X. Coqueterías

 

 

 

 

ILEANA

Felicitaciones, señor articulista.

 

DIEGO

Ah, leíste mi artículo.

 

ILEANA

Dos veces. Una, en voz alta, para mi papá. Quedó conmovido con lo que dices de él.

 

DIEGO

Es lo que pienso. Los peruanos y, sobre todo, los limeños, debemos estarle eternamente agradecidos. El profesor Brunelli es un héroe civil.

 

ILEANA

A mí no tienes que convencerme.

 

DIEGO

Ya lo sé. Aunque a veces...

 

ILEANA

¿A veces, qué?

 

DIEGO

A veces no estoy seguro de qué piensas sobre estos balcones. Sobre nada, en realidad.

 

ILEANA

O sea que te parezco... misteriosa.

 

DIEGO

Todo lo dices de esa manerita medio burlona, medio irónica. Nunca sé a qué atenerme contigo, Ileana.

 

ILEANA

¿No estaré haciéndome la enigmática para que te enamores de mí?

 

DIEGO

Tú sabrás.

 

PROFESOR BRUNELLI

(Divertido con sus recuerdos.) Tan coqueta como su madre. Así me fuiste tendiendo la trampa, esposa. Con jueguitos idénticos a los de tu hija. Y, como caí yo, caerás tú también, incauto Diego.

 

ILEANA

¿Qué dijo el atila número uno de tu artículo? ¿Que te habías pasado al enemigo?

 

DIEGO

Me dijo: «¿Sabes que estoy celoso, Diego? Me gustaría que sintieras por mí la admiración que tienes al viejito romántico de los balcones». A propósito, ¿no está el profesor? Le traigo un proyecto.

 

ILEANA

No tardará. Ha ido con doña Enriqueta y doña Rosa María a ver al señor de la plazuela de San Agustín, para que nos venda el balcón. Van a demoler la casa en cualquier momento, pues ya sacaron a los inquilinos.

 

DIEGO

¡Otra más! Habrá que hacer algo, entonces.

 

ILEANA

¿Una manifestación?

 

DIEGO

Por ejemplo.

 

ILEANA

No sirven de nada.

 

DIEGO

Claro que sirven. Hacemos bulla, se habla del asunto y alguna gente abre los ojos.

 

ILEANA

Has aprendido la lección. Y, como mi papá, no aceptas la evidencia.

 

DIEGO

¿Cuál es la evidencia?

 

ILEANA

Que nuestras manifestaciones no hacen ninguna bulla. Ya nadie habla de ellas. Al principio, sí. Era algo pintoresco. El viejo profesor y su coleta de excéntricos, desfilando y cantando por unos balcones. Divertía a la gente. Ya no. Ya no es novedad.

 

DIEGO

No te desmoralices, Ileana. Así no se ganan las guerras.

 

ILEANA

Ésta la hemos perdido. Y, si no, mira el campo de batalla, sembrado de cadáveres. ¿Ha habido, acaso, un solo artículo sobre las últimas manifestaciones?

 

DIEGO

El mío, en El Comercio.

 

ILEANA

Es verdad. Bueno, no debí hablarte así. Olvídate, por favor.

 

DIEGO

¡Fttt! Borrado y olvidado. ¿Te puedo decir una cosa?

 

ILEANA

Me puedes decir dos y hasta tres.

 

DIEGO

Sin que te burles.

 

ILEANA

¿Qué cosa?

 

DIEGO

Que eres muy bonita.

 

ILEANA

Ya está, ya me lo dijiste.

 

DIEGO

Y que, hoy, estás más bonita que otros días.

 

ILEANA

¿Algo más?

 

DIEGO

Que me gustas mucho. No necesitas hacerte la misteriosa. Porque ya me he enamorado de ti.

 

ILEANA

No, no me beses.

 

DIEGO

Está bien, perdona. ¿Te has enojado?

 

ILEANA

No quiero hablar de eso ahora. No creo que estés enamorado de mí. Tú te has enamorado de éstos, más bien.

 

DIEGO

También de ellos. Pero no del mismo modo. A los balcones no sueño con besarlos, ni con...

 

ILEANA

¿Podemos cambiar de tema?

 

DIEGO

Déjame preguntarte algo, entonces. ¿Por qué estás así? Tan abatida. ¿Ha pasado algo?

