18

FRENTE A FRENTE

Lo que la sostenía no eran suaves ramas, sino los fuertes y amorosos brazos de Adonai, que se sentó bajo el añoso árbol y entonó antiguos cantos sobre las estrellas y el Principio, la dicha y la esperanza, y todo lo relacionado con el Amor en el que nada es amargo. Era el pacífico canto de la recuperación y el descanso. Convocaba los más profundos anhelos y la recibía de regreso a un hogar como siempre debió haber sido.

Lilly respiró profundamente y abrió poco a poco los ojos. En otro lugar y otro tiempo habría negado la presencia de Adonai, pero aquí y ahora sentía como si nunca nada hubiera sido realidad. Estaba harta de huir, había caído y se había estrellado contra el piso, hasta que por fin encontró un sitio donde descansar. Así que hizo lo que cualquier niño haría. Volvió la cara y la hundió en el pecho de Adonai, desahogándose entre lágrimas y sollozos, mientras Él la abrazaba con Su paz y Su amor.

Toda su vida había esperado esto. Conocía y era conocida de un modo que iba más allá del entendimiento, captaba el profundísimo misterio de por qué la música invade, enciende y entonces mora en el alma, encontrando ahí su eterna residencia. No había más que pudiera desear que ser hallada por completo dentro de este Hombre Eterno, para que fuera escuchada, vista y celebrada.

—Lilly, eres tú a quien amo —dijo esa voz que la bañó como aguas curativas. Las palabras mismas estaban vivas y la dejaban desarmada. Sintió que nunca tendría que escuchar más sonidos ni más sílabas. Ésos eran suficientes y, en ese abrazo firme y eterno, todo lo que estaba destrozado o perdido se podía encontrar, restablecer y celebrar.

—Lilly, ¿confías en Mí? —Era una pregunta que no se refería a una creencia sino a la persona, el carácter y la relación, y que sólo pedía ese momento solitario, suspendido en la trama del tiempo universal. No requería justificación, ni de razón o defensa. Era simple y pura, y así lo fue también la respuesta inmediata, que iba envuelta en un llanto incontrolable.

—Sí confío. —Era verdad pero, incluso al decirlo, sintió resistirse. Internamente, Lilly se retrajo un poco—. Bueno, realmente quiero hacerlo.

El abrazo la estrechó un poco más fuerte y Adonai habló:

—Lilly, siempre has sido digna de que se te ame y siempre te he amado. Eso ha sido cierto desde toda la eternidad, pero no lo sabías.

Si existía algo profundo que debiera rectificarse, cualquier mentira, insinuaciones o acusaciones que estuvieran afianzadas en la base de su conciencia, no podía imaginarlas. Permitió que las olas la devoraran y volvieran a constituirla; la feroz llama del afecto de Adonai desintegró todo lo que no se refería al Amor. Por un momento sintió como si no quedara nada de ella, pero la misma idea se volvió cenizas en el aire y ya no importaba, porque en ese preciso instante confiaba.

Cuando la conmoción y la marea se tranquilizaron, Lilly se dio cuenta de que estaba acurrucada en el seno de Adonai, mientras Él se reclinaba contra el árbol.

—Lilly —la voz del Hombre Eterno era serena—, la confianza se refiere a la relación, no al poder. Cuando dos bailan, cada uno sigue respetuosamente al otro. Existe una cadencia en la relación y ahí es donde participa Ruach.

—¿Y tú confías en el Espíritu Santo?

—Lo hago, bueno, realmente quiero hacerlo —Adonai rio.

Ahora era Lilly quien reía, reconociendo sus propias palabras.

—La confianza es una cosa que nunca ha sido fácil para mí —dijo ella con un suspiro.

—Pero no es una cosa en absoluto. Es entregar tu esencia al otro, ser débil y quedar desnudo y sin vergüenza. Tienes una historia y una experiencia que te dicen que la confianza es una montaña imposible de remontar, pero puedes hacerlo y lo harás.

—¿Lo haré, Adonai? ¿Alguna vez podré remontar esa montaña?

—Sí, querida mía, ya lo estás haciendo un paso a la vez, y no estás sola.

Se reclinó de nuevo contra Su pecho y cerró los ojos, dejando que el sol acariciara su cara y los sonidos de la actividad de los insectos ocuparan toda su atención.

—¿Cómo me encontraste? Estaba convencida de que moriría. Parecía lo más sencillo para todos, en especial para mí.

