Una vez que tomó la decisión, todo se consolidó, incluso la conmoción que había estado agitando su corazón. Cuando llegó al salón, John estaba reclinado en una de las paredes y miraba al océano con su ir y venir hipnótico que agitaba las plantas marinas en una danza constante de mareas y corrientes. En la mesa, esperaba la comida servida.
Lilly acercó su silla de ruedas hacia él y rompió el silencio.
—¿Qué piensas? —preguntó.
—¿Mmm? —No volteó hacia ella y en su ceño fruncido se adivinaba alguna conversación interna—. Has sufrido pérdidas difíciles para alguien tan joven —comentó—. Tal vez nunca entienda por qué el alma humana tiene tan insaciable necesidad de recordar y revivir sus tragedias.
—¿Anita te contó?
John levantó una mano para detenerla y la bajó lentamente cuando ella se quedó en silencio.
—Por mi parte —siguió, con la voz cargada de tristeza—, algunos días siento que mi deber es sumar una carga adicional a tus problemas, avivar tu dolor, y eso es muy desgastante. No me gusta y mi desagrado crece en proporción directa al profundo afecto que siento por ti.
Lilly tomó su brazo en un gesto que nunca antes había mostrado con él.
—¿Te importo?
—Sí —dijo esto de manera desapasionada, sin quitar la vista de las algas que se mecían afuera—. Esta situación ha sido totalmente inesperada para mí. Al parecer esta relación tiene vida propia y no respeta la historia ni los planes ni las necesidades. Es molesto. Pero también es un regalo, incluso una alegría. Como dicen por ahí, es un enigma.
Respiró hondo y dejó salir el aire con lentitud, en un suspiro del alma.
—Así que, en efecto, me importas, y eso oscurece mi razonamiento. —Apretó los labios como para impedir que saliera más información.
—Entonces, deja de preocuparte por mí —propuso ella con cierto sarcasmo—. No estoy acostumbrada a que alguien lo haga, se siente raro. Y como dijiste, eso lo complica todo.
—Si sólo fuera así de fácil. He tratado de impedirlo, de convencerme de que sólo eres una misión que debo cumplir. Pero no hay remedio.
Ella rio con tal facilidad que se sorprendió a sí misma.
—No puedo creerlo. ¿Estás tratando de quererme menos?
John la miró con una vaga sonrisa en los labios.
—Me pareció el camino más seguro.
—Créeme —dijo la chica entre risas—, rara vez los caminos son lo que parecen y son impredecibles. Quizá la seguridad dependa más de la compañía que del camino que tomas.
Él la miró de nuevo, asombrado.
—Ésa sí que es sabiduría que no se adquiere fácilmente —reconoció—. Gracias por eso. A todos nos serviría recordarlo.
La joven no sabía bien a bien cómo responder, así que anunció con un tono mordaz:
—Bueno, si te sirve de algo, a mí no me importas particularmente. Eres una curiosidad, pero no siento ni agrado ni desagrado por ti. —No decía la verdad y sospechaba que él lo sabía.
—Mmm. —John miró al techo y, un minuto después, volvió la vista hacia ella—. Eso no me sirve de nada. No ha reducido ni un ápice la profundidad de mis sentimientos por ti.
Ella quitó su brazo al sentir un súbito temor.
—No estás tratando de decirme que estás enamorado de mí, ¿verdad?
—¡No, de ninguna manera! —reaccionó enfático—. ¿Enamorado? ¿Como en ese tipo de atracciones románticas que hacen que te tiemblen las rodillas y te conviertas en un ser humano bastante inútil? ¿Ese tipo de amor? No, para nada.
—¡Qué bueno! —dijo ella con un suspiro—. ¡Eso sí me hubiera desconcertado! No es que nadie pudiera enamorarse de ti, pero no me imagino a ti y a mí en ese plan. Estás viejo… bueno, más o menos. Cuando menos tienes cuarenta o cincuenta, ¿no es cierto? —añadió con una mueca que resaltaba su asco.
—¡Qué horror!, ¿no? —dijo John entre risas—. Me alegra que hayamos aclarado eso —apuntó burlón—, y tienes razón, tengo al menos cuarenta o cincuenta años y tú eres apenas un bebé.
—¡No soy un bebé! —declaró con firmeza—. ¡Soy una mujer joven y fuerte!
—Y necia. —Sonrió de nuevo, luego dirigió la vista al exterior y su expresión se marchitó.
—¿Por qué estás tan triste, John?
—Porque ya lo sabía. Sabía lo que le hicieron a tu cuerpo, pero no encontraba el modo de decírtelo. Sé que te privaron del don de tener hijos mucho antes de la tragedia que te trajo hasta aquí y, a pesar de todas nuestras habilidades, no pudimos remediarlo. Lo siento mucho.
