HACE mucho que conoces a Bob y a Jenny? –preguntó Tayla, completamente desconcertada por el modo cómo la miraba Rick.
El bebió despacio antes de contestar.
–Los conocí hace unos años, cuando hicieron la primera restauración en la casa en la que vivían entonces. Meadowmont es la tercera –Rick sonrió–. Y, según Jenny, la última.
–Algo que no te he preguntado es cómo fue que empezaste a interesarte en la restauración de este tipo de casas.
Rick dejó el vaso de agua en la mesa.
–Por lo que puedo recordar, siempre me han interesado los edificios antiguos. Quizá tenga algo que ver con la casa de mis abuelos. Me encantaba estar allí, envuelto en un ambiente de tiempos pasados –Rick se encogió de hombros–. Y supongo que también se debe a que, desde que anduve, solía merodear por la empresa. Me encanta el olor y la textura de la madera vieja.
–A mí también –dijo Tayla–. Creo que en alguna vida pasada debí ser carpintero. Cuando mi abuelo hacía algún trabajo en madera, solía volverle loco.
Rick rió quedamente.
–Conmigo pasaba lo mismo. He hecho trabajos de carpintería desde que era niño. Si hubiera podido, me habría hecho carpintero.
–¿Por qué no te hiciste carpintero si era lo que querías?
La expresión de Rick se tornó seria.
–Mis padres querían que fuera a la Universidad, así que estudié dirección de empresas. Ahora, con el paso del tiempo, me alegro de haberlo hecho. De todos modos, sigo haciendo trabajos de carpintería siempre que se me presenta la ocasión. En estos momentos, estoy restaurando una casa antigua, voy por la mitad del trabajo.
Tayla arqueó las cejas.
–Cuando mi abuela materna decidió que la casa era demasiado grande para ella, le ofrecí comprársela, y mi abuela aceptó. Estoy restaurándola a su estado original; aunque, por supuesto, con todos los adelantos modernos.
–¿Dónde está la casa? Cuando acabe la serie de artículos que estoy escribiendo, voy a empezar otra sobre casas coloniales también, pero más modestas.
–La mía es mayor que la casa colonial normal de los trabajadores. Está en Paddo.
Tayla se enderezó en su asiento. Eran casi vecinos.
–Hay unas casas preciosas en esa calle.
Rick asintió.
–Mis abuelos compraron la casa cuando se casaron y mi madre nació allí. La casa fue construida alrededor de mil ochocientos noventa, y aún conserva cosas de aquel tiempo.
La casa de Rick parecía un ejemplo perfecto de lo que Tayla estaba buscando para su nueva serie de artículos. ¿Podría preguntarle si le importaría que la sacase en su serie? Eso significaría que tendría que volver a verlo. ¿Se atrevería?
Rick era el novio de Rachel, se recordó a sí misma; y, por ese motivo, se vería obligada en el futuro a verlo en ocasiones. En cuanto a ver su casa, era un asunto de trabajo, nada más.
En ese momento, Jenny apareció con su comida y Tayla admiró los exquisitamente presentados platos de pescado con ensalada. Jenny intercambió unas palabras con ellos antes de volver a la cocina.
Tayla probó su pescado y murmuró con gusto. Estaba delicioso y comieron en silencio durante varios minutos.
–¿Te importaría que incluyera tu casa en mi segunda serie de artículos? –le preguntó Tayla en tono vacilante, después de haber tomado una decisión de la que esperaba no arrepentirse.
Rick frunció el ceño ligeramente.
–Aún no he terminado la restauración. ¿Importa?
–No, no importa en absoluto. Todo lo contrario, añadiría autenticidad al artículo. Además, voy a centrarme sobre todo en la historia de las casas y en cómo han cambiado con el tiempo.
–En ese caso, de acuerdo –Rick bebió otro sorbo de agua–. Esta mañana he leído los artículos que ya has escrito, mi tío los tenía en nuestros archivos. Escribes bien.
