Epílogo

Es solo la forma en que se expolia ese plustrabajo al productor directo, al trabajador, lo que distingue las formaciones económico-sociales, por ejemplo la sociedad esclavista de la que se funda en el trabajo asalariado.

Karl Marx, El capital

La fantasía del cliente es no pagar. Incluso el que cree que goza porque paga. Ese también. Todos quieren que algún día les digas que no, que la pasaste bien, tan bien que no querés.

No hace falta.

El cliente quiere creer que el chico de la porno se acostó con él porque quiso. Que él se puede acostar con un hombre así, que se puede coger así. Que la vida se parece al porno.

Que es de verdad.

Por eso hay que cobrar.

Pase lo que pase, siempre.

No vendemos satisfacción; vendemos que la satisfacción está ahí, que va a pasar en cualquier momento pero no llega.

Todavía.

Vendemos el olor. El rastro. La sospecha. Ningún cliente viene a cumplir sus fantasías. Ellos llaman, vienen, pagan y lo último que quieren es irse satisfechos. Vienen para irse seguros de que van a seguir queriendo más. Vienen para seguir creyendo que hay algo más que querer.

Por eso hay que cobrar, siempre.

No por nosotros. Por ellos.

Modelo. Escort. Acompañante. Chico. Stripper. Joven apuesto. Modelo publicitario. Deportista. Masajes. Servicio VIP (más caro). En mi departamento privado. No es agencia. Voy a domicilios y hoteles / Solo domicilios y hoteles.

Nunca taxi. El taxi es de calle. Es pobre, necesitado, lo hace por limosna. No conocí a nadie que usara la palabra prostituto. Un viejo me dijo gigoló.

Cuando trabajo soy Nacho. “Nacho, potro sensual, dotado, activo”, palabras más, palabras menos. Cambio el anuncio cada tanto. Pago el común. No me interesa que el diario se haga rico con mi trabajo. En Córdoba conocí a un chico que usaba su nombre real, rarísimo. No se usa, no sé por qué. Tendrá que ver con la privacidad. También es una forma de despegarlo del resto, como si en ese momento no fueras vos, pero igual no se despega, así que no sé para qué usamos otro nombre. Pero el de verdad no se usa.

Cualquier nombre es nombre de escort. Todos. Uno creería que no. Yo me puse Nacho porque me parecía fuerte, llamativo. Hay un montón de nombres como Nacho: Alejandro, Cristian, Fabio, Enrique, Máximo, Rodrigo y Tiago, pero también hay de fantasía grasa, como Alexander, Apolo, Darian, Dylan, y otros que uno juraría que no, pasados de moda, como Álvaro, Cayetano o Eusebio. La única regla es que no sea real.

Yo me llamo Martín.

Cada uno arma su rutina. Es importante hacer siempre más o menos lo mismo, para organizarse y estar todo el tiempo delante de la situación. Cuando el cliente llama, se lo cita en una hora. Media a lo sumo, si está muy apurado. Nadie necesita tanto para prepararse, es por seguridad. Cada dos por tres alguno queda en venir y al final no viene, pero el que esperó no va a venir a afanar ni va a ser un loquito. Si está en ese plan, busca otro que lo reciba enseguida.

Me robaron pocas veces por suerte. Cuando te roban, te fajan.

La única vez que se me ocurrió no cobrarle a un cliente fue a Jorge. Hacía dos o tres años que nos veíamos, ya, y esa fue una semana complicada. Creo que fue cuando nació su primer hijo. Vino una tarde apurado, muy rápido. Cuando tenía que irse, se puso nervioso. “No pasé por el cajero, puta madre”, y empezó a decir que iba y volvía. Le dije que no hacía falta, que estaba bien. Que no tenía que pagar. Que podía seguir viniendo y no hacía falta que pague, que lo nuestro era distinto. Discutimos. Se puso violento. Me preguntó si le veía cara de putito, si yo creía que él tenía ganas de ser el novio de un maricón de mierda como yo, que lo tenía que respetar. Cuando volvió del cajero, yo seguía en el piso. Me tiró el dinero a la cara. No pude trabajar una semana y mis amigos me dijeron que no lo viera nunca más. Tardó casi un mes en volver. Seguimos como si nada.

