CAPÍTULO 2

ORÍGENES, «ROCK» Y «REGGAE»

En la bonita isla caribeña de Granada hay más especias por kilómetro cuadrado que en ninguna otra de la región, lo que explica que se la conozca como la Isla de las Especias. La exportación de canela, clavo, macis y, sobre todo, nuez moscada (aquí se concentra el 20 por ciento de la producción mundial de dicha especia) constituye, junto con el turismo, uno de los pilares de la economía nacional.

Hoy, la isla se está dando a conocer también por su relación con Lewis Hamilton y su mítico abuelo, Davidson Hamilton. Para verle, basta con hacer el circuito en autobús a Grand Roy, programándolo correctamente, ya sea antes de que empiecen las clases de secundaria o justo después: es el conductor del flamante minibús escolar, el tipo que automáticamente saluda y sonríe radiante a todo aquel que capta su atención. Si no fuera posible, solo hay que preguntar dónde vive el abuelo de Lewis Hamilton y enseguida le indicarán a uno cómo llegar. La repentina fama de su nieto ha hecho de Davidson Augustin Hamilton toda una celebridad, y lo cierto es que le encanta.

Es un hombre decidido, de setenta y siete años, al que le gusta mantenerse activo. «Para vivir más, hay que ejercitar el cuerpo y la mente —acostumbra a decir—. Me gusta hacer cosas y no quedarme quieto viendo cómo envejezco.» Entrañable y popular, Davidson es una persona de confianza en la comunidad local, lo que explica que, pese a su avanzada edad, le dejen llevar y traer a los chicos del colegio en su queridísimo minibús. En la ventana trasera del mismo luce un cartel que reza la máxima que ha dictado su vida: «A Dios sea la gloria». Es también el lema que rige la vida de su nieto, pues Lewis es el primero en creer que el Señor está detrás de sus proezas.

Dicho cartel también sirve de vínculo con su hijo Anthony, padre de Lewis, quien insistió en reemplazar el destartalado Mitsubishi con el que su padre recorría la isla por un reluciente minibús que adquirió por 20 000 libras. El cambio también proporcionó una pequeña fuente de ingresos a Davidson, quien hasta la fecha se había negado a recibir regalos sin más. Cuando Anthony le explicó a su padre el motivo —que le permitiría complementar su pensión y que sería un medio de transporte más seguro para los niños—, Davidson terminó por aceptar su amable oferta.

Eso, por supuesto, fue después de hablarlo con su esposa, Uelisia. Le explicó lo que Anthony le había dicho y lo bien que les vendría el dinero, por poco que fuera (cobrando solo 20 peniques por viaje, difícilmente se harían ricos), y esta dio su beneplácito. Uelisia, enfermera en un asilo cercano, es una persona con fuertes valores y una profunda convicción en vivir según los principios de su religión. No solo es miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Granada, sino que forma parte del comité ejecutivo de la Conferencia Granadina, la entidad organizadora fundada en 1983 por los adventistas de la isla. Su papel en ella quizá sirva para explicar la ética de trabajo de toda la familia. Los adventistas del Séptimo Día son un movimiento evangélico proselitista, de ahí su vocación misional, que considera que el día sagrado es el sábado, en lugar del domingo.

Un portavoz del movimiento manifestó lo siguiente: «Nuestra Iglesia pone énfasis en aprovechar al máximo los regalos que recibimos de Dios. Creemos en un estilo de vida sano y saludable, en la importancia de la familia, en el esfuerzo y en cultivar las habilidades que nos ha dado Dios en pos de nuestras familias y de la comunidad en general. Para nosotros, el sábado es un momento de reunión familiar en el que la comunidad debe rezar y comer junta. Pero también creemos que cada día debemos procurar estar a la altura de nuestros ideales, no solo ese».

