Para poder liberar cualquier nueva promesa que se encuentre dentro del supercerebro, primero debemos resolver un viejo misterio, y ningún misterio es más antiguo, o más grande, que el del envejecimiento. Hasta hace poco, la única manera de evitar los estragos del tiempo era mediante elíxires, pociones y demás fuentes de la eterna juventud; acudir a recursos mágicos es prueba de la confusión que sufría nuestra mente. Envejecer es universal, sin indulto para nadie, y, aun así, desde el punto de vista médico, nadie muere de vejez. La muerte sucede cuando al menos uno de los sistemas clave del cuerpo se descompone, y entonces al resto del cuerpo le pasa lo mismo. El sistema respiratorio casi siempre está involucrado, así que para la mayoría de nosotros la causa de muerte inmediata será dejar de respirar. Aun así, una persona puede morir de insuficiencia cardiaca o renal. Mientras tanto, 99% del material genético del cuerpo sigue siendo viable al momento en que falla algún sistema vital del cuerpo.
Entonces, ¿cómo podemos prevenir que uno de los sistemas principales del cuerpo dañe todo lo demás? Usted tendría que poner atención a todo su cuerpo de por vida. Predecir lo que va a ocurrir es muy difícil, pues múltiples factores nos impiden prever hasta dónde llegará el proceso del envejecimiento.
Incertidumbre 1. Envejecer es un proceso muy lento.
Comienza alrededor de los 30 años y progresa a un ritmo de 1% al año. Este ritmo nos impide ver cómo envejecen las células; lo único que vemos son los efectos causados luego de mucho tiempo y éstos no son uniformes. Por cada detalle del deterioro físico y mental, hay gente que de hecho mejora con la edad. Con suficiente ejercicio, algunos son más fuertes en su vejez que en su juventud y, para quienes corren con suerte, a los 90 la memoria mejora, en lugar de perderse. Envejecer es como un ejército agotado en el cual algunas células se adelantan y otras se quedan atrás; sin embargo, todas avanzan sigilosamente a paso lento.
Incertidumbre 2. Envejecer es un acto inigualable.
Todo mundo lo hace de manera distinta. Los gemelos idénticos, quienes nacen con el mismo ADN, tendrán perfiles genéticos completamente distintos a los 70 años. Sus cromosomas serán iguales, pero los años de experiencia de vida habrán activado y desactivado sus genes, creando un patrón único; por tanto, la regulación de cada célula, minuto a minuto, durante miles de días, hace que sus cuerpos envejezcan de forma impredecible. En general, al momento de nacer son duplicados genéticos, pero al morir son únicos.
Incertidumbre 3. El envejecimiento es invisible.
Los aspectos del envejecimiento que se pueden atestiguar en un espejo —las canas, las arrugas, la flacidez, etcétera— son indicadores de algo que ocurre a nivel celular. Sin embargo, las células son infinitamente complicadas, pasan por miles de reacciones químicas, fijas y automáticas, a cada segundo. La síntesis ocurre entre varias moléculas y depende de las propiedades atómicas de los elementos que conforman el cuerpo, sobre todo los seis más importantes: CHNOPS (carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y sulfuro). Al combinarse en un matraz, estos átomos reaccionarían apenas en milésimas de segundo. Por sí solo, el fósforo es tan volátil que puede explotar si colisiona con el oxígeno. Asimismo, a lo largo de miles de millones de años, los organismos han desarrollado combinaciones increíblemente intrincadas para prevenir este tipo de reacciones. El fósforo de sus células no es explosivo, sino que se une a un químico orgánico conocido como adenosín trifosfato o ATP, un componente clave en la síntesis de enzimas y transferencia de energía.
Un biólogo puede pasar toda una vida estudiando las múltiples formas en las que una molécula compleja opera dentro de una célula. Aun así, el controlador de cada reacción continúa siendo invisible y desconocido; mientras una célula funcione sin problemas, no hace falta ver el controlador. Es obvio que un tipo de inteligencia química se está llevando a cabo, y cabe decir que el ADN, por contener el código de la vida, es el principio y el fin de todo lo que ocurre dentro de una célula. A su vez, gracias al proceso de envejecimiento, las células funcionan con eficiencia, y entonces el elemento invisible se hace notar. Los átomos no tienen la capacidad de equivocarse, pero las células sí. El porqué y el cómo sólo son identificables si algo malo sucede.
Todas estas incertidumbres nos llevan a una única conclusión: no queda más que poner atención al cuerpo de por vida. Sin embargo, esto es justo lo que para algunas personas parece imposible. Nuestras vidas están llenas de contrastes, y somos adictos a sus vaivenes. Caminar en línea recta nos parece estrecho y aburrido, un puritanismo sofocante en el que la abnegación es la regla y el placer la excepción. Así pues, el verdadero reto es hacer que una vida de bienestar sea tan deseable que deje de ser una penitencia.
¿Cómo empezar a hacerlo? No importa cómo nos acerquemos al rejuvenecimiento, el cerebro siempre está involucrado. Ninguna célula es una isla; todas reciben un torrente ininterrumpido de mensajes del sistema nervioso central, algunos buenos y otros malos. Comer diario una hamburguesa con queso manda un mensaje, mientras que comer brócoli manda otro; tener un matrimonio feliz envía un mensaje diferente a estar en soledad y aislamiento. Usted quiere enviar a cada célula mensajes para que no envejezca, y ahí está la promesa. Si usted puede maximizar los mensajes positivos y minimizar los negativos, entonces el rejuvenecimiento es una posibilidad real.
El rejuvenecimiento es un ciclo de retroalimentación vitalicia, y la razón por la cual el término “ciclo de retroalimentación” sigue apareciendo en este libro es porque la ciencia descubre cada vez más funciones suyas. En 2010, un interesante estudio conjunto entre los campus de la Universidad de California en Davis y en San Francisco reveló que la meditación provoca un incremento de una importante enzima llamada telomerasa. Al final de cada cromosoma hay una estructura química que se repite, llamada telómero, la cual actúa como un punto al final de una oración, da cierre al ADN del cromosoma y lo ayuda a seguir con sus interacciones. En fechas recientes, el deshilachamiento de los telómeros ha sido relacionado con la descomposición del cuerpo que envejece. Debido a la imperfecta división de las células, los telómeros se acortan, y existe el riesgo de que el estrés desgaste el código genético contenido en los núcleos. Tener un buen número de telómeros es importante y, por tanto, es una buena noticia que la meditación incremente la enzima que repone los telómeros y la telomerasa.
Esto suena demasiado técnico, un área de investigación que sólo interesaría a los biólogos celulares. No obstante, el estudio antes mencionado dio el siguiente paso y mostró que los beneficios psicológicos de la meditación están relacionados con la telomerasa. Los altos niveles de esta enzima, los cuales pueden incrementarse con ejercicio y una buena alimentación, son parte del ciclo de retroalimentación que sorprendentemente deriva en un sentimiento de bienestar personal y la habilidad para sobrellevar el estrés. Si toma distancia, este descubrimiento le ayudará a cimentar el principio más básico de la medicina mente-cuerpo: cada célula espía al cerebro. Una célula renal no piensa con palabras; no se dice a sí misma: “Tuve un mal día en el trabajo, el estrés me está matando”, sino que forma parte muda de ese pensamiento. La meditación da a la mente una sensación de bienestar, mientras transmite esa misma sensación silenciosamente, a través de una sustancia química como la telomerasa, al ADN. Nada está excluido de este ciclo de retroalimentación.
