CAPÍTULO 3

PILOTO DESDE NIÑO

Incluso en los ochenta, había barrios en los que ver a un hombre negro con una mujer blanca seguía suscitando sorpresa. La sociedad estaba llena de prejuicios, y eso en nada ayudó a la pareja formada por Anthony Hamilton y Carmen Larbalestier. Con todo, para ser justos, Londres era más liberal y estaba mucho más adelantado que el resto del país, seguramente fruto de la gran comunidad negra de barrios como Brixton y Notting Hill.

Por eso resulta más difícil de entender que Anthony y Carmen decidieran mudarse a Stevenage, una localidad que, como se vio, incluso en la actualidad cuenta con una reducida población negra. La pareja se instaló en una casa adosada en el n.º 57 de Peartree Way, en el barrio de Shephall. Se habían casado el 5 de mayo de 1979 en la iglesia católica local, St Hilda. Por entonces, Anthony tenía dieciocho años y Carmen, veintitrés. Anthony aún trabajaba en el ferrocarril y no les sobraba precisamente el dinero. Carmen, nacida a más de 100 km de allí, en Birmingham, y cuyo padre, Maurice, era delineante, había trabajado en la cadena de montaje de una fábrica. En este humilde hogar creció Lewis Carl Davidson Hamilton, quien vino al mundo el 7 de enero de 1985 en el Lister Hospital de Stevenage. La Navidad previa a su nacimiento había estado marcada por los aprietos económicos. Pero aquel día de invierno la pareja dejó de lado sus problemas para contemplar a su precioso hijo. Habían ansiado su llegada, preguntándose en ocasiones si acaso la vida les iba a negar ese don tan deseado. «Lewis es muy especial para mí —asegura Carmen— pues durante mucho tiempo intentamos concebirlo. Ya había perdido toda esperanza.» Era su tercer hijo. Lewis tiene dos medio hermanas mayores que él: Nicola y Samantha.

A Anthony se le ocurrió llamarle Carl Lewis, como el famoso atleta estadounidense, quien en cierto modo se había convertido en un héroe para él tras su memorable actuación el verano anterior en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Carl Lewis había ganado ni más ni menos que cuatro medallas de oro: en 100 y 200 metros, salto de longitud y 4 × 100 metros relevos. Anthony también añadió a última hora el nombre de Davidson, en honor de su padre. Carmen también tenía algo que decir al respecto, e insistió en que los nombres de pila se invirtieran.

Carmen recordó en el Daily Express la temprana pasión de su hijo por el automovilismo: «A Lewis le encantaba la velocidad desde muy pequeño. Por su primer cumpleaños le regalaron un volante de juguete para su cochecito: muy grande, de plástico. Desde ese día jamás ha soltado las manos de un volante».

Sin embargo, la alegría de la pareja no duraría mucho: pasados unos meses era un hecho que su matrimonio no funcionaba y, cuando Lewis tenía dos años, Anthony y Carmen se separaron. Anthony se marchó de la casa de Peartree Way y, posteriormente, en ella se instaló el nuevo novio de Carmen, Raymond Lockhart, con quien después se casó y sigue siendo su esposo hasta la fecha. Por entonces, Lewis estaba contento de poder vivir con su madre y el hombre que se había convertido en su padrastro. Era un buen chico que pasaba buena parte del tiempo leyendo y jugando al fútbol en la calle con sus amigos. De buen carácter y siempre risueño, era muy querido en Shephall.

Su primer colegio, el Peartree Infants School, quedaba a menos de 200 metros de casa. Lewis encajó a la perfección pese a ser el único niño negro de la clase. La subdirectora del centro, Carol Hopkins, confirmó que era un niño popular, aunque por entonces todavía no había dado signos del espíritu competitivo que a la postre le distinguiría como piloto: «Le recuerdo por su rostro alegre y sonriente y sus buenos modales. Le encantaba el colegio, pero no podía decirse que fuera un niño competitivo. Ante todo, era muy feliz y normal, muy normal».

