En este penúltimo capítulo exploraremos más a fondo el lugar al que hemos llegado al sentir la energía como una distribución de probabilidad que va de la certeza a la incertidumbre, de la probabilidad elevada a la posibilidad abierta. Con este marco de referencia hemos propuesto que la conciencia puede surgir de un mar de potencial, de un plano de posibilidad infinita. Procesos mentales como los estados de ánimo y las intenciones surgen cuando la curva de energía se mueve hacia unos grados más elevados de certeza a los que hemos denominado «mesetas de probabilidad». Actividades mentales como pensar y pensamiento, sentir y emoción, recordar y recuerdo, se consideran posiciones elevadas en la curva, valores «subpico» que preceden al surgimiento del valor máximo de una posibilidad hecha realidad. Así pues, la mente se puede concebir como un despliegue siempre emergente de lo potencial a lo real. También hemos propuesto que más allá de la conciencia y de la sensación subjetiva de la vida vivida, y quizá más allá del procesamiento de información, hay un aspecto de la mente que se puede definir como un proceso emergente, autoorganizado, corpóreo y relacional que surge del flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros y que lo regula. Ofrecer esta definición de una faceta de la mente como un proceso autoorganizado nos faculta para definir lo que sería una mente sana y algunas maneras de cultivar el bienestar mental. En este capítulo examinaremos posibles respuestas a algunas de nuestras preguntas y continuaremos el flujo natural de esta búsqueda que en sí misma da lugar a perspectivas imprevistas y fascinantes sobre la esencia de quienes somos.
INTEGRAR LA CONCIENCIA, ILUMINAR LA MENTE (2010-2015)
Me despierto tras un breve descanso. Son las cuatro de la madrugada y las estrellas aún centellean en el cielo. Sé que este libro se está acercando a su final. Pero por ahora, en este penúltimo capítulo, nuestro viaje se aproxima a unos momentos de descanso, a una especie de pausa. Debajo de estos acantilados del sur de California que se asoman al Pacífico, los gemidos de los leones marinos resuenan entre el coro de las olas que se estrellan contra las rocas. Mi hijo, que ya tiene veinticinco años, está aquí, durmiendo en la planta de arriba; está viajando conmigo durante esta semana de clases en el Esalen Institute, un centro con cincuenta años de historia que desempeñó un papel esencial en el movimiento del potencial humano en Estados Unidos. Una de las canciones de mi hijo está sonando en el conducto de mi mente y su letra me acompaña mientras me levanto con ideas para este capítulo: «La mitad de mi vida se fue, se fue, se fue... Necesito una pierna buena que me sostenga; demasiadas preguntas tenía... para las respuestas que me dieron» (The Good Leg, música y letra de Alex Siegel). Sus palabras resuenan en mi interior, el oleaje resuena abajo, las estrellas brillan con luz trémula arriba y, ahora, estas palabras llegan desde mi interior al interior del lector.
Fotografía de Caroline Welch
Todo es un movimiento continuo.
Las respuestas que me dieron durante mi educación nunca me parecieron del todo bien. Este viaje a la mente a lo largo de decenios, que he compartido con el lector en este libro, nació de aquella sensación de inquietud. Lo que ha impulsado esta búsqueda es el anhelo de ver con claridad y de compartir plenamente lo que parece real, lo que parece verdadero. Las respuestas de pacientes y colegas, de lectores y estudiantes, han sustentado a lo largo de mi vida el impulso de cuestionar la naturaleza de la mente y de investigar más y más lo que puede ser en realidad el núcleo de ser humanos.
Dentro de pocas horas tomaré la palabra en una gran sala donde se reunirán cerca de 150 participantes. Nuestra conferencia sobre la ciencia de la compasión, la gratitud, el perdón y el mindfulness ha llenado este santuario a orillas del mar; he estado escuchando el hermoso trabajo del cuerpo docente sobre estos temas. Primero les presentaré la rueda de la conciencia y nos sumergiremos profundamente en la experiencia de integrar y explorar la conciencia; luego veremos las bases científicas de la experiencia del ejercicio de la rueda. Aquí, ahora, en este acantilado, las estrellas en el cielo, las olas debajo, tengo la sensación de que todo este viaje es un proceso fluido y que estoy aquí para prestar algún servicio, para ver o decir algo que pueda servir de ayuda. Ahora mismo preferiría estar durmiendo, pero mi mente bulle, aunque no tanto de ideas como de una sensación de algo, un conjunto de imágenes, y siento en mi cuerpo, en mi cabeza, una bola de algodón que necesita expresarse de algún modo. Sé que esto no tiene sentido —una bola de algodón que necesita expresarse—, pero esa es, llanamente, la sensación que tengo.
Esta costa da la impresión de ser antigua, con mareas que llevan eones subiendo y bajando. Pero, en esta época, los seres humanos hemos cambiado la faz del planeta. El mundo moderno que hemos moldeado moldea a su vez el paisaje interior de la mente, nuestro paisaje mental, y la esfera mental creada entre nosotros y que conforma la cultura en la que estamos inmersos. Esta mente intra e inter, este paisaje mental y esta esfera mental, se encuentran en el núcleo de quienes somos, y en estos días agitados y angustiosos nuestra mente necesita atención. Puede que esta sea la razón de que estemos todos aquí. Parece que esta sea la razón de que me haya levantado tan temprano.
Ser humano es más que ser un cerebro al timón de un barco aislado perdido en el mar. Estamos totalmente insertos en nuestro mundo social y somos plenamente corpóreos más allá de nuestro cráneo individual. Esta realidad inserta y corpórea significa que, en el fondo, somos sistemas abiertos. No hay ningún límite dentro del cual podamos sentir que estamos totalmente al mando. No hay ningún programador al que acudir en busca de consuelo y que nos diga que todo irá bien. Aunque aceptemos plenamente la más rigurosa de las creencias científicas o la más estimada de las creencias religiosas, esta visión nos insta a aceptar nuestra humanidad llenos de humildad.
Pero desde la sociedad, desde la escuela, e incluso desde la ciencia, se nos dice que somos actores aislados en un mundo competitivo. Vivimos durante un tiempo limitado y debemos aprovecharlo al máximo. Se nos dice una y otra vez que acumulemos cosas para lograr nuestra felicidad individual, que tengamos éxito para satisfacer nuestra sensación personal de logro. Pero lo que parece estar desencaminado en estos esfuerzos es la suposición implícita de que el «yo» solo vive en el cuerpo o en el cerebro. Tenía demasiadas preguntas para las respuestas que se me dieron. Lo que siente mi hijo es exactamente lo que crea dentro de mí la sensación de inquietud que nos impulsa en este viaje de descubrimiento lleno de preguntas. El yo no está limitado en el tiempo porque el tiempo, como algo unitario que fluye, puede que ni siquiera exista. El yo no está limitado por el cráneo ni por la piel. Es el sistema en el que vivimos y nuestros cuerpos son los nodos de un todo interconectado en el que estamos insertos de una manera inextricable.
Oigo la llamada de los leones marinos. Las estrellas parecen menos brillantes y, a medida que se acerca el alba, los murciélagos descienden sobre mí a la caza de los insectos que ahora vuelan por doquier. Todos estamos despiertos, todos estamos aquí, todos somos parte de esta completitud de la vida, de esta completitud de la mente y de nuestra realidad interconectada.
Tuve un amigo muy querido del que ya he hablado antes, John O’Donohue, que falleció inesperadamente en la década anterior. John y yo enseñábamos juntos, él desde su punto de vista de sacerdote católico irlandés, poeta, filósofo y místico; yo desde la óptica de la neurobiología interpersonal que hemos estado explorando. Nos conocimos en una costa rocosa muy parecida a esta, en el litoral de Oregón. La última vez que nos vimos, la última vez que enseñamos juntos, fue en las costas rocosas del oeste de Irlanda donde John había crecido. John y yo compartimos muchas cosas, nos encantaba estar juntos, nos hallábamos en un estado de despliegue permanente. John solía decir que le gustaría vivir igual que fluye un río, sorprendido por la naturaleza de su propio llegar a ser. Siendo y enseñando juntos, nunca supimos exactamente cómo llegaríamos a ser. John y yo teníamos la misma edad, al principio de la cincuentena por aquel entonces, y murió solo unos meses después de que enseñáramos juntos cerca de la casa donde había crecido. Fuimos creados en nuestra conexión, como individuos y como un nosotros. Incluso ahora, años después de que se fuera, soy quien soy por ser quienes fuimos.
Quizás en lugar de escribir «tuve un amigo» al principio del párrafo anterior, podría o debería haber escrito «tengo un amigo». John todavía vive en mí.
Nuestra esencia, nuestra mente, es relacional.
La gente me suele preguntar si la mente necesita un cerebro para existir. ¿Hace falta que nuestros cuerpos estén vivos para que la mente sobreviva? Me puedo imaginar que la experiencia de la realidad subjetiva de John pudo haber dependido por completo de que su cerebro corpóreo estuviera vivo; ahora que su cuerpo no vive, este aspecto de su mente ya no se despliega. Otros podrían creer que después de que el cuerpo muera pervive el alma, la esencia de la persona. Estoy abierto a esta creencia y John no solo pudo haberla albergado, sino que puede que la esté viviendo ahora. Eso espero.
Quizás el aspecto autoorganizado de la mente de John todavía siga vivo, aunque su cuerpo ya no exista. Lo que quiero decir con esto es algo que quizás el lector mismo pueda haber experimentado: que después de la pérdida de alguien a quien amamos, de alguien que nos ha conformado, que nos ha cambiado, que ha alterado el curso de nuestro desarrollo desde dentro, ese alguien todavía sigue con nosotros, aunque su cuerpo no esté. De este modo, nuestras conexiones profundas con otras personas perduran. Este es el aspecto relacional de la mente.
Puede que el aspecto autoorganizado de la mente también continúe cuando nuestro cuerpo se haya ido por la influencia que hayamos podido tener en otras personas que quizá nunca nos hayan conocido personalmente. Desde la muerte de John, muchas personas se me han acercado después de que hablara de él o de que mencionara sus libros y sus programas de audio. Después de leer sus obras o de oír la dulce voz de John en sus grabaciones, me dicen lo que muchas otras personas decían cuando John todavía estaba vivo: se sienten profundamente transformadas por su conexión con él. Para mí, esto es un regalo que John nos dio a todos, algo que nos recuerda la magnificencia de los días que compartimos y la magia, el misterio y la majestuosidad de nuestras vidas.
Solía decirle a John que quizá tengamos una «impronta eterna» que persiste en la realidad, aunque parezca que nos hemos movido hacia delante en el tiempo. Le decía que si pensamos en una hormiga caminando a lo largo de una regla, pasando del centímetro dos al tres, del tres al cuatro y del cuatro al cinco, la hormiga creerá que lo único que existe en ese momento es el centímetro cinco. Pero la regla sigue ahí. Los centímetros dos, tres y cuatro siguen existiendo, pero la percepción actual de la hormiga solo es la del centímetro cinco. A John le encantó esta imagen, igual que la expresión «impronta eterna». Puede que solo sea una ilusión mía, el deseo de que su presencia pudiera estar aquí, ahora, conmigo, los dos asomados a este océano, en este centímetro concreto de la regla de la vida. Pero si es verdad que el tiempo no existe como algo que fluye, entonces el tiempo que el cuerpo de John ha estado vivo aún sigue «aquí», en la impronta eterna de la vida, aunque no en este centímetro junto al Pacífico. Espero que sea así y me gusta imaginar que lo que hemos tenido en la vida nunca se nos puede quitar. Es una impronta eterna, un lugar que existe por siempre en el espacio-tiempo, dentro de nuestro universo de bloque tetradimensional, que nos recuerda que aceptemos este privilegio maravilloso de vivir con gratitud por cada día de nuestra vida, por habernos encontrado.
Han pasado muchos ahoras en estos flujos de energía y de información que se transforman: capítulos de este viaje que pasan como páginas de un calendario, con veranos que se acercan al otoño e inviernos que se abren a la primavera.
Esta mañana también me he despertado con unos recuerdos muy vívidos de los sucesos de un fin de semana a principios de este año. Las estrellas se van apagando en el cielo del amanecer, los murciélagos siguen revoloteando de un lugar a otro, las llamadas de los leones marinos se mezclan con el romper de las olas, ¿acaso me hallo en un sueño? He estado escuchando el manuscrito de este libro transformado electrónicamente en la voz de un robot mientras conduzco decenas de kilómetros yendo y viniendo de mis compromisos docentes. ¿Realmente se está desplegando este viaje de descubrimiento? ¿Estamos agitando el mundo superficial de la mente y revelando sus capas interiores? La reunión de aquel fin de semana de hace unos meses en la Iglesia de Todos los Santos de Pasadena ¿realmente sucedió?