Los abuelos de Lewis disfrutan de una vida apacible, y Davidson reconoce estar «muy contento y satisfecho» de poder devolver algo a la comunidad en la que viven, al llevar a los chicos al colegio en su trayecto diario de quince minutos de Grand Roy a la cercana St John’s Christian Secondary School.

Esto dista mucho del mundo hedonista de la F1, pero Davidson afirma estar muy orgulloso de su nieto y de la repercusión que ha tenido en el mundo del motor. Reconoce que no le habría importado ser piloto de carreras, y deja caer que lo de ir a toda velocidad por ahí no empezó con Lewis, sino que ha estado presente en la familia durante generaciones. «Cuando era joven, ¡fui una especie de rey de la velocidad! A los dieciocho años, me saqué el carnet de conducir y me compré una motocicleta. Aunque iba a toda pastilla, nunca tuve un accidente», asegura. La gente decía: «Cuidado, que viene Davidson». Después se hizo con un Austin A40 y, en una ocasión, la policía le paró por ir a 65 km/h cuando el límite era de 50. «Ahí aprendí la lección y decidí no correr tanto. Ahora solo conduzco el autobús, ¡y no paso de 25 km/h!», bromea.

Para los lugareños siempre será el «tío Dave», en reverencia a su amabilidad y calidez. Me cuentan que es conocido por tener siempre tiempo para la gente y, si no puede, invariablemente hace un hueco más tarde. Elvis Glean, agente judicial y amigo, declaró al Daily Telegraph que «la pasión por la velocidad del tío Dave cuando era joven era de sobra conocida por los 600 vecinos de Grand Roy. Una vez fue de Grand Roy a la comisaría de Gouyave —la siguiente población costera, a unos 5 km— en apenas cinco minutos. Recuerdo que tenía una de esas enormes motos BSA. Iba como un rayo y a veces nos preocupaba que terminara matándose. Pero creo que nunca tuvo un accidente: es un auténtico superviviente».

Davidson se desplazó a Silverstone en julio del 2007 para ver correr por primera vez a su célebre nieto en un gran premio. Habían pasado muchos años desde la última vez que asistió a una carrera. Lewis estaba muy contento de que hubiera podido viajar para verlo en «una de las grandes»: «Mi abuelo vino hace muchísimos años a una carrera de karting, pero nunca había estado en un gran premio. Viene a ver a la familia y es genial que coincida con una carrera —declaró—. Tengo una familia enorme, y muchos de mis parientes aún no han podido ver una carrera. No siempre se consiguen pases, por lo que estoy seguro de que pasarán unos cuantos años hasta que todos puedan venir a verme. Me alegra mucho que mi abuelo por fin pueda hacerlo».

Davidson siguió la carrera desde el paddock con una sonrisa de oreja a oreja. Su nieto acabó tercero, y a la semana siguiente volvió a su rutina en Granada rebosante de alegría. Por supuesto, se emocionó ante la ocasión. «Es un joven admirable y un piloto de primera —dijo—. Rezo por que la buena suerte lo siga acompañando y termine ganando el Mundial. Puede que Lewis viva aquí, en Inglaterra, lejos de nosotros, pero somos una familia muy unida. Además de ser un competidor nato, es una persona maravillosa, respetuosa y atenta cuando se trata de mirar por los demás.»

En una entrevista en el Sunday Mirror, Davidson aparecía como un abuelo orgulloso: «Lewis es un chico sencillo al que le gusta bromear, escuchar reggae e ir a la playa cuando viene de vacaciones a Granada; a veces, incluso, nos acompaña a misa. Su padre se ha esforzado tanto en su crianza que es impensable que el dinero lo cambie. Seguirá siendo una persona bondadosa y con los pies en la tierra, porque así somos en esta familia».