La conexión cuerpo-mente es real, y las decisiones que tomamos hacen la diferencia. Con estos dos datos claros, el cerebro rejuvenecedor trae consigo una promesa aún no dicha.
Sin saber por qué, la medicina ha tomado la decisión de ver al envejecimiento como una enfermedad. Los gérmenes causan daño celular al igual que envejecer. Es sensato concentrarse en la salud y el buen funcionamiento del cuerpo. El lado físico del rejuvenecimiento es parecido a los programas de prevención de cualquier tipo de trastorno o problema. Revisemos pues los puntos más importantes, que nos parecen familiares gracias a años de campañas de salud pública, y que son vitales para nuestro bienestar físico.
CÓMO REDUCIR LOS RIESGOS DEL ENVEJECIMIENTO
Mantenga una dieta balanceada, evite las grasas, el azúcar y los alimentos procesados. La dieta ideal es la mediterránea: aceite de oliva en lugar de mantequilla; pescado (o proteínas de origen vegetal) en lugar de carne; cereales integrales, legumbres, nueces mixtas, fruta fresca y vegetales que le proporcionen suficiente fibra.
Evite comer de más.
Haga ejercicio con moderación, por lo menos una hora tres veces por semana.
No fume.
Si bebe, que sea de preferencia vino tinto, con medida.
Use el cinturón de seguridad en el automóvil.
Haga lo necesario para prevenir accidentes en casa; evite pisos mojados, escalones empinados, peligros de incendio, banquetas resbalosas, etcétera.
Duerma bien por las noches. Conforme tenga más años, lo mejor será tomar siestas en las tardes.
Tenga hábitos constantes y manténgalos.
En cuanto a la prevención, la parte física del rejuvenecimiento continúa afinándose. Tomemos como ejemplo la obesidad, la cual se ha convertido en una epidemia en América y Europa occidental. Durante mucho tiempo, el sobrepeso ha sido considerado un factor de riesgo para varios trastornos, como hipertensión, cardiopatías y diabetes tipo 2, pero ahora una clase específica de grasa, la abdominal, se considera la más dañina. La grasa corporal no es inerte como una barra de mantequilla; al contrario, se encuentra en constante actividad, y hoy en día sabemos que la grasa abdominal envía señales hormonales que son dañinas para el cuerpo y que además alteran el balance metabólico. Por desgracia, el ejercicio no puede combatirla por sí solo, sino que se necesita una pérdida general de peso y al parecer también el consumo de suficiente fibra.
Dada la riqueza del conocimiento refinado, el verdadero problema es otro, el de darle seguimiento, pues saber lo que es bueno para nosotros y llevarlo a cabo son dos cosas distintas. El ejercicio es una constante en los consejos de prevención y, pese a ello, el sedentarismo de la sociedad va en aumento. Menos de 20% de la gente en edad adulta hace la cantidad recomendada de ejercicio, y una de cada 10 comidas se hacen en restaurantes de comida rápida, donde, como ya mencionamos, los platillos son altos en grasa y azúcar, y casi carentes de fibra y vegetales.
Dar seguimiento se complica cuando el cerebro está programado para tomar malas decisiones. Por ejemplo, ciertos sabores, en particular los salados, dulces y ácidos, nos resultan más atractivos tan pronto estamos en contacto con ellos. Con la repetición, estos sabores son los que preferimos más, y, al consumirlos lo suficiente, se convierten en nuestras elecciones automáticas, mientras nosotros nos volvemos víctimas de un hábito inconsciente. (La industria de comida chatarra tiene un término especial, el munch rhythm, que describe la forma automática en que una persona come palomitas, papas fritas o cacahuates sin parar hasta vaciar el empaque. Ésta es una conducta inconsciente fundamental, y es la más deseada entre las empresas de este tipo, pero terrible para nuestra dieta.)
Es inútil que los expertos en salud fastidien al público año con año para que cambie sus hábitos y esperen que la gente les haga caso. Esto es aún menos efectivo en un nivel personal. Cuanto más mal se sienta consigo mismo es menos probable que siga motivado. Suceden dos cosas al momento de la desmotivación. Primero, nos volvemos indiferentes debido a lo cansado que es luchar contra uno mismo. Luego, buscamos mitigar nuestra incomodidad, cosa que mucha gente logra con distracciones como ver la televisión o hacerse de placeres inmediatos con dulces y botanas saladas. Así pues, al intentar mejorar, terminamos haciendo lo contrario. Si fastidiar fuera efectivo, todos correríamos a diario y nos empujaríamos para ser los primeros en llegar a la sección de frutas y verduras del supermercado.
Envejecer es un proceso largo. Algunas acciones que podemos realizar para atrasarlo son ir a una sesión de manejo del estrés, hacer yoga un par de meses, ser vegetariano por una temporada. Es obvio que la prevención no es suficiente para el rejuvenecimiento sin antes solucionar el problema del seguimiento.
Decisiones de vida conscientes
El secreto para dar seguimiento a lo que ya sabemos no es tener más fuerza de voluntad ni castigarnos por no ser perfectos. El secreto está en cambiar sin forzarnos, pues todo lo impuesto a la fuerza será un fracaso. El rejuvenecimiento no se construye en un día, así que lo que empiece a hacer en este momento deberá hacerlo por décadas. Por tanto, dejemos de pensar en términos de disciplina y autocontrol. Hay quienes son santos patronos de la prevención, consumen una sola cucharada de grasa al día porque es la medida ideal para su salud cardiaca y hacen ejercicio diario sin importar el clima. Estos santos son una inspiración para todos los demás, pero en el fondo también nos desmotivan, pues son un recordatorio de lo mucho que nos falta para llegar a ser como ellos.
El cambio sin fuerza es asequible. Lo que hace falta es crear cimientos para tomar mejores decisiones, es decir, organizar nuestras rutinas cotidianas. Todos tenemos ya estos cimientos. Hay quienes tienen una organización tal que les permite tomar buenas decisiones con más facilidad. Una alacena sin botanas es un ejemplo de esta organización, una casa sin televisión o videojuegos también, pero si salimos a correr porque no tenemos con qué entretenernos en casa estaríamos tomando una mala decisión, pues lo físico es secundario. Los cimientos deben ser más sustanciales y sustentables, y es por esto que nos rodeamos de apoyo para realizar las acciones que consideramos mejores.
El verdadero secreto para vivir dentro de un orden cimentado donde la mente se sienta libre de tomar buenas decisiones en lugar de malas es el siguiente:
CIMIENTOS PARA UNA VIDA POSITIVA
Tenga buenos amigos.
No se aísle.
Mantenga una relación estable con su cónyuge o pareja.
Comprométase socialmente en proyectos que valgan la pena.
Mantenga un contacto cercano con gente que lleve un estilo de vida positivo, pues los hábitos se contagian.
Tenga un propósito en la vida.
Deje tiempo para el ocio y la relajación.
Satisfaga su vida sexual.
Aborde los problemas de ira que tenga.
Controle su estrés.
Ocúpese de los efectos dañinos de la mente reactiva: cuando reaccione de forma negativa, deténgase, retroceda, respire profundo y ponga atención a lo que siente.
