Aunque el cerebro humano hubiera dejado de evolucionar después de la fase emocional, seguiría siendo una maravilla. Somos capaces de experimentar emociones sutiles que nos mantienen unidos. Pero el cerebro no se detuvo ahí, porque la mente humana quería más. No basta con amar a alguien o sentir celos, admiración, gratitud, posesividad y todos los otros sentimientos que suelen mezclarse con el amor. No es suficiente que el amor pueda aumentar y disminuir, del afecto tierno a la pasión desenfrenada. La mente desea ponderar el amor, recordar a quién amamos, cuándo y por qué. Somos las únicas criaturas capaces de escribir algo como el primer verso del soneto 43 de Elizabeth Barrett Browning: “¿Que cómo te amo? Permíteme contar las formas”. ¿Acaso es sólo un juego intelectual? No, es más bien una forma de añadir una nueva capa de riqueza a nuestra vida.
La fase intelectual del cerebro
Tan pronto nos preguntamos: “¿Por qué amo a X?” o “¿Por qué odio a Y?”, entra en juego un elemento mucho más evolucionado: el intelecto. Es la forma primaria de evolución del cerebro para contrarrestar las obsesiones fundadas en temores y deseos. El pensamiento racional nos permite diseñar estrategias para obtener lo que deseamos, actividad que domina la vida de todos. Pero también sirve de contrapeso para tomar las riendas de las emociones. Las emociones y el intelecto danzan en el nivel neurobiológico, como cuando los neurotransmisores excitatorios, como el glutamato, se enfrascan en un constante yin yang con los neurotransmisores inhibitorios, como la glicina.
Al nivel de la experiencia personal, la interrelación interminable entre la emoción y el intelecto crea un discurso interno constante, el cual se transmite en el cerebro en cada instante de vigilia. Para algunos, este discurso se presenta en forma de monólogo interior en el que el cerebro no para de “hablar” sobre los viejos recuerdos, hábitos y condicionamientos. Para otros, el discurso es más bien un diálogo interno en el que contienden las viejas y las nuevas ideas. La persona debe decidir cuáles favorecer, ya sean las reacciones grabadas en el cerebro o las reacciones nuevas y desconocidas. Esto puede ser un problema.
La lucha es bastante difícil para quienes intentan llevar una vida de puro intelecto y rechazan su lado emocional. Jesse Livermore fue un inversionista emblemático del mercado bursátil estadounidense durante los prósperos años veinte. Nacido en Massachusetts en 1877, sus viejas fotografías muestran a un hombre inexpresivo de mirada adusta. Pero fue uno de los primeros financieros que no tuvieron otro trabajo en su vida más que manipular números en cintas de teleimpresora. Vivía para los números y regulaba su vida con absoluta precisión. Todos los días salía de casa a las 8:07, y, en una época en la que los semáforos eran controlados manualmente por policías parados en la calle, una limosina como la suya hacía que todos los semáforos de la Quinta Avenida cambiaran a verde.
El 29 de octubre de 1929, el desastroso “martes negro” en el que el mercado bursátil se desplomó, la esposa de Livermore asumió que habían perdido su fortuna, al igual que el resto de sus amigos. Les ordenó a los empleados domésticos que sacaran todos los muebles de la mansión, así que Livermore llegó esa noche a una casa vacía. En realidad él había escuchado lo que los números tenían que decir y ese día logró ganar más dinero que nunca. Tal vez parezca una historia de triunfo del intelecto puro, pero durante los años treinta se instrumentó la regulación en Wall Street. Los días de los bucaneros del mercado que manipulaban las acciones a placer se terminaron. A Livermore le resultó difícil adaptarse y sus negocios se volvieron erráticos. Comenzó por sentirse desanimado, luego deprimido, hasta que en 1940 se encerró en el baño de su club privado y se disparó en la cabeza. Nunca se supo qué ocurrió con sus millones.
Resulta natural para el intelecto hacernos preguntas y buscar respuestas. La mente humana tiene un ansia infinita de conocimiento. Por tanto, vivimos en dos rutas paralelas. En una experimentamos todo lo que nos ocurre, mientras que en la otra cuestionamos dichas experiencias. La corteza cerebral, que es la adición más reciente al cerebro, tiene el cuidado de pensar en todos los aspectos, incluyendo la toma de decisiones, el juicio, la deliberación y la comparación. Para los neurólogos, la corteza es la parte más enigmática del cerebro. ¿Cómo aprendieron las neuronas a pensar, y, más misterioso aún, cómo aprendieron a pensar en el pensamiento?
Esto es lo que hacemos a diario. Tenemos un pensamiento, y luego reflexionamos acerca de lo que ese pensamiento significa. Sabemos que expresado así resulta muy abstracto, así que haremos un diagrama desde la perspectiva del cerebro:
Instintivo: “Tengo hambre”.
Emocional: “Mmm, me encantaría comerme un pastel de crema de banana”.
Intelectual: “¿Puedo darme el lujo de comer tantas calorías?”
En la fase intelectual, las opciones son infinitas. Podemos preguntarnos: “¿Dónde consigo el mejor pastel de crema de banana?”, o “¿En serio eso es lo que quiero?”, o “¿Significará que estoy embarazada?” Es posible pensar cualquier cosa, hasta lo más descabellado (“¿Las bananas sienten dolor cuando las arrancan del árbol?”) o imaginativo (“Quiero escribir una historia sobre un niño que conoce un pastel de crema de banana que habla”).
Los seres humanos estamos orgullosos de nuestro intelecto, al grado de que hasta hace poco negábamos que los animales inferiores tuvieran cualquier tipo de inteligencia. Afortunadamente, esta idea está cambiando con rapidez. Por ejemplo, sólo unas pocas aves pasan el invierno en la nevada frontera norte del Gran Cañón, y algunas de ellas dedican los meses del otoño a recolectar semillas que entierran en el suelo. Recolectan las nueces de las piñas de los pinos y le dan a cada una un lugar de entierro, al parecer arbitrario, hasta que han depositado miles de ellas. Cuando llegan las ventiscas invernales, el lugar se cubre de nieve. Sin embargo, se ha observado que estas aves regresan al sitio en el que enterraron cada semilla, picotean la nieve y la extraen. Cada una de ellas busca sólo su propia comida, sin picotear de forma aleatoria en busca de las reservas de otros pájaros.
Hay una miríada de ejemplos de inteligencia animal, y aun así seguimos convencidos de que el intelecto es algo exclusivamente humano. El argumento está fundamentado en la estructura cerebral, pues en relación con el tamaño de nuestro cerebro —el cual es bastante grande para nuestro peso promedio—, una parte desproporcionada pertenece al cerebro superior. (El hecho de que 90% de la corteza sea la neocorteza, demuestra que pensamos y decidimos mucho, mientras que 60% del cerebro de un delfín está destinado al oído, lo cual tiene sentido al tratarse de una criatura que se guía por un sonar submarino.) A pesar de la noción de que nos impulsan los bajos instintos como la sexualidad, el hambre, la ira y el miedo, el cerebro superior lo domina todo. Es decir, para que dos países puedan entrar en guerra y bombardear las ciudades de su enemigo, primero deben construir esas ciudades —y esas bombas—, lo cual representa un logro masivo del intelecto.
El cerebro superior marca la llegada de la autoconsciencia. Cada uno de los ejemplos que he dado está en primera persona del singular; ese yo es el ser consciente que usa su cerebro. Las fases instintiva y emocional radican en el mundo del subconsciente. Por tanto, suponemos que la inteligencia animal es del todo subconsciente. Cada mayo, en la misma fase lunar, los cangrejos herradura salen del mar por decenas de miles para desovar en la costa atlántica de Estados Unidos. Se reúnen en la playa, provenientes de las profundidades del océano, como lo han hecho durante cientos de millones de años. Durante los siguientes días, una diminuta ave conocida como correlimos gordo (Calidris canutus rufa) llega al mismo lugar, como parte de su ruta migratoria, para alimentarse de los huevos de los cangrejos herradura desperdigados en la arena.