Cuando Davidson tenía veinticinco años, la gente estaba más interesada en irse de la isla (el segundo país independiente más pequeño del hemisferio occidental después de San Cristóbal y Nieves) que en visitarla. Él formó parte del éxodo a Gran Bretaña en 1955, uno de tantos que ansiaban una vida nueva y mejor que la que tenían en casa, donde la pobreza y las catástrofes naturales estaban a la orden del día. Tuvieron que pasar casi veinticinco años antes de que pudiera regresar a su tierra natal y a sus raíces.

Decidió dar el paso tras luchar para ganarse la vida en Granada. En 1955, el Departamento Británico de Transporte alentaba con vehemencia a inmigrar. Los funcionarios de la metrópoli incluso visitaron varias islas caribeñas para tratar con los lugareños interesados e informarles acerca de la oferta de empleo en el Reino Unido. Davidson estaba dispuesto a probar fortuna. Para él, la gota que colmó el vaso había sido la devastación provocada por el huracán Janet el mismo año que emigró. Al estar situada en el borde meridional del cinturón de huracanes del Caribe, Granada solo ha sufrido tres huracanes en los últimos sesenta años. Pero, en septiembre de 1955, el Janet arrasó la isla con vientos de 185 km/h.

Mientras que para Davidson marcó un punto final, su hermano Fleet optó por quedarse en Granada, y cosechó gran éxito. Nigel Forrester, profesor local y primo segundo de Lewis, comentó que el hermano de Davidson vio una oportunidad para prosperar después de que el huracán destrozara la mayoría de los árboles de nuez moscada de Granada: «Mi abuelo —el hermano de Davidson— se dedicó a replantar y aprovechó la oportunidad para comprar las tierras de quienes querían venderlas para marcharse. Le fue muy bien con eso. Los Hamilton son una familia voluntariosa y perseverante que siempre quiere crecer».

Pero Davidson estaba convencido de que «el crecimiento» no pasaba por Granada, donde la tasa de desempleo —del 15 por ciento, una de las más altas del Caribe— se ensañaba especialmente con los jóvenes, lo que le llevó a subirse a un barco con rumbo a Inglaterra y, así, poner en marcha una larga sucesión de acontecimientos.

Aquellas personas protagonizaron la segunda ola migratoria del Caribe anglófono hacia Gran Bretaña en el siglo XX. La primera tuvo lugar a comienzos de la Primera Guerra Mundial, ante la necesidad de mano de obra de las industrias bélicas y la marina mercante. Se asentaron en los puertos y en las grandes urbes y, en un principio, fueron bien acogidos por su aportación al esfuerzo bélico. No obstante, a medida que los hombres fueron regresando del frente y el país se sumió en la depresión, los problemas aparecieron: mucha gente entendía que los inmigrantes ocupaban los empleos de los autóctonos. Esto, en última instancia, desató revueltas raciales en los años de posguerra. Pero, pese al ambiente hostil, muchos inmigrantes se consideraban británicos y se negaron a volver a casa. Ellos conformaron el núcleo de las comunidades caribeñas de ciudades como Cardiff, Liverpool o Londres.

La última etapa de asentamiento, con Davidson Hamilton incluido, se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, el mercado laboral británico estaba mermado y, entre 1955 y 1962, unos 250 000 caribeños establecieron su residencia de forma permanente en el país. Tras llegar a Londres en trenes procedentes de las ciudades portuarias, muchos se dispersaban hacia centros industriales como Liverpool, Mánchester o Birmingham. La mayoría, sin embargo, se quedó en Londres, como fue el caso de Davidson, quien se mudó al oeste de la ciudad y encontró trabajo tendiendo las vías del metro de la capital.

Pero muchos británicos fueron reacios a recibir a los nuevos inmigrantes con los brazos abiertos. En lugar de ser vistos como trabajadores esenciales —como había sido el caso al inicio de las hostilidades de la Gran Guerra, en 1914—, se miró a los recién llegados con recelo y se sugirió que supondrían un problema social. Se temía que desempeñaran los trabajos de los lugareños y que ejercieran presión sobre el sector de la vivienda, lo que generó resquemores en las comunidades locales que, a la postre, alimentarían agitadores de extrema derecha como Oswald Mosley. «Fueron tiempos difíciles —aseguró Davidson a un amigo de la familia—. Estábamos recién llegados a un país nuevo y había quienes nos señalaban por la calle agresivamente y nos insultaban. Claro que también había gente buena con nosotros, pero no era fácil sentirse cómodo.»