Hemos mencionado varios de estos puntos para ilustrar el estilo de vida ideal del cerebro, pero además están relacionados con la longevidad. Una de las cosas que unen estos puntos es bastante básica: el éxito es el resultado de una labor conjunta; el fracaso sucede más en soledad. Es mejor un cónyuge o una pareja que vigila nuestra dieta (“Ya comiste una galleta hoy, mejor cómete una zanahoria”) que encontrarnos vagando solos por los pasillos del supermercado haciendo compras compulsivas de comida congelada. Un amigo que va al gimnasio tres veces por semana nos incentiva más que cualquier promesa que nos hagamos mientras vemos la televisión el domingo por la tarde. Es importante establecer nuestros cimientos y cumplirlos. Algunos estudios demuestran que perder una pareja nos lleva al aislamiento repentino y a la depresión, aumenta el riesgo de enfermedades y finalmente reduce nuestros años de vida. Pero si tenemos una red de apoyo que va más allá de nuestra pareja, entonces tendremos un respaldo para las influencias negativas.
La inercia es el aspecto más invalidante de la edad. Esto quiere decir que seguimos haciendo lo mismo de siempre y poco a poco abandonamos lo nuevo. La pasividad nos abruma y perdemos motivación. Un sinfín de matrimonios de muchos años se encuentran varados en la inercia, sin ver que la solución a esto se encuentra en el pasado, al final de la mediana edad. Deepak recuerda a una pareja que colapsó cuando la mujer cumplió 50 años. Ella veía esa edad como un parteaguas en su vida, una oportunidad de volver a empezar. Sus hijos estaban a punto de ir a la universidad y tenía un trabajo seguro; entonces quiso abrirse a nuevas cosas que no había podido explorar debido a sus responsabilidades familiares.
“Mi esposo y yo teníamos un ritual anual —dijo la mujer—. Salíamos de vacaciones un fin de semana entero para evaluar nuestro matrimonio; era un acto sistemático. Hacíamos una lista de cada elemento de la relación: el sexo, el trabajo, cualquier intención oculta o resentimiento. Ambos somos muy organizados, y justo antes de cumplir los 50 revisamos cada detalle de nuestro matrimonio y nos dimos cuenta de que sacamos ocho de diez en cada categoría. Me sentí feliz y segura.”
Así pues, una noche la mujer comenzó a discutir los planes que tenía para lograr un matrimonio exitoso para los próximos 20 años, y el resultado fue perturbador. Su esposo, un hombre de negocios exitoso, le dijo: “No quiero cambiar. ¿Para qué? Nos haremos viejos. Nos veo en mecedoras esperando a que los chicos nos llamen”.
Sin que ella lo previera, su esposo sucumbía a la inercia. Su vida giraba por completo alrededor del trabajo. Al retirarse, según él, ya no había más logros por obtener. “Ya hice todo lo que me tocaba. ¿Para qué repetir el pasado? Es demasiado complicado como para hacerlo una y otra vez.”
La pareja fue a terapia, pero sus puntos de vista distaban mucho. Al momento del divorcio ambos estaban decepcionados, pero satisfechos con sus decisiones. La mujer se sintió con la libertad de construir una nueva vida basada en sus nuevas aspiraciones. El marido estaba feliz de hacer un repaso nostálgico del pasado mientras descansaba en sus laureles. Ambos eran personas inteligentes con buena autoestima y confianza en sí mismos.
Sin embargo, con el paso del tiempo, cuando los 50 se convierten en 60, y luego en 70, y luego en 80, ¿quién tomó la mejor decisión? La mujer construyó su vida sobre los cimientos que mantuvo en sus primeros 50 años; el marido confía en que el tiempo se hará cargo de él. No hay garantías para la vida, pero la mayoría de los psicólogos dirían que ella tiene más probabilidad de una vida longeva y, sobre todo, una mayor probabilidad de sentirse satisfecha consigo misma conforme envejezca.
Enlaces con la inmortalidad
Hasta el momento hemos hablado de los aspectos clave de la nueva vejez, título asignado al movimiento social que aboga por un proceso de envejecimiento positivo. En los últimos 20 años, la imagen de la senectud ha pasado por cambios sustanciales. Nadie espera ser considerado inútil a los 65 años, así como muchas personas nacidas en los años cincuenta no piensan en su retiro. Más que nunca retrasamos la vejez. De cierta manera, esto es un efecto positivo de vivir en una cultura que idealiza la juventud, pues nadie quiere confrontar el hecho de ya no ser joven. Mucha gente mayor ha implementado cambios positivos en su estilo de vida, aunque éstos no han sido rápidos (ni equitativos: el incremento de la longevidad sólo ha beneficiado a la mitad más pudiente de los asalariados estadounidenses, para quienes la esperanza de vida es de cerca de 80 años, mientras que para la mitad inferior sigue siendo de 70).
Entonces, ¿qué sigue? Creemos que el rejuvenecimiento debe ver más allá de lo físico e incluso de lo psicológico. La vida ideal se fundamenta en una visión de realización, razón por la cual es el tipo de vida que queremos extender. Es difícil tener una visión que desafíe la vejez, ya que por generaciones los seres humanos hemos observado nuestro entorno y lo que vemos es el proceso de envejecimiento, seguido de la muerte. Sin embargo, esta observación general es falsa. De cierta forma, las células son inmortales, o al menos tan inmortales como todos los organismos pueden serlo. ¿Podría esto darnos una pista para tener una nueva y mejor visión de la vida?
Las mismas algas verdes que evolucionaron hace miles de millones de años siguen con nosotros. Nunca mueren, sólo se dividen. Esto también les sucede a organismos unicelulares como las amibas y los paramecios acuáticos. Las circunstancias adversas se han encargado de destruir formas de vida primitivas, pero los accidentes no son iguales a la esperanza de vida. La esperanza de vida de muchas células es ilimitada, y es sólo cuando se unen para formar plantas o animales complejos que las células sufren el prospecto de la muerte. Tanto un corpúsculo sanguíneo con una esperanza de vida de tres meses como un glóbulo blanco que muere al consumir un germen invasor y una célula epitelial que se va con el viento viven el tiempo debido. A su vez, el cuerpo está constituido por diversas esperanzas de vida, tantas como el número de tejidos que tiene. Aun así, hay mucha flexibilidad: las células madre existen hasta en la persona más vieja y tienen el potencial de madurar y convertirse en células nuevas.
Las células del cuerpo todavía conservan mecanismos de las formas de vida primitivas, como la división celular, pero, al mismo tiempo, siguen evolucionando. Las criaturas complejas como los mamíferos adoptaron nuevas herramientas de supervivencia, como el sistema inmunológico, que los organismos primitivos no tenían. El cuerpo humano enfrenta amenazas distintas a las de las algas verdes, y aun así ambos, con el paso de la evolución, han ideado mecanismos creativos de defensa, superación y supervivencia. Desde hace mucho, la mente humana ha tomado el mando de la evolución celular. Por ejemplo, se ha argumentado que el principal beneficio para la longevidad es la salubridad; el tratamiento de aguas residuales y el agua potable fueron brincos evolutivos para la humanidad —y perderlos supone un grave peligro para cientos de millones de personas en el mundo—. La medicina es, claramente, una manera de prolongar la vida.
Cada uno de nosotros se encuentra atrapado entre dos fuerzas que pelean por un futuro personal. Por un lado, está la fuerza de la evolución, que alarga la vida, y, por el otro, la fuerza de la entropía, que provoca la descomposición con el paso del tiempo. Envejecer es una forma de entropía complicada; no es tan sencillo como una estrella que gasta todo su combustible y explota de manera espectacular como nova o supernova.