En una conferencia sobre la conciencia a la que asistí hace ya tiempo, Rodolfo Llinás dijo que la conciencia, en esencia, es un sueño que soñamos despiertos. Afirmó que, en realidad, en cuanto a sucesos neurales no hay distinción entre las narraciones de los sueños y el despliegue de la conciencia en la vida cotidiana. Estar vivos es un sueño. En su trabajo, Llinás describe un correlato neural de la conciencia que supone un barrido de 40 hercios (40 Hz o hertz) entre el tálamo y la corteza cerebral (Llinás, 2014). Cualquier cosa «barrida» por esa onda neural oscilante la experimentamos en la conciencia. Esta idea es consiliente con otras discusiones de la conciencia, como la de Tononi y Koch (Tononi y Koch, 2015), que en esencia proponen que el grado de complejidad logrado con la conexión de distintas partes del cerebro y quizá de otros sistemas —el grado de integración— da lugar de algún modo a la experiencia mental de la conciencia. Estos autores, y muchos otros que han propuesto posibles correlatos neurales de la conciencia, han planteado sugerencias intrigantes sobre la posible correspondencia entre la experiencia subjetiva de ser conscientes y la actividad cerebral (véanse Damasio, 2000 y 2005; Edelman, 1993; Edelman y Tononi, 2000; Graziano, 2014).
Mientras me despierto esta mañana, veo que el modo constructor y generador de mi mente ya está totalmente en marcha y me saca de mi somnolencia. Con mi constructor reflexionando sobre sí mismo, con la función constructiva activada, y conociendo la fecha descendente de nuestro calendario creado por el ser humano, genero esta información sabiendo que han pasado meses desde lo de la Iglesia de Todos los Santos. Mi constructor también interpreta ese conocimiento y encuentra en él los siguientes significados: las «asociaciones» de aquel suceso del fin de semana a principios de año; las «creencias» de que la vida no está solo en la superficie cotidiana; las «cogniciones» del flujo de información que se despliegan sobre aquel fin de semana, mi comunicación con el lector y nuestra discusión de la conciencia misma; el periodo de «desarrollo» en el tiempo y en el espacio que suscita esta experiencia de capítulos dedicados a diversas épocas; y las «emociones» que surgen, esos cambios en la integración que no solo surgen como sentimientos, sino también como cambios en mi estado mental. Así es cómo interpretamos y generamos significado en la mente.
Puedo sentir que aquella reunión en la iglesia no fue un sueño en el sentido de que no había sido fabricado por la mente generadora dentro de este cuerpo que ahora se despierta. Quizá fuera un suceso soñado, algo creado en la mente del sacerdote episcopaliano que lo había imaginado y que ahora ha sucedido. De algún modo, todo este despliegue parece estar relacionado con la vida perdurable de la mente autoorganizada de John.
Ed Bacon, un sacerdote episcopaliano de la Iglesia de Todos los Santos, oyó hablar de John O’Donohue por primera vez hace ya años. Inspirado por los libros y las grabaciones de John, y tras saber que había fallecido hace ahora ocho años, ocho centímetros anuales en la impronta eterna de la regla de la vida, Ed fue de peregrinaje a la tierra donde John había vivido y que tanto había inspirado sus escritos. Ed encontró a la familia de John y al reunirse con sus hermanos, que habían oído que venía del sur de California, le hablaron de mí y de mi relación con John.
Pronto recibí una llamada de Ed y nos vimos en Los Ángeles para hablar de nuestros intereses mutuos. Después de unirse a los encuentros mensuales de la comunidad mindsight de la ciudad, Ed pensó en organizar un retiro de un fin de semana en su iglesia, que era muy creativa y activa socialmente, para explorar la conexión entre ciencia y espiritualidad. Organizamos un encuentro titulado «Alma y sinapsis», el mismo nombre de los talleres que yo había estado impartiendo para explorar la conciencia y la naturaleza de la mente con inmersiones experienciales en el ejercicio de la rueda de la conciencia, junto con debates científicos sobre la vida humana. Recupero en el ordenador las entradas que escribí en mi diario justo un día después de aquel taller, con el fin de compartir algunos fragmentos con el lector.
Aquel fin de semana en la Iglesia de Todos los Santos fue una experiencia muy intensa para mí. Me uní a trescientas personas y todos nos sumergimos en el ejercicio de la rueda, compartiendo realidades subjetivas, directas y en primera persona de la experiencia, realizando el ejercicio otra vez, compartiendo más cosas y, a continuación, reflexionando sobre lo que podría estar sucediendo. Como facilitador del retiro destaqué la importancia de darnos cuenta de que la realidad subjetiva era real y de que debíamos honrar esa información cuando los participantes trataran de expresar en palabras la experiencia sentida en el ejercicio. Podría escribir un libro entero con lo que revelan este y otros retiros centrados en la rueda, y puede que sea una buena idea hacerlo algún día, pero para nuestro viaje conjunto me limitaré a compartir aquí algunos de los momentos más destacados.
Para algunas personas, el ejercicio de la rueda es desorientador. Describen la sensación de que su manera de ver el mundo cambia tras el ejercicio. Algunas descripciones del primer día daban a entender que esta manera nueva de percibir el mundo interior era incómoda para algunos participantes, que con un tono algo hostil decían que estaban haciendo las cosas mal o que deberían preocuparse por otras cosas en lugar de seguir el ejercicio. Para otras personas este cambio de perspectiva se parecía más a otra manera de percibir, por ejemplo, notando diferencias en la temperatura del aire que pasa por las fosas nasales al concentrarse en la respiración. Otras se sentían entusiasmadas por esta percepción diferente o simplemente se sentían tranquilas y relajadas. Quizás estos resultados no solo sean habituales en el ejercicio de la rueda, sino también en ejercicios reflexivos de todo tipo que invitan a la gente a mirar hacia dentro, y no solo hacia fuera.
En la segunda realización del ejercicio añado el elemento de girar 180° el radio de la rueda, de manera que en este punto los participantes no solo diferencian el centro y el borde de la rueda, el conocer y lo conocido, desplazando el radio a lo largo del borde, sino que también experimentan un conocimiento directo de la conciencia porque el radio de la atención ahora apunta directamente al centro. A algunas personas les resulta difícil experimentar algo así: su mente simplemente «se va» y se pierden en una actividad u otra del borde, ya sea algún pensamiento, algún recuerdo o alguna percepción; otras, en cambio, aseguran experimentar una sensación intensa —para mí ahora familiar— de expansividad y de paz. Una persona dijo: «Me he encontrado en un lugar de mi mente que nunca había experimentado antes. No hay nada que hacer. No hay nada a lo que aferrarse, nada de lo que desprenderse, solo ser, solo estar, justo aquí. Es una paz increíble». Otra persona comentó: «Los límites de mi cuerpo que definen quien soy se desvanecen y tengo una sensación increíble no solo de estar conectado, sino de ser parte de todos y de todo». Otro participante aseguró: «He tenido la experiencia de que el universo es quien yo soy y ha sido magnífica. Quizá sea esto lo que soy en realidad». Y otra persona dijo: «Nunca había sentido tanta paz. Era Dios, era amor y creo que nunca perderé el contacto con ello».
El segundo día exploramos otras experiencias y los participantes reflexionaron sobre el hecho de que alejarse de una identidad cerrada, basada en el cuerpo, parecía suscitar una sensación profunda de cambio, una «transformación» como afirmaban muchos. Este cambio en la identidad, este cambio dentro de la conciencia de la sensación de quienes somos, parece tener un fuerte impacto en la sensación de bienestar de la persona. Uno de los asistentes se acercó a mí durante un descanso y me pidió que invitara a los demás a poner sus experiencias por escrito, porque no se sentía cómodo relatando la suya al grupo. Le pregunté cómo había sido su experiencia y dijo: «Bueno, no quería quedar como un presuntuoso delante de los demás y no he querido decirlo. Pero ha sido la experiencia más alucinante que he tenido. Me sentía tan completo, tan grande, tan infinito, con tanta paz. Gracias. No creo que vuelva a ser el mismo».
Las cosas no siempre salen tan bien. Por ejemplo, el primer día, algunas personas que habían tenido una infancia traumática dijeron que durante el ejercicio habían sentido pánico y que al principio de fijar la atención en el centro habían tenido una sensación de disociación, de desconectarse de la experiencia, llena de imágenes, emociones o sensaciones corporales incómodas. Dijeron que podían «controlarlas» en aquel entorno, pero que la experiencia era incómoda. Para una persona en la segunda sesión del ejercicio de la rueda del primer día, y para varias otras en las inmersiones del segundo día, esta incomodidad se transformó y, como explicó una asistente: «Me siento liberada de mi prisión». Cuando le pedí que se explicara un poco más, me dijo: «Ya no soy solo mis recuerdos, no soy solo las sensaciones de mi cuerpo. En cierto sentido, ahora este centro es mi amigo y la rueda no es mi prisión. Y me siento profundamente liberada».
Una realidad maravillosa que parecemos haber encontrado es que en toda esta actividad de la mente y de la conciencia no somos pasivos. Con la conciencia viene la posibilidad de elección y de cambio. Pero esto ¿qué podría significar realmente en relación con nuestra nueva comprensión de la mente, la energía, el tiempo y la naturaleza de la conciencia?
Después de haber enseñado la rueda de la conciencia a miles de personas en otros talleres y de recibir reacciones de algunas de las más de 750.000 personas que han bajado el ejercicio de nuestro sitio web, se ha revelado una pauta de experiencia fascinante. Con independencia de la procedencia, el contexto cultural, el grado de formación y la edad, o de si la experiencia en otras disciplinas de meditación ha sido ninguna o mucha —y hablo de personas que dirigen centros de meditación o monasterios— las respuestas se repiten de una manera sorprendente.
Está claro que no todas las personas encuentran positivo este ejercicio, pero cuando lo hacen, sean cuales sean sus circunstancias, expresan la misma pauta: cuando hablan del borde de la rueda mencionan una gran variedad de descripciones sensoriales del mundo exterior o de sensaciones corporales. Al reflexionar sobre el aspecto del borde que simboliza las actividades mentales, muchos aseguran que invitar sentimientos, pensamientos o recuerdos a la conciencia de algún modo calma la mente y sienten claridad y estabilidad, a veces por primera vez en su vida. Cuando adoptan una postura de «¡Vamos allá!», la mente se aclara. No hay nada que se deba rechazar ni buscar. Estar abiertos nos invita simplemente a ser. Cuando llegan al cuarto segmento, el que representa el sentido relacional u octavo sentido, estas personas suelen sentir una profunda sensación de conexión. En ese segmento, experimentar las interconexiones con otras personas y con el planeta proporciona a muchos participantes una profunda sensación de gratitud y de pertenencia.
Cuando hablamos de la experiencia de girar 180° el radio de la atención para que se produzca la experiencia directa de captar la conciencia, los participantes usan varios términos como los expresados aquel fin de semana para describir lo que sienten: apertura, amplitud del cielo, profundidad del océano, Dios, amor puro, hogar, seguridad, claridad, espíritu, infinito o sin límites.
Imaginemos lo que puede estar sucediendo. Esta sencilla metáfora de la rueda de la conciencia nos ofrece la imagen visual de una rueda con los aspectos mentales de lo conocido en el borde y con el conocer de la conciencia en el centro; desplazamos sistemáticamente un radio de atención para explorar uno a uno esos aspectos mentales, diferenciarlos entre sí y luego conectarlos en la totalidad del ejercicio para crear una experiencia integradora. Este breve ejercicio reflexivo puede dar lugar a experiencias profundas que se describen con las mismas expresiones. Aunque he realizado el ejercicio personalmente con más de diez mil personas, todavía me asombra oír las descripciones de lo que sucede cada vez que nos sumergimos en él.
La siguiente pregunta que formulamos en el taller fue esta: si la rueda de la conciencia es un ejercicio metafórico, la curva de probabilidad del plano de posibilidad, de la que hablamos en el último capítulo y que exploraremos más a fondo en las páginas siguientes, ¿podría ser el mecanismo subyacente a la mente? Sumerjámonos más a fondo en esta posibilidad.