Al año de su llegada, el tenso clima social llevó al Servicio Social de Británicos del Caribe (BCWS, en sus siglas en inglés) a establecer programas de integración social. La vivienda escaseaba como consecuencia de los bombardeos, y tanto Davidson como muchos otros fueron recibidos con pancartas que rezaban «Negros fuera» o «Mulatos fuera». Muchos migrantes terminaron en zonas donde otros compatriotas y amigos ya estaban instalados y resultaba más fácil encontrar vivienda. Los trinitenses tendían a ir a Notting Hill y Davidson, que había trabado amistad con varios de ellos en el barco, también terminó en el oeste de Londres. Granada y Trinidad son dos países que comparten afinidad cultural y proximidad geográfica, y quizá por eso era inevitable que siguiera el camino ya trazado en Londres.

El oeste de la capital no era lo que se dice un paraíso: había caseros que se aprovechaban de la escasez de viviendas para echar a inquilinos permanentes y llenar sus propiedades de inmigrantes a los que cobraban precios desorbitados. Pese a todo, Davidson logró instalarse con su novia, Agnes Mitchell, en un pisito en el 12A de Broughton Road, en Fulham. La pareja contrajo matrimonio el 26 de mayo de 1956 en la cercana iglesia de Nuestra Señora, en Stephendale Road. Davidson, que contaba veinticinco años por entonces, trabajaba de guarda ferroviario; su esposa, de veintitrés, estaba desempleada. Pasados dos años, se mudaron más al oeste, al 82 de Avenue Road, en Acton. El 31 de mayo de 1960 nació su hijo, Anthony Carl Arthur, en el Hospital de Hammersmith.

Anthony tuvo una dura infancia en el oeste de Londres. Su padre siempre estaba preocupado por que sus amigos fueran una mala influencia. A finales de los setenta, cuando Davidson decidió regresar a Granada, Anthony se había mudado a Stevenage, 50 km al norte de la capital, con una población entonces de unos 40 000 habitantes. En el 2007, Lewis comentó que su padre «lo había pasado muy mal de joven» tras la muerte de su madre (Agnes), un tema del que la familia prefiere abstenerse de hablar.

Stevenage parecía una elección atípica como lugar para vivir de una joven familia negra: era una población predominantemente blanca, que apenas atraía a las minorías étnicas. Fue, además, la primera localidad de posguerra concebida específicamente para albergar a la población excedente de Londres. En 1961, el censo oficial reflejaba que 172 877 caribeños habían emigrado a Gran Bretaña en la década anterior. La hostilidad y el racismo hacia los migrantes fueron moneda corriente durante dos décadas más, hasta mediados de los años ochenta.

Si bien las aguas se habían apaciguado ligeramente cuando Anthony Hamilton se estableció en Stevenage, seguía siendo una época difícil para este hombre de raíces granadinas, sobre todo tras casarse en segundas nupcias, a principios de los ochenta, con Carmen Larbalestier, una mujer blanca cinco años mayor que él.

Un par de excelentes artículos periodísticos subrayaron la «soledad» y el «resentimiento» al que se enfrentaban hombres de raza negra como Anthony Hamilton al mudarse a ciudades dormitorio como Stevenage. El influyente periodista estadounidense Leonard Downie Junior, del Washington Post, viajó a Gran Bretaña para escribir sobre las nuevas poblaciones que afloraban en el país y cómo eran en comparación con sus equivalentes de Estados Unidos. Quería saber si los problemas urbanos existentes en su país se manifestaban también en Gran Bretaña. Pese a admitir que las nuevas urbes habían servido para aliviar la presión sobre la vivienda, sus conclusiones ofrecían por momentos una lectura deprimente, al explicar las dificultades de los inmigrantes para conseguir trabajos dignos y cómo soportaban condiciones «propias de un gueto».

