En las primeras horas de la mañana siguiente, cuando los murmullos del amanecer comenzaban a interrumpir las sombras nocturnas, Lilly hizo su primera anotación en el diario que John le había regalado. Frente a la invitación de ese espacio vacío, empezó a deshacerse de la carga que llevaba sobre los hombros, escribiendo como un águila que remonta el vuelo y se deja llevar por corrientes invisibles, sobre paisajes de sinceridad consigo misma que nunca antes había explorado de manera intencional.
A pesar de todo lo que dice John, en realidad no creo ser escritora. Pero mira nada más, ya estoy inventando excusas y soy la única que leerá esto.
No sé quién soy ni qué cosa es real. Parte del tiempo pienso que estoy loca y rodeada de locos, mientras que la otra parte nada más me siento confundida y con una mezcla de emociones desesperantes, angustiosas y desagradables.
A veces, simplemente quiero gritar hasta más no poder. No quiero importarle a nadie y luego sí quiero, y eso me hace enojar y después quizá preferiría estar muerta.
De todas las personas que he conocido aquí, quien mejor me cae es John, pero también me llama la atención un nuevo tipo, uno de los Tres Magos (creo que así se llamaban en las historias del catecismo, aunque yo no soy el niño Jesús que buscaban). Su nombre es Simón y es mayor que yo, pero es el más cercano a mi edad. Anita y Gerald me dieron una llave y un anillo de Esponsales, pero Simón dijo que después me traería su regalo. Creo que lo que quiere es hablar conmigo cuando estemos solos. Me da mucha curiosidad, aunque parece peligroso, pero en el buen sentido.
Ayer fue un día de locos. Han pasado tantas cosas que ni siquiera sé por dónde empezar. Eva me llevó a conocer a Adán —tan sólo escribirlo suena como una locura— pero, aparte de eso, nos topamos con una serpiente que hablaba y me asustó mucho. Luego llegaron los Magos y vi a Letty por primera vez. Sigo sin saber por qué siempre está tarareando. Me dijeron que soy una Testigo del Principio. No les conté que Eva ya me había dicho eso.
He estado viendo mis brazos. Quizás en mi otra vida acostumbraba cortarme. Eso realmente me da miedo. Sería mejor si no lo recordara, pero no puedo dejar de tener esos recuerdos repentinos, ni tampoco las alucinaciones.
Veo las olas y la marea. Mi deseo de vivir y de morir viene y va como la marea. La mayor parte del tiempo, de lo único que puedo darme cuenta es de las olas y ni siquiera puedo saber en qué ciclo está la marea. Me pregunto si Simón vendrá a verme hoy. Probablemente no.
Al recordar a Simón, Lilly tiró de la manta para examinar el pie que no le pertenecía. Se preguntó quién sería la chica a la que se lo quitaron. El pie parecía completamente funcional, pero era más blanco que su pie derecho y tenía pecas.
Al poco rato, se presentaron varias mujeres que iban vestidas como si pertenecieran a alguna orden religiosa, para ayudarla con sus actividades matutinas. Todo el tiempo estuvieron en silencio, eran amables y sonreían mucho, y su presencia era reconfortante y agradable. Luego llegó John con el desayuno, que era el preámbulo de la primera comida en forma, aunque era pastoso e insípido; él le informó que su organismo aún estaba en recuperación. Cuando terminaron de desayunar, la llevó a contemplar el mar y la magnífica vista de la costa y la arena. Más allá de la línea divisoria del litoral, había una extraña mezcla de flora tanto tropical como de bosques pluviales de zonas más norteñas.
Después, Lilly realizó su régimen de ejercicios, que consistían en contraer y relajar cada músculo, comenzando con los dedos de los pies y subiendo después por todo su cuerpo hasta llegar a la nariz. Esto se repetía seis veces al día entre el momento de despertar y la hora de dormir. Ahora podía convertir su cama en una silla de ruedas oprimiendo un botón y, aunque sentía que recuperaba las fuerzas, se resistía a la tentación de tratar de ponerse de pie por sí sola. Al parecer, todo iba como estaba programado.