Hoy, como es natural, es un héroe en esa escuela. Los alumnos crearon en la temporada 2007 un espacio dedicado al piloto, en el que colocaban recortes de prensa y contabilizaban sus victorias. «Es una fuente de inspiración para los chicos —comentaba Carol Hopkins—, un verdadero ídolo.»

A los cinco años, Lewis ya había mostrado interés por los coches. Según Carmen, pasaba horas jugando con los coches de juguete que cubrían el suelo de su habitación y, por supuesto, hacía carreras que terminaban con ceremonias triunfales para los ganadores. También empezó a montar en los coches de choque de las salas de juegos, y fue ahí donde su padre, Anthony —hoy, su representante— se percató de la extraordinaria coordinación óculo-manual que su hijo poseía.

Con seis años, no solo su madre había percibido su afición por los coches: amigos y vecinos sacudían la cabeza y sonreían al verlo jugar entusiasmado con el coche teledirigido que le regalaron por Navidad, mientras otros niños pateaban sus balones de fútbol. Su primera victoria al volante, también con seis años, se produjo tras vencer a otros chicos en una competición de automodelismo organizada por el programa infantil de televisión Blue Peter.

Anthony, ya entonces un fanático del automovilismo, visitaba a su hijo con regularidad y también había notado su fascinación por todo lo relacionado con la automoción. Una vez Lewis pasó a secundaria, Anthony decidió ir un poco más allá en su creciente afición y empezaron a ir juntos a montar en kart.

La primera vez que Lewis pilotó un kart fue durante unas vacaciones en España. Poco después, Anthony consiguió reunir 1000 libras para comprarle uno. «Cuando su padre le regaló un kart por Navidad, justo antes de cumplir ocho años, pensé “¡qué locura!” —rememoraba Carmen—. Le compró el equipo completo: el traje, el casco... e hizo que se subiera y fuera calle abajo. Pasó de los coches en miniatura a los karts y la Fórmula 1.»

A los ocho años empezó a interesarse por la F1. Su ídolo era Ayrton Senna, fallecido trágicamente en 1994, cuando Lewis solo tenía nueve años. «Corría en una competición de karting el fin de semana que murió Senna —apunta Carmen—. Se entristeció mucho al enterarse de la noticia, pero la muerte de Senna no lo influyó. Supe desde el principio que con una pasión como la suya nada podía detenerlo.»

Lewis recuerda aquel fin de semana y reconoce que la muerte de su ídolo le afectó bastante: «Sí, tenía nueve años cuando murió Senna, mi ídolo. Aquel fin de semana tenía una carrera en Hoddesdon. Por entonces, mi padre tenía un pequeño Vauxhall Cavalier al que enganchábamos un remolque. Nos sentábamos en el coche y esperábamos mi turno. Recuerdo cuando me dijeron que Senna acababa de morir. Aunque me entristeció mucho, nunca me ha gustado mostrar mis emociones delante de mi padre. Así que me fui detrás del remolque y rompí a llorar. Eso supuso un punto de inflexión para mí, porque cuando eres pequeño crees que las personas como Senna son invencibles. Y, de pronto, caes en la cuenta de que también son mortales. Aquello me hizo entender que debía exprimir al máximo mi talento».

A los diez años, las vidas de Lewis y su padre cambiaron para siempre después de que Anthony lo llevara al circuito de karting de Rye House, unos kilómetros al sur de Stevenage. Lewis ya había logrado doblar a su padre en otros circuitos, pero en esa ocasión le confió que quería ser piloto profesional. Ese mismo día estaban allí Tony Delahunty y su hijo, Andrew, que era un par de años mayor que Lewis. Delahunty, comentador de karting para Eurosport Reino Unido, aseguró que Anthony le había dicho que, antes de eso, «Lewis había destacado en el automodelismo. Pero lo más llamativo no era que lo hubiese ganado todo, sino que la mayoría de sus rivales eran adultos. Lo que los llevó a buscar algo más apropiado para un chaval». Delahunty quedó francamente impresionado, hasta el punto de que, pasado un año, se vio redactando comunicados de prensa para el joven Lewis.

