John iba al frente del grupo bajando por una serie de rampas y por corredores que se hacían cada vez más estrechos; la iridiscencia azul se volvía más brillante y, a la larga, el golpe de las olas empezó a escucharse arriba de ellos, a veces distante, hasta casi desaparecer en ocasiones. Simón se ofreció a empujar la silla de Lilly y ella disfrutaba de su cercanía.
Durante el descenso, Lilly acribillaba a los demás con una sucesión de preguntas, cosa que a los Eruditos parecía encantarles. A diferencia de John, quien estaba poco inclinado a aferrarse a una idea, los Eruditos estaban seguros de sus perspectivas acerca de la mayoría de las cosas y, cuando no era así, parecían ansiosos de encontrar una respuesta.
—Ahora estamos en los niveles de almacenamiento —anunció John al pasar por un conjunto de pasillos—. Aquí es donde guardamos las cosas que llegan a nuestras playas, incluyendo las tuyas, Lilly. Tú llegaste en el undécimo día del primer mes, y como dedujimos por los registros que lo más probable era que tuvieras quince años, el número de tu compartimento quedó como uno, once, quince. Es sencillo de recordar. Tomamos una impresión de tu mano para que sólo tú o un Recolector puedan abrirlo.
Era un vasto laberinto de pasadizos y catacumbas, y Lilly no quería pensar en las toneladas de rocas y mar que la cubrían e iban acumulándose a medida que bajaban. Los pasadizos se llenaban con los ecos de sus pisadas y a veces llegaba a escucharse el rugido atronador de las olas que chocaban contra la tierra. El aire era transparente y limpio, pero eso no aminoraba la sensación opresiva que pesaba sobre Lilly.
—Díganme de nuevo cuáles son las Eras de los Principios.
—El término se refiere a los sucesos que rodearon a la Creación, principalmente las primeras cosas y las primeras veces —respondió Gerald—. Son las raíces de todo lo que existe hoy y…
—Espera. ¿Hubo un antes del Principio?
—¡Por supuesto! Si no hubiera un antes del Principio, no podría haber habido un Principio.
—Supongo que eso tiene sentido —señaló Lilly—. Es que siempre pensé que el mundo explotó de la nada.
—Ni siquiera las estupideces vienen de la nada. La nada no puede crear algo, ni tampoco cualquier cosa —dijo Gerald levantando una ceja—. Si no hubiera nada, no habría energía, ni tiempo, ni espacio, ni información. Nada. Como eres Testigo del Principio…
—Eso es demasiado para mí —suspiró ella—. No entiendo y me siento como una tonta.
—Es demasiado para todos nosotros. Parece que incluso las simplezas de Dios añaden un propósito extraordinario a lo ordinario. Es milagroso y misterioso —dijo Anita, riendo.
—En mi caso, lo ordinario sería una mejoría —murmuró Lilly.
—Querida mía, la verdad sea dicha —respondió Anita—, ningún ser humano es ordinario.
Para el siguiente descanso del recorrido, Lilly ya tenía otra pregunta.
—Entonces, ¿ese algo que creó al mundo fue Dios?
—Sí —contestó John—. La Creación se gestó dentro de Dios. Específicamente dentro de Alguien: Adonai.
Su mente hizo la conexión y otra pregunta escapó de sus labios antes de poder detenerse:
—¿Te refieres al Hombre Eterno?
Los cuatro se volvieron hacia ella con expresión de asombro.
—Seguramente lo escuché o leí en alguna parte. Creo que deberíamos continuar.
Anita le dio un breve abrazo antes de que se reencaminaran por otro grupo de rampas. Se inclinó y le susurró al oído entre risitas:
—Querida, ésa fue una sorpresa. ¡Por supuesto que el Hombre Eterno! ¿Qué otras cosas no nos estás diciendo?
Ignorando el comentario, Lilly hizo otra pregunta.
—Entonces, Dios creó a Adán en Adonai. ¿Eso quiere decir que el hombre se creó dentro del Hombre Eterno?
—Lo creó y lo parió —indicó Anita—. Probablemente sería más apropiado decir que Dios lo dio a luz.
—¿Así que ya sabían que Adán era un bebé? —preguntó.
—¿Saber? Por supuesto que Adán era un bebé. ¿Cómo podría haber sido de otro modo?
—Pensé que Dios lo había creado como hombre adulto. —El comentario de Lilly causó risa a sus acompañantes.