John tenía otra sorpresa. Llevó a Lilly en su silla de ruedas hasta una rampa ligeramente inclinada y la sacó a un patio descubierto ubicado arriba de las habitaciones donde ella había estado en tratamiento. Por primera vez, pudo sentir el contacto directo del aire y los rayos del sol. El espacio era pequeño, pero era como estar en el puesto de vigía encima de un mástil, ya que ofrecía una imponente vista panorámica. Él la dejó ahí para atender otros asuntos.
Un fuerte barandal era lo único que se interponía entre la sólida plataforma y un par de cientos de metros de espacio vacío, así que optó por no acercarse. Aun desde su posición, la sensación de vértigo la abrumaba y emocionaba al mismo tiempo.
Con el rostro dirigido al cielo, disfrutó del último sol de la tarde. El viento jugueteaba con su pelo, que llevaba suelto. A pesar de su perpetua tristeza se sentía casi feliz cuando, de pronto, la sensación de que alguien la observaba interrumpió su ensoñación. Se sobresaltó al sentir que una mano helada tocaba la suya y, al voltear, vio que a menos de tres metros de distancia estaba Simón, quien la miraba y estaba parado estratégicamente entre ella y la rampa de salida.
Era un hombre alto y delgado que vestía con esmero, aunque con ropa muy gruesa para el calor del día. Su camisa blanca, cerrada al cuello, terminaba en una corbata roja de moño que realzaba sus rasgos y sus oscuros ojos castaños. De manera inexplicable, el viento que rodeaba a Lilly parecía renuente a acercarse a él. Simón habló sin voltear hacia ella, con una voz notablemente amable.
—Lamento haberte asustado —comenzó—. ¡No tengas miedo!
Lilly respiró profundamente, aliviada sin razón alguna.
—¡Cierto! Ni siquiera te oí, y… me sorprendió, eso es todo.
—Así soy yo, silencioso. No atraigo mucha atención, al menos no en forma directa. ¿Dónde está el Recolector? —preguntó, girándose hacia ella y con una sonrisa—. Supuse que estaría contigo, ya que es tu constante guardián.
—No sé —dijo ella.
—Mejor —señaló el Erudito—. Quería tener oportunidad de hablar contigo a solas, ¿te parece bien?
Sus palabras provocaron algo en el interior de Lilly que hizo que casi dejara asomar una sonrisa en sus labios, pero se resistió. Ese hombre era un desconocido y necesitaba mantenerse en guardia, pero lo rodeaba un aura de peligro y excitación, y su interés en ella la hacía sentir bien.
—Eso depende de ti —respondió—. Podríamos llamar a John para que nos acompañase.
Sabía que era un juego y sospechaba que él también lo sabía. Simón sonrió y miró hacia otra dirección, para luego volver la vista hacia ella.
—Lilith…
—Lilly —interrumpió—, me llamo Lilly.
—Claro —contestó frunciendo los labios—. En cualquier caso, se te eligió como Testigo del Principio y eso es extraordinariamente importante. Me siento muy honrado de haberte conocido, sin importar lo que digan los otros.
—¿Cuáles otros? ¿Qué dijeron? —La inseguridad reemplazó de inmediato el halago que había disfrutado hacía un momento.
Simón pareció avergonzarse y se disculpó en seguida.
—No quise calumniarlos, estoy seguro de que su intención es buena.
—¿De quiénes? —insistió ella.
—Los otros, los más viejos.
—¿Qué dijeron?
—Bueno, por ejemplo, dijeron que apenas eres una niña y yo no coincido con eso en absoluto. Sin embargo, tienen razón en señalar que eres joven y careces de experiencia. Pero ése no es el punto que quiero destacar. De hecho, estoy de acuerdo en que todavía no entiendes tu importancia excepcional y las decisiones trascendentales que tienes frente a ti. En mi humilde opinión, vas a necesitar una orientación real y constante.
—Supongo que de parte de ustedes. —Lilly estaba molesta con todos en general, y sus frustraciones estaban encontrando ahora un blanco. Simón no respondió.