 

ILEANA

Ya me cansé, creo. Para ti, para doña Enriqueta, o doña Rosa María, o los chiquilines, ésta es una aventura de un día por semana, de una tarde al mes. ¡Convertir en realidad los sueños del profesor Brunelli! Para mí, es la vida de todos los días. Después de barnizarlos, curarlos, matarles las polillas, ustedes se van. Yo me quedo en este corralón. En este barrio.

 

DIEGO

Lo comprendo, Ileana. Es un gran sacrificio para ti. Y para el profesor.

 

ILEANA

Él tiene sus compensaciones. Es preferible una vejez como la suya, ¿no?, llena de excitación, combatiendo por algo en lo que cree, a la de un jubilado que no sabe qué hacerse con su tiempo, salvo esperar la muerte. Vivir pobremente para él no es problema, pues, como dice, siempre fue pobre. En realidad, mi padre está pasando una vejez feliz.

 

PROFESOR BRUNELLI

(Iniciando el descenso del balcón.) No sospechaba que con ello te hacía daño, hijita. Que una vejez feliz para mí significaba, para ti, una juventud desdichada.

 

DIEGO

A ver si te levanto un poco el ánimo, Ileana.

 

ILEANA

¿Cómo?

 

DIEGO

Con mi proyecto. Lo he pensado y repensado y creo que tendrá éxito. Una gran campaña para darles unos padres a estos huérfanos. Una campaña titulada: «¡Adopte un balcón!».

 

PROFESOR BRUNELLI

(Integrándose al diálogo de los jóvenes.) ¡Magnífico, Diego! ¡Una gran idea! Bravísimo. Claro que tendrá éxito, los limeños la apoyarán. «¡Adopte un balcón!» Cómo no se le ocurrió a nadie hasta ahora.

 

DIEGO

Debemos planearlo todo con mucha maña, profesor. Lanzar una moda. Que adoptar un balcón dé prestigio social. Si llega a surgir una competencia entre la gente acomodada, entre las empresas, a ver quién adopta más balcones para que hablen de ellos en las páginas sociales, la victoria es nuestra.

 

PROFESOR BRUNELLI

(Entusiasmado.) Sí, sí. Que se lleven todos los balcones que hemos salvado. Que los restauren, que los resuciten en casas y oficinas. Que Lima vuelva a ser la ciudad de los balcones, como la llamó el barón de Humboldt.

 

DIEGO

En vez de cobrar por los balcones adoptados, haremos un pacto. Por cada balcón que se lleven de aquí, los padres adoptivos se comprometen a rescatar algún balcón amenazado del centro de Lima.

 

PROFESOR BRUNELLI

¡Mataremos dos pájaros de un tiro!

 

ILEANA

¿Quedarán bien los balcones coloniales en las construcciones modernas?

 

DIEGO

En edificios de vidrio o en rascacielos de concreto armado, no. Pero en otro tipo de viviendas, por supuesto.

 

PROFESOR BRUNELLI

Basta que un arquitecto de talento, con imaginación, diseñe unos modelos que incorporen estos balcones de una manera funcional. Entonces, la gente comprenderá que, además de bellos, pueden ser utilísimos.

 

DIEGO

He hecho algunos proyectos. Tengo una maqueta terminada. No se olvide que soy arquitecto, profesor. Le gustará.

 

PROFESOR BRUNELLI

Seguro que sí, Diego. Cada uno de estos balcones está embebido de las aventuras, los secretos, las tragedias de esta ciudad a lo largo de tres siglos. Quienes los adopten harán algo más que decorar con ellos sus viviendas. Fundarán una genealogía. Tenderán un puente espiritual con los limeños de ayer y los de antes de ayer. Esa continuidad es la civilización. Qué hermoso sería ver a estos balcones encaramarse de nuevo sobre las paredes de Lima, otear otra vez desde lo alto la vida y milagros de la ciudad. ¿No, Ileana?

 

ILEANA

Sí, papá.

 

Una melodía melancólica, sutil, que evoca tiempos idos y una existencia irreal, baña el ambiente. El lugar se ha ido recubriendo de una luminosidad fantástica. Las voces de los personajes se transforman también, a medida que fantasean y se divierten, jugando a resucitar balcones.