El correlimos gordo es una pequeña ave con manchas cafés que anda cauteloso sobre un par de patas rígidas. Pasa el invierno en Tierra de Fuego, a miles de kilómetros de Estados Unidos, en el hemisferio sur, donde se alimenta de almejas diminutas. Nadie sabe por qué emigra 15 000 kilómetros entre la Antártida y el Ártico, donde cría a sus polluelos. Se sabe aún menos cómo aprendió a calcular los tiempos de migración para que correspondan con exactitud con la última luna llena o la luna nueva de mayo, justo cuando los cangrejos herradura desovan en las playas de la bahía de Delaware. Los huevos de cangrejo son su único alimento en esta parada. Se dirigen hacia la isla Southampton, en Canadá, un lugar ventoso, inhóspito y desolador en el que casi no hay alimento. Los huevos de cangrejo, altos en grasas, les permiten almacenar suficiente energía para sobrevivir. Este complejísimo proceso implica que el instinto no siempre es simple o primitivo, sino que es capaz de lograr cosas que el intelecto aún no logra aprehender.
¿Toda la naturaleza es inconsciente? ¿O es que estamos atrapados en nuestro deseo de entenderla así? Una cosa es segura: en el caso de los humanos, la fase intelectual del cerebro se combina con los impulsos instintivos y las emociones con el conocimiento obtenido por la experiencia. Si las experiencias de una persona son insatisfactorias, el intelecto intentará encontrar mejores experiencias, o tomará medidas más drásticas para poner fin a la miseria, como el suicidio. Resulta deprimente, aunque iluminadora, la siguiente afirmación de Nietzsche: “El hombre es el único animal que debe ser alentado a vivir”. Hay una manera más positiva de declarar lo mismo: los seres humanos nos negamos a recibir órdenes del cerebro inferior, incluso en lo relativo a la supervivencia.
El cerebro intelectual utiliza la lógica y el pensamiento racional para lidiar con el mundo de forma consciente. Mientras el cerebro instintivo nos obliga a reaccionar de forma natural e innata, el cerebro intelectual nos da la opción de responder de forma consciente. El término proviene del latín responsum y se refiere a reaccionar de forma responsable. Responder ante una situación requiere entendimiento; reaccionar, no. El entendimiento no es un evento aislado y siempre tiene un contexto social. Debemos ser empáticos con otros, así como comunicarnos y establecer conexiones significativas. Posiblemente, sin estos rasgos el Homo sapiens habría sido igual de sociable, como los chimpancés, quienes se separaron del árbol genealógico de los primates seis millones de años después, no antes, que nuestros ancestros homínidos.
Al mirar a un chimpancé a los ojos, detectamos instantes en los que el animal parece pensativo; no obstante, carece de sentido de responsabilidad y, a pesar de su inteligencia, es incapaz de ampliar su curva de aprendizaje. Es posible armar un experimento en el que el chimpancé observa a una persona mientras ésta esconde comida dentro de una de dos cajas. Si recuerda y busca dentro de la caja correcta, obtiene la comida. Basta con unas cuantas repeticiones para que el chimpancé aprenda a hacerlo bien cada vez. Sin embargo, digamos que cambiamos el experimento. Colocamos dos cajas frente a él, y si nos entrega la caja más pesada lo recompensamos con comida. Incluso después de 600 intentos, su desempeño en esta prueba no será mejor que si fuera aleatorio. En cambio, un niño de tres o cuatro años descifra con rapidez que debe elegir la caja más pesada.
También compartimos nuestro aprendizaje. La sociedad humana depende de la enseñanza, la cual requiere un tipo de cerebro especial, uno que al instante convierte la experiencia en conocimiento. Después de millones de años, algunos monos han aprendido a golpear las nueces con piedras para romper la cáscara, y ciertos primates superiores como los chimpancés han aprendido a usar una vara para sacar huevos de ave de agujeros profundos en la corteza de los árboles u hormigas de su hormiguero. Pero esta habilidad sigue siendo primitiva. Un orangután puede aprender a extraer la comida de un contenedor complejo con varias partes movibles que deben ser abiertas en una secuencia precisa. Los orangutanes resuelven este tipo de rompecabezas con facilidad, pero luego se topan con un problema: son incapaces de enseñar a otro orangután cómo hacerlo.
No sólo enseñamos con el ejemplo, sino también por medio del lenguaje verbal. El lenguaje complejo aceleró la evolución del cerebro, porque nos permitió tener un modo de comunicación más sofisticado. Asimismo, nos permite pensar de forma simbólica. Esto implica que podemos crear palabras simbólicas o virtuales con la misma parte del cerebro que evolucionó para que nos comunicáramos entre nosotros. Cuando nos detenemos en un semáforo en rojo no es porque escuchemos la palabra deténgase. En vez de eso, conectamos el color rojo con la palabra; es un símbolo. Por simple que suene, esto tiene ramificaciones enormes. Los niños con dislexia, por ejemplo, tienen dificultades para aprender a leer debido a un defecto del desarrollo cerebral durante la gestación. Sus cerebros ponen las palabras y las letras al revés. Sin embargo, se ha demostrado que este defecto puede ser superado si se usan colores en las letras del alfabeto. Quizá la A sea roja; la B, verde, etcétera. Gracias a esta asociación simbólica, el lenguaje puede proceder porque un mecanismo cerebral en la corteza visual ha sido apropiado para un uso nuevo: la capacidad de distinguir colores, que en los humanos alcanza límites de gran sutileza (el cerebro humano puede detectar 10 millones de longitudes de onda de luz distintas). Nadie sabe con exactitud cuántas de éstas se traducen en colores que somos capaces de distinguir, pero al parecer son, por lo menos, varios millones.
Este sorprendente don de la imaginación y el simbolismo puede volverse contra sí mismo. Por ejemplo, la esvástica se originó como un antiguo símbolo indio que representaba al sol, pero si alguien la pinta junto a una sinagoga, denota profanación o incluso un crimen de odio. Las imágenes también pueden bloquear la realidad. La expresión “diosa del cine” se inventó para reforzar la fantasía pública de que las actrices de Hollywood son distintas de la gente común. Sin embargo, el resultado es que el público desea echar un vistazo detrás de la imagen, así que cuanto más sórdida sea la realidad expuesta, más excitante resulta.
Hay una larga historia de la división de la mente en instinto, intelecto y emociones. En la actualidad, la neurociencia es capaz de hacer un mapa de las regiones del cerebro que corresponden a cada una de estas partes. Pero vale la pena recordar que tales divisiones sólo son modelos inventados, porque la naturaleza es muy difícil de aprehender en toda su complejidad. Lo que es un hecho es que estamos creando la realidad constantemente, proceso que conjuga cada región del cerebro en una interrelación que cambia con frecuencia.
Al igual que las otras fases del cerebro, el intelecto puede desequilibrarse.
Si usted es muy intelectual, pierde las emociones y los instintos elementales. Esto lleva a realizar acciones demasiado calculadas y a construir castillos en el aire.
Si, por el contrario, no desarrolla su intelecto, éste se queda estancado en pensamientos rudimentarios, los cuales lo guiarán hacia la superstición y a ser víctima de todo tipo de argumentos falaces. Se volverá un peón de las influencias externas.
PUNTOS ESENCIALES: EL CEREBRO INTELECTUAL
El intelecto representa la fase más reciente de la fase evolutiva de la mente.
El intelecto nunca opera en aislamiento, sino que se combina con las emociones y el instinto.
El intelecto nos ayuda a lidiar racionalmente con los miedos y los deseos.
Responder al mundo implica ser responsable de él.
El pensamiento racional se vuelve destructivo cuando olvida sus responsabilidades. (De ahí el desarrollo de armas atómicas, la destrucción del ecosistema, etcétera.)
La mayor parte del cerebro está conformada por la corteza cerebral o telencéfalo. El denominado cerebro superior es responsable de muchas de las funciones que asociamos con la humanidad: recibir y procesar información sensorial, aprender, recordar, y el inicio del pensamiento y la acción, así como el comportamiento y la integración social.