La situación es muy compleja, tanto así que cada persona puede escoger creación o destrucción por igual; la entropía no es cosa del destino. No hay razón para que usted no pueda estar a favor de la evolución todos los días. Al final, nuestro único enlace con la inmortalidad es la evolución que ha dirigido a la creación durante 13.8 miles de millones de años desde el Big Bang. Un día de primavera, cuando los árboles marquen el fin del invierno, salga y arranque una flamante flor de un arbusto. Al examinarla, verá que cada pétalo se abre a lo desconocido. A pesar de esa vulnerabilidad, el pétalo repite el proceso de creación que ha existido desde siempre: es una prueba de fe tangible que tiene la vida en sí misma.
De cierta forma, usted es el pétalo del universo. Toda una eternidad, más grande que la vida entera de la galaxia más antigua, se ha abierto paso hasta este momento en la existencia de una persona. ¿Adónde se dirige el universo? Sólo usted puede decidirlo, pues sólo usted es responsable de su propio crecimiento. Sin embargo, la decisión es más que personal. Lo atemporal está a nuestro alcance, en espera de su elección. A donde usted se dirija, ahí estará la realidad. Si cree que es una exageración, piense en su actividad celular; sin su enlace a la inmortalidad, la vida no podría existir.
Longevidad máxima |
La conclusión biológica es que envejecemos cada vez que una de nuestras células envejece. Aun así, las células están diseñadas para sobrevivir, pues están ligadas a procesos químicos prácticamente inmortales, o al menos tan antiguos como el universo. Es irónico cómo, a pesar de que llevemos un mal estilo de vida —como fumar, comer demasiadas grasas y azúcares, no hacer ejercicio—, el mismo cerebro que está implicado en nuestras malas decisiones hace todo lo posible por ser inmortal. Las neuronas son como las demás células: siempre están en una campaña contra el tiempo, y su campaña comienza desde el momento de la concepción de una persona.
Aunque el tono se ha tornado un poco filosófico, existen formas concretas para vivir con una visión de longevidad máxima. Es posible, pero poco frecuente, ganarse la lotería genética. Varias investigaciones se han dedicado a observar mutaciones específicas que permiten a algunas familias judías askenazíes vivir más de un siglo, con padres, madres, hermanos y hermanas de más de 100 años de vida (antes no había registro histórico de este tipo de sucesos dentro de una misma familia). Tal parece que la clave son sus genes, los cuales los hacen inmunes a la placa que se forma en las arterias, la causa principal de infartos y apoplejías. Sin embargo, es remoto el prospecto de trasladar a otros esta ventaja genética.
En general, la esperanza de vida sigue aumentando en países en vías de desarrollo, y, en la actualidad, los japoneses son las personas más longevas de la Tierra. El incremento que se da cada década en la esperanza de vida de la comunidad estadounidense no es un misterio: se debe a una mejor salubridad y a mejores servicios de salud. Éstas han sido piezas cruciales. Las enfermedades infecciosas infantiles han sido controladas y, recientemente, ha habido importantes avances en los servicios de emergencias para el tratamiento de cardiopatías y programas de recuperación de pacientes que sufrieron apoplejías. La disminución del consumo del cigarro también aumenta la esperanza de vida, por lo que tal parece que los últimos dos obstáculos son la obesidad y la falta de ejercicio. En otras palabras, mientras la gente tome las precauciones debidas y haga cambios de vida positivos, las bases físicas para vivir mucho tiempo están aseguradas. Sólo una persona entre 30 000 llegará a vivir 100 años, mientras que más y más de nosotros llegaremos a los 80 o 90 con buena salud.
La opinión general es que necesitamos encontrar la cura del cáncer y del Alzheimer, males característicos de la vejez, para mejorar nuestra situación actual. A pesar de los avances médicos, las cardiopatías siguen siendo la principal razón de mortandad en los Estados Unidos, pero aún no sabemos qué las detona. La placa acumulada en las arterias coronarias se asemeja al sarro de las tuberías, pero no se requiere más que una herida o una lesión microscópica en los vasos sanguíneos para que los depósitos de grasa encuentren dónde acumularse. Este proceso comienza desde temprana edad y, a pesar de que conocemos los factores de riesgo —como el estrés, el tabaquismo, tener niveles altos de colesterol, llevar una vida sedentaria y tener comportamientos tipo A—, éstos no equivalen a las causas.
Hoy en día, la longevidad nos muestra una imagen confusa, entre genes, factores de riesgo y medicamentos, los preferidos de las compañías farmacéuticas. En promedio, los viejos consumen siete tipos de medicamentos, todos con efectos secundarios. Las píldoras son fáciles de usar y de fácil prescripción, pero en la última década los tratamientos para la depresión, las cardiopatías y la artritis han sido puestos bajo escrutinio, pues quizá sean menos eficaces y más peligrosos de lo que prometían ser. En todo caso, el enfoque hacia los medicamentos ha disminuido el incentivo público de la prevención, que es benéfica y sin efectos secundarios.
Discutamos ahora la aproximación más personal a la longevidad, es decir, estar en sintonía con nuestro cuerpo. Esto requiere que tengamos conciencia de nosotros mismos. Por un lado, usted cuenta con toda una vida de gustos y aversiones, hábitos, creencias y condicionamientos. Por el otro, cuenta con la sabiduría evolutiva de cada célula. El rejuvenecimiento consiste en unir estas dos partes. Esto es un ejemplo perfecto de la supervivencia del más sabio.
LA SABIDURÍA DE LAS CÉLULAS | SIETE LECCIONES DE LONGEVIDAD |
1. Las células comparten y cooperan; ninguna es una isla.
2. Las células se sanan a sí mismas.
3. La vida celular requiere nutrición constante.
4. Las células son dinámicas: si se estacan, mueren.
5. El balance entre el mundo interno y el externo se mantiene siempre.
6. Las toxinas y los organismos contaminantes son localizados y atacados.
7. La muerte es parte normal del ciclo de vida de una célula.
Las células se han vuelto más sabias con el paso del tiempo y la evolución; usted puede hacer lo mismo si es autoconsciente y pone atención a cómo la biología ha resuelto muchos de los problemas más profundos de la vida diaria.
1. Las células comparten y cooperan; ninguna es una isla.
Usted forma parte de la humanidad, pues la coexistencia es la forma más natural y saludable de vida. Las células no luchan en contra de esta realidad; ellas se favorecieron al formar tejidos y órganos, y el cerebro humano es la mejor prueba de ello. Sin embargo, nos sentimos tentados a intentar hacer las cosas en solitario, impulsados por el ego a lograr cada vez más cosas solos, y quizá incluimos a nuestra familia inmediata, pero dejamos fuera a casi todos los demás. (Un libro memorable, que trata sobre cómo hacerse rico, hace una revisión de los millonarios artífices de su propio éxito y llegó a una triste conclusión: la mayoría eran unos “malditos tacaños”.) Las células, por su parte, no cometen el error de querer ser la número uno.
No pretendemos con esto hacer un juicio moral. Hay estudios muy interesantes que demuestran que las conexiones sociales son extrañas y misteriosas. Los científicos sociales han hecho un sorprendente descubrimiento al revisar la inmensa base de datos del estudio cardiaco de Framingham, el cual examina los factores de riesgo relacionados con infartos al corazón a lo largo de 32 años: la obesidad, uno de los mayores riesgos de enfermedades cardiacas, se contagia como un virus. Ya sea en el círculo familiar, laboral o entre amigos, el simple hecho de relacionarnos con alguien que tenga un problema de sobrepeso nos hace más propensos a tenerlo nosotros también. “Según los datos, si una persona presenta obesidad, la probabilidad de que un amigo suyo sufra lo mismo se incrementa 57%. (Esto quiere decir que los círculos sociales predicen más la obesidad que la presencia de los genes relacionados con la enfermedad.) Si un hermano presenta obesidad, la probabilidad de que otro hermano la presente es de 40%, y de 37% si el obeso es el cónyuge.”
