Es probable que pasen décadas antes de que el supercerebro logre un verdadero impacto. Comenzamos por pedirle que creara una relación nueva con su cerebro y dominara su maravillosa complejidad. El mejor usuario del cerebro es también un líder inspirador. Esperamos que esté más cerca de desempeñar ese papel. Si es así, usted es el futuro y dará el siguiente paso en la evolución del cerebro humano.
La neurociencia sigue siendo reveladora en su época dorada, obsesionada con emparejar áreas de actividad cerebral con conductas específicas. Ése ha sido un proyecto productivo, pero se ha encontrado con contradicciones, como sucede cuando tratamos de reducir la mente a un mecanismo físico. Los seres humanos no somos marionetas operadas por el cerebro. Sin embargo, los neurocientíficos tampoco pueden tomar una postura definida al respecto. Por ejemplo, las investigaciones más recientes sobre adicción a las drogas se han tornado muy específicas respecto del daño que causan la cocaína, la heroína y las metanfetaminas a los receptores opioides. Este daño es permanente y nos hace desear mayores dosis. En algún punto, todo adicto deja de sentir el efecto de las drogas, pero mantiene el hábito destructivo con tal de sentirse normal.
Esta imagen es evidencia sólida de que la adicción ejemplifica de forma cruel que las drogas son las que usan al adicto y no al revés. Algunos expertos citan estas investigaciones y declaran que es imposible romper la adicción; las sustancias tóxicas se aferran con mano de acero. Aun así, la gente supera las adicciones. Confrontan a sus cerebros devastados y logran imponer su voluntad. Afirmar: “Puedo contra esto” no siempre funciona, pero muchas veces sí. Es un grito que viene de la mente, no del cerebro. Expresa decisión y libre albedrío. Puesto que estos aspectos carecen de popularidad dentro de la neurociencia, hemos trabajado mucho en este libro para restaurar su valor.
Nuestra segunda meta era que la conciencia superior fuera creíble. Estaba feliz de trabajar con un investigador brillante, porque me queda claro que la sociedad moderna no está dispuesta a aceptar la iluminación si no hay datos que la respalden. Los datos están ahí, abundan. El cerebro sigue el camino que señala la mente, incluso en los dominios de Dios. De todos los mensajes enviados al cerebro, los más sutiles, que no son del todo silenciosos, son guiños de divinidad. Millones de personas no prestan atención a estos mensajes, porque el silencio pasa inadvertido en medio del ritmo y el ruido cotidianos. Pero también el sistema de valores de la ciencia dificulta la creencia en la existencia de Dios, un ser invisible que no deja marca en el mundo físico.
Muchas de las cosas que damos por sentadas no parecerían reales si se midieran con evidencia física, empezando por la música y las matemáticas, y terminando con el amor y la compasión. Después de escribir este libro, me di cuenta de que Dios no es un lujo o un plus de la existencia diaria. Más allá de la religión organizada, la cual muchos abandonan, existe la necesidad de creer en una fuente de la conciencia. De no ser así, seríamos como Lois Lane en un momento gracioso de la primera película de Superman (1978).
Lois ha sido lanzada de un rascacielos y va directo a su muerte. Al ver esto, Clark Kent se mete dentro de una caseta telefónica y se pone su disfraz de Superman por primera vez. Vuela hacia Lois, la agarra en plena caída y le dice: “No se preocupe, señorita. Yo la sostengo”. Lois está perpleja y, con los ojos desorbitados, exclama: “Pero ¿quién lo sostiene a usted?” La misma pregunta se aplica a la conciencia. Necesita de alguien o algo que la sostenga, y ese alguien es la conciencia a la que por costumbre llamamos Dios. Si no existiera Dios, tendría que ser inventado. ¿Por qué? Analicemos el argumento de que “el cerebro es primero”. Si la conciencia surgiera de interacciones químicas del cerebro, como dice el argumento, no hace falta un Dios. Los átomos y las moléculas se encargan de la mente por sí solos.
