¿Qué tanto sabemos en realidad acerca del cerebro humano? En los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando los autores de este libro estudiamos la especialidad, la respuesta más franca era “muy poco”. En esos tiempos solía decirse que estudiar el cerebro era como poner un estetoscopio en el muro exterior de un estadio para entender las reglas del futbol americano.
El cerebro contiene, a grandes rasgos, 100 000 millones de neuronas que establecen entre un billón y tal vez hasta 1 000 billones de conexiones llamadas sinapsis. Dichas conexiones se encuentran en un estado permanente y dinámico de remodelación en respuesta al mundo que nos rodea. A pesar de ser una diminuta maravilla de la naturaleza, es extraordinaria.
A todo mundo le asombra el cerebro, ese órgano alguna vez denominado, con justa razón, “universo de kilo y medio”. Nuestro cerebro no sólo interpreta el mundo, sino que lo crea. Las características de todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, probamos y olemos serían imperceptibles si no fuera por el cerebro. Cualquier cosa que experimentemos el día de hoy —el café matutino, el amor que sentimos por nuestros familiares, una buena idea en el trabajo— ha sido personalizada de manera específica para cada uno de nosotros.
De inmediato nos enfrentamos a un problema crucial. Si mi mundo es único y está personalizado para nadie más que para mí, ¿quién está detrás de esa maravillosa creatividad: mi cerebro o yo? Si contesto que yo, las puertas a una creatividad mayor se abren de par en par. Si contesto que mi cerebro, entonces quizá impondré drásticas limitaciones físicas a lo que soy capaz de lograr. Puede que lo que nos restrinja sea la genética, los recuerdos dañinos o la baja autoestima, o tal vez nos quedemos cortos porque nuestras expectativas limitadas contraen nuestra conciencia, aun si no lo advertimos.
Los hechos por sí solos pueden dar cuenta de ambas cosas; a saber, el potencial ilimitado o la limitación física. En comparación con el pasado, la ciencia actual acumula información nueva a una velocidad sorprendente. Estamos en una época dorada en cuanto a la investigación del cerebro se refiere. Mes con mes surgen nuevos descubrimientos, pero ¿qué hay del individuo, de la persona que depende del cerebro para todo, en vista de estos impresionantes avances? ¿Es también una época dorada para nuestro cerebro?
Hemos detectado que hay una enorme brecha entre las investigaciones científicas trascendentes y la realidad cotidiana. Nos viene a la mente otro antiguo dicho común entre los estudiantes de medicina: las personas sólo suelen usar 10% del cerebro. Literalmente, lo anterior es falso. En el caso de un adulto saludable, la estructura neuronal opera al máximo de su capacidad todo el tiempo. Ni siquiera las resonancias magnéticas más sofisticadas que existen mostrarían diferencias perceptibles entre el cerebro de Shakespeare, mientras escribe un soliloquio de Hamlet, y el de un aspirante a poeta que escribe su primer soneto. Pero las cualidades físicas del cerebro no lo son todo.
Si desea crear la época dorada para su cerebro, debe utilizar de maneras nuevas el don que la naturaleza le ha dado. Lo que genera la vitalidad, la inspiración y el éxito en la vida no es el número de neuronas ni ningún tipo de magia dentro de la materia gris. Los genes desempeñan su papel pero, al igual que el resto del cerebro, también son dinámicos. Todos los días estamos en medio de una tormenta invisible de actividad eléctrica y química que configura el ambiente cerebral. Actuamos como líderes, inventores, profesores y usuarios del cerebro, todo a la vez.
Como líderes, le entregamos las órdenes diarias al cerebro.
Como creadores, diseñamos nuevas rutas y conexiones dentro del cerebro que no existían el día anterior.
Como profesores, capacitamos al cerebro para que adquiera nuevas habilidades.
Como usuarios, somos responsables de mantener el buen funcionamiento del cerebro.