Con métodos estadísticos que vincularon a 12 067 residentes de Framingham, Massachusetts, los investigadores descubrieron que la conducta viral de la obesidad también puede aplicarse a otros padecimientos, como la adicción al cigarro y la depresión. Si usted tiene un amigo fumador, la probabilidad de que usted lo sea aumenta, mientras que un amigo que deja el cigarro incrementa la probabilidad de que usted tome la misma decisión positiva. De cualquier forma, lo más enigmático es que no es necesario que usted esté relacionado con alguien directamente. Si su amigo tiene un amigo obeso, deprimido o fumador, aunque usted no lo conozca, las probabilidades de que adquiera sus hábitos se incrementan, aunque sea un poco.
Otros científicos sociales no están de acuerdo con estas correlaciones, pero hasta el momento nadie ha descubierto un mejor modelo que explique cómo se transmiten estas conductas. Lo importante aquí es que un contexto social positivo es bueno para el cuerpo y la mente. De cierta forma, aunque no lo entendamos del todo, nuestras células significan lo que es hacer el bien. Un clásico estudio psicológico de la Universidad de Harvard, llevado a cabo en los años ochenta, pedía a los sujetos ver una película sobre el trabajo de la madre Teresa de Calcuta con niños enfermos y huérfanos. Mientras veían la película, su tensión arterial y su ritmo cardiaco disminuyeron.
Un estudio de la Universidad de Michigan efectuado en 2008 por la psicóloga social Sara Konrath fue un paso más allá y examinó la longevidad de 10 000 habitantes del estado que habían participado en un estudio médico que se remontaba a su graduación de preparatoria en 1957. Konrath se enfocó en aquellos que habían hecho trabajo social voluntario en la última década, y los resultados fueron fascinantes. Los individuos que hicieron trabajo voluntario vivían más que los que no. De 2 384 no voluntarios, 4.3% murieron entre 2004 y 2008, en contraste con 1.6% del grupo altruista.
La palabra clave es altruista. Se les preguntó por qué hacían trabajo voluntario, y no todas las respuestas se relacionaban con el altruismo. Algunas razones tenían que ver más con otra gente: “Me parece importante ayudar a los demás”, o “Ser voluntario es una actividad importante para las personas más cercanas a mí”. Otros dieron respuestas más enfocadas en lo personal: “El trabajo voluntario es un escape de mis propios problemas”, o “El voluntariado me hace sentir bien conmigo mismo”. Las personas que hacían trabajo voluntario por satisfacción personal tenían el mismo índice de mortalidad (4%) que las personas que no hacían trabajo voluntario. Éste es tan sólo uno de los muchos ejemplos que reflejan que las acciones invisibles del sistema cuerpo-mente tienen consecuencias físicas. Nuestras células nos conocen y saben cuáles son nuestras motivaciones. El estudio de Michigan fue el primero en demostrar que las motivaciones de los voluntarios tienen un impacto en su esperanza de vida.
Pasar del egoísmo a las acciones sociales es un proceso cuyos pasos son más o menos los siguientes:
Quiero agradar y que me acepten.
Si me quedo con todo, la gente me rechaza.
Podemos tener éxito juntos o fracasar por separado.
Me puedo dar el lujo de compartir, pues no me daña; es más, se siente bien hacerlo.
Al dar, me doy cuenta de que también recibo.
Cuanto más tengo, más puedo dar.
Es extraño, pero mientras más doy, más satisfecho me siento.
El tipo de entrega más satisfactoria es darle a la gente parte de mí.
La conexión más profunda viene de la generosidad espiritual.
Como todo en esta vida, el camino que lleva a cada individuo del primero al último punto da distintas vueltas. Un niño de tres años que aprende a compartir sus juguetes no entiende la generosidad espiritual. De hecho, algunas personas nunca la entienden, sin importar su edad. Sin embargo, la construcción personal sigue este camino, en conjunto con el diseño natural de las células, que implica compartir y cooperar como estrategia de supervivencia. En el nivel personal, la supervivencia no es un problema; el problema son las recompensas que recibimos vinculándonos y conectándonos con otros, el proceso básico de una sociedad en paz.
2. Las células se sanan a sí mismas.
Cuando somos autoconscientes, aprendemos a reparar nuestros daños. Para las células resulta natural, a pesar de que la sanación es uno de los procesos corporales más complejos y confusos. Sólo sabemos que existe y que nuestra vida depende de ella. Las células tienen la fortuna de no tener que cavilar respecto de su propia sanación; sólo localizan el daño, y de inmediato se activa el mecanismo de sanación. Encontramos un equivalente en el nivel cuerpo-mente. Cuando decimos: “El tiempo cura todas las heridas”, hablamos de procesos automáticos, sean dolorosos o no. Por ejemplo, la aflicción sigue su curso sin que nadie note la sanación de las emociones rotas.
Pero no todos los procesos de sanación son automáticos, como podemos observar en quienes nunca superan la aflicción. La mayoría de las veces, sanar es una actividad consciente. Todo el tiempo miramos hacia nuestro interior y nos preguntamos: “¿Cómo va todo por aquí?” Nada garantiza que encontraremos la respuesta, y, cuando la lesión interna está irritada y adolorida, el simple hecho de verla se vuelve demasiado para nosotros. La autosanación implica sobreponerse al dolor y encontrar una manera de estar en forma de nuevo. El camino es un tanto así:
Alguien ayúdeme, me siento mal.
Alguien vuelva a ayudarme, me siento mal de nuevo.
¿Por qué no me deja de doler? Si lo ignoro quizá desaparezca.
Intenté distraerme, pero de verdad necesito entender lo que ocurre en mi interior.
Tolero observar aquello que no anda bien.
Quizá pueda hacer algo por mí mismo.
Quizá el dolor intenta decirme algo. ¿Qué podrá ser?
Creo que ya entendí, y el dolor empieza a disminuir.
Me siento bastante aliviado; es posible sanar.
Confío en mi capacidad de sanación.
Un niño que llora por su mamá no tiene más recursos; él no entiende la última parte: “Confio en mi capacidad de sanación”. Sin embargo, la sanación es parte del ciclo de retroalimentación que vincula cuerpo y mente. Su capacidad personal crece a medida que experimenta más momentos de autosanación, incluso si sólo son simulacros. Ganarles a nuestras heridas más profundas es un triunfo espiritual sin el cual la vida sería cruel, pues las heridas son ineludibles. La construcción personal es prueba de que la vida no es cruel mientras la victoria sobre el dolor sea posible. A través de la autoconsciencia, usted se da cuenta de que la sanación es una de las fuerzas más importantes que sustentan la vida.
3. La vida celular requiere nutrición constante.
Las células viven gracias a su completa confianza en el universo. Ésta es tan fuerte que la célula promedio no almacena reservas alimentarias y de oxígeno para más de tres o cuatro segundos. Saben que el alimento siempre vendrá. Con esa certeza, pueden dedicar todo su tiempo y su energía a las cosas que impulsan la vida, como el crecimiento, la reproducción, la sanación y el engranaje celular interno. Al mismo tiempo, las células no escogen lo que les conviene; todo nutriente es bueno. No sobra tiempo para cometer errores o coquetear con estilos de vida riesgosos.