Anthony era también consciente de que su hijo era un filón. Él, sin ir más lejos, era un hombre fuerte y tenaz, que había salido adelante desde su separación de Carmen hacía ocho años: estudió informática y consiguió trabajo como director de sistemas. Pese a ello, en aquel momento, había decidido apostarlo todo por el futuro de su hijo. Dejó su empleo fijo para dedicar más tiempo a Lewis a medida que progresaba, y se dedicó a hacer trabajos esporádicos para llegar a fin de mes. «Dudo que llegara a endeudarse —apuntaba Lewis—, pero sí compaginaba varios trabajos. Aunque tenía un empleo principal, recuerdo que tuvo que poner letreros de “Se vende” para una inmobiliaria; le pagaban 15 libras el letrero.»

Sin duda, toda una demostración de fe y compromiso. Anthony Hamilton estaba hecho de tal pasta que la empresa de informática que creó mientras se volcaba en su hijo también fue un éxito, hasta el punto de contar con una veintena de empleados en el 2007. Ahora bien, este hombre de sesenta y cinco años en la actualidad nunca ha dejado de decir que su prioridad es su hijo, a quien hoy representa. En aquella época también se ocupaba de llevar a Lewis a competiciones por todo el país y al extranjero.

Anthony explicó una vez que había llegado a un acuerdo con Lewis: solo seguiría a su lado si continuaba esforzándose por sacar buenas notas en los estudios al tiempo que se dedicaba a correr. «También, desde el principio, quise asegurarme de que Lewis se cuidara y no se descarriara por salir demasiado de juerga: la típicas tentaciones que se le presentan a todos los chavales. La sinceridad y la confianza fueron clave en nuestra relación a medida que Lewis avanzaba en su carrera —afirma Anthony—. Diría que siempre hemos tratado de inculcar buenos valores a Lewis, haciéndole ver que ser sincero suele tener consecuencias positivas, tanto si hablamos del karting como de sus estudios. Le dije que, si no estaba convencido, no debía dar el paso. Pero, al mismo tiempo, confiaba en que, si seguía mis consejos y me escuchaba, en unos años todo saldría como esperaba. Podría decirse que era tentador amenazarle con prohibirle correr si sacaba malas notas, pero lo cierto es que Lewis era demasiado bueno como para castigarlo así.»

La decisión de impulsar a Lewis también implicó un cambio en el modo de vida. Tras ocho años viviendo con su madre, el chico, por entonces de diez años, se mudó con Anthony, su madrastra, Linda, y su hermanastro, Nicolas. Carmen y su padrastro, Raymond, también dieron un giro a sus vidas: anunciaron que iban a casarse para, luego, instalarse en Londres.

Lógicamente, Carmen estaba triste porque en adelante estaría lejos del hijo que tanto había deseado. Pero aun así pensaba que era lo mejor, habida cuenta de que Anthony haría cuanto estuviera en su mano por asegurarse de que Lewis llegara a lo más alto. Mirando atrás, a su separación de Anthony, Carmen aseveró que «aquello no le causó dolor a Lewis. Seguramente le hizo más bien que si hubiéramos seguido juntos en un matrimonio infeliz. Tony quería progresar y así ha sido. Yo quería llevar una vida tranquila y eso interpuso una barrera entre nosotros. No me veía inmersa en ese ajetreado y frenético estilo de vida. Pero aquello no impidió que él se asegurara de que Lewis conseguía lo que quería».

Y, en referencia al momento en que Lewis se marchó de su lado con diez años, también dedicó, con su sinceridad y orgullo habituales, no pocos cumplidos a su exmarido: «Me rompió el corazón, pero tenía que dejarle irse a vivir con su padre para que fuera una estrella. Su padre se ha esforzado mucho para ahorrar y financiar la carrera de Lewis. Sin el sacrificio continuo de su padre, habría tenido que abandonar, ya que es un deporte muy caro. Cuesta una fortuna y hay muchos chicos con padres millonarios que no entienden que Lewis gane y sus hijos, no. La clave no es el dinero, sino el talento».