–Gracias –Tayla se sintió muy halagada.
–Le has dado vida a las casas. Tienes mucho talento.
Tayla se ruborizó.
–Otra vez, gracias. Supongo que a todo el que escribe le gusta oír esa clase de comentarios.
–Lo digo en serio. Se nota que te interesa el tema. Dime, ¿qué es lo que ha despertado tu interés por la arquitectura antigua?
–La casa de mis abuelos en el monte Tamborine, es un caso muy parecido al tuyo.
Continuaron hablando de su interés mutuo y, mientras tomaban el café, Tayla se dio cuenta de que se había relajado y estaba disfrutando la compañía de Rick.
Lo miró con cierta fijeza y volvió a sentir un profundo calor en el estómago. Cómo le gustaría… No, imposible pensar en esas cosas. Rick estaba completamente fuera de su alcance, se recordó a sí misma.
Pero cómo le gustaría que no fuera así.
Tayla acabó su café y se obligó a sonreír.
–Ha sido una comida excelente. Muchas gracias –Tayla se miró el reloj–. Bueno, supongo que es hora de que vuelvas al trabajo y yo tengo que hacer lo mismo. Carey debe estarse preguntando dónde estoy.
Sin embargo, lo más probable era que su hija no la estuviera echando de menos. De todos modos, Tayla tenía que acabar un par de artículos y debía volver a casa para ponerse a trabajar.
Rick asintió a pesar suyo.
–Sí, creo que tienes razón, será mejor que nos pongamos en marcha. Tengo una tarde muy ocupada –Rick sonrió maliciosamente–. Me han echado de menos mientras estaba de vacaciones.
–No sé otros, pero nosotros sí que te hemos echado de menos –dijo Jenny acercándose a la mesa, a espaldas de Rick–. Rick, tenemos una barbacoa el domingo al mediodía, ¿por qué no vienes? ¿A eso de las tres?
–Sí, encantado –respondió él.
Jenny se volvió a Tayla.
–¿Y tú, Tayla? Si vienes, podrías hacernos las preguntas que quieras sobre la casa, antes o después de la barbacoa.
–Oh… no me gustaría… Quiero decir que la entrevista no me va a llevar mucho tiempo y… En fin, podría ir después de la barbacoa.
–Tonterías. Sólo hemos invitado a una docena de amigos, nada más.
–Para el domingo ya tendré el coche nuevo –interpuso Rick–. Podría pasar a recogerte para ir juntos.
Tayla vio una nota de sorpresa en la expresión de Jenny.
–Perfecto –dijo rápidamente Jenny–. En ese caso, todo arreglado.
Jenny plantó un beso en la mejilla de Rick.
–Es estupendo tenerte de vuelta, cariño. Y ahora, será mejor que me vaya a comprar pan. No sé por qué, se nos ha acabado. Bueno, hasta el domingo.
Jenny desapareció al instante.
–No tienes por qué molestarte en llevarme a casa de Jenny y Bob –dijo Tayla mientras Rick miraba la nota y le daba la tarjeta de crédito a la camarera.
–No es ninguna molestia –respondió él–. Y parece una buena oportunidad para que hables con Bob y Jenny de su casa.
–¿Y Rachel? –preguntó Tayla.
Rick la miró y, rápidamente, apartó los ojos de ella.
–¿Rachel? Este fin de semana tiene otra de sus reuniones, ¿no?
Lo más probable, pensó Tayla. Rachel trabajaba en el Departamento de Pesca de Queensland y viajaba por todo el estado organizando reuniones y levantando actas. Últimamente, pasaba más tiempo fuera que en casa.
–Sí, supongo que sí.
Tayla lo miró, pero antes de que Rick pudiera añadir nada más, la camarera regresó; Rick firmó la nota y se levantó. Tras pasarse por la cocina un momento para despedirse de Bob, salieron del restaurante, se metieron en el coche e iniciaron el trayecto de vuelta a la empresa McCall.
