31 Otoño de 1943

Las clases que Pan Skrzypczak le da a Zosia en las habitaciones privadas de la madre Agnieszka son lo mejor de la semana para ella. Cuenta primero los días y después las horas que faltan para que llegue el momento de sus clases y ensaya durante todo el tiempo libre que tiene. Escalas, estudios, trinos y todos los ejercicios de transiciones y de arco que su profesor le manda. Cuando toca los arpegios, se centra en la precisión de las notas, en vez de en la repetición infinita, y hace todo lo que puede para lograr una mayor riqueza en el tono con cada movimiento.

A veces, Pan Skrzypczak toca con Zosia a dúo y a ella le encantan las armonías que crean juntos. Otras veces mantiene el violín bajo el brazo y solo da golpecitos con el pie o sacude la cabeza, lo que provoca que sus patillas se despeinen y se hinchen. Y en ocasiones coloca los dedos sobre los de Zosia para guiarle el arco. A Zosia le gusta cómo huele, a colofonia y a tabaco de pipa, cómo escucha con la cabeza un poco ladeada a la izquierda y cómo le enseña piezas de Bartók, Bloch y también de Sarasate, música que le recuerda a su familia en Gracja.

Durante una clase, Pan Skrzypczak le pregunta a Zosia si se ha hecho algo diferente en el pelo. La hermana Alicja le había teñido de nuevo el pelo y las cejas la noche anterior. Sin saber muy bien qué decir, Zosia murmura:

—Creo que no.

Y entonces le cuenta a su maestro la historia que le relató su madre sobre los amigos de Joachim y la música que escribieron para él.

—Sí, la devoción absoluta por la música era primordial para Joachim.

Zosia piensa en las otras historias que le contó su madre: las aventuras de la niñita en el jardín encantado, la cadeneta invisible de margaritas, la promesa de que iría a buscarla. Ninguna de ellas es cierta.

Parece que Pan Skrzypczak le lee los pensamientos.

—El lema de Joachim era: «Libre aunque solitario», pero yo creo que los regalos musicales de sus amigos le hicieron sentirse menos solo. ¿Por qué no te enseño la pieza que le hizo Brahms?

—Yo ya… —Está a punto de decirle que su madre le tarareó el Scherzo de Brahms en el pajar y que incluso le escribió los primeros compases. Pero se frena. Ha prometido no decir nada sobre el pasado. Por también esta vez parece que él lo intuye todo.

—¿Tal vez lo conoces ya? —En las arrugas provocadas por su sonrisa Zosia ve lo orgulloso que está de ella. Le devuelve tímidamente la sonrisa y asiente—. Bien. Así lo aprenderás más rápido.


Al inicio de la siguiente lección, Pan Skrzypczak saca unas monedas de su bolsillo y le da a Zosia una que brilla mucho. En un lado hay un águila coronada rodeada por las palabras: «Rzeczpospolita Polska 1938»; en el otro se puede leer «1 grosz», decorado con volutas florales. La última vez que Zosia vio monedas, su madre estaba cosiéndoselas en el forro de la chaqueta. Recuerda que le sorprendió que no tintinearan. No sabe dónde estará esa chaqueta ahora.

—¿Sabes lo que yo hago para tocar lo mejor que puedo en los ensayos?

Zosia espera a que se lo diga.

—Pongo cinco monedas en un lado de la mesa, así, y toco el fragmento en el que estoy trabajando. Si lo toco todo sin errores a la primera, paso la moneda de arriba al otro lado. Cuando lo toco una segunda vez sin errores, paso la segunda moneda. Pero si cometo algún error, ¡devuelvo las dos monedas a su lugar original! Así todo el tiempo. Cuando he conseguido que haya cuatro monedas al otro lado la presión es enorme, porque la siguiente vez que lo toque, o lo hago perfecto, o todas las monedas regresan al primer montón y tengo que volver a empezar.

Zosia está deseando imitar la estrategia de su maestro.

—Puedes quedarte estas monedas para tus ensayos. Te recordarán lo importante que es para mí que sigas tocando.

Mientras atiende a la lección, esforzándose por hacerlo lo mejor posible, Zosia no aparta los ojos de la cosa más curiosa que hay en ese austero espacio: un tapete blanco de croché sobre el escritorio de la madre Agnieszka; ¿tal vez le recuerda a su madre? Y no le pregunta a su profesor lo que quiere saber: ¿tiene hijas, familia? A pesar de que le salen callos en los dedos y empieza a dolerle el hombro, Zosia sigue tocando. Quiere ser buena, ser genial. No lo dice en voz alta, pero desea poder algún día tocar en auditorios de todo el mundo y hacer grabaciones para la radio, como las que escuchaba su abuelo mientras trabajaba, para que cualquiera que sintonice esa emisora la oiga tocar.