Se rumorea que a Carmen no le ha disgustado que la prensa la retrate como alguien a quien Lewis dejó atrás. De hecho, ha desmentido públicamente las insinuaciones de que siente como si hubiese perdido el tren mientras la fama de su hijo crece inexorablemente. Ahora vive con su marido, Raymond, en una zona obrera de Letchworth Garden City, en Hertfordshire, donde en junio del 2006 compraron una casa adosada por 197 000 libras.

Mientras, Lewis, Anthony, Linda y su hermano Nicolas vivían en una mansión de más de un millón de libras en Tewin Wood, también en Hertfordshire. Lewis también tiene su propio apartamento de lujo cerca de la sede de McLaren, en Woking, Surrey. Una idea de lo exitosa que era la empresa informática de Anthony es el hecho de que en marzo del 2001 desembolsara 630 000 libras por la casa, mucho antes de que Lewis triunfara en la F1.

A principios de la temporada 2007 de F1 se supo que Carmen Lockhart había participado en un concurso televisivo cuyo premio era un viaje a Australia para ver el debut de Lewis en el GP celebrado en Melbourne. Por supuesto, se daba por hecho que ni podía pagarse el viaje, ni su hijo la había invitado, ni tampoco le había ofrecido pagárselo.

Un amigo de la familia trató de explicarme la situación de la siguiente manera: «Cuando Lewis se marchó con diez años a vivir con su padre, Carmen le extrañaba muchísimo, pero sabía que no podía ayudarlo en su carrera como piloto de karting del mismo modo que Tony. Ha sido muy difícil, pero ambas partes se han esforzado al máximo para mantener los lazos familiares. Aun así, en ocasiones Carmen se siente excluida y, a mi modo de ver, un poco celosa, algo, por otro lado, normal a la vista de su cercanía con Tony. Es algo natural, y como cualquier otra madre que estuviera en esta situación, recela de la prensa y sus insinuaciones de que no estuvo ahí para él porque vivía con su padre. La verdad es que lo hizo por amor: lo dejó ir para convertirse en el campeón que es. Lo cierto es que fue un verdadero acto de generosidad».

A mi modo de ver, es una interpretación justa y, por lo que me dicen otras personas que conocen a la familia, apunta en la dirección correcta. Tanto Carmen como Anthony estuvieron presentes cuando Lewis firmó su contrato de F1 con McLaren en un club londinense. Y, según avanzaba la temporada 2007, se los veía asistiendo a las carreras juntos, como buenos amigos. Incluso se rumoreaba que iban juntos de vacaciones acompañados de sus nuevas parejas. El propio Lewis reconoció que le encantaba ir a jugar a los bolos con su madre; iban al menos una vez al mes y lo pasaban genial, aunque, por lo general, ¡siempre ganaba ella!

Carmen confirmó que las cosas se habían estabilizado y que disfrutaba de momentos valiosos con Lewis: «Soy su mayor fan y, como no podría ser de otra manera, estoy muy orgullosa de él. Lewis posee un magnetismo muy particular. Tiene una personalidad increíble y consigue que todo el mundo se lleve bien. En el automovilismo nos ven como gente atípica. Se quedan perplejos cuando nos ven llegar al pit lane. Lewis tiene una vida dedicada al motor con su padre y una vida normal cuando viene a mi casa. Se ha ganado a pulso todo cuanto tiene. No nació en una familia pudiente, pero lo tenía todo para ser una estrella, desde la personalidad y el estilo al físico y el carisma. Me gustaría que la gente viera más allá del color de piel. El hecho de que sea el primer piloto negro es la guinda del pastel».

Como cualquier madre, reconoce estar alerta ante la presencia de cualquier mujer que pueda aprovecharse de su hijo. Pensaba que terminaría con su novia del colegio, Jodia Ma, de veintiún años. «Es la clase de chica que le ayudará a tener los pies en el suelo. No aspira a una vida de lujo. Entiendo que prefiere salir con alguien que conoce a rodearse de las muñequitas esas que rondan el mundo de la F1. Nunca sabes sus intenciones. Jenson Button tenía una novia encantadora y rompió con ella. Tal vez ahora lo vea de otra manera.» Lo cierto es que Carmen no acertó: en septiembre del 2007, Lewis y Jodia Ma lo dejaron.

