Capítulo 5

2010: el triplete soñado

El Mundial de motociclismo ha deparado numerosos momentos para la historia a lo largo de tantos años (arrancó en 1949) y, afortunadamente, muchos de ellos han tenido sello español. De hecho, hay fechas que no estaría de más que se impartieran como materia lectiva en las aulas, pero sin necesidad de exámenes, que esto es una pasión, no una obligación… Los éxitos de hoy no se entenderían sin los del pasado y hay al menos cuatro efemérides de obligado estudio.

La primera corresponde al 3 de octubre de 1954, cuando José Antonio Elizalde logró con una Montesa Sprint el primer podio mundialista para nuestro país, al ser tercero en el GP de España de 125cc. Aquel fue el primero de una senda que alcanzó el millar durante la temporada 2010 y que en la última década ha experimentado un crecimiento brutal, con 579 cajones pisados por los nuestros entre el 2003 y el 2012, siendo 216 en calidad de vencedores, lo que contribuyó a que cayeran trece títulos. Por supuesto la del 4 de mayo de 1968, cuando Salvador Cañellas conquistó la primera victoria en un gran premio, a lomos de una Bultaco TSS de 125cc, de nuevo en la mágica montaña de Montjuïc. También la del 14 de septiembre de 1969, día en el que Ángel Nieto le dio a España su primer título mundial en este deporte, al acabar segundo con su Derbi de 50cc el GP del Adriático, en el circuito de Opatija, suficiente para certificar el primero de sus doce más uno. Y la más reciente de todas, el 7 de noviembre de 2010, fecha a la que llegaron ya coronados Jorge Lorenzo, en MotoGP, y Toni Elías, en Moto2, pero en la que también se proclamó campeón Marc Márquez, en 125cc, y eso permitió que se viera una histórica foto de los campeones jamás vista antes, con sus tres protagonistas de la misma nacionalidad: española.

Es cierto que se habían vivido tripletes de títulos con anterioridad y que incluso España había celebrado dos, cuando en 1988 y 1989 entre Pons, Aspar, Crivillé y Herreros se repartieron los de 250cc, 125cc y 80cc, pero nunca ningún país había copado los tres títulos en juego como lo hizo el nuestro ese glorioso 2010, el año del triplete soñado que tanto se había rondado, pero que nunca llegaba. Esa foto en el Ricardo Tormo de Cheste con Lorenzo en el centro sobre su Yamaha, escoltado a su derecha por Elías sobre la Moriwaki y a su izquierda por Márquez sobre su Derbi, luce en una de las paredes de mi casa para recordarme cada vez que la veo que aquello fue real y no se trató de un sueño. Ese día sí que fuimos los amos del mundo, del mundo de las dos ruedas, y aunque hubiera podido parecer un trámite, porque los subcampeones también fueron españoles (Dani Pedrosa, Julián Simón y Nico Terol), ni en 2011 ni en 2012 pudo repetirse la hazaña, pero ya es una gran suerte solo poder aspirar a ello cada año y tiene pinta de que va a ser así durante unos cuantos más.

Resultó más que acertado que tituláramos la portada de AS del día siguiente del memorable 10-10-10 (diez del diez del diez para un día diez) con un enorme «Soy español, ¿a qué quieres que te gane?» Desconozco el autor de la frase, pero me he aprovechado de ella cada vez que ha habido una exhibición de los nuestros, en forma de triplete, en cualquier circuito del calendario. Hay quien me dice que también ganamos en la tasa de desempleo, en la prima de riesgo y en otro montón de cosas que no funcionan como debieran en nuestro país, pero eso no es culpa de las motos, ni de ningún otro deporte. Además, si los éxitos de los nuestros ayudan a olvidarse por un rato de las penas, miel sobre hojuelas. De hecho, no encuentro un sentido mejor que ese en las hazañas deportivas para los que nos gusta contemplarlas.

