Lilly flotó ingrávida. Al principio luchaba contra la familiar sensación de estar en un espesor aceitoso que la agobiaba y abrazaba al mismo tiempo, sobre todo al deslizarse dentro de su boca. Como antes, respirar ese fango resbaladizo la llevó al borde del terror y sintió que sus pulmones se llenaban de líquido.
Pero se adaptó más rápido, sabiendo que no se ahogaría. Con los ojos abiertos y sin ver nada, se relajó y se dejó llevar. Después de un rato, surgió en ella una profunda paz. Lilly sabía dónde estaba y recordaba lo que había hecho. Estaba en el Salón de las Crónicas con John y había puesto las manos sobre la mesa.
La explosión masiva fue instantánea y continua, no sólo con una arrolladora luz que expresaba fuerza e información en todos sus tonos y matices, sino también con un despliegue de sonido y un canto universal. Primero fue una inspiración brillante, aunque no cegadora, y luego una exhalación de éxtasis y asombro, ilimitada y contenida dentro de un fuego abrasador; una ráfaga de viento y agua: la culminación de la Voz Todopoderosa que impulsa a una unión centrada en el otro.
Un gigante Behemoth de materia contra un Leviatán de caos que arrojaban chispas lúdicas y poderosas, creando el espacio, la energía y el tiempo. Gráciles seres espirituales presenciaban y aplaudían el suceso con un júbilo irrestricto que se dispersaba como gotas de sudor, joyas relumbrantes que volaban hasta cubrir y penetrar todo. Era un desorden abrumador y discordante, una cacofonía avasalladora a medida que la armonía se entrelazaba con una melodía central.
Estaba sucediendo todo de nuevo. Lilly revivía la primera explosión de la Creación y la instauración de la matriz donde Dios formaría al Hombre. Pero ahora sabía por qué estaba ahí: para atestiguar las Eras de los Principios. No había posibilidad de retorno ni modo de detener aquello, así que se dejó llevar para sentirlo, experimentarlo y conocerlo, permitiendo que el arrebato cósmico la elevara hasta llevarla a su cúspide.
Lilly no estaba ahí para entender, medir o poner límites, sino para escuchar, ver y sentir en la sencillez de su testimonio. ¿Cómo podría comprender la luz, la energía, los seres espirituales y los pliegues estratificados que se formaban entre fuerza y materia? ¿Cómo podría dilucidar los misterios de las cuerdas cuánticas, los quarks y las dimensiones múltiples? No podía y no importaba. Pero lo que sí sabía más allá de cualquier duda era que toda la atención del Amor colectivo se centraba en un planeta diminuto, aislado y diseñado con precisión, metido en el borde de una galaxia en espiral.
Lilly se acercó mientras el torno del alfarero lanzaba la arcilla hacia un espacio en expansión. Era como un violento y desconocido animal cuya feroz cola excavara una herida cavernosa. La luna se desprendió pero no pudo huir, retenida por la sujeción del afecto gravitacional de la tierra.
Ahora la Testigo estaba de pie sobre el armazón de un nuevo mundo, un erial amorfo y vacío, envuelto en una cubierta de polvo de desechos estelares y gases. Lilly no podía ver, pero escuchaba y sentía el revoloteo lento y palpitante de las alas de la Espíritu y los gritos de los Ángeles presentes que proclamaban Su nombre con cada latido: ¡Ruach! ¡Ruach! ¡Ruach! Con su aliento, la Espíritu dispersó los desechos para permitir que la luz de la estrella más cercana traspasara la caótica agitación de la superficie.
La noche se transformó en día, y eso fue Bueno.
La ardiente Alegría de Dios separó de golpe la agitada materia, invitando a la congregación atmosférica, mientras la tibieza nacida del sol y la turbulenta humedad cargada de polvo jugueteaban sobre Lilly, quien tenía el rostro vuelto hacia arriba y las manos extendidas. La penetrante luz del primer día había sondeado las profundidades líquidas, despertando nuevos cantos dentro de sus tumultuosas simas. La Testigo quedó hechizada ante una danza viviente que, en absoluta armonía y sincronía, respondía a la melodía; biomasa y diversidad regocijadas por un propósito recíproco cuando la noche se transformó en día, y eso fue Bueno.
