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Le dicen a Zosia que vaya al despacho de la madre Agnieszka. Allí encuentra de pie, al lado de la hermana Nadzieja, a un hombre casi tan viejo como su abuelo. Su grueso bigote y las patillas pobladas le dan un aire severo, pero sus ojos son amables y alegres y lleva una funda negra de violín bajo el brazo.

—Zosia —dice la hermana Nadzieja—, este es Pan (señor) Skrzypczak. Es un profesor de violín de verdad y…

La madre Agnieszka se revuelve incómoda e interrumpe.

—Como ya le he dicho, Pan Skrzypczak, seguramente haya sido un error pedirle que venga hasta aquí. Usted es un profesor de renombre y nosotras no tenemos con qué pagarle.

—He pensado que podrías tocar para él —insiste la hermana Nadzieja, antes de que Pan Skrzypczak pueda responderle a la madre Agnieszka—. ¿Qué te parece si empiezas por los arpegios?

Le da a Zosia el violín y el arco de la clase y Zosia lo comprende todo: ha sido ella quien ha orquestado esa reunión.

Pan Skrzypczak le hace un gesto con la cabeza a Zosia para que toque. Zosia se lleva el violín a la barbilla y toca los arpegios. En cuanto termina, la madre Agnieszka habla de nuevo.

—Muy bien, Zosia. Bueno, hermana Nadzieja, ¿puede llevarse a Zosia de vuelta a…?

—Espere, por favor. —Pan Skrzypczak mira a la madre Agnieszka, con expresión de disculpa. Después se vuelve a Zosia y dice—: ¿Sabes alguna canción que me puedas tocar?

—Se sabe el principio de la mazurca Obertas —interviene la hermana Nadzieja.

¡A Zosia le encanta ese inicio tan dramático! Mientras toca, con cada divertida pulsación de las cuerdas, se imagina bailarines disfrazados dando vueltas, con los brazos entrelazados y los ojos brillantes. Zosia mueve el arco arriba y abajo, en toda su amplitud. Cuando la música baja el ritmo, brevemente lánguida, ella se imagina un abrazo; después, cuando acelera, en su mente ve el movimiento rápido de los pies, los brazos levantados y las faldas que no paran de girar; y al llegar una nota extendida, larga y gorjeante, es como si su pájaro aleteara sobre la gente que baila, emocionado y feliz.

—Eso ha estado muy bien —dice Pan Skrzypczak cuando termina a la mitad de la pieza—. Vamos a ver si puedes imitar lo que hago yo.

Pan Skrzypczak saca su violín y toca unas cuantas notas, sencillas al principio y después cada vez más difíciles, con variaciones sutiles de tempo y volumen. Zosia lo imita con exactitud todas las veces. Durante mucho rato van tocando los dos, primero uno y después el otro.

Pan Skrzypczak, tengo que disculparme por hacerle perder tanto tiempo…

—Asombroso.

Zosia se ruboriza.

—Pero no podemos permitirnos…

—No hace falta que me paguen. —Mira a Zosia y le sonríe—. Dos veces a la semana.

—¿Qué? —La cara de la madre Agnieszka está llena de sorpresa.

—Me gustaría darle clase dos veces a la semana. Necesita un arco mejor. Yo puedo conseguirle uno. Y tiene que ensayar todos los días.

—Tendrá que darle las clases aquí, Pan Skrzypczak. Zosia no puede salir del orfanato.

Pan Skrzypczak se vuelve para mirar a la madre Agnieszka, sin dejar de sonreír.

—Un profesor vive para encontrar alumnos como ella.


De vuelta en su habitación, Zosia se sienta en el borde de la cama. Su mente está hecha un lío. ¡Un profesor de verdad! Una vez, en un fragmento de un cuento sobre un jardín encantado que recuerda, una niñita componía una pastoral para que su pájaro la cantara y alertara a una madre cierva de la presencia de un gigante. «¡Ahora puedo aprender a tocarla yo!», piensa Zosia.