En estos cuatro roles radica la diferencia absoluta entre el cerebro cotidiano —al que apodaremos “cerebro estándar”— y lo que llamamos supercerebro. Esta diferencia es inmensa. Aunque no piense literalmente “¿Qué órdenes le daré hoy a mi cerebro?”, o “¿Qué nuevas rutas deseo crear?”, eso es, de hecho, lo que está haciendo. El mundo personalizado en el que vive necesita un creador, y ese creador no es su cerebro, sino usted.
El supercerebro representa a un creador con total conciencia que explota al máximo las ventajas del cerebro. Dicho órgano posee una adaptabilidad infinita, por lo que usted podría estar desempeñando este rol cuádruple —líder, inventor, profesor y usuario— con resultados más satisfactorios que los que ha obtenido hasta ahora.
Como líder, las órdenes que le da al cerebro son distintas a los comandos mecánicos de una computadora (como “eliminar” o “ir al final de la página”, los cuales han sido programados en la máquina). Dichas órdenes son captadas por un organismo vivo que cambia cada vez que recibe una instrucción. Si pienso: “Quiero los mismos huevos con tocino que comí ayer”, el cerebro no cambia en absoluto. Pero si en vez de eso pienso: “¿Qué desayunaré hoy? Quiero algo nuevo”, de pronto tengo acceso a una reserva de creatividad. La creatividad es una inspiración vivaz y novedosa que ninguna computadora puede igualar, así que ¿por qué no aprovecharla al máximo? El cerebro tiene la milagrosa capacidad de dar más de sí mismo, en tanto usted se lo exija.
Pongamos esta idea en términos de cómo se relaciona con su cerebro en la actualidad y cómo podría hacerlo de manera diferente. Analice las listas que le presentamos a continuación y pregúntese con cuál se identifica más.
No me exijo comportamientos distintos a los que he tenido con anterioridad.
Soy un ser de hábitos.
No suelo estimular mi mente con cosas nuevas.
Prefiero aquello que me es familiar, pues es la forma más cómoda de vivir.
Si soy franco, la repetición en mi hogar, en el trabajo y en mis relaciones personales me resulta aburrida.
Cada día representa una nueva oportunidad.
Estoy alerta para no adquirir malos hábitos, y soy capaz de deshacerme de ellos con facilidad.
Me gusta improvisar.
No tolero el aburrimiento provocado por la repetición.
Me atraen las cosas nuevas en distintos aspectos de mi vida.
El creador sabe que el cerebro está en constante evolución. Éste es un suceso individual y exclusivo del cerebro (así como uno de sus misterios más grandes). El corazón y el hígado con los que usted nació serán en esencia los mismos órganos cuando muera, mas no así el cerebro. Éste es capaz de evolucionar y mejorar a lo largo de su vida. Si inventa cosas nuevas para que él las haga, usted se convertirá en la fuente de habilidades nuevas. Cierta teoría notable se anuncia con la consigna “10 000 horas”, la cual implica que uno puede adquirir pericia en cualquier área si le dedica esa cantidad de tiempo, incluso si se trata de habilidades para la pintura y la música, antes atribuidas sólo a los talentosos. Si alguna vez ha visto un espectáculo del Cirque du Soleil, tal vez haya asumido que aquellos acróbatas sorprendentes vienen de familias circenses o de compañías extranjeras, pero, de hecho, todos los actos, salvo algunas excepciones, son realizados por gente común que asistió a una escuela especial en Montreal. En cierto momento, la vida consiste en una serie de habilidades como caminar, hablar y leer. Sin embargo, cometemos el error de limitar dichas habilidades. El mismo sentido de equilibrio que le permitió gatear, caminar, correr y andar en bicicleta, le permitiría, con unas 10 000 horas (o menos), cruzar una cuerda floja que conecta dos rascacielos. Cuando deja de exigirle al cerebro que perfeccione nuevas habilidades día con día, explota sus capacidades al mínimo.
