Es pura casualidad que este capítulo empiece a escribirlo precisamente un 20 de enero, porque tal día como hoy Marco Simoncelli debería haber cumplido 26 años. Hace ya casi dos que el italiano nos dejó y él fue el último piloto fallecido en el transcurso de un gran premio. La lista de los héroes caídos es larga y con el nombre del carismático SuperSic se elevó a 54 las víctimas mortales. Lo que no es casualidad, de ninguna manera, es que me venga a la memoria la cruel frase de un prestigioso y reconocido periodista fuera del ámbito del motociclismo, y cuyo nombre mejor mantendré en el anonimato, a los pocos días de la muerte de Shoya Tomizawa, el penúltimo de ese listado: «A las motos, como a los toros, les viene bien un muerto de vez en cuando, para que la gente sea consciente del riesgo que toman y la dificultad que conlleva su profesión».
Si algo diferencia a los pilotos de motos respecto a las estrellas rutilantes, o que creen serlo, de deportes como el fútbol, en el que yo más he trabajado antes de cubrir la información de las carreras, es que en la mayoría de los casos los pilotos son por lo general personas y no divos inaccesibles, caprichosos e insufribles en el trato personal y profesional. Los hay mejores y peores, como en todas partes, pero personas como cualquiera de nosotros al fin y al cabo, que dan la cara ante los medios tras cada entrenamiento y carrera, independientemente del resultado obtenido y no solo si ese día su equipo ha ganado o el protagonista de turno ha tenido una actuación estelar. Y ay del día que no lo hacen, los palos que les caen…
Yo he visto al Real Madrid de la segunda época de John Benjamin Toshack perder 6-0 un partido de Copa en Mestalla, ante el Valencia, y haber mal rollo con la prensa al acabar el partido pero, en cambio, ir riéndose muchos de ellos en el avión de vuelta a Madrid, sin importarles que aquella noche su afición se hubiera llevado un gran varapalo y, lo que era aún peor, las mofas que les esperarían al día siguiente en el colegio o el trabajo de los seguidores de otros equipos, mayormente colchoneros y culés. Siendo justos, de aquella quema se habrían salvado por su actitud seria, como corresponde tras haber encajado un set, Rául, Redondo y Dorado, el chaval de la cantera con cuya expulsión se le pusieron las cosas de cara al conjunto valencianista.
Volviendo a las motos, que me llenan infinitamente más como periodista que el fútbol, es muy cierto aquello de que el Mundial es una gran familia. Por eso, cuando la muerte golpea el Mundial, el paddock se une más que nunca y se olvidan odios y rencores de corazón, de purísimo corazón. Por eso frases como la de aquel colega duelen y jamás podré olvidar la mirada rota de Pedrosa a las puertas de la clínica del circuito de Sepang, esperando sobre su scooter en un discreto segundo plano la confirmación de la noticia que todos nos temíamos: la muerte de Marco Simoncelli.
De cómo fue el accidente prefiero no entrar demasiado en detalle, porque aún duele recordarlo, pero ya es ironía del destino que fuera su amigo del alma, Valentino Rossi, uno de los implicados en el fatal desenlace. Él y Colin Edwards arrollaron involuntariamente a Marco cuando se cayó delante suyo y, en un esfuerzo sobrehumano por mantenerse en pie para perseguir el podio, su Honda 58 se giró hacia la zona de la trazada en vez de salir por el lado natural, hacia el exterior de la pista, tragándoselo literalmente los dos pilotos que venían tras él. Una décima de segundo habría bastado para que no coincidieran en ese fatídico punto, pero lo hicieron y el impacto resultó mortal para el piloto de Gresini y un drama para todos.
Desde un primer momento dio miedo la imagen del cuerpo inerte de Simoncelli sobre el asfalto, sin el casco fruto del golpetazo que le había dado la rueda delantera de la Yamaha, y las caras, llantos y gritos de desesperación en el acceso a la clínica de los miembros de su equipo, que ya habían pasado por un trago similar ocho años antes con Daijiro Kato, hacía que todos nos temiéramos lo peor. Había un gran revuelo de periodistas y fotógrafos allí concentrado, pero marcado por un enorme respeto y rictus de resignación, mirándonos con incredulidad entre nosotros, como esperando que alguien nos despertara de esa pesadilla que se estaba repitiendo de nuevo. Insisto en la presencia de Pedrosa, enemigo íntimo de Simoncelli aquella temporada y al que luego algunos criticarían por no acudir al multitudinario funeral de Coriano. Como el mismo Dani dijo después, y no sin razón, cada uno siente el dolor a su manera y él no estaba preparado para acudir allí en esos momentos. En cambio, Alberto Puig, su mentor y otro que públicamente estaba enfrentado con el recién caído, sí que estuvo. Y tan respetable es la opción de uno como la del otro. Ojalá pudierais haber visto aquella mirada de Pedrosa ese 23 de octubre de 2011, esperando la confirmación de la muerte de su mayor enemigo en ese momento, del que le había chafado la temporada con el cerrojazo de Le Mans y el mismo al que le había negado la mano en su regreso a los circuitos, en Mugello, porque decía que en la cabeza solo tenía pelo.