La corteza cerebral es la parte del cerebro que evolucionó más recientemente; consiste en una cubierta de 2 500 cm2 de tejido neuronal de seis capas extendidas sobre la superficie externa del cerebro. Esta cubierta de tejido se dobla sobre sí misma varias veces para caber dentro del cráneo. El telencéfalo posee la concentración más grande de neuronas en todo el cerebro (alrededor de 40 000 millones).
La corteza cerebral tiene tres áreas funcionales principales: la región somestésica, que recibe y procesa los cinco sentidos; las regiones motoras, que controlan el movimiento voluntario, y las regiones de asociación, encargadas del intelecto, la percepción, el aprendizaje, la memoria y el pensamiento superior.
La corteza cerebral está conformada por varios lóbulos distintos. En la parte posterior de la corteza cerebral se encuentra el lóbulo occipital, el cual contiene la corteza visual, que es donde el cerebro transmite e interpreta la información percibida por los ojos. La corteza visual izquierda se conecta con el ojo derecho, y viceversa. Hacia el frente del lóbulo occipital están los lóbulos temporales, en los cuales radican las emociones primitivas impulsadas por el instinto y que sirven para la supervivencia: miedo, deseo, así como apetitos como el hambre y la sexualidad. Ahí también se controlan el oído y el equilibrio. Si esta área del cerebro sufre una lesión o funciona mal, la persona puede padecer apetitos incontrolables de comida o de sexo.
Enfrente y encima de los lóbulos temporales están los lóbulos parietales, donde se procesa la información sensorial junto con la orientación espacial y gracias al cual sabemos dónde estamos. Por último, frente a los lóbulos parietales están los lóbulos frontales. Éstos regulan el control motriz y el movimiento, pero también moderan nuestro comportamiento en sociedad. Si la corteza frontal sufre una lesión o si, por ejemplo, tiene un tumor, uno se puede desinhibir a niveles patológicos o incluso convertirse en un exhibicionista extremo o un acosador sexual.
Los hemisferios derecho e izquierdo de la corteza cerebral están conectados por conjuntos de fibras nerviosas llamadas “cuerpo calloso”. Éste permite que los dos lados del cerebro “hablen” entre sí. Si no lo hicieran, podríamos padecer “síndrome de la mano ajena”, el cual incapacita a las personas para reconocer su propia mano. Bajo el cuerpo calloso se localiza el sistema límbico (véase diagrama 5), el cual incluye el tálamo y el hipotálamo. El tálamo está involucrado en la percepción sensorial y regula el movimiento. El hipotálamo regula las hormonas, la glándula pituitaria, la temperatura corporal, las glándulas suprarrenales y muchas otras actividades.
Las otras dos secciones principales del cerebro son el cerebelo, el cual se localiza en la parte posterior del cerebro y controla la coordinación del movimiento, el equilibrio y la postura, y el tronco del encéfalo (médula oblongada o bulbo raquídeo, y puente de Varolio), que es la parte más antigua del cerebro. Ésta conecta el cerebro con la médula espinal y regula el ritmo cardiaco, la respiración y otros procesos autonómicos que ocurren de forma automática.
Las funciones del cerebro que controlan los procesos fisiológicos —desde el ritmo cardiaco hasta la reacción de temor y el sistema inmunológico— se concentran en regiones específicas de la corteza cerebral, el cerebelo o el tronco del encéfalo. Ahora bien, estas regiones también se comunican entre sí para crear un sistema intrincado de equilibrio y coordinación que forma parte de toda actividad cerebral. Por ejemplo, al mirar una flor, nuestros ojos perciben la información visual y la transmiten a la corteza occipital, una región de la corteza cerebral localizada en la parte posterior del cerebro. Pero esa misma información visual primero viaja a través de muchas otras áreas del cerebro, en las cuales también puede servir para coordinar los movimientos del cuerpo en respuesta a la información visual. Los miles de millones de neuronas presentes en estas regiones trabajan en conjunto y en maravilloso equilibrio y armonía, como una orquesta que toca música exquisita. No hay posibilidad de que un instrumento suene demasiado fuerte o esté desafinado. El equilibrio y la armonía son las claves de un cerebro exitoso, como también lo son para lograr la estabilidad del universo.
La fase intuitiva del cerebro
El intelecto es parte de nuestro derecho de nacimiento, el cual incluye una necesidad insaciable de significado. Heredamos la intuición por una necesidad igual de poderosa: la necesidad de tener valor. Lo correcto y lo erróneo, lo bueno y lo malo son algo tan básico que el cerebro lo tiene programado. Desde una edad temprana, los infantes parecen mostrar un comportamiento intuitivo en relación con ello. Incluso antes de empezar a caminar un bebé que ve que a su madre se le cae algo intentará recogerlo por ella, pues ayudar es una respuesta programada. Un niño de dos años puede ver una obra de teatro guiñol en la que uno de los títeres hace cosas buenas mientras el otro hace lo contrario. Las cosas buenas incluyen jugar y cooperar; lo contrario incluye ser egoísta y quejumbroso. Cuando se les pregunta qué títere les gusta más, la mayoría de los niños contesta que el “bueno”, mientras pocos eligen al “malo”. Esto evidencia que hemos evolucionado con respuestas cerebrales de corte moral.
Sin embargo, la intuición también ha sido un área sospechosa. La curiosa ironía del cerebro es que el cerebro intelectual puede repudiar al cerebro intuitivo por considerarlo una mera superstición que raya en los límites de la creencia en lo paranormal. Rupert Sheldrake, biólogo británico de amplio criterio, ha realizado experimentos durante décadas para verificar la existencia de la intuición. Por ejemplo, ha puesto a prueba la experiencia común de sentir que alguien nos observa, por lo regular alguien que está detrás de nosotros. ¿Acaso tenemos ojos en la nuca? Si es así, ésta sería una habilidad intuitiva, la cual Sheldrake ha demostrado que existe. Para su desgracia, su trabajo ha sido considerado controversial, lo cual quiere decir, en palabras irónicas del propio Sheldrake, que los escépticos ni siquiera se han tomado la molestia de ver sus resultados.
El hecho de que los humanos son intuitivos en realidad no es controversial. Muchos aspectos de nuestra vida dependen de la intuición, como la empatía, por ejemplo. Cuando entramos en una habitación, es posible sentir si la gente en su interior está tensa o ha estado peleando antes de nuestra llegada, gracias a la intuición. También intuimos cuando alguien dice A pero en realidad quiere decir B, o cuando alguien que se cree moralmente superior esconde un secreto.
La empatía implica comprender y compartir los sentimientos de otros. En el caso del Homo sapiens, a medida que la habilidad comunicativa daba un salto cuántico hacia adelante, la empatía se volvió un componente fundamental de la supervivencia social. Les permitió a los padres de familia cuidar a los niños del grupo, mientras otros adultos salían a cazar o recolectar. La empatía aún nos permite vivir en grupos y socializar, y funciona como freno necesario para la agresión y la competencia egoístas (equilibrio que la sociedad lucha por mantener).
En un sentido más amplio, la empatía ha pavimentado el camino del razonamiento moral y el comportamiento altruista. (La raíz latina del término compasión significa “sufrir con”, lo cual señala nuestra capacidad de reflejar lo que vemos que siente la otra persona.) La empatía es distinta de la simpatía, la cual no implica compartir el estado mental del otro. También es distinta del contagio emocional, en el que uno no es consciente de si la emoción le pertenece o ha sido absorbida por contacto con una personalidad más fuerte, o con una multitud.
En el nivel neuronal, la principal zona del cerebro que se activa con la empatía es la corteza cingulada. Cingulum significa “cinturón” en latín. La corteza cingulada está a la mitad de la corteza cerebral, como un cinturón, y se considera parte del sistema límbico, el cual se encarga de las emociones, el aprendizaje y la memoria. Ésta es la residencia física de la empatía. Las regiones del giro cingulado asociadas a la empatía son más grandes en las mujeres que en los hombres, y son mucho más pequeñas en el caso de pacientes con esquizofrenia, quienes suelen aislarse en sus emociones y tienen delirios sobre lo que la otra gente siente.