¿Con cuál de las siguientes opciones se identifica?
No podría afirmar que estoy creciendo tanto como cuando era joven.
Si debo adquirir una habilidad nueva, hago lo mínimo necesario.
Me resisto al cambio y, en ocasiones, lo considero una amenaza.
No intento mejorar en aquello para lo que ya soy bueno.
Paso bastante tiempo realizando actividades pasivas, como ver televisión.
Estaré en constante evolución toda mi vida.
Si aprendo algo nuevo, lo llevo al máximo.
Me adapto con rapidez a los cambios.
Está bien si no soy bueno para algo cuando lo hago por primera vez. Disfruto el desafío.
Me mantengo activo y sólo tomo unos cuantos descansos.
El profesor sabe que el conocimiento no está fundamentado en los hechos, sino en la curiosidad. Los maestros más inspiradores son aquellos que infunden la curiosidad a sus estudiantes. Estamos en la misma posición en relación con nuestro cerebro, excepto por una gran diferencia: somos tanto alumnos como profesores. Infundirnos la curiosidad es responsabilidad de cada uno de nosotros y, cuando ésta llega, también somos quienes nos sentimos inspirados. Ningún cerebro se inspira por sí solo; sin embargo, cuando usted está inspirado, desencadena una cascada de reacciones que lo activan, pues el cerebro desinteresado básicamente está dormido. (También se puede estar desmoronando. Existen evidencias de que podemos evitar los síntomas de la senilidad y el envejecimiento cerebral si durante nuestra vida nos mantenemos activos en lo social y curiosos en lo intelectual.) Como todo buen profesor, usted debe monitorear los errores, fomentar las fortalezas, percibir cuando el alumno está listo para enfrentar desafíos nuevos, etcétera. Asimismo, debe estar abierto a lo desconocido y ser receptivo, como todo estudiante brillante.
¿Con cuál de las siguientes opciones se identifica?
Estoy muy conforme con mi percepción de la vida.
Estoy casado con mis creencias y mis opiniones.
Dejo que los demás sean los expertos.
Rara vez veo programas educativos o asisto a conferencias públicas.
Hace bastante tiempo que no me siento inspirado de verdad.
Disfruto reinventarme.
Hace poco modifiqué una creencia u opinión muy arraigada.
Hay al menos una cosa en la que soy experto.
Me siento atraído por la televisión educativa y las actividades académicas.
Mi vida es una inspiración cotidiana.
El usuario sabe que no existe ningún manual de propietario para el cerebro, pero que éste requiere ser nutrido, reparado y manejado de forma apropiada. Algunos de estos nutrientes son de tipo físico. Hoy en día, la moda del alimento para el cerebro hace que la gente corra a las tiendas en busca de ciertas vitaminas y enzimas, pero la nutrición apropiada para el cerebro también es mental. El alcohol y el tabaco intoxican, así que exponer el cerebro a estas sustancias también es una forma de darle un mal uso. Un estudio reciente ha demostrado que el estrés cotidiano de la rutina bloquea la corteza prefrontal, la parte del cerebro responsable de la toma de decisiones, la corrección de errores y la evaluación de situaciones. Por eso la gente enloquece en los embotellamientos, pues, aunque se trata de estrés rutinario, la rabia, la frustración y la impotencia que sienten algunos conductores indican que la corteza prefrontal ha dejado de gobernar los impulsos primarios que tiene la responsabilidad de controlar. Volvemos una vez más a la idea de que usted debe usar su cerebro, no dejarse usar por él. La violencia al volante sólo es un ejemplo de cuando el cerebro lo usa a usted, como también lo son los recuerdos tóxicos, las heridas causadas por traumas del pasado, los malos hábitos difíciles de cambiar y la mayoría de las terribles adicciones fuera de control. Es de fundamental importancia que usted sea consciente de esta área.