La tierra tembló. La corteza cedió y los volcanes se diseminaron como una alabanza tectónica cuyas manos de sílice se alzaran al cielo. La tierra emergió y, al enfriarse, se envolvió en un vestido de vegetación. Con florituras isotópicas, fotosintéticas y de eucariotas, el Artista pintó sobre el amplio lienzo de la tierra un asombroso paisaje estratificado.
La Espíritu retozó como una niña que se deja llevar en el Amor del Padre. Dentro del mismo ser del Hombre Eterno, Ruach trazó sin inhibiciones su propio diseño. ¡Inspiración, inhalación, exhalación, exaltación! La noche se transformó en día, y eso fue Bueno.
Lilly veía las huestes estelares. La luna iluminó la noche, rodeada de incontables astros presentes. La luz del día borró las espesas nubes de polvo sombrío, logrando que los cielos de la Tierra se transformaran de translúcidos en diáfanos. Las luces que Dios había creado en la explosión pendían visibles y a la espera. Se había dispuesto el escenario para el Dramaturgo y, ante un público expectante, la noche se transformó en día, y eso fue Bueno.
El mar hervía de vida, agitando todo lo que alguna vez fue frágil. De este caldo surgieron aletas y branquias y seres amorfos, asesinos colosales de dientes agudos que buscaban su siguiente comida. Luego la tierra cedió ante reptiles e insectos que, como un vasto ejército, prepararon el suelo y el aire. Se unieron a su Creador para construir el mundo cuando la noche se transformó en día, y eso fue Bueno.
Los nephesh, criaturas almáticas, junto con una diversidad de otros seres vivos, emergieron de los océanos y de las tierras en una amplia variedad de formas y características de tipos diversos. Lilly quedó atónita ante su belleza y diseño simple de uñas y dientes, de garras, huesos y plumas.
Otro grito de euforia retumbó por el universo como si hubiera un millón de instrumentos musicales en una misma habitación.
—¡El momento elegido es ahora! ¡Acérquense!
Conforme caía la noche, todo el universo se unió en luces danzantes y seres ligeros que se apresuraban a acercarse a la Sagrada Voz.
Lilly se paró de nuevo sobre la colina que daba a una meseta enorme y circular. Detrás de ella, los límites del Edén se elevaban como una alabanza de la tierra hacia el cielo.
—¡Asombroso! —dijo una voz canora por encima de ella.
Al voltear la vista, Lilly dio un salto. A la altura de sus ojos quedaba la parte superior de un pie calzado con una sandalia. Miró hacia arriba, muy arriba, y se encontró con una sonrisa gigantesca. El ser descansaba sobre una de sus rodillas, con un codo doblado que reposaba sobre la otra.
—No temas —dijo el ser, que se desintegró en el aire como una explosión de luciérnagas para materializarse ahora en un tamaño cercano a la estatura de la chica.
—El tamaño es relativo —declaró con tonos melódicos—. ¿Eres la Testigo?
Lilly se sintió confundida y preguntó:
—¿Dónde está Eva?
—¿Eva? Desconozco el significado de esa palabra.
—¡Eva! Ya sabes, la Madre de los Vivos.
El ente rio como si una dulce melodía se derramara de sus labios.
—¡Ése es un nuevo nombre maravilloso para Dios!
Lilly miró a su alrededor para determinar dónde estaba y en seguida volvió a centrar su atención en el sonriente ser.
—¿En serio no conoces a Eva? ¿Quién eres?
—Me llamo Han-el —dijo en un canto— y estoy a tu servicio.
—¿Han-el? —exclamó Lilly—. ¿Eres el Guardián de John?
El ser respondió con otra explosión de risa.