Como hemos comentado antes, una noción de la física cuántica es que la energía se mueve a lo largo de una curva de distribución de probabilidad. Repasemos los componentes más importantes de esta noción y analicemos cómo se pueden relacionar con las descripciones en primera persona de las experiencias en el ejercicio de la rueda. En un extremo de la curva de probabilidad se halla la certeza total (el 100%); en el otro se halla una certeza nula o casi nula. La figura del plano de posibilidad representa de una manera gráfica esta curva de energía, desde una certeza casi nula hasta la certeza de lo real. Cuando asociamos posibles correlatos mentales a esta descripción matemática y visual de la curva de probabilidad, hay una noción potencial que se manifiesta como un pensamiento hecho realidad que tendría valores subpico y pico en el punto del 100 %. Cuando tenemos una intención o un estado de ánimo, esto sería una meseta de probabilidad elevada, una meseta que prepara y limita la dirección de la que después podrían surgir posibilidades de esa meseta.
«Pero ¿qué sería el plano?», pregunto a los participantes. Este ejercicio de la rueda, ¿podría estar revelando algún aspecto de la conciencia, alguna manera en que el flujo de energía, en todo su misterio incluso para los físicos, pudiera ser el origen de la conciencia? ¿El plano de posibilidad podría ser el origen de la conciencia? Esta propuesta surge de tener en cuenta los datos empíricos de miles de informes en primera persona sobre el ejercicio de la rueda. Cuando el radio se hace girar 180°, los informes repetidos de apertura, infinitud, expansividad y conexión con todo, y el hecho de que todos estos informes sean tan similares con independencia de la cultura, la formación, la edad o la experiencia de cada persona, dan a entender que la metáfora del centro o eje de la rueda representa el mecanismo del plano.
Hace casi cien años, los estudios del mundo cuántico revelaron que el acto de observar, la conciencia humana dirían algunos, colapsa directamente la función de onda de un fotón en una propiedad de partícula. Una onda tiene una gran variedad de valores o lugares; una partícula tiene un solo valor o un solo lugar. El gran descubrimiento es que tomar una impresión del lugar donde se encuentra un fotón, por ejemplo, haciendo una fotografía, hace que el fotón pase de ser onda a ser partícula. Para muchos físicos que suscriben la llamada interpretación ortodoxa de Copenhague de la mecánica cuántica, estos resultados empíricos indican que la observación con la cámara implica la conciencia de la persona que toma la fotografía. Para otros, esto no tiene nada que ver con la conciencia, sino que se trata de una cuestión aún por explicar sobre la cámara y sobre evaluar el valor concreto de una onda de probabilidad que podría implicar otras cuestiones, como múltiples universos. Las repercusiones de este debate son inmensas y las controversias no están resueltas. Pero para algunos físicos la cuestión está clara: la conciencia parece ser una parte inherente del universo (véanse Stapp, 2011; Kafatos y Siegel, 2015).
En otras palabras: la observación mueve la energía de la incertidumbre a la certeza a lo largo de la curva de distribución de probabilidad. Esta realidad cuántica de que la observación modifica de alguna manera la naturaleza de la energía no se discute, aunque las interpretaciones de las ecuaciones y su significado dentro de esta rama de la física son objeto de un intenso debate.
Si esta interpretación concreta del papel de la conciencia es verdadera, si la conciencia misma tiene algo que ver con alterar la función de distribución de probabilidad de la energía, el ejercicio de la rueda podría estar revelando una continuidad de la experiencia mental, desde la conciencia en el plano, a los estados de ánimo y las intenciones en las mesetas de probabilidad elevada, y a los procesos mentales que hay justo por debajo de los picos fijos de las actividades mentales. Cuando planteo esta propuesta a físicos cuánticos me dicen que, si bien no es algo que esté establecido por la visión cuántica, sí que es totalmente coherente con las leyes aceptadas de la mecánica cuántica.
Este movimiento de la energía, este flujo a través de grados de probabilidad, podría ser una manera de explicar que el pensar se convierta en pensamiento, el sentir en emoción y el recordar en recuerdo, lo cual se podría describir afirmando que unos valores subpico se mueven hacia un pico de certeza. Puede que el plano abierto de posibilidad sea el surgir de la conciencia, el hecho de que podamos experimentar una «mente de principiante» desde la que liberarnos de los filtros descendentes, a veces automáticos, que pueden impedirnos llegar a una manera de conocer más abierta. Sería un mecanismo del espacio entre impulso y acción, entre estímulo y respuesta. Los filtros descendentes serían las mesetas y los picos de experiencias anteriores que crean la experiencia construida del mundo, desde las ideas y los conceptos a la sensación narrativa del yo. Cuando desarrollamos acceso al plano caemos por debajo de estos filtros y entramos en esta espaciosidad de la mente, en una quietud, una pausa antes de la acción, que nos permite ver con claridad y estar plenamente presentes en la vida de cada momento en lugar de perdernos en preocupaciones por el pasado o por el futuro.
Si consideramos las reflexiones sobre el tiempo del capítulo anterior, podemos imaginar que podría haber alguna distinción entre la experiencia de la mente que surgiera como microestados sin flecha y la que podría surgir de macroestados con flecha. Recordemos que la física cuántica explora microestados que no tienen flecha del tiempo y que la física clásica (newtoniana) incluye la segunda ley de la termodinámica y la hipótesis del pasado, que nos ayudan a entender por qué los macroestados se despliegan con una direccionalidad: la flecha del tiempo. Si la energía puede experimentarse como microestados en los que dominan las propiedades cuánticas o como macroestados en los que dominan las propiedades clásicas, la mente —como propiedad emergente del flujo de energía— puede experimentarse de dos maneras: una con flecha y otra sin flecha. El cambio o flujo tendría las dos formas, pero la cualidad de la vida mental, de la experiencia subjetiva, se sentiría de maneras muy distintas. La cuestión entonces sería la siguiente: la experiencia de la conciencia iluminada con claridad mediante el ejercicio de la rueda, ¿podría estar revelando un plano de posibilidad que sería más bien un microestado con una cualidad abierta, espaciosa? De ser así, la metáfora del centro o eje de la rueda y el mecanismo del plano revelarían un flujo mental de microestado. Por otro lado, sentimos de una manera más directa en el movimiento dentro del universo de bloque del espacio-tiempo cuando vivimos en el borde de la rueda, en esos valores que hay por encima del plano que en realidad podrían ser macroestados de una gama de configuraciones de pautas de energía. Tengamos presente esta propuesta mientras seguimos con nuestro viaje a la experiencia de ser conscientes con el posible contraste entre el conocer «eterno» y lo conocido «limitado por el tiempo» de la conciencia.
Con esta idea de un mecanismo profundo subyacente a la mente visto como una distribución de probabilidades en despliegue en las que en realidad podemos influir —influir con nuestra mente—, ahora tendríamos una manera de describir el conocer de la conciencia. El conocer de la conciencia surge de la curva de energía con una certeza casi nula, equivalente a una posibilidad casi infinita. Y aunque no sea totalmente infinita, está plenamente abierta y podemos sumergirnos en ese plano abierto de posibilidad. Es un mar de potencial del que surgen probabilidades y luego realidades.
Esta noción del plano es un marco de referencia sólido que ha sido apoyado, aunque en modo alguno demostrado, por las experiencias directas relatadas en primera persona en reflexiones previas a la presentación del plano en estos talleres. Aunque es coherente con la física cuántica, no es una parte de ella. Puede concordar con los informes de personas que experimentan su vida mental —incluyendo las exploraciones durante el ejercicio de la rueda— y también puede predecir esos informes.
Como hipótesis de trabajo, el plano de posibilidad nos ofrece un marco de referencia para empezar a entender la experiencia; pero, como marco de referencia, debemos mantener una actitud abierta ante las maneras descendentes con que nos puede limitar como modelo lingüístico y como metáfora visual. Puede que sea cierto, que lo sea en parte o que sea erróneo. Estemos abiertos a esa amplia gama de posibilidades.
Un aspecto intrigante del plano es que, cuando se ofrece esta perspectiva a los participantes, es frecuente que muchos de ellos intensifiquen el trabajo y expandan su sensación de «lo que está sucediendo» desde el punto de vista de sentir claridad sobre los cambios en su campo de conciencia; se sienten con el poder de traer más ecuanimidad y conectividad a su vida. Algunos —y esto ha sucedido en casi cada taller que he impartido— hasta llegan a decir que ha desaparecido el dolor crónico que sufrían en una rodilla o en el cuello, en la espalda o en la cadera. Muchos correos electrónicos que he recibido dan a entender que ese dolor no ha reaparecido. ¿Qué podría estar pasando? Si el dolor se encuentra en el borde metafórico, reforzar el acceso al centro produce alivio. Según el marco de referencia del mecanismo del plano, si el dolor crónico fuera una meseta persistente que diera lugar a picos intensos de dolor, acceder al plano rebajaría literalmente la experiencia subjetiva de la mente al plano de posibilidad, lejos de la prisión persistente del pico de dolor.
¿Y cómo es la sensación de «estar» en el plano? Para muchas personas, acceder al plano está asociado a las sensaciones de las que ya hemos hablado: apertura, paz, potencial infinito, amor, conexión, completitud y serenidad. Si yo estuviera leyendo estas palabras sin estar familiarizado personalmente con la experiencia, no las creería si no las hubiera oído directamente, una y otra vez, por boca de los participantes.
Conocer el plano mismo es innecesario para que la rueda funcione, pero esta comprensión no solo parece permitir que las cosas encajen desde un punto de vista conceptual y práctico, sino que también facilita sentir ese poder personal. Se trata de una observación intrigante, aunque de ningún modo demuestra la validez de la hipótesis.
Al final de aquel retiro de fin de semana en la Iglesia de Todos los Santos, hicimos una sesión de resumen en la que Ed y yo nos centramos en temas diversos, incluyendo una iniciativa en la que estaban trabajando Ed y su grupo llamada «El nuevo proyecto narrativo». Este proyecto consistía en un intento de encontrar una manera —basada en varias disciplinas y creencias— de conectar ciencia y espiritualidad con el fin de unir a personas de muchas profesiones y condiciones sociales. Observé a los asistentes, personas de todas las edades con historias diversas, y sentí que la pasión de Ed por combinar su formación religiosa con una inmersión científica en la mente estaba alimentando un cambio potencial en todos los que compartimos la experiencia de aquel fin de semana.
Ed me preguntó cómo podríamos conectar algunas de las reflexiones que habían surgido en el ejercicio de la rueda con las experiencias que tenían los participantes de Dios y de la ciencia. Tras oír su pregunta hice una pausa, sorprendido por la claridad de la pregunta y sin saber muy bien qué decir. Sentí en mi conciencia a John O’Donohue, recordé nuestras muchas discusiones sobre ciencia, espiritualidad y sociedad, sus experiencias como sacerdote católico, sus ideas sobre el misticismo celta y su trabajo en filosofía, y recordé cómo lo había experimentado yo a él no solo como poeta, sino también como un poema que caminaba y respiraba. John y yo enseñábamos a «despertar la mente» mediante dos lentes: la de la espiritualidad y la de la ciencia. De algún modo, el alma autoorganizada de la mente de John estaba plenamente allí, en Ed, en mí, en la sala.
Respiré hondo. Cuando ahora pienso en aquel momento imagino que mi propia rueda de la conciencia tenía un círculo de cuatro capas alrededor del centro que enviaba cualquier cosa que surgiera mientras la energía fluía y las realidades se transfiguraban —un término que John podría haber usado— desde un mar de potencial, un plano de posibilidad. Eran las corrientes de las que hemos hablado en nuestro viaje: una corriente «sensorial» llenándome del flujo de sensaciones del conducto ascendente; una corriente «observacional» que todavía me proporcionaba un poco de distancia como conducto, pero que también me hacía testigo de los despliegues del ahora y no solo participante de la sensación; una corriente «conceptual», un conjunto descendente de categorías, ideas y lenguaje, quizás el origen de una narración, que aclaraba y limitaba al mismo tiempo una sensación de entender y organizaba mi perspectiva; y una corriente de «conocer», algo más allá de ser simplemente consciente, quizá también más allá de la conducción y la construcción, algo con una sensación profunda de propósito y de verdad más allá de las palabras y los conceptos y antes que ellos.
Empecé a responder a Ed proponiendo que una visión verdaderamente científica aceptaría la realidad de que las entidades que preguntaban y respondían a las preguntas estaban surgiendo, en parte, desde dentro de un cuerpo. Los aparatos del cuerpo, incluyendo el cerebro, estaban limitados en sus vías de percepción y quizás incluso de concepción. Una idea científica debería aceptar la posibilidad de que muchas cosas que son reales puede que ahora no sean totalmente cognoscibles con la lente de la ciencia y que quizá nunca lleguen a serlo. Dicho esto, le comenté que la inmersión de aquel fin de semana nos había permitido vislumbrar la posible naturaleza de la esencia de la mente y de la esencia de la pregunta de Ed.