¿Con cuál de las siguientes afirmaciones se identifica?
Últimamente me he sentido descontrolado al menos en un aspecto de mi vida.
Mi nivel de estrés es muy alto, pero lo tolero.
Me preocupa deprimirme o estoy deprimido.
Mi vida puede tomar un rumbo indeseable.
Puedo tener pensamientos obsesivos, aterradores o que me causan ansiedad.
Me siento cómodo y estoy bajo control.
Evito las situaciones estresantes de forma activa, me alejo de ellas y las dejo pasar.
Mi humor es estable y bueno.
A pesar de las situaciones inesperadas, mi vida está encaminada en la dirección que deseo.
Me gusta la forma en que piensa mi mente.
Aunque el cerebro no venga con manual de propietario, usted puede usarlo para andar el camino del crecimiento, el logro, la satisfacción personal y la obtención de nuevas habilidades. Sin darse cuenta, es capaz de dar un salto cuántico en relación con el uso de su cerebro. Nuestro destino final es el cerebro iluminado, el cual va más allá de los cuatro papeles que todos desempeñamos. Es un tipo de relación peculiar, en la cual usted es el observador, el testigo silencioso que presencia lo que hace el cerebro. Aquí reside la trascendencia. Cuando logra ser ese testigo silencioso, la actividad cerebral no le causa complicaciones. Al permanecer en paz absoluta y conciencia silenciosa, encontrará la verdadera respuesta a las preguntas eternas sobre Dios, el alma y la vida después de la muerte. Creemos que este aspecto de la vida es real porque cuando la mente desea trascender el cerebro está dispuesto a seguirla.
Una nueva relación
Tras la muerte de Albert Einstein, en 1955, a la edad de 65 años, surgió una enorme curiosidad por el cerebro más famoso del siglo XX. Bajo el supuesto de que dicha genialidad debía tener un origen físico, se realizó la autopsia de su cerebro. Contrario a las expectativas de que las grandes ideas provienen de cerebros grandes, se encontró que el de Einstein en realidad pesaba 10% menos que el cerebro promedio. Si apenas comenzaba el auge de la exploración genética, se estaba a varias décadas del desarrollo de teorías avanzadas sobre la formación de nuevas conexiones sinápticas. Ambas áreas de estudio representan avances muy significativos del conocimiento. No es posible ver a los genes en acción, pero sí observar cómo las neuronas desarrollan nuevos axones y dendritas, que son las extensiones en forma de hilos que permiten a las células cerebrales conectarse entre sí. Hoy en día se sabe que el cerebro es capaz de generar nuevos axones y dendritas hasta los últimos años de vida, lo cual es muy esperanzador para la prevención de la senilidad, por ejemplo, y para preservar nuestra capacidad mental por tiempo indefinido. (La capacidad cerebral de formación de nuevas conexiones es tan sorprendente que un feto a punto de nacer desarrolla 250 000 neuronas nuevas por minuto, lo cual implica millones de conexiones sinápticas nuevas por minuto.)
Al afirmar esto, sin embargo, estamos siendo tan ingenuos como los reporteros que esperaban con ansias decirle al mundo que Einstein tenía un cerebro fuera de lo común, pues el énfasis sigue puesto en la parte física. No se le da suficiente importancia a la manera en que cada individuo se relaciona con su cerebro. Consideramos que, si no se crea una nueva relación, no se puede esperar que el cerebro haga cosas nuevas e inesperadas. Imagine a un chico desanimado por la escuela. Todos tuvimos algún compañero así en nuestra infancia, el cual, por lo regular, se sentaba en la última fila del salón. El comportamiento de este tipo de niños sigue un patrón desalentador.