La empatía también ha sido asociada a las neuronas espejo, un tipo de neuronas que se sabe que existen en los cerebros de primates inferiores como los monos. Hay una razón neuronal que explica la frase: “El mono hace lo que el mono ve”, la cual además es fundamental para el aprendizaje de nuevas habilidades. Cuando un bebé mono, incluso uno que aún es demasiado joven para ser amamantado, ve a su madre agarrar comida y llevársela a la boca, las áreas del cerebro encargadas del acto de agarrar algo, dividirlo en pedazos y masticarlo se activan; es decir, los bebés monos imitan lo que ven. Es imposible realizar experimentos con bebés humanos para determinar si les ocurre lo mismo, aunque es muy probable que sí. (El lado dañino de la imitación puede ser que cuando un niño presencie un comportamiento negativo, como el abuso doméstico, se detone un patrón cerebral. Se sabe que los niños víctimas de abuso familiar suelen convertirse en abusadores al crecer, pues el comportamiento está impreso en sus cerebros.)
Nadie ha descrito hasta la fecha el funcionamiento completo de las neuronas espejo, pero parecen jugar un papel clave en los apegos sociales, el proceso por medio del cual obtenemos seguridad, apoyo y alivio de las aflicciones que nos causan las relaciones. Una serie de neuroquímicos llamados neuropéptidos —diminutas proteínas que regulan el apego social en el cerebro, como la oxitocina, los opiáceos y la prolactina— regulan el grado de reacción empática.
La oxitocina es responsable del comportamiento materno y de hacernos sentir “enamorados”. Se ha observado que aplicar oxitocina con un rociador nasal reduce las respuestas al estrés social y la reacción de temor del cerebro. La oxitocina también puede incrementar la confianza mutua y hacernos más sensibles a las expresiones faciales ajenas. Una mutación genética adversa en el receptor que se une a la oxitocina provoca que la persona muestre niveles bajos de empatía. La oxitocina, entonces, juega un papel crucial; sin embargo, aunque se le conoce como “la hormona del amor”, este título no debe ser tomado en términos literales. El amor, ese comportamiento complejo, es sensible a muchas reacciones cerebrales, y no es provocado sólo por una hormona. Nos enfrentamos al acertijo de dónde termina la mente y comienza el cerebro. Cualquiera que se haya enamorado perdidamente atestiguará que este misterio se vuelve muy personal. La estructura biológica en el cerebro involucrada en el apareamiento de mamíferos inferiores ha evolucionado en los humanos, además de que tomamos todo tipo de decisiones con respecto a cómo amamos y quién nos atrae. La biología nos aporta el juicio, pero no tiene control sobre la mente.
Todos estos problemas nos traen de vuelta al libre albedrío, el cual creemos que siempre se hace presente en la vida humana. Sin embargo, es posible interpretar el hecho de que los neuroquímicos pueden controlar nuestras emociones, incluidos el amor y la empatía, de dos formas. Por un lado, podemos afirmar que no tenemos control sobre cómo nos sentimos; somos esclavos de nuestra neuroquímica con poco libre albedrío, si acaso. Por el otro, desde el punto de vista del supercerebro, es posible argumentar que el cerebro es un órgano muy afinado que produce las emociones que necesitamos en un momento dado. El cerebro necesita detonantes, los cuales pueden ser muy sutiles. Conocer a un hombre atractivo es diferente para una mujer, dependiendo si “está disponible”. Si no lo está, el mecanismo amoroso de su cerebro no se activa, pero si es soltera, ocurre lo contrario. En cualquier caso, el cerebro no tomó las decisiones por ella. A pesar de su innegable poder, nuestras emociones se producen para servir a nuestros fines.
En este punto entra en juego la mente intuitiva, la cual está por encima de las emociones y el intelecto, y nos aporta un panorama general de las cosas (la imagen de la realidad que asignamos a varias situaciones ha sido denominada gestalt por los psicólogos). En el trabajo, la persona al mando no tiene que usar un gafete que diga: “Soy el jefe”. Todo tipo de señales (como su tono de voz, su gran oficina, su aire de autoridad) se combinan para formar la imagen que aprehendemos de manera intuitiva. Afirmamos que “sentimos” una situación, lo cual es distinto de experimentar una emoción. Este sentimiento nos dice todo lo que está pasando al instante, sin que tengamos que armar la imagen parte por parte, ya sea intelectual o emocional, a la vez.
Todas estas cosas entran dentro de la categoría de intuición:
Enamorarse a primera vista.
Saber que alguien está mintiendo.
Sentir que las cosas ocurren por un motivo, incluso si no se sabe aún cuál es.
Ser irónico (decir una cosa para significar lo opuesto).
Reírse de un chiste.
La intuición sería menos controversial si se le pudiera aislar en una zona específica del cerebro, pero no es así. La creencia más popular es que el hemisferio derecho es el responsable de la intuición, mientras que el izquierdo es racional y objetivo; pero esta división tajante no ha sido demostrada con estudios rigurosos. Aun así, las marcas distintivas de las personas intuitivas están más que confirmadas:
Toman decisiones precisas y acertadas al instante, sin detenerse en un proceso racional.
Perciben expresiones faciales sutiles.
Confían en el entendimiento, el cual implica saber algo de forma directa sin esperar a que la razón llegue a una conclusión.
Dan saltos creativos.
Son buenos jueces del carácter ajeno y saben “leer” bien a otras personas.
Confían en su instinto y actúan en función de él, emitiendo juicios automáticos en un abrir y cerrar de ojos.
Para cualquier persona que confíe en su intuición, esta última categoría es particularmente intrigante. Por lo regular, valoramos más otro tipo de juicios. A los jóvenes se les aconseja no ser impulsivos, pensar las cosas con calma y así emitir juicios objetivos. Pero la verdad es que todos emitimos juicios automáticos; de ahí la expresión: “La primera impresión es la que cuenta”, pues ésta se imprime en un abrir y cerrar de ojos, y es más fuerte de lo que en general creemos. En investigaciones recientes se ha comprobado que las primeras impresiones y los juicios automáticos suelen ser los más precisos. Por ejemplo, un vendedor de bienes raíces experimentado diría que los compradores saben en los primeros 30 segundos después de entrar a una casa si es la adecuada para ellos o no.
Durante mucho tiempo se creyó que el reconocimiento facial se facilitaba si la persona pasaba primero por el proceso de describir el rostro verbalmente. Se suponía que afirmar: “La chica tenía cabello largo y castaño, nariz redonda y ojos azules pequeños” ayudaba a grabar un rostro particular en la memoria. Sin embargo, los estudios demuestran lo contrario. Un experimento consistía en mostrar al individuo una serie de fotos en sucesión rápida y pedirle que presionara un botón si veía pasar un rostro en particular. La gente que apenas le echaba un vistazo al rostro acertaba con más frecuencia que quienes veían el rostro y tenían tiempo para verbalizar sus características. Estos resultados son congruentes en términos intuitivos (surge el concepto de nuevo), porque todos sabemos lo que significa tener el rostro de alguien grabado en la mente, aunque no lo descompongamos racionalmente en cualidades individuales. Asimismo, es creíble que las víctimas de crisis afirmen cosas como ésta: “Reconocería ese rostro si lo volviera a ver, aunque pasaran mil años”.
En efecto, la intuición es justo lo que cualquier persona en busca de un sexto sentido necesita. Los sentidos son básicos, formas primitivas de absorber el mundo que nos rodea a través de la vista, el oído y el tacto. Lo más importante es que pasamos por la vida con los sentidos “en alto”, seguimos corazonadas y sabemos qué es bueno para nosotros y qué no, hacia dónde deberíamos dirigir nuestra carrera para evitar quedar atrapados en callejones, así como quién nos amará durante décadas y quién no es más que un capricho pasajero. La gente altamente exitosa suele coincidir en dos cosas cuando se le pregunta cómo llegó a la cima: tuvieron mucha suerte y estuvieron en el lugar correcto a la hora indicada. Pocos pueden explicar en qué consiste estar en el lugar correcto a la hora indicada, pero si consideramos a la intuición como una habilidad real, la gente altamente exitosa es quizá la mejor al pasar por la vida con los sentidos en alto.