Si por «Dios» Ed entendía que en el universo actuaban fuerzas estructuradas que son invisibles para el ojo humano y quizás incognoscibles para la mente racional, los principios de la ciencia deberían ser capaces de considerar la posibilidad de esa realidad invisible. No todo lo que es real se puede ver, del mismo modo que no todo lo importante se puede medir. Si Ed quería decir que lo más conveniente para los seres humanos sería explorar cómo se podrían encontrar puntos de acuerdo entre quienes se dedican a la práctica espiritual y quienes se dedican a la ciencia, yo tenía una idea de cómo lo podríamos hacer. Con nuestra noción de la espiritualidad como una vida de conexión y significado, y con un sentido amplio de la ciencia como actividad que aclara la naturaleza profunda de la realidad, que ahonda en la apariencia superficial de las cosas y revela sus mecanismos subyacentes, debería haber algo en lo que las dos no solo encontraran un terreno común, sino también una inspiración mutua.
Lo que dije entonces no lo puedo reproducir aquí con facilidad, pero lo que estaba pensando antes de hablar en voz alta, teniendo presente todo lo que hemos explorado en nuestro viaje juntos y todas las conexiones que sentí con Ed y con su pregunta, es lo siguiente: si la mente tiene texturas subjetivas, realidad subjetiva y autoorganización como componentes fundamentales, es que en muchos sentidos —tal como venimos analizando— la mente tiene «mente propia». Con independencia de que en este momento estemos influenciados principalmente por un conducto ascendente, con los sentidos enviando datos a la conciencia sin nuestro control, o por el filtro conceptual de un constructor descendente que forme y conforme cómo vemos y qué hacemos sin nuestro control consciente, podemos tener la sensación de que la conciencia es algo «distinto de nosotros mismos» que está al mando. Pero si nos «quitamos de en medio», si a veces dejamos que ese flujo de sensación y de concepto simplemente surja, si dejamos que las corrientes de observar y de conocer participen sin tratar de ser las directoras de este proceso de despliegue, a veces pueden surgir experiencias útiles.
Esto es lo que yo pensaba y sentía antes de hablar.
Luego sentí que mis labios se movían, oí como salían las palabras, sentí la presencia autoorganizada de John, vi la mirada afectuosa de Ed, miré los trescientos rostros que no se movían con la atención puesta en esta conversación, y empecé a hablar. Creo que las palabras que surgieron fueron algo parecido a esto: si imaginamos que la energía es la esencia fundamental del universo, que incluso la materia es energía condensada, entonces la esencia de la realidad son pautas de energía. Si imaginamos que la energía se manifiesta en forma de potenciales que recorren una gama que va de la posibilidad abierta a la probabilidad y a la realidad, y a la inversa, podemos empezar a sentir cómo somos capaces de experimentar nuestra vida mental. Si consideramos que un sistema abierto tiene la tendencia natural a conectar partes diferenciadas, esta integración puede ser una fuerza invisible que dirige nuestra mente autoorganizada.
Cuando realizamos el ejercicio de la rueda —seguí—, estamos diferenciando aspectos distintos a lo largo de la gama de la curva de distribución de probabilidad de la energía. Esta gama es la experiencia de la mente. Varios elementos del borde de la rueda se experimentan como actividades mentales que surgen y se disuelven, como realidades que se funden otra vez en probabilidad y luego en posibilidad. Cuando desplazamos el radio de atención que dirige ese flujo de energía y de información a lo largo del borde, no solo estamos diferenciando entre sí elementos del borde de una manera innata, sino que también distinguimos entre el centro y el radio que surge del borde, las pautas de energía por encima del plano, las manifestaciones de probabilidad y realidad que surgen de la posibilidad.
Este movimiento del radio refuerza el centro en tanto en cuanto utiliza la capacidad de la persona para acceder al plano de posibilidad. Cuando luego giramos el radio 180° para dirigirlo hacia el centro metafórico, adquirimos una experiencia directa de la conciencia.
Lo que puede representar el centro es el plano de posibilidad; y desde este plano abierto puede haber una sensación de lo infinito, puede haber una conciencia emergente de que mi centro y el centro de otra persona, de que todos nuestros centros, son esencialmente lo mismo. Lo infinito es infinito: cada uno de nuestros planos de posibilidad representa un mar de potencial, un estanque de lo infinito o casi infinito. Son idénticos o casi idénticos.
Contemplé el grupo, contemplé todas las personas reunidas aquel fin de semana para sumergirse en aquella experiencia, para explorar la mente. Aunque vivimos en cuerpos diferentes —afirmé—, compartimos el mismo plano esencial. Y aunque el plano tiene una certeza casi nula, aunque vivimos en un cuerpo, es posible que mediante este ejercicio nos acerquemos lo más posible a esa sensación abierta de infinito. Cuando contemplé los hermosos rostros del grupo, tuve la sensación de que cada persona era de la misma esencia, que cada una formaba parte de un ser colectivo, que cada una era yo, que todos estábamos conectados. Estábamos conectados a través del centro, conectados en nuestros planos de posibilidad.
Uniendo todo esto —dije a Ed y al grupo, temeroso de que alguna idea de la ciencia pudiera ofender alguna sensibilidad religiosa—, tal vez una noción de Dios se pudiera considerar una sensación mística del generador de diversidad, el plano abierto del que todo nace. Y, de algún modo, es posible que la experiencia misma de ser consciente sea una experiencia sagrada. Surgiendo del plano abierto, nace nuestra experiencia de la conciencia.
Ed tomó mi mano con una hermosa sonrisa en la cara que alivió la ansiedad que sentía en mi interior por si pudiera haber dicho algo inoportuno en aquella casa de Dios. El grupo también parecía electrizado mientras llevábamos nuestra inmersión conjunta a un final en aquel ahora de todos los ahoras que se habían desplegado conjuntamente.
También pensé en el lector entonces, cuando hablé frente al grupo, como lo hago ahora, cuando escribo estas palabras que nos conectan mutuamente. Sé que aquí, en este penúltimo hito de nuestro viaje, no hemos dado respuesta a algunas preguntas fundamentales. Puede que nos lo hayamos pasado bien centrándonos en lo mental, pero las preguntas aún están abiertas, la duda respetada, la incertidumbre aceptada. Aunque al final se descubra que la base cerebral de la conciencia son correlatos neurales, regiones que se activan simultáneamente en un barrido de 40 ciclos, o una conexión integradora que alcance ciertos grados de complejidad en el cerebro mismo, ¿cómo sucede en realidad este conocer de la conciencia? La verdad es que no lo sabemos. Nadie lo sabe. Si en última instancia no depende solamente del cerebro, ¿cómo podrían dar lugar una gama de valores de probabilidad de la energía a la experiencia subjetiva de la vida mental? ¿Cómo podría dar lugar un plano de posibilidad al conocer de la conciencia, dentro del cerebro, dentro del cuerpo como un todo, o quizás incluso más allá de las limitaciones del cuerpo? No lo sabemos. Pero a lo largo de este viaje nos enfrentamos a preguntas más profundas, a preguntas que pueden dar lugar a enfoques provechosos que podrían ofrecer alivio para el sufrimiento personal y una transformación de la identidad que podría contribuir al bienestar de la persona, de los demás y del planeta.
Me siento triste, pero en cierto modo también eufórico, por plantear junto al lector estas preguntas sin respuesta. Una parte de mi mente desea certeza en las respuestas. Desciendo hasta mi plano y las mesetas de preocupación y los picos de pensamientos petrificados se funden en este santuario de ecuanimidad, en este mar de potencial. La sensación es la de estar en casa. La sensación es de un lugar donde el lector y yo nos podemos comunicar, un lugar donde nos podemos encontrar el uno al otro.
Empezamos nuestro viaje diciendo que al final quizá descubriríamos que su valor radicaba en las preguntas, no en la llegada a un destino final, a una respuesta final. Quizá sea esta la belleza y la recompensa, el poder y el potencial, de una idea de la mente basada en el plano de posibilidad.
Así que, por ahora, podemos respirar hondo y simplemente decir algo parecido a que la conciencia puede ser un aspecto «primo» del plano de posibilidad. El plano revela un estado de una posición cercana a cero en la curva de probabilidad de la energía. Lo que puedan ser los correlatos neurales de esta posición en la curva de probabilidad de la energía está abierto a la investigación empírica. ¿Supondría ese estado una activación neural marcadamente reducida, un equivalente neural de un estado subjetivo de apertura a lo que pueda surgir? ¿Podría ser este el correlato neural de la pausa, de la quietud, del espacio entre impulso y acción? ¿O supondría algún estado más elevado de activación y coordinación neural, algún estado más elevado de integración como proponen algunas nociones de la conciencia? También esta sigue siendo una cuestión abierta y se puede investigar cómo la mente es capaz de usar el cerebro mediante el ejercicio mental para crear más acceso a ese estado de probabilidad cercana a cero en su experiencia corpórea de la conciencia.
Este estado de energía de posibilidad abierta, este mar de potencial, no solo puede ser el origen de la conciencia, sino que también puede ser la puerta de la mente a la integración al permitir el surgimiento innato de la tendencia natural de la autoorganización a diferenciar y conectar. La conciencia abierta del plano puede ser necesaria para descender por debajo de las mesetas y los picos de carácter restrictivo o caótico que desactivan el impulso natural a la integración autoorganizada, sobre todo si existen obstáculos a la integración. Sean cuales sean los correlatos neurales asociados a este estado de la mente, quizá supongan una complejidad integradora dentro del cerebro, lo cual da lugar a preguntas importantes, desconcertantes y con frecuencia controvertidas sobre mente y cuerpo. ¿Podría surgir la conciencia sin un cerebro? ¿La conciencia utiliza el cerebro para crearse a sí misma? ¿Tiene la conciencia influencias más allá del cerebro? Si las interpretaciones cuánticas ortodoxas del papel fundamental que desempeña la observación consciente al colapsar la función de onda de un fotón en una propiedad de partícula son ciertas, entonces la transformación de un abanico de posibilidades en una realidad concreta en este momento está influenciada por la conciencia. Si como dan a entender los datos empíricos esto es cierto, entonces podríamos proponer que sí, que la conciencia parece tener influencias más allá del cráneo y de la piel del observador. Pero tener influencias que vayan más allá del cráneo y más allá de la piel, maneras de tener un impacto en el mundo más allá del cuerpo, no quiere decir necesariamente que la conciencia pueda existir sin un cuerpo. Esta cuestión es objeto de un intenso debate que no vamos a resolver aquí.
Para quienes no se sienten cómodos con la noción de que la conciencia se extiende más allá del cerebro o de que no necesita un cerebro, podríamos proponer la siguiente línea de razonamiento que al menos puede abrir nuestra mente a las preguntas que nos ocupan. La integración de una gama de regiones neurales parece estar asociada a la conciencia —son los llamados correlatos neurales de la conciencia—, pero en el fondo se desconoce cómo puede dar lugar a la conciencia esta integración neural, aunque sea en parte. Pese a que se hagan afirmaciones intrigantes relacionadas con microtúbulos, con pautas amplias de activación neural, con procesos representacionales relacionados con nuestro cerebro social y con una complejidad neural integradora, lo cierto es que no sabemos cómo la experiencia subjetiva de ser conscientes podría estar causada por pautas de actividad neuronal. Así pues, de maneras todavía —o quizá para siempre— desconocidas, de maneras que por ahora son misteriosas y mágicas —lo que significa que no las entendemos y que quizá nunca lo hagamos—, deberemos conformarnos con una sensación de intriga ante lo asombroso que es todo esto. Es asombroso que estemos aquí. Es asombroso que seamos conscientes de ser conscientes de que estamos aquí. Insisto: el nombre de nuestra especie no es Homo sapiens, «el que sabe», sino que en realidad es Homo sapiens sapiens, «el que sabe que sabe». Este es un aspecto «primo» de ser humanos, y es fabuloso y maravilloso.
CONCIENCIA, «NO CONCIENCIA» Y PRESENCIA
La conciencia es un proceso que la rueda de la conciencia ilumina.
Sin embargo, la mente también tiene otras dimensiones más allá de la experiencia de conocer cuando somos conscientes. También están «los conocidos» de la conciencia. Con independencia de que sean flujos de energía del conducto de sensación, que capta el mundo exterior a través de los primeros cinco sentidos, o de que sean señales del mundo interior del cuerpo captadas con el sexto sentido, podemos tener una experiencia subjetiva de estas formas de sensación, los «conocidos» del mundo físico procedentes del exterior y del interior del cuerpo. También podemos tener «los conocidos» de la construcción, que pueden ser emociones, pensamientos, recuerdos y creencias; lo que hemos dado en llamar el séptimo sentido de las actividades mentales. Pueden ser lo conocido de nuestra conexión con los demás y con el planeta, lo que hemos denominado octavo sentido. Todavía dentro de la conciencia, se trata de flujos de energía transformados en información por el constructor de la mente.