A continuación, un fragmento de sabiduría que se adquiere a través de la transgresión, más que a través del cumplimiento. En nuestra cultura, la emoción, el riesgo y el peligro son palabras positivas, mientras que el balance, la proporción y la moderación implican aburrimiento puro. La rebeldía nos parece un derecho natural, por lo que nos sentimos tentados a ignorar los beneficios de una vida balanceada, pero nuestras células sufren con cada experiencia. Sin embargo, la sabiduría nos enseña más de una cosa. Todos valoramos nuestro derecho a cometer errores, y la evolución es compasiva, así que siempre podemos retroceder y comenzar con un mejor estilo de vida. Lo importante es saber qué es lo mejor para nosotros y enfocarnos en eso.
Al hacerlo, la pasión se vuelve parte del equilibrio. Al parecer, cada célula siente una pasión natural por la vida, de modo que hace todo lo posible por prosperar y reproducirse. Así pues, aliméntese de las tres cosas que aumentarán su pasión por vivir. Vale la pena tomarse el tiempo de escribirlas y llevar la lista en la cartera como recordatorio constante. En general, su bienestar debe incluir cuerpo y mente, por lo que su lista debe tener:
1. La visión personal más suprema.
2. Su amor más profundo.
3. Su objetivo más ambicioso.
La visión le dará propósito y sentido; el amor, emociones vívidas y pasión duradera, y el objetivo ambicioso, un propósito cuyo éxito llevará años. En conjunto, estos elementos nos llevan a la felicidad verdadera. Al igual que otros aspectos de la sabiduría, hay un camino para alimentar nuestra vida, como el siguiente:
Supongo que soy lo suficientemente feliz. Mi vida es tan buena como la de mi vecino.
Me gustaría que mis días no fueran tan rutinarios y predecibles.
Debajo de la superficie tengo sueños secretos.
Tal vez no es indispensable temer para alcanzar las metas.
Merezco más calidad y felicidad en mi vida.
Me arriesgaré para alcanzar la felicidad.
Mis ambiciones empiezan a ser reales.
No puedo creerlo, el universo está de mi lado.
Éste es un camino de confianza continua, el tipo de confianza que es natural a las células, pero que a nosotros nos cuesta trabajo tener. Para la mayoría de las personas, la confianza choca con una pared a temprana edad, y entonces pierden la confianza que como niños sentían, pues de sus padres dependía alimentarlos, vestirlos y mantenerlos. Ocurre un cambio cuando entra en nuestra vida un tipo nuevo de confianza llamado autosuficiencia. Durante esta transición, aprendemos a dejar de confiar en lo exterior (“Confío en mi mami y en mi papi”) para confiar en nuestro interior (“Confío en mí mismo”). Es obvio que esta transición es difícil y viene acompañada de impedimentos, por lo que se requiere una conciencia constante para seguir evolucionando. El único bienestar auténtico viene del interior. Si sigue poniendo la confianza en otros, le podrá ser arrebatada; pero si confía en usted mismo, esto no pasará. El camino empieza por afirmar “Puedo hacerlo solo”; luego: “Conmigo me basta”, y termina: “El universo me sustenta”. No existe camino más gratificante y sublime que éste.
4. Las células son dinámicas: si se estancan, mueren.
Las células son inmunes a los problemas de la vida diaria (para sobrevivir, tan sólo deben ser) y una bendición es que nunca se estancan. El mundo de una célula es el flujo sanguíneo, que es una supercarretera llena de tráfico químico. A simple vista, la sangre es un líquido carmesí uniforme, un poco viscoso y caliente, pero a nivel molecular abunda en variedad. Una célula nunca sabe a ciencia cierta lo que le llevará la carretera. La química sanguínea de un soldado en plena batalla, de un paciente con cáncer, de un yogui dentro de una cueva en el Himalaya o de un recién nacido, es única.
La respuesta celular a un mundo en constante cambio es la adaptabilidad. El cerebro debe ser el más adaptable, puesto que todas las acciones del cuerpo, hasta las más pequeñas, le son reportadas. Por tanto, si usted se aferra a una conducta, hábito o creencia específicos, obstaculiza su cerebro. Le tomó mucho tiempo a la ciencia médica aceptar lo grave que es aferrarse a algo. Hace 20 años, algunos de los primeros estudios sobre la relación cuerpo-mente buscaban correlaciones entre la psicología y las enfermedades. Muchos doctores suponían, sin tener un respaldo científico, que algunos pacientes tenían personalidades que los hacían más susceptibles a ciertos tipos de cáncer. Los resultados mostraron una “personalidad propensa a la enfermedad” marcada por represión emocional y tensión general, pero no surgió ninguna “personalidad propensa al cáncer”. Por tanto, no sirvió de mucho descubrir que nuestra psique nos pone en un riesgo general y vago de padecer casi cualquier enfermedad, desde un resfrío hasta artritis reumatoide e infartos.
Sin embargo, podemos hacer uso de este descubrimiento al darle un giro de 180 grados. En vez de intentar localizar con precisión el tipo de conductas que ocasionan el cáncer, podemos enfocarnos en no aferrarnos ni estancarnos, pues ya sabemos que las neuronas y todas las demás células están diseñadas para ser dinámicas, flexibles y abiertas al cambio. Que el cambio es nuestro amigo no es algo que aceptemos con naturalidad, pues con el paso del tiempo nos volvemos más renuentes al cambio. El camino por seguir puede ser más o menos así:
Soy quien soy y nadie tiene derecho a cambiarme.
La familiaridad configura mi zona de confort.
Mi rutina diaria comienza a estancarse.
Veo a otros que hacen más que yo. Quizá estoy suprimiendo mi curiosidad.
No puedo esperar que lo nuevo venga a mí por cuenta propia. Necesito motivarme.
Comienzo a disfrutar lo nuevo.
Es posible crear una zona de confort en pleno cambio.
Amo mi vida dinámica; me hace sentir vivo.
Para las células, este camino es innecesario, pues la evolución ha hecho que el dinamismo sea una parte más de su vida. Es a nivel personal que usted debe confrontar el estancamiento. Al final, la razón es básica y natural: usted está diseñado para evolucionar, porque así es como funciona su cuerpo. Cooperar con la naturaleza no será fácil al principio, pero, conforme insista, verá que es la manera más fácil de vivir y prosperar.
5. El balance entre el mundo interno y el externo se mantiene siempre.
Las células no se obsesionan con su mundo interior. No son neuróticas ni ansiosas respecto del futuro. No se arrepienten de nada (aunque definitivamente guardan las cicatrices del pasado; si no, pregúntele al hígado de un alcohólico o al estómago de alguien aprehensivo). Puesto que no se quejan, es fácil asumir que las células no tienen una vida interior, pero la tienen. La línea divisoria entre el interior y el exterior de una célula es la membrana externa. De muchas formas, ésta es el cerebro miniatura de la célula, ya que todos los miles de mensajes se reciben a través de los miles de receptores localizados en la membrana. Estos receptores permiten la entrada de algunos mensajes y dejan fuera otros. Como los lirios flotantes, se abren al mundo, pero tienen raíces por debajo de la superficie.
