SÓLO los ojos eran los mismos.
Llevaba un traje gris de tejido ligero y una camisa azul, muy clara, sin cuello y con el botón de arriba desabrochado. El rostro afeitado y el pelo corto.
–Hola, Tayla –dijo él con una sonrisa–. Ha sido una sorpresa muy agradable ver tu nombre en mi libro de citas. Entra.
Rick le cedió el paso y Tayla entró en el despacho.
Dominaba la estancia un antiguo escritorio de madera de palo de rosa. Encima del escritorio, en un rincón, había una pila de archivos; en el centro, unos planos de arquitectura en los que era evidente que había estado trabajando.
Una de las paredes estaba llena de archivadores; en la otra, había fotografías de casas coloniales.
–Siéntate, por favor –Rick le indicó un asiento frente al escritorio.
Tayla se sentó en el suave cuero y lo encontró extraordinariamente cómodo. Físicamente. Emocionalmente, aún estaba tratando de recuperarse de la sorpresa que le había producido el cambio tan radical en la apariencia física de Rick.
Si antes le había parecido atractivo; ahora, si era posible, más. Estaba absolutamente irresistible. Y su cuerpo reaccionó al instante.
¿Qué iba a hacer?, se preguntó a sí misma desesperadamente.
–El domingo no mencionaste que tenías una cita conmigo hoy –comentó Rick mientras rodeaba el escritorio para sentarse en su silla.
–No me di cuenta de que era contigo con quien tenía la cita –respondió Tayla con cierta falta de sinceridad–. Creía que… Tú tío me dijo que iba a hablar con Patrick McCall, y no me di cuenta de que Rick podía ser un diminutivo de Patrick.
–Ya –Rick no pareció completamente convencido.
Tayla decidió no hacer más comentarios al respecto y abrió su portafolios.
–Bueno, supongo que será mejor que empecemos. Como acabas de volver de vacaciones, debes tener mucho trabajo, así que no quiero robarte más tiempo del que sea absolutamente necesario.
–No te preocupes. Como es la primera semana de trabajo, me estoy tomando las cosas con calma –Rick sonrió, y Tayla hizo un gran esfuerzo por aminorar el ritmo de su pulso–. No te dejes engañar por esto.
Rick indicó los archivos y los planos encima del escritorio.
–Bien –contestó Tayla al tiempo que sacaba el cuaderno en el que había anotado las preguntas que quería hacer.
Por suerte, lo había anotado todo; de no haberlo hecho, temía quedarse con la mente en blanco. Se aclaró la garganta y comenzó la entrevista.
Una hora más tarde, Rick se recostó en el respaldo de su asiento y se miró el reloj.
–Es la hora del almuerzo. ¿Te parece que nos tomemos un descanso?
Tayla empezó a cerrar su cuaderno.
–Conozco un restaurante pequeño, pero muy bueno, en la calle Milton. Ven a almorzar conmigo, ¿te parece?
Tayla parpadeó varias veces.
–¿Almorzar? ¿Contigo? –repitió ella, y el rostro de Rick se vio iluminado por su increíble sonrisa.
–Sí. Almuerzo. Conmigo.
–Oh. Bueno, creo que…
–Y continuaremos la entrevista en un lugar más agradable.
Tayla se quedó mirando su cuaderno.
–La verdad es que me parece que tengo toda la información que necesitaba.
–Los dos tenemos que comer –dijo él en tono ligero.
–Bueno… –murmuró Tayla con indecisión.
¿Cuánto tiempo hacía que no salía a almorzar con un hombre? Ni con nadie. A Mike no le gustaba comer fuera, prefería hacerlo en casa. De vez en cuando, Tayla había ido a comer con algunos profesores compañeros suyos; pero durante los últimos años estaba tan ocupada que no había tenido tiempo, ni ganas.
–Te prometo que la comida es fantástica. Los propietarios del restaurante son amigos míos.
–Bueno, supongo que… En fin, la verdad es que no había pensado en almorzar.
–Ya lo sé. Pero no es bueno tanto trabajo y nada de diversión. A parte de eso, mis amigos, los propietarios del restaurante, son Bob y Jenny Ainscough –Rick arqueó las cejas.
–¿Los dueños de Meadowmont? –preguntó Tayla con sorpresa.
–Exacto. Así, te los presentaré y podréis arreglar una cita para que vayas a visitar la casa. ¿Qué dices? ¿Nos vamos? ¿Placer y trabajo?
–Bueno… –Tayla titubeó en aceptar la invitación. De todos modos, como él había dicho, también era un asunto de trabajo.