Tayla metió el coche en el aparcamiento y, de repente, recordó que no había sacado las fotografías que necesitaba.
–Casi se me olvidaba –dijo ella antes de que Rick saliera del coche–. Me gustaría sacarte una foto para el artículo, a tu tío y a Alex McCall también les saqué una foto a cada uno. Alex McCall es tu padre, ¿no es así?
–Sí –Rick asintió–, Alex es mi padre.
Ahora que lo pensaba, Tayla notó un gran parecido entre Rick y Alex McCall. Ambos eran altos, atractivos y, sin duda, el objeto de muchas miradas de admiración.
–¿Y también quieres una foto mía? –Rick sonrió traviesamente–. Me siento sumamente halagado.
–Si es que no te molesta posar.
–Es por una causa histórica, sería infantil por mi parte negarme. ¿Quieres sacarme la foto ahora?
–Sí, será lo mejor. Así no tendré que volver a molestarte.
–No sería ninguna molestia –dijo él, y su profunda voz pareció acariciarla.
Tayla lo miró y, cuando los ojos azules de Rick se encontraron con los suyos, sintió que el corazón le daba un vuelco. Se le secó la garganta y le costó tragar saliva. No podía hablar.
Entonces, Rick se volvió, abrió la puerta del coche y puso la distancia necesaria entre ambos. Tayla abrió la puerta de su lado y también salió. Fuera, bajo la brillante luz del sol, revivió mentalmente esos intoxicantes momentos que los había paralizado a los dos.
Tayla tenía la cámara en el portafolios, y lo sacó del coche. En silencio, caminaron hacia la entrada, ninguno de los dos hizo un esfuerzo por hablar.
¿Sentía Rick lo mismo que ella?, se preguntó Tayla. La respuesta, fuera la que fuese, era aterradora. ¿Y si era así…?
Las puertas se abrieron automáticamente cuando se acercaron y, justo en el momento en el que entraron en el fresco recinto, se chocaron con Rachel que estaba saliendo. Rachel, sorprendida, se detuvo.
–Rick. Tayla…, ¿qué estáis haciendo aquí? –dijo Rachel mirando a uno y a otro.
–Yo trabajo aquí –respondió Rick–. Y, en este momento, Tayla también.
Rachel pareció recuperarse de la sorpresa.
–Ah, ya, tus artículos. Se me había olvidado –Rachel se miró el reloj–. Bueno, me voy al aeropuerto. Tengo una reunión esta noche en Longreach, pero volveré mañana. Se me había ocurrido pasarme por aquí para… para ver cómo estás.
Rachel lanzó una radiante sonrisa a Rick y a Tayla se le encogió el corazón.
–Bueno, ¿cómo estás? –añadió Rachel.
–Estoy bien –respondió Rick gravemente, y después ambos se echaron a reír.
–Rachel, si quieres hablar con Rick a solas… me quedaré aquí dentro esperando –dijo Tayla rápidamente.
Rachel negó con la cabeza.
–No, no tengo tiempo –Rachel puso la mano en el hombro de Rick–. Te llamaré cuando vuelva, ¿de acuerdo?
–Sí, bien –respondió él.
–Adiós, Tayla –Rachel sopló un beso a ambos y se marchó.
Tayla se la quedó mirando, mientras se alejaba, con una mezcla de sentimientos. Se sentía culpable por haber estado con el novio de Rachel, pero también se sentía confusa porque no lograba comprender la frialdad con la que Rick y Rachel se trataban. ¿Y por qué Rachel se había puesto tan nerviosa al verlos? ¿Por qué aquellas prisas por marcharse? Tayla no creía que la prisa se debiera a que tenía que tomar un avión.
¿Habían discutido Rick y Rachel? ¿Por qué Rachel no le había dado un beso de despedida, teniendo en cuenta la muestra de afecto que exhibió el fin de semana cuando Rick llegó a casa de la abuela? Ahora, su despedida había sido casi la de dos amigos.