—Definitivamente, no soy un Guardián. Soy un simple Mensajero y Cantor. —Después de una pausa preguntó—: ¿John?
Lilly levantó una mano para indicarle que necesitaba un momento para pensar; entonces Han-el tocó sus dedos, lanzando esa conocida descarga que hizo hormiguear todo su cuerpo, excepto el brazo infectado.
Dio un paso atrás para alejarse del Mensajero.
—¿Cómo es posible que no conozcas a Eva ni a John, pero sepas que soy una Testigo?
—Adonai anunció que vendría una Testigo y yo, Han-el, tengo el honor de atenderte.
—¿Adonai lo anunció? —Nada era como había esperado.
—¡Dijo que tu presencia es una valiosa anomalía y ambigüedad, y que es especialmente afecto a ti!
—¿Eso dijo? —Una vez más Lilly podía sentir la guerra que se libraba en su interior, el conflicto entre atracción y repulsión—. ¿Una anomalía? Entonces sabes que no pertenezco a este lugar.
—¡Y, sin embargo, aquí estás! —cantó Han-el.
Indecisa, Lilly alzó la mano para tocar al ser, pero lo atravesó por completo.
—No eres real.
Han-el rio otra vez.
—Si mi existencia dependiera de que me percibas o me toques, ocurriría lo mismo con el amor, la esperanza, la fe y la dicha, y con otro vasto conjunto de Invisibles. Soy un ser espiritual. ¿Quizá tú no eres real?
Lilly cruzó cuidadosamente los brazos y pudo sentir cómo latía su corazón por la ansiedad. ¿Por qué era diferente a cuando estaba con Eva? Si esto era lo que se estaba registrando en la Bóveda, ¿significaba que aún tenía oportunidad de detener a Adán? ¿Fue por esa razón que Eva se había acercado a ella antes de que ocurriera el testimonio en sí? «Esto ha sucedido sólo una vez…».
Entonces lo supo. La comprensión de lo que ocurría cayó de golpe como un rayo que fulminó cualquier duda. Había sido convocada a ese sitio para atestiguar la cima de la Creación de Dios. Eva estuvo ausente porque sería formada dentro del Hombre, y Lilly estaba ahí para atestiguar el nacimiento de ambos.
—Soy bastante real —dijo—. Me llamo Lilly y soy la Testigo.
—¡El tiempo es ahora! —gritó el Canto del Trueno, y el anuncio transportó a Lilly al centro de la congregación. Estaba rodeada por seres de luz y todo era un impacto a los sentidos. De todas partes se escuchaba venir la música, con maravillosos aromas y luces en movimiento que formaban un tapiz fluido. Los violines de la mirra y el sándalo se elevaron sobre las brisas del océano. Los cornos del incienso y de los frutos se integraron al canto de astros distantes. Los clarinetes exhalaban jacinto, pino, lilas, lavanda y madreselva, en armonía con las cadencias rítmicas de la canela y el clavo, la cúrcuma y el jengibre.
Una vez reunida, la creación no se hizo esperar. En un muro del Edén se abrió majestuosamente un portal por donde entró el resplandor.
—Ahí vienen. —Lilly escuchó resonar la voz de Han-el junto a ella, pero sólo podía mirar fijamente el resplandor que se aproximaba. Era un torbellino de violentos rojos y animados verdes que predominaban sobre el brillo de una espiral de jaspe, hasta fundirse en un centro del que emergió un solo personaje… un ser humano.
—El Hombre Eterno —susurró Lilly—. ¡Dios Eterno! ¡Adonai!
La chica estaba extasiada, cada átomo de su ser ansiaba correr hacia Él y contarle todos sus secretos; deseaba que la hiciera volver a nacer, fusionarse con Su magnificencia para encontrar reposo para su vergüenza. Era la viva imagen de la fidelidad. Con una sonrisa de bienvenida, elevó las manos y, postrado de rodillas, ascendió.
El Hombre Eterno, hincado sobre el suelo y con Sus manos como un niño que juega, apiló un cúmulo de tierra rojiza. Sumamente atento y lleno de alegría incontenible, se sentó y juntó la tierra entre Sus piernas.