En el interior, estas raíces permiten que los mensajes lleguen a donde sea necesario. Si usted experimenta negación o represión, la censura o la erupción de ciertos sentimientos, o si siente el jalón de la adicción o la rigidez de los hábitos, todas esas cosas pueden detectarse en la membrana celular. Los receptores están en constante cambio para satisfacer la necesidad de equilibrio entre el mundo interno y el externo. Éste es otro obsequio de la adaptabilidad. A Deepak le gusta decir que no sólo tenemos experiencias, sino que también las metabolizamos. Cada experiencia se codifica como una señal química que alterará la vida celular, ya sea de una forma sustancial o no, por unos minutos o unos cuantos años.
El problema surge cuando una persona cierra su mundo interior y no logra sincronizarlo con el exterior. Hay dos extremos: en uno están los psicóticos, para quienes la realidad está hecha de alucinaciones y pensamientos truncos, y en el otro están los sociópatas, que carecen de conciencia y de un mundo interior, y lo único que ven es cómo explotar lo que está “afuera”. Entre estos dos polos hay muchos tipos de conductas. Ambos mundos se salen de equilibrio a causa de cualquier tipo de mecanismo de defensa. Esto quiere decir que implementamos una pantalla que separa el mundo exterior de nuestras reacciones hacia él. Las pantallas incluyen las siguientes:
Negación: rehusar enfrentar cómo nos sentimos realmente cuando algo falla.
Represión: dejar de sentir para que lo que pase “allá afuera” no pueda hacernos daño.
Inhibición: reprimir nuestros sentimientos con la lógica que dicta que los sentimientos truncados son más seguros y más aceptados por la sociedad.
Manía: tener sentimientos desenfrenados sin pensar en las repercusiones sociales. Es lo contrario a la inhibición.
Victimización: negarnos placer porque los demás no nos lo dan, o aceptar el peso del dolor porque creemos merecerlo.
Control: poner una barrera entre los mundos para que ninguno cruce nuestros límites.
Dominación: mantener a otros en una posición inferior mientras nos intoxicamos con una fantasía de poder.
¿Cómo sería la vida sin estas pantallas? En pocas palabras, usted tendría resiliencia emocional. Los estudios realizados con sujetos que han llegado a los 100 años en buen estado de salud indican que su secreto más grande es la resiliencia. Los centenarios han enfrentado los mismos obstáculos y las mismas desilusiones que los demás, pero al parecer han sabido superarlos con facilidad y no permiten que el peso del pasado los aplaste. Este tipo de resiliencia emocional implica que no siempre hay mecanismos de defensa presentes, pues, cuando lo están, la gente decide guardar heridas y rencores viejos e incorporar el estrés a su vida en lugar de eliminarlo. El cuerpo paga la factura cada vez que construimos una barrera defensiva.
En lugar de actuar de estas formas distorsionadas, las células dejan pasar el flujo natural de la vida; la respuesta interior de la célula empata con lo que sucede en el exterior. Para restablecer este ritmo a nivel personal es necesaria la conciencia. Todos tenemos cargas emocionales y tendemos a proteger nuestro ser interior del dolor o a ignorar nuestro mundo interno, porque enfrentarlo parece desastroso. El camino que nos lleva al balance entre el interior y el exterior va más o menos así:
Esto se siente mal; no quiero lidiar con esto.
No es seguro mostrar lo que siento.
El mundo es un lugar aterrador. Todos tenemos derecho a protegernos.
Enfrentaré mis problemas mañana.
Las cosas no parecen solucionarse solas.
Quizá necesito enfrentar mis actitudes ocultas y sentimientos reprimidos.
Eché un vistazo al interior y hay mucho por hacer. Sin embargo, no es tan temible como esperaba que fuera.
Es un alivio deshacerme de problemas viejos.
Comienzo a sentirme más cómodo y seguro respecto del mundo.
6. Las toxinas y los organismos contaminantes son localizados y atacados.
Si las células pudieran opinar sobre nuestra forma de vivir, sin duda estarían sorprendidas con nuestra alta tolerancia a las toxinas. De forma natural, las células expulsan o contrarrestan toda sustancia tóxica que se cruce en su camino. La principal función del sistema inmunológico es separar a los invasores dañinos de los inofensivos. La tarea del riñón consiste en filtrar las toxinas de la sangre. Hay una gran variedad de flora bacteriana necesaria en nuestros intestinos (si usted toma un antibiótico, que indiscriminadamente elimina las bacterias, su digestión se desequilibrará por un tiempo) y una variedad similar de sustancias bioquímicas que transitan por nuestra sangre. El sistema inmunológico y los riñones han evolucionado para discernir lo bueno de lo malo. La inteligencia de su cuerpo reconoce la toxicidad y se defiende de ella. Sin embargo, para los humanos ha resultado muy difícil aprender esta lección.
La medicina convencional dañó el bienestar público al pasar por alto la campaña que estaba a favor de una dieta más natural y libre de aditivos. A partir de la adición de hormonas que aceleran la producción de la carne e incrementan drásticamente la cantidad de leche que una vaca puede dar, han ocurrido cambios sospechosos en la salud pública, como la aparición de la menstruación en niñas pequeñas y el aumento de casos de cáncer de mama (el tejido mamario es muy sensible a las sustancias ajenas y puede confundirlas con señales hormonales). Incluso hoy en día, un médico general sabe lo mínimo de nutrición y alimentación. Los médicos debieron unirse a la campaña en contra de posibles contaminantes en el aire, el agua y los alimentos.
Sabemos que las poblaciones con agua contaminada y mal sistema de drenaje son más propensas a todo tipo de epidemias y recortes en la esperanza de vida, pero no hay suficientes estudios que relacionen la esperanza de vida con los aditivos “normales” de los alimentos. Por ley, el gobierno monitorea el uso de pesticidas e insecticidas, pero aun así pocas veces se interponen los recursos jurídicos pertinentes contra quienes infringen las normas. Las grandes fuerzas económicas promueven la comida rápida, la carne llena de hormonas, el alto contenido de azúcar y los conservadores. Pero no tendríamos que esperar a que los estudios nos digan qué aditivos son tóxicos. Sabemos que una dieta alta en azúcares y grasas es riesgosa. La precaución es la mejor actitud posible, y llevar una dieta natural, lo más sensato. ¿Por qué no intentar entonces llevar una dieta lo menos tóxica posible?
Esto no debe convertirse en una lógica de extremos. Hasta el momento, ningún estudio demuestra que si una persona consume grandes cantidades de suplementos o lleva una dieta orgánica rigurosa vive más que quienes comen balanceadamente. La palabra toxina nos da miedo, pero una postura equilibrada es mejor que una búsqueda de pureza máxima motivada por el temor. Por ley, los pesticidas y los insecticidas deben haberse degradado para cuando la comida llega al mercado, y deben enjuagarse cuando son procesados para su venta; aun así, lavar las frutas y las verduras debe ser una norma en casa. Es sensato desconfiar de la industria alimenticia que con frecuencia nos asegura que no consumimos tantos conservadores, aditivos y pesticidas como para que nos hagan daño. A lo largo de nuestra vida, somos lo que comemos, y eso debe ser advertencia suficiente.
La campaña a favor de una mejor dieta es parte de una tendencia general, aunque lenta, de hacer cumplir la ley, pero el problema más grande son las toxinas invisibles que degeneran el bienestar. A su vez, estas toxinas tienen suficiente publicidad: el estrés, la ansiedad, la depresión, la violencia doméstica, el abuso emocional y físico. Éstas son las toxinas invisibles; sin embargo, la misma dificultad de hacer cumplir su erradicación está presente. La gente soporta demasiados estilos de vida tóxicos. Todos los días adoptamos conductas que tienen impactos negativos en nuestro cuerpo, o padecemos conductas similares por parte de nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo. La solución es la conciencia, echar un vistazo honesto al espejo y encontrar la forma de expulsar de nuestra vida esas toxinas invisibles. El camino para hacerlo puede ser el siguiente:
Estoy fuerte y tengo buena salud. Puedo comer lo que quiera.