—¿Por qué tengo una importancia excepcional? —preguntó finalmente.
—¡Porque tienes el poder de cambiar la historia!
La impactante fuerza de esa declaración fue casi demasiado como para entenderla, pero la actitud de Simón era tan intensa como su afirmación.
—¿C-cómo? —tartamudeó.
—Lilith, te eligieron como Testigo del Principio. Concéntrate en lo que se te dijo anoche. Como Testigo, no sólo eres la fotógrafa, también estás en la fotografía como un participante activo, y tus decisiones pueden cambiar la historia de todo y de todos.
Lilly se sentía en un torbellino de emociones de tal magnitud que ni siquiera se preocupó de corregirlo de nuevo en cuanto a su nombre. Lo que decía definitivamente tenía algún sentido. ¿Qué tal si estaba en lo correcto? Al influir en la historia, ¿podría cambiar también la suya? Si uno alteraba el Principio, ¿no cambiaría también el Final?
La misma velocidad con la que esa serie de posibilidades elevó su ánimo la hizo asimismo desmoronarse ante la inmensidad de lo que imaginaba.
—Pensé que no podía interferir —dijo y después se tapó la boca con una mano.
—No se trata de interferir, sino de participar —afirmó Simón sin reaccionar ante su arrebato—. Yo puedo ayudarte y Dios te dará la sabiduría. ¿Por qué Dios te pondría en esta situación y luego te abandonaría para que fracasaras? Puedes hacerlo, Lilith. Creo en ti.
Ése fue el pequeño estímulo que Lilly no sabía que necesitaba, respiró hondo y se relajó en su asiento. Simón avanzó un paso en su dirección, pero mantuvo una distancia que a ella le pareció segura.
—Entonces, ¿qué hago ahora?
Simón se acercó un paso más.
—Debemos llevarte a la Bóveda. Parece ser la clave. Por el momento, mi consejo es que confíes en tus propios instintos. Se te eligió por ser quien eres. Las decisiones correctas vendrán de saber quién eres.
—Simón, mi pasado es nebuloso la mayor parte del tiempo. Tengo recuerdos repentinos, pero en su mayoría son horribles. —Mientras decía esto, incluso ella se dio cuenta de que ya estaba permitiendo que ese hombre tuviera acceso a una parte de sí misma a la que no había invitado a nadie—. ¿Cómo averiguo quién soy?
—Ésa, jovencita, es la razón por la que te traje mi regalo. —Y con grandes ceremonias, Simón sacó de su abrigo un espejo con un marco muy complejo y un mango artísticamente hecho a mano.
—Es precioso. —Lilly lo tomó y lo colocó en su regazo—. ¿Dónde lo conseguiste?
Simón dudó, una sombra momentánea de pena oscureció su mirada.
—Era de mi esposa.
—¿Tu esposa? —La chica experimentó un sentimiento de compasión por este hombre, pero también le repelió la idea de recibir tal regalo e intentó regresárselo—. No puedo aceptarlo.
—¡Pero debes hacerlo! —insistió Simón—. Mi esposa… mi esposa está en un lugar mejor. Si estuviera aquí y supiera quién eres, querría que lo tuvieras. Por favor, no es un espejo común. Este espejo revela la verdad si sabes su secreto. Cuenta la leyenda que su capacidad para reflejar proviene del primer estanque al que Adán se asomó y en el que vio su propio rostro. Por favor, acéptalo.
Lilly dudó, percatándose de que no se había visto a sí misma desde que llegó al Refugio. Incluso en los registros de su memoria, no había un rostro que pudiera decir con seguridad que era el suyo. Miró a Simón, quien asintió para alentarla, así que levantó el espejo y se asomó.
Nada. Sólo había una nube gris que atravesaba la superficie y se movía como si el viento soplara alrededor. Miró confundida a Simón. Él sonrió con actitud juguetona y amable.
—Te dije que tenía un secreto. —Puso su mano sobre la de la joven y la giró hacia arriba. El contacto era frío pero fortalecedor sobre su piel tibia por el sol. La sensación era agradable y Lilly no retiró la mano.