Aquel año Simoncelli había sido criticado en la sala de prensa de Estoril, a mi modo de ver injustamente, por Jorge Lorenzo con el apoyo de Pedrosa. Le acusaban de llevar a cabo una conducción peligrosa, algo que sí se había dado en 250cc, con Héctor Barberá y Álvaro Bautista como víctimas propiciatorias, pero no en MotoGP. Lorenzo se basaba sobre todo en una maniobra durante la última carrera de la temporada anterior, en Cheste. Un cerrojazo según él que la mayoría no vemos, porque quiso entrar por donde no había sitio, y que le costó un susto y alguna posición, pero no perder la carrera, dado que después hizo una gran remontada para cerrar de la mejor manera posible el año de su primer título de la clase reina. Aquella rueda de prensa del sábado de Estoril, tras una apretada calificación saldada con Lorenzo y Simoncelli en las dos primeras plazas, dio mucho que hablar por las críticas que el español había hecho sobre el pilotaje del italiano el día anterior. En el períodico del día siguiente la transcribimos:
—SIMONCELLI: He leído algo que Lorenzo ha dicho sobre mi estilo de pilotaje. Ha dicho algunas cosas equivocadas, por ejemplo que el año pasado en Valencia yo le toqué y casi se fue al suelo. Eso no es verdad porque yo marchaba por delante, él intentó pasarme, cometió un error y me dio, dejando la marca de su neumático en la parte trasera de mi moto. Para mí, eso no es un buen ejemplo. Además, hace unos años él fue descalificado por su pilotaje agresivo y ahora dice cosas falsas de mí. Fin.
—LORENZO: Por lo que a mí respecta, creo que el viernes empleé las palabras adecuadas. Para mí no es un problema si no pasa nada en el futuro. Veremos qué pasa.
—SIMONCELLI: Sí, pero usaste un ejemplo erróneo.
—LORENZO: Creo que tú has golpeado a muchos pilotos en el pasado.
—SIMONCELLI: Sí, pero tu ejemplo de Valencia es equivocado.
—LORENZO: ¿En cuántas carreras he tocado yo o he tirado a alguien?
—SIMONCELLI: Tu ejemplo es equivocado.
—LORENZO: Esa es tu opinión, pero creo que mucha gente en el paddock y muchos pilotos piensan lo mismo que yo.
—SIMONCELLI: Pregúntalo.
—LORENZO: A Dovizioso, por ejemplo. O a Aoyama. Ya digo, si en el futuro no pasa nada, no es un problema, pero si en el futuro pasa algo contigo, entonces será un problema.
—SIMONCELLI: OK, entonces seré arrestado.
En este punto el moderador intenta calmar el ambiente y pide a los presentes silencio, que se están riendo ante el conflicto entre el primero y segundo de la parrilla. Lorenzo pide la palabra y sentencia: «Todo el mundo se está riendo aquí, pero no es algo divertido, porque nos estamos jugando la vida. Pilotamos a 300 km/h con unas motos muy pesadas y tremendamente potentes. Esto no son las minimotos. Es un deporte peligroso y tienes que ser consciente de ello en todo momento. Yo estoy listo para pelear, pero no quiero pelear si no es de una manera limpia. Choqué con De Angelis en Japón, y él se cayó por mi error, lo que asumí con mi sanción, pero siempre trato de pilotar de forma limpia. Puedo cometer errores porque soy humano, pero cuando piloto, siempre me lo pienso dos veces. No soy impulsivo, porque una cosa es jugar con tu salud, pero otra es jugar con la salud de los otros pilotos».