–¿Tienes idea de dónde quieres sacarme la foto? –preguntó Rick, sacando a Tayla de su ensimismamiento.
–Ahí, delante de la casa de campo de muestra.
Rick se puso la chaqueta del traje y se colocó donde ella le había indicado. Tayla disparó la cámara una docena de veces, con toda la rapidez que pudo, tratando de no pensar en lo indecentemente fotogénico que era.
Mientras se colocaba donde Tayla le iba indicando, algunos de los empleados de la empresa que pasaron por allí le gastaron bromas.
Tayla le notó ruborizarse, pero Rick se lo tomó con aplomo.
–Es una suerte que me haya cortado el pelo, quiero que mi madre me reconozca –comentó él irónicamente.
Después de acabar la sesión de fotos, Tayla metió la cámara en su portafolios.
–Gracias. Tu tío me dijo que le gustaría ver el artículo antes de que se publique, y voy a terminarlo este fin de semana. ¿Te parece que lo traiga?
–Puedes dármelo el domingo cuando vaya a recogerte para ir a casa de Jenny y Bob. ¿Te parece bien que me pase por tu casa a las tres?
–Sí, buena idea. Bueno, entonces, hasta el domingo.
Tayla no recuperó el ritmo normal de la respiración hasta que no recorrió la mitad del trayecto a su casa. Y el resto del camino lo pasó censurándose a sí misma por ser tan tonta.
Tayla se quitó la falda y se debatió entre ponerse los pantalones cortos azul marino o los verde botella. La blusa blanca que llevaba puesta iba bien con cualquiera de los pantalones.
–Mamá –dijo Carey al entrar en el dormitorio de su madre–, ¿crees que volverás a casa antes que yo? El padre de Kirsten nos va a traer a eso de las nueve y media.
Tayla frunció el ceño.
–Eso espero. Supongo que la barbacoa acabará alrededor de las ocho. Como Jenny y Bob tienen un restaurante, imagino que querrán retirarse pronto. Trabajan mucho.
–No todo el mundo tiene que dormir ocho horas como tú, mamá. Otra cosa, creía que ibas a ponerte esa falda.
–He cambiado de idea. ¿Qué pantalón crees que me va mejor, el azul o el verde? –Tayla se mordió los labios.
–Cualquiera de los dos.
Tayla lanzó una rápida mirada al vestido estampado que colgaba de la puerta del armario.
–¿O te parece mejor ese vestido?
Carey se tumbó en la cama de su madre.
–¿Qué tiene de especial esta barbacoa?
Tras la pregunta, Tayla sintió que sus mejillas se encendían.
–Nada, no tiene nada de especial. ¿Por qué me lo preguntas?
–Porque pareces… pareces una adolescente en su primera cita –respondió Carey.
–Esto no se parece en nada a una cita, ni primera ni última –declaró Tayla; al momento, se dio media vuelta y se puso los pantalones azul marino–. Lo que pasa es que no quiero ir demasiado bien vestida ni tampoco demasiado informal.
–Además de tú y Rick, ¿quién va a esa barbacoa? –insistió Carey.
–No tengo ni idea. Yo voy sólo porque me interesa entrevistar al matrimonio Ainscough; aunque, la verdad, preferiría ir, hacerles la entrevista y volverme a casa inmediatamente.
Tayla se acercó a la cómoda y empezó a peinarse.
–¿Va Rachel también? –preguntó Carey.
Tayla evitó la mirada de su hija a través del espejo.
–No, está en una reunión en Monte Isa –respondió Tayla con precaución.
–Ah –Carey se incorporó hasta sentarse en la cama–. Osea… que vais solos tú y Rick, ¿no?
Tayla continuó cepillándose el cabello.
–Rick se ofreció a llevarme en el coche. Fue muy amable al arreglar la entrevista, ya sabes el tiempo que llevaba tratando de ponerme en contacto con el matrimonio Ainscough. Eso es todo.