La risa y las lágrimas fluían libremente.
Y luego vino un canto.
—El Cantar de los Cantares —susurró Han-el en sus oídos—. El canto de la Vida y de todos los Vivos, del verbo y el pan, de la verdad y la esperanza, de dar y perdonar.
Del interior de la pila de tierra empezó a brotar el vino del agua, como la fuerza de la esperanza que crecía en el corazón de Lilly. Con profunda concentración, el Hombre metió las manos en esa mezcolanza y lanzó un quejido que hizo ponerse de pie a Lilly. El parto casi había terminado. Luego, con un alarido penetrante, Adonai levantó sobre Su cabeza a un recién nacido.
—¡Un hijo ha nacido, un hijo ha nacido! —Éste era el grito jubiloso de toda la creación y Lilly se integró a esa celebración por el nacimiento.
La voz nítida y lozana del Hombre Eterno se escuchó, potente, sobre la cacofonía del regocijo:
—Éste es quien complace Mi corazón, la cúspide de la creación. Éste es Mi hijo amado, en quien Mi alma se complace. ¡Sus nombres serán Adán!
Mientras Lilly observaba el beso y el soplo de Dios que transformaron a un niño en un alma viviente, la escena cambió repentinamente. Atestiguó cuando el Querubín cortaba el cordón umbilical, declaraba su lealtad y se comprometía, junto con los demás seres celestiales, a servir a ese delicado recién nacido.
—¡Maravilla de maravillas! —declaró el Hombre Eterno, elevando con sus manos al bebé que dormía—. ¡Contemplen al niño! Bendito es el vientre de la Creación. Que todos celebren, cada uno a su modo. Con este nacimiento se corona el Sexto Día y ahora descansamos de Nuestra labor.
¡La noche se transformó en día, y fue Muy Bueno!
LILLY QUITÓ LAS MANOS intempestivamente como si hubiera recibido un choque eléctrico. La sacudida envió ondas de dolor por su brazo lesionado que llegaron hasta su garganta. Por un instante, no pudo respirar y no sabía dónde estaba.
—¡Ha vuelto! ¡Ha vuelto! —gritó John, y Lilly escuchó que Simón, Gerald y Anita corrían hacia la habitación con actitud de preocupación y alivio. Lilly se recostó, agobiada por un tipo de agotamiento intenso y nuevo para ella. John también parecía exhausto pero agradecido, y tenía los ojos rojos como si hubiera llorado. La joven notó que los demás llevaban ropa distinta a la que ella recordaba.
—¿Cuánto tiempo me fui? —preguntó, deseando que el dolor de sus miembros disminuyera.
—¿Aproximadamente? —formuló Gerald, calculando el tiempo en su mente—. ¿Según nuestro tiempo? ¡Casi cinco días y medio!
—¿Cinco días y medio? —exclamó Lilly. La noticia sólo le causó más cansancio—. ¿Han pasado cinco días y medio desde que puse las manos sobre la mesa?
—Más o menos —reiteró Simón.
—Posiblemente casi seis días enteros —ratificó Anita.
—Estábamos bastante preocupados y nos preguntábamos si podrías regresar —añadió Simón.
—Es cierto —dijo John—. Consideramos retirar tus manos por la fuerza, pero el riesgo… —Agitó la cabeza aliviado—. Es bueno tenerte de regreso.
Lilly miró sus manos y luego las juntó como para ocultar cuánto había aumentado el dolor de su brazo desde que había sufrido la mordedura.
—No puedo creer que lo que vi haya sucedido en seis días.
—De nuestro tiempo —enfatizó Gerald—. Lo que atestiguaste, en especial los Días de la Creación, probablemente tomaron miles de millones de años.
—Fui testigo de esto antes. —Lilly habló en voz muy baja, como para que nadie escuchara esta confesión que apenas pasaba por tal.
John asintió. Obviamente habían tenido el tiempo suficiente para averiguar la verdad.