—Yo también —expresó ella—. En este momento sólo me siento adormecida, y tal vez sea lo mejor.
—Quizá —convino John—. La pena es algo muy raro. Al igual que la alegría, nos toma por sorpresa, de soslayo y sin esperarlo. Forma parte del ritmo de esta vida y de nuestra naturaleza humana.
—¿Todo el mundo está destrozado? ¿Todos sufren?
—Es difícil pasar largo tiempo en este mundo sin enfrentar pérdidas. Es lo que todos tenemos en común. Como tu alma, el cosmos está hecho pedazos. Pero escúchame… —John la miró directamente a los ojos y se acuclilló frente a ella—. Lilly, si participas en sanarte a ti misma, abres la posibilidad de que también se restablezca la creación.
—¿Yo? ¿Sanarme? ¿Acaso todo depende de mí?
John parecía sorprendido y se arrodilló a su lado.
—Todo depende de cada uno de nosotros, porque cada uno es importante. A todos se nos creó en Adonai. A través de Él estamos conectados unos con otros, lo reconozcamos o no.
Alguien carraspeó y, cuando Lilly volteó a buscar quién era, encontró a Simón cerca de la puerta. Se preguntó cuánto tiempo había estado ahí y cuánto había escuchado de su conversación. John se puso de pie y lo saludó con una inclinación de cabeza.
—Disculpen —dijo Simón—, sólo vine para saber cómo te sientes. Supe que me perdí algunos sucesos interesantes.
—¡Gracias! Ya me siento mejor —respondió Lilly. Y era cierto. Aunque seguía teniendo un poco de fiebre y la infección, sentía que habían disminuido.
Esperaba que Simón se alegrara al oír esa noticia, pero en lugar de ello pareció turbado. Lilly volvió su atención a John, quien seguía perdido en sus pensamientos.
—¿John? Creo que estoy lista para volver al trabajo, para ser testigo de lo que vine a ver.
El hombre inhaló profundamente y sonrió. La chica odiaba engañar a alguien tan amable, y recordar quién era ella en realidad, una manipuladora y mentirosa, provocó que su estómago diera un vuelco, pero no permitió que su rostro demostrara sus sentimientos.
—No creo que sea buena idea, Lilly —comenzó John—. Estás un poco mejor, pero sigues agotada. Creo que el cosmos puede concederte un día adicional de descanso y, si todo explota, pues que explote. Me importas más tú que el destino de nuestro planeta.
«¡Está completamente engañado!», fue el primer pensamiento que vino a su mente. Las palabras de John chocaron contra ella como un guijarro que golpea un escudo de metal. «Si supiera realmente la verdad de quién soy, me desecharía en un segundo».
¿Qué más podía hacer sino acceder y jugar el juego de someterse a sus consejos?
—¿No vas a comer nada? —preguntó.
—Hoy no —respondió John—. Quizá tome un poco de agua más tarde. Pero tú sí debes comer y descansar un poco. Tengo una sensación que no puedo quitarme de encima respecto a lo que sucederá mañana; es como un presagio. Estoy tratando de aclarar de qué se trata, pero tal vez eso también deba esperar. Anita y Gerald ya llevaron sus alimentos a su habitación. —John se inclinó dándole un abrazo más prolongado de lo común, casi como si fuera una despedida. La besó en la frente y se retiró a su habitación.
Aunque no era necesario que lo hiciera, Simón la empujó en su silla de ruedas hasta la mesa.
—Es un ingenuo o un sentimentaloide, o peor —afirmó cuando John ya había salido—. Nadie ama de ese modo, a menos que tenga alguna razón. Lilith, ¿no te estás dejando engañar por nada de eso, verdad?
—Claro que no —respondió ella.
—Es repugnante cómo te están utilizando para sus propósitos. Y John es el peor de todos.
—¿Cómo puedes decir eso? Ha dejado todo por mí: su casa, su vida privada y posiblemente su dinero.
—No ha dejado nada. Este Refugio es su pequeño feudo y tú eres un peón que ayudará a consolidar su poder. No puedes ni empezar a imaginarte la autoridad de que gozará cuando tenga en sus manos los registros reales del Principio. ¿No te das cuenta de que todos tienen algo que ganar en esto? Tendrán influencia en todo el mundo y podrán fabricar la mitología que mejor se adapte a sus propósitos. Lilith, están aquí para utilizarte y no debes permitírselo.
Lilly estaba asombrada.
—¿De verdad crees que me está usando para obtener una ganancia personal?
—¿No te parece obvio? —Simón se sentó a su lado y empezó a seleccionar alimentos que fue apilando en el plato de la joven—. ¿No has notado las conversaciones secretas que siempre tiene con los otros? Se callan cuando me acerco a donde están. Están tramando algo y te garantizo que no es a favor de tus intereses.