—La mitología es responsable de muchas ideas raras —masculló Gerald—. ¿Tus Narradores piensan que Adán fue creado como un hombre joven y sin capacidades, como un salvaje, listo para ser programado?
Ahora eso sonaba tonto y rápidamente hizo otra pregunta:
—Si apenas era un bebé, ¿cómo lo alimentaban?
—Como alimentas a cualquier bebé —respondió Anita—. ¡Adonai lo amamantó, claro está! Si Dios pudieron parir a un bebé, ¿crees que no pudieron alimentarlo? La misma realidad de amamantar a un recién nacido tuvo que originarse en el ser de Dios, ¿no crees?
—Supongo, pero eso significaría que Adonai tiene…
—¿Senos? —John terminó la frase por ella—. Por supuesto, Ellos tienen senos y están llenos de leche, según dicen las Escrituras. Leche materna.
John subestimó el tiempo que se requería para descender con la silla de Lilly, y habían pasado casi tres horas antes de que llegaran hasta un pasillo cerrado. Frente a ellos había un muro de piedra tan lisa como un cristal.
Luego todos se detuvieron abruptamente, excepto John, que no dudó. Caminó hacia la pared y desapareció al atravesarla.
—Es una ilusión —se escuchó su voz desde el otro lado—, actúen como si no estuviera ahí. Si dudan, va a doler.
—Una pequeña advertencia hubiera sido agradable —replicó Lilly.
—Lo olvidé. Son los viejos hábitos de la soledad.
Para Lilly era difícil ignorar sus percepciones y el obstáculo parecía impenetrable, a pesar de haber visto que John lo había atravesado. Cuando tocó el muro, se sentía firme y sólido bajo sus dedos. Dio unos golpecitos y el sonido retumbó por el corredor.
—Eso no te va a servir —gritó John—. Espera. —Reapareció justo frente a ella—. Tienes que ignorarlo. Estamos acostumbrados a «ver para creer» pero, después de hacerlo un par de veces, es tan fácil como dejarse caer.
Lilly dudó.
—Mírame hacerlo —ofreció Simón, quien atravesó la pared como si fuera de vapor. Los otros lo siguieron.
—Se me ocurre algo —sugirió John mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo—. Déjame ponerte esto alrededor de los ojos, te doy unas vueltas y luego, en un momento dado, atravesamos la pared.
Sonaba como un buen plan, pero la idea de tener una venda sobre los ojos la perturbaba.
—¿No puedo simplemente cubrirme los ojos con las manos?
Él regresó el pañuelo a su bolsillo.
—Perfecto —respondió—, siempre y cuando mantengas los ojos bien cerrados. Incluso echar una mirada podría causar que te rompas la nariz.
—Lo prometo —dijo Lilly, y cumplió su palabra.
—¿Lista? Muy bien, ahora voy a darte una y otra vuelta para acá y luego para allá… y entonces voy a empujarte un poco en esta dirección…
Lilly sintió el zumbido del aire que corría por sus brazos y el vapor que besaba sus mejillas sin humedecerlas. Soltó un chillido cuando abrió los ojos y vio un pasillo lleno de espejos, con reflejos infinitos de sí misma y de los demás.
—¡Eso fue divertido! —dijo emocionada.
—¡Lo sé! —afirmó John como un niño alegre.
—Aunque me engañaste —lo recriminó entre risas.
—Sin engaños —respondió él—. Siempre puedes confiar en que haré justo lo que te digo —y sonrió.
Detrás de ellos, un espejo de piso a techo indicaba la pared que acababan de cruzar. En el recibidor había más espejos y más adelante había un salón grande pero acogedor. Un lado de la habitación daba hacia el océano, donde las luces penetraban desde una distancia de por lo menos treinta metros e iluminaban corales, plantas marinas y peces de todos tamaños, colores y formas. Era evidente que la membrana de esa ventana los separaba de toda esa presión.
Lilly no tenía manera de saber la profundidad a la que estaban, pero apenas distinguía leves rayos de luz que llegaban desde la superficie.
—¿Ésta es la Bóveda? —preguntó. No se parecía en nada a lo que había esperado.
—¡No del todo! Ésta es el área de habitación. La Bóveda está al final del corredor, en el otro extremo de esta suite —indicó John. Desde donde estaban se podía ver una enorme puerta al otro extremo del amplio salón—. Te la mostraré en la mañana. Por el momento elige un dormitorio. Luego comeremos y descansaremos por el día de hoy.
