Le costaba reconocerse, encontrarse. Había perdido su norte. No se dio cuenta en qué momento sucedió. Todo era inalcanzable, nada era como ella lo deseaba, imaginaba. Cerraba los ojos y trababa de escapar a su ensoñación, pero nada. Vittorio, el amante perfecto, el hombre correcto que le sonreía y le iluminaba la vida no aparecía…
Tenía que hacer algo, no podía seguir así. Ya no quería ir a trabajar, doña Pancha la asustaba solo con mirarla. Vittorio solo quería estrujarla, penetrarla contra la pared. No, no quería regresar, pero ¿qué hacer? “¡Dominga!”, pensó. Hablaría con ella.
Buscó a Dominga en su día libre, sabía dónde estaría, enterrada en los libros de la biblioteca.
—¿Dominga? —preguntó, asomando la cabeza.
—Por allá —contestó alguien.
Dominga levantó la vista y la vio. ¿Qué hacía Giuseppina ahí? Enseguida fue a su encuentro.
—¡Vamos! —dijo, y la tomó del brazo para salir. Se dio cuenta de que algo no estaba bien. Sabía que Giuseppina escondía algo. Lo notaba en su mirada, había perdido el brillo, esa chispa única.
Caminaron algunos pasos y Giuseppina se desmoronó, comenzó a llorar sin poder controlarse.
—¡Ay, que Dios me asista! —dijo Dominga—. Vení, vamos al bar del Tito, ahí vamos a estar tranquilas.
Sentadas, Dominga la observaba.
—No me asustes, Giuseppina, ¿qué pasó ahora?
—No sé con quién hablar, no sé qué hacer, no sé… —dijo Giuseppina con congoja.
—Me fuiste a buscar porque sabés que podés hablar conmigo. Contame. Tal vez pueda ayudarte. Somos amigas, somos la familia, dale, Giuseppina.
—Vittorio es de La Mano Nera, como ustedes dijeron. Vi un muerto en el almacén y me violó. Y yo creía que lo amaba. Y no sé qué siento ni cómo actuar.
—¡Madonna!, ¡madonna santa!, ¡Giuseppina, carajo! ¿Cómo vas a estar enamorada de un asesino que te hace daño? ¿Me decís que te violó?, ¿el muerto?, ¿y que lo amas? Despacio, ma, dale, otra vez.
—Yo lo amo, de verdad, él no es mala persona. Creo que cuando se aleje de su mujer se le van a aclarar las cosas.
—Contame, ¿quién te violó? ¿El viejo? ¿Le contaste a alguien?
—¡Claro que no! ¡Qué pensás! Sí, Vittorio. Bueno, tal vez no fue violación…
—¿Y?
—…
—¿Y?
—Es difícil, tal vez no me violó y eso sea así. Y yo no sepa que eso es así…
—Así, ¿cómo?
—Que eso que me hizo, no sé…
—¿Qué cosa? ¿Qué te hizo, Giuseppina? ¿Acaso te metió la tripa rellena en la boca?
—¡No! ¡Qué asco! Me la metió, sí, en otro lado, allá, atrás —dijo mirando el piso y avergonzada.
—¡No! ¡Qué desgraciado!, ¡te rompió el traste el mal nacido! ¿Te dolió?
—¡Claro!, me duele un poco todavía cuando hago el otro. Pero…
—¡Basta de peros! ¡Tenés que despertar, esto es una locura. ¿Entendés, Giuseppina? Estás embrujada, no podés querer a un tipo como ese.
—…
Giuseppina comprendía lo que significaban las palabras de Dominga, pero no sabía qué hacer.
—Perdí el control de mi vida —dijo Giuseppina—. Ya no me gusta tanto mi trabajo, hay algo más que te quiero contar…
—Me asusta. Me asusta, ¿qué más pudo pasar?
—Vi a un hombre muerto en la despensa del restaurante.
Dominga se paró, boquiabierta.
—¿Qué?
—¡Sentate! ¿Querés?, ya nos están mirando todos. Sí, un hombre muerto. Y doña Pancha también es de La Mano Nera, no sé qué hacer… Ella sabía de ese hombre, ahí, todos sabían. Todos son de la mafia…
—¿Le contaste a alguien, a Raffaella?
—No, ya te dije que no.
—Bueno, no le digas a nadie. A nadie, ¿eh? Esos tipos matan como nosotras caminamos. ¡Ay, Dios mío!, ¡esto sí que es un problema! Pero, primero lo primero, Giuseppina, y prestame atención, ¡basta del viejo! ¡Basta! ¡No dejas que te toque nunca más! Y pensemos en cómo vas a renunciar. Tendríamos que hablar con Donato, creo. Él es amigo de ustedes… No podés irte así nomás, esos son capaz…
—No sé, me siento tan cansada… No sé qué hacer, no sé qué tengo que hacer… ¿Y si el Donato también es de ellos?
—Yo les dije, esos son de La Mano Nera, esos no perdonan, ¡ay, Dios! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué podemos hacer? ¿Hablar con Donato? Vos hacé como si nada, y seguí yendo hasta que encontremos la forma de sacarte sin que sospechen lo que viste o lo que el viejo te hizo… ¿Te duele?
—Ya te dije que sí.
—Y… ¿cómo fue eso? Eso no es normal. Eso lo hacen los degenerados. Ni las putas hacen eso…
—No me hagas contar eso…
—¡Claro! Tenés razón, perdón. Solo que como nunca supe cómo era, quería saber cómo era cuando te la meten por… allá…
—¡Dominga!
—Claro, claro, perdón, tenés razón. Perdón…
—Sos rara vos, ¿eh? Mirá las cosas que querés saber —dijo Giuseppina y se puso a llorar.
—¡No!, ¡no llores!, no llores, te voy a ayudar. Yo voy a investigar si podemos hablar con Donato —imploró y tomó las manos de Giuseppina.
Dominga se comprometió con su alma a ayudar a Giuseppina, aún no sabía cómo lo iba a hacer. Todo el día metida en la fábrica, pero la iba ayudar. Tenía que pensar, pensar…