—Lo siento tanto —empezó a decir—. Pensé que eran alucinaciones y que me estaba volviendo loca. Por eso no dije nada. No sabía que fuera real. —Se quedó pensando un momento antes de añadir con tristeza—: Y todavía no estoy segura.
—No te angusties, querida —Anita se apuró a intervenir—. Algunos tenemos dificultades para confiar. Lo entiendo. Fue Gerald quien sugirió inicialmente que quizá ya habías atestiguado algo y, sin embargo, a pesar de esa probabilidad… ¡entramos en pánico!
—Debo decirte —señaló Gerald con una risita— que el pánico no sirve para nada, pero ocupa grandes cantidades de tiempo.
—Lo más importante es que regresaste —añadió John con una nota de resignación—, así que vamos por un poco de comida y agua. Y tal vez también necesites ir al baño, ¿no es cierto?
Ella apenas sonrió.
—¿Te decepcioné?
La pregunta era una invitación y un riesgo, y todos lo sabían.
—¿Decepcionado? No, pero apenado sí. ¿Confías lo suficiente en mí como para permitir que me sienta triste sin que eso implique que tenga una mala opinión de ti?
Él estaba preguntando algo importante. La vergüenza y el desprecio por sí misma eran sus amigos más tempranos y eran implacables para interpretar las palabras, fueran de elogio, amabilidad o confrontación, como prueba de su falta de dignidad. Incluso la palabra decepción podía hacerla caer en un abismo. John estaba pidiendo que se resistiera, que creyera que su afecto e interés eran la principal verdad.
Hacerlo implicaba que también ella debía sentir cariño por él.
—De acuerdo —respondió Lilly, aunque seguía sintiendo esa punzada interna, como si estuviera traicionando un precioso acuerdo—. Está bien, trataré de hacerlo. Y gracias.
Después de usar el baño, donde al fin pudo controlar el dolor de su brazo, Lilly salió para secarse las manos.
—¿Así que me fui casi seis días y miles de millones de años sin tener que orinar? ¿Cómo funciona eso?
Gerald respondió mientras el grupo se dirigía al comedor.
—Cuando tocas la mesa, el tiempo y la percepción reducen su marcha; de hecho, casi se detienen. Por ejemplo, tu corazón desacelera hasta una frecuencia cercana a un latido por minuto. Si mis cálculos son precisos, en seis días tu corazón sólo latió alrededor de 8 640 veces. Eso parece mucho, pero en realidad no lo es. Supongamos que tu frecuencia cardíaca regular es de sesenta latidos por minuto, que en tu caso pienso que es bastante conservador, pero facilita el cálculo aritmético. Esto quiere decir que en tu organismo sólo pasaron un par de horas.
—¡Ah! Fue por eso que John me gritaba: «¡Es-p-e-r-a-a-a!». —Todos rieron.
La mesa estaba puesta. Frente a Lilly había una serie de platillos aromáticos con verduras a la parrilla y un guisado. Antes de comer, todos se tomaron de las manos, como era la costumbre, pero esa noche decidieron decir una simple oración: «¡Hoy mi corazón agradecido es mi mejor ofrenda!». Tuvieron la cortesía de no dar especial atención a su participación, pero ella vio que John sonreía, aunque de manera discreta, y eso la complació.
La comida estaba deliciosa; sin embargo, su debilidad impidió que comiera la cantidad suficiente para satisfacerse. Casi habían terminado cuando John se dirigió a ella.
—Vimos la mayor parte de lo que registraste. Pudimos verlo en la mesa. Siempre hubo alguno de nosotros contigo y los cuatro te acompañamos la mayor parte del tiempo. No quisimos irnos, no sólo porque estábamos preocupados por ti, sino porque… —hizo una pausa, miró al piso y se aferró a la mesa abrumado por la emoción— porque… —Con la voz quebrada y los ojos rojos y llenos de lágrimas añadió—: era demasiado maravilloso como para describirlo con palabras.