Ver el futuro también es un acto intuitivo para el que todos estamos diseñados. Y aclaremos que no estamos hablando de una habilidad paranormal. En un experimento, a algunos sujetos se les mostró una serie de fotografías que cambiaban con rapidez; algunas eran imágenes de accidentes automovilísticos fatales o de masacres de guerra. Se monitoreaban las reacciones de los sujetos al estrés, como cambios en el ritmo cardiaco, la tensión sanguínea y la sudoración en las palmas de las manos. Tan pronto aparecía una de estas imágenes horríficas, inevitablemente se desencadenaba la reacción de estrés. Luego empezó a ocurrir algo peculiar. Sus cuerpos comenzaron a indicar la reacción de estrés antes de que aparecieran las imágenes terribles. Aunque las fotos estaban ordenadas de forma aleatoria, los sujetos reaccionaban anticipadamente al horror, pero no reaccionaban de forma anticipada en el caso de las imágenes inocuas. Esto implica que sus cuerpos estaban prediciendo el futuro, o, para ser más precisos, sus cerebros, pues sólo el cerebro puede detonar la reacción de estrés.
No estamos favoreciendo una fase del cerebro por encima de las demás, pero es crucial que no rechacemos ninguna de ellas por escepticismo y obstinación, o por un sesgo intelectual. Los experimentos controlados pretenden ser el tipo de prueba objetiva que el intelecto acepta, así que resulta injusto que cientos de investigaciones de psicología cognitiva demuestren que la intuición es real, pero nuestra actitud como sociedad frente a la intuición suela ser negativa suspicaz. ¿Es usted intuitivo? Su intuición contestará que sí.
Como cualquier otra fase del cerebro, la intuición puede desequilibrarse.
Si confía demasiado en las corazonadas intuitivas, ignorará a la razón cuando ésta sea necesaria. Esto conlleva decisiones compulsivas y comportamientos irracionales.
Si ignora su intuición, perderá su capacidad de sentir las situaciones. Esto le hará tomar decisiones que dependan demasiado de la racionalización de sus acciones, aunque sea evidente que están mal.
PUNTOS ESENCIALES: EL CEREBRO INTUITIVO
La intuición es fiable.
Ir por la vida con los sentidos “en alto” trae buenos resultados.
Los juicios en un abrir y cerrar de ojos son precisos porque la intuición no necesita que el cerebro superior los procese.
La razón es más lenta que la intuición, pero en ocasiones la utilizamos para justificar la intuición, porque hemos aprendido que la razón es superior.
El cerebro intuitivo no tiene límites previsibles; todo depende de qué quiera la mente que el cerebro haga.
Armar el cerebro de nuevo
Después de examinar las cuatro fases funcionales del cerebro, ¿qué obtenemos cuando unimos las piezas? Una herramienta sin igual para crear la realidad con posibilidades infinitas. La mejor forma de tener salud, felicidad y éxito es equilibrar estas cuatro fases del cerebro. El cerebro se desequilibra cuando favorecemos una parte por encima de otra. Hemos visto qué fácil resulta identificarse más con una fase del cerebro que con otras, lo cual fomenta su dominancia. Quien afirma: “Estoy triste todo el tiempo”, se identifica con el cerebro emocional. Quien dice: “Siempre he sido inteligente”, se identifica con el cerebro intelectual. Del mismo modo, el cerebro instintivo puede dominarnos cuando obedecemos sus impulsos inconscientes, y el intuitivo, cuando seguimos corazonadas para apostar y arriesgarnos. Sin la repetición suficiente, la región favorecida del cerebro lleva ventaja, pues las otras comienzan a atrofiarse.
Sin embargo, la verdadera identidad de cada persona no se encuentra en una de las funciones, sino que todos somos la combinación de las cuatro regiones controladas por la mente. Dicho de otro modo, el controlador de la mente es el yo. El yo puede olvidar cuál es su papel y caer presa de estados de ánimo, creencias, impulsos y demás. Cuando esto ocurre, el cerebro nos usa, no por malicia ni por ansias de poder, sino porque así lo hemos entrenado a hacerlo. Es difícil reconocer del todo que cada pensamiento es una instrucción, pero lo es. Si usted se detiene frente a una pintura impresionista en un museo, los colores brillantes y el ambiente poco realista son atractivos desde el principio. Nada de la información en bruto que la corteza visual está procesando entrena al cerebro. (Los seres humanos dominamos en los primeros meses de vida la habilidad básica de enfocar la vista en un punto específico sin perder el foco.) Tan pronto piense: “Me encantan las catedrales de Monet”, estará instruyendo al cerebro —o, dicho de otro modo, lo estará entrenando— de una forma nada sencilla.
En el instante en el que piensa: “Me gusta X”, sea un Monet, un postre helado o la persona con la que se casará algún día, el cerebro entra en modo holístico:
Recuerda lo que a usted le gusta.
Registra el placer.
Recuerda de dónde vino el placer.
Agrega una nota para repetir el mismo placer en el futuro.
Agrega un recuerdo único al banco de memoria.
Compara todos los recuerdos nuevos con los previos.
Envía reacciones químicas de placer a cada célula del cuerpo.
Éste no es más que un breve bosquejo de lo que significa para el cerebro entrar en modo holístico. Sería agotador describir cada pequeño detalle, pero por lo menos sabrá en qué museo se encuentra, cómo se mueve la gente dentro de la habitación, si se siente cansado o no, así como las típicas cosas inconscientes, como tener hambre o preguntarse si los pies le duelen de tanto caminar.
Recopilar todo esto es el logro más grande del cerebro humano. Es lo que hacemos, aunque por ningún medio logramos explicar cómo se hace. La experiencia es infinitamente más rica que las explicaciones. Nuestro objetivo es expandir el modo holístico del cerebro, pues en el fondo todos sabemos que es mejor apreciar todos los cuadros del museo y no sólo algunos pocos. Cada pintor tiene una visión única y, al valorar el arte, nos permitimos acceder a esta visión. En una parte aún más profunda de nuestro ser, sabemos que es mejor amar a toda la gente que sólo a los pocos que están más cerca de nosotros. Pero expandir los centros emocionales del cerebro parece amenazante, así que solemos identificarnos con quienes se nos parecen más (por cuestiones de raza, estatus, educación, afiliación política) y sentimos indiferencia por los que son distintos de nosotros.
A medida que envejecemos, tendemos a estrechar nuestros gustos y aversiones, con lo cual le negamos al cerebro la capacidad de ser holístico. Un experimento interesante de psicología social juntó a 10 personas de Boulder, Colorado, una ciudad de gente muy liberal, con 10 personas de Colorado Springs, un lugar tradicional y muy conservador. Uno de los problemas en Estados Unidos en la actualidad es que las ideas políticas dividen a la gente, pero esto tiene un fundamento demográfico. En otros tiempos, la gente con posturas políticas distintas vivía junta, por lo que un candidato podía ganar apenas por cinco o seis puntos porcentuales.
Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial ha habido un cambio decisivo. Los liberales se han mudado a ciudades donde viven otros liberales, y los conservadores, a su vez, a ciudades donde radican sus aliados políticos. El resultado es que, durante las elecciones, la balanza se inclina con fuerza hacia un lado, y los candidatos ganan por márgenes bastante amplios. El experimento Boulder-Colorado Springs quería probar si era posible cambiar esta situación. Los individuos se sentaron primero con los miembros de su propio grupo, discutieron cuestiones políticas y luego evaluaron cómo se sentían con respecto a cada aspecto comentado. Por ejemplo, si se trataba de interrupción del embarazo o matrimonio entre personas del mismo sexo, marcaban su postura del uno al diez según qué tanto estaban a favor o en contra.