Salvo que ya te conozca o esté acostumbrado, la llegada del cliente es rara. Lo más común es que haga como que es la primera vez, “no sé bien cómo es esto, decime vos”. Da vergüenza pagar. Se cree que el que paga es porque no puede ponerla de otra manera, que es fulero, que nadie lo quiere. Pero lo cierto es que los clientes pagan por motivos muy distintos: porque están casados o de novios y un servicio siempre es más rápido y menos complicado que unos cuernos, porque están deprimidos y no quieren que nadie les hable pero están calientes igual, porque son una pareja y no se animan a ir a lugares de swingers, porque son conocidos, por curiosidad, porque sí, porque les gusta pagar.

Los feos suelen ser los mejores. Pagan la culpa. Vienen muy limpitos, te tratan bien, están embobados, no son exigentes. Están todo el tiempo como pidiendo perdón y no duran nada. Si te concentrás, terminan enseguida. Los que están buenos, no. Te confunden, distraen. No es que te calienten, nunca es muy claro si estás caliente o no, pero no podés dejar de preguntarte qué hace ese tipo ahí, por qué te está pagando si podría cobrar. Sí, vienen por mil motivos. Pero es raro igual.

“¿Nunca cobraste vos?”.

Siempre alguien viene con la boludez de qué feo debe ser acostarse con tipos que no te gustan, como si eso no le pasara a todo el mundo. Yo la primera vez no me di cuenta de lo que hacía. Me había levantado en el boliche a un chico que ni fu ni fa, pero como estaba caliente fui a su casa igual. Era horrible y pesado. Encima besaba mal. No aguanté, me quería ir. Aceleré y lo cogí tan fuerte que enseguida se vino y yo, que tenía un forro, hice como que acababa.

Se me ocurrió en ese momento, nunca lo había pensado. Nunca había pensado que los hombres también podíamos fingir. Si fingía, me podía ir.

Aunque no cobré, para mí esa fue la primera vez que hice un servicio. Todos alguna vez ponemos el cuerpo para que otro acabe a cambio de algo. Dinero, regalos, una ventaja laboral, contactos, hijos, afecto, irte. O solo por esa sensación de superioridad de hacer gozar al otro.

A veces me cuesta ver la diferencia entre un servicio y el sexo común.

Después de entrar al departamento, le pregunto si quiere pasar al baño. Casi siempre quieren. Mientras van, cierro con llave, me meto en la cocina, me quito la ropa y me quedo en bóxer. Es mejor. Más rápido. Yo me quedo así. Otros chicos trabajan distinto. Sé que Luciano se pone slip y borcegos. A veces una gorra de cuero. A mí me parece un viejazo. Se usa mucho ropa deportiva, también, shorcito de futbolista es lo que más sale. (Los chicos que hacen fetiche o cuero preguntan; hay clientes a los que les gusta verlos de una, hay otros que prefieren ver cómo se visten. Pero con show es otro precio).

Cuando sale del baño, te mira y te das cuenta si le gustaste o no. Cuanto más le gustes, mejor, porque va a ser más fácil hacerlo acabar. Todo esto es una carrera para llegar a eso y que se vaya de una vez. Mimos, posiciones, trucos. Cosas que nos enseñamos. Aprender a leerlos. Adivinar cuál es el que no quiere que le des ni bola y cuál es el que quiere que lo mires fijo a los ojos. Se cobra “la hora”, pero una vez que acabó ya está.

Alguno protesta que le queda tiempo, que pagó una hora y quiere una hora. Se le explica entonces que es “una hora o un servicio”, que hay un desgaste, que no es justo. Si quieren seguir es más plata. Si quieren otra cosa es más plata. Si quieren que los mires y nada más es más plata. Si quieren algo más allá de lo pautado es más plata. Si quieren que acabes es más plata.