Como resulta fácil imaginar, a los periodistas nos faltó tiempo para pedirles a Dani Pedrosa y a Valentino Rossi sus opiniones al respecto. Cada uno le dio la razón a su compatriota. El español dijo: «Lo importante es que se hablen las cosas. Con la rivalidad que tenemos, muchas veces no lo hacemos, y el ejemplo que han dado es bueno. Mejor eso que hacerlo en la pista. Jorge aprendió la lección de los avisos del pasado y quizá Simoncelli no, porque ya tuvo problemas con Barberá. Jorge estaba en lo cierto al decir que no hay que tomarse esto a cachondeo». Y el italiano: «Marco es muy agresivo, pero no pasa los límites. En MotoGP nunca lo ha hecho y una batalla entre él y Lorenzo, dos pilotos agresivos, sería divertida. De darse, Marco es mi amigo…».
Lorenzo, enterado de lo dicho por uno y por otro, se cargó de razón con la opinión de su compatriota, que ya conocía antes de que atendiera a los medios: «Cómo será que Pedrosa, con el que nunca hablo en la rueda de prensa, me ha dicho que tenía razón». Lo que tampoco le cogió por sorpresa al mallorquín fue la postura de Rossi: «Supongo que no lo verá así porque son amigos, pero hasta que le tire. Yo ponía en riesgo la salud de los demás y por eso cambié. Eso se cambia escuchando a la gente que te da consejos buenos, pero parece que Marco no escucha».
Con lo que casi nadie contaba es con el hecho de que solo una carrera después Marco les diera la razón a sus críticos, y eso es lo que ocurrió en Francia. El piloto de Gresini parecía tocado por una varita mágica aquel día y, tras deshacerse de Lorenzo, comenzó a remontar desde su tercera plaza los dos segundos que le llevaba en esos momentos Pedrosa. Llegó hasta su rueda en la vuelta 18, le pasó en la curva del Garaje verde, pero Pedrosa le devolvió el adelantamiento por aceleración y llegaron a la rápida ese de izquierda a derecha en la que pasó lo que pasó…
Un lance de carrera en el que Simoncelli, intentando un adelantamiento imposible por fuera, le pegó un cerrojazo a Pedrosa, que dio con sus huesos en el suelo, con la clavícula rota y con sus opciones de ganar el Mundial por los aires. Había quien defendía la teoría de que fue fallo de Dani y no de Marco, porque también él había llegado pasado a la curva. Para mí, la clave está en que Simoncelli no le dejó espacio y eso es algo vital cuando un piloto supera a otro. El caso es que se armó la marimorena. A Simoncelli le sancionaron con un drive through que le costó un segundo puesto que tenía garantizado, y quién sabe si hasta la victoria, porque estaba rodando en esos momentos más rápido que Casey Stoner, el ganador. Y los que le criticaban dijeron aquello de que se veía venir, porque para muchos de los miembros de la caravana mundialista, empezando por Carmelo Ezpeleta, Simoncelli les había dado la razón en Le Mans con una maniobra innecesaria, porque era mucho más rápido que Pedrosa en esos momentos y podría haberlo adelantado cómodamente en un punto más fácil.
La siguiente cita del calendario, sin Pedrosa en la pista, pero sí con Simoncelli, fue la de Cataluña y a ella acudió el italiano como nunca antes se había visto con ningún otro piloto, escoltado por dos mossos de escuadra que solo se separaban de él cuando se subía a su Honda. Visto con perspectiva, aquello no hubiera hecho falta, pero con la tensión que había en ese momento, tampoco a nadie le sorprendió. Las aguas fueron volviendo a su cauce con el paso de las carreras, a pesar de que la mala suerte quisiera que, por un error de precipitación, se fuera al suelo en la primera vuelta de Assen justo delante de Lorenzo, que se cayó con él y perdía la oportunidad de ganar una carrera que se llevó su compañero Ben Spies. El último momento de tensión en este sentido llegó con el esperado reencuentro entre ambos. Fue en la puerta de acceso de la sala de prensa del circuito de Mugello. Allí Simoncelli le tendió la mano y Pedrosa, que se llegó a plantear la retirada durante sus tres carreras de baja y aún estaba muy resentido con lo que había sucedido en Le Mans, no se la aceptó. Otra vez se vivió una comparecencia de prensa oficial cargada de alto voltaje.