Estamos proponiendo que el elemento fundamental del sistema de la mente es el flujo de energía, parte del cual es la forma simbólica que llamamos información. Este procesamiento de información está impulsado por el flujo de energía y puede surgir dentro de la conciencia, el conocer de estos conocidos. Pero gran parte de lo que ocurre en la mente, si no la mayoría, está fuera de la conciencia. Lo podemos imaginar como flujos de energía y de información que no se experimentan dentro de la conciencia y que, por lo tanto, no son «conocidos» mediante la experiencia de «conocer». Es probable que Freud (1955) hubiera hablado de «inconsciente». Muchos científicos modernos afirman que este procesamiento de información no consciente es real y tiene un impacto en la vida cotidiana (Hassin, Uleman y Baragh, 2005; Sato y Aoki, 2006). Aunque ha sido llamado inconsciente, subconsciente o preconsciente, yo procuro evitar la confusión que suele ir asociada al empleo de estos términos por parte de diversas disciplinas y simplemente hablo de «no consciente». Esta expresión simplemente significa flujo de energía que no se da en la conciencia.
Un flujo de energía no consciente no da lugar a una experiencia subjetiva porque no está en la conciencia, pero aun así es real. Este ir y venir no consciente de la energía, a veces con valor simbólico, a veces en forma de energía pura, sucede constantemente. Sea cual sea la etiqueta que pongamos a estos aspectos de la vida mental, hemos ofrecido una definición simple de lo que son: flujo de energía y de información. Puesto que puede surgir una sensación de control de la impresión de que ser conscientes significa que estamos al mando, estos flujos no conscientes pueden hacer que, en ocasiones, una persona se sienta incómoda porque no puede controlarlos o ni siquiera puede saber qué impacto tienen en su vida. En otras palabras, la noción de que estén pasando cosas fuera de la conciencia puede ser aterradora para algunas personas. Con todo, esto no es tan simple como decir que la conciencia supone control y que la no conciencia supone descontrol.
La autoorganización no depende de la conciencia. Si hay una tendencia natural a la integración, esta puede suceder sin la experiencia consciente de conocer. Una lección muy importante de este descubrimiento es que a veces debemos quitarnos de en medio para dejar que las muchas capas del flujo de energía surjan y permitir así que la autoorganización suceda. Podemos llamar «presencia» a este estado de apertura.
La presencia es la puerta a la integración.
Si la mente consciente intenta controlar todo lo que surge, se pueden crear mesetas y picos fijos que limiten la tendencia natural a la integración. El resultado de aferrarse a una sensación de control sería una propensión al caos o a la rigidez. Estos estados revelan que un sistema se aparta de la armonía del río de la integración, que el estado de la mente se aproxima a una de las dos orillas y entonces nos quedamos atascados en la rigidez o nos sentimos abrumados por el caos.
En nuestro viaje hemos ido aún más allá para ofrecer una definición de lo que supone este flujo: el quién, el qué, el dónde, el porqué, el cómo y el cuándo de la mente. Hemos hecho una propuesta que el lector quizá conozca únicamente en su vida mental no consciente y que hemos activado ahora en su mente consciente por medio de nuestra comunicación: un proceso emergente autoorganizado, corpóreo y relacional que regula el flujo de energía y de información. El flujo de energía y de información no está limitado ni por el cráneo ni por la piel, y tampoco lo está la mente que surge de él. La mente es intra e inter. Este flujo no se limita a la conciencia. Ocurre con conciencia y sin ella.
Como proceso regulador, la mente supervisa y modifica lo que regula. De este modo, el ejercicio de la rueda contribuye a reforzar la mente además de revelar su arquitectura subyacente. La rueda nos guía por debajo de la superficie y nos permite ver los mecanismos milagrosos de la mente.
Reforzar la supervisión significa sentir el flujo de energía y de información con mayor estabilidad para que lo que sintamos tenga más profundidad, más enfoque y más detalle. Con mucha frecuencia, la lente del mindsight a través de la cual sentimos el flujo de energía y de información dentro de nosotros y entre nosotros es inestable. El resultado es una imagen borrosa y modificar ese flujo es difícil. Una manera de estabilizar la lente del mindsight es con objetividad, observación y apertura. Sentimos los conocidos del borde como objetos de atención, no como la totalidad de quienes somos. Tenemos la sensación de una función observadora un poco distanciada de la cosa que se observa, una sensación, quizá, del observador, del conocedor de la experiencia. Apertura significa que somos receptivos a lo que surge cuando surge, abandonando las expectativas que filtran nuestra experiencia o hacen que evitemos lo que surge o que nos aferremos a ello. La objetividad, la observación y la apertura forman una especie de trípode que estabiliza la lente a través de la cual sentimos la mente. Una manera de resumir la apertura, la observación y la objetividad es con la palabra «presencia».
Reforzar la modificación supone establecer la intención de permitir que el flujo de energía y de información se mueva hacia la integración. A veces esto significa detectar el caos y la rigidez para dirigir el flujo hacia la diferenciación y la conexión. ¿Cómo se establece esta intención? Con presencia. Puesto que la integración es una tendencia natural de un sistema complejo, en ocasiones lo que debemos hacer es simplemente «quitar trastos de en medio» —o simplemente quitarnos de en medio nosotros mismos— y dejar que la integración surja de manera natural. De este modo, la presencia es la puerta a la integración.
Al comprender mejor el funcionamiento de un sistema complejo, hemos dado un paso adelante en nuestro viaje hacia más preguntas y posibles respuestas. Como propiedad emergente del sistema complejo del flujo de energía —con una parte que tiene un valor simbólico al que llamamos información y otra parte que no lo tiene— podemos explorar aspectos de la ciencia de la energía y del flujo. Hemos expuesto que una noción posible es que la energía se manifieste como una gama de valores a lo largo de una curva de distribución de probabilidad. Los cambios en la probabilidad, que puede ir de la certeza a la incertidumbre, determinan cómo fluye esta energía. Aunque el tiempo no sea algo que fluya, o que incluso no exista como nos dicen varios físicos, podemos considerar que estas alteraciones en la probabilidad cambian en los despliegues del ahora. Cuando veamos la palabra «tiempo» siempre podremos sustituirla por la palabra «cambio» y estaremos en un terreno científico sólido. La vida y la realidad están llenas de cambio. El cambio que experimentamos se da en lo que hemos llamado tiempo y espacio. Pero si en realidad no hay un tiempo que fluya, las distribuciones de la curva de probabilidad, el lugar de ese abanico en el que estamos, todavía pueden cambiar. Cuando la energía y la información fluyen, cambian y transforman sus funciones de probabilidad. Estas ideas, que proceden de la ciencia y de la reflexión subjetiva y que hemos ido combinando en este viaje, hacen que nuestra comprensión de la mente sea más profunda.
Esta es la aventurada propuesta que hemos llegado a explorar en nuestro viaje: la «experiencia de conocer» de la conciencia surge de una probabilidad de energía del plano infinito. «Aquello» de lo que somos conscientes, los «conocidos» del estado de ánimo y la intención, del pensar y el pensamiento, del sentir y la emoción, del recordar y el recuerdo, surgen cuando la energía pasa de la posibilidad a la probabilidad y a la realidad en un flujo de ahoras. Podemos conocer estos despliegues dejando que el conducto de la experiencia sensorial los haga fluir hasta la conciencia y entonces, increíblemente, podemos conformarlos interpretando su significado y construyendo relatos y actos. Estos flujos pueden darse sin conciencia cuando el flujo de energía no consciente surge y cae sin descender mucho en la fuente del conocer, el plano de posibilidad.
La conciencia abierta, la «atención consciente» o plena, el estado receptivo de presencia, ofrece la posibilidad de aceptar la realidad del ahora, de aceptar que el ahora es todo lo que hay. A partir de ese estado, si nos hemos quedado atascados en el caos o en la rigidez, podemos alterar pautas automáticas de una manera deliberada, lo cual sugiere que el papel de la conciencia en nuestra vida es este: la conciencia cataliza la elección y el cambio. Más que ser una puerta importante a la experiencia subjetiva, el hecho de ser conscientes con una actitud receptiva nos permite elegir un camino diferente. Con ese estado de presencia, con esa «presencia mental», llegamos a esta sorprendente revelación, que es una posible visión de la verdadera naturaleza de la mente y de la realidad.
Trípode del mindsight
La presencia en el plano nos acerca a la salud liberando el potencial innato para desarrollar la integración.
La presencia es la puerta para que surja la integración.
Puede que esto sea, simplemente, el aspecto primo del funcionamiento de la mente, una fuerza fundamental de la vida mental. Cuando estamos atascados, la presencia nos puede abrir el camino para liberarnos de las prisiones de las mesetas inflexibles y de los picos inservibles. Los estados de ánimo marcados por la depresión, el miedo o la angustia se pueden cambiar; y se pueden cambiar también los pensamientos negativos, las preocupaciones inquietantes o las imágenes aterradoras. Hasta se puede cambiar —como hemos visto más arriba— un dolor crónico mediante el desarrollo de presencia en el plano de posibilidad, mediante el acceso al centro de la rueda de la conciencia.
¿Cómo puede suceder algo así? Nuestra conciencia de la energía puede conformar la energía misma alterando su posición a lo largo de la curva de probabilidad en el momento presente. De la misma manera que algunos físicos cuánticos defienden que la observación consciente de un fotón transforma su curva de probabilidad de onda a partícula, también puede ser cierto que la conciencia altere el flujo de energía y, por lo tanto, la información, mediante cambios en la curva de probabilidad. De este modo, la conciencia podría transformar las actividades mentales. Estas actividades son los conocidos del flujo de energía y de información. Y más allá de la conciencia, algunos autores sugieren que la intención tiene un impacto directo en el flujo de energía (Stapp, 2011) y en el procesamiento de información intra e inter (Maleeh, 2015). La intención también puede ser una manera de conformar las pautas de probabilidad del flujo de energía, con o sin conciencia. La intención se podría representar en la figura del plano de posibilidad como una meseta de poca altura, una posición de probabilidad de la energía ligeramente elevada por encima del plano que establece una dirección para otras actividades mentales que surjan. Como ya hemos expuesto, el estado de ánimo y el estado mental también pueden ser mesetas quizás un poco más elevadas, pero aun así más bajas que procesos subpico como pensar, sentir y recordar. Los picos serían la materialización de los valores subpico en sus formas de certeza como pensamientos, emociones y recuerdos (véanse las figuras del plano de posibilidad en los capítulos 2 y 8, pp. 74 y 277).
La atención —el proceso que marca la dirección del flujo de energía y de información— puede ser un mecanismo que determine cómo se despliegan las pautas de probabilidad, cómo cambian y se transforman mesetas, procesos subpico y picos.
La autoorganización puede diferenciar y conectar el complejo sistema del flujo de energía y de información de este mundo del paisaje mental de distribuciones de energía, usando la conciencia dirigida llamada «atención focal», o mecanismos no conscientes como cambios intencionados en los procesos mentales, en el flujo de energía y de información. Según hemos comentado antes, las pautas de flujo no integradas se pueden describir de modo que los períodos de rigidez son mesetas extendidas y picos sin muchos cambios a lo largo del eje x al que hemos etiquetado como «tiempo»; el caos estaría representado como una gran diversidad a lo largo del eje z en un momento concreto.
Puede que la conciencia sea lo que necesitamos para darnos cuenta de la experiencia subjetiva, de la textura vivida de la vida, lo cual se representaría en el gráfico como acceder a los diversos picos y mesetas por encima del plano. Más allá de permitirnos ser conscientes de la experiencia subjetiva de estos «conocidos», la conciencia puede cambiar los conocidos mismos. Ese es el poder de la conciencia para cambiar el flujo de energía y de información. Cultivar estados intencionales dentro de la conciencia, desarrollar un estado mental con propósito y dirección como en diversas formas de práctica mental como el mindfulness o en técnicas de mindsight como la rueda de la conciencia, también puede ser importante para conformar nuestra vida mental, tanto el paisaje mental como la esfera mental: las dimensiones intra e inter. Así pues, incluso sin conciencia, la persistencia de estos estados intencionales —estos estados de probabilidad elevada, estas mesetas bajas a las que podemos llamar vectores mentales que no necesitan conciencia— también puede influir en la pauta de cambios del flujo de energía. La intención es una postura o un vector mental que conforma de maneras muy físicas y reales la dinámica cuántica de la energía cuando se mueve a lo largo de la curva de distribución de probabilidad. A veces somos conscientes de estos procesos; en otras ocasiones, y quizá con mayor frecuencia, no somos conscientes de todos los factores mentales que conforman nuestra mente.