Había cerca de doce habitaciones interconectadas, unas para dormir, otras como baños y otras más como salas de estar, al igual que una cocina y una despensa.
Lilly notó que Gerald y Anita habían elegido un mismo cuarto; cuando entraron en él, Lilly tomó del brazo a John y sondeó:
—¿Son pareja?
—¿Pareja? —Su mirada perpleja dio paso a una enorme sonrisa—. Supongo que estar casados por muchos años los convierte en una pareja.
—No tenía idea, pensé que sólo eran amigos y compañeros de trabajo. ¿Están casados?
—Lilly —respondió John con gentileza—, por lo que sé, las personas casadas pueden ser muy buenos amigos y algunos incluso trabajan juntos.
—¿Alguna vez estuviste casado? —preguntó Lilly.
—¿Yo? No. He entablado amistad con muchas mujeres, todas ellas extraordinarias, aunque unas cuantas han sido bestiales, pero no estoy hecho para el matrimonio.
—¿Bestiales? —indagó Lilly con una gran sonrisa.
Él refunfuñó y volteó los ojos al techo.
—Una en especial, el ser humano más manipulador que haya conocido. Aunque era muy atractiva, de un modo exagerado. —Se perdió un instante en el lejano recuerdo y prosiguió—. Pero eso, mi querida Lilly, es otra historia que será más adecuada para otro momento. Ve a encontrar un cuarto que te agrade. La pareja regresará pronto y podrás hacerles todas las preguntas que quieras sobre los misterios del matrimonio.
Mientras giraba en su silla para alejarse, John la detuvo un momento.
—¿Y cómo va ese brazo? —preguntó.
—Está mejor —mintió.
John asintió y ambos se separaron para acomodarse en sus habitaciones.
Lilly dejó caer su pequeña mochila en uno de los cuartos que tenía una cama con dosel y escondió el espejo en la cómoda antes de salir al área central; los tres Eruditos ya estaban esperando y al poco rato se unió John.
Después de revisar cómo iba la fiebre de Lilly, que no había aumentado pero tampoco disminuido, John renegó y lanzó una mirada inescrutable a Anita.
—Ahora vamos a comer —dijo, conduciéndolos a un rincón donde se había dispuesto en la mesa una serie de platillos y bebidas, junto con cinco cubiertos. Era un festín de frutas y verduras, galletas y queso, muchas salsas y aderezos, algunos con pequeños trozos y otros de textura tersa como la crema. También había agua, jugos, té y café en abundancia.
Lilly estaba feliz de sentir hambre y se sintió doblemente complacida cuando John indicó que podía probar lo que quisiera. Eligió un pesado racimo de uvas rojas.
El hecho de saber que Gerald y Anita estaban casados profundizó de algún modo el aprecio que sentía Lilly por la integridad de su amistad. Observó lo cómodos que estaban el uno con el otro y cómo respetaban sus diferencias; ambos cedían como si hubieran aprendido a comunicarse con un lenguaje secreto.
Mientras John platicaba con Simón y Gerald sobre las antigüedades que había en la habitación, Lilly dio un codazo a Anita.
—Conque están casados, ¿eh?
—Claro, querida —respondió ella—, pensé que lo sabías. No era un secreto, pero veo que para ti fue una sorpresa agradable. Amo a Gerald.
—¿Qué es el amor? No creo saber qué es —preguntó con naturalidad.
Anita tocó su hombro con actitud maternal y respondió:
—Es misterioso y simple a la vez. El bien de Gerald es más importante para mí que mi propio bien, y el mío es más importante para él que el suyo. Cada uno tenemos individualmente esa certeza, sin esperar que sea recíproco. El amor sano es diferente de un momento al siguiente, porque se basa en el respeto por uno mismo y por el otro. Aunque es difícil llegar a conocer a alguien.
—¿Cómo sabes que algo es para el bien del otro? —preguntó Lilly.
—Ah —exclamó Anita, dándole golpecitos en el brazo—, ésa es una pregunta difícil, es un misterio profundo de todas las relaciones. Sólo Dios, que es el Bien absoluto, puede revelar lo que es el bien, y a menudo lo hace únicamente cuando se necesita esa revelación. Es parte de la gran danza.
—Como te dije —murmuró Lilly entre dientes—, no entiendo qué es el amor.