—Tú nunca has estado perdida para Mí. Te perdiste para ti misma, pero no para Mí.

Eso hizo que Lilly sonriera, reconfortada y segura.

—¿Y ahora qué? ¿Nos podemos quedar así para siempre?

—Ven —indicó mientras se levantaba y la ponía también de pie—. Lilly, ¿confías en Mí?

—¡Sí, confío! —Caminaron tomados de la mano hasta que rodearon un arroyo y ella vio el fuego de los límites del Edén.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —inquirió, perpleja y ansiosa.

—Estoy aquí para llevarte de nuevo adentro. Lilly, ¿confías en Mí?

—No puedo entrar ahí —dijo con voz entrecortada—. No pertenezco ahí.

—En parte tienes razón. Lilith no puede atravesar el fuego, pero Lilly sí, y es Lilly quien siempre ha pertenecido a este lugar.

Estaba frente a otra decisión, otra encrucijada. Atreverse a pasar por ese muro significaría que las mentiras se quemarían hasta desaparecer. ¿Podía dejar atrás a Lilith? Sentía que en su interior se libraba una batalla, como si Lilith estuviera rogándole.

—Lilly, levanta la mirada y observa Mi rostro —indicó Adonai—. Estoy aquí y nunca te dejaré. En cualquier baile, a veces marcas el paso, pero también debes someterte. Así que, mi querida Lilly, debes elegir y Yo me someto a ti.

El Hombre Eterno estiró ambas manos y entró de espaldas al fuego. Mientras lo hacía, Sus ojos se encendieron en llamas, Su túnica se transformó en una cascada de luz brillante y Sus pies brillaron como metal bruñido.

Tres veces le había pedido que confiara y, por tercera vez, ella llegó a una decisión. Tomó sus manos y Él la condujo lentamente al interior del muro, donde los envolvió la llamarada. El dolor del juicio divino la cubrió como un furioso torrente y ella se entregó a él, permitiendo que arrancara las mentiras que habían poblado su espíritu, su alma y su cuerpo.

Cuando parecía que todo estaba destruido y no quedaba nada más, la Voz Todopoderosa del Amor impetuoso hizo una última declaración.

—Lo que está vivo nunca morirá, y lo que está muerto se consumirá por completo.

Lilly cruzó y abrió los ojos.

Images

—¿LETTY? —CARRASPEÓ LILLY—. ¿Q haces aquí?

—Estoy tejiendo, ¿no lo ves? ¡Tejo! —Como si nada hubiera pasado, la pequeña mujer regresó a su conocido y agradable tarareo y a su tejido.

—¿Dónde estamos?

—En tu cuarto del Refugio. Los demás fueron a dormir un rato, los mantuviste despiertos por mucho tiempo. Hace poco por fin te bajó la fiebre y ya estás mejorando rápidamente. Alabado sea Dios, pensamos que estabas en las últimas.

—¿En las últimas? —preguntó riendo—. ¿De veras? ¿Entonces, te tocó el turno de la noche? ¿Perdiste al lanzar la moneda?

—Me ofrecí a hacerlo, no necesito del sueño como los otros. —Letty bajó sus agujas por un momento y se inclinó hacia el rostro de Lilly—. ¿Qué pasó? ¿Qué te hizo volver? Pensamos que habías perdido toda esperanza y no sabíamos cómo establecer contacto contigo.

—¡Fue Adonai! —dijo Lilly aclarándose la garganta—. Adonai fue Quien cambió las cosas. Vino a buscarme y me sanó dentro del fuego.

—¡Ah, sí! —Letty sonrió—. Corazón, todos atraviesan por el fuego, pero la llama de Su Afecto es a tu favor y no en tu contra. Te purifica de todo lo que no sea Amor.

—¿Es permanente?

Eso provocó la risa de Letty.

—Ja, querida mía, la verdad siempre es permanente, pero tendrás que esforzarte en tu nueva vida con temor y temblor, ya que estás muy frágil y desnuda.

—Se nos creó de ese modo, ¿no es cierto? ¿Desnudos y sin vergüenza?

—Así es. —La pequeña mujer asintió, concentrándose de nuevo en su tejido.

—Letty, ¿qué haces? —preguntó curiosa—. No parece que nadie de por aquí se dedique al tejido.

—De hecho no tengo idea, pero me ayuda a pensar y a orar. Tengo docenas de estas… estas cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Algún día las juntaré y veré si puedo darles algún orden.