Carey guardó silencio y Tayla, al volverse para mirarla, sorprendió una expresión pensativa en el joven rostro de su hija. Tayla contuvo un deseo casi sobrecogedor de ponerse a darle explicaciones, consciente de que eso podía ser incluso más revelador que no decir nada.
–Bueno, así no tienes que sacar el coche –dijo Carey–. Rick es realmente atractivo, ¿verdad? Y, a pesar de ello, es muy agradable.
–Sí, parece muy agradable –respondió Tayla.
–Lo que quiero decir es que la mayoría de los hombres guapos se lo tienen muy creído, suelen ser aburridísimos y sólo hablan de sí mismos. Pero Rick no es así –Carey se puso en pie–. ¿Sabes una cosa?, si yo fuera Rachel, me casaría con él cuanto antes para evitar que alguien me lo quitara.
Tayla se volvió al espejo para comprobar su maquillaje e intentó no pensar en la extraña emoción que le producía pensar en el posible matrimonio de Rachel y Rick.
–Rachel dice que es rico –continuó Carey–. Además, es guapísimo, tiene un cuerpo de muerte y es muy sexy. Es un número uno.
–No me parece bien esa actitud, Carey –Tayla frunció el ceño–. Que una persona sea rica no significa que… En fin, uno no se casa con alguien porque sea rico.
–No sé, no sé, mamá –Carey sonrió traviesamente–. Ya sabes, «te hace feliz en la desgracia».
Carey acababa de citar una de las cínicas homilías de su abuela cada vez que hablaba de los matrimonios de la hermana de Tayla, Marlene.
–¡Carey! –Tayla no pudo evitar sonreír.
–No deberías haberme dejado pasar tanto tiempo con la abuela –Carey se echó a reír–. Me ha estropeado para los restos.
El timbre de la puerta impidió a Tayla contestar. Carey salió corriendo del dormitorio de su madre.
–Voy a abrir, debe ser Rick –gritó Carey con entusiasmo.
Tayla se alegró de que su hija hubiera salido de la habitación y no pudiera ver el sonrojo de sus mejillas. Tenía que hacer algo respecto a su atracción por Rick; y, cuanto antes, mejor.
Salió al pasillo y oyó hablar a su hija. La profunda voz que le contestó la hizo temblar, y tuvo que detenerse un momento para recuperar la compostura antes de seguir su camino a lo largo del pasillo, parándose para recoger el portafolios que estaba en la consola del recibidor antes de reunirse con Carey y Rick.
–Creía que tenías un coche deportivo –estaba diciendo Carey–. Y creía que ibas a llevar a mamá en un descapotable.
–Y yo no sabía que a tu madre le gustaban los coches deportivos –contestó Rick–. ¿Te parece que debería haberle pedido prestado a mi primo el M.G?
–Creía que Rachel había dicho que tenías un coche deportivo. Pero da igual, porque mi madre es incapaz de distinguir un coche de otro. Yo, sin embargo, sí que noto la diferencia –añadió Carey rápidamente.
–En ese caso, tan pronto como me den el coche nuevo, vendré con él para que le des el visto bueno.
Rick levantó el rostro en el momento en que Tayla salió al pequeño porche, y una especie de cruda emoción brilló momentáneamente en los ojos de él. Sin embargo, la expresión desapareció rápidamente, y Tayla pensó que podía haber sido producto de su imaginación.
–Hola. Tu hija me ha dicho que los coches deportivos no están en tu lista de preferencias –Rick sonrió y a Tayla le dio un vuelco el corazón.
Automáticamente, Tayla miró a la calle y arqueó las cejas. Había esperado que Rick se hubiera presentado con un coche llamativo; sin embargo, lo que vio fue una ranchera discreta de color blanco con el logotipo de la empresa McCall en la puerta.
–La verdad es que los coches me dan un poco igual. Con tal de que funcionen, me vale –Tayla se encogió de hombros–. Y tampoco entiendo de marcas.