—¿Ves esta brillante piedra roja? —preguntó él y ella la inspeccionó con mayor atención—. La que se encuentra donde el mango se une con el marco. Si colocas tu pulgar derecho en esa piedra y levantas el espejo hacia tu cara, te revelará la verdad de quién eres.
Lilly deslizó el pulgar sobre la piedra.
—Antes de que lo hagas, debo advertirte algo. —Su voz era firme y su actitud atenta. Puso su mano solemnemente sobre la de ella—. Éste no es un proceso sin dolor. Verás la verdad, lo cual puede ser muy difícil y perturbador. Y sólo podrás cumplir tu destino si te comprometes sinceramente a creer lo que veas.
En ese momento, una sombra cruzó sobre ellos y Simón arrebató el espejo de las manos de Lilly y lo guardó dentro de su abrigo. Una enorme águila volaba a una distancia menor de noventa metros.
—¿Qué pasa, Simón? Sólo es un águila. Es la más grande que haya visto, pero tan sólo es un águila.
—¡Es un ladrón! —respondió él—. Intentan robarse los reflejos para llevarlos a sus nidos. Esos animales me ponen nervioso.
Observaron a la enorme ave desaparecer en la distancia antes de que Simón volviera a entregarle su regalo, mientras él mantenía la vista fija en el cielo.
—Debes tener cuidado y mantenerlo oculto. Es únicamente tuyo, es un regalo acorde con tu importancia incomparable.
Volvió la vista hacia ella y sonrió, transformando en cordialidad su arrebato anterior. De otro bolsillo sacó una bolsa de tela.
—Toma. Cuando guardes el espejo en esta funda, los dos tomarán el mismo aspecto de cualquier cosa que toquen.
Al introducir el regalo dentro de la bolsa, los dos objetos desaparecieron, no del todo, pero casi. Al levantar el espejo hacia el cielo, parecía como un vidrio apenas reluciente, aunque combado. Simón colocó la bolsa sobre las piernas de Lilly y de inmediato absorbió los colores de la manta que la cubría, mimetizándose por completo. La única indicación de su presencia era su peso.
Lilly tomó la mano de Simón y la apretó. Tenía sentimientos contradictorios de repulsión y atracción hacia las palabras del Erudito. Extrañaba la sensación de comodidad que daba por sentada cuando estaba con John, pero en su lugar surgía un espectro totalmente diferente de emociones. ¿Cómo era posible que se sintiera asustada y curiosa, esperanzada y vacilante al mismo tiempo? Simón hacía surgir en ella todos esos sentimientos y más.
—Simón —empezó—, gracias. Hay algunas cosas que necesito decirte…
Lilly intentaba confesarle a este hombre todo lo que había ocultado a los demás, pero al momento de abrir la boca para hacerlo, desde abajo se escuchó que se acercaba alguien que venía silbando. Giró la cabeza hacia la puerta, por donde apareció John, quien se protegía los ojos con la mano al salir de la oscuridad del edificio.
Lilly volvió la vista hacia Simón y tuvo que fijarla dos veces, pues se había evaporado por completo, como hacía el espejo. Rápidamente envolvió su regalo entre las mantas. La excitación y el rubor de la decepción se reflejaron en su cara, pero tenía esperanza de que el sol lo ocultara.
—¡Aquí estás! —exclamó John—. Por el rosa de tus mejillas puedo ver que has pasado un buen rato aquí, pero ya vine a recogerte. —Miró hacia todas partes con curiosidad—. Me pareció escucharte hablar con alguien.
Lilly empezaba a sentirse atrapada en una creciente duplicidad que aumentó con una leve mentira.
—Quizá me oíste hablar con los Invisibles —ofreció por respuesta, agitando la mano en el vacío alrededor de ella, lo cual hizo reír a John.
«No es del todo una mentira —se justificó—, sólo una sugerencia»; si John elegía aceptarla, ése era su problema.
—Quizás. ¿Estás lista para dejar tu mirador? Los Eruditos nos acompañarán para la cena y debes descansar un poco.