Lewis enseguida se adaptó a su nueva vida con su padre. Anthony y él formaban un buen equipo en el mundo del karting, el primer paso en el camino a su ambición común: llegar a la cima de la F1. Lewis causó sensación desde el primer momento. Como cualquier novato, su kart lucía matrículas negras, pero enseguida empezó a competir con los más rápidos. Su indiscutible talento no tardó en llamar la atención. Martin Hines fue uno de los primeros en quedar rendidos. Su fábrica de karts, Zipkart, estaba cerca del circuito de Rye House, y un día se acercó al padre y al hijo para ofrecerles ayuda.

En declaraciones al Guardian, Martin recordaba que tenía por costumbre darse una vuelta por el circuito para ver las carreras. «Los novatos —apuntaba— debían llevar una matrícula negra en sus seis primeras pruebas. Por lo general, como no tenían experiencia, quedaban relegados a la última fila de la parrilla. Sin embargo, un día vi a Lewis Hamilton, y ahí estaba él, con su matrícula negra, luchando por las primeras posiciones. Un tipo cualquiera no habría notado la diferencia, pero yo supe desde el principio que tenía un talento especial. Me presenté a Lewis y a su padre, y me ofrecí a suministrarles chasis para su kart. En los deportes de motor, el dinero suele condicionar la velocidad. Los Hamilton no eran ricos y yo quería ayudarles.»

Ese sería el principio de una asociación de cinco años. Martin está muy contento de haber podido contribuir a la floreciente carrera de Lewis en un momento vital, pero también de tenerles a él y a Anthony como amigos. Lewis, por su parte, nunca ha olvidado la fe depositada en él. Anthony sigue estando muy agradecido: «Tuvimos mucha suerte de conocer en aquel entonces a figuras del karting tan amables. Nos ayudaron cuando el dinero escaseaba. Martin Hines lo hizo con los chasis, John Davies y John Button [padre de Jenson] con el motor, y Martin Howells, un viejo amigo, con los neumáticos. De no haber sido por gente así, dudo que Lewis se hubiera movido del peldaño más bajo del karting».

Bill Sisley, director del circuito de Buckmore Park, cerca de Chatham, en Kent, donde Lewis dominó las carreras desde sus inicios como piloto de karting y la que, con el tiempo, definiría como su pista preferida, también vislumbró su capacidad: «Llevo treinta y cinco años descubriendo jóvenes talentos. Como siempre digo, me bastan dos vueltas para saber si un piloto joven tiene lo que tiene que tener, pero esa clase de talento innato como para llegar a la F1 es poco habitual. De hecho, en toda una generación solo salen uno o dos tan buenos. Lewis era desde luego uno de ellos, y lo demostró rotundamente».

«Lewis lo hacía todo bien —recuerda Sisley—: era rápido, frenaba cuando debía, adelantaba en el momento preciso, se ceñía instintivamente a la línea derecha en las curvas, y, ante todo, no colisionaba. Pese a su juventud, sus ansias de victoria saltaban a la vista. No es el primer piloto con ese talento innato, pero a muchos les falta la agresividad y el hambre de victoria.»

Anthony había llevado a Lewis al circuito consciente de que Bill era un famoso ojeador, y este enseguida quedó asombrado: «Lewis era uno de esos genios que solo se dan una vez en una generación, y contados pilotos, si es que llega a haber alguno, igualarán sus logros. El interés que ha suscitado en tan poco tiempo es increíble. Tenía los tres ingredientes fundamentales para ser un magnífico piloto de carreras: talento innato, el respaldo financiero de McLaren, y la profesionalidad y voluntad necesarias. Por si fuera poco, contaba con una familia estupenda que lo apoyaba, y cuando añades eso a la mezcla obtienes el joven sumamente agradable y absolutamente centrado que es Lewis Hamilton».