«Los británicos han utilizado las ciudades dormitorio para reducir el hacinamiento en los barrios obreros de las grandes ciudades y dotar de mejores viviendas a muchos de sus vecinos. Los urbanistas organizan el traslado conjunto de las empresas y sus empleados de Londres a localidades como Harlow o Stevenage. A veces, el traslado a las ciudades satélite estaba tan bien coordinado que hasta el 85 por ciento de los residentes —como era el caso de Harlow— trabajaba en la nueva ciudad y seguía disfrutando de algunos de sus intereses compartidos y frecuentando sus antiguas amistades en los anteriores barrios de la gran ciudad de donde venían. No obstante, ese mismo acierto es el causante de que muchas nuevas localidades británicas alberguen comunidades de una sola clase. Para poder mudarse a alguna de ellas, el residente potencial deberá ser contratado por alguna empresa local, en su mayoría de corte tecnológico o administrativo, de ahí que la población de estos proyectos urbanísticos esté desproporcionadamente dominada por trabajadores cualificados. En ellas viven contados obreros, personas no caucásicas o inmigrantes de cualquier tipo, familias de renta baja o, en el extremo opuesto, personas de ingresos altos. Aunque esto no es algo que alarme particularmente a los británicos, ya de por sí segregados en función de su clase socioeconómica, la uniformidad de todos y de todo en las ciudades satélite aburre y desconcierta al visitante, recordándole inexorablemente a la estratificación económica —y a la esterilidad que de ella se deriva— de tantos y tantos barrios periféricos estadounidenses», apuntaba Downie en su reportaje.

«La falta de oportunidades para trabajadores no cualificados y de bajos ingresos plantea verdaderos problemas para las grandes urbes. En Londres, por ejemplo, de donde salieron muchos profesionales blancos de clase media con destino a poblaciones de nuevo cuño como Harlow y Stevenage, sigue viviendo la mayoría de los inmigrantes pakistaníes, indios y negros, desempleados o con escasos ingresos, muchos de ellos atrapados en condiciones que empeoran cada día. En este sentido, al igual que en las zonas periféricas y en las nuevas poblaciones de Estados Unidos, esta nueva clase de ciudades británicas ha exacerbado en vez de paliar un problema urbano fundamental», concluía Downie.

Anthony Davidson era uno de esos trabajadores de ingresos bajos que sobrevivía con el sueldo de miseria que ganaba en los Ferrocarriles Británicos. El panorama era desolador, pero tiró de coraje y tesón para salir adelante. Del mismo modo que su padre había asumido un riesgo enorme al marcharse de Granada al Reino Unido, él también estaba convencido de que su destino estaba en otro lugar. Eso sí, poco sabía entonces que eso implicaría criar y apoyar a un hijo especial con un talento único.

Anthony les contó a varios amigos que no había sido fácil. «Al principio —aseguraba—, parecía como si viviera una pesadilla tras otra, aunque no tenía intención de huir. Estaba harto y quería tener estabilidad.» Eso, finalmente, ocurrió al nacer Lewis en 1985.

En 1999, Gary Younge, otro periodista fantástico, natural de Stevenage y colaborador del Guardian, publicó un libro formidable sobre sus viajes por el sur de Estados Unidos que, sin duda, da una idea de los escollos que, primero, Anthony y, luego, Lewis tuvieron que superar.

