IV. Frustrado y resentido

 

 

 

 

EDUARDO

(Con los primeros indicios de que el whisky comienza a hacer su efecto.) Nadie sueña con ser un crítico de arte. Se llega a serlo por eliminación o por impotencia. Yo no quería ser una caricatura de artista, sino un artista de verdad. Yo, de joven, soñaba con ser pintor.

 

RUBÉN

Como Alicia.

 

ALICIA

Una pintora, sí, sí, sí. No para triunfar, quién habla de eso. Para volcar en imágenes esos demonios que llevamos dentro.

 

EDUARDO

Para dar forma a las pasiones, perfil a las nostalgias, color y volumen a los sueños.

 

ALICIA

Es posible, Rubén. El doctor Zanelli lo ha dicho.

 

EDUARDO

El talento no es innato, sino una creación. Cada artista se lo construye, como una casa: con trabajo, paciencia, convicción, disciplina y terquedad.

 

ALICIA

¿Acaso no tengo yo todo eso? ¿Por que no podría ser una pintora, entonces?

 

EDUARDO

Quise ser pintor desde que tuve uso de razón. Quizás, desde antes. Es lo único que quise ser, siempre; lo único que estuvo absolutamente claro para mí, desde que tengo memoria. Y, si quieres conocer mi secreto, todavía no me conformo de no haberlo sido. Algunas noches me despierto, sudando de angustia: no llegué a serlo, nunca lo seré. Y siento una punzada, aquí, en la boca del estómago. No te diría esto sin todos los whiskys que ya llevo en el cuerpo, claro.

 

RUBÉN

Eduardo Zanelli se considera, pues, un frustrado.

 

EDUARDO

Como la mayoría de los críticos, supongo. Los que no se volvieron imbéciles, en todo caso.

 

RUBÉN

¿Y por qué fracasaste como pintor?

 

EDUARDO

Por la más simple de las razones: por falta de talento.

 

RUBÉN

¿No se construye el talento como una casa: con trabajo, paciencia, convicción, etcétera?

 

EDUARDO

Esa teoría está bien para recitársela en la clase a los imbéciles. Les da esperanza, ilusiones. Pero no es así. El talento es una tara de nacimiento. Un vicio congénito. No se puede adquirir. Pero se puede curar. Eso sí. La historia del arte está llena de talentos efímeros, desperdiciados. No se contrae de adulto, no se contagia. Si no nace contigo, si no está en tu naturaleza, en tus genes, como las alergias, el soplo al corazón o los juanetes, no hay nada que hacer.

 

RUBÉN

Entonces, a Alicia le mentiste. Ella te creyó que el talento era obra del esfuerzo. Y se dedicó en cuerpo y alma a matarse trabajando para llegar a ser una pintora.

 

EDUARDO

Me mentí yo también, por mucho tiempo. Malgasté mi juventud trabajando como un galeote, para contraer la inalcanzable enfermedad. Aquí, en la Escuela de Bellas Artes. En Madrid, en la Academia de San Fernando. Trabajando, estudiando, copiando, observando, insistiendo. Esperando que viniera. Pero no vino nunca.

 

RUBÉN

¿Quién lo decretó? ¿Un crítico que respetabas mucho?

 

EDUARDO

Lo supe yo, siempre.

 

RUBÉN

¿No podías haberte equivocado?

 

EDUARDO

En saber dónde hay talento y dónde no lo hay, no me equivoco. Eso es lo que arruinó mi carrera de artista. Ser demasiado inteligente.

 

ALICIA

Pero, profesor Zanelli, ni que hiciera falta ser bruto para ser un gran pintor.

 

EDUARDO

Hace falta ser visceral, intuitivo y sensorial. Sobre todo, sensorial. En pintura, los sentidos son más importantes que las ideas. A los grandes artistas el mundo les entra por los ojos y por los dedos, no por la cabeza. La inteligencia suele ser un gran obstáculo a la hora de pintar.

 

RUBÉN

Qué bonita manera de alabarte, hablando de tus fracasos.

 

EDUARDO

Te equivocas, no estoy orgulloso para nada de mis facultades. Mi lucidez me ha jodido la vida. Me ha frustrado como gay y como artista, inoculándome un paralizante sentido del ridículo. ¿Para qué me sirve la inteligencia? Para deprimirme cada día, revelándome que vivo rodeado de imbéciles. Y, a cambio de eso, me cerró las puertas del placer físico y frustró mi vocación. Por ser inteligente, soy dos caricaturas: un rosquete decente y un comentarista de pintura ajena.

 

RUBÉN

Quién lo diría: el más importante crítico de Lima no está contento con su suerte.

 

EDUARDO

Como soy el único, me temo que eso de ser el más importante no quiera decir gran cosa. ¿O hay alguien más que haga crítica de arte, en Lima la horrible?

 

RUBÉN

No lo sé. Nunca leo las páginas de arte de los periódicos.

 

EDUARDO

¿Es inteligente Alicia?

 

RUBÉN

Si lo fuera, no se habría creído al pie de la letra lo que escribes ni los cuentanazos que les cuentas a tus alumnos en tus cursos, como ese de los cuadraditos de Mondrian, y de que el talento es obra del esfuerzo.

 

EDUARDO

¿Ella es su novia? ¿Tu amante?

 

RUBÉN

Íbamos a casarnos.