«Si alguien cree todavía que estuvo bien lo que hizo, para mí es increíble. Es bastante claro lo que se vio en el asfalto. Él se rio en Estoril cuando se le dijo que no estaba bien su agresividad, ironizando con que alguien le arrestase, lo que podría ser porque no tiene nada más que pelo en la cabeza», aseguró Dani con Marco sentado justo a su lado, algo provocado por la organización. A lo que respondió: «Para mí, las cosas que él y su mánager dicen de mí son estupideces y es mejor no decir nada». Las declaraciones continuaron después sin los focos de las cámaras y cuando se le comentó a Pedrosa que «el ataque de Lorenzo a Simoncelli acabó dándole la razón…», dijo que «en España solemos decir que donde no hay no busques», para luego recalcar por qué no había aceptado las excusas: «No se trata de la palabra perdón sino de si lo sientes o no y esta persona no lo siente. No le importa nada, cuando una persona hace eso dos o tres veces y sale a la prensa y dice que lo hace todo bien, que no es culpa suya, etc… El sistema no funciona. Si te pasas tres carreras en tu casa entonces te lo piensas y te preguntas qué haces aquí y si eres idiota».
Durante aquel 2011, y antes de ese maldito 23 de octubre, hubo un momento en el que Simoncelli estaba en boca de todos. Por increíble que pareciera, al llegar a Mugello estaba tan solicitado como el mismísimo Rossi, lo que no impedía que siguiera siendo un piloto accesible y de trato afable. El dominical de la Gazzetta dello Sport hizo con él un magnífico reportaje en el que aparecía vestido de ángel y demonio, y en ese mismo medio salieron unas declaraciones que dieron lugar a un equívoco que convenía aclarar. El miércoles previo a la cita italiana, apareció una información en España con el título «Lorenzo me atacó y se la he devuelto» que Marco explicó con claridad meridiana: «Yo no dije una cosa así. Por un error de traducción de una entrevista en la Gazzetta que cualquiera puede ver, parece que me alegrase de que se hubiera caído conmigo Lorenzo en Holanda. Y eso no es así. Fue un error de traducción». Su frase era «Lorenzo mi aveva attaccato a Estoril senza averne motivo e adesso gliel’ho dato» y se tradujo como «Lorenzo me atacó sin motivos en Estoril y ahora se la he devuelto». La traducción correcta era: «Lorenzo me atacó en Estoril sin motivos, pero ahora sí que los tiene». AS fue de los medios que cayó en el error y le pedí disculpas por ello a Simoncelli nada más verle, además de garantizarle que aclararía la historia en las páginas del diario. Las aceptó y me dijo con nobleza: «Ya está arreglado».
Aquello fue la antesala de un reportaje que jamás olvidaré junto a Ciccio, como solía llamarle cariñosamente su amigo íntimo Kevin Schwantz: una vuelta con él en scooter al circuito de Mugello para explicarme durante casi una hora los secretos del trazado más bello del campeonato y que Jaime Olivares inmortalizó con unas fotos espectaculares. Además de hablarme de las Arrabiatas, Casanova-Savelli y demás virajes del circuito, me confesó: «Estoy contento de ser un piloto de moda en MotoGP, pero lo estaría más si solo se hablara bien. Es lo que deseo. No quiero formar parte de los líos. Sé que no debo cometer más ese tipo de errores, de inexperiencia, y comprendo que Lorenzo se enfadara. Es imposible que seamos amigos porque pensamos de manera muy diferente, pero eso no significa que quisiera devolvérselo en la pista con una acción que le llevara al suelo. Como alguno dice, puede ser cierto que un podio me tranquilice».
Todo eso fue justo antes de encaminarse a esa rueda de prensa en la que deseaba una reconciliación que no llegó. Capeó el temporal como pudo aquella tarde, pero todavía al día siguiente pesaba en su ánimo lo vivido el jueves. Me lo encontré poco antes de irme del circuito, ya vestido de paisano, sentado en un scooter en el que le acompañaba su novia, Kate Fretti, charlando con el periodista Filippo Falsaperla, de la Gazzetta. Para ser claros, estaba jodido, muy jodido, porque quería que Pedrosa le creyera, que entendiera que sentía un montón lo que había ocurrido y que quería acercar posturas con él. Tal era así, que me mostró en su móvil el mensaje que le había enviado a Dani el mismo día de su accidente en Le Mans, el 15 de mayo: «Hola Dani, soy Simoncelli… Me ha dado tu número Valentino. Te escribo para decirte que me disgusta sinceramente lo que ha pasado. Y que tú eres la última persona con la que me habría gustado que ocurriera una cosa así. Espero que te recuperes lo mejor posible para Barcelona. Si quieres hablar conmigo de lo que ha pasado, aquí estoy. Adiós. Un abrazo. Marco58». El problema es que ese mensaje se lo envió al número de teléfono suizo de Pedrosa, pero durante su convalecencia estuvo en España, y nunca lo leyó. De haberlo hecho, tal vez le hubiera aceptado la mano aquel día, pero de lo que no hay duda es que Dani sintió como todos los que allí estábamos, y como todos los que lo sufrieron desde sus casas, la triste pérdida del italiano.