—Eres la mejor —rio Lilly, dejando que el silencio de la noche las estrechara. Después de unos minutos, Letty bajó las agujas y habló en un tono completamente diferente.

—Lilly, tengo que confesarte algo.

—¿Hiciste algo malo?

—No, no es ese tipo de confesión. Se refiere más a decir en voz alta algo que mantuve guardado.

—Vaya, más secretos. Estoy harta de los secretos.

—No, tampoco es un secreto. Es una sorpresa agradable que ha estado esperando el momento adecuado.

—Entonces, ¿llegó ese momento?

—Así es. Lilly, es que no soy precisamente, bueno, no sé cómo decirlo, pero no soy humana.

—¿En serio? —Lilly rio como si fuera extraordinario—. ¿Ésa es tu sorpresa? Letty, nunca estuve segura de saber qué eras, pero jamás creí que fueras humana. Entonces, si no eres humana, ¿qué eres?

—Bueno. —Soltó una risita. Estaba disfrutando de ello, pero la risita ahogada condujo a una risa nerviosa que la llevó a resoplar por la nariz, lo cual provocó la carcajada de ambas.

—Bueno, ya dime —insistió, todavía riendo.

Cuando Letty por fin se tranquilizó lo suficiente, se inclinó hacia ella reanudando el movimiento de las agujas.

—¿Sabes que Han-el es el Guardián de John? —Lilly asintió y la mujer esperó un momento—. Pues bien, yo soy la tuya.

—¿La mía? —Lilly estaba totalmente sorprendida—. ¿Te refieres a mi Ángel Guardián?

—Ni te lo imaginabas, ¿verdad?

Lilly se reclinó en su cama, boquiabierta.

—¿Pero no eres como la alcaldesa del pueblo o algo por el estilo, o miembro del consejo o quién sabe qué más?

—Soy versátil.

—¿Siempre has sido mi Guardiana?

—Sí, siempre.

—Pero pensé que los Guardianes, ya sabes…, guardan, protegen.

Letty suspendió su tejido.

—¿Alguien te dijo que soy buena en eso? —y soltó su clásica risita aguda—. Lilly, nuestra labor sería más sencilla si los humanos no fueran tan complicados. La mayoría de ustedes tiene tan mala opinión de sí mismo que ni siquiera empieza a darse cuenta del poder que tienen sus decisiones y su dominio. Incluso las decisiones que vienen del mal sombrío deben tratarse con respeto, porque quienes las toman son seres humanos. Así que vigilamos y atendemos y, cuando está permitido, interferimos, que es mi parte favorita. Es una de las razones por las que sus oraciones son tan poderosas. Nos permiten meternos en sus asuntos.

Entonces escucharon que John se acercaba, silbando la melancólica canción de siempre.

—¿Y él lo sabe? —preguntó Lilly.

—No. —Letty sonrió—. Simplemente cree que soy vieja y muy rara. Creo que dice que soy una Cascarrabias.

John entró, echó una mirada a Lilly y pareció tan aliviado que la chica pensó que se pondría a llorar.

—¡Lilly! —exclamó dándole un abrazo, que ella correspondió. Algo había cambiado dentro de ella, ya no sentía las dudas o la cautela de antes—. Encontrarte despierta y con tan buen semblante es el mejor regalo que puedo imaginar. Veo que se están poniendo al corriente.

—Un poco —reconoció Lilly—, pero sigo teniendo montones de preguntas. Supongo que sabes sobre Simón y el espejo, ¿no es así? —Se sintió bien de ya no tener secretos que ocultar y estaba decidida a mantener las cosas así.

—Sí, lo sabemos —respondió John—. Simón tenía el mal sombrío desde el primer día que llegó aquí con Anita y Gerald.

—¿Lo sabían y no me dijeron? —Lilly se resintió.

—¿Nos hubieras creído?

—Tal vez no —aceptó—. ¿Por qué no lo detuvieron?

—Necesitábamos tiempo para determinar qué se proponía. Decírtelo sin tener pruebas te hubiera lanzado más profundamente a la oscuridad contra la que luchabas.

—Bueno, pues él dijo cosas bastante horribles de ti y de los demás.

—De la manera más educada posible, me supongo —refunfuñó John—. Eso sí, tienes que reconocerle el esfuerzo.

—¿Y dónde está?