 

EDUARDO

¿Te dejó por la pintura? ¿Por algún pintor? ¿Te cambió por un muchacho bohemio, marihuanero y pelucón, aprofetado y genialoide?

 

RUBÉN

La voz te ha comenzado a temblar. ¿Se te subieron los tragos?

 

EDUARDO

Sí, se me han subido. Sólo cuando estoy borracho digo palabrotas. ¿Qué haces metido aquí en mi casa? ¿Qué mierda quieres conmigo? ¿Que vaya a ver los cuadros de Alicia y le diga que son geniales? ¿Para eso te has metido a mi casa con el truco del rosquete?

 

RUBÉN

Estábamos hablando de ti. De tus ambiciones juveniles. En Madrid, descubriste que nunca serías un Picasso. Y te dijiste: «A falta de pan, buenas son tortas». Si no puedo ser un pintor, seré un crítico. ¿Fue así?

 

EDUARDO

No. Ocurrió sin darme cuenta. Allá, en España, me moría de hambre; tenía una beca miserable. Comencé a mandar artículos a las revistas y periódicos de aquí, para ganarme unos centavos. Así, fui enredándome en la telaraña, poquito a poquito. Lo que comenzó como un trabajo alimenticio, acabó devorándome toda la vida. Pero ¿se puede saber qué te importa a ti mi vida? ¿Me vas a decir de una vez qué te traes entre manos? ¿Qué haces aquí, en mi casa?

 

RUBÉN

Ahora te entiendo mejor, Zanelli. Posas de cínico para ocultar lo que eres. Un amargado y un resentido.

 

EDUARDO

¿Un amargado y un resentido? ¿No es lo mismo? No, tienes razón; hay un matiz, la diferencia entre lo individual y lo social. El amargado se autotortura, el resentido es un peligro para los otros.

 

RUBÉN

En ese caso, tú eres principalmente un resentido.

 

EDUARDO

Sí, es probable. Creo que soy las dos cosas, en realidad. Salvo cuando escribo mis críticas. Mi frustración no me turba el juicio. En ellas, soy siempre objetivo y alerta. Y, por lo general, están bastante bien escritas. Pregúntaselo a Alicia. (Pausa.) Voy a servirme otro whisky, marinerito metete. ¿Te lleno el vaso?

 

RUBÉN

Ya he bebido bastante. Pero tú sí, anda, emborráchate. ¿Te da sólo por decir palabrotas? ¿No te quita el trago el sentido del ridículo? ¿Te atreverás a proponerme que nos vayamos a la cama cuando estés en las últimas?

 

EDUARDO

(Mientras se sirve el whisky.) Si apenas me atrevo a hacerles proposiciones a los gays de verdad, a un gay impostor, y oficial de la Armada por añadidura, no me atrevería ni en estado comatoso. ¿No te has dado cuenta de que, más que un cínico, soy un pura boca? Eso es lo que de veras soy: un embaucador, una farsa viviente.

 

RUBÉN

O sea que odias escribir esos artículos en El Comercio.

 

EDUARDO

No, no me disgusta. Me deprime saber que no sirven para nada, que se los lleva el viento. Sin embargo, les tengo cierto cariño a mis críticas. Es lo único que sé hacer. Aunque, a veces, lo paso mal.

 

RUBÉN

¿Teniendo que asistir a exposiciones tan malas como la del vernissage de esta noche?

 

EDUARDO

En los vernissages no se puede apreciar los cuadros. Yo voy a verlos al día siguiente, cuando la galería está desierta. A los vernissages voy a ver a los amigos y, sobre todo, a los enemigos. Y a tomar, gratis, indigestos vinos peruanos y whiskys bolivianos. Con la pintura mala no la paso mal, a ésa estoy acostumbradísimo. La paso mal con los cuadros que son o que podrían ser buenos, con los que me desconciertan o me intrigan. Con los que me gustaría haber pintado.

 

RUBÉN

¿La pasas mal cuando descubres en un joven artista ese talento que no tuviste?

 

EDUARDO

Espera, eso tengo que aclararlo, porque no lo expliqué bien. La paso mal y la paso bien, al mismo tiempo. La envidia no estorba la admiración; la fortalece. Además, el talento de los otros me da más trabajo a la hora de escribir la crítica. Es mucho más difícil decir cosas inteligentes sobre una buena exposición que sobre una mediocre. Me toma el doble o el triple de tiempo.

 

RUBÉN

La crítica que hiciste a la exposición de Alicia en Trapecio debió de tomarte cinco minutos, entonces.

 

EDUARDO

¿Le hice una mala reseña a tu ex novia? ¿Has venido a tomarme cuentas por una mala crítica a tu chica? Por fin saltó la liebre. ¡Qué otra cosa se podía esperar de un marinerito!

 

RUBÉN

No fue una mala reseña. Fue una ejecución. Y, a propósito, ¿cómo sabías que Alicia tenía ojos bonitos? ¿No dices que no te acuerdas de ella? Cuando escribiste en El Comercio sobre su exposición, te acordabas muy bien de su cara. De sus ojos, al menos.

 

EDUARDO

¿De qué hablas?

 

RUBÉN

¿Tampoco te acuerdas de este artículo? ¿Ni del poético título que le pusiste: «Ojos bonitos, cuadros feos»?

 

EDUARDO

A ver, déjame ver qué artículo fue ése.