Todo esto es atrevido y maravilloso, y nos permite dar un paso más en nuestra hipótesis. Acceder al plano nos abre a la tendencia natural a la integración. No necesitamos espacio físico y no necesitamos que el tiempo sea algo que fluya —o ni siquiera que sea real— para revelar la naturaleza de la mente. La mente solo trata del ahora, junto con la transformación de la presencia de la posibilidad en «los conocidos» de la probabilidad y la realidad, en el surgimiento de grados de certeza en los despliegues constantes del ahora.
Aunque esta es nuestra propuesta de trabajo sobre lo que pueden ser las actividades mentales, el movimiento de la posibilidad a la probabilidad y a la realidad y luego a la inversa, esta noción también nos da cierta idea de cómo podría encajar la conciencia en esta imagen.
A partir de numerosas reflexiones en primera persona y en profundidad sobre el ejercicio de la rueda de la conciencia, creemos que este puede ser el origen de la conciencia. No sabemos cómo sucede exactamente, pero la noción de que la energía pasa a través de un nivel de probabilidad cercano a cero a lo largo del abanico de valores de la curva de probabilidad de la energía nos permite considerar que esto se podría experimentar como un plano abierto, amplio, profundo y expansivo que da la sensación de ser infinito. Este es el origen que proponemos para la conciencia. En muchos sentidos se puede describir como un estado de energía lleno de potencial. Como hemos comentado anteriormente, quizás este estado de probabilidad casi nula, este plano de posibilidad, tenga las propiedades cuánticas de microestados que no tienen una flecha del tiempo, y quizá por eso algunos lo califican de «eterno». Es un mar de potencial, un plano de posibilidad que existe cuando la curva de distribución de probabilidad se halla en un valor cercano a cero. Las actividades mentales forman un continuo con la conciencia porque las probabilidades y las realidades surgen como burbujas de este mar de potencial, porque surgen de este plano de posibilidad.
Dentro del plano podemos sentir una sensación expansiva de libertad. La idea no es intentar estar en un aspecto de la curva de energía o en otro, sino obtener un acceso flexible a todos moviéndonos con libertad por el abanico completo de la experiencia. Esta conexión de posiciones diferenciadas a lo largo de la curva es el mecanismo de la armonía, limitada por pautas caóticas o rígidas, que produce una sensación de coherencia en la vida. Esto es lo que supone la integración: la conexión de posiciones diferenciadas a lo largo de la curva de probabilidad de la energía.
Puede que lo máximo que nos podamos acercar mutuamente el lector y yo, el lugar donde podamos hallar una resonancia profunda, sea a partir de este plano de posibilidad. Así es como el acceso al plano de nuestro paisaje mental individual puede conformar la experiencia de apertura y conexión de nuestra esfera mental, pero esta interconexión no se limita al plano. Es probable que mi plano y el plano del lector sean muy similares, si no idénticos. Lo infinito es infinito en cada uno de nuestros cuerpos, en cada uno de nuestros paisajes mentales, lo cual nos ofrece un punto de partida para conectarnos e identificarnos mutuamente. La integración es algo más que conexión: también supone diferenciación. Las mesetas y los picos que forman el núcleo de nuestra identidad personal son maneras importantes de diferenciarnos unos de otros. La integración supone honrar diferencias y potenciar conexiones compasivas. La diferenciación se despliega de una manera natural cuando las mesetas y los picos, en el interior de la conciencia y por debajo de ella, surgen y conforman nuestra vida mental. Pero acceder al plano nos permite ir más allá de una sensación de yoes separados, aislados. Sí, nuestros picos y mesetas son propios de cada uno de nosotros, pero honrarlos y acceder al plano nos permite encontrar un terreno común. Acabamos sintiendo nuestras conexiones, lo que tenemos en común, no solo nuestras diferencias. El plano es la puerta para que surja la conexión de la integración. A través de este plano de posibilidad también nos damos cuenta de que no solo estamos conectados con otras personas, sino que también estamos profundamente conectados con el planeta, nuestro hogar común, este lugar al que llamamos Tierra.
A través del plano podemos encontrar un camino para recibir profundamente las mesetas de probabilidad y los picos de certeza de cada uno de nosotros. Así es como honramos las diferencias mutuas, como respetamos y apreciamos, incluso alimentamos, nuestras maneras de ser diferenciadas. Mediante la presencia mental en el plano podemos estar abiertos a las propensiones y predisposiciones particulares de nuestras personalidades. Nuestra identidad personal, nuestra historia, nuestras predilecciones y nuestras vulnerabilidades serían pautas de mesetas y picos que podemos explorar en nuestras reflexiones autobiográficas y en los relatos que narramos sobre nuestras vidas corpóreas, sobre nuestro paisaje mental individual. No son nada de lo que nuestro yo deba librarse: simplemente son aspectos del abanico completo de la vida mental que hay que aceptar, pero sin caer presos en sus pautas rígidas o caóticas.
Con voluntad y práctica podemos aprender a alejarnos con más libertad de los picos y las mesetas concretas que nos pueden estar encorsetando, limitando nuestra identidad, aprisionándonos en hábitos y creencias que nos mantienen en estados rígidos de agotamiento y estancamiento, o en estados caóticos de agobio y desbordamiento. ¿Cómo podemos conseguirlo? Entrenando deliberadamente la mente para que acceda al plano abierto de posibilidad somos capaces de aprender que la energía puede surgir de otras maneras de su espacio de posibilidad abierta y de incertidumbre hacia manifestaciones de lo real, hacia la certeza y la realización. Y entonces podemos volver atrás. De este modo, desarrollar acceso al plano nos abre a conectarnos tanto con otras personas a través de nuestro terreno común como con una serie inmensa de posibilidades dentro de las mesetas y los picos de nuestro paisaje mental. Despertar la mente es liberar el movimiento de la energía a lo largo de estas pautas nuevas de probabilidad, salir de caminos que se han atascado o se han vuelto caóticos y tener la libertad de experimentar nuevos despliegues, una liberación que con frecuencia exige que nos desprendamos de la necesidad de controlar, que nos relajemos en la aceptación de lo desconocido y que potenciemos la tendencia natural a la integración y a la armonía.
El miedo a la incertidumbre hace que algunas personas no puedan reposar con comodidad en lo que puede ser un plano de posibilidad desconocido. La necesidad de conocer, el miedo a no estar al mando, puede limitar su acceso al plano. Pero si vamos más allá de esta necesidad y superamos este miedo, podemos transformar nuestra vida liberando la mente. Así es como la integración de la conciencia facilita respetar lugares diferenciados a lo largo de la curva de probabilidad de la energía y conectar estas diferencias dentro de nosotros y entre nosotros. Puedo respetar los picos y las mesetas particulares del lector y puedo encontrar unión con él desde nuestros planos. Si aplicamos la terminología de la rueda, somos diferentes en el borde, pero hallamos cosas en común en el centro. Así es como despertamos nuestras vidas y liberamos nuestras mentes.
REFLEXIONES E INVITACIONES: CULTIVAR LA PRESENCIA
Por sí solo, el hecho de que seamos conscientes de algo no significa que nos hallemos en un estado de presencia receptiva. Podemos vivir con una atención no centrada, con elementos que entren en una conciencia neblinosa, o podemos vivir con presencia y con la atención centrada en lo que experimentamos en la conciencia. Cuando la lente con la que sentimos la mente se estabiliza con apertura, objetividad y observación, podemos ver con mayor profundidad y claridad. Desde este estado mental abierto, desde esta presencia, podemos dejar que surjan cambios con autoorganización e intención, podemos avanzar hacia la integración.
En este capítulo reflexionaremos sobre las experiencias de ser conscientes y exploraremos qué es lo que puede ayudar a aclarar las maneras de crear acceso a este plano de posibilidad y de potenciar la presencia que —como corrobora la investigación— puede desarrollar y potenciar el bienestar. Al hilo de estas reflexiones puede que al lector le sea útil imaginar cómo surgen estas capas de ser consciente en su vida cotidiana, cómo puede su mente luchar contra su cerebro y, en última instancia, cómo puede usar su mente para crear más integración en sus experiencias cotidianas.
El lector podría preguntarse cómo podemos ser conscientes sin estar plenamente presentes. Nuestro modelo del plano de posibilidad nos puede ayudar a explicar cómo puede funcionar la experiencia de la conciencia. Supongamos que el conocer de la conciencia es de algún modo una propiedad emergente del flujo de energía que surge cuando este flujo está en el plano de posibilidad cercano a cero. Esta suposición es coherente con la propuesta de que la mente —incluyendo la conciencia— es una propiedad emergente, un aspecto primo del flujo de energía. Puesto que la energía fluye a lo largo de esta curva, el conocer de la conciencia puede coincidir con esta posición de la curva.
Puede ser que la conciencia abierta, o lo que algunos podrían llamar conciencia pura, sea una propiedad cuántica sin flecha en el plano de los microestados. Cuando los valores de probabilidad de la energía se alzan por encima del plano, quizá tengan las características clásicas de los macroestados en los que el tiempo tiene flecha y, por ejemplo, los sentimientos, los pensamientos y los recuerdos tienen una sensación de movimiento y una dirección unitaria del pasado al presente y al futuro «con el paso del tiempo». En cambio, la conciencia tendría una cualidad intemporal. De ser así, la tensión de la vida mental sería que, en relación con la sensación del paso del tiempo, podríamos tener una conciencia cuántica con un conjunto clásico de actividades mentales. Además, vivimos en un mundo clásico de objetos físicos de macroestado con flecha, pero somos conscientes de este entorno clásico con una conciencia mental cuántica. Esta tensión entre lo clásico y lo cuántico puede ser un enigma fundamental de nuestra experiencia humana.
Además, tenemos la gran variedad de estados de conciencia en los que podemos estar en un momento dado. Puede ser que alguna combinación de las posiciones de la curva de distribución de probabilidad de la energía nos ayude a imaginar lo que puede estar sucediendo. Si suponemos que el conocer de la conciencia surge del plano y que actividades mentales como los pensamientos, las emociones y los recuerdos surgen de la curva que hay por encima del plano, quizá la vida mental no consciente y consciente se pueda concebir de la siguiente manera. Varios neurocientíficos proponen que cuando un sujeto tiene conciencia de algo se encuentran algunos procesos de conexión (Tononi y Koch, 2015; Edelman y Tononi, 2000). Por ejemplo, en las formulaciones mencionadas antes, si en el cerebro se da un barrido de 40 ciclos por segundo como propone Rodolfo Llinás, y si surgen conexiones integradoras como han propuesto Tononi y sus colegas, la conciencia podría depender, en parte, de un conjunto de áreas neurales que contribuyen a la vertiente cerebral de la conciencia. Estas son algunas de las nociones más avanzadas sobre los correlatos neurales de la conciencia.
Pero ¿a qué correspondería realmente la conciencia pura —el conocer de la conciencia sin lo conocido— en la actividad del cerebro? ¿Sería un grado de activación extraordinariamente bajo? Habría algún indicio de la predominancia de algún microestado uniforme —la fuente cuántica del conocer de la conciencia— sin las características de macroestado de aspectos de lo conocido por encima del plano? Y cuando somos conscientes de algo, ¿cómo podría esto mezclar estas dos propiedades potenciales de lo clásico y lo cuántico? Carecemos de los datos empíricos necesarios para responder a estas preguntas fundamentales sobre la actividad del cerebro y el conocer de ser conscientes.
En la vertiente mental de la conciencia examinaríamos el flujo de energía, no solo cambios de posición física en el cerebro o en cualquier otro lugar, sino cambios en varios estados de probabilidad. ¿Cómo podría ser este flujo de energía?
Examinemos la figura del plano de posibilidad y fijémonos en las mitades superior e inferior. Como ocurre con cualquier dibujo, esta figura no es más que un mapa, una metáfora visual, no «la cosa real». Pero ya hemos comentado que las metáforas como una especie de mapa pueden ser muy útiles si se reconocen sus limitaciones. En este mapa de las distribuciones de probabilidad de la energía, la parte superior del gráfico que hemos estado analizando representa la vida mental y parte de ella se experimenta como «experiencia subjetiva» dentro de la conciencia. En la mitad inferior del gráfico están los cambios correspondientes en la probabilidad que podrían darse en el mismo momento dentro del cerebro. Estas son las actividades neurales que serían los correlatos neurales de la conciencia. Una consecuencia que se desprende de esta figura es que a veces el cerebro puede ir por delante y prevalecen las pautas de activación neural; en otras ocasiones puede ir por delante la mente, dirigiendo la activación neural en una dirección que normalmente no seguiría. Así es como la mente puede conformar las pautas de activación del cerebro, una capacidad que hoy ya está reconocida.