Después, una persona de Boulder se sentó con el grupo de Colorado Springs, y un individuo del segundo grupo fue a sentarse con el primero. A cada uno se le permitió argumentar su postura, a favor del liberalismo o del conservadurismo, frente al grupo con ideas políticas contrarias. Una hora después, los grupos se evaluaron de nuevo en relación con asuntos controversiales. ¿Escuchar la postura opuesta les hizo cambiar de opinión? Podría pensarse que sí, pero en realidad ocurrió lo contrario. Tras escuchar al liberal, los conservadores se volvieron más conservadores que antes en cuanto a cuestiones controversiales. De igual forma, los liberales se tornaron aún más liberales.
La evaluación de estos resultados quizá sea desalentadora. Nos gustaría pensar que estar expuestos a distintos puntos de vista amplía nuestro panorama, pero algunos neurocientíficos han concluido con estos descubrimientos que el pensamiento “nosotros contra ellos” está esculpido en el cerebro. Nos definimos por oposición; necesitamos enemigos para sobrevivir, pues así es como los primeros humanos desarrollaron sus habilidades bélicas y de defensa personal.
Nosotros nos oponemos con fervor a dichas interpretaciones, las cuales ignoran un hecho fundamental: que la mente es capaz de sobreponerse a los patrones grabados en el cerebro. En el caso del experimento Boulder-Colorado Springs, hay una diferencia inmensa entre escuchar con la mente cerrada una opinión opuesta y decidir que queremos comprenderla.
Le compartiremos una anécdota un poco triste y algo graciosa de un amigo de Deepak que nació en el sur de Estados Unidos. En su pequeño pueblo natal de Carolina del Norte había una tienda llamada Berstein’s, propiedad de una familia judía. En el mismo pueblo había otras familias, no judías, también de apellido Berstein. “Los no judíos pronunciaban su apellido como Bernstain, mientras que a la tienda departamental le decían Berstin.” “¿Por qué?”, le preguntó Deepak. Su amigo se encogió de hombros. “Era la única forma en la que la gente sabía contra quién tener prejuicios. Para ser honesto, nadie en mi familia había conocido a un judío en persona.”
Nos negamos a creer que la tendencia a discriminar proviene de conexiones fijas en el cerebro. Si examinamos su diseño físico, el cerebro es un órgano altamente integrado en el que las diversas regiones y neuronas propias se comunican de forma constante con las demás. Para un biólogo, todas estas características, incluida la capacidad del cerebro para comunicar entre sí los miles de millones de neuronas, se reduce a dos objetivos principales: la supervivencia de la especie y la supervivencia del individuo. Sin embargo, los humanos actuales no se conforman con la mera supervivencia. Si así fuera, no habría caridad para los pobres, hospitales para los enfermos y cuidadores para los discapacitados.
La preservación de la vida, no sólo de los individuos alfa que son capaces de obtener la mayoría de la comida y los derechos de apareamiento, nos ha elevado por encima de la evolución darwiniana. Compartimos los alimentos e incluso nos casamos sin procrear. En pocas palabras, estamos en constante evolución porque así lo elegimos, no por una necesidad de la naturaleza. El cerebro se mueve en una dirección cada vez más holística.
Nuestra frase favorita para describir esta tendencia es “la supervivencia del más sabio”. Somos capaces de evolucionar mediante nuestras elecciones conscientes por elección.
ASPECTOS | CÓMO FORMAR PARTE DEL SIGUIENTE SALTO EVOLUTIVO |
No promueva el conflicto en ningún aspecto de su vida.
Haga las paces siempre que sea posible. Cuando no lo sea, aléjese.
Valore la compasión.
Elija la empatía por encima de la culpa y el escarnio.
Procure no siempre sentir que tiene la razón.
Haga amistad con alguien opuesto a usted.
Sea generoso de espíritu.
Despréndase del materialismo a favor de la realización interna.
Todos los días realice un acto de servicio; siempre hay algo que dar.
Muestre preocupación genuina cuando alguien esté en problemas.
No ignore las señales de infelicidad e insatisfacción.
Opóngase al pensamiento “nosotros contra ellos”.
Si tiene un negocio o una empresa, practique un capitalismo con conciencia, el cual implica dar a las cuestiones éticas tanto peso como a las ganancias.
Éstos no son meros ideales. El doctor Jonas Salk, quien se hizo mundialmente famoso por encontrar la cura para la polio, también era un visionario y un filántropo. Desarrolló el concepto de “mundo metabiológico”, un mundo que va más allá de la biología y que depende de los seres humanos en nuestro papel de creadores de la realidad. Todo lo que hacemos, decimos y pensamos excede a la biología. Pero ¿cuál es el propósito de lo que hacemos, decimos o pensamos? Para Salk, tenemos un solo propósito superior: desarrollar nuestro potencial absoluto. Sólo el cerebro holístico puede permitirnos alcanzar ese punto. Por sí sola, la ciencia (el ser intelectual) excluye el mundo subjetivo de los sentimientos, los instintos y las intuiciones. Para la mayoría de los físicos, el universo no tiene propósito; es sólo una vasta máquina cuyas partes funcionales existen para ser descifradas. Sin embargo, si usamos el cerebro entero, el universo tiene un propósito claro: acoger la vida y las experiencias que la vida conlleva. Cuando nuestras propias experiencias se enriquecen, el universo cumple mejor su propósito. Ésta es la razón por la cual el cerebro comenzó a evolucionar en un principio.
Descubra su poder |
Si todos tenemos el poder de crear la realidad, ¿por qué son incontables las personas que viven insatisfechas? La capacidad de crear la realidad debería proporcionarles la realidad que en verdad desean, no aquella en la que se encuentran. Pero es imposible que eso ocurra a menos que descubran su poder. Al igual que lo demás, el poder personal debe pasar por el cerebro. Una persona poderosa combina distintas características, para las cuales ha sido entrenado el cerebro:
¿QUÉ INCLUYE EL PODER PERSONAL?
Tener confianza en uno mismo
Tomar buenas decisiones
Confiar en los sentimientos viscerales
Tener una actitud positiva
Influir en otros
Tener una autoestima alta
Desarrollar la habilidad de convertir los deseos en acciones
Desarrollar la habilidad de sobreponerse a los obstáculos
Cuando alguien se siente incapaz de cambiar una situación, sea cual sea, carece de uno o varios de estos elementos. Quizá imagine que la gente poderosa nace con una dosis extra de confianza y carisma, pero la mayoría de los directores ejecutivos más influyentes suelen ser personas calladas y organizadas que han aprendido el secreto de modelar las situaciones para lograr los objetivos que se proponen. Cada uno empezó en un punto similar al resto de la gente. La diferencia se relaciona con la retroalimentación. Ellos internalizaron cada pequeño éxito y facilitaron las siguientes oportunidades. Entrenaron su cerebro al asimilar las experiencias y elevar la vara de medición.
Por otro lado, quienes se sienten impotentes se han entrenado a través de la asimilación de experiencias negativas. En lo que al cerebro concierne, el proceso sigue siendo el mismo. Las neuronas son neutrales en relación con los mensajes de éxito o fracaso. En un mundo ideal, el título de esta sección sería: “Cinco formas de sentirse más poderoso”, pero en las circunstancias actuales mucha gente se siente impotente, y la tendencia social que drena el poder personal se hace cada vez más sólida. Ya sea que estemos en conflicto a causa de la recesión, de un cónyuge controlador o del anonimato del trabajo rutinario, es crucial que descubramos nuestro poder, sobre todo porque las sabias tradiciones del mundo continúan reiterando, generación tras generación, que el poder infinito está oculto dentro de cada individuo.
En este punto queremos ser sistemáticos y esclarecer algunos errores básicos. Antes de hablar de poder personal es necesario aclarar qué no es. No es la fuerza que la gente usa como arma para salirse con la suya. No consiste en suprimir lo que no nos gusta de nosotros mismos y lograr un ideal perfecto que el mundo admire. No es dinero, estatus, bienes ni cualquier otro sustituto material. Hay herederos de grandes fortunas, rodeados de lujos y riquezas, que se sienten más impotentes que una persona promedio. Esto se debe a que las cuestiones de poder yacen en nuestro interior, donde podemos vincularnos con nosotros mismos.