Lilly comenzó a picotear la comida, aunque perdió el apetito cuando le volvió la sensación de desasosiego.
—¿Qué hay de tus propios intereses? ¿Cuál es tu razón para estar aquí? ¿A ti sí te preocupan mis intereses, Simón?
El hombre se detuvo y la miró, bajando el cuchillo y el tenedor antes de hablar.
—No, Lilith, no me preocupan especialmente tus intereses. Al menos yo lo admito, a diferencia de los demás, que mienten con total descaro.
Simón tomó su mano, que se sentía inesperadamente fría y húmeda, pero de todos modos era agradable contra su piel afiebrada.
—Te deseo el bien, pero confieso que me interesas por mis propias razones.
—¿Cuáles son esas razones?
—Lilith, si realmente eres la Testigo que puede cambiar la historia, quizá puedas regresarme a mi esposa.
—¡Pero, Simón, pensé que habías dicho que está muerta!
—No para mí. Dije que está en un lugar mejor. Está conmigo en todo momento durante el día y también en las noches, dentro de mis sueños. Viene a mí y no puedo abrazarla y ni siquiera tocarla. Era todo en mi vida y había perdido las esperanzas hasta que te conocí. Tú, Lilith, me diste valor para vivir y tener esperanza de nuevo. Tú y yo, juntos, cambiaremos el mundo.
Lilly estaba estupefacta. ¿El afecto de Simón por su esposa era amor verdadero o locura? No podía asegurarlo, pero se sentía atraída por el aspecto romántico y la idea de que algún día alguien pudiera amarla como Simón amaba a su esposa.
—¿Cómo? —preguntó frustrada—. No fui capaz de detener a Adán, se alejó antes de que yo entendiera lo que estaba pasando.
—Estoy de acuerdo —dijo Simón—, pero todavía podemos detenerla a ella.
—¿A ella? ¿A quién? ¿Te refieres a Eva? ¿Detenerla de qué?
Simón se levantó de su asiento y empezó a pasearse por la habitación, apretando y soltando sus manos.
—Ya dije demasiado. Ella tiene que tomar una verdadera decisión para que esto funcione pero, si digo demasiado, podría estar forzándola y no ocurrirá ningún cambio. —No se dirigía a Lilly, más bien estaba soltando ideas inconexas como si estuviera haciendo cálculos en su cabeza—. Pero quizá ya dije suficiente, el resto se dará por añadidura. ¡Eso es! —Entonces se apresuró a regresar a su lado y se dejó caer en su asiento—. ¡Debes volver esta noche! —declaró, colocando su mano sobre el brazo de Lilly, quien hizo un gesto de dolor y se replegó en su silla, como protegiéndose. La extraña conducta de Simón la tomó desprevenida y tenía miedo.
—¿Volver a dónde?
—Al jardín. Debes atestiguar esta misma noche.
—Pero…
—Todos están en sus habitaciones. ¡Podemos lograrlo!
—¿Lograr qué? No me has dicho…
—Espera, hay otra cosa que debes hacer primero.
—¿Qué? —Casi temía preguntar.
—Debes mirar de nuevo en el espejo. Es la única forma.
—No puedo, Simón, no me obligues a hacerlo, por favor.
—Lilith. —Simón se arrodilló frente a su silla y colocó las manos sobre sus rodillas—. ¿No lo ves? Es la única forma. El espejo no sólo reforzará la verdad de quién eres y de por qué estás aquí, te dará el poder para materializarte en el jardín. Te dará la capacidad de participar, ¡de hacer algo! El espejo es lo que te da la posibilidad de cambiar las cosas, de cambiar la historia. Debes confiar en él y en lo que ahí veas. ¡Por favor!
Era una locura, pero a la vez Simón tenía razón. Había tenido una presencia más tangible en el Edén después de que el espejo la había cortado.
Pero, un momento, ¿fue el espejo o la mordedura de la serpiente lo que causó eso? ¿Qué le había dado ese poder? No recordaba con exactitud las palabras de Simón pero, en cualquier caso, el espejo y la serpiente parecían estar conectados, así que tal vez no importaba. Lo esencial era que ella había tomado la decisión de asumir el control de su destino como Lilith, y Simón estaba presentándole la manera de lograr precisamente eso.
—Muy bien, el espejo sigue en la cómoda de mi cuarto, pero no voy a meter la mano ahí.
—Yo lo sacaré.
Mientras la llevaba hacia su habitación, surgió otra pregunta.
—Simón, ¿te llevaste el anillo y la llave?
—¡No! No necesito nada de eso, apenas los vi. —Sonaba convincente y Lilly le creyó.
Simón encontró de inmediato el espejo, que aún seguía oculto en su bolsa, y se lo entregó a Lilly.