Pero salvo que lo conozcas y sea un habitual, no querés más plata. Querés que se vaya. No hay peor pesadilla que los que pagan por “una noche”, “un día”, “una salida”. O los que se ponen nerviosos y parece que no van a acabar nunca.

Y claro, la plaga de los que se enamoran.

Jorge vino por primera vez la noche de su despedida de soltero. No me dijo en ese momento, pero me lo contó después. Había estado en la fiesta, sus amigos le hicieron esas jodas que hacen los varones, habían llevado una chica y no quiso. Se la cogieron ellos. Yo creo que él se calentó viéndolos. Sacó mi teléfono del diario. No estaba nervioso. Lo vi tranquilo cuando llegó, como si desde la primera vez fuera un habitual. Tenía hasta algo de paz. Desde esa primera vez fue siempre muy piola, muy cuidadoso. Y me gustó todo. Me gustó la cara, me gustaron las manos, me gustó el cuerpo. Hasta que fuera pelado me gustó.

Si vuelvo una y otra vez sobre Jorge es porque es mi cliente. Siempre hay un cliente distinto. Jorge es el mío. Es el habitual que más me duró.

No, lo de la plata primero es más de las prostitutas, nosotros no hacemos eso. Yo no lo hago.

Cada vez me lleva más tiempo mantenerme. El gimnasio me acostumbró a mirarme al espejo. No es difícil, es aburrido. Horas sobre la cinta, con los aparatos, en el elíptico, en la pileta. Horas preparando comida. Nunca pensé que pudiera verme así, yo era de esos chicos flaquitos que nadie mira demasiado. Tuve que trabajar un montón para llegar. Saqué todo: espalda, torso, bíceps, piernas, orto. Todo impecable, marcadito. Y ahí está ahora, la veo. Ya no importa cuántas horas pase, de a poco se empieza a asomar la panza, como si se tragase los abdominales. Dentro de diez años, tendría que pasar entre cuatro y cinco horas por día acá. Y aun así, se me empezaría a soltar la piel de los brazos. Hay tipos que vienen… un cuerpo increíble. Duros, fibrosos, impecables, cubiertos de colgajos arrugados, blandos, tristes. La piel toda cuarteada. Seca. Ese es el fin. Ahí “Nacho, potro sensual, dotado, activo participativo” tendría que convertirse en “Fabio. Hombre tierno y respetuoso hace verdad todas tus fantasías, solo para damas”.

Y hasta dejarme el pelo largo. Un espanto terminar así.

Aunque parezca raro, no conozco muchas prostitutas. Casi ninguna. Otros chicos tienen una relación más cercana. Claudio compartía el privado con una amiga. Así le fue, llevó un loquito violento que les afanó. Cuando te roban, te fajan.

El trabajo es muy distinto. Tal vez la gran diferencia es que las chicas pueden decir que no les gusta. Si sos varón es raro decir que no te gusta vivir de coger. Se supone que a nosotros coger nos gusta siempre. Aunque cojas mal. Las chicas suelen tener hijos y planes para después, todas piensan en dejar de trabajar o por lo menos hablan todo el tiempo de eso. Entre nosotros, los que tienen algún plan son los menos; la mayoría de los chicos viven como si fueran a hacer servicios toda la vida, como si no hubiera tiempo.

Yo no, yo soy de los pocos que ahorran. La mayoría gasta todo. No solo en drogas, viajes, joda, ropa. No, gastan en cualquier cosa. Hacen como si el trabajo no se fuera a terminar nunca. Pueden amontonar consolas, películas, discos, juguetes de colección, cómics, cámaras de fotos. Cualquier cosa. Luca se compró un violín y un trombón. No sabe nada de música ni va a estudiar. Dice que se quiere comprar todos los instrumentos de una orquesta, que le gusta como quedan en el living. Cada vez que va un cliente los tiene que guardar.