—Puse una trampa en la que cayó por su propio pie. En este preciso momento está a bastantes kilómetros al sur recibiendo ayuda, igual que Karyn lo está haciendo al norte. Tienen que descubrir que no están solos, antes de que puedan estar juntos.

—¿Karyn? ¿Su esposa? Pero pensé que estaba…

—Karyn fue la Erudita a quien dio el mal sombrío antes de que llegaran aquí. Es probable que ese espejo, que era suyo, haya tenido mucho que ver con ello. Es un instrumento terrible. De cualquier modo, nuestra esperanza es que después de que sanen como individuos, vuelvan a encontrarse, avergonzados pero en mejor estado.

—Pero ¿por qué quería que yo usara el espejo?

—Cuando lo confronté, dijo que realmente creía que podías usar el espejo para cambiar la historia y regresarle a su esposa.

—¿Dónde está ahora el espejo?

—Guardado bajo llave en un sitio profundo del Refugio. Los Eruditos intentarán descubrir sus secretos, como medida preventiva. —John palmoteó como para poner fin a la discusión—. Entonces, Lilly, la de las últimas preguntas, ¿hay otra cosa que quieras saber antes de que te llevemos a la cocina para darte algo de comer? Ah, y por cierto, sólo vine para ver si los Sanadores tenían razón. Me dijeron que estás progresando notablemente. De hecho, creo que el término que usaron fue sin precedentes, que es un concepto ambicioso para los expertos; dijeron incluso que podrías tratar de caminar si te sientes con fuerzas. Pero muy despacio y con mucha ayuda.

Lilly estaba entusiasmada. Primero John la ayudó a sentarse en el borde de la cama, luego bajaron hasta que pudo tocar el piso con los pies. Con gran cuidado, se incorporó por primera vez desde su llegada. Fue una sensación liberadora, como un pequeño éxito, pero el esfuerzo la mareó y después de un par de pasos vacilantes regresó a su cama, ahora convertida en silla de ruedas.

—Asombroso —declaró John, y Letty sonrió de oreja a oreja—. Trabajaremos con eso y otras cosas más. ¿Qué piensas que produjo tal recuperación sin precedentes?

—Adonai —respondió Lilly.

—Por supuesto —afirmó John—, Adonai y el momento oportuno. Eso es algo que nunca entenderé del todo, ¡pero que agradezco! —dijo esto último al aire, como si hablara con Alguien invisible.

Letty se adelantó mientras John sacaba a Lilly en su silla. Para Lilly todo era diferente, casi nuevo, ya que sus sentidos estaban agudizados. También estaba agradecida y susurró en silencio ese agradecimiento hacia Quien fuera que la estuviera escuchando.

Al llegar al área del comedor, Gerald y Anita se apuraron a darle un abrazo que, de nuevo, ella devolvió con facilidad y honestamente.

Apenas se habían sentado cuando Lilly soltó:

—Mi corazón agradecido es mi mejor ofrenda. —Los demás la miraron perplejos—. Bueno, pensé que si alguna vez quería aprender a rezar, éste sería un buen comienzo.

Después de una comida reconfortante de huevos pasados por agua y pan con mantequilla, que sabían mejor que cualquier cosa que Lilly hubiera probado en su vida, cada uno contó su versión sobre los últimos días, con muchas risas y un par de lágrimas ocasionales.

—¿Me porté muy mal con ustedes? —preguntó Lilly—. Así fue, ¿verdad? Lo siento tanto.

—No te preocupes, mi amor —indicó Anita—. Todos éramos conscientes de que tras bastidores estaban sucediendo muchas más cosas que no podíamos ver.

—¡Oh! —exclamó Lilly—. Fue mucho peor de lo que podrían haber imaginado. Simón y el espejo me convencieron de que yo era Lilith.

—¿Lilith? ¿En serio? —profirió Gerald, obviamente molesto con la mera sugerencia—. ¡Son puras mentiras! Es un mito que no tiene base histórica.

—Recordé lo que pensabas de ella, pero no me importó. El espejo y su veneno reflejaron las mentiras que creía de mí misma. Que era una mujer despreciable y fea, y que podría redimirme haciendo algo bueno: salvar al mundo al impedir que la Madre Eva se alejara.

—¡Vaya! —declaró John, sorprendido—. ¿Y cómo se supone que lograrías eso?

—Me da pena decirlo —declaró Lilly pausadamente—. Pensé que si me entregaba a Adán para sustituir a Eva, él dejaría de tratar de conseguir que abandonara el jardín para unírsele, y entonces el mundo cambiaría.