Aquella mañana del asqueroso 23 de octubre de 2011 tuve oportunidad de ver a Marco una última vez de cerca. Estaba dando un paseo por el caluroso paddock de Sepang y me detuve a charlar con alguien en la trastienda, sin saberlo, del box del Honda Gresini. Aquel recuerdo dio pie a una intrahistoria para AS que conservo con cariño en la memoria. Se tituló «Los españoles también me quieren, Mela» y decía así:
«Los españoles también me quieren, Mela». Esa fue la última frase que oí en boca de Marco Simoncelli. Fue a propósito de la foto que le hice junto a cinco aficionados españoles, vestidos con camisetas de la selección de fútbol, o parecidas, a las puertas del box del Honda Gresini poco antes de que arrancara el warm up del domingo. Lo dijo con una amplia sonrisa, como casi siempre que hablábamos. A SuperSic le costaba torcer el gesto incluso cuando se le recriminaban acciones que habían puesto en peligro a otros pilotos, españoles generalmente, lo que hacía que a menudo se produjera un intercambio de preguntas y respuestas delicadas. Cuando reconocía el error, era noble para pedir perdón y, cuando pensaba que era él quien llevaba la razón, no crucificaba al que pensaba diferente.
Esta foto demuestra que sus trifulcas con Barberá, Bautista, Lorenzo y Pedrosa, por orden de antigüedad, no impide que parte de la afición española también supiera reconocer sus virtudes y rendirse a su carisma. A lo largo de la tarde en la que se confirmó que Marco nos había dejado, recordé aquella foto que yo mismo hice. Un fotógrafo ocasional para que pudieran salir en ella los cinco amigos junto al hoy malogrado piloto. Resulta que leen AS y ayer, estando aún en Kuala Lumpur, nos la hicieron llegar por email para compartirla con todos. La sonrisa de Simoncelli y las suyas revelan la buena sintonía. Que no la pierdan nunca, porque su valor sentimental es incalculable.
El tiempo ha ido pasando desde entonces y su leyenda crece. Es así porque su recuerdo es imborrable y la entereza de sus padres, Rossella y Paolo, admirable. En colaboración con el periodista Paolo Beltramo escribieron el libro Il nostro Sic, obra fundamental para los que recuerdan con cariño a su hijo y que, incluso tratándose con mucho humor, porque así era el carismático protagonista de sus 360 páginas, yo aún no he tenido el coraje de leer más allá de la frase final: «Me gustaría ser recordado como uno que cuando corría sabía emocionar».
Vaya si lo hacía, pero también, en mi caso, será recordado por siempre por su nobleza fuera de la pista, la misma que le permitía disentir contigo, pero aceptando las críticas de hombre a hombre, diciéndonos lo que nos tuviéramos que decir y acabando con un buen apretón de manos. Fue así como dio la cara cuando se la lió, de manera involuntaria, pero lío al fin y al cabo, a Barberá en la recta de Mugello. O a Bautista, en el mismo circuito pero un año después, en 2009. O a Pedrosa en Le Mans, aceptando entrar para los micrófonos de la Cadena SER, para dar su versión pese a sentirse acorralado. Y la misma razón por la que entendí que debía defenderle ante Lorenzo, cuando le criticó para mí de manera injusta por sus actuaciones en MotoGP, que nada tenían que ver con lo que había hecho en dos y medio. Su único error, y pagó por ello, fue el de Le Mans, pero no erró meses antes en Valencia como se le acusaba en Estoril. Lorenzo, que sí acudió a Italia al multitudinario sepelio por su compañero, dejó latente en el libro de firmas que le pesaba lo que había sucedido entre ellos en el pasado y que también le dolía como al que más su muerte. Lo hizo con la frase más noble que podía salir de su puño y letra en tales circunstancias: «Te recordaré siempre y perdóname por haber discutido contigo». Dondequiera que esté Marco seguro que ya lo ha hecho y aquí, en la tierra de los mortales, el que ha dado ejemplo a todos ha sido su padre, Paolo Simoncelli, el mismo al que al ir a dar el pésame en el paddock de Sepang, solo minutos después de la trágica muerte de su hijo, era él quien te animaba fundido en un abrazo. #Forza58