—¿Cuántas veces has tocado la gema? —preguntó.
—Dos veces —respondió ella— y con eso bastó.
—Muy bien, esta noche tendrás que tocarla tres veces más, pero no cuatro ni menos de tres veces.
—¡Tres veces! —exclamó Lilly, y Simón indicó con un gesto que bajara la voz—. ¿Tres veces? —susurró ella—. Esa cosa lastima.
—Cualquier cosa que en verdad valga la pena causará dolor —declaró.
—¡Súper! —expresó—. Si eso es verdad, toda mi vida ha valido la pena.
—Tres veces. Cuatro es demasiado.
—Simón, ¿cómo sabes todo esto? ¿Cómo sabes que debo mirar en el espejo para cambiar la historia? ¿Cómo estás enterado siquiera de que tocarlo cuatro veces es demasiado?
Él dudó un momento y luego respondió:
—Mi esposa, Karyn, lo tocó seis veces.
Lilly dejó caer el espejo sobre su regazo.
—¿Esta cosa mató a tu esposa? ¿Y tú quieres que lo toque? ¿Estás loco?
—No, no, estás entendiendo mal. El espejo no la mató, pero estaba con ella la última vez que la vi. Cuando la encontramos, sólo era un cuerpo que no tenía nada adentro. La verdadera Karyn se había ido y no regresó. Tocó la gema seis veces.
—Y esperas que yo…
—Lo que pasó con Karyn nada tiene que ver contigo. Se lo advertí, el espejo no era para ella. Ella no era una Testigo. ¡Este espejo es para ti! Pero ahora el sacrificio de Karyn tiene un valor. Es por ella que ahora tengo las respuestas para ti. Tú eres la Testigo que cambiará las cosas.
Lilly extrajo lentamente el espejo de su funda y lo miró. Como antes, en él se veía una masa gris de nubes turbulentas, en movimiento constante pero sin mostrar figura alguna.
—Dices que Karyn fue a un lugar mejor.
—No sé exactamente dónde es eso. Cuando la veo en mis sueños, no me conoce, pero parece feliz.
Lilly colocó el pulgar izquierdo sobre la piedra roja.
—¡Espera! —ordenó Simón y, aliviada, retiró la mano—. Recuerda que deben ser tres veces, no cuatro. Pero si entiendo bien cómo funciona esto, tres veces serán suficientes para darte la autoridad de permanecer donde tú elijas.
—¿Y si elijo quedarme en el Edén?
—Entonces, permanecerás ahí por el tiempo que quieras y no regresarás. Así es como te integrarás a la historia y cambiarás al mundo.
La magnitud de lo que dijo la dejó sin aliento. Lilly no quería ese tipo de poder, pero Lilith sí. Sin embargo, fue Lilly quien habló.
—¿No deberíamos decirle a John y a los demás?
—No podemos. Nunca te permitirían asumir ese riesgo. Están aquí para obtener lo que necesitan de ti.
—¿Y tú, Simón? Dime, ¿tú qué has venido a obtener?
—Estoy aquí para servirte y, de ser posible, para encontrar a Karyn.
Sin mediar palabra, Lilith presionó el pulgar contra la piedra. El dolor recorrió su brazo hasta el hombro, como si hubiera tocado un carbón encendido. La gema absorbió su sangre y la superficie del espejo empezó a cambiar. Presionó su dedo una segunda vez y el dolor llegó más lejos, hasta su otro brazo, y descendió hacia sus piernas. Lilly jadeó, pero controló sus reacciones. Por tercera vez presionó la piedra y, en esta ocasión, el dolor fue tan intenso que sintió estar a punto de perder el control. El fuego la arrasaba por completo, desde los pies hasta cada uno de sus cabellos, causando una agonía en cada fibra nerviosa y en cada neurona, con tal ímpetu que ni siquiera era capaz de gritar.
Incapaz de resistirse, miró al espejo. Ahí estaba el ser más espantoso que pudiera imaginarse. Con un rostro putrefacto y ojos amarillentos que rezumaban, emitía silenciosas maldiciones. Lilly tenía frente a sí todo lo que más temía, un asqueroso desecho humano que se vendía al mayor postor. Pero detrás de la fealdad se adivinaba la verdad: nunca había merecido el verdadero amor; era un error, un accidente, un trozo gastado de basura. No era bastante buena ni inteligente ni bella; ni siquiera era una mujer. Extrañamente, ese rostro ocioso y lleno de vergüenza también otorgaba poder.
Ella no tenía nada que perder porque, en primer lugar, no era nada.
Después de meter el espejo dentro de su bolsa, se lo entregó a Simón, quien lo guardó de inmediato.
—Soy Lilith y estoy lista —anunció—. No volveré.