Lo ideal sería no atender en el mismo lugar en el que uno vive, pero yo no conozco a nadie que lo haga. Te acostumbrás. Es un poco incómodo no poder dejar nada tirado o tener que ordenar cada vez. Y es como que el departamento nunca termina de ser tu casa. Hay chicos que se organizan y comparten. Viven dos o tres juntos. Termina funcionando como una agencia chica, siempre hay alguno que puede atender. Yo creo que en algún momento no va a haber más agencias, este trabajo es cada vez más independiente. Es uno y su propio cuerpo, listo. No hace falta más.

Pero hace falta el cuerpo, claro. Por eso, para estar listo cuando ya no me dé, volví al profesorado. Yo estudiaba antes de trabajar. Empecé a trabajar para pagarme los estudios. Me queda un año o dos para terminar y ahí voy a poder inscribirme para dar clases en los secundarios. Geografía. Muchos chicos estudian. Hay de todo: teatro es lo más común, pero también locución, enfermería, administración, derecho, relaciones laborales. Igual los que terminan y dejan son pocos.

No me imagino dando clases. Me da un poco de risa. ¿Cuántos clientes habrán sido profes? ¿Cuáles? ¿Habrán sido de los cancheros, los tranquilos, o de esos asustados que preguntan quichicientas veces si sos “discreto”, si pueden confiar”? ¿Cuántos servicios puede pagar por mes un docente? Dos, tres. Cuatro, a lo sumo.

Supongo que algún día me va a tocar pagar. Va a ser muy raro.

Va a ser muy raro volver a ser Martín.

En todos estos años, Jorge nunca me habló de la mujer en serio. Se le escapó algún que otro comentario, pero nunca me contó de ella. De los chicos sí, mucho más. Tiene un varón y una nena. Aunque no me cuente, yo creo que la debe querer mucho. Y me da una curiosidad enorme. Trato de imaginarme cómo será. Divina, seguro. Así alta, muy flaquita, con el pelo largo. Es raro, tantos años… Una vez soñé que me invitaban a comer a la casa. Yo era el tío Martín, porque antes de llegar le decía a Jorge mi verdadero nombre. Y después de que acostaban a los chicos nos quedábamos los tres charlando en el living, porque a ella le daba curiosidad saber y me preguntaba de todo.

Fabi es de Formosa. No es como yo, nunca hizo servicios. Siempre tuvo amigos que le dieron regalos. Debe ser cansador porque es un trabajo de todo el día, tenés que hacer el novio. Él tiene unos rasgos muy raros y muy lindos, como de indio, y una boca enorme. En la escuela se reían de él por eso. Para colmo tenía que usar un corset metálico por un problema en la columna. Le decían coya. Le decían monstruo. Jorobado, le decían. Siempre se sintió horrible.

La primera vez que le ofrecieron un regalo no se ofendió. Todo lo contrario. Lo hizo sentir bien que alguien lo vea tan lindo como para pagarle. Fabi descubrió que es hermoso así, trabajando. Se lo toma muy en serio. Llegó a irse a vivir con un extranjero que construyó una casa en provincia para los dos, pero al año se murió. Estaba enfermo y no le había dicho. Fabi no quiso quedarse nada. La familia, que no sabía mucho y creía que era el novio, insistió, pero él no aceptó nada de lo que le ofrecieron. Ahí me di cuenta de que a ese lo había querido. A todos nos puede pasar confundirnos.

El primer tiempo es hermoso, te sentís Dios.

Hay gente que paga por tu cuerpo, por tocarte, por darte un beso. No se puede explicar mucho.

A veces me cuesta ver la diferencia entre un servicio y el sexo común.

A veces no sé qué prefiero.