Nada parece ir mal.
Lo “natural” es para ex jipis y gente que se preocupa demasiado.
Examiné la situación y hay más toxinas de las que pensaba.
Más vale prevenir que lamentar.
Debo cambiar hoy si quiero estar bien mañana.
Puedo evitar la comida procesada si lo intento.
Merezco estar bien. Me costará trabajo, pero lo vale.
Deshacerse de las toxinas invisibles es otro camino, pero no es del todo diferente. Usted empieza pensando: “Puedo aguantarlo”, pasa por: “Es un daño para mi vida”, y termina con: “Merezco estar bien”. La lógica y la inercia son cosas poderosas. Podemos pasar años aguantando las toxinas porque nuestra mente encuentra excusas para el cambio. Reconozca el poder de estas fuerzas y respételas. No necesita emprender un ataque intempestivo para purificar su vida; basta con evolucionar en la dirección correcta. Vale la pena dedicar algunos años de reflexión a la sabiduría que las células adquirieron luego de miles de millones de años de evolución.
7. La muerte es parte normal del ciclo de vida de una célula.
Las células logran algo que nosotros apenas entendemos y sólo podemos envidiar. Dedican todos sus esfuerzos a la supervivencia y no tienen miedo a la muerte. Ya hablamos de la apoptosis, es decir, la muerte programada que genéticamente dice a las células cuándo morir. La mayor parte del tiempo las células se dividen en lugar de morir de la forma que tanto tememos. Ellas desafían la mortalidad cuando se transforman en una nueva generación de células. La reencarnación sucede frente a nosotros cuando vemos el proceso de la mitosis con un microscopio. A los humanos la muerte nos perturba más, aunque en las últimas décadas nuestra actitud al respecto es menos temerosa, en gran parte gracias al revolucionario libro Sobre la muerte y los moribundos de Elisabeth Kübler-Ross, publicado en 1969.
La sabiduría de las células se relaciona a la perfección con los grandes maestros de la sabiduría mundial. La muerte no es igual y opuesta a la vida: es parte de la vida, que abarca todo. Todo lo que nace debe morir, y aun así, dentro del plan cósmico, morir es tan sólo una transición a otra vida. La renovación es la constante de la naturaleza. Estos temas son controversiales cuando la gente compara sus creencias religiosas y pelea por una verdad dogmática. Pero ni las células ni la naturaleza en sí tienen preferencias teológicas.
Un escéptico estará en contra de cualquier punto de vista basado en la fe; argüirá que el universo es frío e impersonal, regido por eventos aleatorios e indiferentes a la existencia humana. Curiosamente, la lucha entre la fe y el escepticismo no tiene consecuencias en la valoración que cada uno tiene de la mortalidad. Aceptar la muerte es un acto personal que trasciende las creencias. Hay creyentes devotos que tiemblan de miedo ante la idea de la muerte, así como escépticos que la toman con ecuanimidad. Lo esencial, traído a colación por Kübler-Ross, es que morir es un proceso de varias etapas que conocemos bien: duelo, negación, ira, negociación, depresión y aceptación. (Deepak conoce a dos hermanas que cuidaron a su madre de 89 años, quien se encontraba en estado terminal. Se sentaron a cada lado de la cama, turnándose la lectura de Sobre la muerte y los moribundos, con la esperanza de ofrecerle consuelo a su madre, que las oía en silencio con los ojos cerrados. De repente se dieron cuenta de que ya había muerto, y una de las hermanas dijo sin pensar: “¡Pero apenas vamos en la cuarta etapa!”)
Entretanto, ha surgido una discusión sobre el orden y la descripción de las etapas de la muerte hecha por Kübler-Ross. La lección más grande es que morir debe ser tan dinámico como vivir, una experiencia que evolucione conforme la experimentamos. En culturas como el budismo tibetano hay una larga preparación para la muerte y una teología que detalla varios cielos e infiernos (aunque los bardos son más bien considerados estados de conciencia luego de que se abandona el cuerpo). En Occidente no existe esa tradición (exceptuando a los indios americanos), y cada quien debe reflexionar el problema de la muerte como algo personal. De cualquier modo, es algo sobre lo que debemos reflexionar. Temer a la muerte es malo para el cuerpo, no porque la muerte sea lúgubre, sino porque el miedo es tóxico.
Es inevitable la imagen del ciclo de retroalimentación que envía mensajes a las células. La buena noticia es que usted puede quitarse el olor a muerte, que en gran parte es psicológico. La naturaleza está de su lado. La gran mayoría de los pacientes terminales la acepta, y quienes trabajan en los hospitales se dan cuenta de que quienes sufren más ansiedad y estrés son los familiares y no los moribundos. Es demasiado superficial y erróneo relacionar la vejez con la muerte. La vejez le sucede al cuerpo, y la muerte, a la persona. Así pues, quien tenga una conciencia personal más arraigada, aquel que haya reflexionado con profundidad sobre la gran pregunta: “¿Quién soy yo?”, será quien esté más tranquilo a la hora de su muerte.
Hablaremos más sobre cómo llegar a nuestro verdadero yo, o yo nuclear. Es un problema vital, ya que la sabiduría tradicional universal dicta que el verdadero yo no puede ser tocado por la muerte, que es lo que san Pablo quiere decir con “muriendo hasta la muerte”. Es importante destacar en este momento que morir es una parte natural de la vida, tal como lo experimenta cada célula de nuestro cuerpo. El camino para estar en paz con la muerte puede verse de la siguiente manera:
No pienso en la muerte porque no tiene sentido hacerlo.
Lo más importante es vivir cada instante.
De cualquier forma, creo en secreto que no llegaré a la vejez ni moriré.
La verdad es que no pienso en la muerte porque me aterra.
He visto la muerte de un amigo, un familiar, una mascota. Sé que algún día será mi turno.
Empiezo a sentirme mejor al respecto. Puedo mirar a la muerte sin tener que salir corriendo.
Todos morimos. Lo mejor es acercarme a la muerte con calma y con los ojos abiertos.
He sentido las primeras señales de mortalidad; es tiempo de enfrentarme a la muerte.
He descubierto que me parece interesante saber más sobre la muerte.
Me ha sido posible aceptar la muerte como una etapa natural de la vida.
Alcanzar la sabiduría es un proyecto que dura toda la vida. La “nueva vejez” es un estimulante para ello, así como también los estudios que muestran el lado positivo del envejecimiento, el cual puede ser llamado madurez. En comparación con la gente joven, a los viejos no les va bien en los exámenes para determinar el coeficiente intelectual (CI), pero en las áreas de experiencia de vida salen ganando. Esto se ve, en particular, en pruebas en las que se hacen preguntas sobre decisiones difíciles, como despedir a un empleado, decirle a un amigo que su cónyuge le es infiel o enfrentar el diagnóstico de una enfermedad grave de un miembro de la familia. Lo que uno necesita para esas situaciones es madurez, y, aunque la inteligencia emocional entra en juego, ningún aspecto del CI se equipara con la madurez. La vida debe vivirse; de esa manera se adquiere la madurez. ¿Por qué no vivimos la vida tal como lo dicta la evolución, ejemplificada en las células?