Por ahora nos referiremos a la posición de la probabilidad de la energía como «en el plano» o «no en el plano». Para la mente, eso sería actividad representada por encima del plano de posibilidad; para el cerebro sería actividad por debajo del plano. La correlación entre el flujo de energía en la mente y en el cerebro sería un reflejo de lo que está por encima y lo que está por debajo del plano. Con todo, nuestra propuesta de que la experiencia subjetiva y la activación neural no son el mismo fenómeno se ve reforzada por la representación que se hace en este gráfico de lo neural y lo mental como «correlacionados» pero no idénticos. Dicho de otro modo, no son lo mismo, aunque se influyan mutuamente de una manera directa. Examinemos ahora cómo podría la conciencia suponer tanto procesos neurales como mentales a través de la lente de estos cambios de probabilidad.
Si imaginamos que ser conscientes, el conocer de la conciencia, exige que alguna combinación del flujo de energía tenga un componente en el plano, algún movimiento de la curva de distribución de probabilidad de la energía hacia una certeza casi nula, entonces, como estamos proponiendo, esta podría ser la base, desde el punto de vista de la energía, del conocer de la conciencia.
La cualidad de la conciencia, ya sea una conciencia borrosa con solo detalles vagos, o una presencia receptiva con claridad y apertura, podría estar determinada por unas proporciones diferentes de la medida en que el barrido de 40 ciclos por segundo u otro proceso de muestreo parecido incluyera el plano (el conocer de la conciencia) y los picos o las mesetas (los conocidos de la conciencia). Esta propuesta significa que lo conocido y el conocer estarían en un continuo y que cada uno representaría un lugar diferente a lo largo de la curva, es decir, cada uno sería un estado diferente de probabilidad. Si tomamos esta propuesta y la refinamos, quizá podamos constatar que unas cantidades diferentes del plano (conocer) y de las mesetas y los picos «no del plano» (conocidos) pueden combinarse para revelar otras maneras de ser conscientes.
Si la proporción de la actividad de los conocidos en la curva «no del plano» es ligeramente dominante, quizá seamos más conscientes de cosas que ocurren sin que se experimenten del todo en un estado mindful receptivo, un lugar de apertura con elección y cambio. Estamos perdidos maravillosamente en la experiencia sin una extensión amplia de la conciencia que pueda incluir una observación autorreflexiva. ¿Podría ser esto un ejemplo de cuando nos deleitamos en el conducto de la corriente de energía sensorial de la mente? Quizás este sea el estado al que Csíkszentmihályi llama «flujo», cuando somos conscientes con un predominio de una corriente sensorial pero con poca o ninguna autoobservación (Csíkszentmihályi, 2008). Quizás el perfil de la curva de distribución de la energía hace que los conocidos del flujo surjan directamente del plano sin mucho filtraje debido a mesetas limitadoras que alteren la percepción. De este modo, la energía en el plano tendría una conciencia profunda mientras que la energía más allá del plano, como picos crecientes, se encontraría en un estado lo más puro posible, sin estar limitado por expectativas previas. Quizás este perfil de energía ascendente, que equilibra picos y plano, es lo que podríamos hallar con el flujo. La clave está en los orígenes de los picos y la proporción entre posiciones en el plano y en el no plano.
La sensación de flujo puede ser maravillosa, pero no es lo mismo que una conciencia totalmente abierta que incluyera autoobservación. Con flujo, los picos que se elevan pueden llenar nuestra sensación del momento presente y nos perdemos en la actividad, nos fundimos con ella, somos inseparables de ella. Cuando añadimos a la experiencia más proporción del plano, quizás el sentido más amplio de una conciencia que podría surgir incluiría la sensación de conocerse a sí misma, e incluso una sensación del conocedor, más allá de lo conocido de la experiencia de flujo. Este estado totalmente abierto parece acceder a la conducción además de a la construcción y nos ofrece una ventana para que sintamos la expansividad infinita que quizá sea el núcleo de la quietud receptiva, el núcleo de la conciencia misma. Así es como la presencia puede elegir sumirse profundamente en el flujo, pero no es lo mismo que el flujo. Esta presencia es un estado abierto a todo, una postura que invita a las nimiedades y al todo magnificente en un inmenso abrazo de aceptación.
Con estados diferentes de la claridad que viene con el flujo o la conciencia abierta, podemos hallarnos en un estado por encima del plano enormemente dominante, pero sin ser muy conscientes de los detalles de una experiencia. En tales ocasiones podríamos ser vagamente conscientes de lo que está sucediendo con detalles borrosos, un foco poco claro, una sensación fugaz, una imagen inestable o una noción confusa. La atención se distrae con facilidad, la conciencia simplemente se desplaza de aquí para allá sin estabilidad, sin bañarse en la majestuosidad del flujo ni reposar en la quietud de la extensión totalmente abierta de la conciencia receptiva, de la presencia. En un estado tan confuso quizá sepamos de una manera vaga que esos sucesos están allí, que están sucediendo, pero no estamos llenos de la riqueza y el detalle del flujo ni de la experiencia expansivamente aceptadora y abierta de la presencia. Con este estado borroso es como podríamos tener conciencia sin flujo y conciencia sin presencia. Aquí imaginaríamos que el muestreo de la curva de energía cuando hace un barrido está predominantemente por encima del plano, con un poco de acceso al plano que da un toque de conciencia, aunque solo de una manera vaga o imprecisa. En otras palabras, para ser conscientes necesitaríamos que algunos elementos de la curva de energía se sumergieran en el plano: cuanto menor sea la inmersión, menor será la claridad.
Si la actividad de la curva en el no plano en forma de mesetas y picos es exclusiva, si la mezcla en el momento del barrido de 40 Hz o de cualquier otro proceso integrador que aún esté por descubrir no incluye el plano sino solo distribuciones más allá de él, este sería un perfil posible que revelaría cómo podrían ocurrir actividades mentales no conscientes. Los picos y las mesetas se desplegarían con poca o ninguna inmersión en el plano. Esta es una propuesta sobre el aspecto que tendría el perfil de la mente no consciente en este marco de referencia y sobre cuáles podrían ser los correlatos neurales. Este sería el flujo de información de la mente que estaría por debajo de la conciencia o sería anterior a ella y a la actividad neural que no produce conciencia. Los pensamientos, los sentimientos o los recuerdos están allí, pero no somos conscientes de ellos, ni siquiera de una manera borrosa o vaga. Ni siquiera tenemos una experiencia subjetiva directa de ellos, aunque al final podamos sentir sus sombras en otros aspectos de nuestra vida mental que sí entran en la conciencia.
He aquí lo apasionante del punto al que hemos llegado. Ahora podemos tomar la propuesta fundamental de la mente como una propiedad emergente del flujo de energía y ver cómo podemos entender la noción de las actividades mentales conscientes y no conscientes analizando profundamente lo que significa ese flujo cuando la probabilidad cambia.
Cuanto mayor sea la fracción del plano incluida en el barrido de conexión, más conciencia receptiva tendremos. Si no hay plano, no hay conciencia y en esta situación las distribuciones en el no plano son actividades mentales no conscientes. Con un poco de plano la conciencia es borrosa o vaga. Con una cantidad mediana de plano, quizás estemos en el flujo sensorial. Cuanto mayor sea la fracción del plano barrida por el barrido integrador, mayor será la receptividad. Las proporciones definitorias concretas que distinguen la experiencia de flujo de una presencia consciente más amplia puede que no estén fijadas o ni siquiera delimitadas con claridad y que varíen de un momento a otro, de una persona a otra. Naturalmente, esto dificultaría la realización de estudios empíricos que quisieran medir estos procesos, pero una cuestión importante es que la proporción del barrido integrador puede cambiar en cualquier experiencia; si estamos en el flujo y luego necesitamos acceder a más autorreflexión, nos sumergimos más en el plano aumentando la proporción en la medida necesaria. En otras palabras, podemos usar la mente para alterar lo que podemos llamar «proporción de barrido», cambiando la cualidad de la conciencia en ese momento. Si hacemos el ejercicio de la rueda o simplemente estamos en el plano de una manera natural, como una característica de quienes somos, podemos ser más capaces de aumentar la actividad en el plano y, en consecuencia, hacer de la presencia una característica de nuestra vida, lo cual significa que podemos aumentar la proporción entre posiciones en el plano y posiciones en el no plano a lo largo de la curva de probabilidad durante la conexión integradora, durante el barrido.
¿Podemos tener presencia y flujo al mismo tiempo? Quizá la cuestión sea el tiempo, aunque el tiempo como algo que fluye no sea realmente una parte de la realidad. Entonces esta pregunta se convierte en una cuestión de las pautas de distribución de probabilidad que surgen en cada momento, el cambio en la probabilidad que existe sin el tiempo como algo que fluye, e incluso un cambio que existiría sin espacio. Es decir, incluso sin tiempo ni espacio, la posición de la energía en la curva de probabilidad puede cambiar en cada momento. ¿Qué tienen que ver estos cambios con la conciencia abierta? Quizá solo sea que, con presencia, tenemos la capacidad de «elegir» toda clase de proporciones que sirvan a propósitos diferentes. De este modo, con presencia podemos elegir el flujo, pero puede que no todas las personas que experimenten el flujo accedan fácilmente a la presencia. Esta es una cuestión que debería investigarse y para la cual hasta ahora no tenemos respuesta. He aquí un ejemplo de lo que podríamos considerar: si estamos sumidos en la ira y golpeamos a alguien en un acto violento, podemos estar en el flujo de nuestra ira, pero sin acceder a la flexibilidad y la moralidad de un estado de presencia consciente. La presencia puede incluir el flujo como opción, pero el flujo puede existir sin presencia.
Como hemos afirmado anteriormente, la presencia es la puerta a la integración. La presencia es lo que puede hacer falta para la elección y el cambio, para liberarnos de los impedimentos a la tendencia natural a la integración. En el estado de presencia, los picos y las mesetas pueden ser fácilmente accesibles como componentes más pequeños de las proporciones de barrido, en comparación con el grado elevado de plano representado en ese barrido integrador del momento. En otras palabras, tiene lugar un barrido y en algún sentido define cómo se puede experimentar el «ahora», qué es este momento desde el punto de vista neural y mental. Proponemos que esto sería un perfil de probabilidad que representaría los elementos básicos de la conciencia plena, de ser conscientes con aceptación y amor en el momento presente. Una distribución más equitativa del barrido con valores tanto del plano como del no plano daría lugar a una plenitud mayor en la conciencia del flujo de la experiencia.
Cuantos más componentes del plano llenen la proporción de barrido de un momento dado, más intensa será la sensación de conciencia totalmente abierta que podamos sentir. Pero esto tiene un componente que puede ser potencialmente perturbador. Hace poco me encontré con una colega para cenar y hablamos de la meditación que ella llevaba practicando hacía ya mucho tiempo. Me preguntó cómo distinguía yo entre «la nada de la realidad no dual» en la que ella había acabado inmersa en los últimos decenios de meditar, y la experiencia de apertura y plenitud, la experiencia del centro y del plano de posibilidad que otras personas habían descrito aquel mismo día en un taller con el ejercicio de la rueda. Me comentó que, para ella, acceder a la sensación profunda de conciencia pura de su práctica durante aquellos años había hecho que se diera cuenta de que no existía nada. Cuando le pregunté cómo era aquella sensación, dijo: «De total vacuidad». Su cara carecía de expresión. Luego añadió que, para ella, todo lo demás era ilusorio. En realidad no existía nada. Esta era su realidad: lo único que era real era la nada.