—No sabía eso —admitió Anita—, pero no creo que nada haya cambiado. —Miró a Lilly y añadió—: ¿Cambiaron las cosas?

—No lo creo —respondió la joven, que ahora tampoco estaba del todo segura.

—¿Qué sucedió? —preguntó John.

—Adán me rechazó, o más bien rechazó a Lilith. Eligió a Eva. Ahí fue cuando pensé que moriría y Adonai llegó y me encontró.

—Entonces, si nada ha cambiado —conjeturó Gerald—, en algún momento Eva debe de haber dejado el jardín.

—No lo sé —afirmó Lilly con tristeza—. Suena lógico. Y al parecer Adonai pensaba que debía hacerlo. ¿Por qué lo haría?

Nadie tenía una explicación que se ajustara con lo que Lilly sabía de Eva.

A medida que seguía la conversación, la chica se percató de que Anita y Gerald parecían dudosos de terminar con su comida, como si estuvieran ocultando algo. Finalmente preguntó:

—¿Y qué pasa con ustedes dos?

Anita apretó la mandíbula y no pudo hablar, así que Gerald hizo el intento de explicarse, pero sus palabras se ahogaron en un río de lágrimas.

—Nos convocaron con una petición y una invitación para ir a otro lugar y otro tiempo, y aceptamos. No sabíamos cómo decírtelo. Supongo que pensamos que si seguíamos hablando, no tendríamos que despedirnos. Sé que es una tontería, pero así es como me siento… bueno, como nos sentimos los dos.

—¿Se van? —Lilly sintió una avalancha de emociones—. ¿Cuándo?

—Pronto —respondió Anita con tristeza—. En un par de horas. Fue muy repentino y ambos coincidimos en que se requería una respuesta inmediata. Lo siento tanto, Lilly. Si hubiera otra solución…

—No, está bien. De verdad. Simplemente no lo esperaba. Los dos se han vuelto… especiales para mí, y yo… —Lilly no encontraba las palabras para describir cuánto le importaban Gerald y Anita.

—Nosotros también te queremos —dijo Gerald.

—Y, Lilly —añadió Anita—, a lo largo de mi vida he aprendido a confiar en Dios en cuanto a todo lo que es valioso para mí, como te has vuelto tú para nosotros. Es apenas el inicio de nuestra historia. Si no lo creyera, no podría irme.

Lilly se quedó callada y luego dijo:

—Necesito ir a traer algo que me gustaría darles. Por favor, no se vayan sin despedirse.

—Claro. En cualquier caso, también nos enteramos de que el Vigilante vendría de visita esta tarde y decidimos que si quiere a cualquiera de nosotros dos, tendrá que poner un poco más de esfuerzo.

—¡No entiendo! ¿Quién es ese Vigilante?

—Después te explicaré, Lilly —dijo John—, pero en este momento Gerald y Anita tienen que prepararse para su siguiente viaje. Reunámonos todos aquí en una hora más o menos para despedirnos.

—Letty, ¿me llevarías a mi cuarto? —solicitó Lilly y, sin decir palabra, la guardiana la empujó en su silla para salir al corredor.

—Gracias —suspiró Lilly—. No sabía qué decir de todo lo que estoy sintiendo. Es como… es que siento como si por fin hubiera encontrado una familia, y así de rápido me la quitan.

—Nada permanece igual, querida mía. La confianza no es una decisión de una vez en la vida, sino una elección que se toma a cada momento mientras el río sigue su curso. Agradecemos los dones que nos rodean y luego los dejamos ir, confiando en que no se perderá nada, aunque lo perdamos por un tiempo.

—De verdad trato de entender, te lo juro. Tal vez piensas que soy un desastre.

—Pienso que eres una adolescente —rio Letty—. Y con frecuencia esos términos van juntos.

Eso causó risa a Lilly y la hizo sentir mejor.

Cuando todos se reunieron de nuevo en el salón para despedirse, Lilly entregó su diario a Anita, quien pareció sorprendida.

—¿Tu diario? Lilly, ¿qué es esto?

—Es mi regalo para ustedes, la única cosa que tiene importancia para mí, y quiero que tú y Gerald lo tengan. Los dos significan más para mí que cualquier cosa que tenga, aunque sea muy valiosa.

Anita y Gerald quedaron anonadados; John observaba como un padre orgulloso.