Pan Skrzypczak le exige mucho a Zosia, pero al final de las clases muestra su lado más desenfadado. Una tarde le pregunta:

—¿Has oído alguna vez el concerto que se titula La ratonera?

—No.

—Oh, pues escucha con atención.

Del violín de Pan Skrzypczak solo salen dos sonidos cortos (¡chirrido y golpe!): el chirrido lo hace deslizando el arco sobre las cuerdas, por detrás del puente, y el golpe lo da con la mano en la tapa del violín. Es un «concerto» muy breve (¡pobre ratoncito!). Zosia se echa a reír a carcajadas. Después de eso su profesor le enseña a hacer todo tipo de ruidos de animales con el violín: el mugido de la vaca, el balido de la oveja, el cloqueo de los pollos y el rebuzno del burro.

Otra tarde le cuenta la historia de un recital que preparó cuando era estudiante.

—Estaba muy nervioso, porque iba a tocar una composición de mi profesor, que era muy complicada. El recital se hacía en una mansión y antes había un banquete, pero yo no tenía hambre. ¡Lo único que quería era ir a calentar y ensayar con el violín! En cuanto pude abandonar la mesa, fui a la sala de ensayo. Tuve que recorrer un laberinto de pasillos serpenteantes, no muy diferentes de los de este convento. Cuando por fin llegué y empecé a ensayar, me di cuenta de que no me acordaba de cómo empezaba la pieza. Me sabía todas las notas después del primer compás, pero el primero… ¡tenía la mente totalmente en blanco! Así que recorrí otra vez el laberinto de pasillos hasta la sala del banquete. Mi profesor seguía sentado a la mesa, charlando con sus amigos y colegas y bebiendo. Me acerqué y le conté al oído mi problema. «Vuelve y sigue ensayando. Ya te acordarás», dijo, y me despidió con un gesto de la mano.

»Así que volví a hacer todo el recorrido hasta la sala de ensayo, cogí el violín para empezar… Y de nuevo no podía recordar las primeras notas. Volví a buscar a mi profesor una segunda vez.

»˝Por favor… ¡tengo que dar el recital en menos de una hora!˝, supliqué.

»˝Está bien˝, refunfuñó, y se levantó de la mesa para acompañarme por todos los pasillos hasta la sala de ensayo.

»Cuando cogió el violín, tocó algo que no me sonaba de nada; a mí me pareció una improvisación que se acababa de sacar de la manga. Fue entonces cuando me di cuenta: ˝él˝, mi importante profesor y famoso compositor, ¡tampoco se acordaba del principio!

Zosia se muestra horrorizada.

—¿Y qué hizo usted? ¿Qué tocó en el recital?

—¡Improvisé el primer compás por mi cuenta! Lo uní al resto de la pieza lo mejor que pude y continué como si nada.

Hoy Pan Skrzypczak está muy callado. Después de la clase saca una hoja de papel de su maletín.

—He escrito una canción folclórica que tal vez conozcas.

Le da a Zosia una hoja de papel pautado llena de notas que ha escrito con un lápiz muy fino. Cuando ella lee la partitura, esa música le recuerda al baile de los rayos de luz sobre su colcha roja y blanca y al olor a azúcar y a canela del mandelbrot que llegaba desde la cocina de su infancia.

—Oh —exclama—, mi abuela siempre tarareaba esto mientras hacía pasteles el viernes.

En cuando las palabras salen de su boca, Zosia levanta la vista, asustada. En la expresión de su profesor no ve más que pura bondad, pero ella está llena de miedo.

Es peligroso revelar detalles de su pasado, aunque sea a Pan Skrzypczak, que la apoya en lo que ama.

—Perdón —balbucea, y después añade apresuradamente—: Gracias.

Y, con el papel en la mano, se va corriendo al armario en que se esconde y se hace un ovillo en el compartimento de delante, entre las casullas. Después de unos minutos, con la mano todavía temblorosa pero la respiración tranquila, mira la hoja. En esas notas oye la voz de su abuela y la música intercalada del chelo de su madre y el violín de su tata.

Con los ojos llenos de lágrimas, Zosia piensa que sin título, como aparece en la hoja, no es más que una partitura en la que hay escrita una pieza sin nada de especial. Nadie diría que encierra ningún peligro.

Zosia se promete a sí misma que en la siguiente clase le va a expresar su más sincera gratitud a su profesor.