—Eso lo dice tu cabeza —contestó con serenidad Anita mientras le acariciaba la mejilla—. Pero estoy convencida de que ya lo sabes en alguna parte dentro de ti.
Resulta que hasta mañana iremos a la misteriosa Bóveda. Supongo que es para «anotar» las cosas de las que fui Testigo, pero no sé cómo funciona eso. Todo está hecho un desorden por los secretos que estoy ocultando sobre lo que vi, sobre el Hombre Eterno, Eva y Adán y la Creación. Hoy mentí descaradamente a John. ¿Qué tal si de veras estoy enloqueciendo? En cierto sentido sería más fácil porque tendría una excusa.
Simón me dijo que tenía que evitar que Adán se alejara y yo dije que era demasiado tarde, entonces pareció realmente alterado. Le conté que me miré en el espejo, pero sin decirle lo que vi. Todavía no quiero hablar de eso, ni escribirlo. Estoy tratando de averiguar cómo aceptar que soy lo que el espejo me mostró va a ayudarme a cambiar la historia. Nada menos que a cambiar la historia… sí, cómo no…
Lilly miró la gloriosa pared oceánica que abarcaba uno de los lados de su habitación y observó cómo bailaba el agua con las anémonas sobre los corales. La pacífica escena parecía burlarse de ella. Entonces añadió una nota final a su diario:
Adonai dijo que he sido hallada para siempre. Cuando pienso en cómo se aman Anita y Gerald, creo que quizás ese amor es lo que significa que lo hallen a uno. Lo único que sé es que desde que vi el alejamiento de Adán y miré en el espejo, siento que estoy perdida para siempre.
EN ALGÚN SITIO DEL almacén del alma se conserva todo y, aunque es posible que el acceso a esos recuerdos esté restringido, la historia sigue encontrando una manera de darse a conocer.
En ese espacio nocturno entre el sueño y la vigilia, el pasado de Lilly emergió bruscamente. Esos espasmos de memoria eran salvajes y violentos, como rayos que destruían su conexión con la realidad, con el amor y con la integridad: una mujer —¿su madre? — leía un libro a una niña. El golpe de un puño sobre el rostro de una chica, del que brotaba sangre, y ella que se tambaleaba; hombres que eran como sombras oscuras y la acechaban, explorándola con uñas afiladas como navajas y aliento fétido; una presión sobre su pecho apretándola hasta paralizarla; imágenes fragmentadas de trenes y almacenes y gritos; el recuerdo de estar acostada sobre un suelo sucio, con la esperanza de pasar desapercibida. Intentó gritar pero no pudo emitir ningún sonido cuando observó, impotente, cómo arrastraban a una niña hasta un cuarto y en seguida la puerta se cerraba de un golpe. Su seguridad se disolvió en un pequeño círculo de oscuridad en su corazón, que era su único refugio contra el terror.
Abrió los ojos y vio que Anita estaba sentada junto a la cama, sosteniéndole la mano, tenía los ojos cerrados y apenas movía los labios como si rezara en silencio; Lilly apretó su mano.
—Hola —dijo con voz entrecortada.
A su vez, Anita apretó su mano y abrió los ojos con una sonrisa de cansancio.
—Hola, pequeña, vuelve a dormir. Me quedaré a tu lado.
La invadió una sensación de fatiga y Lilly se dejó ir. Flotó sobre las manos abiertas de Anita hacia otro sueño que no era un sueño. Ahora era Eva quien estaba sentada a su lado, pero la cobija de la cama de Lilly no parecía hundirse bajo su peso.
—Me alegro de que estés aquí —exclamó Lilly y volteó la cabeza hacia el hombro de la mujer.
—Yo también me alegro —admitió Eva.
—Madre Eva, ¿qué voy a hacer? Me molesta mucho no decirles, y no sé por qué no lo hago. Estoy a punto de hacerlo, como si estuviera al borde de un precipicio y, justo cuando voy a lanzarme, me aterro y me escondo.
Eva se quedó en silencio antes de responder con ternura.
—Lilly, esconderse detrás de los secretos es como caminar por un lago helado que se derrite bajo tus pies. Cada paso está lleno de temor.
—No sé qué hacer para decirles.
—Guardar secretos es un asunto peligroso. Debes aprender a pensar como niña. Los niños no ocultan secretos hasta que alguien los convence de que hacerlo es más seguro que decir la verdad; y casi nunca lo es.