Ese 10 de noviembre de 2010 Jorge Lorenzo se convirtió en el primer español que gana en MotoGP (no de la clase reina, porque Álex Crivillé ya lo había sido de 500cc en 1999) y Toni Elías fue el primero en conquistar la nueva categoría de Moto2. Ya solo quedaba por saber quién sería el acompañante de ambos en esa feliz foto de los campeones que aguardaba en el Ricardo Tormo y a la que acudió el Príncipe de Asturias, pero se sabía que sería un español en todo caso porque a Márquez ese curso solo le amenazaron Nico Terol y Pol Espargaró. Hubo que esperar hasta la última carrera para conocer el desenlace, pero mucho antes que eso se celebraron los dos títulos ya conquistados. A Lorenzo y a Elías les recibieron por todo lo alto en sus ciudades natales, Palma de Mallorca y Manresa, situada a pocos kilómetros de Barcelona, y antes de que eso sucediera se dieron un merecido homenaje la misma noche del título en Kuala Lumpur.

Los domingos de carreras algunos periodistas estamos para pocas fiestas, especialmente los de las revistas especializadas, con jornadas de trabajo que arrancan a las siete de la mañana y se prolongan hasta bien entrada la madrugada siguiente. En un GP de China, los que hacíamos el Solo Moto en esa época nos confiamos con la diferencia horaria a favor y, a la hora de la verdad, hubo que apretar el culo para cerrar todas las páginas porque nos alargamos hasta las cinco de la mañana y nos quedó el tiempo justo para ir al hotel, desayunar y salir pitando al aeropuerto a coger el vuelo de vuelta a casa. Las revistas exigen los domingos un trabajo inhumano a sus enviados especiales y, sin afición, sería imposible aguantar semejante ritmo, abriendo el circuito a primera hora y cerrándolo al día siguiente. Fruto de ese horario, me he perdido algunas fiestas de domingo a las que habría querido ir, pero a la de aquella noche malaya había que acudir por obligación.

Antes de salir del hotel hacia la ciudad, pasé a saludar a Elías, que celebraba junto a su familia y equipo de manera relajada el título en un restaurante situado en la planta de la recepción, al lado del bar en el que Pedrosa había celebrado su primer título, el de 125cc, en 2003. Me eché unas risas charlando con Toni y recordando la excitación vivida en la entrega de la bandera española que le hice nada más acabar la carrera, una bandera que no pudo conservar de recuerdo, porque llegó hecha jirones al box al engancharse en la rueda trasera. Le pregunté qué plan tenía de celebración y le comenté que yo me bajaba a Kuala Lumpur, a la fiesta que Yamaha había preparado para celebrar el título de Lorenzo. Algo le había dicho el propio Jorge, invitándole a que se pasara por ella, y el manresano se quedó con la copla.

El sitio elegido era una discoteca situada en lo alto de un rascacielos con piscina incluida, lo que inmediatamente me recordó la fiesta de Crivillé en Río por su título del medio litro. Habían cenado allí mismo, pero cuando llegué el lío ya estaba en el agua y la experiencia de 1999 me decía que acabaría en la piscina con la ropa puesta si no me daba prisa en quitármela. Decidí quedarme en calzoncillos y me tiré antes de que nadie me mandara el agua. Como no podía ser de otro modo, Lorenzo estaba eufórico y al vernos nos fundimos en un abrazo al mismo tiempo que me gritaba radiante de felicidad: «¡¡¡Lo hemos conseguido!!!».

Fue un fiestón en toda regla, con mucha gente del paddock allí presente y, por supuesto, con los miembros del equipo de Jorge exultantes. Recuerdo en especial la cara de satisfacción que mostraba Lin Jarvis, el brazo fuerte de Yamaha en las carreras. Acostumbrado como estaba el inglés a ganar títulos, ese año había tenido que escoger entre la continuidad de Lorenzo y la de Rossi en su equipo y su apuesta había sido la ganadora. Fue Valentino el que le obligó a elegir entre él y el nuevo campeón, así que tampoco resultó extraño que El Doctor no hubiera acudido a aquella fiesta y que prefiriera celebrar por su cuenta la victoria que había conseguido aquel día, casualmente la número 46 con Yamaha y, hasta el momento de escribir estas líneas, la última de su carrera.