En 1997, Channel 4 envió al comentarista David Jensen a cubrir la carrera de karting de Buckmore Park, y este enseguida descubrió su calidad humana: «Aunque solo tuviera once años, era tan interesante y simpático que daba gusto entrevistarlo. Lejos de ser arrogante, Lewis tenía una forma de ser encantadora, y aquel día fue la estrella indiscutible. Desde luego es mérito de su padre».

Jensen sentía gran admiración por la manera en que Lewis y su padre hacían las cosas, todo ello marcado por el tremendo respeto que cada uno mostraba por el otro: «Vi situaciones deplorables. Se había vuelto normal que hombres hechos y derechos vociferaran a chavales de diez años». Anthony era la excepción a esa clase de comportamiento. Según Jensen, «nunca perdió los papeles. Era de los pocos que no vivían sus propias frustraciones o trataban indirectamente de compensar sus fracasos a través de sus hijos. De hecho, padre e hijo formaban un magnífico dúo, lo que era más encomiable si cabe si se tenía en cuenta que los padres de Lewis estaban separados».

Lewis recuerda con afecto aquellos días entregado al karting. Reconoce que no se quedó en la cuneta gracias a su entrega en los entrenamientos y las pruebas: «Estoy convencido de que no habría alcanzado este nivel si no hubiera sentido pasión por ello. Hay pilotos que confían exclusivamente en su habilidad para competir, sin esforzarse al máximo. Cuando eres joven no terminas de entender del todo esa filosofía: hay que trabajar duro para obtener resultados. Puede que haya quien piense que ahora puedo permitirme no esforzarme tanto, pero eso solo acarrea complicaciones. Para obtener frutos debes esforzarte. Y si las cosas no salen como esperabas, al menos te queda la tranquilidad del trabajo cumplido y de que la próxima vez podrás mejorar».

John Seal, director de su antiguo colegio, también atribuye a su concentración y empeño como estudiante que hoy sea el formidable piloto de F1 que es: «Destacaba en el instituto, y no solo porque estuviera ganando todos esos trofeos de karting. Era popular, no perdía la compostura cuando hablaba en público y siempre estaba centrado, de forma excepcional para un chico de su edad. Por encima de todo, recuerdo lo mucho que le apoyaba su padre. Eran una familia trabajadora corriente, por eso me alegra tanto que las cosas hayan salido así».

Lewis enseguida se coronó campeón de karting de Gran Bretaña en la categoría de cadete. Apenas tenía diez años y, poco después, en Londres, en la ceremonia de entrega de los premios Autosport, se produjo su mítico encuentro con Ron Dennis, jefe de McLaren. Tras pedirle un autógrafo a Ron —y este acceder encantado—, el chaval aprovechó para decirle que quería que le dejara correr en McLaren, a lo que el mandamás de la escudería respondió: «Vuelve a preguntármelo dentro de nueve años». Solo tuvieron que pasar tres para volver a verse. Lewis recuerda con afecto aquel primer encuentro: «Como no podíamos darnos el lujo de comprarme un traje, le pedí prestada una chaqueta satinada verde oscuro al ganador del año anterior, y hasta me dejó unos zapatos. Me acerqué a Ron y le dije que quería ser piloto de McLaren y ganar el Mundial. En mi libro de autógrafos escribió: “Vuelve a preguntármelo dentro de nueve años”. Dos o tres años después me llamó».

Lewis estudió secundaria en la Escuela Católica Romana John Henry Newman de Stevenage, donde destacó en otros deportes. Su gusto por el fútbol, deporte que había dejado de lado años antes, absorbido por el automodelismo, surgió de nuevo en compañía de un chico que llegaría a ser convocado por la selección inglesa sub-21. También cayó en la cuenta de que el kárate que había practicado un par de años antes tenía un buen efecto disuasorio ante posibles intimidaciones.

