¿Qué debe hacerse? ¿Quién debe hacerlo?

Mi amigo me dice:

¿Pero qué podemos hacer? ya rindiéndose.

Estar consciente ya es algo,

digo. La conciencia raramente

nos deja desalentados. O desalentadores.

Y así ocurre con esta revelación

de lo que ha estado sucediendo

a nuestros hijos, a todos,

y en especial a nuestros varones.

La bestia en el supuesto

hombre civilizado

es más letal, siniestra,

grotesca y astuta

de lo que yo habría creído:

¿Y qué es, en cualquier caso, esta bestia?

¿Cómo aparece

en cada época

para plagar nuestra república

de sombras

que ella proyecta

como luz?

Aquí nos presentan

a cuatro hombres que pueden,

en su sencillez, señalar

el comienzo del final de nuestro grave

olvido:

Cuatro hombres sentados en sillas plegables de metal

hablando entre ellos, hace casi cuarenta años;

diciendo lo que han presenciado,

lo que han conjeturado,

lo que han temido;

escuchándose unos a otros. Grabándose

ellos mismos. Compartiendo esto, tantos años más tarde,

con nosotros, que pensábamos haberlo oído todo.

Esto es lo que creo que los hombres realmente adultos

deben hacer. Sentir profundamente. Estar presentes

ante la marcadamente amenazada vida de los jóvenes. Preocuparse por los hijos,

sean varones o hembras, y no solo por los tuyos.

Sentarse juntos, como

hacen estos hombres:

decidirse a

liberarnos

de nuestra fantasía

sobre una sociedad que se interesa:

estar resueltos como Budas

a encontrar un camino.

A sentarse toda una vida

si fuera necesario

sobre duras sillas.

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