Cosas que sé de Jorge. Trabaja en una compañía grande, supongo que de afuera. Debe tener un cargo importante, porque gana muy bien, se le nota en la ropa y el reloj. Los dos hijos y la señora, eso ya lo dije. Vive afuera de Capital, en un barrio privado no sé de qué zona. Es muy prolijo. Muy pocas veces pidió drogas, no es lo suyo pero le gusta probar todo. Tomar sí, le gusta tomar bien. Siempre deja alguna botella de whisky carísimo en casa “porque vos solo tenés porquerías”. Se supone que puedo tomar si quiero, pero no la toco cuando no está él, no me parece. Cambia el auto cada dos años. Le gusta pagar pero nunca me hizo un regalo, de ningún tipo. En la cama no hay nada en particular que le guste, depende del día. Cuando era muy chico quería ser dj, pero en seguida tuvo que empezar a trabajar y siempre se sintió un bicho raro en la noche. Le gusta reírse y decir que no tiene onda, que nunca tuvo onda. No sé mucho más de él.

La primera vez que sí cobré fue por accidente.

Había salido y conocí a un tipo grande. Cuarenta y pico, cincuenta. Estaba bueno. Yo no podía creer que me hubiera dado bola. Nos fuimos en auto hasta su casa, un auto nuevo, impecable. Vivía en un piso en Libertador, desde la ventana del cuarto se veía el río. Y tenía un vestidor enorme. Me quedé mudo, tonto, nunca había visto camisas tan bonitas. Creo que nunca volví a estar en un lugar así.

Cogimos ahí mismo, sobre la alfombra. Y después en la cama.

Cuando terminé de ducharme, entró. “Te dejé lo tuyo en la mesa de luz”, me dijo. Yo fui a buscar mi ropa confundido. ¿Lo mío? No había traído reloj. Encontré cuatro billetes de cien dólares en un rollito. Era plata en esa época, más que ahora.

Debo haberme puesto colorado, y estuve a punto de hacer un escándalo, porque a mí me gustaba de verdad, pero también sabía que no había manera de que tuviera nada real con un tipo así. Tendría que haberlo imaginado. Yo era estudiante y vivía en un monoambiente alquilado en Once con manchas de humedad. Esa plata me venía bien. También me di cuenta de que quería vivir mejor.

Es muy variado, no hay un solo estilo. Hay chicos que se acuestan por regalos, como Fabi. Otros hacemos servicio de una, bien clarito. También hay masajistas que agregan el final feliz; siempre o solo cuando les da la gana. Hay chicos que se producen en el gimnasio y después les gusta hacerse los estrellas en el boliche, entonces alguien se les acerca y les ofrece dinero. Que les paguen los infla más. Se sienten poderosos, fuertes. Tarados, sí, pero les pasa eso. Algunos pibes arrancan de strippers en lugares como el Golden y después hacen servicios. Bailarines de teatro. También hay muchos chicos comunesque se acuestan alguna vez por dinero aunque nunca trabajen en serio. Conozco un pibe muy jovencito que vive con su novio y hace algún servicio de vez en cuando, por morbo, el novio sabe y no le jode. Ni siquiera es que le guste espiar.

La gran línea es entre el privado y la calle. En la calle trabajan pibes que están desesperados. No saben, son violentos, son peligrosos. La mayoría dice que le gustan las chicas, que lo hace solo por dinero. No creo que en realidad les guste y esto les sirva para sacarse las ganas. Debe ser una mierda sentir que tenés que cogerte un tipo o dejarte romper el culo porque necesitás, porque no te queda otra.

En el privado trabajamos distinto, aunque también necesitamos el dinero. Pero no estamos de última. Y ganamos bastante más. Muchos clientes prefieren la calle, igual. Les gusta el riesgo. O les gusta estar con esos chicos que no tienen muy en claro si les gusta o no lo que están haciendo.

La fantasía de ellos no es no pagar.