Según Younge, «había tres tipos de reacciones que una familia negra podía esperar en un lugar como Stevenage: estarían quienes nos acogerían, quienes nos tolerarían y quienes nos despreciarían abiertamente. En esta última clase encajaban, por ejemplo, los Norris, una familia blanca y escuálida que acostumbraba a esperarnos al final de la calle para lanzarnos insultos racistas. En una ocasión, se pasaron de la raya y mi madre llamó a la policía. El agente le dijo que no podía pedirles que pararan: “Me temo que en esta zona son una minoría étnica y de vez en cuando les va a tocar tragar con eso”, dijo».

Era una situación intolerable. El propio Anthony se negó a que lo intimidaran y se mantuvo firme, como haría Lewis años más tarde. Ambos dejaron bien claro a cualquiera que tratara de acosarlos o provocarlos que no iban a marcharse de allí. Lewis incluso se apuntó a kárate para protegerse mejor. Primero Davidson y, luego, su hijo Anthony mostraron un empeño y una firme convicción en que nadie iba a impedirles ni vivir ni formar una familia en Inglaterra: otro ejemplo del feroz orgullo de los Hamilton llevado a la práctica. Arraigados en una sólida fe católica, los Hamilton siempre mantuvieron su posición e hicieron valer sus derechos. La suerte estaba echada. Incluso en la actualidad, Stevenage («algo anodina y desangelada», en palabras de un lugareño) solo cuenta con un 1 por ciento de población negra de un total de 80 000 habitantes. Pero, como Gary Younge escribió en el Guardian en junio del 2007, «hoy por hoy, la Stevenage negra representa al cien por cien de sus vecinos más ilustres». Esos son Lewis Hamilton y Ashley Young, el futbolista internacional inglés que destacara en el Manchester United y en el Inter de Milán, compañero de colegio, por cierto, del futuro rey del asfalto. Luego estaba, también, Albert Campbell, quien en 1987 se convirtió en el primer alcalde negro de la localidad.

Las adversidades a las que se enfrentó su abuelo al llegar a Inglaterra en una época de gran intolerancia racial marcaron la personalidad de Lewis Hamilton: sabe que le debe mucho al valor de su abuelo, quien, junto con su padre, constituye la piedra angular de su éxito.

Hoy, cada vez que Lewis visita a sus parientes en Grand Roy, disfruta de la alegría y la rica cocina local que prepara Uelisia, y se relaja tomando algo fresco, a ser posible en la playa, mientras escucha canciones de Bob Marley. Pero nunca olvidará lo que tuvo que pasar su familia para que él pudiera tener un buen comienzo en la vida. Una vida de la que jamás habría disfrutado de no haber decidido Davidson emigrar a Inglaterra y empezar de cero.

El éxito y la fama sirven de consuelo. Además, por si fuera poco, el Gobierno de Granada ha manifestado su orgullo hacia su hijo más ilustre: tras el fabuloso debut con victoria de Lewis en el GP de Montreal el 19 de junio del 2007, Edwin Frank, del Ministerio de Turismo de Granada, declaró: «El Ministerio desea felicitar al señor Lewis Hamilton por el éxito que está cosechando en su primera temporada en la F1. Es encomiable que este joven piloto británico de raíces granadinas (su abuelo nació en Concord, en St John) haya logrado terminar entre los tres primeros en las seis carreras en las que ha participado en lo que va de temporada. Como miembro del equipo McLaren Mercedes ha demostrado al mundo del automovilismo que bien podría ser la próxima gran sensación de este deporte. Su reciente victoria en su primer GP en Montreal, el domingo 10 de junio del 2007, ha hecho sentirse muy orgullosos a los granadinos. Su hazaña, además, ha servido de inspiración para los más jóvenes, quienes le ven como un verdadero ejemplo de lo que cualquier persona puede conseguir con determinación y sacrificio. El Gobierno y el pueblo de Granada se unen en este homenaje y celebran que, gracias a su magnífica actuación, en todo el mundo se sepa de sus orígenes granadinos. Lewis Hamilton es una muestra de nuestro espíritu».

Y sin duda que lo es... Veamos ahora cómo comenzó todo.