En palabras de un periodista, «empezó a ir a kárate después de llamar la atención del abusón del colegio, y con doce años ya era cinturón negro. Tampoco desentonaba en el equipo de fútbol del John Henry Newman, donde también jugaba Ashley Young, el centrocampista que llegó al Aston Villa procedente del Watford por 9,65 millones de libras, y luego jugó en el Manchester United».

Lewis le contó que «pese a ser más rápido y fuerte que Ashley, él tenía más técnica e imaginación con el balón, lo que le permitía regatear a cualquiera. Siempre jugué de centrocampista. No solo tenía mucho peso en el equipo, sino que era el que más en forma estaba, gracias a las carreras de karting y al entrenamiento que hacía. Corría incansablemente y, si me hacían una entrada para quitarme la pelota, luchaba por recuperarla. Jamás me rendía, mientras que muchos compañeros desistían tan pronto como perdían la pelota. Nunca permití que eso sucediera».

Mientras, su carrera en el karting pronto depararía más éxitos. En 1996 ganó el Champions of the Future, el Sky TV KartMasters y el Cinco Naciones. Un año más tarde, ya en la categoría Yamaha Júnior, se proclamó campeón del Champions of the Future y del Super One. Otro de sus padrinos fue Tony Purnell, exdirector del equipo Jaguar Racing, quien también estaba convencido de haber visto en él el futuro del automovilismo: «Lewis empezó a dar muestras de su verdadero talento cuando McLaren le cobijó bajo sus alas. Es innegable que, desde los doce años, cuando dejé de patrocinarlo, ha contado con el mejor equipo posible. Y eso ha sido porque ha tenido una de las bazas más importantes, una “figura paterna” de un valor incalculable: Ron Dennis, de McLaren. Ahora bien, una cosa es disponer de las mejores herramientas y otra muy distinta saber utilizarlas. Es importante reparar en que Lewis siempre ha aplastado a sus compañeros de equipo. Analicemos, por ejemplo, a su compañero en la Fórmula A [entonces la categoría más alta del karting europeo], un tal Nico Rosberg. En aquella época, vi a Lewis correr un par de veces, y era un genio. Nico, en cambio, bastante normalito. En pocas palabras, Lewis es un crack solo comparable a Michael Schumacher».

Llegados a este punto, es el momento de contar los orígenes del hoy célebre casco amarillo de Lewis. Todo se remonta a su época como piloto de karts. Su padre le insistía en que llevara un casco de ese color para diferenciarse del resto y, de paso, poder saber inmediatamente si su hijo estaba involucrado en un accidente.

En 1998, Lewis se incorporó, de la mano de Dennis, al Programa de Jóvenes Pilotos de McLaren y Mercedes-Benz. Aunque solo contaba con trece años y seguía estudiando en el John Henry Newman, se había convertido en el piloto más joven en ser contratado por un equipo de F1. Su padre y Ron Dennis convinieron que, como Lewis pasaba mucho tiempo haciendo pruebas y compitiendo, McLaren debía proporcionarle un profesor particular para complementar su formación. Ambos coincidían en que no debía quedar rezagado en los estudios. Lewis estaba rompiendo todos los registros: en los tres años siguientes continuó su rápido ascenso, dominando todas las categorías en el mundo del karting. Ya en la categoría Intercontinental A Júnior, terminó en segunda posición en el McLaren Mercedes Champions of the Future de 1998 y cuarto en el Italian Open. En 1999 se impuso en el Torneo Italiano de la Industria en la categoría Intercontinental, fue subcampeón europeo y se alzó con el Trofeo de Pomposa. También terminó cuarto en el Italian Open Championship, en la categoría Intercontinental Júnior. Con el inicio del nuevo milenio, Lewis se proclamó campeón de Europa tras ganar las cuatro carreras de la Fórmula A, a lo que también habría que sumar el Campeonato del Mundo y el Masters de Bercy. El colofón a otra temporada fabulosa fue ser elegido piloto revelación por el Club Británico de Pilotos de Carreras (BRDC). Habían pasado seis años desde que Anthony y él hicieran aquel pacto para llevarlo a la cúspide del automovilismo. Había tenido altibajos en su vida familiar y había terminado mudándose de casa de su madre a la de su padre. En el camino tuvo que sacrificar muchas cosas que cualquier otro chico da por sentadas en la adolescencia: «En el colegio me preguntaban: “¿Qué haces este fin de semana?” y yo les respondía: “Voy a correr con el kart”, a lo que ellos contestaban: “Nos vemos en el circuito entonces”, en referencia a la pista del barrio. Yo asentía con la cabeza porque quería mantener un perfil bajo respecto a la dimensión real de mi pasión por el automovilismo. Que nadie supiera lo que estaba logrando en el karting me ayudaba a ver el colegio como una vía de escape. En el colegio podía tontear y llevar una vida normal como cualquier otro chico. Pero los fines de semana me era imposible ir a ninguna de esas fiestas ni a los clubes para menores. Y eso te afecta, porque tus amistades no son tan sólidas. Cada vez que dices: “No puedo ir porque este fin de semana tengo una carrera”, tus amigos piensan que les estás dando largas. Me miraban con cara de póker incluso cuando, ya cerca del final, decía en el colegio que me iba a Japón para correr durante una semana. No les sentaba nada bien».