Aquella divertida fiesta de celebración se extendió hasta altas horas de la madrugada y otra mecha que contribuyó a su excelente detonación fue que, cuando parecía que llegaba a su fin, apareciese por allí el también recién proclamado campeón, Toni Elías. Lorenzo fue un perfecto anfitrión y el ambiente volvió a subir de vueltas, chapoteando ambos en el agua al grito de «campeones, campeones» y el «yo soy español, español, español» de rigor. Ambos tenían motivos más que sobrados para sentirse inmensamente felices. Elías había salido por la puerta de atrás de MotoGP la temporada anterior, justamente la que más méritos había hecho para ganarse la continuidad, con un meritorio séptimo en la general aderezado con un podio en Brno, y había recalado en la nueva categoría de Moto2 como mal menor. Aún recuerdo su frustración el primer día de test con la Moriwaki, en Cheste, asegurando que aquello no corría nada comparado con las MotoGP con las que había lidiado cinco temporadas consecutivas, las que fueron de 2005 a 2009. Sin embargo, la gloria eterna de un título da sentido a toda una carrera deportiva, con sus pros y sus contras, y él la encontró aquel día.

Y respecto a Lorenzo, decir que él ya era campeón, por partida doble de 250cc, pero serlo de la clase reina no tiene comparación posible. Siempre he creído que Jorge habría tenido un problema consigo mismo de no haberse proclamado nunca campeón del mundo. Nació para serlo y fue entrenado duramente desde crío para tal fin, pero como lo ha sido, problema resuelto. Lo que más valoro de él es su capacidad para mejorarse año tras año y pulir carencias técnicas y personales, sin perder su verdadera esencia ni la fuerza interior que le convierte en una bestia cuando se baja la visera del casco. Esa noche malaya fue de las más felices de su vida. Creo que se sentía al fin liberado de la presión que supone sentirse obligado a ser el mejor y, en su caso, no solo presionado por la obligación de aquel año sino por la de toda una vida. Fue el título en el que ganó al todopoderoso Valentino con las mismas armas, en la pista y en los despachos. Siempre hay a quien le gusta echar agua al vino y asegura sin rubor que si Rossi no se hubiera roto la pierna en Mugello Lorenzo no habría ganado ese título, olvidando intencionadamente que Por fuera ya le llevaba con el gancho en el cuello, que era líder del Mundial y que le había ganado dos carreras seguidas en Jerez y Le Mans. O que si Pedrosa no se hubiera roto la clavícula en Motegi habría que haber visto qué hubiera pasado, como si no contasen los 56 puntos que le sacaba entonces a cinco carreras del final. Además, los «y si» no sirven de nada y lo que cuenta son los hechos, siendo los suyos encima de una moto absolutamente irrefutables.

A esa temporada aún le quedaba algún momento de infarto que vivir y su gran protagonista fue el campeón que estaba por llegar, Marc Márquez. Hablamos de la carrera de Portugal, que ese domingo se disputaba con las de Moto2 y MotoGP ya terminadas. Yo tuve ocasión de verla junto a Lorenzo, en su motor-home, porque había ido allí para meterle en el Carrusel de la Cadena SER. La idea era hablar de la victoria que acababa de conseguir, y lo hicimos, pero acabé narrando una increíble carrera de 125cc con el flamante campeón de comentarista, que no daba crédito a la actuación que estaba firmando el pequeño genio. En el AS del martes posterior a la carrera contamos bajo el título La epopeya de Márquez lo que fue aquella prueba del octavo de litro en la que el discípulo de Emilio Alzamora pasó del infierno a la gloria en Estoril, de perder el título de 125cc por una tonta caída en la vuelta de formación a dejarlo casi sentenciado con una victoria épica, saliendo el decimosexto:

1. La carrera de 125cc se suspende con bandera roja en la octava vuelta, por la aparición de la lluvia, y se da paso a una segunda manga de nueve vueltas con una parrilla formada en base a la sexta vuelta, la última que completaron todos los pilotos y en la que aparecen Nico Terol, Marc Márquez y Pol Espargaró en primera, segunda y cuarta posición.

2. Tras pasar por los boxes, los equipos regresan a la pista minutos después y en esa vuelta de formación de parrilla, Márquez se cae en la última curva. Se agarra al manillar con fuerza para que su Derbi no dé volteretas al entrar en contacto con la grava. Consigue que solo dé una, Marc la da con ella, y que la moto sufra solo daños menores.

3. Se pone en pie, logra arrancarla por sí solo y llega al box, donde todavía no están sus mecánicos. Le paran la moto los dos responsables de prensa, porque sus mecánicos se encuentran volviendo de la parrilla, donde le esperaban.