El miedo a las enfermedades se cura a medida que vas agarrándotelas. Es inevitable. Las maestras se contagian gripes, anginas y conjuntivitis; los mineros, cosas de los pulmones, y nosotros nos contagiamos sífilis, gonorrea y el bicho. La primera vez, por lo general es algo menor. Una cosa de nada. Inyecciones y punto. Te asustás y jurás y perjurás que se acabó, que nunca más. Hasta te quedás sin trabajar un rato. Pero después, tarde o temprano, todo vuelve a la normalidad. No se puede vivir del aire, y aunque ya sabés que el riesgo está ahí, volvés. Los obreros de la construcción se lastiman, los choferes chocan, nosotros nos contagiamos.

Y drogas. Todas las drogas.

Cuando alguien te pregunta por vos, espera una historia triste. Nadie espera eso de las secretarias, las mucamas o los cajeros de banco, que seguro tienen; pero de nosotros, siempre. Como si fuera la explicación a todo. Nadie no tiene una historia triste. No sé si el trabajo que uno termina haciendo tiene mucho que ver con su historia. Cuando sea profesor y trabaje en un secundario, ¿quién va a pensar que tengo una historia triste?

La última vez que vi a Jorge peleamos. Una pena porque habíamos pasado una noche divina, se quedó a dormir y todo. Pero mientras desayunábamos se me ocurrió contarle mis planes para dejar de trabajar. Que con él no, que no se preocupe, que podía seguir viniendo como siempre, pero que iba a dejar de atender otros clientes porque había vuelto a estudiar. Me dijo que no tenía sentido. Que era muy estúpido lo que estaba haciendo, que él no había terminado la carrera e igual le había ido bárbaro y que no sabía si quería seguir viéndome o verse con alguien que no trabajaba. Y que era la última vez. Que me olvide.

No me puse triste ni me preocupé porque en todos estos años me dijo mil veces que era la última vez. Cuando nació su hijo. Cuando nació su hija. Cuando creyó que su esposa sospechaba porque le había propuesto empezar a salir a boliches swingers. Cuando se enojó porque llegó sin avisar y yo estaba con otro cliente. Cuando no le quise cobrar. Y siempre volvió y siempre estuvimos; a veces incluso ni siquiera venía a coger, solo a tirarse un rato o tomar un whisky. Una vez me dijo que le gustaba hablar conmigo; no sé por qué, si nunca hablábamos de nada. Yo decía cualquier cosa para llenar el tiempo, para estirarlo, y con él no me apuraba ni siquiera para hacerlo acabar.

Igual, cada dos por tres lo hacía enojar. Y me decía lo mismo, me decía que no nos íbamos a ver nunca más, pero siempre volvía.

Así que no me preocupé y lo dejé irse enojado.

Pasaron dos semanas y no llamó. Tal vez se hubiera ido de viaje. Podía ser. Aunque siempre que tenía que viajar por trabajo aprovechaba a quedarse una noche acá. Me hubiera avisado.

A la tercera semana sin novedades, me preocupé un poco. Dejé pasar unos días, igual, y lo llamé a su teléfono, el mismo teléfono de siempre. Lo hice sonar dos veces y corté. Volví a llamar. Era nuestra clave.

Me atendió una mujer. Me quedé paralizado, no sabía muy bien qué hacer. Debe haber sido ella. Se la oía cansada, pero era una voz muy linda igual. Me dijo que no, que ese no era el teléfono de Jorge, que por ahí su marido se lo había prestado a Jorge para hacer una llamada pero ahora no podía preguntarle porque estaban en el sanatorio y él estaba descansando. Me preguntó si necesitaba el teléfono de Jorge. Ella lo tenía. Le dije que no, que no hacía falta. No se me había ocurrido que también los clientes pudieran usar un nombre inventado.

Le dije que cuando lo viera, le dijera que había llamado Martín.

Cosas que sé de Jorge. No se llama Jorge. Tiene un amigo que se llama así. Algo le pasó. Está internado y lo cuida su esposa. A ella ni siquiera le interesó saber quién era yo o qué quería. Ahora de verdad no creo que lo vuelva a ver. Nunca me van a invitar a comer a su casa.