Ahora que definimos qué no es el poder personal, haremos una lista de los cinco pasos que permiten que el verdadero poder se manifieste:
1. Deje de ceder su poder.
2. Analice por qué está “bien” ser una víctima.
3. Desarrolle una personalidad madura.
4. Alíneese con el flujo de la evolución o del crecimiento personal.
5. Confíe en un poder superior que trasciende la realidad cotidiana.
Cada uno de estos puntos depende de un sencillo hilo que los ata en conjunto: la realidad que percibimos a nuestro alrededor ha sido construida por medio de corrientes invisibles que fluyen alrededor y a través de nosotros.
En el interior, tenemos el apoyo de la creatividad y la inteligencia de nuestro cuerpo y su sabiduría innata. En el exterior, nos apoya la fuerza evolutiva que sostiene al universo. El error fundamental que nos lleva a sentirnos impotentes en la vida diaria es creer que estamos desconectados de estos poderes, solos y débiles dentro de una burbuja privada.
Examinemos ahora cada paso para reconectarnos con la fuente de nuestro poder personal.
1. Deje de ceder su poder.
Sentirse impotente no es un golpe trágico y repentino, como hordas de bárbaros que tiran la puerta de una casa y la incendian. Es un proceso tan gradual que la mayoría de la gente ni siquiera se percata de él. De hecho, en general las personas están más que dispuestas a ceder su poder poco a poco. ¿Por qué? Porque la impotencia parece una forma sencilla de ser popular, aceptado y protegido.
Cedemos nuestro poder cuando complacemos a otros con tal de encajar.
Cedemos nuestro poder cuando seguimos a la multitud.
Cedemos nuestro poder cuando decidimos que los demás importan más que nosotros.
Cedemos nuestro poder cuando permitimos que alguien que aparenta tener más poder tome control sobre nosotros.
Cedemos nuestro poder cuando guardamos rencores.
Todas estas acciones ocurren en el nivel psicológico, el cual es invisible. Si una mujer cede su poder sin darse cuenta, le parecerá más que correcto y adecuado sentarse al fondo, sólo dar opiniones aceptables, vivir por sus hijos y permitir que su marido controlador la pisotee con tal de conservar la paz. Sean grandes o pequeños, estos sacrificios disminuyen su sentido de valor propio, y, sin valor propio, ella misma reduce lo que su cerebro puede hacer al bajar las expectativas.
Todo el poder oculto es poder propio. Si usted taladra su valor propio, lo sustituirá una serie de compromisos, gestos falsos, hábitos y condicionamientos. El cerebro se entrena para ver la vida como un declive gradual de desafíos emocionantes; sin dichos desafíos, crear la realidad se vuelve un asunto rutinario. Además, la baja autoestima funciona como un filtro que bloquea las señales de éxito que se le envían con frecuencia.
Romper la barrera: para dejar de ceder su poder, rechace la urgencia de seguir a otros. Aprenda a hablar por sí mismo. Deje de posponer las pequeñas cosas que desprecia hacer. Dese la oportunidad de obtener un pequeño logro cada día. Fíjese en sus éxitos y permita que se registren como momentos de satisfacción. Deje de equiparar la autonegación con virtud. Obtener menos para que los demás tengan más es una racionalización que implica falta de satisfacción. Deje de albergar rencores y de gastar su energía en ira reprimida. La próxima vez que perciba una amenaza, pregúntese cómo puede transformarla en una oportunidad.
2. Analice por qué está “bien” ser una víctima.
Una vez que empieza a taladrar su valor propio, falta apenas un breve paso para la victimización. Definimos ser una víctima como “dolor abnegado”. Al afirmar: “Yo no cuento”, se puede convertir el dolor que se padece en una especie de virtud, como lo hacen los mártires. Está bien ser un mártir si es por un propósito espiritual superior (según lo creen algunas religiones), pero ¿qué pasa si no hay propósito superior? La mayoría de las víctimas se sacrifica en el altar de las causas inútiles.
EL “BUEN” SUFRIMIENTO QUE NO NECESITAMOS
Echarnos la culpa de los errores ajenos.
Encubrir el abuso, sea físico o psicológico.
Permitir que nos menosprecien en público.
Permitir que nuestros hijos nos falten al respeto.
Callar nuestra verdad personal.
Negarnos la satisfacción sexual.
Fingir que amamos a otros.
Trabajar en algo que odiamos.
Fomentar cualquiera de estos tipos de sufrimiento innecesario lo hará más vulnerable a las cosas negativas en general, pues la victimización, al volverse un hábito en el cerebro, restringe nuestras reacciones. En estas circunstancias, usted decide, de forma inconsciente, que es el elegido para resistir el embate de los problemas. Esta expectativa es muy peligrosa y poderosa.
Las víctimas siempre encuentran “buenas” razones para sus aprietos. Si perdonan a un cónyuge abusivo, es porque perdonar es un acto espiritual, ¿cierto? Si solapan a un adicto, es porque tolerar y aceptar a los demás es igual de espiritual. Sin embargo, si tomamos distancia, las víctimas de esas situaciones se provocan sufrimiento de forma deliberada, el cual deriva en impotencia. A la víctima siempre le están haciendo algo. Hay suficientes abusadores, adictos, agresores, controladores y pequeños tiranos para mermar el poder de quien se ofrezca como voluntario para desempeñar el papel de víctima.
Romper la barrera: lo primero y más importante es que usted se dé cuenta de que el rol de víctima es voluntario. Usted no está atrapado por el destino ni por la voluntad de Dios. Toda esa mentalidad de que el sufrimiento “bueno” es divino quizá sea cierto para los santos, pero en la vida cotidiana permanecer en el papel de víctima es una mala elección. Deles un giro a sus elecciones. Reconozca a quién ha contratado para que sea el victimario y tome las medidas necesarias para despedirlo. No postergue las cosas ni las racionalice. Si se siente agredido, herido, menospreciado o maltratado de cualquier forma, enfrente la verdad y salga de ahí tan pronto como pueda.
3. Desarrolle una personalidad madura.
Los seres humanos somos las únicas criaturas que no maduramos de forma automática. El mundo está lleno de gente atorada en la infancia o la adolescencia, sin importar su edad. Madurar es una elección; alcanzar la edad adulta es un logro. Por culpa de los medios masivos de comunicación, es fácil confundir la juventud con la plenitud de la vida, cuando en realidad los jóvenes (de 13 a 22 años, más o menos) están pasando por la etapa más inquietante, insegura y estresante de la vida. No hay proyecto más decisivo para descubrir el poder personal —y la felicidad— que el de convertirse en un adulto maduro.
Este proyecto toma décadas, pero la satisfacción incrementa a medida que pasamos cada señalamiento y cada punto decisivo en el camino. Hay una clara distinción entre los ancianos que en su vejez viven arrepentidos, insatisfechos y deprimidos, y los viejos que recuerdan su paso por el mundo con alegría y satisfacción personal. Al llegar a los 70, el dado ya ha sido lanzado. Pero el proceso de madurez comienza con el objetivo en la mira. Para nosotros, el objetivo se encarna en la frase yo nuclear. Ésta es la parte del ser que modela la realidad y nos coloca en el meollo de las experiencias que cada uno de nosotros crea a nivel personal.
¿QUÉ SE SIENTE TENER UN YO NUCLEAR?
Sé que soy real.
No siento que me controlan los demás.
No vivo en función de la aprobación ajena ni me desalienta la desaprobación.
Tengo metas de larga duración que perseguir.
Me esfuerzo para superar las situaciones difíciles por mi propio sentido de la dignidad y el valor propio.
Respeto a los demás y ellos me respetan.
Comprendo mi propia vida emocional. No me descontrolan las emociones ajenas.
Me siento a salvo en el mundo y disfruto pertenecer a él.
Sé que la vida me aporta cierta sabiduría.