—John me hizo este libro que en realidad es una grabadora, como las que tienen en la Bóveda. Registré todo lo que atestigüé, tanto lo bueno como lo no tan bueno, porque quiero que ustedes también lo tengan. Ya hice mi parte y ahora creo que llegó la hora de que algunos Eruditos averigüen qué significa todo esto.

John mostró a Lilly cómo añadir las huellas de las manos de los Eruditos para que ellos también pudieran acceder al contenido.

—Supongo —dijo— que encontrarán otra Bóveda en el sitio al que vayan. Ahí pueden almacenar el diario y reproducirlo para estudiar el contenido.

—Te veremos muy pronto, Lilly. Sólo es cuestión de tiempo.

Sin gran alboroto, todos se abrazaron tocándose la frente, luego los Eruditos se fueron sin mirar atrás, por razones que Lilly podía entender.

Acomodó su silla a unos cuantos metros de la ventana de filamentos y, tanteando, se irguió. John se acercó pero no intentó ayudarla, mientras la joven daba unos cuantos pasos débiles y tambaleantes para mirar hacia las playas que estaban abajo.

—Lo logré —exclamó orgullosa, y John aplaudió en reconocimiento.

Con gran cuidado y cautela, regresó a su silla y se sentó, agotada pero contenta.

—John, ¿me llevarías al Patio del Castillo para sentir el viento y el sol?

Por un segundo, John dudó antes de hablar.

—Eso me encantaría.

No tardaron mucho en subir la rampa y, cuando estaban a punto de atravesar la puerta para salir al sol, se apareció Han-el frente a ellos inesperadamente.

El Guardián sonrió.

—John —entonó el Cantor—, te asistiré.

John bajó la cabeza un momento y pensó antes de asentir.

—¡Gracias!

—¿Te asistirá en qué? —preguntó Lilly, percibiendo una sensación de náuseas que invadía su estómago.

Sin responder, John pasó con la silla de Lilly junto al Ángel hasta colocarla bajo el sol. En lugar de sentir el calor, el corazón de Lilly fue presa de un escalofrío, y jadeó sorprendida. Al mirar hacia el agua, observó a un desconocido que vestía un traje de tres piezas y un bombín negro que acentuaba su complexión macilenta y anémica. Los ojos del hombre eran huecos y oscuros. En contraste con su vestimenta negra y blanca, llevaba un accesorio que chocaba con todo: una corbata de moño en color escarlata brillante.

—¿Tú eres el Vigilante? —preguntó, tratando de controlar su temor.

El desconocido no volteó hacia ella, pero respondió con una voz tranquila y fría.

—Busco a un amigo, un amigo en particular, a quien he buscado por largo tiempo. Un Recolector. Creo que lo conoces, ¿no es así? ¿Estará cerca?

—Aquí estoy, Vigilante, como si no lo supieras —declaró John sin ninguna emoción.

Casi podría decirse que ese hombre solemne sonreía, pero si ésa era su expresión, no permaneció en su rostro más que un instante pasajero.

Había algo escalofriante en su apariencia y autoridad, y Lilly desvió su silla para alejarse. Su instinto indicaba que no quería estar cerca de él, no tanto porque representara una amenaza inminente, sino porque infundía un profundo temor e incertidumbre en su corazón. Resultaba difícil imaginar que este hombre tuviera cercanía con alguien, en especial con John el Recolector.

—Quizá sea tu amigo —susurró— ¡pero me da horror!

—Supongo que es cuestión de perspectiva —rio John.

—Me recuerda a un enterrador —señaló Lilly—. Excepto por esa corbata de moño.

—¿La corbata? —rio de nuevo—. Tampoco encuentro el sentido.

Ahora John se dirigió al desconocido.

—¿Así que viniste por mí? —La pregunta tomó por sorpresa a Lilly.

—Espera un momento, ¿tú sabías que estaría aquí? ¿Por qué no me dijiste que no cuando te pedí que viniéramos? —balbuceó ella.

—Lilly, nunca te he dicho qué hacer o qué no hacer, ¿por qué empezaría ahora? —John se inclinó y besó su frente.

El Vigilante volteó hacia ellos y por primera vez reconoció la presencia del Recolector y saludó a Han-el con una inclinación de cabeza.

—Hola, viejo amigo —dijo a John—, has sido astuto y difícil de rastrear.

—Tuve ayuda —respondió John, señalando con la cabeza hacia Han-el, quien permaneció con los brazos cruzados.