Primero, el niño intenta ir al mismo ritmo que los demás. Pero, cuando fracasa en el intento, por la razón que sea, se desanima. Entonces deja de esforzarse tanto como quienes son exitosos y reconocidos. La siguiente fase implica hacer algo al respecto, así que hace ruidos o bromas que distraen al grupo. Dichas interrupciones pueden ser bastante enérgicas, pero a la larga el niño se da cuenta de que no obtiene buenos resultados. Sus acciones provocan desaprobación y castigos. Así que entra a la fase final de ensimismamiento silencioso, en la que ya no hace el intento por estar al mismo nivel que sus compañeros, mientras éstos lo señalan como el niño tonto o lento, como el que no pertenece. La escuela pasa a ser una prisión asfixiante, en vez de un lugar enriquecedor.
No es difícil prever cómo afectará este ciclo de comportamiento al cerebro. Ahora sabemos que los bebés nacen con 90% del cerebro formado y un excedente de millones de conexiones. Durante los primeros años de vida se descartan las conexiones sin uso y se fortalecen las que llevarán a la adquisición de nuevas habilidades. Es de suponer que el niño desanimado suspenderá este proceso, no desarrollará habilidades útiles y las partes del cerebro en desuso se atrofiarán. El desaliento es holístico, pues comprende el cerebro, la psique, las emociones, el comportamiento y las oportunidades futuras.
Para operar bien, su cerebro requiere estímulos, pero éstos son secundarios respecto de los sentimientos del infante, los cuales son mentales y psicológicos. Un niño desalentado se relaciona con su cerebro de forma distinta que un chico animado, y los cerebros de ambos también reaccionan de maneras diferentes.
La idea del supercerebro se fundamenta en el credo de conectar la mente con el cerebro de una manera nueva. La diferencia crucial no radica en la parte física, sino en la determinación, intención, paciencia, esperanza y diligencia de la persona. Todo esto influye, para bien o para mal, en la relación entre la mente y el cerebro, la cual podemos resumir en 10 principios esenciales.
CREDO DEL SUPERCEREBRO | CÓMO SE RELACIONA LA MENTE CON EL CEREBRO |
1. El proceso siempre implica ciclos de retroalimentación.
2. Los ciclos de retroalimentación son inteligentes y adaptables.
3. Las dinámicas del cerebro se equilibran y se desequilibran, pero siempre favorecen el balance general, también conocido como homeostasis.
4. Utilizamos el cerebro para evolucionar y desarrollarnos, guiados por nuestras intenciones y objetivos.
5. La autorreflexión nos empuja hacia territorios desconocidos.
6. Múltiples áreas del cerebro se coordinan de forma simultánea.
7. Tenemos la capacidad para monitorear varios niveles de conciencia, aun cuando nuestra concentración está puesta, por lo general, en un solo nivel (es decir, despertar, dormir o soñar).
8. Todas las cualidades del mundo conocido, como la vista, el sonido, la textura y el gusto, se crean de maneras misteriosas mediante la interacción entre mente y cerebro.
9. La mente es el origen de la conciencia, no el cerebro.
10. Sólo la conciencia se comprende a sí misma. No hay explicación mecánica derivada de lo que sabemos del cerebro que sea suficiente para entenderla.
Las anteriores son grandes ideas. Aún es necesario explicarlas, pero primero queríamos presentarlas en conjunto. El concepto más memorable de la primera oración —ciclos de retroalimentación— podría tener a los estudiantes de medicina al borde de sus asientos durante todo un ciclo escolar. El cuerpo entero funciona como un inmenso bucle de retroalimentación formado por billones de diminutos ciclos. Las células se comunican entre sí y reciben las respuestas de las otras células. Es un tipo de respuesta análogo al de la tecnología: el termostato de su sala percibe la temperatura y, si hace frío, enciende la calefacción; cuando el ambiente está templado, el termostato recibe la información y apaga la calefacción.