–¿Qué te he dicho? –dijo Carey a Rick haciendo una mueca–. Bueno, ¿qué coche te has comprado?
–Un Subaru Impreza WRX –contestó Rick, y Carey enderezó los hombros.
–¿Que te has comprado un WRX? –preguntó ella con incredulidad–. Me encanta ese coche.
–Si es que me lo traen. En fin, me temo que esta tarde vamos a tener que ir en el coche de la empresa –Rick miró a Tayla, que se encogió de hombros una vez más.
–Por mí, no hay problema.
–Cuando te traigan el WRX, ¿me llevarás a dar una vuelta en él? –preguntó Carey entusiasmada.
–¡Carey! –exclamó Tayla en tono de amonestación.
Pero Rick sonrió ampliamente.
–Por supuesto que sí.
–¡Gaua! Cuando se lo diga a Brett se va a morir de envidia.
–¿Brett? –preguntó Tayla con sorpresa, creyendo que el romance del joven con su hija pertenecía al pasado.
Carey se encogió de hombros.
–Lo voy a ver esta tarde, en el cine. Pero también van Jen, Ross y Kirsten. Vamos en grupo.
–Bueno, hasta luego entonces, hija. Has dicho que volverías a eso de las nueve y media, ¿no?
Carey asintió.
–Que lo pases bien en el cine –añadió Tayla mientras bajaba los escalones del porche.
Rick también se despidió de Tayla y luego la siguió hasta el coche.
Una vez que se pusieron en camino, Tayla buscó mentalmente un tema de conversación que pudiera distraerla y hacerla dejar de pensar en lo cerca que tenía el cuerpo de Rick.
–Gracias por haberme puesto en contacto con Jenny y Bob –dijo Tayla al tiempo que abría su portafolios–. No se me ha olvidado traer el artículo sobre la empresa McCall. ¿Quieres que lo meta en la guantera?
–Sí, gracias. Estoy deseando leerlo –Rick giró a la derecha–. A mi padre y a mi tío les ha impresionado tu serie de artículos, y me han dicho que muchos de sus clientes les han comentado que también les gusta.
–Gracias. Me hace mucha ilusión escribir un artículo sobre Meadowmont. Ya he recogido algo de información, como quién la construyó y cosas así –Tayla empezó a calmarse un poco–. Sólo tres familias han sido propietarias de esa casa, incluyendo el matrimonio Ainscough. Parece una propiedad muy interesante.
Rick asintió.
–Supongo que también estás enterada del llamado «escándalo», ¿no?
Tayla sonrió.
–Sí. Una historia muy romántica, si es que es verdad.
Rick lanzó a Tayla una rápida mirada llena de humor.
–¿Tú no crees que el hijo del dueño huyó con la sirvienta y vivieron felices?
–Es posible. Pero me inclino más a pensar que echaron a la sirvienta y la mandaron lejos para que tuviera al niño, y que el padre y los hermanos de la sirvienta tomaron la justicia en sus manos y se encargaron del joven.
–Ah, entiendo, eres realista –Rick se echó a reír–. Bueno, pues yo prefiero creer que los jóvenes amantes lograron escapar, que se cambiaron de nombre, que hicieron fortuna en las minas de oro del sur, que tuvieron diez hijos y que tuvieron una larga y feliz vida juntos.
–Eso es tan posible como lo que yo pienso –Tayla sonrió–. La única forma de saber realmente lo que ocurrió sería si las paredes de Meadowmont pudieran hablar.
Rick paró el coche fuera del elevado y cuidado seto que procuraba privacidad a la histórica propiedad. Ese día, las puertas de la verja estaba abiertas y Tayla, al lado de Rick, subió por el sendero hasta la escalinata de la entrada.
Meadowmont era un ejemplo perfecto de una dama antigua rodeada de flores y fresco follaje. Un gran árbol extendía sus ramas a un lado de la casa; al otro, jacarandas violetas y arbustos más pequeños.