—Cierto, pero ahora tu estadía ha terminado. Es tiempo de que te vayas.

—John —dijo Lilly con voz entrecortada—, ¿de qué habla? ¿Ir a dónde? —Temía escuchar la respuesta.

—¿Ir a dónde? —repitió John al Visitante—. ¿A alguna otra isla entre mundos o entre dimensiones?

—No en esta ocasión, John. Hoy irás a casa.

Como si las cosas no fueran suficientemente extrañas, al escuchar esto, John rompió en llanto.

—¿A casa? ¿Has venido para llevarme a casa? —dijo entre sollozos, y sus piernas dejaron de sostenerlo. Se derrumbó en el suelo junto a la silla de Lilly, y ella lo rodeó con un brazo de un modo protector, aunque estaba desolada. Ahora parecía que dos veces en un mismo día perdería a alguien.

—Ya sé por qué has venido hasta aquí —soltó la chica apretando los dientes—. John, ¿vas a morir?

John recuperó la compostura y se puso de pie, pero entre sus lágrimas asomaba una sonrisa.

—¿Me das un momento para despedirme?

—Aguardaré sólo lo necesario para eso antes de nuestro baile de regreso a casa.

John ignoró al Vigilante y se arrodilló para hablar con Lilly frente a frente.

—No estaba seguro. Tenía la sospecha, pero era incierto. Lamento que sea tan repentino.

—¡Odio esto!

—Lo sé y te entiendo —la tranquilizó—. Lilly, escúchame. Gracias a Adonai, lo que para ti es una muerte, para mí será más como una vida.

—No entiendo.

—Ya lo entenderás, querida Lilly. Ya lo entenderás.

—¿Pero no estás triste? Yo estoy tan infeliz que creo que voy a estallar en pedazos.

—Siempre es triste dejar un lugar y un tiempo para entrar a otro, en especial cuando dejas algo o a alguien que es tan preciado. Cuando tengas mi edad, sabrás cuándo se acerca un nuevo comienzo, puedes considerarlo como una premonición. Dejarse ir también es una forma de regresar.

—John, me ayudaste a poner en orden mi corazón. ¿Sabes que eres el primer hombre en quien he confiado y al que he amado en toda mi vida?

—Ha sido un privilegio y un honor —susurró—. Lilly, Dios es un artista tan extraordinario que nunca permite que nadie sane por sí solo. Un día verás cuánto me sanaste con tu presencia.

—¿Yo?

—Lilly, no te pido que confíes en mí toda una vida, sólo en este momento. ¿Confiarás en mí?

Necesitó unos minutos para recuperar el aliento, mientras él le secaba las lágrimas. Finalmente dijo:

—¡Sí! Confío en ti en este momento.

—Entonces, despídete de mí.

Así lo hizo. Lo abrazó y besó sus mejillas, y lloró y lloró desconsolada. Por último, le susurró al oído.

—Adiós, John, te veré pronto.

—¡Así será! —afirmó él y, respirando profundamente, se puso de pie.

—¡Espera! Tengo una última pregunta.

La carcajada de John fue diáfana y pura.

—Por supuesto que tendrías una, ¿cuál es?

—En el Edén, Dios tiene muchos nombres. ¿Cómo Lo llamas tú?

—Ésa es fácil. ¡Mi manera favorita de decirle es Primo!

—¿Primo?

—¡Sí! ¡Siempre me ha encantado decirle a quien me pregunta que Dios es mi primo! —John lanzó una amplia sonrisa y lucía rejuvenecido—. Adonai, Jeshua, Jesús, el segundo Adán: ¡es mi primo!

Al volver la cara para ver al Vigilante, Han-el apareció a su lado y lo tomó de la mano.

—¡También te amo, Lilly Fields! —gritó John con su radiante alegría infantil.

El Vigilante levantó el brazo sobre el barandal y abrió lo que pareció ser una puerta que se materializaba en el aire; tomó la otra mano de John y, con un solo paso ágil, los tres desaparecieron a través de ella. Lilly se quedó ahí, con la boca abierta, mientras el portal resplandecía y luego desaparecía como un reflejo en el agua que se difumina al lanzarle una piedra.

—Presuntuoso —declaró Letty, que estaba parada junto a ella—. Vamos, Lilly, ¡todavía tenemos cosas que hacer! Lo bueno es que yo no necesito de escaleras ni rampas, así que ¡vámonos de aquí!