Este principio opera en el cuerpo mediante interruptores que también regulan la temperatura. Quizá no parezca fascinante. Sin embargo, cuando usted genera un pensamiento, su cerebro le envía información al corazón, el cual, si el mensaje es de emoción, miedo, excitación sexual u otro estado anímico, puede acelerar sus latidos. Luego, el cerebro enviará un mensaje opuesto, para indicar al corazón que vaya más despacio; pero si este ciclo de retroalimentación se rompe, el corazón puede seguir acelerándose como un auto sin frenos. Por ejemplo, los pacientes que toman esteroides sustituyen con ellos los esteroides naturales producidos por el sistema endocrino; si los consumen por periodos prolongados, la producción de esteroides naturales se reduce y las glándulas suprarrenales se encogen.
Las suprarrenales son responsables de enviar el mensaje que desacelera los latidos del corazón. Por tanto, si un paciente deja de tomar los esteroides de golpe, en vez de reducir la dosis de manera gradual, el cuerpo puede quedarse sin frenos, pues la glándula no ha tenido tiempo para regenerarse. De ser así, alguien podría llegar a hurtadillas y gritarle al oído “¡Buuu!”, y su corazón se aceleraría de forma descontrolada. ¿Cuál sería el resultado? Un infarto. Ante estos escenarios, los ciclos de retroalimentación se vuelven más interesantes. Pero, para que sean realmente fascinantes, hay formas extraordinarias de hacer uso consciente de la retroalimentación cerebral. Una persona cualquiera, conectada a una máquina de biorretroalimentación, puede aprender con rapidez a controlar mecanismos corporales que suelen funcionar de modo automático. Se puede reducir la tensión sanguínea, por ejemplo, o alterar el ritmo cardiaco, e incluso alcanzar el estado de ondas alfa asociado con la meditación y la creatividad artística.
Ahora bien, es posible prescindir de la máquina de retroalimentación. Intente hacer el siguiente ejercicio: observe la palma de su mano. Siéntala mientras la mira. A continuación, imagine que comienza a calentarse. Siga mirándola y concéntrese en que aumente su temperatura; mire cómo se pone cada vez más roja. Si se concentra lo suficiente, la palma de su mano se calentará y se pondrá roja. De hecho, los monjes budistas tibetanos utilizan este simple ciclo de retroalimentación (una técnica de meditación avanzada a la que llaman tumo) para calentar sus cuerpos.
Es una técnica tan efectiva que los monjes que la usan pueden sentarse en cuevas heladas y meditar toda la noche sólo con las túnicas azafranadas de seda que los caracterizan. Este simple ciclo de retroalimentación es extensible a muchas cosas, pues lo que puede llegar a inducirse por medio de la intencionalidad no tiene límites. Por ejemplo, estos mismos monjes budistas alcanzan estados de compasión que dependen de cambios físicos en la corteza prefrontal del cerebro. Sin embargo, los cerebros no lograron esto por sí solos, sino que siguieron órdenes de la mente. De esta forma se cruza la frontera. Cuando un ciclo de retroalimentación mantiene el ritmo cardiaco normal, el mecanismo es involuntario; por tanto, éste lo usa a usted. Pero, si modifica su ritmo cardiaco intencionalmente (al imaginar, por ejemplo, a una persona que le despierta sentimientos románticos), es usted quien lo está usando.
Traslademos este concepto a una situación en la cual la vida puede ser tanto miserable como alegre. Piense en alguien que sufrió una apoplejía. En relación con la supervivencia de pacientes que han padecido derrames gravísimos, la medicina ha logrado avances gigantescos, los cuales pueden atribuirse al desarrollo de mejores medicamentos y al incremento de unidades médicas especializadas, ya que lo ideal es tratarlos tan pronto como sea posible. El tratamiento inmediato ha salvado incontables vidas, en comparación con otras épocas.
