, facilite este movimiento de lo posible a lo real, pero entonces, ¿qué sería una mente sana? Si la autoorganización, tanto dentro de nosotros como entre nosotros, es realmente un aspecto de la mente, ¿qué es lo que la optimiza?