Sabía que tenía que hablar con el matrimonio Ainscough antes de acabar el artículo. En los archivos del Patrimonio Nacional había fotografías de la magnífica casa, pero necesitaba darle el toque personal, algo que a su editor le gustaba mucho, y para eso tenía que hablar con los propietarios.
Era trabajo, se dijo a sí misma mientras asentía con la cabeza.
Rick descolgó el auricular del teléfono y apretó unas teclas.
–Meg, ¿sabes si el coche de la empresa está libre? –frunció el ceño momentáneamente–. ¿Que David se lo ha llevado? ¿Qué le pasa a su coche? Ya, entiendo. Bueno, ¿podrías pedirme un taxi por teléfono?
Tayla se inclinó hacia delante.
–Tengo mi coche en el aparcamiento.
–Eh, Meg, espera un momento.
–Podemos ir en mi coche, si no te importa –dijo Tayla.
–No, en absoluto. Además, supongo que si pedimos un taxi por teléfono tendríamos que esperar. ¿En serio no te molesta conducir?
–No, claro que no.
Rick dijo por el teléfono:
–Olvida lo del taxi, Meg.
Rick colgó el auricular, se levantó, se acercó a la puerta, la abrió y se echó a un lado para cederle el paso a Tayla.
–Voy a ir a comer al restaurante de Bob y Jenny –le dijo a su secretaria–. Pero no me llaméis a no ser que sea algo de suma importancia, ¿de acuerdo?
La joven se echó a reír.
–Rick, Rick. Está bien, hasta luego.
La secretaria estudió a Tayla unos momentos mientras Rick abría la puerta que daba a la parte principal del edificio. Poniendo la mano en el codo de Tayla, la guió hacia la salida.
Tayla trató de ignorar el gesto de cortesía, pero la leve presión de aquella mano pareció quemarla.
–Hoy me iban a entregar el coche que he comprado, pero ha habido problemas con la entrega y, hasta el viernes que me lo traigan, estoy sin coche. Y como ya sabes, devolví la moto el domingo a quien me la prestó –explicó Rick mientras atravesaban el aparcamiento.
–Lo tengo ahí –dijo Tayla mientras lo llevaba a su Ford azul.
El coche se estaba quedando viejo, pero aún marchaba bien.
–No te importa que me quite la chaqueta, ¿verdad? –preguntó Rick.
Tayla sacudió la cabeza.
–No, claro que no. Hace un calor horrible.
–Y si estás en un sitio con aire acondicionado, aún se siente más el calor.
Rick comenzó a quitarse la chaqueta del traje y Tayla apartó la mirada, entreteniéndose en poner el portafolios sobre el asiento posterior del coche. Verle quitarse la chaqueta le parecía demasiado personal, demasiado íntimo.
Casi se rió de sí misma. ¿Demasiado íntimo? ¿No había estado sentada en la cocina de su abuela con ese hombre a las tantas de la noche, apenas vestidos, charlando? Era una ridiculez que le pusiera nerviosa verle quitarse la chaqueta, pensó Tayla mientras se sentaba al volante.
Cuando Rick ocupó el asiento contiguo al suyo, el coche se le hizo a Tayla demasiado pequeño. Tragó saliva mientras encendía el motor. Después, marcha atrás, se dirigió a la salida del aparcamiento.
–Tendrás que guiarme –dijo ella.
La camisa de Rick le rozó el brazo, causando una extraña explosión en el estómago de Tayla.
–Al salir, ve a la derecha y luego tuerce a la izquierda para meterte en la calle Milton –dijo Rick en tono ligero, pero Tayla sintió tensión en el coche.
¿Sentía Rick la tensión igual que ella? Era un profundo deseo de escapar de allí y, al mismo tiempo, de quedarse.
–El restaurante está en la siguiente colina. Es El Tucano.
Las prosaicas palabras de Rick disolvieron parte del nerviosismo de Tayla.
–¿Has dicho El Tucano? –Tayla le lanzó una fugaz mirada. Se trataba de un restaurante de mucha categoría con unas vistas magníficas–. ¿Son tus amigos los propietario de El Tucano?
–Sí. Lo son desde hace un par de años. Bueno, en realidad, la propietaria es Jenny, y lo tiene a su nombre, con su apellido de soltera, Donnelly. Bob sólo está en el restaurante desde que se jubiló.
–Sí, Jenny Donnelly, ése era el nombre que yo conocía. Hace un par de semanas leí, en el Brisbane News, un artículo muy elogioso sobre ese restaurante.
–Es ése. Y ahora, después de la señal de tráfico, tuerce a la derecha, justo antes del restaurante, para meterte en el aparcamiento que hay detrás.
