La casucha danzante

para Alice de Beverly Buchanan

Beverly Buchanan, artista, 1940–2015

Alguien que me conocía bien

y que yo había vivido

en muchas casuchas grises

que mi madre transformó

con flores

me llevó a tu casa

a conocerte:

a ver las casuchas

que rescatabas de nuestra vergüenza

y transformabas con ingenio,

pequeños clavos, viejas tablas

y pintura.

Quedé encantada

de ver

la magia de mi madre

aparecer

de la punta

de tu pincel.

Ahora nos has dejado. La fluyente

luz a través de todas las grietas

de tus casuchas

como el genio que fluye

de tu mente obsesionada.

¿Cómo volvemos nuevo

y renovador del alma

al viejo dolor? ¿Cómo aprendemos

a sobrellevar con gracia y humor

todo lo que nos ha ocurrido?

Buchanan, digamos. ¿De quién era ese

nombre antes de que se pegara de golpe

en la memoria de los esclavizados?

Tus ancestros

en África no eran Buchanan

y pueden haber sido artistas de gran estima

cada uno de ellos,

por lo que sabemos.

Ay, Beverly,

todos en el clan de nuestra edad

estamos ahora en el tramo final.

No tardaremos mucho en alcanzarte.

Arrastrando nuestras tizas, nuestros lápices

con los que escribíamos y pintábamos en la tierra,

nuestras pinturas hechas de bayas, cortezas

y lágrimas.

A manos abiertas

hemos ofrecido nuestro arte

hecho de cualquier resto

que quedara de nuestra destrucción,

su ausencia de

la enorme mesa de la avaricia y la ignorancia

nunca se extrañó.

Este poema es para decir lo feliz que estoy

de tener la casucha

que hiciste para mí. ¡Roja como la fresa!

Nunca se me hubiera ocurrido; aun así

qué adecuado ha venido a ser.

Porque no me revuelco en la tristeza

aunque estos días me visita más asiduamente

de lo que yo quisiera;

el mundo está muriendo

de tantas formas feas

y los seres humanos con él.

Y aun así, contra todo pronóstico

me percato de

que siempre habrá una Beverly Buchanan

saliendo de un no lugar virtual

para reponer las piezas rotas

—restos de la belleza

que se destruye—

y pintarlas de rojo

para bailar.