Sin embargo, sobrevivir no es lo mismo que recuperarse. No hay drogas que aseguren a las víctimas la recuperación de una parálisis, el efecto secundario más común de una apoplejía. A semejanza de los niños desanimados, los pacientes que han sufrido derrames cerebrales parecen depender de la retroalimentación. Anteriormente solían pasar su tiempo sentados, recibiendo atención médica, y la estrategia menos enérgica consistía en usar el lado del cuerpo que no había sido afectado por el derrame. La rehabilitación actual consiste en aplicar la estrategia más enérgica. Si el paciente tiene la mano izquierda paralizada, el terapeuta lo hará usar sólo esa mano para levantar una taza de café o peinarse.
Al principio, estas tareas son físicamente imposibles. Incluso el simple hecho de levantar un poco la mano resulta doloroso y frustrante. Pero si el paciente persevera en la intención de usar la mano dañada, una y otra vez, se crean nuevos ciclos de retroalimentación. El cerebro se adapta, y poco a poco desarrolla la nueva función. Hemos visto recuperaciones sorprendentes de pacientes que logran caminar, hablar y hasta usar sus extremidades con normalidad tras una rehabilitación intensa. Hace 20 años, estas funciones habrían languidecido o tenido mejorías poco significativas.
Hasta ahora sólo hemos explorado las implicaciones de una simple expresión. El credo del supercerebro sirve de puente entre dos mundos: la biología y la experiencia. La primera se especializa en explicar los procesos físicos, pero es incapaz de decirnos el significado y el propósito de nuestra experiencia subjetiva. ¿Cómo se siente ser un niño desanimado o una víctima de apoplejía paralizada? La historia comienza con esa pregunta, y la biología viene después. Se requieren ambos mundos para comprendernos, pues de otro modo caemos en la falacia biológica, la cual sostiene que el cerebro nos controla. Dejando de lado las incontables discusiones entre teorías sobre la mente y el cerebro, el objetivo es claro: deseamos usar nuestros cerebros, no que ellos nos usen a nosotros.
Más adelante explicaremos con más detalle estos 10 principios. Los descubrimientos más sobresalientes en el área de las neurociencias apuntan en la misma dirección: el cerebro humano puede hacer mucho más de lo que siempre hemos creído. Contrario a las creencias obsoletas, las limitaciones las imponemos nosotros, no los defectos físicos. Por ejemplo, cuando nos estábamos formando como científicos, la naturaleza de la memoria era un misterio absoluto. En ese entonces, había otro dicho común: “Sabemos tanto sobre la memoria como que el cerebro está lleno de aserrín”. Por fortuna, los estudios de resonancia magnética ya estaban siendo desarrollados, así que, en la actualidad, los investigadores pueden observar en tiempo real cómo ciertas áreas del cerebro se “iluminan” para mostrar la actividad neuronal cuando el sujeto recuerda ciertas cosas. Podríamos decir que el techo del estadio ahora está hecho de cristal.
Sin embargo, la memoria sigue siendo escurridiza, no deja rastro físico alguno en las neuronas y nadie sabe en realidad dónde se almacenan los recuerdos, aunque ése no es motivo para imponer limitaciones a lo que el cerebro puede recordar. Una prodigiosa joven matemática de origen indio hizo una demostración en la que se le pidió que multiplicara mentalmente dos números, cada uno de 32 dígitos. Dio la respuesta, de 64 o 65 dígitos, apenas segundos después de escuchar los dos números. En promedio, la mayoría de la gente sólo es capaz de recordar hasta seis o siete dígitos a simple vista. Entonces, ¿cuál debería ser nuestro modelo de memoria: el de la persona promedio o el de la excepcional? En lugar de afirmar que la mujer prodigio tiene mejores genes o un don especial, pregúntese: ¿he entrenado mi cerebro para tener supermemoria? Existen cursos para hacerlo, y la gente común que los toma logra cosas como recitar la Biblia de memoria, con sólo los genes y los dones con los que nació. Todo depende de cómo nos relacionemos con el cerebro. Al imponernos expectativas más altas, entramos en una fase de funcionamiento superior.