—¡Pero no soy una niña! —Lilly no podía evitar su reacción interna.
Eva la abrazó.
—Lilly, todos somos niños, pero cuando se nos convence de que los secretos nos mantendrán seguros, nos vamos escurriendo poco a poco dentro de esos escondites y olvidamos quiénes somos. Con razón el mal sombrío aparece en el aislamiento.
—¿Entonces, me estoy volviendo loca? —preguntó Lilly exasperada—. ¿Estoy hablando conmigo misma en alguna celda acolchada de algún lugar? ¿Es el resultado de los medicamentos o de una enfermedad mental? ¿Qué me sucedió? ¿Qué mundo es real? Todos me hablan como si yo fuera esencial y como si tuviera una misión importante, ¡pero no puedo cumplir con sus expectativas!
Sabía que estaba desahogándose y no esperaba respuesta; era un alivio decir en voz alta las cosas que estaba evitando y agradecía a Eva permitirle hablar sin expresar impaciencia ni molestia.
—Ya he visto antes todo esto —señaló finalmente Eva—, pero no contigo.
—¿Qué es lo que viste exactamente? ¿Una chica con el pie de alguien más? —Lilly levantó el dobladillo de su vestido para mirar de nuevo—. ¿O alguien atrapado entre mundos, con seres que no podía imaginar? ¿O un Testigo de los primeros momentos de la creación…?
Eva rio entre dientes.
—No, muchas de estas cosas también me están ocurriendo por primera vez. Me refería a que he visto el destino de toda la creación, del hombre, de los animales y del espíritu, incluso del propio ser de Dios, que se confió a otra niña, más o menos de tu edad.
—¿En serio? —Lilly estaba realmente sorprendida—. ¿Así que no soy la primera? ¿No estoy sola?
—Nunca has estado sola, mi amor.
Lilly se quedó mirando sus propias manos que estaban abiertas sobre su regazo y dejó que su pelo cayera alrededor de su cara.
—Eso no es lo que estoy preguntando… —Cuando habló, apenas con un susurro, su voz se quebró—. Entonces, ¿por qué no me… por qué Dios no me protegió?
La pregunta quedó en el aire. Eva dejó que quedara en suspenso, junto con todas sus implicaciones ominosas; era la misma interrogante expresada por miles de millones de otras voces. La duda que surgía de tumbas y sillas vacías, de mezquitas e iglesias, de oficinas, de celdas de prisiones y callejones. La pregunta cuyas secuelas eran la fe desgarrada y los corazones maltrechos, que demandaban justicia y rogaban pidiendo milagros que nunca llegaban.
Eva tocó su hombro y la chica sintió otra vez que una sensación cálida la llenaba por dentro.
—Lilly, en este momento no tengo respuesta que pueda satisfacerte. No existen palabras que puedan resolver las heridas que llevas en el alma y en el cuerpo.
Lilly cerró los ojos pero se negó a llorar y, en lugar de ello, dejó que el consuelo recorriera su cansado cuerpo y calmara su fiebre en aumento. A pesar de no tener respuestas, se sentía segura en la presencia de esta madre. Pasaron varios minutos antes de que volviera a hablar.
—Siento como si estuviera escalando una montaña que no tiene cima y apenas puedo sostenerme en la pared de roca. Tengo miedo y todo el mundo espera que tenga éxito. Y si no lo tengo, todo lo que está mal con el mundo será mi culpa. —Lilly inclinó la cara sobre el cuello de la mujer y susurró, conteniendo sus emociones—. ¿Qué pasa si no puedo lograrlo y me dejo ir? O si doy el salto, ¿Dios estará ahí para salvarme?
—Lo estará, pero tú sentirás como si golpearas contra el suelo.
De nuevo se quedaron en silencio por un momento.
—Madre Eva, ¿sabes cómo resultarán las cosas conmigo?
—No, ninguna de las dos ha estado aquí antes, pero no tengo miedo.
—¿Salió todo bien con la otra chica que tenía mi edad?
—¡Sí! Salió bien, su participación lo cambió todo.
Todo. Ésa era una esperanza suficientemente grande como para que durara por el resto de la noche. Lilly durmió en paz, sin sueños vívidos ni alucinaciones, y sin preguntas que atormentaran su mente.
Pero mucho después, sin modo de saber cuántas horas habían pasado y ni siquiera la hora del día, despertó de golpe, alarmada por algo que trepaba por su brazo.