Sin embargo, hemos argumentado que es imposible que el cerebro cree conciencia. Nadie ha estado cerca de demostrar la transformación mágica que permite que las sales, la glucosa, el potasio y el agua piensen. A la sociedad moderna le parece primitivo que nuestros ancestros más remotos alabaran a los espíritus de los árboles, las montañas y otros ídolos y tótems —práctica conocida como animismo—. Esa gente atribuía una mente a las cosas. Pero ¿acaso la ciencia no es culpable del animismo cuando afirma que las sustancias químicas del cerebro piensan? Lo contrario es más plausible. La conciencia —la agencialidad invisible de la mente— creó al cerebro y lo ha usado desde que los primeros organismos caminaron por el mundo. Conforme evolucionó la conciencia, modificó al cerebro para sus propios propósitos, ya que el cerebro es sólo la representación física de la mente.
Al principio, darle la vuelta al argumento neurocientífico provoca una conmoción. Sin embargo, le da a Dios una nueva oportunidad de vida (no es que haya muerto alguna vez). Por un instante, deshágase de toda imagen de Dios. En vez de eso, imagine una mente con las mismas cualidades que la suya. Ésta es capaz de pensar y crear. Disfruta de sus nuevas posibilidades: puede amar, y lo que más ama es estar vivo. Ésta es la mente de Dios. Lo que hace que tal mente sea tan controvertida es que no es posible localizarla. Cruza todos los límites. Opera en todas las dimensiones sin importar el pasado, el presente o el futuro. Todas las tradiciones espirituales tienen un Dios así. Pero esta concepción se ha deteriorado con el tiempo. Hoy en día decimos que Dios es cuestión de fe y no un hecho de la naturaleza.
El cerebro recupera a Dios como un hecho. Una vez que se desmorona el argumento de que “el cerebro es primero”, lo único que queda es la mente que se sostiene a sí misma, que siempre ha existido y permea el cosmos. Si esto parece difícil de digerir, piense en los navegantes del Medioevo que apenas habían aprendido a usar piezas de magnetita que están magnetizadas de forma natural. Al estar suspendido de un hilo, el imán apuntaba al norte como una brújula primitiva. Si usted le dijera a un navegante del Medioevo que el magnetismo está en todas partes y no sólo en una piedra, ¿le creería?
Hoy en día damos por sentado que todos tenemos una mente, y nos aferramos a un preciado fragmento de conciencia tal como los marineros lo hacían con los imanes. Pero lo cierto es que somos partícipes de una misma mente, que no ha perdido su estatus infinito al existir dentro de cada ser humano.
Estamos tan unidos a nuestros propios pensamientos y deseos que no nos cuesta nada decir “mi mente”. Sin embargo, la conciencia podría ser un campo como el electromagnetismo, presente en todo el universo. Las señales eléctricas permean el cerebro, pero no por ello decimos “mi electricidad”, y por eso resulta peculiar que afirmemos “mi mente”. Erwin Schröndinger, pionero de la física cuántica, hizo declaraciones directas al respecto en muchas ocasiones. Aquí hay tres:
“No tiene sentido dividir o multiplicar la conciencia.”
“En realidad sólo hay una mente.”
“La conciencia es un singular sin plural.”
Aunque suene metafísico, nos ayuda a recordar que sólo hay un único espacio y un tiempo en el cosmos, aunque por conveniencia los dividamos en porciones pequeñas.