Tayla puso el intermitente y esperó a poder torcer. Si Rick podía ir a El Tucano sin reservar una mesa, debía ser muy amigo de los dueños. Era muy difícil reservar una mesa en ese restaurante; sobre todo, ahora que se aproximaban los festejos navideños.
Tayla aparcó el coche y Rick le abrió la puerta antes de que le hubiera dado tiempo a desabrocharse el cinturón de seguridad.
–Gracias –dijo ella al tiempo que salía del vehículo.
Después, se volvió para cerrar con llave.
Rick la hizo entrar por la puerta posterior y dio unos ligeros golpes en la puerta de la cocina antes de abrirla.
–¿Tenéis algunas migajas de algo sabroso para un pobre viajero? –preguntó Rick, y se oyeron cacerolas y pucheros antes de que alguien lanzara un grito.
–¡Rick! ¡Has vuelto! ¡Bob, es Rick!
Una pelirroja de baja estatura se arrojó a los brazos de Rick y lo besó sonoramente la mejilla.
–¿Cuándo has vuelto? –preguntó la pelirroja al tiempo que un hombre alto de cabellos canos estrechaba la mano de Rick y le daba una palmada en el hombro.
–Volví a trabajar ayer –respondió Rick.
–Te hemos echado mucho de menos. ¿Qué quieres comer? Apuesto a que no has comido nada decente desde que te marchaste.
Rick se echó a reír y se movió ligeramente para que el matrimonio pudiera ver a Tayla.
–Oh, Rick, no has venido solo –dijo Jenny Ainscough.
Rick le puso a Tayla la mano en la espalda y la empujó suavemente hacia el frente.
–Jenny, Bob, os presento a Tayla Greer.
Tayla les estrechó la mano y trató de ignorar el brillo especulativo en los ojos de Jenny, pero no pudo evitar sonrojarse.
–Tayla está escribiendo unos artículos sobre casas históricas y está interesada en Meadowmont –anunció Rick sin preámbulos.
–¿En serio? –Bob se dio una palmada en la frente–. Claro, ya sé quién eres. He leído tus artículos en el suplemento del periódico. El próximo es Dunsmara, ¿verdad?
–Sí, eso es –contestó Tayla.
–Os ha dejado algunos mensajes en el contestador, ¿no es así, Tayla? –continuó Rick, y Tayla enrojeció aún más.
–Sí, es verdad. Pero comprendo que estéis demasiado ocupados con el restaurante y…
–¿Que has dejado mensajes en el contestador? –Jenny frunció el ceño y se volvió a su marido–. Bob, sabía que esa máquina no funciona. No hemos tenido ningún mensaje en las últimas semanas. Lo siento, Tayla, debes haber pensado que somos unos maleducados.
–No, no, nada de eso. Creía que quizá estuvierais de vacaciones.
–No –Bob se echó a reír–. Rick es el único que se va de vacaciones.
–Antes de que os marchéis, tienes que darnos tu número de teléfono, Tayla –dijo Jenny–. Y, ahora, vamos, os buscaré una mesa.
–Encantado de conocerte, Tayla. Y me alegro de que estés de vuelta, Rick –dijo Bob antes de volver al trabajo.
Tayla y Rick siguieron a Jenny al comedor del restaurante, donde ella los colocó en una mesa al lado de un ventanal.
–Iba a recomendaros un pescado a la plancha –Jenny rió mientras ellos se sentaban–, pero supongo que estarás cansado de pescado después de tus vacaciones en el norte, ¿no, Rick?
–Tengo la sospecha de que mandan todo el pescado aquí. Así que me parece bien tu sugerencia. ¿A ti qué te apetece, Tayla?
–También pescado –respondió ella rápidamente, preguntándose si iba a poder tragar.
–¿Quieres acompañar la comida con vino? –le preguntó Rick.
Tayla sacudió la cabeza.
–No, gracias. Si bebo vino a estas horas, paso el resto del día medio dormida.
–A mí me ocurre lo mismo –dijo Jenny.
Tayla sonrió.
–¿Agua con hielo? –sugirió Jenny–. ¿O prefieres algún zumo o un refresco?
–No, agua con hielo me parece estupendo –decidió Tayla.
–Para mí también –dijo Rick.
Jenny hizo una seña a una joven camarera, que apareció con dos vasos altos y una jarra de agua con hielo con aroma de limón. La camarera llenó los vasos y Jenny volvió a la cocina.
Tayla bebió un sorbo de agua y miró a su alrededor. El restaurante estaba decorado con gusto, y los árboles protegían el ventanal del sol.
Cuando volvió el rostro, sorprendió a Rick mirándola.