Tayla sacó su cámara e hizo un par de fotos antes de que los dos subieran los escalones de la entrada.
–Rick, Tayla, entrad –dijo Jenny, que acababa de salir a la puerta de hoja doble para recibirlos.
Unas preciosas lámparas decoraban la entrada de la casa y suelos de madera brillaban bajo sus pies.
–Tayla, si quieres, puedo enseñarte la casa; mientras tanto, Rick podría ir al jardín a reunirse con Bob –sugirió Jenny.
Rick asintió y continuó cruzando el vestíbulo.
Tayla contempló con admiración los altos techos e hizo un comentario respecto a su belleza.
–Esta es mi habitación preferida –dijo Jenny conduciéndola al enorme cuarto de música–. Bob es bastante bueno tocando el piano.
Jenny indicó el piano, orgullo de la estancia.
Mientras recorrían la casa, Jenny le señaló puntos de interés, al tiempo que salpicaba la conversación con preguntas personales a Tayla. Esta se encontró hablándole a Jenny de sus aspiraciones como escritora y de lo que se entusiasmó cuando el editor accedió a su propuesta de una serie de artículos sobre casas históricas.
–Y, por supuesto, Rick te será una valiosa fuente de información al respecto –comentó Jenny–. Sabe mucho de la arquitectura antigua de Queensland. Lo conociste por lo de los artículos, ¿no?
La pregunta había sido hecha en un tono ligero, pero Tayla, instintivamente, tuvo la impresión de que no era una pregunta casual.
–La verdad es que no –respondió Tayla con cuidado–. Lo he conocido hace muy poco. Es amigo de mi sobrina, Rachel Dean.
–Rachel Dean –Jenny frunció el ceño–. Me parece que no la conozco. Aunque no es extraño, ya que Rick ha pasado unas cuantas semanas en el norte.
Tayla se mordió la lengua para no hacer ella también algunas preguntas. ¿Rick había pasado semanas en el norte? ¿Cómo podía Rachel haber conocido a Rick cuando él estaba fuera? Hasta el fin de semana anterior, Tayla no había visto a Rachel en bastante tiempo; según su sobrina, debido al mucho trabajo que tenía. Sin embargo, Rachel le había contado a Carey que había conocido a un hombre y que la cosa era seria. Al menos, eso era lo que Carey había dicho…
–Rick es una de las mejores personas que conozco –dijo Jenny–. Bob y yo tenemos la esperanza de que encuentre a una buena mujer y se case. Se lo merece, después de…
Jenny se interrumpió y se echó a reír antes de añadir:
–Dios mío, a veces hablo demasiado. Bueno, vamos a ver los antiguos cuartos de la servidumbre.
Cuando Jenny y Tayla se reunieron con Rick y Bob en el cenador, había dos parejas más. Tayla metió el cuaderno de notas y la cámara en el portafolios y los dejó a un lado. Ya tenía información más que suficiente para el artículo.
Bob hizo las presentaciones, aunque todos conocían a Rick. La pareja de edad más avanzada era amiga de Bob; los dos más jóvenes, Sue y Dan, de unos treinta y tantos años, eran antiguos amigos de ambos anfitriones. Bob presentó a Tayla como amiga de Rick y les dijo a todos que era la escritora de los artículos del suplemento semanal.
–Los leo todos y me gustan mucho –dijo Dan mientras estrechaba la mano de Tayla–. Estoy deseando que salga el siguiente.
Charlaron sobre el tema durante unos minutos, hasta que otra pareja, la última, apareció. Pete y Vanessa también eran amigos del matrimonio.
Vanessa Hargraves era una mujer alta, delgada e inmaculadamente arreglada que sometió a Tayla a un examen más que casual.
–Es un placer tenerte de vuelta, Rick –dijo Vanessa con una fría sonrisa–. ¿Cómo está Meg?