4. Pepe Aznar le sujeta por la parte delantera y David Martínez por el colín. Se acerca el telemétrico de Cortese, su compañero de equipo, y le grita que saquen inmediatamente la moto del box, porque ahí dentro no se podrá arreglar ya que implicaría la descalificación. La sacan a la puerta del box entre el telemétrico, Stefan, y el propio Márquez, que intenta hacer de mecánico improvisado, ante la ausencia de los suyos, forcejeando con el carenado.

5. A los diez segundos de estar en la puerta del box, llegan corriendo hasta la moto sus mecánicos. Le quitan el carenado y le dicen que salga sin él de nuevo a la parrilla, que ya arreglarán en ella los desperfectos que tenga la moto, pero avanza diez metros y se encuentra con que en ese momento la luz del semáforo cambia de verde a rojo y tiene que volver al box.

6. Sus tres mecánicos (Purkke, Tomás y Guillem), el telemétrico (Patrick), el jefe de mecánicos (Aki Ajo) se lanzan a la moto como posesos y se unen a ellos dos mecánicos del equipo de Álex Debón (Valeriano y Carlos) y otro del Jack&Jones (Sergi Culebras). En total, once personas, 22 manos, para quitar la grava que ha entrado en los entresijos de la Derbi y cambiar su escape, el carenado y la maneta del freno. Todo ello en el tiempo récord de dos minutos y 56 segundos.

7. Emilio Alzamora retira a Márquez de la moto, lo mete en el fondo del box e intenta tranquilizarle: «No mires la moto. Hay tiempo para arreglarla y saldrás al puesto 17 de la parrilla. Recuerda que te vale un octavo si gana Terol para depender de ti mismo en Valencia. Tranquilo y no mires la moto». Marc acepta el consejo y pide a Emilio que le cambie la visera del casco, pero no hay tiempo para ello y opta por limpiársela lo mejor posible.

8. Arranca la vuelta de reconocimiento (warm up lap) y Marc espera en cabecera de pista a que pasen todos los pilotos, le abren el semáforo en ese momento y completa la vuelta para colocarse el último de la parrilla, plaza 17a, porque la suya, la de segundo, queda libre y arrancará el 16°, con quince pilotos por delante.

9. Un arranque meteórico le sitúa quinto a la salida de la primera curva y completa la primera vuelta en tercera posición, habiendo adelantado así a trece pilotos en una vuelta: Barbosa, Morciano, Grotzkyj, Tonucci, Khairuddin, Kornfeil, Webb, Salom, Vázquez, Krummenacher, Moncayo, Folger y Espargaró.

10. En el equipo le enseñan el mensaje: «P2 OK», pero en la última vuelta se juega la victoria con Terol, con el que se pasa y repasa cinco veces, a lo que suma la inquietante compañía de Smith, y logra la décima victoria del año, que le deja el título en Valencia a tiro de ocho puntos, un octavo.

Hubo muchas carreras maravillosas aquella temporada del 2010 y esta fue una de las que más hondo caló, por la angustia previa a la remontada y porque constataba que había nacido otro monstruo de nuestro motociclismo. Creo que Lorenzo lo tuvo muy claro también desde aquel día, aunque fuera un año más tarde, en el circuito MotorLand de Alcañiz, donde le dijera a Cal Crutchlow, tras ver la exhibición de Márquez en Moto2, que ya podían ir dándose prisa en ganar todo lo que pudieran, porque cuando ese niño subiese a MotoGP lo iban a tener crudo.

Eso solo se sabrá con el tiempo, pero lo que sí está claro es que vuelve a haber mimbres para hacer un gran cesto, para seguir soñando con la posibilidad de aburrir al mundo de escuchar el himno español allá donde se dispute un gran premio. Conozco a gente que piensa que tal dominio es contraproducente, y quizá no les falte algo de razón, pero yo prefiero un empacho de éxitos que hambruna por falta de resultados. Habrá a quien le parezca mentira hoy día o que ya no se acuerde, pero a principios del cambio de siglo hubo grandes premios sin una sola victoria ni podio que llevarse a la boca, en los que lo mejor había sido un quinto puesto esperanzador de Fonsi Nieto en 250cc. Eran tiempos de dominio italiano, a los que contemplábamos con admiración y envidia, como antes lo fueron para los estadounidenses o los británicos. Así que carpe diem, que no sabemos cuánto durará este maravilloso momento fruto de un modelo basado en un gran trabajo en la base, que tiene en el Campeonato de España (CEV) su mayor escaparate, y que ya se copia en el extranjero.