LA VENTANA

¡Oh temps évanouis! ¡Oh splendeurs éclipsées!

¡Oh soleils descendus derrière l'horizon!

Víctor Hugo

 

Al frente de un balcón, blanco y dorado,

obra de nuestro siglo diez y nueve,

hay en la estrecha calle una muy vieja

ventana colonial. Bendita rama

adorna la gran reja

de barrotes de hierro colosales,

que tiene en lo más alto un monograma

hecho de incomprensibles iniciales.

 

A la lumbre postrera

del sol en Occidente, ¿quién no espera

mirar allí, sombría,

medio perdida en la rizada gola,

la cabeza severa

de algún oidor, o los oscuros ojos

de una dama española

de nacarada tez y labios rojos,

que al venir de la hermosa Andalucía

a la colonia nueva

el germen de letal melancolía

por el recuerdo de la patria lleva?

¡Pero no, ni las sombras le han quedado

de los que vio perderse en el pasado!

Loca turba infantil la invade ahora;

uno ríe, otro llora;

a la palma bendita

la niña arranca retejida rama,

y mientras uno al compañero llama

con incansable afán, el otro grita.

 

No guarda su memoria

de la ventana la vetusta historia,

y sólo en ella fija

la atención el poeta

para quien tienen una voz secreta

los líquenes grisosos

que, al nacer en la estatua alabastrina,

del beso de los siglos son señales,

y a quien narran poemas misteriosos

las sombras de las viejas catedrales.

Hoy hace más de un siglo, ha muchos años,

ella escuchó la cántiga española

que tristes desengaños

o desventuras amorosas narra

de la alta noche en la quietud serena,

acompañada en la gentil guitarra

por noble caballero,

a quien tornara con la estrofa grata

el recuerdo de alegre serenata

dada en la aristocrática Sevilla,

cabe el Guadalquivir, do en claras noches

la calada Giralda se retrata

y la luz de la luna limpia brilla.

 

La brisa, dulce y leve

como las vagas formas del deseo,

llevó al pasar por los barrotes duros

aroma de azahares y de lirios

en las risueñas fiestas de himeneo;

juramentos de amor, santos y puros;

de mortuorios cirios

el triste olor; las plácidas historias

con que la noble abuela

a rubio nieto adormeció en la cuna,

y la oración que hacia los cielos vuela

suave como los rayos de la luna.

Inútil, allí, a solas,

ella miró pasar generaciones

como pasan, con raudo movimiento

sobre la playa las marinas olas,

en la sombra los coros de visiones

y las aristas leves en el viento;

¡y ora mira la turba de los niños

de risueñas mejillas sonrosadas,

que al asomar tras de la fuerte reja

sonriente semeja

un ramo de camelias encarnadas!

 

¡Ay! todo pasará: niñez risueña,

juventud sonriente,

edad viril que en el futuro sueña,

vejez llena de afán…

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...Tal vez mañana

cuando de aquellos niños queden sólo

las ignotas y viejas sepulturas,

aun tenga el mismo sitio la ventana.