Algún día la ciencia se pondrá al día con estos asuntos. El encuentro es ineludible, porque ya pasó. La piedra ya cayó al estanque, y nadie sabe qué tan lejos llegarán las ondas. Max Planck, famoso por dar comienzo a la revolución cuántica hace ya más de un siglo, dijo algo sorprendente y misterioso: “El universo sabe que estamos en camino”. El campo de la mente es tan viejo como el universo, en tanto que el cerebro humano es productor de la evolución. ¿En qué dirección evolucionará ahora? Nadie lo sabe, pero yo me inclino por un gran salto que nos lleve a aceptar dos palabras del sánscrito: Aham Brahmasmi, “yo soy el universo”. Aunque pareciera un salto atrás en el tiempo, los sabios védicos hablaban de un nivel de conciencia superior. El paso del tiempo no hace de “¿Quién soy?” una pregunta anticuada. Sería increíble que la sociedad contemporánea se pusiera al día con la sabiduría antigua. Entonces, ¿por qué no hacerlo?
Los cerebros de Buda, de Jesús y de los rishis, sabios iluminados de la India, alcanzaron un nivel de conciencia que nos ha inspirado durante siglos; sin embargo, como creación biológica, esos cerebros no eran muy diferentes a los del adulto promedio actual. El cerebro de Buda siguió el camino que la mente marcaba, y por eso todos los maestros espirituales dicen que cualquiera puede hacer el mismo viaje. Sólo es cuestión de poner un pie en el camino y prestar atención a las sutiles señales que el cerebro avista. Puesto que está en sincronía a nivel cuántico, el cerebro puede asimilar lo que sea que la creación le ofrezca. Entonces, Dios no prefería a los grandes santos y sabios por encima de nosotros; es sólo que ellos fueron valientes y siguieron el camino que lleva a la fuente de la conciencia.
Si los sabios iluminados estuvieran versados en el idioma de la ciencia, dirían: “El universo es un todo íntegro en constante movimiento”. En realidad, esto lo dijo el visionario y físico inglés David Bohm. Es el equivalente de afirmar: “Es imposible pararse en el mismo río dos veces”. Así, los misterios vuelven a surgir como hipótesis científicas.
Soy optimista y espero ver que la validación de la conciencia alcance aceptación científica total durante la siguiente década. Las barreras que nos mantienen en lo terrenal fueron fabricadas por nosotros mismos. Entre ellas está la que divide al mundo de “adentro” del de “afuera”. Otra barrera separa a la mente humana como un producto único del universo, el cual carece de inteligencia. Al menos eso afirman las teorías cosmológicas dominantes. Sin embargo, en el pensamiento especulativo hay cosmólogos que han tenido la osadía de ver hacia otro lado, hacia el universo repleto de inteligencia, creatividad y autoconsciencia. Dicho universo sabría definitivamente que estamos en camino.
Este libro ha abordado muchos conceptos complejos. Pero de éste dependen todos los demás: la creación de la realidad es tarea de cada persona. No hay una forma real de ver el mundo, un ancla que podamos lanzar por la borda de una buena vez por todas. La realidad (gracias a Dios) sigue en evolución, y la prueba más evidente de ello está en el cerebro. Realidad tras realidad radican dentro de él. La realidad del cerebro reptiliano sigue ahí, pero ha sido incorporada a través de la evolución de realidades superiores, cada una empatada con una nueva estructura física.
El cerebro refleja la realidad que cada uno crea en este instante. La mente es el jinete; el cerebro, el caballo. Cualquiera que haya cabalgado sabe que los caballos pueden poner resistencia, asustarse, dejar de pastar o salir corriendo. El jinete aguanta todo esto, pero la mayor parte del tiempo él manda. Todos nos relacionamos con nuestro cerebro soportando los periodos en los que las reacciones arraigadas, los impulsos y los hábitos están en control. Ningún caballo ha corrido tan rápido como el cerebro cuando pierde el control. La base física de la adicción a las drogas, la esquizofrenia y otros trastornos es innegable.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo la mente está en la silla de montar. El control consciente es nuestro desde siempre. No hay límites para lo que el cerebro puede lograr. Sería irónico si alguien le diera la espalda al supercerebro por parecerle demasiado increíble, porque, si tan sólo pudiera ver su potencial, se daría cuenta de que usted ya tiene un supercerebro.