A la memoria de mi madre, adicta a la insurgencia. Como maestra rural en el estado de Durango, huyó por llanos y barrancos en los años treinta, amenazada de muerte por los enemigos de la «educación socialista» en la época cardenista.
A Gloria Angélica y Leticia Cufré, adictas a la insurgencia en el siglo xx, quienes vivieron en carne propia mucho de lo que aquí se cuenta.
A Elena de la Paz, a las Magnolias y a Constanza.
A las mujeres de mi familia, guerreras valientes: María Elena, Sally, Eva, Gretel, Claudia, Julia, Gabriela e Isabel, Samantha, Fanny, Daniela, Areli y Grace.
A todas las mujeres de hoy que luchan cada día por sus ideales y sus sueños, a las que han sufrido violencia por sus creencias y a las que están pagando las faltas de otros: sus hombres, sus hijos, sus padres…
A los que han hecho de mí una adicta a la insurgencia también, aquellos que me inspiran a luchar por un mundo mejor: Alejandro y Alberto.