Su paso por la secundaria discurrió sin apenas incidentes; tanto compañeros como profesores le tenían en alta estima. No obstante, vale la pena detenerse en un extraño episodio durante su último año, a los dieciséis, cuando fue expulsado por error al ser confundido después de que otro chico acabara en el hospital tras sufrir una agresión.

Lewis fue uno de los seis adolescentes expulsados en el 2001 a raíz de la paliza propinada en los aseos del instituto a Sebastian Webber, de quince años. Pero cuando Anthony Hamilton protestó contra la acusación a su hijo, Lewis fue exculpado por la autoridad competente y se reincorporó a clase pasados dos meses. La investigación concluyó que había sido identificado de forma errónea y recibió una disculpa del Departamento de Educación. Vincent Hayward, entonces tutor de Lewis, manifestó que «el suceso se produjo durante el almuerzo, cuando varios chicos lo metieron en el baño para darle una tunda».

Michelle Vooght, exalumna, recordaba el incidente: «Habían sido otros chicos, no Lewis. Él era un buen chico que se llevaba bien con todo el mundo. Estaba muy seguro de sí mismo, pero jamás presumía de su talento como piloto. ¡Y eso que lo llevaban a clase en un Mercedes con su nombre escrito en un lateral!». Otro exalumno, Sean Beahan, también lo eximió de culpa: «Aunque muchos alumnos se vieron salpicados por aquel incidente, con el tiempo se supo que ni Lewis ni otros compañeros habían tenido nada que ver».

John Ryan, portavoz del Consejo Regional de Hertfordshire, declaró que «tras una investigación independiente, Lewis había quedado exculpado. Un profesor lo acusó en un principio y aquello dio pie a un lío administrativo que puede resumirse como un error de identificación».

Quizá de forma inevitable, el mejor amigo de Lewis en la adolescencia fue otro fanático del automovilismo: Nico Rosberg, quien ficharía por Williams en el 2007. «Durante dos temporadas fuimos compañeros de equipo de karting en Italia, y competíamos para ver quién de los dos se convertía en el piloto de F1 más joven de la historia. Nico llegó antes porque había pasado por la GP2 mientras que yo estaba en la F3. La GP2 es vital porque los reglajes del coche son similares a los de un monoplaza de F1; de hecho, en algunas pistas alcanzamos la misma velocidad al final de una recta. Es la persona más competitiva que jamás he conocido y, además, muy fuerte. Pero yo gané el Campeonato de Europa y él acabó segundo. Compartíamos habitación de hotel y siempre hablábamos de lo genial que sería enfrentarnos en el Mundial de F1.»

Por entonces, Lewis había ganado todo cuanto se podía ganar en el karting. Había sellado un acuerdo con McLaren que le aseguraba una plaza en su prestigioso programa formativo y estaba listo para subir otro peldaño. De los karts a los monoplazas, estaba a las puertas de la siguiente etapa en su afán por dominar el mundo del automovilismo.