Al ir descendiendo lentamente, Lilly mantuvo las manos sobre el espejo que escondía bajo la cobija. Se sentía como algo ominoso y fascinante, como un regalo que no se había abierto aún. Eso tendría que esperar.
—John, te quiero pedir un favor.
—Por supuesto —respondió él.
—Descansé toda la tarde, si tienes tiempo antes de la cena, ¿podrías leerme el resto de la historia del Edén?
—Claro que puedo hacerlo. —John se quedó en silencio por un instante—. ¿A qué se debe tu repentino interés?
—He estado pensando que podría ayudarme a entender por qué estoy aquí y qué se supone que debo hacer. Hasta el momento, todo eso de Adán y Eva ha estado dentro de mi mente en el mismo lugar que los cuentos de hadas y de fantasía, así que me gustaría volver a escucharlo a partir de las Escrituras. Supongo que quiero estar preparada.
—Ya veo. —Una vez que estacionó a Lilly en la sala de recepción, John se fue y regresó en seguida con un libro grande, acercó una silla y lo abrió de nuevo desde la parte de atrás.
—Vamos a ver, ¿dónde nos quedamos? —Él la miró y ella indicó con la cabeza que comenzara.
—Ésta es la narración de los cielos y la tierra en el día en que… —comenzó. Al ir leyendo, en ocasiones levantaba la vista para mirarla y siempre tenía una actitud animosa y concentrada, escuchando y absorbiendo la información. Unas cuantas veces durante la lectura, ella pidió que repitiera una frase o una oración, pero aparte de eso no requirió explicaciones adicionales.
John concluyó con:
—Después de expulsar al hombre, Dios puso a dos Querubines y la espada ardiente al oriente del Jardín del Edén, los cuales giraban en todas direcciones e impedían el paso al Árbol de la Vida.
—¡Guau! —declaró Lilly con pesadumbre en la voz—. No creo haber oído nunca antes la historia. Es hermosa e increíblemente triste.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó John, poniendo el libro en una mesa cercana.
—No por ahora. Simplemente quiero absorberla durante un rato. ¿Me llevarías por favor a mi cuarto?
Él asintió, se puso de pie y la llevó a su habitación.
—Vendré por ti cuando lleguen los demás. No falta mucho.
—¿Te puedo preguntar algo más? —sondeó Lilly.
—Por supuesto —dijo John con una sonrisa—. No sería normal si no hicieras una última pregunta.
—¿Tú también fuiste un Testigo?
—Lilly, no tengo idea de cómo lo supiste. —Pareció sorprendido.
—Alguien lo mencionó hace mucho tiempo, cuando todavía estaba en cama. No quise escuchar a escondidas.
—Está bien. Y sí, es cierto.
—¿Qué atestiguaste? ¿El Principio?
—Supongo que podrías decir que el nuevo Principio. Atestigüé cuando el Hombre Eterno llegó como el segundo Adán.
—¿El segundo Adán? —soltó Lilly con asombro, pero luego puso una mano en alto y sacudió la cabeza—. Después me cuentas. ¿Supiste qué debías hacer?
—¿Te das cuenta de que, con esta, son cinco tus preguntas finales? —John rio gentil y fácilmente, pero siguió—. Sí, supe que era un Testigo y que debía aprender a confiar. Todo lo demás ocurrió como ocurrió y yo respondí, aunque algunos dicen que no muy bien. Pero después de todos estos años, no lo haría de manera diferente.
—John, ¿cambiaste el mundo?
—Lo hice, Lilly. Cambié el mundo —afirmó con una sonrisa—. Eso es lo que hacen los Testigos. —Luego salió en silencio por la puerta.
Lilly quitó las mantas y se quedó mirando el espejo, cuya superficie presentaba el mismo remolino nebuloso y gris. La promesa que tenía sobre su regazo era una tentadora invitación a la verdad, pero también parecía peligroso. ¿En algún momento querría saber la verdad sobre quién era?