Tener un yo nuclear significa ser autores de nuestra propia historia; es lo opuesto a ser una víctima y llevar una vida escrita por otros. Puesto que establece metas, el yo nuclear va por delante del individuo. No puede esperar alcanzarlo ahora mismo, como un niño de primaria tampoco puede aspirar a convertirse en un novato universitario de un día para otro. La razón por la que usamos el concepto yo nuclear en lugar de yo maduro es que la madurez tiene mala fama y tiende a connotar a alguien cuya vida es aburrida y solemne. Lo cierto es que el viaje de la vida se vuelve mucho más emocionante si se persigue una visión que nos inspira año tras año. Las visiones crean la oportunidad de satisfacción; por lo tanto, el yo nuclear es la fuente de un poder inmenso, del cual florece el futuro.
Romper la barrera: para empezar, deje de vincularse con actividades superficiales y mejor hágalo con el proyecto integral de convertirse en una persona madura y completamente auténtica. Siéntese y escriba su visión personal. Aspire a las metas más elevadas que imagine que le traerán satisfacción. Busque a personas que compartan la misma visión y estén alcanzando el éxito. Una vez que sepa hacia dónde se dirige, el camino se desplegará con su propia orientación interna. Permita que esto ocurra; su potencial floreciente requiere refuerzos diarios.
4. Alíneese con el flujo de la evolución o del crecimiento personal.
Este capítulo sobre el cerebro en evolución ha establecido que la evolución futura es una elección. El cerebro no está atado a la evolución darwiniana, y su supervivencia no está en juego, pero su satisfacción sí. Elegir crecer de forma automática implica enfrentarse a lo desconocido. Al principio, las guías en el camino son inestables. Todos tenemos cierto tipo de inseguridad que gradualmente cede el paso a elementos de control propio y conocimiento verdadero.
Sin embargo, sin evolución no habría camino, y sólo vagaríamos sin propósito. La evolución es una fuerza cósmica; es la razón por la cual las nubes de polvo estelar a la deriva crearon la vida en la Tierra. Es la fuente de toda la creatividad e inteligencia. Cada buena idea que haya tenido y cada momento de revelación demuestran que la evolución trabaja de forma invisible, tras bastidores, para guiar la vida.
Creemos con fervor que el universo fomenta la evolución de todos, pero al mismo tiempo podemos guiar nuestro propio crecimiento. La clave está en el deseo. Todos deseamos más y mejores cosas para nosotros mismos. Si aquellas cosas son buenas para nuestro crecimiento, estamos guiando nuestra propia evolución. Si lo que deseamos puede ayudar a otros, se vuelve más probable que lo alcancemos.
¿QUÉ HACE EVOLUTIVO A UN DESEO?
No repite el pasado, sino que es nuevo y refrescante.
Ayuda a más personas y no sólo a uno mismo.
Trae consigo un halo de alegría y satisfacción.
Satisface un deseo profundo.
No nos arrepentimos de él.
Surge de forma natural y se da con facilidad.
No nos pone a pelear con nosotros mismos o con fuerzas externas.
Satisfacerlo es útil para nosotros mismos, pero también para otros.
Abre un campo de acción más amplio.
Expande nuestra conciencia a medida que la satisfacción aumenta.
El deseo resulta una guía poco fiable si lo único en lo que pensamos es en la satisfacción inmediata y en evitar lo que nos hace sentir mal. Se requiere entonces un mayor marco de referencia. La cultura india hace una distinción entre Dharma y Adharma. Dharma incluye todo lo que sostiene la vida de forma natural: la felicidad, la verdad, el deber, la virtud, el asombro, la adoración, la reverencia, el aprecio, el rechazo a la violencia, el amor y el respeto por uno mismo. Para cada individuo, el flujo de la evolución sustenta todas estas cualidades, pero primero está en nosotros elegirlas.
Por otro lado, existen las malas elecciones, o Adharma, las cuales no sustentan la vida de forma natural: la ira, la violencia, el miedo, el control, el dogmatismo, el escepticismo riguroso, los actos poco virtuosos, la autoindulgencia, el condicionamiento de los hábitos, el prejuicio, la adicción, la intolerancia y la inconsciencia en general. Lo que conecta las tradiciones de sabiduría mundial, del Oriente y del Occidente, es saber qué es dhármico y qué es adhármico. Lo primero nos guía hacia la iluminación y la libertad; lo segundo, hacia el sufrimiento y las ataduras.
Romper la barrera: siga el camino dhármico. Dharma es el poder por excelencia, pues si la evolución sustenta toda la creación, es fácil que nos sustente como individuos. Observe con franqueza su vida cotidiana y las elecciones que hace. Pregúntese cómo puede incrementar las elecciones dhármicas y reducir las adhármicas. Paso a paso, alimente su convicción de evolucionar.
5. Confíe en un poder superior que trasciende la realidad cotidiana.
Nada de lo descrito hasta ahora podrá ser posible sin una visión suprema de la realidad. Por lo pronto, dejemos de lado la religión y cualquier otra referencia a Dios. Es mucho más importante observar la oportunidad que tenemos de ir más allá del rol pasivo para asimilar el de creadores de la realidad. Sin importar qué lo esté reteniendo en un estado de impotencia, si usted cree que está destinado a quedarse estancado ahí, será incapaz de recuperar el poder.
Por fortuna, el poder de superar el sufrimiento siempre ha existido y es nuestro derecho de nacimiento. Tener aunque sea una pizca de conciencia implica estar conectado con la conciencia infinita que sustenta la evolución, la creatividad y la inteligencia. Ninguna de estas cosas es accidental ni un privilegio otorgado a unos pocos afortunados. Cuando pedimos conectarnos a una realidad superior, la conexión se establece.
VISTAZOS A UNA REALIDAD SUPERIOR
Nos sentimos resguardados y protegidos.
Nos sentimos cuidados.
Reconocemos las bendiciones de la vida que se perciben como acciones de gracia.
Estamos agradecidos de estar vivos.
La naturaleza nos llena de asombro.
Hemos tenido alguna experiencia en la que vemos o sentimos una luz sutil.
Una presencia divina nos ha influido en un nivel personal.
Hemos experimentado momentos de éxtasis puro.
Los milagros parecen posibles.
Sentimos que tenemos un propósito superior en la vida. Nada ha sido accidental.
¿Qué tan cerca está la realidad superior? Usemos una metáfora para explicarlo. Imagínese que está atrapado en una red. Todas las redes tienen agujeros, así que encuentre uno y pase a través de él para liberarse. La realidad superior estará ahí, esperándolo.
La esposa de un hombre dominante se dio cuenta de que se sentía impotente y sometida. Nunca había trabajado fuera de casa y durante 20 años se había abocado a criar a su familia. Pero se liberó de la red cuando descubrió la pintura, la cual resultó ser mucho más que un simple pasatiempo. El arte era su vehículo de escape. Cuando empezó a encontrar compradores que apreciaban sus cuadros, en su interior ocurrió un cambio. Su imagen de la realidad pasó de ser “Estoy atrapada y no hay nada que pueda hacer” a “Debo valer más de lo que imagino, pues he creado algo hermoso”.
Romper la barrera: los vehículos de escape están en todas partes en la conciencia. Lo único que necesita es estar al tanto de los potenciales ocultos en su conciencia y prenderse de ellos. ¿Qué posibilidades siempre ansió explorar pero nunca lo hizo? Ésas son las opciones que debe revisar. Si persigue algo que aprecia profundamente, la realidad superior se volverá a conectar con usted. Esta nueva conexión registra lo interior como alegría y curiosidad, como un nuevo apetito por el futuro. También registra lo exterior como posibilidades cada vez mayores que nos sostienen cuando menos lo esperamos.
A la postre, todo lo que hemos discutido es una especie de vehículo de escape. Los vehículos de escape nos llevan al yo nuclear, a la persona que nació para ser un creador de la realidad. A esta persona no le interesa el poder individual; lo que en verdad valora se extiende más allá de sí mismo: es la gloria de la creación, la belleza de la naturaleza, las cualidades emotivas del amor y la compasión, el poder mental para descubrir cosas nuevas y las epifanías inesperadas que muestran la presencia de Dios. Estos aspectos universales son la verdadera fuente de poder. Son parte de nosotros, como nosotros somos cada uno de ellos.