Una de las propiedades únicas del cerebro es que sólo es capaz de hacer lo que cree que puede hacer. Cuando usted afirma: “Mi memoria ya no es lo que era” u “Hoy no me acuerdo de nada”, está entrenando a su cerebro para estar a la altura de esas expectativas bajas. Y, si las expectativas son bajas, los resultados serán deficientes. La primera regla del supercerebro es que el cerebro siempre está prestando atención a los pensamientos y, a medida que los escucha, aprende de ellos. Si le enseña limitaciones, el cerebro se limitará. Pero ¿qué ocurre si hace lo opuesto?, ¿si le enseña a ser ilimitado?
Imagine que su cerebro es un piano Steinway. Las teclas están en su lugar, listas para sonar al ser presionadas por los dedos. No importa quién se siente enfrente —ya sea un aficionado o un virtuoso de clase mundial, como Vladimir Horowitz o Arthur Rubinstein—, el instrumento sigue siendo el mismo. Sin embargo, la música que produzca será radicalmente distinta. El aficionado usa menos de 1% del potencial del piano; el virtuoso lleva el instrumento más allá de sus límites.
Si no hubiera grandes músicos, nadie imaginaría las melodías increíbles que pueden salir de un piano Steinway. Por fortuna, la investigación sobre el desempeño del cerebro día con día nos ofrece ejemplos sorprendentes del potencial sin explotar que cobra vida de manera impresionante. Apenas ahora se realizan resonancias magnéticas a estos individuos increíbles, lo cual hace que sus habilidades sean más asombrosas pero, al mismo tiempo, más misteriosas.
Veamos el caso de Magnus Carlsen, prodigioso ajedrecista noruego. A los 13 años de edad recibió el título más distinguido en esa disciplina, el de gran maestro, siendo el tercero más joven de la historia. Más o menos en esa época, durante una partida rápida, orilló a Gary Kasparov, antiguo campeón mundial de ajedrez, al empate. “Estaba nervioso y me sentía intimidado —recuerda Carlsen—. De no ser así, lo habría derrotado.” Para jugar ajedrez en este nivel, un gran maestro debe ser capaz de referirse, de forma instantánea y automática, a miles de jugadas almacenadas en su memoria. Sabemos que el cerebro no está lleno de aserrín, pero sigue siendo un misterio absoluto cómo una persona logra recordar un conjunto tan vasto de jugadas individuales que suman muchos millones. El joven Carlsen, quien ahora tiene 22 años, hizo una demostración televisada en la que jugó contra 10 oponentes al mismo tiempo en partidas rápidas... ¡de espaldas a los tableros!
Dicho de otro modo, debía recordar la disposición de las 32 piezas de cada uno de los 10 tableros, mientras el reloj le daba apenas unos cuantos segundos para cada jugada. El desempeño de Carlsen define los límites de la memoria, o al menos una pequeña parte de ella. Es difícil que una persona normal imagine tener una memoria así, pero el hecho es que Carlsen no está presionando a su cerebro. Según dice, lo que hace le parece completamente normal.
Creemos que cada hazaña mental notable es un señalamiento que indica el camino. No sabrá lo que su cerebro es capaz de hacer hasta que ponga a prueba sus límites y dé un paso más allá de ellos. Sin importar qué tan ineficiente sea su uso del cerebro, una cosa es cierta: éste es el portal hacia su futuro. El éxito en la vida depende de nuestro cerebro, por el simple hecho de que toda la experiencia nos llega a través de él.
Deseamos que Súper mente sea una guía tan práctica como sea posible, ya que le ayudará a resolver problemas muy difíciles o casi imposibles para el cerebro estándar. Cada capítulo concluye con una sección de “Soluciones supercerebrales”, que incluye un conjunto de sugerencias innovadoras para superar muchos de los retos más comunes de la vida.