Condujo su silla de ruedas hasta una cómoda y abrió el primer cajón, donde colocó el espejo junto a sus demás regalos: el anillo de Gerald, la llave de Anita y el diario de John. Sin importar cuáles fueran las verdades que su reflejo guardaba para ella, tendrían que esperar un poco más.
COMO PROMETIÓ, AL POCO rato John tocó a su puerta y la llevó en su silla de ruedas hasta donde la esperaban para la cena. El olor de las carnes asadas y las verduras frescas atrajo su olfato, pero en el plato de Lilly había una aburrida mezcla de granos insípidos con hierbas y medicinas. No se quejó, porque su mente estaba ocupada en cosas que se antojaban mucho más importantes.
Lilly sintió el cosquilleo de su presencia antes de que él entrara en la habitación. Simón vestía lo mismo que en la tarde y aún llevaba su lustrosa corbata roja de moño.
—Sólo una vez he visto una corbata parecida —afirmó John—. Era de un tipo que se llamaba el Vigilante.
Lilly rio y curioseó:
—¿Tienes un amigo que se llama el Vigilante?
—Creo que de una manera retorcida podría decirse que la relación era de amigos, pero confieso —y aquí sonrió— que es un amigo al que he estado evitando desde hace mucho pero mucho tiempo.
—Un amigo con gusto por la moda —sugirió Simón y los dos hombres rieron.
—Nunca he entendido ese accesorio —respondió John—, me parece exagerado. Claro que no en tu caso, Simón. Parece irte muy bien.
Quizá por su extrema sensibilidad, Lilly creía que toda conversación tenía contenidos ocultos, un propósito y un significado subyacentes que nadie decía de modo directo. Tratar de deducir esos niveles de significado era agotador y pronto se dio por vencida.
Durante la cena, Lilly lanzaba miradas ocasionales a Simón, pero él nunca se dio por enterado. Actuaba como si no hubiera ocurrido nada entre los dos y esto hizo que dudara de sí misma. ¿Se había imaginado la química entre ambos?
Al terminar de comer, Lilly pidió que la disculparan por retirarse y John la llevó a su cuarto. Un momento después de que él se fue, una Enfermera de noche entró y la ayudó a cambiarse. Como se lo pidió, la dejó sentada, ya que ella misma haría los ajustes para acostarse cuando estuviera lista.
Avanzó hasta la cómoda y abrió el cajón superior para tocar cada uno de los regalos, deteniendo la mano en lo que parecía ser un espacio vacío, que era donde había acomodado el espejo oculto. Finalmente, tomó el diario junto con la pluma y empezó a escribir.
Estoy más confundida que nunca acerca de casi todo lo que sucede. Simón vino a verme, a solas, cuando estaba en el Patio del Castillo (que es como decidí llamar a la terraza del Refugio). Casi nos pescó John. Simón me hace sentir viva, pero también me siento mal por guardar secretos, especialmente a John. Cuando empiezo a pensar en ello, realmente a pensarlo, siento que está mal… entonces mejor intento no pensar. ¡Qué estupidez!
El caso es que Simón me dio un regalo mágico, un espejo que siempre me dirá la verdad de quién soy. También tiene un secreto, pero no lo he probado todavía. Me da miedo y no he tenido oportunidad. ¿Qué más?... John y Simón hablaron de un amigo de John a quien llaman el Vigilante, como si necesitara de más gente misteriosa en mi vida. De hecho, John parecía un poco incómodo hablando del Vigilante, así que llamarlo amigo quizá sea exagerado, para usar el mismo término que usó John.
Siento como si apenas estuviera empezando una gran aventura, pero con ayuda de Simón creo que puedo hacer lo que se supone que debo hacer. Me alegro de que Anita, Gerald y John estén conmigo, y espero que Han-el sea real. Todo está hecho un lío, con eso de ocultar lo que vi, lo del Hombre Eterno y Eva y Adán, y todo lo de la Creación. De verdad extraño a Eva. Tal vez ella pueda darme algunas respuestas o también es posible que simplemente yo esté loca.