Si consideramos nuestras discusiones sobre el flujo de energía, quizá podamos entender a qué se enfrentaba aquella persona. No está sola. Algunas personas consideran que una visión «no dual» significa que cualquier cosa que parezca separar el yo del mundo es una ilusión. En esencia no hay una separación real entre cualquier persona y cualquier cosa, pero esta realidad no dual podría significar que la vida está llena, no vacía. Si el mundo no dual real está lleno, ¿cómo pudo esta mujer, como me dijo más tarde, acabar tan «atrapada» en una vacuidad, en un vacío? El marco de referencia de la curva de probabilidad nos puede ayudar a entender su experiencia. Estamos diciendo que la transformación de un conjunto casi infinito de posibilidades en probabilidades y realidades es la fuente de la vida mental. Muy bien. Desde una perspectiva no dual, qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué somos, nuestras maneras de ser, surgen como transformaciones de pautas de energía, movimientos incesantes a lo largo de la curva de distribución de probabilidad. Eso es todo. Pero eso está lleno de un potencial infinito, de un surgimiento ilimitado. Estamos proponiendo que la conciencia, el conocer de la vida mental, surge cuando la posición de probabilidad del momento está en el plano cercano a cero. Ahora bien, una manera de entender la experiencia de estar en ese plano, de aprender a estar únicamente en ese plano y no en las mesetas y los picos del no plano, es que podemos sentir subjetivamente este estado de «probabilidad del 0 %» como la experiencia de nada. Literalmente, allí no hay «ninguna cosa», solo hay potencial. Este «ninguna cosa» es la ausencia de las «cosas» de las mesetas y los picos, de los conocidos de la mente. Y si alguien llega a desconfiar del surgimiento de las cosas —intenciones y estados de ánimo como mesetas de probabilidades aumentadas, o pensamientos, emociones, recuerdos, percepciones, sensaciones o lo que sea como picos de realidades—, entonces pensará que todo lo que está fuera de ese plano de conciencia pura es ilusorio, es falso, no es real. Si esta creencia o esta línea de pensamiento obliga a esa persona a descansar únicamente en el plano como lugar donde evitar todo lo que considera que es una ilusión, una desconfianza en los conocidos de la mente, entonces, en cierto modo, este plano se experimenta como totalmente vacío. La persona no confía en nada que pueda surgir de él. Al principio el plano se convierte en un refugio, pero luego, como en el caso de esta persona, se convierte en una prisión de vacuidad.
En contraste con la experiencia de esta colega, el equivalente a una probabilidad de cero o casi cero se puede experimentar como infinito o como lleno de posibilidades abiertas. El plano, en lugar de estar vacío, está lleno. ¿Lleno de qué? Lleno de potencial. Y para muchas personas, entre ellas yo y miles más que así lo han descrito, este plano es una fuente de paz, apertura, infinitud, alegría, claridad y conexión. Desde este punto de vista, lo que surge del plano no es una ilusión, sino una oportunidad. La vida surge llena de libertad, sin estar aprisionada en el plano.
Vacuidad o plenitud. El plano se puede experimentar de las dos maneras. Algunas personas lo pueden experimentar como una prisión; otras lo pueden experimentar como un palacio. Que sintamos el plano como vacuidad o como plenitud y que lo experimentemos subjetivamente como una prisión o un palacio puede depender de muchos factores de nuestra vida. Por ejemplo, y como hemos comentado, hay quien encuentra que la experiencia de la incertidumbre es aterradora y que descender al plano es una experiencia incómoda, al menos al principio. En cambio, otras personas encuentran que esa vastedad de posibilidades es tranquilizadora y relajante, llena de una sensación de infinitud que suscita una sensación profunda de conexión no solo con un camino totalmente abierto, sino también con un mundo totalmente abierto porque su sensación de yo se hace más amplia y más profunda.
¿Cuál es la relación de esta curva de distribución de probabilidad y de la conciencia que surge del plano con la autoorganización? Podemos describir su conexión desde el punto de vista de la integración.
Una conciencia integrada permite un acceso libre y pleno a la totalidad de la curva de distribución de probabilidad. Aceptando todos estos surgimientos, reposar en el plano es simplemente un aspecto de una plenitud de ser. No hay que hacer nada, salvo experimentarlo todo. Desde esta perspectiva, el conocer, el conocedor y lo conocido son parte de un continuo. Esta manera de sentir una visión no dual que tiene muchos aspectos nos permite ver que las cosas del mundo, los conocidos y el conocedor, no son meras ilusiones. No solo son reales, sino que son realmente importantes como aspectos diferenciados de la realidad que se unen en la armonía de la integración. Incluso puede ser que el conocer tenga una sensación de intemporalidad sin flecha, mientras que lo conocido y quizás hasta el conocedor —si es una construcción mental de un «yo» y no solo conciencia pura— pueden tener una cualidad de macroestado con flecha, como hemos propuesto anteriormente. Puede que mi colega se acabara centrando demasiado en el estado sin flecha, y que evitara un estado con flecha de vida mental por encima del plano que solo podía ver como algo irreal y de lo que no se podía fiar, básicamente como una mentira. Parecía haberse quedado atrapada en una visión de que lo único real era el plano, lo que para ella, según lo describía, era una prisión de vacuidad en la que estaba atascada con rigidez. Se sentía impotente para cambiar su vida y buscaba algún alivio. Se preguntaba cómo podría usar el proceso de integración para conseguir el flujo autoorganizado que la pudiera liberar abarcando las posiciones diferenciadas a lo largo de la curva de distribución de probabilidad y, literalmente, abrir su vida y liberar su mente.
Imaginemos que, si en la proporción domina el plano, sentimos una sensación de plenitud expansiva que nos llena cuando reposamos en la magnificencia de este momento. Hay quien llama a esto «conciencia plena» y nosotros podríamos llamarlo simplemente «presencia». A veces podemos descender por completo hasta el plano y tener la sensación de que nuestro yo separado se disuelve, una sensación que se experimenta de muchas maneras diferentes, como un «nosotros», como lo divino, como espíritu, como naturaleza esencial interconectada, interdependiente o no dual. Si nos quedamos atascados en el plano, como mi colega pudo haber hecho inadvertidamente con su creencia de que todo lo demás era ilusorio, podemos hacer la propuesta de que ella había dejado de estar integrada. Para ella, el plano se había convertido en una prisión de rigidez. Para otras personas, no tener ningún acceso al plano puede dar lugar a una vida guiada por una especie de piloto automático que también puede dar como resultado experiencias rígidas o caóticas. Pero la vida no tiene por qué ser así. La integración de plano, mesetas y picos, conectando el conocer sin flecha y los conocidos con flecha, honrando todas sus diferencias y cultivando sus conexiones, revela que podemos transformar ese caos o esa rigidez potenciales en la armonía de la integración. Le mencioné todo esto a mi colega y pareció estar abierta a la idea, y sentirse aliviada y al mismo tiempo aterrada.
Centrándonos de nuevo en lo que nos ocupa, tras la reunión de hoy en la costa del Pacífico, he aquí algunas de las afirmaciones literales que se hicieron sobre el ejercicio de la rueda, especialmente cuando se hizo girar el radio 180˚ para que se dirigiera al centro: «¡Vaya!», «Alucinante», «Todos estamos conectados, no hay un yo separado», «Hallaste el cerrojo dorado y ahora tenemos la llave», «Me aburrí hasta que nos concentramos en el centro, entonces entré en un estado alterado y me quedé en él», «He tenido una sensación de inmensidad, de eternidad, de alegría, de confort, relax, dicha», «Una esfera de conciencia en expansión».
Aumentar el acceso al plano de posibilidad puede hacer que la conciencia entre en un estado de presencia. La presencia no tiene por qué ser una prisión o algo en lo que quedarse atrapado: ofrece el potencial de vivir plenamente. Es la puerta a la integración.
Todo esto nos permite imaginar que nuestras vidas mentales, conscientes o no, comunes a todos o personales, aisladas o conectadas, pueden surgir de los mismos mecanismos básicos de la mente que surge del flujo de energía y de información.
Estas reflexiones son una invitación a sentir cómo es nuestra propia conciencia.
Si el lector ha realizado el ejercicio de la rueda, ¿qué le ha parecido? Cuando una persona espera tener la misma experiencia que las descripciones que ha oído, esto a veces puede inhibir su propio «surgimiento natural» en el ejercicio. Ofrezco estas descripciones para que el lector pueda apreciar los datos que apoyan la noción de que sucede algo profundo, ya sea en una reunión en una iglesia o aquí en los acantilados del sur de California; en todos los casos, son datos muy similares con independencia de la historia o el grado de experiencia de los participantes.
Acceder a este centro de la rueda, a este plano de posibilidad, ¿cómo ha influido en la vida del lector? ¿Qué sensación ha tenido? ¿Cómo han sido las diversas partes del borde? Cuando reflexione sobre estas experiencias, que imagine qué ocurriría si pudiera acceder fácilmente a un lugar interior de claridad y elección, al centro de su mente. ¿De qué maneras puede imaginarse usando este modelo de la mente para encarar mejor su vida cotidiana?
El lector tiene la posibilidad de usar su mente para enfocar la atención y abrir la conciencia —la parte superior de la figura del plano de posibilidad— con el fin de que su cerebro —la parte inferior de la figura— se active de maneras nuevas y más integradas. Aunque su modo automático sea no estar integrado, ser propenso al caos o a la rigidez, en realidad puede elegir reforzar su mente —la regulación del flujo de energía y de información— e impulsar deliberadamente el flujo de energía por su cerebro de maneras nuevas. Ahora que conoce el carácter central de la integración, podemos afirmar que tiene el poder de usar la mente para integrar su cerebro y aumentar su sensación de bienestar. Al experimentar esta manera de vivir podrá convertirse en una parte activa de la comunidad de personas que fomentan la integración. Así es como el trabajo de su paisaje mental se entreteje con la esfera mental que lo rodea. Esa es la continuidad entre la conciencia, la cognición y la comunidad.
En la reunión de esta semana algunos participantes se han quejado del tráfico. Hoy he propuesto que, si bien al conducir pueden surgir picos de pensamientos airados y mesetas de estados de ánimo irritados, con la práctica de obtener un acceso rápido y fácil al plano de posibilidad podemos acceder con rapidez y soltura a un santuario interior incluso en medio del tráfico. Todos somos parte de un mundo más grande, incluyendo el flujo de otros seres humanos en el tráfico, lo cual es una manifestación física de la esfera mental. Y la manera de conectar el trabajo de nuestro paisaje mental interior con ese entorno de la esfera mental es la clave para vivir plenamente de una manera corpórea y relacional. Esto es traer integración al mundo, desde dentro hacia fuera.
Para mí, estas experiencias crean una sensación interior de que dentro de nuestro viaje existe algo importante, algo que puede cambiar la vida de la gente, algo que, si quedara claro, podría ayudarnos a tener una visión de la mente más grande, más global y, en consecuencia, más precisa. Esta visión más clara de la mente podría proporcionar un enfoque más eficaz a las personas que ayudan a otras, ya sea en las conexiones de nuestros hogares familiares, en el aprendizaje de nuestras aulas, en la transformación de nuestros centros clínicos o en la comunicación dentro de nuestras comunidades locales y extensas.
Los estudios revelan que estamos interconectados profundamente unos con otros en nuestras comunidades y en nuestra cultura (Christakis y Fowler, 2009). Influimos en las personas con las que tenemos hasta tres grados de separación, incluso sin proponérnoslo. En otras palabras, nuestra manera de vivir y de actuar puede inspirar a personas que nunca hemos conocido. ¿Puede el lector imaginar cómo sería la vida en su comunidad si él y otras personas desarrollaran más acceso al plano de posibilidad? Si vivimos principalmente fuera del plano, sin presencia, podemos vivir una vida aislada arrastrados por una cognición no consciente que nos pone en modo piloto automático. Pero consideremos qué podría significar desarrollar acceso al plano: en nuestra vida individual, seríamos más conscientes de nosotros mismos y tendríamos más libertad y flexibilidad; en nuestras relaciones directas tendríamos más empatía, más compasión y más conexión; en nuestra comunidad y en nuestra cultura podríamos tener conversaciones nuevas sobre la naturaleza de la vida e inspirar a los demás a encontrar esa misma fuente de claridad, flexibilidad y conexión. El lector y yo, nosotros, recibimos desde el interior el poder de hacer realidad estos cambios. Desde el mar del potencial, podemos hacer que ese mar sea accesible para nosotros mismos y crear ondas culturales de influencia positiva para los demás.
Con estas reflexiones he invitado al lector a explorar su propia experiencia directa. ¿Cómo es la textura subjetiva de sus sensaciones, sus imágenes, sus sentimientos y sus pensamientos cuando reflexiona sobre lo que es la mente? Si empieza con la simple tarea de preguntar cómo y dónde surgen estos cuatro aspectos de su vida mental, ¿puede sentir, en el plano de posibilidad, los orígenes corpóreos y relacionales de su experiencia mental? ¿Puede sentir el potencial de este mar mental personal y compartido?
En este momento siento la emoción de este viaje, pero también tengo cierta sensación de tristeza porque se acerca el final. Ahora mismo me llena una sensación de gratitud porque el lector y yo hemos estado en este viaje y hemos podido plantear preguntas fundamentales. En el siguiente capítulo exploraremos cómo podemos aceptar nuestras conexiones mutuas y cultivar el asombro por el simple hecho de estar vivos, por recorrer este viaje que se despliega continuamente y al que llamamos «ser humanos».