En el reinado de Arwyn
vivía una princesa llamada Nancie.
Para ser una niña de la alta sociedad,
ella no era muy sofisticada.
A ella le gustaba hacer pasteles de lodo
y jugar con la tierra.
A Nancie no le importaba el desorden
o que se le rasgara la camiseta.
Sus consejeros reales siempre le decían,
"Tienes que vestirte bien. Tienes que ser limpia.
Debes llevar bien el cabello".
Nancie pensaba que eran malos.
La princesa Nancie odiaba las reglas;
no quería que existieran;
y como era una princesa,
hizo que su deseo se cumpliera.
“¡Todos pueden hacer lo que quieran!" declaró la princesa.
La gente no lo podía creer.
Tan sólo se quedaron de pie y la miraban.
De repente, todos al mismo tiempo gritaron
"¡Síííííííííí! Podemos hacer lo que querramos. Finalmente somos libres".
La princesa Nancie sonrió
mientras miraba a toda la gente.
Todos lucían tan felices.
Eran escandalosos y ruidosos.
Los problemas comenzaron rapidamente.
Las bocinas de los carros no paraban de sonar.
Las personas conducían por cualquier calle,
en todas las direcciones.
Habían niños en todas partes
porque no iban a la escuela.
"¡Sal de mi clóset", gritó Nancie.
Le respondieron, "Eso suena como una regla".
La princesa Nancie pidió su comida,
pero la cocinera dijo, "¡No!
No puedes hacer que cocinemos.
Creo que me voy a marchar".
El personal de la cocina se fue.
Los mayordomos también.
Y la pobre princesa Nancie,
ya no sabía qué hacer.
El reinado era un caos.
Todo el lugar era una locura.
Había basura en todas partes,
y las personas eran perezosas.
La princesa Nancie salió a su balcón.
Ella anunció, "Gente, escúchenme.
Las cosas andan como locas.
Debemos tener reglas, pero con algunas excepciones".
"Ya no nos preocuparemos por vestir bien.
No caminaremos aconsejando a las personas.
No nos preocuparemos por cómo se viste el resto,
pero sí conduciremos en la calle correcta y seremos limpios".
Todos estaban felices,
encantados con la nueva regla.
Y el niño del clóset
regresó a la escuela.