Lilly cerró el broche y lo selló con la huella de su pulgar izquierdo. Era extraño, pero no había pensado antes que el diario y el espejo se activaban de modos contrarios. Su pulgar izquierdo encerraba sus secretos dentro del diario, mientras que el pulgar derecho abría el espejo.
Un ligero olor de incienso y salvia empezó a llenar la habitación, como si cerca estuvieran quemando hierbas. De-sechó la idea, pensando que era por su agotamiento, y metió el cuaderno y la pluma en el cajón. Pero tanto su percepción como el cuarto empezaron a cambiar. Se sintió mareada y falta de equilibrio. Luego sintió como si estuviera cruzando entre la niebla, y a la distancia parecía escucharse el canturreo de Letty.
Estaba a punto de cerrar el cajón cuando fue atacada. De algún sitio en los oscuros recovecos de la gaveta salió la serpiente lanzándose directamente a su cara. Por instinto, gritó y levantó un brazo a tiempo para detener el primer embate, pero los colmillos de la serpiente se clavaron en su otro brazo, encima de la muñeca. Lilly volvió a gritar, sacudiendo los brazos mientras el animal seguía deslizándose afuera del cajón. Era increíblemente largo y empezó a envolverla con su cuerpo, para después jalarla de la silla y tirarla al suelo.
La serpiente echó la cabeza hacia atrás y extendió su capuchón en preparación para otro ataque, cuando se vio el resplandor de una luz brillante y cegadora que cubrió todo el lugar. La puerta se abrió de golpe y se oyeron los gritos de varias personas. Lilly estaba paralizada, era incapaz de moverse o hablar, pero escuchaba con toda claridad.
John gritaba instrucciones y Lilly pudo identificar otras voces, incluyendo a los Eruditos y a Letty.
—Ésta no es una convulsión. —Se percibía una preocupación intensa en la voz de John—. Esto es otra cosa. No la muevan hasta que un Sanador la examine.
Pudo sentirlo cerca cuando susurró suavemente:
—Lilly, ¿puedes oírme? ¿Puedes abrir los ojos?
Totalmente inmovilizada, no pudo responder ni sentir que la tocaba, pero su presencia la alivió.
—Por tus lágrimas creo que me puedes oír —informó John, con la voz ronca por la emoción—. Estamos contigo, estás segura y no tienes que hacer nada en este momento.
—¿Qué pasó? —dijo Anita desde algún lugar próximo.
John no respondió de inmediato.
—Nadie lo sabe. Letty entró como un huracán, gritando que la seguridad del Refugio estaba en riesgo y luego desapareció en un destello de luz. Oímos los gritos y encontramos a Lilly tirada en el piso e inmóvil como una piedra, pero no hay nada más en la habitación que parezca estar fuera de lugar.
—Estamos listos para llevarla a su cama —dijo una voz desconocida—. Tenemos que aumentar su temperatura corporal de inmediato.
Lilly no sentía nada, aparte de una sensación de euforia y de estar flotando. Sin importar qué fuera lo que la dominaba en ese momento, era placentero. Pero de manera lenta e inesperada, regresó la sensación de quemazón en los dos orificios donde la serpiente había encajado los colmillos. «¿Por qué no los han visto?».
—Simón, el cajón superior de la cómoda está abierto, ¿me podrías decir qué hay adentro? —La frustración era evidente en el tono de John.
Un momento después, Simón dijo:
—No hay nada ahí, excepto lo que parece ser un diario personal y se ve cerrado.
—¿Eso es todo?
—No hay más.
«¿Dónde estaban los regalos? ¿El anillo, la llave y el espejo?». Lilly podía escuchar ahora el martilleo de los latidos acelerados de su corazón, junto con las punzadas que subían por su brazo desde el sitio de la mordida y que se iban extendiendo por todo su cuerpo, ahogando toda la conversación. El pánico reemplazó la sensación de dichosa ingravidez. Intentó gritar, pero no pudo.
—¡La perdemos! —gritó alguien—. ¿Letty?
Y entonces vio otro resplandor de luz cegadora antes de perder por completo el conocimiento.