Ciertas realidades nos ponen de rodillas
y como yo estaba
ya allí
ante mi altar
desenvolví y encendí
las velas de cera de abeja
que adquirí para ustedes.
Espero que nunca hayan oído
el cuento de Hansel y Gretel
el rastro de migas de pan
las jaulas de la bruja
llenas de niños;
la enorme olla negra
y el aceite hirviente.
Que nunca hayan escuchado a los adultos
murmurar de costumbres extranjeras
que dignifican
la captura de niños
y su sacrificio.
El nudo de terror
que siento en mi corazón
debe aumentar
en el de ustedes.
En esta jaula,
viendo cuántos hay de ustedes,
¿dónde dormirán? ¿y cómo?
Me lo pregunto mientras doy vueltas en la cama.
También recuerdo a la gran Winnie Mandela
que soportó casi un año
de confinamiento solitario
en una prisión de Sudáfrica.
Tres hormigas se hicieron sus amigas
mientras usaba un cubo
como el que veo que ustedes tienen
para los desechos nocturnos (la vasija)
y para la comida (la tapa).
Cuando salió de la prisión
una mujer terriblemente distinta,
pocos sudafricanos
parecían considerar
el aislamiento, la humillación y la compañía
que había tenido.
¿Qué deben pensar
de nosotros, pequeños?
Adultos impotentes
para sacarlos de ahí.
¿Qué deben sentir
mientras pasa un día y otro
sin padres ni comunidad
(una ofrenda quemada que tal vez presenciaron
mientras llovía fuego del cielo)
que vengan a reclamarlos?
Hasta
ahora es solo
la conciencia
de la
total
rotura
de sus pequeñas vidas
la que regularmente
viene
a visitarlos.
Consideremos a los adultos que obligaron a estos niños a meterse en una jaula, y enviémosles colectivamente, alrededor del mundo, todo nuestro pensamiento, reconociendo al hacerlo que esta no fue necesariamente su idea. ¿Qué haríamos nosotros?