Sus propios sentimientos eran iguales a los de John; se acercó y lo tomó de la mano.
—Me alegra que lo hayas visto. Nunca podría describirlo de un modo que hiciera justicia.
El silencio que siguió fue incómodo. Gerald se acercó y con su mano apretó el brazo infectado; ella se puso rígida por el dolor. John la miraba directamente y pudo ver que una sombra de duda cruzaba por sus ojos.
De pronto, Lilly anunció que estaba exhausta y deseaba dormir.
—Estoy segura de que también estarán cansados —añadió.
Mientras John la llevaba hacia su cuarto, preguntó:
—¿Esto significa que acabé? Registré todo, desde la explosión de la Creación hasta la llegada del Hombre. ¿Ya terminé?
—No lo sé. ¿Terminaste?
Esas simples palabras la aguijonearon: eran un desafío porque ponían en duda su integridad. Se dio cuenta de que John estaba tratando de reconstruir el lazo de confianza que ella había roto.
—Yo tampoco lo sé. —Lilly se encogió de hombros.
—Entonces supongo que sólo existe una manera de asegurarnos, y es que te recuestes en la Cámara del Testimonio para ver qué sucede —dijo John suspirando.
—Muy bien. —Se sentía demasiado cansada como para pensar en lo que eso podría significar—. Ah, ¿te puedo preguntar otra cosa?
—Me lo imaginaba. —John la miró con una sonrisa agotada—. Eres la chica de las últimas preguntas.
Su sonrisa volvió brevemente.
—Es que no puedo ayudarme a mí misma. Mi mente nunca se detiene, y me preguntaba: ¿si no hubiera venido aquí, al Refugio, alguna vez hubiera sabido… ya sabes, todo eso de Dios y Adán y el Principio?
—Te adentras en otro terreno misterioso —respondió—. En cuanto a los planes y propósitos, Dios no es un Diseñador sino un Artista, y Dios no sería Dios sin nosotros. Tú estás aquí y eso lo cambia todo. Si no estuvieras aquí, eso también lo cambiaría todo. En mi caso, aunque sea egoísta, me alegro de que estés aquí.
—Yo también —admitió ella—, la mayor parte del tiempo.
Lo volví a hacer. Dije la verdad porque me descubrieron. No creo que en realidad eso cuente y no dije toda la verdad, sólo una parte. Herí a John. Me di cuenta por su cara. Y ahora, como no dije toda la verdad, me siento todavía más atrapada. ¿Cuántas veces puedo quemar mis naves antes de que la gente deje de reconstruirlas? Odio que me importe, me hace sentir débil y desprotegida. Quizás eso son las mentiras, una forma de protegerse.
Ni siquiera se registró todo lo que he atestiguado hasta el momento. ¿Qué quiere decir? No quiero estar registrando cosas durante siglos y siglos. Sólo pensarlo me hace sentir más agotada de lo que ya me siento.
Quiero detener a Adán. Quiero ver en el espejo. Quiero hablar con Simón. Quiero morirme o irme o encontrar la manera de regresar a casa. Bueno, no creo que eso sea cierto… lo de mi casa. Por lo poco que recuerdo, nunca fue un sitio donde quisiera estar. Odio admitirlo, pero por alguna extraña razón el Refugio se siente más como mi casa o, por lo menos, como debe ser una casa.
Hoy fui Testigo de la Creación, otra vez. Era igual, pero diferente. Conocí a Han-el, pero él no me conocía ni a mí ni a John o a Eva. Me duele mucho el brazo y mentí a John acerca de ello, pero creo que lo sabe. Me estoy convenciendo cada vez más de que el espejo está en lo cierto y la verdad de quién soy yo es que cuando llegas a la esencia de Lilly, lo único que encuentras es un trozo de mierda que no vale nada.
Pero tal vez Simón también tenga razón de que soy Lilith, y que hay una cosa que puedo hacer antes de morir: hacerme cargo de mi vida inútil y cambiar la historia. Lo único que me falta es averiguar cómo.