Durante unos segundos, se hizo un silencio total, que Rick rompió con cuidadosa distancia.
–Está bien. Está trabajando otra vez en nuestra empresa y le gusta.
–Qué bien –Vanessa sonrió brevemente–. En mi opinión, es justo lo que necesita. Eso la mantendrá ocupada y le evitará estar todo el día en casa pensando. Cuando Jenny me dijo que ibas a venir, pensé que quizá la trajeras.
Rick negó con la cabeza. Entonces, Bob le hizo una pregunta sobre las vacaciones y el incómodo momento pasó. Durante toda la tarde, Vanessa trató de sonsacarle a Tayla información, pero ésta notó que Rick, siempre alerta, desvió la conversación cada vez que Vanessa era inoportuna.
Por fin, decidieron marcharse. Tayla volvió a agradecer al matrimonio Ainscough su hospitalidad y la entrevista que le habían concedido.
Se pusieron en camino y, de nuevo a solas en el interior del coche, Tayla volvió a sentir tensión.
–¿Has obtenido toda la información que necesitabas? –le preguntó Rick mientras recorrían las calles.
–Sí, gracias. Jenny ha sido una gran ayuda. Puede que Meadowmont sea la casa más interesante de las de su clase.
–Bob y Jenny han hecho un magnífico trabajo de restauración –comentó Rick.
–Con tu ayuda –Tayla lo miró de soslayo y vio una blanca y fugaz sonrisa en el rostro de él.
–Pero son ellos quienes han invertido tiempo y esfuerzo… y dinero. Una restauración a esa escala no es barata.
–No, supongo que no.
Volvieron a quedarse en silencio y Tayla tragó saliva, aunque notó con alivio que ya estaban cerca de su casa.
–¿Cuánto hace que conoces a Rachel? –preguntó Tayla antes de darse cuenta de lo que hacía.
Mientras esperaba la respuesta, se puso más tensa.
–La conocí hace unos meses, cuando vino a la tienda para comprar unos tiradores para los armarios de la cocina.
Tayla frunció el ceño. Rachel tenía una cocina moderna, no le parecía lógico que hubiera elegido tiradores antiguos. Pero antes de poder hacer ningún comentario al respecto, Rick dobló la esquina de la calle y paró el coche delante de la casa de Tayla.
Rodeó el vehículo para abrir la puerta de Tayla y ésta, después de salir, caminó hacia la entrada.
–Te acompaño hasta la puerta –dijo Rick siguiéndola por el camino que daba a los escalones del porche.
Tayla, enfadada de que a Carey se le hubiera olvidado dejar encendida la luz del porche, buscó con la mano el tirador de la puerta de rejilla.
–Me gusta cómo has dejado el porche abierto –comentó Rick en el momento en que Tayla abrió la puerta de rejilla.
Ahora, estaban juntos en la oscuridad, y Tayla tragó saliva. La única luz provenía de una farola de la calle, por lo que estaban envueltos en sombras. Tayla lo miró fugazmente, pero fue incapaz de ver la expresión de sus ojos. A pesar de ello, le sintió tan tenso como estaba ella.
–Bueno, supongo que Carey estará de vuelta dentro de nada. Gracias por llevarme a casa de Jenny y Bob, lo he pasado muy bien.
Tayla se volvió de espaldas a él para abrir la puerta, pero su pie se tropezó con algo: un clavo o una tabla de madera que sobresalía. Al momento, Rick la sujetó para ayudarla a mantener el equilibrio. Instintivamente, Tayla extendió una mano para agarrarse a algo, y se agarró al pecho de él.
De repente, todo cambió.
Tayla sólo pudo pensar en la solidez de aquel pecho y en su calor, en que le sacaba casi la cabeza y en que su traicionero cuerpo reaccionaba violentamente.
Quizá se había inclinado hacia delante, más tarde no pudo recordarlo. Lo único que sabía era que Rick le puso una mano en el codo y la atrajo hacia sí.